HABRÍAN ENCONTRADO EL ATAÚD DE CERVANTES
EN UNA CRIPTA EN MADRID

Estaba en el convento de las Trinitarias Descalzas, con las iniciales M C; faltan varios estudios para confirmarlo
Miguel de Cervantes
Miguel de Cervantes.



Varias tachuelas forman las letras M C y despiertan la ilusión de que signifiquen Miguel de Cervantes, el gran escritor español, en cuyo ataúd fue depositado el 23 de abril de 1616 en la cripta del convento de las Trinitarias Descalzas, en el centro histórico de Madrid. Los investigadores, según informa en su última edición el diario El País, están prácticamente persuadidos de que en su interior se hallan los restos del autor del Quijote de la Macha.
El hallazgo del ataúd sucedió anteayer al mediodía. El equipo que busca los restos del autor, liderado por Francisco Exeberría, es cauto, pero fuentes vinculadas con los investigadores prácticamente dan por hecho que se trata del Príncipe de las Letras.
La investigación para encontrar los restos de Miguel de Cervantes comenzó en junio último por el impulso del Ayuntamiento de Madrid. La coincidencia con los 400 años de la publicación de la segunda parte de la novela del Quijote, en 1615, y la atracción turística que podría generar han sido claves para que las autoridades madrileñas respaldaran las investigaciones.
Se sabe que Miguel de Cervantes murió a pocos pasos de la sencilla casa en la que el gran escritor pasó sus últimos días. También eran conocidos sus vínculos con los monjes trinitarios, uno de los cuales intervino en 1579 para rescatarlo de los corsarios que lo tuvieron preso en Argel durante cinco años, que le permitieron lograr un permiso especial para ser enterrado en el templo de esa orden, en Madrid.
Según ha trascendido al diario El País, el ataúd con las iniciales M C está carcomido por la humedad y faltan efectuar muchos estudios específicos para confirmar de manera inobjetable que los restos óseos hallados en su interior pertenezcan a Cervantes.
Los investigadores trabajaron en una cripta de diez por seis debajo del altar barroco de la iglesia del convento de las Trinitarias Descalzas, tras casi una década en la que nadie bajaba por la escalinata hasta el subsuelo más que polvoriento.
La "operación Cervantes", como fue bautizada, se cumple en fases. La primera había consistido en una prospección con un georradar en todo el edificio, que permitió detectar 33 posibles sepulturas.
Entre las tareas científicas que se desarrollaron anteayer, se supo que se introdujo una microcámara en el interior de una sepultura y que se detectó dentro de ella material osteológico.
La crónica de El País sobre el momento del hallazgo plantea la euforia que tenía la decena de investigadores que estaban en el interior de la cripta, con la cautela por la necesidad de confirmar con análisis científicos a quién pertenecen esos restos, ya que serían de más de una persona. Se estima que la sepultura hallada contendría restos infantiles y de adultos.
Los próximos pasos de los científicos estarán enfocados en lograr separar las piezas infantiles y de adultos, y luego discriminar la de los mayores por géneros. Aparentemente, habría diferencias anatómicas en los cráneos encontrados que permitirían establecer que pertenecieron a hombres y mujeres.
También se efectuarán estudios de los restos textiles del sudario franciscano con el que posiblemente fue enterrado Cervantes y la madera misma del ataúd cuyas tachuelas M C hacen soñar a los científicos. El genial escritor se había unido a la venerable Orden Tercera poco tiempo antes de su muerte, lo que le habría permitido ser envuelto en un sudario especial.
Miguel de Cervantes murió a los 68 años. Estaba enfermo de diabetes, desdentado y lleno de achaques físicos que le complicaban su tarea de escritor. Había sufrido dos disparos de arcabuz en el pecho u otro proyectil le había dejado atrofiada la mano izquierda, lo que le valió el mote de "el manco de Lepanto". Esas lesiones sucedieron en sus días de soldado en guerra con los otomanos. En 1613 se editó las Novelas ejemplares y en 1615 la segunda parte del Quijote. A 400 años de esa publicación, el enigma de sus restos estaría por resolverse.

Casi 400 años de misterio

Miguel de Cervantes
Escritor
Se estima que el autor del Quijote de la Mancha fue enterrado en la cripta de las Trinitarias el 23 de abril de 1616.


Fuente: lanacion.com

LOLA MORA:
UNA EXPEDICIÓN A SALTA EN BUSCA DE SUS HUELLAS

Fue una de las más importantes escultoras del país y del mundo.En Tala, su pueblo natal, hay un centro cultural y un museo que llevan su nombre. También está la casa donde nació.



Mercedes Pérez Bergliaffa

A veces buscar arte se convierte en toda una expedición: éste es el caso. Investigando las huellas de la importante escultora Lola Mora, esta cronista emprende un viaje al interior profundo de nuestro país: llegar hasta el pueblo de El Tala, en Salta. Y no es tan fácil: primero hay que tomar un avión hasta el aeropuerto de Tucumán, luego atravesar el límite entre Tucumán y Salta, y después hacer unos 60 kilómetros en 4 x 4 por una ruta bastante desértica, en la que de vez en cuando aparecen víboras, vacas paseando y sentándose en la ruta, tranquilas. Aquí, todo hay que tomárselo con calma: los animales, la flora y el clima reinan.
Pero además de naturaleza, El Tala tiene historias ocultas: a 2 kilómetros del centro está uno de los tesoros más preciosos para la historia artística de nuestro país, la casa natal de la talentosa escultora Lola Mora (1866-1936), la finca “El Dátil”, un monumento nacional ubicado en territorio privado. También hay en El Tala un centro cultural que lleva su nombre, El solar de Lola Mora, que es en realidad la casa de la cultura de El Tala. Aunque tiene una sala dedicada a la rica y antigua cultura La Candelaria, no tiene obras de la artista. La única escultura de Lola Mora que se expone en la zona es una lápida descuidada, un sobrerrelieve realizado en piedra como homenaje a Don Facundo Victoriano Zelarrayán, el primer jefe de la estación de trenes de la zona, ubicado en el modesto y polvoriento cementerio del poblado. Dicen que fue la última obra que realizó la artista. Está en el mausoleo de la familia Zelarrayán. Ningún cartel indica que el trabajo pertenece a la famosa escultora. Sólo se sabe por el “de boca en boca”. Esto es injusto: Lola Mora fue una de las escultoras más importantes de nuestro país y del mundo, a fines del siglo XIX-principios del XX. Cuando la artista vivió durante algunos años en Roma gracias a una beca, su perfección en la disciplina –su gran capacidad para realizar retratos escultóricos con rapidez, exactitud y gracia– llamó tanto la atención que hasta el gobierno de Rusia le encargó el monumento al Zar Alejandro y el de Australia el de la Reina Victoria. Los trabajos no se concretaron porque para ello Mora debía cambiar de nacionalidad. Se negó a hacerlo. Existen proyectos, para cambiar la situación de la lápida: lo declara Fabricio Díaz, secretario de Cultura y Turismo de El Tala. “Vamos a construir una cúpula con la intención de cobijar la lápida de Mora”, menciona Díaz, quien comenzó su gestión en 2007. Hace poco, en noviembre del año pasado, la municipalidad de esa localidad también inauguró un gran monumento en honor de la escultora, realizado por la artista local Fabiana Navarro, a manera de respetuoso recordatorio y homenaje.
En nuestro país hay mucha obra suya ubicada en lugares públicos que recorremos diariamente: la Fuente de las Nereidas –en la Costanera Sur, Av. Brasil y la Av. Tristán Achával Rodríguez, Buenos Aires– que en su momento desató todo un escándalo por la inclusión de desnudos femeninos sensuales en el grupo escultórico (no era eso lo que se esperaba que una mujer artista creara en la época, el placer y el erotismo le estaban vedados); los relieves de la Casita de Tucumán; el Monumento a la Bandera en Rosario, Santa Fe; las Alegorías cuyas réplicas fueron emplazadas el año pasado frente el Congreso de la Nación, representando La Libertad, La Justicia, La Paz, El Comercio y Los Leones. Realizadas en 1906 dentro del propio Congreso –donde la artista instaló su vivienda y taller por unos meses–, en 1912, junto con las alegorías ya terminadas y emplazadas, sobrevino el cambio político y de “gusto”: las esculturas fueron declaradas “mamarrachos”, retiradas del Congreso, llevadas a Jujuy. Allí se encuentran hoy en día las alegorías originales, emplazadas frente a la Casa de Gobierno, mientras que sus calcos fueron encargados y emplazados en su lugar de origen –el Congreso Nacional– hace poco, en 2013.
Dueña de una vida atípica para su época, talentosa y sobre todo libre, Mora fue una mujer considerada a veces, en nuestro país, excéntrica. Digámoslo: en esos momentos no abundaban las mujeres escultoras que vestían pantalones, y menos aún, las que realizaban grandes monumentos en piedra. Su propia biografía está aún hoy en día surcada de enigmas: se dice que fue amante del ex presidente Julio Roca. También se cuenta que era bisexual. Con más de 40 años se casó con Luis Hernández Otero (1908-1909), 17 años menor que ella, hijo del gobernador de Entre Ríos. Pero sobre todo, lo más innovador en esta mujer, es que diseñó su vida llevando adelante sus propias decisiones, apartándose de lo que se esperaba que una mujer de nuestro país hiciera a fines del siglo XIX y principios del XX: Lola Mora no pensaba que casarse debía ser una primacía, ni quería ser la mantenida de un señor. Pensaba en llevar adelante sus ideas, desarrollar sus obras. Y estas no eran fáciles de ejecutar: primero inmensos monumentos y más tarde invirtió toda su energía y dinero en obtener petróleo en Salta. Alrededor de 1920, instalada en una finca en Rosario de la Frontera, construyó hornos y realizó excavaciones de los que hoy sólo quedan ruinas invadidas de yuyos, al igual que de su casa, abandonada, olvidada, destruida.
Entre 1932-33, la escultora vuelve –enferma, arruinada– a Buenos Aires, donde vivió con sus sobrinas, que la cuidaron hasta su muerte en 1936. Su figura –bastante abandonada–, hace que nadie recuerde que el 17 de noviembre –el día de su nacimiento– se celebra el Día Nacional del Escultor y de las Artes Plásticas como homenaje a ella.


Fuente: clarin.com

SU BUENOS AIRES QUERIDO

Porteños.
En la obra de Claudio Larrea, los edificios “reemplazan el cuerpo del ser amado”. Buscó equilibrios, simetrías, “con ojos de enamorado”.

Bicicleta. Larrea la usó para crear. Expone en el Centro Cultural Recoleta/ Diego Waldmann
Bicicleta. Larrea la usó para crear. Expone en el Centro Cultural Recoleta/ Diego Waldmann

Hernán Firpo


¿Qué ciudad nos gusta más? ¿La del Obelisco o la Buenos Aires integrada de las redes sociales? ¿La del farolito de la calle en que nací o la de tu smartphone? ¿Ciudad porteña de mi único querer o un pasaporte de la comunidad europea?
Claudio Larrea agarró su bicicleta y sacó fotos de su propia porteñitud. Gatilló como loco.
“La fotografía digital es una droga”, dice.
Ahora, en este preciso momento, esas imágenes se están exponiendo en el Centro Cultural Recoleta. Claudio viaja y viene en bicicleta y dirige su ojo altamente refinado hacia objetivos de una metrópoli imposible de exportar. Su Buenos Aires querido, dice, también podría haber sido reflejado por Stanley Kubrick.
“No, no fijate bien, Hernán: la bicicleta sí está en la obra. Observá las circularidades retratadas y la búsqueda de equilibrio. La simetría es algo que particularmente me serena. Es como el mar: me tranquiliza, me hace sentir bien ecualizado”.
Es muy probable que Larrea haya pedaleado por la calle Larrea. Anduvo miles de kilómetros. Se había ido en el sintomático 2001 y volvió casi diez años después. Cruzó la aldea infinidad de veces y nunca se detuvo en ninguna hipervisibilidad.  Sacó alrededor de 5.000 fotos y descartó la mayoría. En su Buenos Aires secreta hay una cúpula que parece arrancada de un dibujo de Escher. Lo que dice de Kubrick viene a cuento de una distancia ascética, fugitiva. Si las perspectivas siempre dan un poco de vértigo, la simple fotografía del hall de un edificio cualquiera puede ser la antesala del infierno.
“Cuando regresé, Buenos Aires se había vuelto espantosa. Era un pop latino mal, un maxikiosco pintado con colores saturados. Yo venía de Barcelona donde la paleta de colores era más tranquila (…) Me había ido prediluviano, tras el microondas de la crisis. La sensación de regreso fue la saturación total. Esa Buenos Aires también fue retratada y el conjunto está desfigurado. Pero yo quería estar acá y entonces preferí verla con ojos de enamorado. Para no quejarme decidí empezar de nuevo y de manera más equilibrada. A mí me interesa la ciudad del orden, la de los materiales nobles, la ciudad de los artesanos que quedó como vestigio de una época de calidad”.
¿Cerrar un círculo es llegar a una meta? “Creo que la bicicleta debería formar parte de lo cotidiano, con toda la responsabilidad que eso significa. La bici no debe ser una buena posibilidad para pasar los semáforos en rojo. En Barcelona son más exigentes: hay que usar casco y no se puede andar con auriculares. Yo uso bicicleta desde los ‘80. Mi bici hindú, copia de una inglesa, una de esas bicis de paseo y con portaequipaje trasero”.
Claudio fue, volvió, probó con una Buenos Aires, no le gustó, probó con otra y terminó transformando su capital en la gigantografía de Alphaville, la película de Godard. Una sociedad del orden a la vez vanguardista y accesible. Quizás impúdicamente limpia, libre de humo y de vida humana. Tersa, frozen, escandinava.
“Hay épocas de Buenos Aires en que si mirás bien, la luz es lo más importante. La sutileza es algo que se adquiere con el tiempo”, dice. “De pronto lográs sintonizar más sutilmente y te sentís sensible”.
¿Y  dónde fue la gente?
No hay gente en mi Buenos Aires fotográfica porque considero que los edificios reemplazan el cuerpo del ser amado. Los recortes, es más, creo que son parte de ese cuerpo del ser amado.
Explicalo para principiantes.
Una medianera cualquiera pueden ser los hombros. No es que se trate de un cuerpo descuartizado: es reubicar el cuerpo del ser amado en los edificos de la ciudad.
Dijo David Byrne:
El día en que la mujer se suba a la bicicleta, el hombre la va a seguir.
El mismo Larrea acepta que las imágenes de su relevamiento urbano tienen algo del sello de ese guardián talentoso llamado Horacio Coppola: fotógrafo, argentino, discípulo de la Bauhaus.
Aclaración: si van a ver su Buenos Aires es necesario sí o sí, definitivamente, que se olviden de los conceptos patrimoniales del relato. Dicen que Larrea es un nostálgico irredento. Dicen que su trabajo es el espejo menos pensado de la ciudad autónoma y que su intención estética está bien lejos de lo decorativo. Veintiocho fotografías. Muchas en blanco y negro.
¿La obra de un misántropo?


Fuente: clarin.com

¿DEJÓ MIGUEL ÁNGEL
MENSAJES OCULTOS EN LA CAPILLA SIXTINA?

Investigación
Son varios los textos que indican que el artista italiano tuvo, en sus pinturas, una intención más allá de la estética.

Dios y la ciencia. El artista habría representado un cerebro en su gran obra de la Capilla Sixtina.
Dios y la ciencia. El artista habría representado un cerebro en su gran obra de la Capilla Sixtina.


¿Dejó Miguel Angel Buonarroti mensajes ocultos en los frescos con los que decoró la Capilla Sixtina a principios del siglo XV? ¿Se trató de una reacción del genio renacentista contra el inmenso poder que la Iglesia Católica tenía en su tiempo? ¿Intentó, tal vez, señalar al hombre como ser superior a la divinidad o a la ciencia como doctrina superior a la religión?¿Qué fue lo que trató de decirnos desde su arte? Estas son algunas de las cuestiones que el restaurador Silvio Goren trata de dilucidar en su libro Los mensajes ocultos de Miguel Ángel en el Vaticano (Editorial Autores de Argentina).
Y Goren –que entre otras cosas fue profesor de la Licenciatura en Conservación y Restauración de Bienes Culturales del Instituto Universitario Nacional del Arte– no es el único. Son varios los textos que avalan la idea de que Miguel Angel pintó en la Capilla Sixtina mucho más de lo que se puede contemplar a simple vista. Las teorías son diversas pero no contradictorias. “Miguel Angel pintó la Capilla Sixtina en el Siglo XVI, una época en que tanto la religión como la ciencia creían tener la verdad absoluta”, afirma Goren. Y desliza la idea de que quizás lo que el artista trató de decir fue que ambas, religión y ciencia, eran parte de la misma cosa: ¿El cerebro humano?
En la parte central del techo de la Capilla Sixtina, Miguel Angel pintó nueve escenas que narran el libro del Génesis. De ellas, la más conocida es La creación de Adán. La escena representa el momento exacto en que, según la tradición judeocristiana, Dios le dio vida al primer hombre.
A primera vista, Dios y Adán son los únicos personajes pero, según Goren –que se apoya en la teoría que Frank Lynn Meshberger publicó en los años 90 en el Diario de la Asociación Médica Norteamericana– hay algo oculto en la imagen: el manto que encierra la figura de Dios representa casi de forma exacta un cerebro humano, con arterias, glándulas y nervios ópticos, visto en su corte lateral.
Mientras para Meshberger esto significaría que Miguel Angel quiso indicar que Dios dotó a Adán no sólo con la vida, sino con la inteligencia, Goren suscribe esta teoría y aporta un dato. Afirma que en la figura se ve, además, un ángel triste, “la única expresión de tristeza que aparece en toda la bóveda”, afirma, “y está situado justo en la zona del cerebro que se activa cuando alguien tiene un pensamiento triste”.
¿Cómo Miguel Angel conocía tan bien la anatomía y estructura del cerebro? Biógrafos del artista, entre ellos Giorgio Vasari, hablaron de la pasión del artista por el estudio de la anatomía y de cómo, siguiendo esa inquietud, diseccionaba cadáveres a los 17 años, algo que tenía que hacer en secreto porque era una práctica condenada por la Iglesia Católica. Goren sostiene, además, que pudo haber adquirido muchos de sus conocimientos durante sus contactos con Leonardo Da Vinci.
Otra de las hipótesis que circularon es la que los expertos en neurocirugía Ian Suk y Rafael Tamargo publicaron en la revista Neurosurgery y que alude a otra de las escenas: La separación de la luz y la oscuridad. En el cuello de Dios habría una precisa representación de una médula espinal y un tallo cerebral humano. “Tal vez el artista hacía referencia a la capacidad de la ciencia de estar a la par de la religión, o incluso por encima”, fue la conclusión de los neurocirujanos. “¿Mística y espiritualidad o crítica y descreimiento? ¿Homenaje o sacrilegio?
Hay más. En la pared del altar está la escena de El juicio final. En ella, Miguel Angel pintó a todos los personajes desnudos, lo que le costó una campaña de la Iglesia para que los frescos se eliminaran –cosa que no pasó– y que lo acusaran de hereje. Todo se solucionó pintando unos “paños de la pureza”, que taparon los desnudos de los personajes y que fueron realizados por un discípulo de Miguel Angel. Estudios recientes que afirman que la intención del artista era hacer una crítica contra la doble moral de la época.
Y más. Son muchos más los mensajes que parece que dejó Miguel Angel en la Capilla Sixtina, que pareciera ser un mapa de anatomía humana y que, a simple vista no se ven.
O quizás habría que preguntarle al mismo Miguel Angel cuál fue el verdadero propósito de sus pinturas. Hipótesis, caben todas.


Fuente: clarin.com

UN TESORO DE LOS INGLESES

El Colegio St. George de Quilmes guarda en su campus una hermosa capilla centenaria, un pabellón escolar digno de cualquier condado y una idea de conjunto que es una alegría encontrar preservada.
Por Sergio Kiernan

Si un país como el nuestro es un palimpsesto, una hoja escrita y vuelta escribir hasta que el texto final es una superposición de palabras, gestos e ideas, el lector atento lo podrá entender si mira los detalles. Como un país es más que una hoja o un texto, también son los edificios y los lugares construidos los que funcionan como palabras. La suerte argentina es tener tantas de estas buenas palabras en lenguas de polacos, de gallegos e italianos, de alemanes y judíos, de franceses. Y también de los que participaron de lo que Andrew Graham-Yooll llamó “la colonia olvidada”.
En este siglo XXI, parece un sueño que en Argentina hubiera una colonia británica que fue enorme, influyente y cotidiana. Además del ferrocarril, los servicios públicos, la carne y los seguros, y la tan condenada influencia política, estos ingleses, escoceses, galeses e irlandeses vivieron entre nosotros. Por eso nuestro mapa está marcado de nombres –Claypole como Wilde, Hudson y Trevellyn, por no hablar del célebre por mal pronunciado James Craig– y por eso jugamos a tantos deportes que son, ellos también, ingleses.
Y por eso es costumbre aquí que una estación de trenes tenga el techo a dos aguas agudas, el muro de ladrillo, la galería de maderas tramadas y un aire eduardiano o victoriano. Y también que una terminal comparta, como las de Retiro, la variante clasicista a la inglesa, claramente reconocible para un argentino en cualquier parte del viejo imperio, de Johannesburgo a Sydney, de Alberta a Bombay.
Menos conocidos son ciertos artefactos arquitectónicos que se construyeron en los suburbios o en el campo, y que servían a comunidades discretas. Estos edificios no eran en rigor públicos sino pensados para sostener una identidad o formarla, y por eso eligieron un lenguaje profundamente vernacular, de lo más inglés posible. En Quilmes, en un sector que fue campo abierto y hasta hace poco era suburbio hacia la costa, se alza perfectamente conservado uno de esos conjuntos, el que forma el Colegio Saint George. Son unas cuantas hectáreas ahora rodeadas de casas, más verde, canchas y árboles que otra cosa, con una notable colección de edificios que van cubriendo el siglo XX y sus estilos. Y con un conjunto de edificios realmente únicos en Argentina.
El St. George arranca en 1898 por una necesidad muy simple de tanto estanciero, chacarero, ferroviario y comerciante inglés desparramado por el enorme país de los argentinos, el que hablaba castellano y era católico. La idea era tener una escuela que formara ingleses en su cultura y en su religión, un internado que evitara la angustia de mandar a los chicos a Gran Bretaña para verlos años después, como ocurría en la India imperial. El canon Stevenson, que ya dirigía la iglesia anglicana de Quilmes, arrancó con la idea en una quinta de ingleses.
Con lo que en 1898 empieza lo que llaman allá una escuela “pública” que, perversamente, es en realidad privada. La explicación es simple, porque esas escuelas en el Renacimiento eran públicas en el sentido de no ser canónicas, no estar afiliadas a una parroquia y enseñar algo más que teología. En el St. George de hoy se preservan algunos de los muy modestos y encantadores edificios de este comienzo, unas casitas que servían de servicios a la quinta original –perdida en un incendio– o se construyeron para alojar a los primeros alumnos.
Estas casitas son un ejemplo de integración de vernaculares muy típica. Así como existe un estilo español colonial y un francés de las Antillas, existe un estilo inglés “tropical”, el que toma materiales locales, piensa en el clima reinante y da lugar a inventos como la casa de campo australiana, con sus galerías panzonas, y a un neotudor de ventanas grandes, que te salven de la asfixia. Las casas más viejas que adornan el St. George son claramente inglesas y criollas, y uno se queda pensando si la mixtura salió así por la mezcla de diseñadores y constructores, o fue pensada de antemano. Como sea, son un encanto.
Ahí nomás está el lugar más querido del colegio, la capilla inaugurada en abril de 1914, originalmente anglicana y hoy simplemente cristiana. Los primeros alumnos del colegio iban a misa en Quilmes, donde el director Stevenson era también pastor. Para 1906, los servicios se improvisaban en el colegio mismo, pero la idea de tener capilla propia iba creciendo y en 1913 Stevenson logró poner la piedra fundamental de la capilla. Todavía se comenta lo que costó juntar los fondos en un país donde no existía –¿no existe?– la tradición de donar para este tipo de cosas. La cosa es que en abril de 1914 se consagraba el lugar.
Lo que construyó Stevenson es una pequeña iglesia con espacio para 180 personas, en planta de cruz latina y en un estilo gótico muy inglés, muy tradicional y muy tranquilo. El edificio tiene un garbo muy superior a su tamaño real gracias al maduro truco de perspectivas que crean los techos atiplados. La fachada se proyecta en un ángulo pronunciado y logra una altura suficiente para sostener tres ventanales altos y góticos. La nave central se alza también altísima por seguir el ángulo cerrado de la cumbrera, con lo que uno se encuentra con metros y metros de buena madera allá arriba y, en el exterior, un rotundo techo de tejas viejas, maceradas por el tiempo.
El frente tiene una entrada proyectada, un pórtico para salirse de la lluvia muy apto para el clima británico y sostenido ya por la necesidad de la tradición arquitectónica. Pero lo que le da real gracia a la capilla, lo que la salva de parecer una casa bien hecha adaptada a un nuevo uso, es la torre del reloj donada posteriormente por los hermanos Agar. La torre tiene una rara ochava rotada, que le da movimiento al conjunto y crea una rotunda asimetría en el frente. Además, no hay manera de no encantarse con el remate con almenas, allá arriba del reloj. Que, dicho sea de paso, funciona perfectamente.
Las naves laterales que forman la cruz salen con solvencia del cuerpo principal por otro recurso afiladísimo del vernacular inglés. De muros de idéntica altura al cuerpo principal, los laterales tienen la cumbrera un buen par de metros por debajo, con lo que ni compiten ni crean problemas estructurales de fondo. Es un caso más de la capacidad infinita de aceptar con elegancia agregados y más agregado que tiene este estilo que “ensombrera” cualquier edificio con tejados tan jugados.
El interior de la capilla fue reuniendo tesoros muy queridos por alumnos y ex alumnos, por sus significados. Hay seis vitrales recorriendo la vida de Cristo, hay cuatro ángeles de piedras de buena factura, hay seis santos y profetas de la misma mano, y hay un órgano de Plymouth que es una belleza. En dos muros hay otro artefacto imperial, éste de memoria terrible: las placas que recuerdan a los casi 500 alumnos y ex alumnos que cayeron en las dos guerras mundiales luchando por el viejo país.
Materialmente, la capilla es llamativa porque, al contrario que tantos edificios británicos, sus materiales son locales. Ciertas infraestructuras ferroviarias, como los puentes de Palermo o de Barracas, nos acostumbraron a ver la arquitectura inglesa delineada en ladrillos de un tono y una nitidez de líneas nunca repetida. Esos ladrillos eran importados, traídos absurdamente desde Gran Bretaña en verdaderas flotas. No es el caso de la capilla de San Jorge, construida con ladrillos locales –probablemente, por cercanía, los que producía Ctibor para La Plata– y con las líneas más irregulares y el color más claro de nuestra arcilla. La madera, de muebles y de estructura, es local o paraguaya.
Si se vuelve a la entrada principal del colegio desde la capilla, se pasa por una serie de viviendas y antiguos dormitorios de impecables líneas eduardianas. Sencillos, de ventanas de guillotina, dos pisos, pechos a 60 grados, chimeneas marcando el ritmo y falsos half timbers, estos edificios tienen cada uno un encantador porche de entrada, sostenidos por columnas medievalizadas y con buenas maderas. Son más vivienda que otra cosa, pero es un raro eco de Lutyens entre nosotros.
Pero el premio está en el edificio junto a la entrada, el mayor y más impactante, y el único con firma de arquitecto famoso. El hall de la escuela primaria fue construido y diseñado en 1929 por Sydney G. Follett, un inglés buen mozo y simpático que fue uno de los tres arquitectos de la estación Mitre de Retiro, se fue quedando construyendo bellezas por aquí y por allá, y se dio el gusto de crear este pabellón como si todavía estuviera en las Midlands.
El hall fue originalmente un dormitorio, es hoy un conjunto de aulas y, paradójicamente, está en obra para volver a ser dormitorio, ya que cada vez más familias piden internados. Largo y sombrerudo, con techumbres de gran superficie, el conjunto gana ritmo por los extremos más anchos que el centro, formando plantas cuadradas, y por los detalles de chimeneas dobles, un dormer protuberante y un jardín de invierno de pequeño tamaño. La entrada es señalada por un quiebre en el agua principal que forma un tímpano donde se protege una placa con el año de inauguración, por un portal con columnas que sostienen un balcón oval y por una coqueta torre de reloj que remata un poquito a la Hawksmore y sostiene una veleta. Los muros son revocados a la gruesa, muy rusticados, y el ladrillo asoma sólo encima de las ventanas y en una línea continua marcando las plantas todo a lo largo del frente.
En los interiores se puede ver la idea de orden escolar de la época, poco superada hasta ahora. Las aulas se abren a un amplio pasillo central, lo que permite que todas tengan luz y miran a algún sector del parque. En cada extremo hay una escalera y en el centro, frente a la entrada, hay una mayor. El hall preserva una alegre cantidad de elementos originales, de los pavimentos a las rejas de herrería, de las maderas a los matafuegos de bronce, hoy puestos como adorno. En el St. George prometen que la intervención será mínima y respetuosa de la tradición y la fábrica del lugar.
El resto del campus depara sorpresas como una casa –este tipo de colegios abunda en residencias para sus profesores– neogeorgiana de líneas depuradas, muy modernas, y edificios de enladrillado a la americana pensados en ese modernismo clasicista de los años cincuenta. Es un estilo raro por aquí, con un ejemplo notable en el Instituto Evangélico Americano de Simbrón al 3000, en Villa del Parque. El contraste entre los edificios originales y los realizados en el modernismo actual es vívido, por decirlo cortésmente.
Pero nada puede llegarle al poder de encontrarse con los conjuntos del St. George, bien conservados y en su entorno original, con los prados y las arboledas que los contienen, los esconden y los demarcan. Es un raro placer que hasta trasciende ver la gema de capilla que le dedicaron al santo patrón de Inglaterra.


Fuente: pagina112.com.ar

My old Prep School. It looks exactly as I remember it. The window of my bedroom is just out of sight, top floor, on the left. We had some extraordinary teachers in that mini, almost self sufficient world. Mr. Cordon, O.B.E. the headmaster, was a bachelor. Impeccable always. John Gielgud could have played him. Very keen on algebra, history, poetry. He wrote verses on the blackboard and showed us how to scan them and notice the rhythm. He played the violin. His beautiful calligraphy was something to behold. When he erased his scribblings on the blackboard we children sometimes said "nooo...Sir!!!" they looked so good. No smiles but a great sense of humor. Once, after a pillow and sock ball fight in my bedroom, one of the sock balls flew out of the louvered windows into the hallway. As the culprit rushed to the door to retrieve it, the door opened and in walked Mr. Cordon, with one sock over his left shoulder, the other over the right shoulder, as serious as a statue.

                                                                                                       Edgardo C. Krebs,
                                                                                         Ex-alumno del St. George's College
   

LAS SALAS DEL MAR
SE COLOREAN DE ANHELOS DE UN FUTURO MEJOR

Con Horizontes de Deseo, el museo marplatense abre su segunda temporada de arte y reflexión en tiempos de playa
Miles de cintas de colores como deseos en la obra de la brasileña Rivane Neuenschwander  Foto: Mara Sosti
Miles de cintas de colores como deseos en la obra de la brasileña Rivane Neuenschwander. Foto: Mara Sosti

Darío Palavecino

MAR DEL PLATA.- La cinta roja es una de miles que penden en la pared de la Sala 1, en el primer piso. "Deseo nunca perder la capacidad de desear", dice la ínfima pieza que cual pincelada forma parte del verdadero arco iris de colores y mensajes que es la obra de la brasileña Rivane Neuenschwander. Y resume en buena medida el espíritu de la nueva apuesta con la que el Museo de Arte Contemporáneo (MAR) inicia la temporada estival: Horizontes de Deseo se titula la tercera muestra de este espacio que anteayer cumplió su primer año con puertas abiertas.
Récord de público en las dos propuestas anteriores, con marcas indelebles en la historia y un dorado y gigante lobo de mar que Marta Minujín dejó como legado en el playón de acceso, el MAR se nutre otra vez de artistas argentinos y del exterior. Con ese sello de unir épocas distantes y estilos bien distintos, desde los óleos de Benito Quinquela Martín hasta "Poemas de almohadas" de Diana Aisemberg, una enorme pizarra que invita a participar, tiza de por medio, con una frase que resuma anhelos con ansias de realidad.
Horizontes de Deseo quedó habilitada ayer. "Hemos buscado unir lo excelso del arte con la reflexión, el juego que tanto tiene de artístico con el pensamiento profundo de quiénes somos", señaló Jorge Telerman, titular del Instituto Cultural, acompañado del gobernador Daniel Scioli.
Como ya ocurrió con El Espíritu Pop y El Museo de los Mundos Imaginarios, esta nueva exposición tiene como curador a Rodrigo Alonso. "Son obras que imaginan futuros posibles, pero que también exhiben el fruto de ideales cumplidos", resume.
Tres salas están atravesadas por el eje Desear-Proyectar-Construir-Transformar. El hall central de planta baja, que había sido exclusividad de Edgardo Giménez en las dos muestras anteriores, esta vez es de la obra Normal, de Martín Huberman, que con miles de broches de madera coloreados pende desde las alturas.
Neuenschwander y Aisemberg juegan como ningún otro con los deseos, alma y motor de esta muestra. Comparte con originales de los proyectos arquitectónicos de Amancio Williams, que conviven con una maqueta a escala de su Casa del Puente, joya del arte moderno.
En la Sala 2 la variedad atrapa y sorprende. Allí están los cuatro óleos de Quinquela Martín que llegaron a Mar del Plata: Fundición de hélices, Imágenes del crepúsculo, Arroyo Sarandí yMotivo de puerto. La Sala de espera de Ferrobaires fue de lo más comentado en la inauguración: instalación de Agrupación Boletos Tipo Edmonson (ABTE), se nutre de imágenes y piezas que aluden a Constitución Estación Norte.
Los paisajes del deseo se adueñan de la sala 3 con Charly Nijensohn, Nicolás Trombetta y Mariana Tellería. Allí asoma el criterio de monumentalidad y, como en toda la muestra, esa vocación de cambiar la realidad.


Fuente: lanacion.com

EL "PALACIO" DE NATALIO BOTANA

Secreta Buenos Aires. 
 
Está sobre la Avenida de Mayo y fue inaugurado en 1927 como sede del popular diario “Crítica”. Tenía gimnasio y peluquería.

Fachada del diario Critica de Natalio Botana (Luciano Thieberger)
   Fachada del diario Critica de Natalio Botana (Luciano Thieberger)

Por Eduardo Parise


Ahora es una dependencia de la Policía Federal. Pero sus paredes guardan los ecos del eco de la voz de gente valiosa en la cultura de la Ciudad y del país. ¿Qué gente? La lista puede ser interminable, pero se puede citar a Ulyses Petit de Murat, Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Conrado Nalé Roxlo, los hermanos Raúl y Enrique González Tuñón, Homero Manzi, César Tiempo y Francisco Loiácono, un hombre que empezó como ascensorista y en poco tiempo se convirtió en periodista y figura de la noche y el tango. El edificio está entreverado en medio de la rica arquitectura de la Avenida de Mayo, es un símbolo de lo que los especialistas llaman Art Deco y fue creado en 1926 como sede de Crítica, aquel diario fundado en 1913 por el uruguayo Natalio Félix Botana Miralles, que llegó a vender más de 300.000 ejemplares por día.
Lo inauguraron en septiembre de 1927 y su entrada principal está en el 1333 de la Avenida de Mayo, aunque también tiene acceso por Rivadavia 1330. Son siete pisos y la superficie construida ocupa más de 1.000 metros cuadrados. La obra fue pensada por los hermanos Jorge y Andrés Kalnay, dos arquitectos de origen húngaro que llegaron a Buenos Aires en 1920, cuando el barco al que subieron en Nápoles, creyendo que los llevaría a Estados Unidos, atracó en San Nicolás, a unos kilómetros de esta Ciudad en la que luego desarrollarían su talento. Dicen que Jorge proyectó el gran diseño y que Andrés aportó su creatividad para la espectacular fachada.
Lo cierto es que esa construcción fue desarrollada con un criterio moderno para los cánones de aquel tiempo. Y algunos afirman que la intención era hacer un contrapunto con el edificio del diario La Prensa, de estilo más clásico, que estaba a metros de Plaza de Mayo. En la planta baja del edificio de los Kalnay, de mayor altura que las demás, estaban las rotativas. Luego, en el primer nivel, se ubicaban los salones del directorio y en el siguiente la oficina de Botana, la biblioteca, el archivo y el salón de actos. En los otros pisos estaban las áreas de redacción, así como la administración y servicios complementarios tales como gimnasio, peluquería y un gran comedor. Hacia la calle Rivadavia se encontraban sectores públicos con consultorios médicos y jurídicos y hasta una biblioteca infantil. Eran de uso gratuito. Esto tenía relación con el criterio de Botana quien decía que ese “palacio” debía servir también para la gente común.
Tanto en el interior como en la lujosa fachada, se destacan figuras aztecas, incaicas y de origen precolombino. Se nota en las grandes estatuas que flanquean el imponente ventanal del frente y también en algunos pisos decorados con figuras del calendario azteca y de la Puerta del Sol de Tiahuanaco. Además, todo el interior estaba decorado con materiales de calidad como mármoles y maderas nobles. Y para remarcar su criterio moderno, el edificio tenía hasta un sistema para la detección y extinción automática de incendios. También se destacaban las gruesas puertas corredizas, hechas en bronce: dicen que evitaron alguna vez que el edificio fuera saqueado por cuestiones políticas.
Natalio Botana murió en 1941, tras un accidente automovilístico en Jujuy. Fue cuando su Rolls Royce cayó por un barranco. Tenía apenas 52 años. Desde aquel momento Crítica ya no fue lo que era. En medio de altibajos duró hasta 1962. De todas maneras quedó aquel “palacio” que él había soñado para ponerlo al servicio del pueblo, como repetía. Lo que también se mantuvo fue el prestigio de los hermanos Kalnay, quienes siguieron pensando y desarrollando otras construcciones que se destacaron y se destacan en la Ciudad. Como ejemplo se puede mencionar a otro “palacio” creado por Jorge Kalnay. Se denomina el Palacio de los Deportes y ocupa la manzana de las calles Lavalle y Azopardo y las avenidas Corrientes y Eduardo Madero. Para la gente es, simplemente, el Luna Park, monumento histórico nacional desde 2007.
Pero esa es otra historia.


Fuente: clarin.com