EL SIGLO DE CONDÉ NAST, EN PARÍS

Una mujer observa una fotografía de la exhibición "Papel brillante, un siglo de fotografía de moda de Condé Nast", el 27 de febrero de 2014 en el Museo Palais Galliera de París

Visitantes observan fotografías en la exhibición "Papel brillante, un siglo de fotografía de moda de Condé Nast", en el Museo Palais Galliera de París.
Una mujer observa una fotografía de la exhibición "Papel brillante, un siglo de fotografía de moda de Condé Nast", el 27 de febrero de 2014 en el Museo Palais Galliera de París



Personas observan una fotografía de la exhibición "Papel brillante, un siglo de fotografía de moda de Condé Nast", el 27 de febrero de 2014 en el Museo Palais Galliera de París


Fuente: AFP

AQUELLA INCREIBLE BÚSQUEDA EN LA CORDILLERA

La muerte de Carlos Páez Vilaró

Encabezó los esfuerzos por dar con el avión caído en los Andes, donde rescató a su hijo


    Carlos Páez Vilaró con su hijo Carlos Miguel Páez Rodríguez, cuando lo encontró vivo, entre los sobrevivientes de la tragedia de los Andes.



MONTEVIDEO (De nuestro corresponsal).- "Carlitos Miguel Páez, mi hijo. Carlitos Miguel Páez, mi hijo." Dos veces, porque el periodista le pidió que leyera todos los nombres dos veces. Así, Carlos Páez Vilaró leyó el nombre de su hijo que había estado perdido en los Andes durante dos meses y medio.
Estaba ahí, en Chile, porque nunca había perdido las esperanzas, pese a que las tareas de rescate habían concluido y todos creían que los jóvenes uruguayos que se habían accidentado en un vuelo hacia Santiago, adonde iban a jugar un partido de rugby, estaban todos muertos.Y cuando por la porfiada búsqueda de aquellos 16 sobrevivientes lograron avisar que estaban vivos y fueron rescatados, fue Páez el encargado de leer aquella lista. Para unos, la vuelta a la vida; para otros, la confirmación de la muerte.
Carlitos Miguel estaba en la lista de los sobrevivientes.
El 13 de octubre de 1972, el avión Fairchild Hiller FH-227 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló en la Cordillera con 45 personas a bordo. Ahí viajaban los jóvenes del equipo de rugby Old Christians, de Montevideo. Muchos murieron en el accidente y algunos, en las horas posteriores. Los 27 sobrevivientes esperaron el rescate en condiciones muy duras, por la falta de alimentos y por el frío.
La búsqueda no dio resultados positivos y a los 10 días los sobrevivientes escucharon por radio que los daban por muertos.
Tuvieron que buscar la forma de salir. Pero el paso de los días y un alud de nieve provocaron la muerte de varios más. Quedaron dieciséis.
Carlos Páez Vilaró no se rindió. Buscó ayuda de videntes, de rescatistas, no quería volver a Montevideo sin su hijo.
Pero nada, ni una señal.
Los que estaban en el avión sufrían el frío, el hambre y la imposibilidad de curar heridas.
En medio de la nieve, el único alimento que tenían estaba en el cuerpo de sus amigos ya fallecidos. Y luego de rodeos, decidieron hacerlo, mientras designaron a los que conservaban más fuerzas para salir a pedir ayuda.
Fernando Parrado y Roberto Canessa efectuaron un extraordinario esfuerzo, caminando en la montaña y entre la nieve, hasta que un día de diciembre lograron divisar a un arriero chileno. Parrado logró escribir un papel que tiró al otro lado con una piedra: "Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba y en el avión quedan 14 personas heridas".
Carlos Páez, sin saber de esto, ya se volvía para pasar la Navidad con su familia. Pero en el aeropuerto escuchó por los parlantes: "Atención, policía, detengan a Páez Vilaró". Era para avisarle que un arriero tenía datos de los "jóvenes de las montañas".
Salió a tomar un taxi y se dio cuenta de que no tenía dinero. El taxista no le cobró el viaje y le ofreció su billetera: "Tome lo que precise".
Pocas horas después, Carlos abrazaría a su hijo, muy desmejorado. El artista recuerda aquel momento indscriptible: "Entre Carlitos y yo estaba la luna que me miraba desde el cielo. Y yo le había chiflado detrás de la Cordillera, como para que supiera que estaba ahí"

Fuente: lanacion.com


Un símbolo del amor paterno



Carlos Páez Vilaró nunca se dio por vencido mientras buscaba desesperadamente a su hijo Carlos Miguel Páez Rodríguez, cuando el avión Fairchild de la Fuerza Aérea Uruguaya, que lo llevaba a Chile a jugar al Rugby, cayó en la Cordillera de los Andes, aquel 13 de octubre de 1972.

Para mí, todo un símbolo de lo que puede llegar a mover el amor paterno.
Compartí con Carlos Miguel Páez Rodríguez una muy querida tía abuela, una mujer singular, genial: Raquel Aldao de Rodríguez.
Raquel Aldao, una mujer de avanzada, entre otras cosas...
- Concibió la idea de filmar el primer largometraje argentino y armó su elenco, entre hermanos y amigos. Se trata de Amalia, sobre el texto original de José Mármol, que dirigió Enrique García Velloso y se estrenó en el Teatro Colón, en 1914. El importe que se recaudara por la venta de entradas, se destinaría a la meritoria Sociedad de Beneficencia de la Capital, una ONG de aquella época que mantenía grandes obras de caridad de aquí.
- Voló con Jorge Newbery en un precario y frágil avión Morane-Saulnier.
- Fue la segunda mujer oficialmente habilitada para manejar automóviles, después de tres hombres y otra mujer.
- Fue la primera campeona femenina de Golf del Mar del Plata Golf Club, en 1916.
- Bailó tango con el Eduardo de Windsor, Príncipe de Gales, cuando el heredero del trono británico visitó el país con su hermano el Príncipe Jorge, en 1925, en el Palacio Ortiz Basualdo, hoy sede de la Embajada de Francia en Buenos Aires. Años después, Eduardo iba a abdicar al trono británico para poder casarse con la estadounidense Wallis Simpson, que era divorciada.
- Etc.


Personalmente la vi a mi muy querida tía Raquel Aldao de Rodríguez en casa de su hermana Inés, mi abuela materna, escribirle una carta de pésame a su sobrina Madelón Rodríguez - primera mujer de Carlos Páez Vilaró - por haber creído que su hijo Carlos Miguel había muerto en el accidente aéreo de la Cordillera.
Después, por suerte, la aparición de Carlos Miguel con vida invalidó esa carta de pésame.

Carlos Páez Vilaró consultó a un famoso vidente holandés que dijo que veía que el avión se había estrellado contra la Cordillera, que se había deslizado por una pendiente blanca y que veía vida alrededor del avión caído.
Paéz Vilaró nunca abandonó la búsqueda de su hijo y esa búsqueda le dio la recompensa más maravillosa y más buscada: encontró a su hijo Carlos Miguel entre el grupo de sobrevivientes del accidente y de los terribles 72 días pasados en la Cordillera con posterioridad al accidente, hasta que el grupo pudo ser rescatado por helicópteros de la Fuerza Aérea Chilena.
Escuché en directo la conferencia de prensa que los sobrevivientes dieron por TV en la sede del Old Christians College de Montevideo a su llegada a la capital uruguaya.


P. L. B.

CON RÉCORD DE VISITANTES, CERRÓ LA MUESTRA DE MUECK

Arte / Atrajo a Más de 151.000 personas


Fue la exposición más convocante en la historia de la Fundación Proa; grandes citas para este año
Largas filas para ver las esculturas del australiano Ron Mueck, ayer, en el cierre de la muestra  Foto: Patricio Pidal / AFV
Largas filas para ver las esculturas del australiano Ron Mueck, ayer, en el cierre de la muestra.
Foto: Patricio Pidal / AFV
Por Evangelina Himitian  | LA NACIÓN

Faltaban apenas dos horas para que cerrara la exposición. De todas formas, la fila daba vuelta a la esquina de Pedro de Mendoza y Magallanes, con el colorido de las casas de La Boca como telón de fondo. La muestra del escultor Ron Mueck llegó ayer a su último día en Buenos Aires con todo un récord: fue visitada por más de 151.000 personas, un número sin precedente en la historia de la Fundación Proa y que se encolumna detrás del furor que despertó el año pasado Obsesión Infinita, la retrospectiva de la artista japonesa Yayoi Kusama en el Malba, a la que asistieron unas 206.000 personas.
En Proa estiman que, desde que abrió sus puertas, el 6 de noviembre último, la muestra del australiano hiperrealista atrajo multitudes, a un ritmo de 2500 visitantes por día.

"Esta cantidad de público y en la zona sur de la ciudad es todo un récord. La muestra desbordó nuestras expectativas. Y nos sentimos orgullosos de saber que no podría haberle ido mejor en la zona norte de la ciudad", asegura Adriana Rosenberg, directora de la Fundación.
El juego de miradas e ilusiones que proponen las nueve obras de Mueck no pasó inadvertido para los porteños. Pese al calor que castigó durante los últimos meses, miles de personas hicieron filas a diario en la puerta de la Fundación Proa para pasar por delante de aquellas esculturas de resina, fibra de vidrio y silicona.
Los personajes, salidos de la genialidad de Mueck, parecían interpelar a quien se parara adelante desde la soledad y el ensimismamiento de sus formas. ¿El perfil del visitante? Adultos de unos 40 años, acompañados en su mayoría por sus hijos pequeños, un público inusual para las presentaciones de Proa.


Largas filas para ver las esculturas del australiano Ron Mueck, ayer, en el cierre de la muestra.  Foto:  Patricio Pidal / AFV
Largas filas para ver las esculturas del australiano Ron Mueck, ayer, en el cierre de la muestra. 
Foto:  Patricio Pidal / AFV


"Nos encantó. Me habían hablado muy bien de la muestra. Pero tanto los grandes como los chicos lo disfrutamos. Eso sí, demasiada gente", apuntó Soledad del Rey, una de las tantas personas que ayer visitaron la exposición. Ella la recorrió junto a su marido, Esteban, y a sus hijos, Sebastián, de siete años y Rocío, de tres.
La relación entre grandes muestras de arte contemporáneo y convocatorias multitudinarias parece estar probada en Buenos Aires, a juzgar por lo que ocurrió en el último año.
En los próximos días, Malba redoblará su apuesta con In Your Face, una provocativa muestra del fotógrafo peruano Mario Testino que actualmente se exhibe en el Museum of Fine Arts de Boston, donde recibió más de 150.000 espectadores.
La exposición abrirá sus puertas el próximo 14 de marzo en Buenos Aires y promete convocar a una verdadera multitud. Radicado en Londres desde 1976, Testino es uno de los fotógrafos de moda y retratos más prolíficos de esta generación y ha expuesto su obra en las principales salas del mundo.
En la muestra podrán verse algunos de sus trabajos publicados en revistas como Vogue y Vanity Fair, o producciones hechas para firmas como Gucci y Versace. En total son 122 imágenes que van desde retratos de íconos de la cultura popular y la industria del glamour -Kate Moss, Nicole Kidman, Mick Jagger, Madonna, Lady Gaga, Brad Pitt, David Beckham, entre ellos- hasta una serie de tomas autobiográficas.
La de Testino será la primera de las tres grandes apuestas de Malba para este año, con las que esperan superar su marca histórica de 400.000 visitantes al año.
Le seguirá en julio próximo Le Parc Lumière, con las obras cinéticas del mendocino Julio Le Parc, que actualmente se están presentando en Casa Daros, en Río de Janeiro.
En octubre, llegará al Malba la tercera gran promesa del año: Juanito y Ramona, de Antonio Berni, que en noviembre último se presentó en el Museum of Fine Arts de Houston y que propone un recorrido por más de 170 obras creadas entre 1956 y 1978, provenientes de la familia del artista y de importantes colecciones públicas y privadas de la Argentina, Estados Unidos, España y Bélgica.
En esos años, Berni produjo más de 250 obras con los personajes Juanito Laguna y Ramona Montiel, para retratar a la sociedad posindustrial argentina. Juanito es hijo de campesinos inmigrantes y se muda a la ciudad en busca de una vida mejor, pero termina en una villa miseria. La selección de obras lo mostrará celebrando la Navidad, aprendiendo a leer, remontando un barrilete, jugando, nadando en una laguna con su perro, llevándole comida a su padre a la fábrica. Su mundo está compuesto por retazos de tela, hojas de metal, latas, contenedores plásticos y desechos industriales.
Ramona nació cuando Berni vivía en París, a comienzos de los 60. Es una mujer joven y humilde que se prostituye para acceder a la poderosa elite social y política.
Poder reunir casi el 70% de la producción de Berni sobre Juanito y Ramona demandó un gran trabajo de curaduría por parte de Mari Carmen Ramírez, del Centro Wortham de Arte Latinoameriano, y Marcelo Pacheco, curador jefe del Malba hasta junio último.
La muestra promete atraer nuevamente una multitud.
La Fundación Proa también redobla su apuesta para 2014, con la muestra que abrirá el 22 de marzo próximo: una retrospectiva del artista alemán Joseph Beuys compuesta por 110 objetos, pinturas, dibujos y videos que registran sus performances. La muestra fue organizada por la Galerie Thomas Modern de Munich en colaboración con el Instituto Plano Cultural de San Pablo y la Fundación Proa.
La visita del británico Richard Long, referente del land art , al Faena Arts Center se suma a la promisoria agenda que tendrá el arte durante este año. La obra de Long se caracteriza por utilizar únicamente materiales naturales, como piedras, madera, polvo o ceniza, en sus instalaciones, todos objetos hallados "en el camino". Muchas otras veces sólo se limita a dejar la huella de sus pisadas en paisajes como los Andes bolivianos, Alaska o el Kilimanjaro y tomar un registro. En julio visitará el Faena para proyectar su próxima obra site-specific.


El arte, medido en visitantes

Algunas de las muestras más convocantes
  • 151.598
    Ron Mueck

    El contador de la página de la Fundación Proa alcanzó ayer ese número. Un número nunca visto en el museo de La Boca.
  • 206.000
    Yayoi Kusama

    La obra de la mayor artista japonesa viva produjo una verdadera revolución en el Malba, el año pasado. Las largas filas siguieron hasta el último día.
  • 196.000
    Andy Warhol

    En febrero de 2010, se marcó el récord anterior del Malba: fue en la muestra de Andy Warho
    l.

Fuente: lanacion.com

EL PAYADOR QUE 150 AÑOS DESPUÉS SIGUE DANDO QUE HABLAR

Gabino Ezeiza nació en 1858 y de la mano de la improvisación y la guitarra hizo historia.
En su honor existe en el país el Día del Payador







De traje. Hijo de un esclavo de raza negra, vivió siempre en Buenos Aires.

Por Eduardo Parise

Algunos historiadores fijan su fecha de nacimiento el 3 de febrero de 1858. Otros, el 19 de febrero de ese mismo año. De lo que no hay duda es que Gabino Jacinto Ezeiza, nació en una modesta casa de Chacabuco al 200, en el barrio de Monserrat, por lo que era bien de esta Ciudad que después lo iba a convertir en un ídolo. Ahora, más de un siglo y medio después, su imagen de cantor popular sigue intacta aunque su nombre no le diga mucho a las nuevas generaciones.
Gabino era hijo de Joaquín Ezeiza y de Joaquina García. Lo curioso era que siendo de raza negra tuviera ese apellido europeo. La explicación no tiene misterios: su padre había servido a la familia Ezeiza y, como muchos herederos de viejos esclavos, lo había incorporado a su identidad. El primer vasco con ese apellido que llegó a estas tierras fue Jerónimo Antonio de Ezeyza Urrutume e Irazábal Pagola, un hombre nacido en Albistur, provincia de Guipuzcoa. Fue entre 1740 y 1770. Y seguramente alguno de sus descendientes fue quien contó al papá de Gabino como sirviente.
Lo cierto es que desde muy chico, el negrito Gabino se entreveró en las pulperías de su barrio y de San Telmo. Huérfano desde pequeño (su padre, como tantos de su raza, murió en 1867 en la guerra con Paraguay; su mamá había muerto un par de años antes), en esas pulperías conoció a Pancho Luna, un pardo anciano quien le enseñó los rudimentos de la guitarra.
Después de haber pasado por publicaciones de su comunidad (firmaba con el seudónimo de “Liberato” y hasta fue director literario del semanario La Juventud) Gabino Ezeiza optó por dedicarse al canto en forma permanente. Tenía poco más de 20 años, vivía en San Telmo y, aunque figuraba como de profesión jornalero, ya se perfilaba como payador. Su calidad de orador, capaz de improvisaciones impactantes, hacía que la gente lo siguiera en cada presentación.
Desde 1880 en adelante, su fama de gran improvisador y filoso contrincante en los contrapuntos, lo llevarían a la mayor popularidad. Sus enfrentamientos verbales con Nemesio Trejo, Pablo José Vázquez o Pedro Vázquez (dicen que lo enfrentó dos veces y en ambas Gabino fue derrotado) lo hacían figura. Pero para los historiadores, el mayor logro de Ezeiza fue cuando en esos choques de palabras venció a Juan de Nava, un payador uruguayo, a quien enfrentó en Montevideo. Fue el 23 de julio de 1884, en una cancha de pelota de la calle San José, entre Quareim e Ibicuy. Cuentan que más 300 personas se agolparon para ver esa tenida, consagratoria para Gabino. Por ese hecho, en la Argentina, se considera al 23 de julio como “El Día del Payador”.
Además, de sus muchas visitas a Uruguay quedaría aquel famoso saludo a Paysandú ( “Heroico Paysandú, yo te saludo / hermano de la patria en que nací / tus hechos y tus glorias esplendentes / se cantan en mi patria como aquí” ). Y también se haría leyenda su militancia política, primero en las huestes de Leandro Alem (Gabino participó en algunos enfrentamientos de la Revolución del 90 y hasta terminó preso) y después con Hipólito Yrigoyen. Curiosamente, Ezeiza murió a los 58 años en su casa del barrio de Flores el 12 de octubre de 1916, el mismo día en que Yrigoyen asumía su primera presidencia. Como herencia, quedarían diez hijos de su matrimonio con Petrona Peñaloza, al parecer bisnieta del “Chacho”.
Su fama de guitarrero payador y cantor siempre dijo presente en conocidos boliches de la Ciudad. Así lo vieron por ejemplo en el Café Oviedo, de Mataderos, o en el Café de los Angelitos, en Rivadavia y Rincón, donde cuentan que compartía mesa con Carlos Gardel y José Razzano. También grabó algunos discos con acompañamiento al piano de Manuel Campoamor. Este hombre está considerado entre los pioneros del tango. Y tal vez su obra más conocida sea el tango “La C…ara de la L…una”, dedicado a chicas que trabajaban en prostíbulos. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

MURIÓ EL ARTISTA URUGUAYO CARLOS PÁEZ VILARÓ

Tenía 90 años. Falleció en Casapueblo, su legendaria creación ubicada en Punta Ballena, a 13 kilómetros de Punta del Este.

Páez Vilaró y una autobiografía para seguir viviendo

ÁFRICA. CON ALBERT SCHWEITZER.








En su Casapueblo, el jueves al atardecer (no podía ser de otra manera, la puesta del sol en ese rincón del Uruguay es famosa) el pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró presentó Posdata , su autobiografía de casi 400 páginas. con fotos, editada por el sello Aguilar.
Allí el pintor y gran viajero deja constancia de algunas de las máximas que lo han guiado. Por ejemplo: “No recular nunca, no dejarse vencer por las contrariedades, responder con una sonrisa a las ofensa, enfrentar con optimismo los contrastes, desvestirse de arrogancia, optar por el camino de la humildad, actuar sin aspirar a una medalla’’.
Para darle la bienvenida a este libro, la tradicional construcción blanca y multiforme enclavada en los acantilados de Punta Ballena, se vistió de fiesta. Y a ella concurrieron más de 300 personas, entre amigos, admiradores, turistas curiosos y personalidades de ambas márgenes del Plata, como el escritor Mario “Pacho” O’Donnell, el periodista Enrique Llamas de Madariaga, el técnico de la selección uruguaya de fútbol, Oscar Tabárez, y el ministro de turismo de Uruguay, Héctor Lescano.
Para describir sus 88 años de vida, Paéz Vilaró debió bucear en su memoria y en los muchos papeles de viaje y otras anotaciones donde fue plasmando su particular forma de ver el mundo. “La posdata es el suspiro final de una confesión que nos habilita a recuperar de nuestra memoria algo que quisimos decir y se nos pasó de largo. Es la chance que se nos abre al terminar una carta para sumarle todo aquello que se escapó de nuestra concentración”, afirmó el artista, desde el “escenario” armado al lado de la piscina. “La vida no es otra cosa que una excusa para encontrar la manera de vivirla. Por eso, recargo las pilas y avanzo hacia el misterio”.
Antes de pedir perdón a los libreros por ocupar anaqueles de sus locales sin ser escritor, y de invitar a los presentes a su tradicional Oda al sol , Páez Vilaró pidió al público que no tomara a Posdata como una despedida, “porque amo la vida, y quiero seguir viviendo”, enfatizó.
Antes de finalizar la presentación, la editora Ana Laura Lissardy, contó que en una de las varias charlas que había tenido con Páez Vilaró, él le contó que en muchos momentos, cuando la inspiración no le fluía, para que volviese, escuchaba la canción Un uomo navigato , del italiano Roberto Vecchioni, a quien no conocía. “Vecchioni lo quiere saludar”, le dijo Lissardy, ni bien terminó de sonar la canción. Y en una pantalla apareció el cantautor hablándole a Páez Vilaró, quien no pudo ocultar su sorpresa y emoción.
No es para menos; este es el hombre que escribió: “`Un día decidí partir por el camino del sol en busca del arte y, si bien éste me rozó, siento que aún no he logrado tocarlo”.

Fuente: Revista Ñ Clarín

LA GRACIA Y LA MALICIA,
UNIDAS EN UN MATRIMONIO FASCINANTE

Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo
 

En el año del centenario del escritor, reproducimos una extraordinaria entrevista que ambos concedieron juntos a la revista Claudia, en 1983, rescatada ahora por Ernesto Montequin para la edición de El dibujo del tiempo, libro que Lumen distribuirá en marzo y que incluye textos inéditos de Ocampo, de los que aquí se ofrece una selección

 Foto: Pepe Fernández
Foto: Pepe Fernández



Por Hugo Becaccece

Tienen la belleza, la fascinación y la crueldad de lo perfectamente acabado, de todo aquello que por su plenitud se basta a sí mismo. Después de haber estado con ellos, cualquier conversación resulta insípida, pesada, vulgar, como si uno hubiera abandonado una región iluminada por un sol perpetuo para pasar a una comarca cubierta por las nieblas. Probablemente haya otros matrimonios literarios en el país, pero, sin duda, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo forman la pareja más talentosa e imaginativa de la Argentina.

Ella es autora de poesías memorables y de cuentos llenos de gracia, de malicia y de perversidad. La palabra "perversidad" seguramente aparecerá varias veces en esta nota, pero en el sentido en que se aplica a las travesuras -a menudo infernales- de los chicos. Porque sobre todo Silvina ha hecho un culto de su personaje de "ingenua" terrible, capaz de los gestos más tiernos, pero también más complejos, en los que nunca falta una veta de ironía, de burla. Es el mismo espíritu que se encuentra en su primer libro Viaje olvidado (1937) y después en Enumeración de la patria, Espacios métricos, Autobiografía de Irene, La furia, Las invitadas, Lo amargo por dulce.

Él irrumpió con la fuerza de un meteoro en la literatura nacional tras la publicación de La invención de Morel (1940), una novela fantástica que suscitó el deslumbramiento de sus colegas argentinos y extranjeros. Después Plan de evasión, El sueño de los héroes, El lado de la sombra, El gran serafín, Diario de la guerra del cerdo -llevado al cine por Torre Nilsson-, así como los libros escritos en colaboración con Jorge Luis Borges con el pseudónimo de Bustos Domecq, confirmaron que, junto con Borges y Silvina, su mujer, forman el trío de escritores más brillantes de la Argentina.

Cuando se los trata, se comprueba que son lo que los franceses llaman charmeurs. Compiten en rasgos de ingenio, en demostraciones de simpatía, en gestos corteses, que alternan de tanto en tanto con abruptos llamados a la realidad. Silvina es una de esas autoras cuya obra coincide con su personalidad como la piel con el músculo de un atleta. Porque Silvina ejerce sobre quien hable con ella el mismo poder hipnótico de sus cuentos y poesías. Así como es difícil dejar de leerla, una vez que se empezó, también cuesta despedirse de ella porque es imposible cansarse de sus ocurrencias, de sus tonos de voz tan deliberadamente infantiles, de ese candor espontáneo que es el resultado de años de cuidadoso ejercicio.

Pero así como es un placer hablar con ellos, entrevistarlos puede ser un complicado proceso. Los Bioy odian las entrevistas; detestan dejarse tomar fotografías; aborrecen la publicidad, la promoción, es decir, todo aquello que la mayoría de sus colegas acepta con resignación o que también buscan desesperadamente. Obtener de ellos una corta charla destinada a la publicación es el fruto de infinitas llamadas telefónicas, de reticencias, diplomacia, sonrisas, negativas, dudas. Es el estilo de la casa: juguetón, inquietante, lleno de imprevistos sabiamente calculados como una vertiginosa vuelta en la montaña rusa. Eso hace muy difícil que se les pueda hacer un reportaje de manera tradicional. No quieren grabadores, tampoco les gusta mucho que se tomen notas: en suma, hay que librarse a la buena memoria, la observación y seguir con aparente despreocupación el hilo meandroso, encantador, de sus razonamientos y descripciones.

Esa noche de primavera, en el piso que ocupan en la calle Posadas, comenzamos hablando de los espectaculares de televisión dirigidos por Boyce Díaz Ulloque en los que se verán dos adaptaciones de cuentos de Silvina y dos de Bioy.

Adolfo Bioy Casares: -Boyce es amigo personal nuestro y se ha tomado un enorme trabajo para llevar a la televisión esos relatos. Además se ha ocupado desde la ropa, la música y la elección de exteriores hasta los más mínimos, minuciosos detalles.

-Tanto tus cuentos como los de Silvina son muy cinematográficos. Por otra parte, vos sos un aficionado al cine y a la fotografía. Tus fotos siempre fueron muy celebradas.

ABC: -Alguna vez declaré: "Me gustaría que el fin del mundo, si llega, me encuentre en una sala de cine". Me agrada que me cuenten historias.

Silvina Ocampo: -Adolfito es un espectador muy paciente, muy fiel. Ve todas las películas hasta el final. Yo soy más inquieta. Cuando estoy en el cine, de pronto, me doy cuenta de que en realidad me gustaría haber ido al día siguiente. Entonces me levanto y me voy. Me digo: "Mañana vengo". Y no es cierto. Mañana no voy. Y cuando voy, que no es mañana, me ocurre otra vez lo mismo. Yo siento que el cine y la televisión me esterilizan, me quitan inspiración, me dispersan.

ABC: -Sin embargo hay películas que te gustaron mucho, El desierto de los tártaros, Fama, los filmes de Buñuel.

-Bioy, algunos de tus libros fueron llevados al cine, como La invención de Morel, Diario de la guerra del cerdo, Invasión, que escribiste en colaboración con Borges; ¿qué te parecieron esas versiones?

ABC: -No he tenido demasiada suerte con ellas. Me acuerdo que un grupo francés hizo La invención. para televisión. Yo estaba en ese entonces en París y cuando la proyectaron la vi en el aparato de los dueños del hotel donde me hospedaba. Me acuerdo de que, en una habitación bastante chica, estábamos el matrimonio de propietarios, un hijo, yo, y creo que alguna otra persona. Fue muy incómodo. A medida que transcurría la acción ellos se fueron aburriendo. Se levantaban, iban a la cocina, volvían. Yo me sentía inclinado a pedirles disculpas, a decirles que si querían podían irse. Ellos trataban de ser gentiles.

-¿Por qué no hiciste personalmente la adaptación de los cuentos que dirigió Díaz Ulloque?

ABC: -No sé hacer ese trabajo. En algún momento de mi juventud, debo de haber fantaseado hasta con la posibilidad de dirigir. Pero esa tarea no es para mí. Hay que ser muy organizado y saber mandar. Yo detesto dar órdenes. Me parece una falta de respeto.

-¿Cuándo empezaste a escribir, Silvina?

SO: -Mi carrera literaria se la debo a Bioy. Fue él quien me introdujo a la literatura. Siempre me había gustado leer y también escribir. De chica, redactaba unas cartas larguísimas. Muchos de mis cuentos son cartas. Pero, cuando era más joven, quería ser pintora. Estudié con distintos maestros, uno de ellos fue Giorgio De Chirico. Escribí una poesía sobre él: "Giorgio De Chirico, yo fui su alumna/ recuerdo el perfil griego y la mañana/ y el cielo de París en la ventana/ donde soñó el espacio y la columna".

-¿Y vos, Bioy?

ABC: -Mi primer libro lo terminé a los seis años. Era una novela de amor dedicada a mi prima. Se llamaba Iris Margarita. Después terminé varias novelas más. Toda mi producción hasta La invención de Morel es un horror: Prólogo (1929); 17 disparos contra lo porvenir, Caos, Vanidad, La estatua casera, y otros más. Yo insistía en publicar para castigo de mis amigos. Ellos me consideraban un buen muchacho, pero yo les infligía novela tras novela.

Alguno, más sincero, llegó a decirme: "¡Adolfito, caramba, qué cosas escribís!". Con La invención. decidí intentar otro sistema de escritura. Quise hacer una novela que no tuviera nada que ver conmigo. Transcurre en el trópico, en una isla, en ambientes que nunca fueron los míos. Traté de evitar las frases largas que siempre llevan a equivocarse, tienden a ser pesadas. Intenté desaparecer de la obra. Hasta ese momento estaba demasiado ansioso de demostrar que sabía escribir muy bien, que manejaba un vocabulario extenso, que tenía conocimientos de matemática, de filosofía, de historia. Fui más simple, lo que me llevó mucho más tiempo y trabajo. Así fui aprendiendo.

-A vos y a Borges siempre les ha interesado la matemática. ¿De dónde nace esa afición?

ABC: -En los primeros años del colegio secundario yo era muy mal alumno. Por fin mis padres me pusieron un profesor de aspecto muy especial: gran melena, frente ancha, corbata lavallière. Era la típica imagen de los poetas y socialistas de principios de siglo. Con él me puse al día y me convertí en el mejor alumno de matemática del colegio. Después llegué a leer Principia Mathematica, de Russell. Pero hoy me he olvidado de todo lo que sabía de fotografía. Eso me ha enseñado que en la vida no se conquista nada definitivamente.

El amor, la literatura y los perros


-Silvina, ¿cómo conociste a Bioy?

SO: -En realidad, yo me enamoré de Áyax, su perro. Era precioso. A mí no me gustaban mucho los perros, prefería los gatos. Pero Áyax, el perro de Bioy, sí me gustaba. No había otro como él. Después Bioy me ayudó a comprender a los perros. Y los amé. Los perros nos acompañaron toda la vida. Áyax es muy fiel: casi se suicida por Adolfito. Una vez estaba en la planta baja de su casa, un servidor fingió atacarlo para ver la reacción de Áyax, y el perro por poco se tira del balcón del primer piso para defenderlo. Después tuvimos muchos perros. Diana fue una de mis preferidas, murió hace poco.

-¿Qué fue lo que te atrajo de Silvina, Bioy?

ABC: -Me deslumbró su inteligencia. Ella tiene una personalidad tan compleja, tan rica, y yo soy tan elemental, tan simple.

SO (indignada): -¡Ay, qué respuesta tan convencional, Adolfito! ¡Qué van a decir tus lectores! ¡No es cierto que te enamoraste de mi inteligencia!

ABC: -Pero sí, es verdad. A mí las entrevistas no me gustan por este tipo de cosas. Es como si uno mostrara unas míseras moneditas -la vida de uno, al fin y al cabo- y les diera enorme valor. O al revés, se dice lo que para uno tiene mucha importancia, y eso resulta una nimiedad para otros. Quizá se deba a que soy muy tímido.

-Los tres somos muy tímidos, probablemente.

SO: -¡Ah! Entonces ahora yo voy a hacer algunas preguntas. Vos, Hugo, ¿cuándo empezaste a ser tímido?

-No recuerdo ninguna fecha precisa.

SO: -¿Y vos, Adolfito?

ABC: -Yo he vivido avergonzado.

SO: -En cambio, yo me acuerdo perfectamente del momento en que empecé a ser tímida. Tenía cuatro años. Estaba en París en un restaurante acompañada por mi institutriz. Ella le aseguraba al maître que yo sabía leer y escribir "arveja", que en francés se dice petit pois. Y yo, en vez de escribir esa expresión puse petitpipi. Toda la gente se echó a reír a los gritos. Me pareció que se burlaban de mí. Desde entonces soy tímida.

-¿Cuándo se casaron?

ABC: -En el 40, cuando apareció La invención de Morel. Éramos novios desde hacía mucho tiempo. Estábamos en el campo y se nos ocurrió casarnos, así que subimos al coche y fuimos al pueblo para hacerlo. Recuerdo que en el camino nos encontramos con un amigo. Nos preguntó: "¿Adónde van?". Le respondí: "Nos vamos a casar". Y él contestó: "Espérenme. Voy a buscar unos rifles y los acompaño". Pensó que íbamos a matar perdices.

-La amistad de Borges con ustedes ha marcado la vida y la obra de los tres. ¿Cómo lo conociste, Bioy?

ABC: -En casa de Victoria Ocampo. Simpatizamos. Yo tenía que escribir la publicidad de un producto; un trabajo que alguien me había conseguido. Entonces me fui a trabajar al campo junto con Borges. Y allí planeamos hacer cuentos en colaboración.

-¿Y de dónde proviene la pasión de los tres por la literatura fantástica?

SO: -De la literatura inglesa. Nosotros pusimos de moda la literatura fantástica en la Argentina, así como pusimos de moda la novela policial. Adolfito me convenció de que escribiera con él una novela policial a pesar de que no me sentí dotada para ese género. Pero él me dijo que si uno quería adquirir oficio debía escribir de todo. Y lo hicimos.

ABC: -Yo me obligo a escribir todos los días. Me obligo a versificar, aunque no publique esos poemas. También escribo piezas teatrales, además de mis cuentos y de mis novelas. Tengo la suerte de poder mantener en suspenso varias obras a la vez, y pasar de la una a la otra sin inconvenientes. Ahora tengo pendiente la terminación de varias novelas y cuentos. El perjurio de la nieve, que Torre Nilsson hizo en cine con el título de El crimen de Oribe, se me ocurrió una noche por la calle mientras caminábamos con Borges. Yo le conté el argumento. Y él me dijo que era una buena idea, pero muy difícil de escribir. Pasaron años hasta que lo hice. Durante una enfermedad, mucho tiempo después de esa madrugada, me desvelé y me puse a escribirlo. Esa posibilidad de tener en redacción varias cosas simultáneamente me hizo más fácil la vida. Porque yo no sólo he escrito. La ambición más querida de mi juventud era ser campeón mundial de tenis. También fui capitán del equipo de rugby de mi club. Por vanidad, por el gusto de ser capitán. Pero después no se me ocurría qué hacer, qué instrucciones impartir. También me gustaban y me gustan los caballos, los amigos, las lecturas y, por supuesto, las chicas. El campo también me agradaba mucho, pero desde el punto de vista estético. No me ocupo de la administración de los míos. Te repito: no sabría dar órdenes. Si tuviera que despedir a alguien, sufriría horriblemente.

Los gnocchi prohibidos


Hemos pasado al comedor, como la naranja de las canciones de María Elena Walsh. Mientras Bioy llena las copas de champagne, Silvina trae primero una bandeja con una corona de arroz y una crema de espinacas. Después de aconsejarme que eche todo el queso posible sobre esa combinación, me aclara que no le gusta el arroz; por eso, trata de disimular su sabor. Cuando le comento que el arroz es uno de mis alimentos preferidos, Silvina me mira con una expresión casi de horror. Un espanto que aumenta cuando me sirvo por segunda vez. "Ponele más queso, por favor, que me impresiona verte comer eso", ruega. Unos minutos después, un pollo sucede al arroz. Entonces comento: "De saber que había un segundo plato, no me hubiera servido dos veces del primero. Es mucho". Y Silvina le enrostra a Bioy:

SO: -Si yo te digo, Adolfito, que le servimos mucha comida a la gente. Una vez casi perdemos una amistad por esa insistencia en atosigar a las visitas con comida.

-En el libro Encuentros con Silvina Ocampo, de Noemí Ulla, hablás bastante de la comida. Un tema frecuente en tu obra.

SO: -La comida es importante en la vida de todos. Si los personajes no comen, se mueren. Escribí algunos cuentos en que debí hacer descripciones de muchos platos. En "Los amantes", por ejemplo, ya se me habían acabado las recetas de tortas y no sabía a quién acudir para agregar más detalles. A mí me encantan los crêpes hechos por los franceses. (A esta altura ya había llegado a los postres.) Estos crêpes de mi cocinera española son ricos, pero salieron más gruesos de lo que a mí me gustan. Hay muchos que los prefieren así. Una vez en casa de la señora de X, comí unos panqueques horribles. Eran tan raros. Uno tenía la impresión de estar mascando neumáticos. La cocina siempre me interesó. Pero en esta casa tienen éxito las comidas que salen mal. En una época yo hacía un budín de dulce de leche riquísimo. No te imaginás: era perfecto, sin grumos. Pasaba inadvertido. Hasta que un día me salió mal y todos empezaron a pedírmelo. Desde entonces, como te imaginás, me aplico para que me salga mal. Lo mismo me sucede con las gelatinas. A mí me gustan temblequeantes como deben ser. Pero a los demás les agradan durísimas.

Mi inclinación por la cocina se remonta a la infancia. Adolfito dijo que a los seis años había escrito su primera novela. Yo, a los cuatro, hice un aporte considerable: inventé los gnocchi. Era la menor de mis hermanas. Recuerdo que un día estaba con una de ellas, Pancha, junto a un fuego. Era algo que no me estaba permitido. Entonces con unas basuritas y harina me puse a amasar, y así me salieron los gnocchi. Yo no sabía que se llamaban así y pensaba que eran una creación. Los gnocchi eran mi invento prohibido, el resultado de una transgresión. Había tantas cosas que no se podían hacer en mi niñez. Todo es distinto para los chicos de hoy. Les están permitidas muchas cosas. Mis tres nietos, por ejemplo, aprovechan que este departamento es grande para jugar al tenis aquí, sin ir ala plaza. Se la pasan peloteando contra las paredes. Todo eso es bastante cómodo para los padres y para los abuelos. Uno no tiene que salir tanto a la calle para pasearlos. Las que sufren son las paredes.

Se había hecho tarde. Acordamos entonces encontrarnos dos días después para conversar con Boyce Díaz Ulloque sobre el ciclo de televisión. Todavía no habíamos tocado un punto crucial, dramático, decisivo: las fotografías. Ya dije que Silvina y Bioy detestan que les tomen fotos. Por eso, dos días después, resolví aparecer acompañado por el fotógrafo sin prevenirlos, como si lo hubiéramos convenido desde siempre. Y el milagro se produjo.

La púdica, la rebelde Silvina se acercó al equipo fotográfico y, como una chica atraída por las lentes, por los dispositivos, por el flash, tomó la cámara en la mano, me enfocó, pidió explicaciones sobre los distintos mecanismos y, dócilmente, guiada por la cortesía de Antonio Capria, posó con la aplicación de una modelo: ensayó poses resignadamente, suspiró, se arregló el pelo, sugirió algunas tomas. Boyce Díaz Ulloque y el mismo Bioy Casares asistían impresionados a esta metamorfosis. Más tarde, entre risas y reproches merecidos, Silvina confesó: "Me sentí tan aterrorizada ante esa máquina que lo acepté todo. Me interné en ese mundo de horror, hice todo lo que me dijeron, para terminar de una vez con esa tortura". Adorable e imprevisible Silvina, tan adorable e imprevisible como sus cuentos y poesías..

Fuente: ADN Cultura La Nación

"SENSING SPACES" EN LA ROYAL ACADEMY DE LONDRES


"Sensing spaces" Arquitectura en vivo y en directo , siete arquitectos ,  entre ellos , Alvaro Siza y Eduardo Souto de Moura , recrean un espacio  a escala 1:1 en la Royal Academy de Londres / AFP PHOTO


 








Fuete: ARQ HD Clarín