El estilo que se destaca en la Ciudad se encuentra en múltiples puntos importantes, inclusive en la necrópolis más antigua.
ART NOVEAU. La bellísima bóveda que recuerda a Rufina Cambaceres en la Recoleta (David Fernández). |
Por Berto González Montaner *
Días atrás la Asociación Art Nouveau de Buenos Aires (AANBA) presentó un proyecto para que la Ciudad sea declarada Capital Latinoamericana del Art Nouveau. Una propuesta que para el arquitecto Luis Grossman, decano del periodismo de arquitectura en la Argentina y hoy director general del Casco Histórico, es “una misión justa”. “La Confitería El Molino o la Galería Güemes fueron primicias para toda Latinoamérica. Buenos Aires fue vanguardia en el tema arquitectónico”. La AANBA acompañó la iniciativa con el lanzamiento de un mapa que identifica 50 edificios representativos de esa corriente estilística y organiza cinco recorridos para visitarlos: los circuitos San Telmo, Recoleta, Balvanera, Congreso y Centro.
“El objetivo es difundir estas construcciones, para que de esa manera sean revalorizadas y preservadas, posicionándolas como un bien cultural que pertenece a todos”, señala Willy Pastrana, presidente de esa entidad.
Entre los edificios incluidos hay algunos muy conocidos, como los ya mencionados o el Yatch Club Argentino, el Palacio Barolo y el Club Español. También hay otros menos nombrados, como la Casa Calise, el Palacio de los Lirios o el de los Pavos Reales. Pero lo cierto es que el Art Nouveau en sus diversas versiones, Liberty, Floreale, Jugendstil, Modernista (según el país de origen), no solo dibujó los frentes de los edificios de la nueva burguesía inmigrante. También inundó con “su festival de formas, sus curvas látigo, sus bajorrelieves con floras y faunas exóticas, con cuerpos semidesnudos y con transparencias, texturas y colores los interiores de las casas de barrio: los picaportes de sus puertas, el dibujo de sus carpinterías, las cerámicas de sus zaguanes, las arañas, veladores, los muebles y el diseño de los más variados objetos domésticos. Y no solo eso, hasta dejó su huella inconfundible en los cementerios, esas ciudades en miniatura que son un compendio de las modas arquitectónicas que se disputaron el gusto de la gente a lo largo del tiempo.
El cementerio de la Recoleta, ex Cementerio del Norte, el más antiguo que se conserva en la Ciudad, depara no pocas sorpresas. Si uno lo recorre atentamente va a encontrar gran cantidad de bóvedas Art Nouveau. Curiosamente, muchas de estas construcciones parecieran haber salido de un catálogo que tendría un modelo base y opcionales con diseños que se irían complejizando según las aspiraciones de las familias. En estas criptas, muchas firmadas por Hermanos Ferro Construcciones, con una estructura formal similar pueden variar las reparticiones curvilíneas de la puerta de acceso, de hierro ojival; la profusión de “enredaderas” que trepan por sus fachadas; o la calidad y nobleza de los materiales utilizados, desde el revoque símil piedra a los mármoles y granitos.
Pero, si estas tumbas llaman la atención por sus similitudes, por su estandarización, por su anonimato; la famosa bóveda de Rufina Cambaceres en la Recoleta sorprende justamente por su singularidad: por su impactante arquitectura y su asombrosa e intrigante historia.
Cuentan que el día en que Rufina Cambaceres cumplía sus 19 años, el 31 de mayo de 1902, la encontraron desvanecida en su cuarto, sobre la cama. El médico que la revisó la declaró muerta. Así fue que inhumaron a la bella joven, hija del escritor Eugenio Cambaceres y de la bailarina italiana Luisa Baccichi, en la capilla del cementerio. Al día siguiente el personal encontró el ataúd desplazado. Los familiares pidieron abrir el cajón y hallaron que el rostro de Rufina estaba rasguñado, las manos amoratadas y sus uñas marcadas en el féretro. Rufina había sufrido un ataque de catalepsia para luego morir de asfixia y desesperación.
La desgarradora historia se encuentra bellamente reflejada en la bóveda y escultura que los Cambaceres hicieron construir en la Recoleta al escultor alemán Richard Aigner, que inmortalizó en mármol a la joven Rufina apoyando suavemente su mano sobre el picaporte de la puerta de la bóveda. Esta joyita se encuentra en una destacada esquina del cementerio. Es del más puro Art Nouveau, de la versión estilo látigo. Sobre la ochava está la gran escultura y sus frentes de mármol blanco están adornados profusamente con tallos, hojas y capullos. A sus costados otras dos puertas de hierro negro son el acceso a la bóveda familiar y al ataúd de Rufina.
Como decía el arquitecto e historiador Federico Ortíz, el Art Nouveau “tocó todo el ambiente humano, desde la ciudad a la cuchara”. En mi casa, las mayólicas del zaguán son Art Nouveau. Son de color verde y tienen en contraste el dibujo de unas flores bien características. ¿Y saben quién es mi vecino? Rufino, pariente de sangre de la mismísima Rufina Cambaceres.
Fuente: Revista Ñ Clarín