El pintor cordobés Antonio Seguí reside en Francia desde hace 50
años. Eligió quedarse, resultado de una decepción -según cuenta- por el
maltrato que él y su obra recibieron en su tierra natal.
Antonio SeguíEl mensaje. “Una vez que el cuadro esta hecho, me interesa que cada espectador se construya su propia historia con esa imagen”, dice Seguí.
Paris. Corresponsal
Por María Laura Avignolo
El Maestro cordobés Antonio Seguí ha decidido que París es el
lugar donde va a vivir para siempre. Al cumplir 50 años en esta ciudad y
cuando sus esculturas se exhiben por primera vez en la Galería de la
Embajada argentina en París, tomó “hace poco tiempo” una resolución
dolorosa y fruto de una desilusión. Francia será su casa. Córdoba, el
lugar de su infancia, de donde extraña sus olores, sus sabores, sus
amigos, le dio la espalda a su exposición mas importante: la de toda su
obra. No quisieron llevarla, en un gesto mezquino, de estudiado
desinterés, cuando ya estaba exponiéndose en Argentina y sus provincias.
Una decisión que le molesta y le duele. La misma suerte corrió su
fundación cordobesa, a donde había donado su colección personal,
grabados, obras de sus amigos artistas, parte de su colección valiosa de
arte primitivo africano, precolombino y de Oceanía y hasta habían
conseguido una casa para hacer un centro de arte contemporáneo en
Córdoba. “No se interesaron ni los artistas” dice con bronca y
perplejidad. “Hasta robaron algunas cosas, según dicen los diarios”,
cuenta. En su atelier de Arcueil, entre sus pinturas, pinceles y su
última serie, al tema se lo saca de adentro, como una confesión a sí
mismo:”Yo vivo en París. En una época pensé lo contrario”.
¿Qué lo decidió?
Tuve
que elegir un día y no pensar más que iba a volver a la Argentina. Lo
pensé muchas veces y me desilusioné mucho más de lo que yo creo merecer.
¿Vive en París y sus visitas en Argentina son vacaciones?
No
tanto vacaciones. Hago cosas que no hago acá. Pero no tengo vocación de
turista tampoco. Además tengo necesidad de los olores de allá, de los
lugares donde pasé mi infancia, que tanto me han marcado.
Pero esa sensación que todos tenemos de que un día vamos a poder volver, ¿usted la resolvió?
No hace mucho tiempo.
¿Y qué fue lo que lo decidió?
Muchas
cosas. Yo pensé siempre que, por el hecho de haberme construido mi
infancia en ese lugar, debería colaborar con algo, hacer algo positivo. Y
yo llegué en la época de Angeloz (en Córdoba) después de 10 años de no
poder ir. Hablé con la gente que estaba en ese momento en el gobierno.
Quise hacer un centro de arte contemporáneo. Conseguí muchas obras de mi
gente, compañeros y artistas. Les di una colección de grabados.
Conseguí que el gobierno de Mitterrand me regalara una gran caja de
ejemplares, que se hicieron para el sesquicentenario. Se hicieron 30
ejemplares, que se repartieron a 50 museos del mundo y uno fue Cordoba.
Los laboratorios Pfizer hicieron una colección de 25 grabados enormes de
una gran calidad, de los que se hicieron 10 ejemplares y uno fue a
Córdoba. Quería hacer allí algo positivo. Creía que en Argentina no hay
un lugar para ver lo que se hizo en la prehistoria nuestra. Yo tenía
cosas peruanas y me dije : “¿por qué no hacer una sala con arte
precolombino, arte africano y arte de Oceanía y dedicarle el resto a la
pintura joven?”. Pero que sea un lugar de experimentación, con atelier.
Conseguimos la casa y no me ayudaron ni los artistas.
¡Qué decepción ...!
Y
creo que sí. Fue una gran decepción. Y a esa se sumó que, hace cinco
años, hicieron en Buenos Aires mi exposición en Recoleta y en la
Fundación Borges. Eran cuadros desde 1954 hasta ahora. Muchos prestados.
Es decir: es una exposición que no puedo volver a armar. Fue a Rosario,
a Neuquén. Y yo pensaba que iba a ir a Córdoba. Y el gobierno de
Córdoba dijo que no les interesaba.
¿Cómo quiere mostrar sus obras, su herencia cultural?
Yo lo he previsto, porque toda mi obra plástica se la he ido dando al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
¿Usted cree que ese proyecto en Córdoba podría volver a repetirse?
Sí, pero a mí no me gustaría ser más cómplice. La gente con mi carácter … Che!
Usted
está presentando sus esculturas en la pequeña galería de la embajada
argentina en París. Esta vez sus hombrecitos se escaparon del cuadro.
¿Qué pasó?
Yo hice escultura siempre de joven. En un
momento dado no podía hacer las dos cosas juntas. Últimamente me
encontré con una técnica que me convenía mucho, que son más que
esculturas, perfiles. Y me he divertido mucho haciéndolo.
¿Por qué pinta usted?
Es lo que más me divierte.
En sus obras aparece el sombrero, el traje, el hombrecito ¿Qué significan?
Yo
digo muy seguido que la memoria de mi infancia está muy presente en mi
trabajo. Cuando me preguntan por qué no hay muchas mujeres en la calle,
yo les digo: porque en mi época las mujeres no salían. ¿Por qué usan
sombrero los hombrecitos? Yo no me acuerdo haber visto a mi padre o a mi
abuelo salir sin sombrero.
¿El humor es fundamental en su obra?
De eso no soy responsable. Hagan responsable a Córdoba, el lugar donde nací.
Usted ha pasado de la denuncia fuerte de los ‘60 al humor ...
Yo
he tenido siempre necesidad de cambiar de todas formas. Aunque siento
que en mi trabajo hay un hilo comunicante. Pero generalmente he
trabajado por series. Trato de que cada serie tenga matices diferentes.
Eso me pone mejor. Me rejuvenecen espiritualmente los ‘60. En ellos esa
denuncia está más escondida, pero está el mismo mensaje.
¿Y qué es lo que quiere decir cuando pinta?¿O no le interesa tanto el mensaje?
No,
yo quiero hacer cuadros. Una vez que el cuadro está hecho, lo que me
interesa es que cada espectador se construya una historia con la imagen
que le estoy presentando.
Su amor por su colección africana de arte primitivo o precolombino ¿influyó en su decisión de inclinarse más por la escultura?
No,
para nada. En ningún momento ni una ni la otra han tenido influencia en
mi trabajo. Pero yo me alimento con ellos. Forman parte de mi vida
desde hace muchos años. Yo no le puedo dar una explicación razonable
pero no puedo vivir sin esos bichos. Y ahora la pobre Clelia tiene que
acostumbrase a convivir con ellos y conmigo, ¡que los dos somos bravos!!
¿La inspiración es muy importante para usted?
La
inspiración no existe. Es un mito popular. No, yo creo que cuando
generalmente uno tiene un don para algo y ese don uno no lo sabe
cultivar, no sirve para nada. Pero hay días en que uno se levanta y le
sale todo bien. Y eso no es porque llegó el hada, que me tocó con la
varita, sino porque el día anterior y el anterior estuve haciendo cosas
que no me salieron tan bien como quería. Es como en el fútbol: hay días
en que los jugadores hacen esas maravillas, que duran 90 minutos, y al
partido siguiente han perdido la gracia, la eficacia .
¿Cómo es su rutina para pintar?
Depende
de los días. Generalmente estoy acá temprano. Empiezo a las 9, almuerzo
y después vuelvo acá hasta la noche, sábado y domingo incluído. Soy un
esclavo de la cultura (risas) ¿Pero usted interrumpe o pinta frenéticamente?
No. Generalmente no rompo nada. Antes rompía mas.
¿Cuáles son las series más importantes de su obra?
Yo
nunca hago croquis ni dibujos de lo que voy a hacer. La serie me pasa
por la cabeza y plum, empiezo una. Y hago el número que le corresponde.
Pueden ser 24, 50 o pueden ser 80.
¿Cómo influye en su obra la realidad: la dictadura, la crisis, la inmigración?
Ahora podría ser que no me tocan demasiado.
¿Y antes?
Sí.
Yo hacía cosas de denuncia muy evidente, que siempre fue parte de mi
trabajo y que espero tener una misma idea hasta que acabe. Yo dejo, de
repente, traslucir esas cosas en mi trabajo gráfico. Creo que ahí pongo
en evidencia la evidencia misma, en mi trabajo gráfico.
¿Y su vida personal? Si está bien, ¿influye?
Cuando estoy bien, estoy regio!!! (risas).
Eso se ve.
Seguramente.
Tengo una mujer encantadora, 12 nietos, 6 chicos. Hacemos la fiesta de
Navidad y ya somos 25. Este año 2013 se han cumplido 50 años que llegué a
este lugar.
¿Y cómo aterrizó en París?
En 1962
hice una serie que expuse en la Bienal del ‘63, que es una especie de
historia que se llama Felicitas Naón. Era la historia de una niña de la
sociedad, que se transforma hasta llegar a ser un mono, con retratos de
familia. Con eso en Buenos Aires no pasó nada pero hizo una buenísima
crítica Manucho Mujica Láinez. La traje acá y eso es lo que me hizo
quedar en París. Se vendieron todos los cuadros en La Bienal y por eso
conseguí las dos galerías acá y Nueva York. Esos dos cuadros son
responsables de que me haya asentado por acá.
Todos sus personajes están en movimiento. ¿Cuál es la razón?
La poca comunicación que tienen los unos con los otros.
¿Qué valor tiene para usted el Mural de la Independencia, las grandes obras en Córdoba? ¿Las hace para vincularse con el país?
Todas
esas cosas son producto del azar. Un buen día Rubén Martí, el
intendente de Córdoba entonces, tuvo que ir a una conferencia de
municipios que se hacía en Bogotá y vio las esculturas que me había
pedido el presidente de Colombia, (César) Gaviria. Alguien le dijo que
el escultor era de Córdoba y él no tenía idea de que yo era cordobés. Y
me pidió que hiciera, cerca de la Terminal de ómnibus, el Hombre Urbano.
Y les hice una cosa que me salió bastante bien. Les divirtió tanto que
en otro centro neurálgico me pidieron que hiciera la Mujer Urbana y les
hice la Mujer Urbana. Ahora son como hitos de Córdoba. Al principio, las
chicas que se casaban iban a sacarse fotos detrás del Hombre Urbano
(Risas). Y ahora las chicas jóvenes van delante de la Mujer Urbana
porque tiene grandes pechos.
El pintor cordobés que halló, lejos, su lugar en el mundo
Cuando Antonio Seguí se levanta en su casona de Arcueil, a 5 km.
de París, lee La Voz del Interior por Internet. En su atelier, prolijo
como pocos y con una parrilla para sus míticos asados, sus cuadros se
alinean en un perfecto orden. En su larga mesa, él devora todos los
libros sobre la actualidad argentina, que trae en pilas, cada vez que
viaja a Buenos Aires.
Aunque nunca quiso ser un pintor argentino, su vínculo emocional con su país es más fuerte que sus deseos. Por eso su decisión de considerar a París su casa es tan fuerte y al mismo tiempo, un caso que se repite en la historia argentina con sus próceres, sus artistas y sus grandes.
Seguí no tiene rencores. Sólo decepciones. Por eso cedió sus esculturas para mostrarlas en una exposición en la Galería de la embajada argentina en París, que durará hasta septiembre.“Tiene un valor afectivo este gesto. Me pareció que darle una mano era algo positivo”, contó. La mansión que pertenecía a Emile Raspail, Seguí la reparó piso a piso. Allí vive con Clelia, su mujer y curadora, más su espectacular colección de arte precolombino, exhibido como en un museo, y sus centenares de piezas de arte primitivo africano. Una pasión que descubrió en Francia y que hoy lo convierte en uno de los grandes coleccionistas del mundo.
Aunque nunca quiso ser un pintor argentino, su vínculo emocional con su país es más fuerte que sus deseos. Por eso su decisión de considerar a París su casa es tan fuerte y al mismo tiempo, un caso que se repite en la historia argentina con sus próceres, sus artistas y sus grandes.
Seguí no tiene rencores. Sólo decepciones. Por eso cedió sus esculturas para mostrarlas en una exposición en la Galería de la embajada argentina en París, que durará hasta septiembre.“Tiene un valor afectivo este gesto. Me pareció que darle una mano era algo positivo”, contó. La mansión que pertenecía a Emile Raspail, Seguí la reparó piso a piso. Allí vive con Clelia, su mujer y curadora, más su espectacular colección de arte precolombino, exhibido como en un museo, y sus centenares de piezas de arte primitivo africano. Una pasión que descubrió en Francia y que hoy lo convierte en uno de los grandes coleccionistas del mundo.
Copyright Clarín, 2013.
Fuente: clarin.com
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