Cuando algunas de las personas más ricas del mundo se den cita
en la deslumbrante temporada de subastas de Nueva York esta primavera
(boreal), gastarán centenares de millones de dólares en un mercado de
arte que permite transacciones opacas y tiene pocos observadores
externos.
En las grandes subastas, las primeras ofertas que se
anuncian por una pieza suelen ser ficticias, cifras que lanza el
subastador para generar propuestas.
Según una práctica llamada
garantías de terceros, los coleccionistas pueden descubrir que les sube
el precio mediante ofertas alguien que, a cambio de acordar con
anticipación el pago de determinado monto por un trabajo, obtiene la
promesa de un porcentaje por toda suma que supere ese precio.
Las
galerías ignoran durante todo el año y con completa impunidad una ley
de hace cuarenta y dos años que establece que deben dar a conocer sus
precios.
Las ventas de arte en Nueva York, ya sea en galerías o
subastas, están estimadas en 8.000 millones de dólares por año. En el
mundo del arte, muchos insisten en que no hay necesidad de mayor
monitoreo de un mercado que genera pocas quejas de los consumidores y es
vital para la economía de Nueva York.
Pero otros veteranos del sector dicen que el monitoreo no ha seguido el rito del creciente tratamiento del arte como mercancía.
"El
mundo del arte parece el mercado de capital de riesgo de los años 80 y
los fondos de cobertura de los 90", declaró James R. Hedges IV, un
coleccionista y financista de Nueva York. "No tiene prácticamente
supervisión ni regulación".
Durante dos décadas, algunos
legisladores de Nueva York han tratado de poner fin a una suerte de
teatro del mercado del arte en el cual los subastadores inician una
venta fingiendo que detectan ofertas en la sala. En verdad, los
subastadores no hacen más que señalar los artefactos de iluminación.
"Ha
llegado el momento de terminar con esa ficción de que hay ofertantes
reales", señalo David Nash, el dueño de una galería. Algunos dicen que,
dadas las sumas que se manejan y la cantidad de nuevos ricos que
compran, se impone la adopción de reglas más estrictas.
Pero los
intentos de la legislatura estatal de prohibir la práctica han
fracasado. La ley establece que los subastadores pueden anunciar esas
ofertas siempre y cuando se detengan antes de alcanzar el precio de
reserva de un artículo, el monto mínimo confidencial que los vendedores
han acordado aceptar.
Los funcionarios de las casas de subastas
declaran que la mayor parte de las críticas a sus prácticas procede de
los galeristas sus rivales en las ventas, los cuales, según los
subastadores, operan sin supervisión. "Los galeristas no están regulados
en absoluto", dijo Patricia G. Hambrecht, directora de desarrollo de
operaciones de la casa de subastas Phillips.
La percepción del
mercado como juego para iniciados deriva de recientes demandas contra
galerías, entre ellas tres de coleccionistas que acusaron a Knoedler
& Company ya desaparecida de estafa.
Tal vez nada ilustre
mejor el espíritu de laissez-faire del mercado del arte que la forma en
que las galerías violan la ley sobre precios de la ciudad de Nueva York.
La ley establece que los artículos que están a la venta, incluido el
arte, deben tener el precio expuesto bien a la vista. Ninguna de las
diez galerías visitadas al azar en enero informaba los precios, si bien
algunas más chicas presentaban una lista de precios cuando se la
solicitaba. En 1988, funcionarios de Asuntos del Consumidor lanzaron un
embate contra las galerías que no informaban los precios, como
consecuencia de lo cual se citó a 19 establecimientos que estaban en
infracción.
"Sacamos el tema a la luz", declaró Angelo J. Aponte, ex comisionado de Asuntos del Consumidor.
"Hubo mucha presión. Es un sector que tiene gran poder en NY".
No parece haber una campaña similar en los últimos años.
Los
galeristas dicen que exhibir los precios de trabajos valiosos en una
galería abierta genera problemas de seguridad e interfiere con la
estética de la exposición al transformar las obras de arte en
mercancías.
Otros opinan que exhibir los precios reduciría el
elitismo del mercado. Las galerías, argumentan los especialistas, suelen
elegir a quién le venden y favorecen a los buenos clientes, sobre todo a
aquellos cuya compra reforzará el lugar que ocupa un artista en el
mercado.
Pero cuando se habla con los galeristas sobre qué es
necesario regular en el mercado de arte, muchos citan las garantías de
terceros.
En el marco de esa práctica, Christie’s vendió en 2010
"Desnudo, hojas verdes y busto", de Picasso, una vez que halló un
tercero dispuesto a entregar una garantía que no se dio a conocer a
cambio de un porcentaje si se vendía por encima de esa suma. Cuando la
pintura, que tenía una estimación baja de 70 millones de dólares, se
vendió a 106,5 millones, el garante desconocido debe haber ganado una
buena suma.
Los críticos sostienen que los garantes tienen un
interés que no revelan en el resultado y una ventaja invisible sobre los
demás ofertantes, ya que un comprador que quiera la obra podría
terminar compitiendo contra alguien que sólo quiere ofertar para
aumentar el precio y elevar su porcentaje. "En un mercado que se dice
transparente y afirma que revela los conflictos de intereses, esto no
corresponde", dijo Hedges, el coleccionista.
En Christie’s y
Phillips, ambas casas de subastas grandes, incluso si un garante termina
por tener la propiedad del trabajo, pagaría menos por éste que
cualquier otra persona. Por ejemplo, si la oferta de 12 millones de
dólares de un garante resulta ser la ganadora, éste no pagaría los 12
millones porque aún tiene su porcentaje llamado comisión de
financiamiento de todo monto superior a la garantía de 10 millones de
dólares. Eso significa que los precios de los documentos no siempre son
exactos.
"Si el precio no es el precio porque el garante ha
comprado y obtenido un descuento, entonces ya no hay transparencia",
dijo Michael Moses, profesor retirado de la Universidad de Nueva York
cuya compañía, Beautiful Asset Advisors, analiza el mercado de arte.
En
1991, cuando integraba la asamblea del estado de Nueva York, Richard L.
Brodsky presentó un proyecto de ley para prohibir las ofertas "de los
artefactos de iluminación". El organismo de Asuntos del Consumidor lo
respaldó y afirmó que la práctica podía aumentar los precios al hacer
pensar a "ofertantes inocentes que compiten con otros posibles
compradores".
Pero los subastadores dicen que el recurso es
necesario para mantener la reserva en secreto y proteger al vendedor.
Sino, dicen, las ofertas comenzarían en la reserva, que es el mínimo que
un vendedor acepta, y así revelarían su monto.
Christie’s y
Sotheby’s contrataron a Stanley Fink, poderoso ex presidente de la
Asamblea, para hacer lobby a su favor, y el proyecto aún no se ha
convertido en ley.
Pero su más reciente defensor en el Senado,
Daniel L. Squadron, de Manhattan, no pierde las esperanzas. "La
necesidad de confiar en las subastas", declaró, "es tan real como hace
veinte años".