La muestra de Ana Lizaso es un paso más en su camino desde el constructivismo hacia formas de apariencia minimalista. Una rara mezcla de rigor y color desbordante en el Palacio Duhau.
Por
Ana Maria Battistozzi
El espacio de arte Duhau es prolongado y abarca buena parte de un ala subterránea de este palacio de inspiración francesa hoy convertido en hotel. Su forma angosta y extendida recuerda aquellos espacios que dieron nombre de galería a los lugares de exhibición y venta de arte en la Francia del siglo XVIII y principios del XIX.
Tal
vez no sea lo suficientemente holgado como para acoger las impactantes piezas escultóricas que ahora exhibe Ana Lizaso. Pero por alguna razón, esa estrechez no llega a disminuir el interesante contrapunto que se genera entre las formas de su arquitectura renovada y la nitidez de los volúmenes, vacíos y sobre todo el color que caracterizan a las obras de esta artista.
El conjunto despliega aquí la sucesión de búsquedas
que a su turno la fueron ocupando desde mediados de los 90. En él se
destaca, en todo su rigor, seducción y plenitud la pieza que acaba de
comprar el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (MACBA), donde la
artista tendrá –según acaba de informar la institución– una exhibición
individual hacia fines de este año que comienza. Se trata de una gran
pieza anaranjada y gris de perfiles tajantes y planos contrapuestos.
En
escultura –una categoría que, como ha señalado Rosalind Krauss se ha
expandido generosamente como para abarcar las más variadas direcciones
de la experimentación contemporánea–, Lizaso se ha mantenido fiel a un
puñado de principios clásicos que vinculan su obra primero a la
tradición constructiva de la modernidad y más recientemente a ciertas
formas de apariencia minimalista. Sin embargo ninguna de estas
asociaciones debería tomarse como definitiva a la hora de mencionar lo
que la obra implica.
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TRAMAS Y ENTRAMADOS. Madera calada, pintura poliuretánica. |
Lo fundamental en ella son los volúmenes, los
juegos de planos en relación con el vacío, pero sobre todo el color. El
color distingue a la obra de Lizaso por una singular apelación a lo
sensible. Hace años que la artista trabaja con chapa de acero y madera y
pintura nitrosintética de un cromatismo infrecuente que le otorga a sus
piezas la seducción contenida que la caracteriza. El suyo es un
exquisito caso de complementación entre el rigor de la forma y la
presencia desbordante del color.
La tradición de la escultura y en
especial la que en ella se inscribe y de algún modo define gran parte
de su formación, ha sido bastante austera en ese sentido. Rara vez se
permitió audacias cromáticas de esta naturaleza. Por lo menos, no al
punto de lograr que piezas de reminiscencias industriales sean las
mismas que remontan al espectador a los coloridos mercados de la India o
Marruecos. Porque la policromía de esta artista parecería proceder de
allí; de la intensidad del curry, del polvo de cúrcuma o del añil.
Hemos
dicho que, dado el claro proceso de depuración formal afín a lo
industrial-serial que exhibe, el recorrido de la obra de Lizaso podría
coincidir con un tránsito que va del constructivismo al minimalismo. Hay
mucho de esto, sobre todo en los trabajos realizados desde 2007; en los
engranajes y columnas que participaron del Premio Trabucco ese mismo
año. Pero también mucho que sin lugar a dudas proyecta el sentido de su
obra más allá; se vincula con lo que realizó después y tiene en el
círculo su principal eje de significación. Pero no sólo desde la forma,
aunque ella se presente como protagonista casi exclusiva.
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INTERRUPCIÓN N I. Chapa de hierro soldada, pintura poliuretánica satinada. |
En uno
de los textos emblemáticos de su producción teórica, Georges Didi
Huberman cuestionó en el minimalismo el autoritarismo de tratar de
imponer sólo lo que es inmediatamente visible (lo que vemos, lo que nos
mira). Aquel lacónico “ what you see is what you ge t” (lo que hay que
ver es lo que se ve) de Frank Stella buscó negar cualquier latencia en
el objeto de la mirada. Todo lo que no se manifeste como presente en un
determinismo que buscó clausurar cualquier evocación de la memoria y
postular al resto de nuestra experiencia vital inexistente.
En
ese esfuerzo por eliminar toda ilusión y no querer ir más allá de lo que
se ve, impugnó también la temporalidad del objeto, su devenir y en
última instancia cualquier operación de la memoria de quién se enfrenta a
él.
Por eso no querríamos quedarnos aquí con que “lo que veo es
lo que veo y con eso me basta”. Mal que nos pese, siempre hay algo más
allá.
Supongamos que nos concentramos sólo en la forma, la serie
de engranajes, columnas y círculos superpuestos de Lizaso se agotaría en
la limitada experiencia de su visualidad inmediata. Se reduciría casi a
nada. Tal vez ni siquiera llegaríamos a percibir en ella la belleza de
unos mecanismos industriales inútiles. Y más aun: nos perderíamos la
posibilidad de acercarnos a todo lo que en estas piezas podría evocar
del universo fantástico de Borges. Imaginar quizá las Ruinas circulares
en su serie de columnas y círculos. O tal vez una representación ideal
de civilizaciones perdidas en esos círculos y semicírculos como
pirámides escalonadas que evocan Babilonia y sus Zigurats. Sólo una de
estas posibilidades ameritaría que la mirada vaya más allá.
FICHA
Ana Lizaso
Lugar: Paseo de las Artes, Hotel Park Hyatt Duhau, Av. Alvear 1661.
Fecha: hasta fines de marzo.
Horario: todos los días, las 24 horas.
Entrada: gratis.
Fuente: Revista Ñ Clarín.