Por Marina Oybin
Apenas uno entra en la deslumbrante Protografías,
en el Malba, la instalación “Ambulatorio” transporta sin escala a la
violencia del narcotráfico en Cali y en Medellín. Hay que caminar sobre
un vidrio de seguridad estallado que exhibe los rastros de disparos y
golpes. Debajo de los fragmentos, se ve una gran aerofotografía de la
ciudad de Cali. Hay en esos vidrios resquebrajados que uno teme pisar un
extraño mix entre caos y orden.
Con foco en el revés de la
fotografía, en el momento previo o posterior al instante en que la
imagen se fija para siempre, la retrospectiva de Oscar Muñoz, organizada
por el Museo de Arte del Banco de la República (MABR) en Bogotá, reúne
70 dibujos, instalaciones, fotografías y videos.
De un archivo de
dos mil fotos de personajes anónimos tomadas por fotógrafos ambulantes,
Muñoz seleccionó un centenar tomadas en el Puente Ortiz, que une centro
y sur de la ciudad y las proyectó en el río Cali. Con la frase “Usted
podría estar aquí”, hizo una convocatoria invitando a los vecinos a
buscarse en esas fotografías que van de 1950 a 1970. Muchos encontraron
también a familiares y amigos ya muertos. Otros, además, llevaron fotos
propias que se sumaron a ese archivo de memoria popular compartida.
Le
atrae a Muñoz meterse con el atroz paso del tiempo, con la
desintegración, la memoria y la muerte. Cuando su madre murió, filmó su
casa vacía que ahora puede verse en una pequeña pantalla de led montada
en coqueto marco de madera: sólo hay un árbol de Navidad, una silla. En
otras filmaciones, superpone retratos de personas que se han ido de sus
casas con una toma actual del lugar. Una ausencia presente a cada paso
en dos tiempos que se vuelven extrañamente sincrónicos: el de la foto y
el de la filmación actual. La ausencia vuelve a hacerse carne en esos
cuerpos y siluetas de la instalación “Cortinas de baño”: frente a ella
uno no puede dejar de pensar en los desaparecidos.
Muñoz se lanza
al desafío de desmaterializar el soporte de la imagen fotográfica.
“Narcisos” son dibujos con polvo de carbón sobre agua. El resultado es
bello, inolvidable: obras frágiles, rostros en leve movimiento que
terminan desintegrándose al depositarse en el fondo del recipiente. Esa
imagen final es también la muerte del proceso. “Es similar a cuando
tienes que parar el proceso de revelado. En el momento en que la imagen
queda detenida, ya no es futuro ni presente sino pasado”, dice Muñoz.
Algo
parecido ocurre en “Simulacros”: desde un grifo ubicado a unos tres
metros de altura una gota cae cada 45 segundos sobre un dibujo con polvo
de carbón sobre agua en un contenedor de plexiglás. La gota dibuja
hasta deformar los cuerpos en el agua. “Uso sistemas de impresión que
son herramientas para construir documentos: cuando la tinta se seca en
el soporte, entonces se consolida el documento. Mi trabajo busca
ubicarse en el momento en que puede o no consolidarse como un
documento”, dice Muñoz.
Alquimia de artista: con el uso del video,
Muñoz sitúa la imagen fotográfica en un soporte inmaterial. “Narcisos”
es un video donde los rostros con polvo de carbón se van transformando
sobre el agua del lavabo hasta llegar al fondo de la pileta como
sedimento y escurrirse por la rejilla. “Sedimentaciones” pone el foco en
los álbumes familiares y el recuerdo manipulado y reconstruido que
siempre oculta corazones rotos. “Cíclope” es una pileta como pupila
donde se disuelven las imágenes. Joan Fontcuberta cuenta en uno de los
textos del catálogo que a finales del siglo XIX se creía que la retina
de un muerto conservaba la imagen percibida en el momento de expirar: a
esas instantáneas póstumas se las llamó optogramas. “El término –dice el
fotógrafo– había sido acuñado por el macabro fisiólogo alemán Wilhelm
Kühne, quien recogía las cabezas de criminales recién decapitados para
analizar en caliente el fondo de sus ojos”. Y en el video “La mirada del
cíclope”, adelantándose a la muerte, Muñoz hace su propia mascarilla
mortuoria.
Cuesta alejarse de muchas de las obras. Los diferentes
soportes y técnicas resultan elocuentes y asombrosos. A veces, Muñoz
utiliza una singular impronta por contacto. En “Aliento” hay que exhalar
sobre unas placas de acero para que aparezcan imágenes de muertos
tomadas de obituarios de diarios colombianos. En la serie “Impresiones
débiles” la imagen es como un recuerdo difuso. A veces, como en
“Intervalos. Mientras respiro”, Muñoz juega con recuerdo y olvido
marcando obsesivamente con una aguja caliente diarios; otras veces,
pinta con café sobre cubos de azúcar hasta crear imágenes pixeladas como
esas que intentan hacer irreconocible el horror de la muerte.
En
el video “Fundido a blanco” el artista retrató a su padre enfermo un
tiempo antes de morir. En el límite difuso entre vigilia y sueño, entre
vida y muerte, a duras penas el hombre puede mantener los ojos abiertos.
Junto a un cortinado, Muñoz incorpora la imagen de su madre, muerta
tiempo antes. Sólo se escucha la respiración del padre. Una y otra vez.
Recuerdo
una instalación de Rafael Lozano-Hemmer para almacenar y hacer circular
el suspiro de una persona más allá de su muerte. Ese suspiro es el
signo más básico: el que separa vida y muerte. Recuerdo también que
todas nuestras acciones son huidas de la muerte. No hay alternativa:
cada paso en la vida, dirá George Simmel, es un acercamiento temporal a
la muerte: “La muerte aparece a la mayoría de los hombres como una
oscura profecía que pende sobre su vida, pero que, sin embargo, tendrá
algo que ver con la vida por vez primera en el instante de su
realización”.
Ficha
Oscar Muñoz. Protografías
Lugar: MALBA. Av. Figueroa Alcorta 3415. Sala 5.
Fecha: Hasta el 25 de febrero.
Horario: Jueves a lunes y feriados de 12 a 20. Miércoles hatas las 21.
Entrada: $30; estudiantes, docentes y jubilados, $15. Los miércoles $15 y estudiantes, docentes y jubilados gratis.
Fuente: Revista Ñ Clarín