NADA ES ETERNO, TODO SE DESVANECE

Usando soportes que se descomponen desde el momento de Creación de la obra, el colombiano Oscar Muñoz reflexiona en el Malba sobre la finitud y los límites de la memoria.
Por Marina Oybin

Apenas uno entra en la deslumbrante Protografías, en el Malba, la instalación “Ambulatorio” transporta sin escala a la violencia del narcotráfico en Cali y en Medellín. Hay que caminar sobre un vidrio de seguridad estallado que exhibe los rastros de disparos y golpes. Debajo de los fragmentos, se ve una gran aerofotografía de la ciudad de Cali. Hay en esos vidrios resquebrajados que uno teme pisar un extraño mix entre caos y orden.
Con foco en el revés de la fotografía, en el momento previo o posterior al instante en que la imagen se fija para siempre, la retrospectiva de Oscar Muñoz, organizada por el Museo de Arte del Banco de la República (MABR) en Bogotá, reúne 70 dibujos, instalaciones, fotografías y videos.
De un archivo de dos mil fotos de personajes anónimos tomadas por fotógrafos ambulantes, Muñoz seleccionó un centenar tomadas en el Puente Ortiz, que une centro y sur de la ciudad y las proyectó en el río Cali. Con la frase “Usted podría estar aquí”, hizo una convocatoria invitando a los vecinos a buscarse en esas fotografías que van de 1950 a 1970. Muchos encontraron también a familiares y amigos ya muertos. Otros, además, llevaron fotos propias que se sumaron a ese archivo de memoria popular compartida.
Le atrae a Muñoz meterse con el atroz paso del tiempo, con la desintegración, la memoria y la muerte. Cuando su madre murió, filmó su casa vacía que ahora puede verse en una pequeña pantalla de led montada en coqueto marco de madera: sólo hay un árbol de Navidad, una silla. En otras filmaciones, superpone retratos de personas que se han ido de sus casas con una toma actual del lugar. Una ausencia presente a cada paso en dos tiempos que se vuelven extrañamente sincrónicos: el de la foto y el de la filmación actual. La ausencia vuelve a hacerse carne en esos cuerpos y siluetas de la instalación “Cortinas de baño”: frente a ella uno no puede dejar de pensar en los desaparecidos.
Muñoz se lanza al desafío de desmaterializar el soporte de la imagen fotográfica. “Narcisos” son dibujos con polvo de carbón sobre agua. El resultado es bello, inolvidable: obras frágiles, rostros en leve movimiento que terminan desintegrándose al depositarse en el fondo del recipiente. Esa imagen final es también la muerte del proceso. “Es similar a cuando tienes que parar el proceso de revelado. En el momento en que la imagen queda detenida, ya no es futuro ni presente sino pasado”, dice Muñoz.
Algo parecido ocurre en “Simulacros”: desde un grifo ubicado a unos tres metros de altura una gota cae cada 45 segundos sobre un dibujo con polvo de carbón sobre agua en un contenedor de plexiglás. La gota dibuja hasta deformar los cuerpos en el agua. “Uso sistemas de impresión que son herramientas para construir documentos: cuando la tinta se seca en el soporte, entonces se consolida el documento. Mi trabajo busca ubicarse en el momento en que puede o no consolidarse como un documento”, dice Muñoz.
Alquimia de artista: con el uso del video, Muñoz sitúa la imagen fotográfica en un soporte inmaterial. “Narcisos” es un video donde los rostros con polvo de carbón se van transformando sobre el agua del lavabo hasta llegar al fondo de la pileta como sedimento y escurrirse por la rejilla. “Sedimentaciones” pone el foco en los álbumes familiares y el recuerdo manipulado y reconstruido que siempre oculta corazones rotos. “Cíclope” es una pileta como pupila donde se disuelven las imágenes. Joan Fontcuberta cuenta en uno de los textos del catálogo que a finales del siglo XIX se creía que la retina de un muerto conservaba la imagen percibida en el momento de expirar: a esas instantáneas póstumas se las llamó optogramas. “El término –dice el fotógrafo– había sido acuñado por el macabro fisiólogo alemán Wilhelm Kühne, quien recogía las cabezas de criminales recién decapitados para analizar en caliente el fondo de sus ojos”. Y en el video “La mirada del cíclope”, adelantándose a la muerte, Muñoz hace su propia mascarilla mortuoria.
Cuesta alejarse de muchas de las obras. Los diferentes soportes y técnicas resultan elocuentes y asombrosos. A veces, Muñoz utiliza una singular impronta por contacto. En “Aliento” hay que exhalar sobre unas placas de acero para que aparezcan imágenes de muertos tomadas de obituarios de diarios colombianos. En la serie “Impresiones débiles” la imagen es como un recuerdo difuso. A veces, como en “Intervalos. Mientras respiro”, Muñoz juega con recuerdo y olvido marcando obsesivamente con una aguja caliente diarios; otras veces, pinta con café sobre cubos de azúcar hasta crear imágenes pixeladas como esas que intentan hacer irreconocible el horror de la muerte.
En el video “Fundido a blanco” el artista retrató a su padre enfermo un tiempo antes de morir. En el límite difuso entre vigilia y sueño, entre vida y muerte, a duras penas el hombre puede mantener los ojos abiertos. Junto a un cortinado, Muñoz incorpora la imagen de su madre, muerta tiempo antes. Sólo se escucha la respiración del padre. Una y otra vez.
Recuerdo una instalación de Rafael Lozano-Hemmer para almacenar y hacer circular el suspiro de una persona más allá de su muerte. Ese suspiro es el signo más básico: el que separa vida y muerte. Recuerdo también que todas nuestras acciones son huidas de la muerte. No hay alternativa: cada paso en la vida, dirá George Simmel, es un acercamiento temporal a la muerte: “La muerte aparece a la mayoría de los hombres como una oscura profecía que pende sobre su vida, pero que, sin embargo, tendrá algo que ver con la vida por vez primera en el instante de su realización”.

Ficha
Oscar Muñoz. Protografías
Lugar: MALBA. Av. Figueroa Alcorta 3415. Sala 5.
Fecha: Hasta el 25 de febrero.
Horario: Jueves a lunes y feriados de 12 a 20. Miércoles hatas las 21.
Entrada: $30; estudiantes, docentes y jubilados, $15. Los miércoles $15 y estudiantes, docentes y jubilados gratis.


Fuente: Revista Ñ Clarín


"IN SITU": EL ARTE Y LOS ESPACIOS PÚBLICOS
DIALOGAN EN BARILOCHE

Las instalaciones artísticas permanecerán en la ciudad durante toda la temporada de verano, hasta marzo.




Por Mercedes Pérez Bergliaffa - Especial para Clarín

Una cajita de música estilo alpino, montañoso paraíso delicado, la ciudad de Bariloche se convirtió estos días en el centro del Proyecto “In Situ” , un programa de arte desarrollado en el espacio público, es decir, obras de arte instaladas a cielo abierto. Esto hace que la escala de los trabajos sea mucho más grande que la de aquellos que se exhiben dentro de un museo o de una galería.
Y por el contexto en el que se realiza, las obras, en diálogo con el paisaje, se potencian. ¿O acaso ver una escultura como la de Valeria Mac Donell, una mujer de alambre de 9 metros de largo atravesando en lo alto las calles de la ciudad y “tirándose” a las aguas del lago Nahuel Huapi, no refuerza –mucho– un punto urbano, cierta intención …?
Diez artistas de la Argentina, Chile y Brasil participan en el proyecto, curado por Andrés Duprat, y organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación en conjunto con la Secretaría de Turismo. Ellos son Leandro Erlich, Jorge Macchi, Edgardo Madanes, Tomás Espina, Nicolás Robbio, Valeria Conte Mac Donell, Graciela Sacco, Ruth Viegener, el chileno Bernardo Oyarzún y el brasileño João Loureiro, y se juntaron recientemente en Bariloche para dar por inaugurado el programa. “Aunque se realiza por primera vez, tenemos toda la intención de repetirlo cada año en un punto distinto del país”, comenta Duprat.
Si usted llegara a estar por Bariloche en estos días, verá algunas de las grandes obras ya montadas en sus sitios. Por ejemplo, cerca de la catedral, sobre un barranco, está “El mirador” de Edgardo Madanes, una instalación semi-esférica hecha con juncos del Delta del Tigre que el artista transportó (“Porque tienen mejor flexibilidad”, explica).
A unos 50 metros, se ven los impresos sobre muro de la serie “Tensión admisible”, de la rosarina Graciela Sacco, que también realizó una performance: remontó un grupo de barriletes a orillas del Nahuel Huapi, que mostraban torsos de hombres a tamaño natural, vestidos de negro. Burócratas. Los barriletes se remontaron una tarde gris: todos los artistas, amigos y vecinos estaban allí tirando del hilito, haciendo frente al viento, que soplaba con fuerza; intentando dirigir a estos burócratas desde abajo. “Una inversión de los juegos del poder”, explica la artista.
Aunque varias de las obras ya están instaladas —casi todas son cerca del Centro Cívico y a orillas del Nahuel Huapi—, otras están en proceso de realización.

“Chemamules”. La obra de Bernardo Oyarzún representa a los antepasados míticos del pueblo mapuche, y para su ubicación se eligió la orilla del lago Nahuel Huapi, ícono de la ciudad.
El desarrollo de los trabajos se lleva a cabo en una especie de usina que es el taller de un conocido artista local, Federico Marchessi: un inmenso galpón que cobija al grupo creativo durante la realización de las obras y durante las “cenas de artistas”, que son uno de los puntos más ricos del programa, porque de ellas surge un auténtico intercambio entre los artistas locales y los invitados.
Y a veces, pasan cosas especiales como durante la preparación del curanto —comida típica mapuche— para 60 personas. Hay que decirlo: el momento tenía mucho de ritual. Tanto como el emplazamiento de las gigantes esculturas de madera del chileno Bernardo Oyarzún, llamadas “Chemamules”: “Son los antepasados míticos del pueblo mapuche, y siempre aparecen en pareja”, comenta Oyarzún, “algo así como el Adán y Eva locales”.
Para emplazarlos, los jefes mapuches locales se acercaron al artista y le dieron indicaciones previas: debía hacerse antes del amanecer y ubicarlos mirando al este, lo que exigió al equipo de producción –grúas incluidas–, estar montando las esculturas a las orillas del lago a las 2 a.m. Si camina por la costanera de Bariloche los puede ver: de tanto en tanto, aparecen estas extrañas y silenciosas figuras, tótems místicos, guardianes de las profundidades del lago y de la Tierra.
Entre las obras en proceso están “Jardín de invierno”, la instalación de Leandro Erlich que simula, en medio del verano, ser un jardín nevado, y “La catedral sumergida”, el trabajo de Jorge Macchi, quizás el más complejo técnicamente: una réplica de la aguja de la catedral de Bariloche instalada dentro de las aguas del Nahuel Huapi. “Como si fuera un desdoblamiento de la ciudad, como si existiera una ciudad paralela bajo el agua”, explica el artista. Se calcula que las dos obras estarán expuestas a mediados de enero.
Las intervenciones podrán verse durante todo este verano, así que si va a Bariloche, preste atención: cada tanto, sobre todo a orillas del Nahuel Huapi, la obra de un artista lo estará esperando. No dude en aceptar la invitación y acérquese: seguro le murmurará un secreto, la continuación de un paisaje.

Fuente: Revista Ñ Clarín

FIESTAS CLÁSICAS


Foto: EFE / Herbert Neubauer
La Filarmónica de Viena ofreció ayer, en el Musikverein, su tradicional concierto de Año Nuevo, con programa con obras de Strauss, Verdi y Wagner. Su director, Franz Welser-Möst (foto), dirigió con batuta y cucharón de cocina. También usó un gorro de cocinero y regaló muñecos de peluche a los músicos. El concierto fue transmitido por televisión a más de 80 países. La Filarmónica ya tiene elegido al director encargado de conducirla en la presentación de 2014. Será el argentino Daniel Barenboim, quien ya había sido convocado para esa presentación anual en 2009.

Fuente: lanacion.com

SI LAS CARIÁTIDES Y LOS ATLANTES HABLARAN

Las figuras que sostienen importantes edificios de la Ciudad vienen de los griegos.

Mano pedigüeña. En el ex Ministerio de Obras Públicas, Avenida 9 de Julio.

Por Berto González Montaner


Alguna vez Ramón Gómez de la Serna confesó su deseo de que a su muerte lo llorasen todas las cariátides de Buenos Aires. El escritor español parecía empecinado en conmover a esas inmóviles y eternas figuras femeninas que tutelan no pocos edificios del centro porteño. Y que cuentan en su diario íntimo ser descendientes de las seis doncellas que sostienen desde hace 2.400 años el techo del Erecteión, el templo construido en honor a los dioses Atenea, Poseidón y Erecteo en la Acrópolis de Atenas.
El viaje que se pegaron las chicas no fue corto. De la Antigüedad griega y romana fueron recuperadas por los arquitectos del Renacimiento y a Buenos Aires recién llegaron a finales del siglo XIX para incrustarse en nuestros edificios en la época del llamado Eclecticismo. Por aquellos tiempos esto fue un festival de estilos: según la obra podías elegir. Para escuelas o bancos venía bien el Neoclásico; para vestir una iglesia, el más apropiado era el Neogótico; a un edificio industrial del tipo de la reciclada Usina del Arte, el Neorrománico le caía al pelo. Para edificios residenciales para renta, el Art Nouveau o por qué no un Art Déco. Y cada uno de estos estilos se valieron de estas enigmáticas y seductoras figuras, más voluptuosas o más geométricas, para decorar y –literalmente– humanizar la arquitectura de los edificios.
Las hay para todos los gustos y dan lugar a todo tipo de especulaciones. Veamos: Están las más atrevidas, con los pechos al aire, un tanto regordetas al look renacentista, como las que enmarcan la entrada del Colegio Carlos Pellegrini, en Marcelo T. de Alvear al 1800.
Otras, más lejanas y distantes, detentan sabiduría, tal el caso de las figuras femeninas que hacen de columnas en lo alto del Palacio Sarmiento (ex Pizzurno), donde funciona el Ministerio de Educación. En el brazo llevan un libro y en la mano una antorcha y, sobre su cabeza, una corona de laureles. Arquitectura parlante si las hay, todo un símbolo: el edificio fue diseñado para escuela y biblioteca.
Otras que vienen con bibliografía en sus manos son las férreas e ilustradas cariátides del Congreso, que de a pares custodian las entradas secundarias del palacio.
También las hay espigadas, como las que decoran el edificio del ex diario Crítica, en Avenida de Mayo. Exóticas, como las dos adolescentes presumiblemente de origen africano que nos miran desde lo alto del Rectorado de la UBA, en Viamonte 430. O la más feíta, la cariátide del Hotel París, ubicado en la esquina de Avenida de Mayo 1199. Su cara, pobrecita, de tan desproporcionada, asusta.
Pero no solo Buenos Aires tiene las más bellas, las más exóticas y hasta las más feas. También está llena de forzudos y hasta de sinvergüenzas inmortalizados contra las paredes de los edificios.
Es que también la versión masculina de las cariátides cautivó a las obras porteñas. Se los llama atlantes, porque son una evocación de Atlas, el gigante griego condenado por Zeus a sostener la bóveda celeste por atentar contra los dioses.
En el cuadro de honor de forzudos sacrificados están los ocho gigantes de cuatro metros de altura que sostienen el enigmático y tenebroso edificio Otto Wulff, en la esquina de Belgrano y Perú.
También hacen gala de su fortaleza los que sostienen en forma de ménsula la parte superior del ex Cine Gran Splendid, hoy una gran librería, en avenida Santa Fe 1860. O los dos corpulentos atlantes que aguantan en sus hombros los cuerpos salientes del edificio de Rivadavia 1906-1916, diseñado por Mario Palanti.
Al lado del Maipo, en Esmeralda 455, la cosa no parece haber sido tan voluntaria: los dos atlantes sostienen el edificio pero encadenados.
También hay otros que despiertan el ingenio popular. El dato del más sinvergüenza me lo tiró hace tiempo un taxista. Me preguntó cuando circulábamos por la Avenida 9 de Julio: “¿Usted conoce el monumento a la corrupción?”. Ante mi sorpresa, cuando pasamos por el ex Ministerio de Obras Públicas, me mostró en la esquina norte que da a la avenida, en lo que sería a nivel de los primeros pisos, una estatua amurada justo en el vértice. Lo curioso es una de sus manos no está en la posición habitual sino al revés… Y comentó: “Fíjese, ¿no parece que estuviera pidiendo una coima?”.

Editor General ARQ


Fuente: clarin.com

LA AMENAZANTE SEDUCCIÓN DEL ARTE

La literatura, la pintura, el cine y otras expresiones artísticas han sucumbido a darle un lugar protagónico al crimen que, en tanto encarnación del Mal, desafía las representaciones de lo normal, de lo correcto, del Bien.

Por Marcos Mayer

Duke Ellington solía decir: “un músico de jazz es alguien a quien nunca querrías para novio de tu hija”. La humorada permite más de una lectura. La música en sí y el ambiente en que se desarrolla tienen algo de amenazante. Como si allí nada pudiera terminar de ser estable, ni fuera deseable ninguna pacificación. Se podría pensar al arte como una especie de inadaptación en estado de querella con lo que sucede a su alrededor. A diferencia del entretenimiento que iza una bandera blanca frente a las turbulencias que estremecen la paz, el arte nunca termina de entregarse por completo.
Esa reticencia a entregarse por completo, que forma parte de los placeres que nos propone el arte es, de alguna manera, una manera de resistir a la tentación de las certezas. Una novela o una canción se agotan cuando se sabe –o se cree saber– todo acerca de ellas. Es probable que las relecturas y renovadas escuchas sean distintos en cada uno porque no se practica la incertidumbre de la misma manera. El arte, más allá de las dificultades para definirlo, tiene tal vez como una de sus funciones ponernos en estado de interpretación permanente, tal como plantea Walter Benjamin. Interpretación permanente que es tal vez la mejor manera de no terminar de llegar a ninguna parte, como en las historias de Kafka. Siempre hay un núcleo que no termina de develarse y ese juego de descubrimiento provisorio y precario es una situación que mezcla el placer con la amenaza de decepción. A veces, como plantea Peter Handke no nos queda otra alternativa que aceptar al cansancio como un estado inevitable, antes de ponernos en marcha.
El crimen sería la encarnación del Mal, ese problema que la teología no termina de explicar y que trata de resolver por medio del recurso al libre albedrío. Tenemos la posibilidad de elegir alejarnos del camino del bien que sería el que lleva a Dios. Pero no deja de ser contradictorio que, en tanto opción incluida en el mapa de la Creación, el Mal sea una creación divina, dada la perfección inherente al Todopoderoso. El crimen pertenece también a ese estado de querella con el mundo, aunque conviene evitar las analogías que suelen ser un atajo, y de los más infalibles, para desvanecer lo interesante.
Hay ciertas citas que nos permiten imaginar posibles vínculos entre el arte y el crimen. Dijo Edgar Degas “Un cuadro debe ser pintado con el mismo sentimiento con que un criminal comete un crimen”. Inesperada comparación, sobre todo si se piensa en el estilo apaciguado del pintor francés, esos colores tenues, esas bailarinas ensimismadas. Pero tal vez haya que renunciar al recurso fácil de considerar estas palabras como una boutade. Leonardo Da Vinci recomendaba estudiar “los ojos de los asesinos, el valor de los luchadores, el tentador atractivo de las prostitutas; no debe buscarse nada concreto y en eso consiste la vida y el alma de la pintura”. Esta es una de las configuraciones posibles del Mal, inscribirse en el cuerpo.
Roberto Arlt es otra fuente de esta idea. Muchos de sus personajes son lo que se conoce como “marcados por Dios”, aquellos que tienen algún defecto físico que los distingue de eso a lo que se llama normalidad. El Rengo en El juguete rabioso , Hipólita en Los siete locos , el Jorobadito. En la trama de estos relatos aparece una interesante vuelta de tuerca. El crimen es la manera de quedar señalado por uno mismo y ya no por Dios, al que, Nietzsche mediante, ya se cree muerto. Matar, traicionar, sostiene la posibilidad de ser sujeto. Una idea semejante se encuentra en Dostoievski. En un mundo en que no se permite ser, que tiene como ideal la uniformidad, el crimen permite afirmar la propia subjetividad incluso a costa de los demás.
Son dos autores, no son los únicos, que están escribiendo alrededor del crimen en tiempos de auge positivista. La utopía del positivismo, al menos en sus variantes más darwinianas, es la constitución de una única forma de ser humano. Que todos se adecuen a los paradigmas de comportamiento social y salud mental de modo de hacerse confiables a fuerza de ser previsibles. El positivismo está también en la base de la fundación de la criminología moderna. Que propone una visión diferente del Mal. Alguna vez lo ha dicho José Ingenieros: “no hay delitos, sino delincuentes”. En los lombrosianos, más asociados a la derecha conservadora, el delincuente se puede leer en una serie de rasgos físicos, que van desde la forma de las cejas hasta el grado de separación de las orejas del cráneo. Su ser delincuente está a la vista. Hoy hay más de una teoría que explica a los criminales desde la genética, que es la manera de que lo invisible se haga visible. El delito es la revelación de una naturaleza dañada. Los positivistas más ligados a la izquierda veían en el medio ambiente la etiología del delito, resultado de una mezcla de desamparos, alcoholismo y miserias de distinta índole. Como sea, el afán es explicar a ese ser que se salió de la norma. Y, como dijo un propagador del positivismo, lo anormal permite entender lo normal.
No es una idea compartida por todos, sobre todo porque no forma parte de una idea de sociedad que se mueve a partir de seres que se salen de la norma. El sueño americano también cultiva las formas espantosas de los espectros. Muchos criminales se han transformado en héroes. Se pueden encontrar en la red sitios que venden souvenires (remeras, tazas) de serial killers como Jeffrey Dahmer y Ted Bundy. Charles Manson ejerce una rara fascinación que perdura desde la masacre de Sharon Tate. No sólo Marylin Manson es la síntesis de dos caras de la mitología norteamericana, el glamour y la capacidad ilimitada de horror. La banda británica Kasabian debe su nombre a Linda, una de las integrantes del clan, que al momento de los crímenes estaba embarazada. Estos héroes son admirados porque sus razones pertenecen a un registro no accesible a los demás y hacen de sus actos una clave de acceso a los abismos que, se supone, habitan a todos. Pero sólo ellos se animan a recorrerlos, como virgilios de los infiernos massmediáticos.
En ese cruce entre admiración y explicación sin margen de dudas, se pretende que el arte y el crimen, por definición zonas oscuras, queden atravesadas por todas las luces posibles. En este mundo encandilado, el arte resiste y el crimen no entrega su secreto. A veces los monstruos de los sueños de la razón se muestran de diferentes maneras. En un caso, lo que prima es el desastre, en el otro la idea de que hay, como decía César Vallejo acerca de la poesía, respuestas aunque falten las preguntas.

Fuente: Revista Ñ Clarín

BELLAS ARTES SUMA TRES CUADROS DE ANTONIO BERNI
A SU COLECCIÓN

Se expondrán en una nueva sala que estará especialmente dedicada a la obra del artista. Se trata de “La Siesta” (1943), “Cristo en el departamento” (1980/1) y “El obrero encadenado” (1949).


Por Mercedes Pérez Bergliaffa

El Año Nuevo trae una gran noticia para el arte argentino: el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) incorpora a su patrimonio tres importantes obras del maestro Antonio Berni. Ellas integrarán toda una sala dedicada especialmente a la obra del artista; sala que ya está casi completa: “sólo falta colocar las luces y el aire acondicionado”, comenta el director del museo, Guillermo Alonso.
Este nuevo espacio es parte de las reformas que se vienen realizando durante el último año en todo el primer piso de la institución y que cambiaron su guión curatorial –es decir, la “historia” del arte que se cuenta y la forma de hacerlo, la selección de las obras exhibidas y la arquitectura de las salas y de todo el piso— tal como lo adelantó en exclusiva Clarín en una nota especial, algunas semanas atrás.
Los trabajos de Berni que ahora se incorporan al patrimonio del MNBA son tres pinturas, La siesta (1943), El obrero encadenado (San Sebastián) de 1949 y Cristo en el departamento (1980-81). Los dos últimos muestran crucifixiones: en un caso, la de un obrero pobre vestido con mameluco y colgando de la cruz, y en otro, la de un Cristo raquítico, sufriente y doliente, en el living de un departamento sencillo de clase media con piso de baldosa. Al fondo de esta última pintura, se ve la puerta de calle abierta: a través, aparece una construcción antigua, quizás italiana, quizás de algún barrio fabril (podría ser Barracas).
Estos trabajos de Berni pertenecen a una época en que, a pesar de que el artista usaba una iconografía cristiana en sus pinturas, la situaba en preocupaciones contemporáneas. En ellas, un Cristo crucificado podría representar a aquellos trabajadores sacrificados por el sistema, o la crucifixión a cualquiera que se saliera de lo común, como por ejemplo, San Sebastián, que aunque era un soldado romano , ejercía el apostolado cristiano entre sus compañeros del ejército. El emperador Maximiano lo obligó a escoger entre el ejército o seguir a Jesucristo y San Sebastián eligió lo último, por eso fue asesinado.
Distinto es el caso de La siesta, que pertenece a otra época de Berni, con cierto espíritu metafísico —aprendido durante su estancia en Italia—, con foco en escenas de la vida cotidiana, pero raras, porque en ellas se yuxtaponen varios paisajes, eso sí, montados de manera armónica.
No está de más recordar que Berni era un artista con fuertes raíces en el arte social y un pasado surrealista, interesado en la justicia, y afiliado, durante un tiempo, al Partido Comunista. Tenía una poderosa habilidad narrativa y realista, y manifestaba a través de sus obras la tensión entre una cultura “baja” y otra “alta”. Fue, además, el primero que incorporó en sus trabajos el collage, —incluyendo materiales como chapas de la villa miseria, basura o plásticos— para hablar de la pobreza y la sociedad de consumo.
Las pinturas de los dos Cristos fueron donadas al MNBA por la hija del artista, Ana E. Berni, conocida por todos como “Lily”. Fuentes cercanas a ella señalaron que “la sala dedicada a Berni era un viejo sueño que la hija del maestro tenía, hacía treinta años”. Ahora, finalmente se logró.
La siesta fue comprada por el museo recientemente, en 2 millones y medio de pesos. “Tiene un valor mayor, unos 700 mil u 800 mil dólares, Lily decidió rebajarlo porque quería que estuviera en el MNBA”, explica Alonso.
Las obras donadas y el resto de los trabajos de Berni que pertenecen al MNBA son en total veinticuatro, y ya están montados en el espacio, que será inaugurado antes del próximo mes de marzo.

Fuente: Revista Ñ Clarín

MORGANTE, EL ENANO FAVORITO DE COSME DE MÉDICI

Detalle de la escultura de Morgante realizada por Cioli | Crédito: Florenz Max-Planck-Institut.Detalle de la escultura de Morgante realizada por Cioli | Crédito: Florenz Max-Planck-Institut.

Por Javier García Blanco

Durante siglos las cortes más importantes de toda Europa contaron entre sus miembros con la presencia de personas aquejadas de enanismo cuya ocupación principal era entretener a reyes y nobles con sus rimas,chistes y otros espectáculos.
Muchos de ellos alcanzaron la fama gracias a los pintores de corte, como sucede con los célebres bufones de Velázquez, pero otros —aunque mencionados en las fuentes e igualmente retratados en obras de arte— son mucho menos conocidos. Ese es el caso del "enano Morgante" (su verdadero nombre era Braccio di Bartolo), quien sirvió en la corte de Cosme I de Médici durante décadas, acompañando al Duque en sus viajes diplomáticos y sirviéndole de entretenimiento durante sus horas de asueto en palacio.
Morgante —bautizado así irónicamente en alusión a un gigante citado en un célebre poema de la época— fue inmortalizado en varias ocasiones por encargo del Gran Duque, tanto en esculturas como en pinturas.

Copia de la estatua realizada por Giovanni da Bologna | Crédito: Wikipedia.
Copia de la estatua realizada por Giovanni da Bologna | Crédito: Wikipedia.
Uno de sus retratos más famosos —conocido popularmente como Fuente del Bacchino— consiste en una singular escultura realizada por Valerio Cioli y cuya copia —la original se retiró hace unos años para conservarla— puede verse en el jardín de Bóboli de Florencia.
En la curiosa obra, el pequeño Braccio aparece desnudo sobre una tortuga, en una pose y un gesto que se burla a propósito de la célebre estatua ecuestre de Marco Aurelio conservada en Roma.
Otro artista del momento, Giovanni da Bologna, esculpió una obra de características similares —en la que Morgante monta sobre un dragón— que se colocó durante algunos años en la Loggia dei Lanzi, también en Florencia.
Estas dos esculturas retrataron a Braccio di Bartolo cuando tenía ya una edad bastante avanzada, pero las fuentes —y en especial un inventario de obras de arte de la familia Médici de 1553— aludían también a la existencia de un retrato doble —un lienzo pintado por ambas caras— realizado antes de esa fecha por Bronzino, pintor de cámara de Cosme de Médici.
Anverso y reverso de la pintura de Bronzino, tras la restauración | Crédito: Wikipedia.
Anverso y reverso de la pintura de Bronzino, tras la restauración | Crédito: Wikipedia.
Durante la vida del Duque el retrato doble de su apreciado Morgante —Vasari habla de él en términos muy elogiosos, e incluso se sabe que le concedieron unas tierras a su familia— estuvo en el Palazzo Pitti, pero a la muerte del poderoso Médici fue trasladado a otro lugar y se le acabó perdiendo la pista.
Así, el singular retrato de un entonces joven Morgante estuvo desaparecido durante casi tres siglos, hasta que en la década de los 80 del siglo pasado "reapareció" en el laboratorio del Opificio Delle Pietre Dure, uno de los centros de restauración más prestigiosos de Italia.
Allí los expertos restauradores pudieron reconstruir su accidentado periplo por distintos enclaves de la Toscana. Al parecer, tras la muerte de Cosme de Médici la pintura —que siempre se había considerado una rareza— se llevó a otro palacio del clan: la Villa di Poggio Imperiale.
AYa en el siglo XVIII, alguien debió considerar que el cuerpo desnudo mostrado en aquel retrato singular resultaba obsceno y poco decoroso, por lo que se procedió a su repintado, añadiéndole hojas de parra, uvas y otros elementos para ocultar su desnudez y convertirlo en una representación de Baco. Esta "restauración" contribuyó aún más a difuminar el origen de la obra.
Con el paso de los años, el suntuoso palacio acabó convertido en el siglo XIX en una prestigiosa y exclusiva escuela para señoritas, por lo que el cuadro —a pesar de las modificaciones— se trasladó de nuevo por considerarse poco apropiado.
Fue así como la pintura acabó en los fondos del Museo de Antropología y Etnología de Florencia, donde fue de nuevo relegado al olvido, conservándose durante décadas en una estancia alejada de las visitas, a pesar de que el célebre historiador estadounidense Bernard Berenson supo identificar la pintura como un auténtico y valioso trabajo de Bronzino.
Por suerte la obra acabó en manos de los expertos del Opificio Delle Pietre Dure, quienes devolvieron el aspecto original a la obra y descubrieron que se trataba del retrato de Braccio di Bartolo, el bufón favorito de Cosme de Médici.

Fuente: Yahoo! Noticias