Por Berto González Montaner
Alguna vez Ramón Gómez de la Serna confesó su deseo de que a su
muerte lo llorasen todas las cariátides de Buenos Aires. El escritor
español parecía empecinado en conmover a esas inmóviles y eternas
figuras femeninas que tutelan no pocos edificios del centro porteño. Y
que cuentan en su diario íntimo ser descendientes de las seis doncellas
que sostienen desde hace 2.400 años el techo del Erecteión, el templo
construido en honor a los dioses Atenea, Poseidón y Erecteo en la
Acrópolis de Atenas.
El viaje que se pegaron las chicas no fue
corto. De la Antigüedad griega y romana fueron recuperadas por los
arquitectos del Renacimiento y a Buenos Aires recién llegaron a finales
del siglo XIX para incrustarse en nuestros edificios en la época del
llamado Eclecticismo. Por aquellos tiempos esto fue un festival de
estilos: según la obra podías elegir. Para escuelas o bancos venía bien
el Neoclásico; para vestir una iglesia, el más apropiado era el
Neogótico; a un edificio industrial del tipo de la reciclada Usina del
Arte, el Neorrománico le caía al pelo. Para edificios residenciales para
renta, el Art Nouveau o por qué no un Art Déco. Y cada uno de estos
estilos se valieron de estas enigmáticas y seductoras figuras, más
voluptuosas o más geométricas, para decorar y –literalmente– humanizar
la arquitectura de los edificios.
Las hay para todos los gustos y
dan lugar a todo tipo de especulaciones. Veamos: Están las más
atrevidas, con los pechos al aire, un tanto regordetas al look
renacentista, como las que enmarcan la entrada del Colegio Carlos
Pellegrini, en Marcelo T. de Alvear al 1800.
Otras, más lejanas y
distantes, detentan sabiduría, tal el caso de las figuras femeninas que
hacen de columnas en lo alto del Palacio Sarmiento (ex Pizzurno), donde
funciona el Ministerio de Educación. En el brazo llevan un libro y en
la mano una antorcha y, sobre su cabeza, una corona de laureles.
Arquitectura parlante si las hay, todo un símbolo: el edificio fue
diseñado para escuela y biblioteca.
Otras que vienen con
bibliografía en sus manos son las férreas e ilustradas cariátides del
Congreso, que de a pares custodian las entradas secundarias del palacio.
También las hay espigadas, como las que decoran el edificio del
ex diario Crítica, en Avenida de Mayo. Exóticas, como las dos
adolescentes presumiblemente de origen africano que nos miran desde lo
alto del Rectorado de la UBA, en Viamonte 430. O la más feíta, la
cariátide del Hotel París, ubicado en la esquina de Avenida de Mayo
1199. Su cara, pobrecita, de tan desproporcionada, asusta.
Pero no
solo Buenos Aires tiene las más bellas, las más exóticas y hasta las
más feas. También está llena de forzudos y hasta de sinvergüenzas
inmortalizados contra las paredes de los edificios.
Es que
también la versión masculina de las cariátides cautivó a las obras
porteñas. Se los llama atlantes, porque son una evocación de Atlas, el
gigante griego condenado por Zeus a sostener la bóveda celeste por
atentar contra los dioses.
En el cuadro de honor de forzudos
sacrificados están los ocho gigantes de cuatro metros de altura que
sostienen el enigmático y tenebroso edificio Otto Wulff, en la esquina
de Belgrano y Perú.
También hacen gala de su fortaleza los que
sostienen en forma de ménsula la parte superior del ex Cine Gran
Splendid, hoy una gran librería, en avenida Santa Fe 1860. O los dos
corpulentos atlantes que aguantan en sus hombros los cuerpos salientes
del edificio de Rivadavia 1906-1916, diseñado por Mario Palanti.
Al
lado del Maipo, en Esmeralda 455, la cosa no parece haber sido tan
voluntaria: los dos atlantes sostienen el edificio pero encadenados.
También
hay otros que despiertan el ingenio popular. El dato del más
sinvergüenza me lo tiró hace tiempo un taxista. Me preguntó cuando
circulábamos por la Avenida 9 de Julio: “¿Usted conoce el monumento a la
corrupción?”. Ante mi sorpresa, cuando pasamos por el ex Ministerio de
Obras Públicas, me mostró en la esquina norte que da a la avenida, en lo
que sería a nivel de los primeros pisos, una estatua amurada justo en
el vértice. Lo curioso es una de sus manos no está en la posición
habitual sino al revés… Y comentó: “Fíjese, ¿no parece que estuviera
pidiendo una coima?”.
Editor General ARQFuente: clarin.com