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LA DESOBEDIENCIA. Instalación monocroma. |
Por
Eduardo Villar
Suena la campanilla de un teléfono que nadie atiende. Es la
campanilla de un teléfono de los de antes, un ring ring ring infinito.
No hay nadie o nadie quiere o tal vez nadie puede levantar el tubo y
responder. Y ese sonido fatal, monocorde y sin emoción, como un latido,
se va volviendo dramático, desesperado y desesperante. Es el sonido del
video “La piedad”, obra clave de la muestra La reconvención,
de Jorge Canale, que puede recorrerse estos días en la sala “J” del
Centro Cultural Recoleta. Junto al video hay otra obra con el mismo
título –un conjunto de cinco acrílicos sobre papel– que en alguna medida
da origen al video. Es una secuencia de cinco escenas que representan a
una mujer junto a su hijo en su lecho de muerte. Pero también esa obra
que luego dará origen al video fue originalmente otra cosa. Los cinco
acrílicos nacieron de un pedido que el hijo de Canale, dramaturgo, le
hizo años atrás a su padre, vinculado no solo con el arte sino también
con la publicidad y el diseño gráfico: un story-board para una obra de
teatro en la que una madre decide desconectar a su hijo del respirador
que lo mantiene artificialmente con vida. Esos cinco cartoncitos del
story-board se convirtieron luego en las cinco pinturas, de las que
luego nacieron las fotografías co las que se armó el video. Y esos
cambios, esas transformaciones de una obra a lo largo del tiempo
constituyen uno de los sentidos de la muestra y del título La reconvención.
Canale,
cuyo padre fue abogado y juez, explica que, en términos jurídicos,
reconvención es una demanda que se le hace a alguien a partir de sus
dichos del pasado. Y que también los géneros y la obra misma se
reconvienen. Así, sin diseño previo, lo que fue un story-board se
convierte en cinco pinturas, que se convierten en decenas de fotos, que
se convierten en video. Y que cambian de sentido. “Las obras están
abiertas a que se les llame la atención en el futuro”, explica Canale,
especialmente interesado en recrear permanentemente los contenidos de su
obra y dejarla vivir con algo que podríamos llamar autonomía.
El
artista tomó unas siete fotografías de cada uno de sus cinco
acrílicos, detalles, planos más abiertos o cerrados, distintos ángulos.
Luego montó en el video una secuencia de esas fotos, que van dejando
lugar una a la otra con cada ring del teléfono. Las imágenes se
suceden, van cambiando.
La mujer llora, hay un llamado (¿desde
el más allá’), ¿la mujer lo escucha?, ¿es para ella, para nosotros?, la
mujer deja su silla vacía junto a la cama, la mujer toma y abraza como
en una Pietá ese cuerpo que le pertenecía y ya no le pertenece, lo
lleva hacia quién sabe dónde, mientras el teléfono sigue sonando,
insoportable, ring ring, y con cada ring, una nueva imagen. Suena el
teléfono. Y no hay nada que decir. Murió. Eso es todo lo que hay para
decir, y nadie lo dice.
Hay en la muestra otras reconvenciones.
No es sólo esa obra que fue story-board y luego acrílicos y luego
fotos y luego video la que es demandada y reconvenida. Casi fuera de la
muestra, como una especie de prólogo antes de entrar en la sala
propiamente dicha, hay un retrato fotográfico de un joven. Se llama
“Bachiller” y es de autor anónimo. El retratado tiene nombre: es Jorge
Canale recién recibido, en 1966. Una foto de graduación.
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LA HERENCIA. Acrílico s/ tela, 150 x 180 cm. Acrílico y tinta sobre madera. |
El
joven, pura promesa, puro proyecto, de mirada a la vez orgullosa e
insegura, es aquel Canale, se llama igual que este Canale, ya
reconvenido tantas veces.
Lo mismo que la figura de “La
ciénaga”, la escultura que abre la muestra, en la que el artista se
representó a sí mismo en un futuro que paradójicamente parece estar
fuera del tiempo. De una manera rara, como si estuviera a punto de
levitar, el hombre yace sobre leca dentro de una caja pero en realidad
parece no estar en ninguna parte y uno no sabe si ver en la escena a
alguien que acaba de nacer o a alguien que está a punto de morir; si se
trata de un cielo o de un infierno; si es alguien que se eleva o se
hunde.
En todas las obras de la muestra está esa impronta de
intemporalidad o, más bien, de cruce de tiempos, de pasados con futuros,
determinado –otra vez– por la idea de reconvención, por esa especie de
exigencia imposible de continuidad en el ser, por ese mandato
irrealizable de inmanencia, de apego a un imposible presente eterno.
Se sabe, pocas cosas son permanentes. Una que suele serlo es la ausencia. Y con la ausencia, el duelo. En muchas obras de La reconvención
esa ausencia y ese duelo están simbolizados por una silla vacía que
Canale sitúa como un ícono frente a sus pinturas, operación con la que
tiende a salir del plano, de la pared, y a convertir las pinturas en
instalaciones. Son muchas las ausencias que se presentan en la muestra:
las del niño y el joven que fue Canale, las de los Canale que no fue ni
será, las de su madre y su padre, que esperaba de él no un artista
sino un abogado.
Expectativa frustrada que Canale aborda en “La
desobediencia”, donde un enano de jardín observa desde abajo una tela
vacía en la que se apoya una escalera junto a las herramientas del
pintor: un pincel y unos pomos de pintura.
La silla vacía vuelve
a aparecer en “La ilusión”, la pintura de una novia –la mamá,
suponemos– que evoca las fotos de novias que durante décadas fueron
infaltables sobre las cabeceras de las camas matrimoniales en las casas
de clase media de la Argentina. Y, caída, frente a “El verano”, otra
pintura que evoca las fotos también clásicas de la infancia, en la
playa. Vuelve a aparecer la silla caída en “La partida”, fotos de sus
padres que Canale tomó décadas atrás con una vieja cámara Mamiya,
flanqueando una pintura que es un autorretrato suyo de espaldas. Hoy
esas fotos son otra obra, tienen otro sentido.
Dice Canale en
un texto que se lee en la entrada de la muestra: “La vida pareciera ser
una sucesión de reconvenciones, como la historia en sus
transformaciones ideológicas y el universo en su descubrimiento.
También la obra, cuando cambia de contexto, reconvierte su significado y
se expone al cargo que la mirada ejerce sobre ella; requerimiento que
al concepto que la sustenta le dirige. Incubo el arte de verdad y
mentira se dona a la reconvención de su sentido, hipótesis de su
permanencia”.
Incansable, el teléfono sigue sonando en toda la sala.
FICHA
Jorge Canale. La reconvención
Lugar: Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. Sala “J”.
Fecha: hasta el 10 de febrero de 2013.
Horario: martes a viernes, 14 a 21; sábados y domingos, 12 a 21.
Entrada: gratis.
Fuente: Revista Ñ Clarín