Un libro reconoce el "estilo guerrillero" de Joel
Meyerowitz, un artista que lleva cinco décadas de carrera como fotógrafo
urbano en busca de hallazgos visuales.
Por
RANDY KENNEDY
- The New York Times
"Lo llamo la campana zen", dijo hace poco el fotógrafo Joel
Meyerowitz al describir la persistente compulsión de iniciar un proyecto
a largo plazo sobre bancos luego de la Gran Recesión. "Escucho el
llamado constantemente, de modo que voy a prestar atención".
Durante una carrera que este año cumple cinco décadas, el trabajo de Meyerowitz con frecuencia ha parecido ser producto de más de una persona: la Quinta Avenida de Manhattan, donde se convirtió en un fotógrafo urbano conocido a principios de los años 60; Cape Cod, donde sus fotos del cielo y la luz artificial contribuyeron a incorporar el uso del color en el mundo de la fotografía artística en blanco y negro; Europa, donde sus complejas escenas urbanas ejercieron influencia en una generación de fotógrafos más jóvenes; la ground zero después de los atentados del 11 de septiembre.
La publicación este mes de "Taking My Time", una extensa retrospectiva en dos tomos, reúne esos trabajos en un mismo lugar por primera vez.
Contiene numerosas fotografías inéditas y es probable que contribuya a redefinir la carrera de un artista innovador que tiene una tendencia a disolverse en el conjunto.
Para quienes reconocen su nombre sobre todo debido a "Cape Light", el libro de 1979 que fue pionero en el uso del color, el nuevo libro y una muestra relacionada en la Howard Greenberg Gallery de Nueva York sin duda constituirán una sorpresa.
En muchas de sus primeras fotos de la calle, los Estados Unidos son un lugar de engañoso vértigo al borde de la convulsión de fines de los años 60.
En una fotografía de 1963, una mujer pálida de ojos cerrados transmite un mensaje paranoico: "Se han producido partes electrónicas del tamaño de una cabeza de alfiler".
"Una cámara podría pasar por una aguja hueca", agregó. Pronto `Big Brother’ podría sentarse frente a su televisor y ver o escuchar".
En otras fotos, un niño apunta una pistola de juguete contra un bebé; sobre un televisor, la cabeza de Jacqueline Kennedy se cierne plañidera sobre una multitud; dos vagones de tren de juguete se inclinan a un lado detrás de casas vetustas en un desolado paisaje del oeste.
"Nadie daba tanto dramatismo como Meyerowitz a ese tipo de estilo guerrillero de fotografía de la calle que él llevó de los años sesenta al trabajo en color de los setenta y los ochenta", dijo Brian Wallis, el principal curador del Centro Internacional de Fotografía de Nueva York.
"Nunca entendí por qué no ha tenido el debido reconocimiento".
Ve la influencia de Meyerowitz en el trabajo de fotógrafos de tendencia social como Paul Graham y Alec Soth.
Rineke Dijkstra, conocida por sus grandes retratos en color, dijo que el trabajo de Meyerowitz le abrió los ojos cuando era una estudiante en Amsterdam en la década de 1980.
Al igual que muchos fotógrafos jóvenes europeos, ella trabajaba en blanco y negro, pero el complejo trabajo de Meyerowitz con la luz la ayudó a entender la fuerza del color.
"Había un bello silencio sin gente", dijo Dijkstra al hacer referencia a muchas de las imágenes más conocidas de Meyerowitz.
"Pero también, en cierto sentido, trataba de componer la realidad".
Meyerowitz, que tiene setenta y cuatro años, dijo que nunca se ha considerado otra cosa que un miembro de "la generación que respeta el cuadro y se atiene a lo que ve".
"Lo que siempre pensábamos era: `¿En qué medida podemos absorber y abrazar un momento de la existencia que desaparecerá en un instante?’" dijo, y agregó: "Era una dimensión que bordeaba lo moral".
Abandonó su trabajo en una agencia de publicidad y se dedicó a la fotografía de la calle. "Lo único que sabía en aquel momento era que necesitaba estar en la calle", declaró.
"Me interesaba mucho la perspectiva de la escuela Ashcan de la realidad, o su complejidad y confusión".
Muchos fotógrafos artísticos de ese momento consideraban que el color era algo comercial, pero eso nunca constituyó un problema para él.
"El hecho era que proporcionaba más información, y yo quería más información".
Para mediados de los años setenta había empezado a sacar lo que llamaba fotografías de campo, en las que trataba de ver más allá de un solo lugar de acción y disparar desde mucho más atrás a los efectos de abarcar escenas más complejas.
"Quería una fotografía que no se revelara de inmediato, que no se entregara. Pero eso siempre es arriesgado, ya que se trabaja con el temor de que, al tratar de conseguir demasiado, tal vez no se consiga nada".
En los últimos años se ha dedicado a fotografías que ilustran los elementos clásicos: tierra, fuego, agua y aire.
"La verdad es que una foto de tierra puede ser muy aburrida", declaró.
"Me pregunto si no es una locura, si es un callejón sin salida o punto de entrada. Todavía estoy tratando de averiguarlo".
Durante una carrera que este año cumple cinco décadas, el trabajo de Meyerowitz con frecuencia ha parecido ser producto de más de una persona: la Quinta Avenida de Manhattan, donde se convirtió en un fotógrafo urbano conocido a principios de los años 60; Cape Cod, donde sus fotos del cielo y la luz artificial contribuyeron a incorporar el uso del color en el mundo de la fotografía artística en blanco y negro; Europa, donde sus complejas escenas urbanas ejercieron influencia en una generación de fotógrafos más jóvenes; la ground zero después de los atentados del 11 de septiembre.
La publicación este mes de "Taking My Time", una extensa retrospectiva en dos tomos, reúne esos trabajos en un mismo lugar por primera vez.
Contiene numerosas fotografías inéditas y es probable que contribuya a redefinir la carrera de un artista innovador que tiene una tendencia a disolverse en el conjunto.
Para quienes reconocen su nombre sobre todo debido a "Cape Light", el libro de 1979 que fue pionero en el uso del color, el nuevo libro y una muestra relacionada en la Howard Greenberg Gallery de Nueva York sin duda constituirán una sorpresa.
En muchas de sus primeras fotos de la calle, los Estados Unidos son un lugar de engañoso vértigo al borde de la convulsión de fines de los años 60.
En una fotografía de 1963, una mujer pálida de ojos cerrados transmite un mensaje paranoico: "Se han producido partes electrónicas del tamaño de una cabeza de alfiler".
"Una cámara podría pasar por una aguja hueca", agregó. Pronto `Big Brother’ podría sentarse frente a su televisor y ver o escuchar".
En otras fotos, un niño apunta una pistola de juguete contra un bebé; sobre un televisor, la cabeza de Jacqueline Kennedy se cierne plañidera sobre una multitud; dos vagones de tren de juguete se inclinan a un lado detrás de casas vetustas en un desolado paisaje del oeste.
"Nadie daba tanto dramatismo como Meyerowitz a ese tipo de estilo guerrillero de fotografía de la calle que él llevó de los años sesenta al trabajo en color de los setenta y los ochenta", dijo Brian Wallis, el principal curador del Centro Internacional de Fotografía de Nueva York.
"Nunca entendí por qué no ha tenido el debido reconocimiento".
Ve la influencia de Meyerowitz en el trabajo de fotógrafos de tendencia social como Paul Graham y Alec Soth.
Rineke Dijkstra, conocida por sus grandes retratos en color, dijo que el trabajo de Meyerowitz le abrió los ojos cuando era una estudiante en Amsterdam en la década de 1980.
Al igual que muchos fotógrafos jóvenes europeos, ella trabajaba en blanco y negro, pero el complejo trabajo de Meyerowitz con la luz la ayudó a entender la fuerza del color.
"Había un bello silencio sin gente", dijo Dijkstra al hacer referencia a muchas de las imágenes más conocidas de Meyerowitz.
"Pero también, en cierto sentido, trataba de componer la realidad".
Meyerowitz, que tiene setenta y cuatro años, dijo que nunca se ha considerado otra cosa que un miembro de "la generación que respeta el cuadro y se atiene a lo que ve".
"Lo que siempre pensábamos era: `¿En qué medida podemos absorber y abrazar un momento de la existencia que desaparecerá en un instante?’" dijo, y agregó: "Era una dimensión que bordeaba lo moral".
Abandonó su trabajo en una agencia de publicidad y se dedicó a la fotografía de la calle. "Lo único que sabía en aquel momento era que necesitaba estar en la calle", declaró.
"Me interesaba mucho la perspectiva de la escuela Ashcan de la realidad, o su complejidad y confusión".
Muchos fotógrafos artísticos de ese momento consideraban que el color era algo comercial, pero eso nunca constituyó un problema para él.
"El hecho era que proporcionaba más información, y yo quería más información".
Para mediados de los años setenta había empezado a sacar lo que llamaba fotografías de campo, en las que trataba de ver más allá de un solo lugar de acción y disparar desde mucho más atrás a los efectos de abarcar escenas más complejas.
"Quería una fotografía que no se revelara de inmediato, que no se entregara. Pero eso siempre es arriesgado, ya que se trabaja con el temor de que, al tratar de conseguir demasiado, tal vez no se consiga nada".
En los últimos años se ha dedicado a fotografías que ilustran los elementos clásicos: tierra, fuego, agua y aire.
"La verdad es que una foto de tierra puede ser muy aburrida", declaró.
"Me pregunto si no es una locura, si es un callejón sin salida o punto de entrada. Todavía estoy tratando de averiguarlo".
Fuente: Revista Ñ Clarín.