Cuando la artista Andrea Juan se topó con la Antártida su vida
cambió. “Trabajaba con los glaciares de Patagonia, que retroceden en
todo el mundo y con ellos se pierde el agua dulce, cuando me enteré que
había científicos trabajando en la Antártida con el cambio climático”.
Entonces comenzó a conocer detalles de la vida en el llamado continente
blanco, donde los científicos pasan casi toda su vida estudiando el
terreno, por ejemplo, viajan todos los años durante 30 o más, mientras
sus instrumentos de medición evolucionan y sus vidas se adaptan a una
rutina tan comunitaria como solitaria. Corría el año 2005 cuando viajó
por primera vez como artista independiente, durante la prueba piloto de
un proyecto de arte que emprendió junto a la Dirección Nacional del
Antártico (DNA), organismo donde hoy ocupa la dirección de Cultura. Arte
en la Antártida se llama el programa de residencias para que artistas
de todo el mundo trabajen y vivan una temporada en las bases argentinas.
Desde 2005 se realizan campañas todos los años, que dieron lugar a
exhibiciones en diversos países del mundo, de China a España y de México
a Canadá.
Este año, la Argentina fue sede de la “IV
Conferencia y Festival Internacional de Arte y Cultura Antártica.
Ciencia. Comunidad y Diálogos Polares”, donde los científicos explicaron
al público los avances de sus investigaciones; en paralelo, el Centro
Cultural Rojas recibió al Festival de Cine y Cultura Antártica (donde
hubo performances, música experimental cine y la presencia de Douglas
Queen, sonidista de Herzog); y en el Museo de Arte de Tigre se inauguró Sur Polar IV. Arte en Antártida,
una muestra de artistas de todo el mundo que estuvieron en la
Antártida, más artistas locales invitados, que permanece abierta hasta
el 14 de octubre. En cada una de esas instancias participó Andrea Juan,
la misma semana que recibió un premio Konex y habló ante el auditorio en
representación de los artistas visuales.
-¿Por qué hacer arte en la Antártida?
-La
idea es multiplicar la imagen de lo que se está haciendo en la
Antártida, y desarrollar los temas científicos con una poética
artística, traducirlos para que el espectador pueda tener un acceso más
sensorial, más fluido. Que no haga falta leer cuántos litros de agua se
están perdiendo porque lo ves, lo percibís, lo sentís… así la sensación
de pérdida es más directa. Eso por un lado, así funciona más allá de que
no sea la finalidad: es un medio de comunicación, una reflexión y una
conexión con el espectador.
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Joaquín Fargas. Flor solar. Onstalación, detalle (2011)
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-¿Cómo es el programa de Arte en la Antártida?
-Es
un programa de residencias de artistas argentinos que aplican a una
presentación anual que este año cierra el 15 de octubre, y extranjeros
que forman parte de un programa de cooperación internacional, tanto a
partir de artistas interesados como países que quieren trabajar en esa
temática, pero no es necesario que tengan base allá. Comenzó en 2006 con
dos artistas canadienses, se fueron sumando argentinos a modo de prueba
y después buscamos armar un programa más estructurado. Recién el año
pasado se hizo el primer llamado a concurso oficial, abierto, pero desde
2005 hubo Arte en la Antártida.
-¿Cómo eligen a los artistas?
-Se
hace una selección de proyectos que sean innovadores para desarrollar
en la Antártida y necesarios, que sea imprescindible llevarlos a cabo.
Está abierto a todas las disciplinas, y es importante que la idea tenga
sustento y que mantenga la línea, que sea consistente y coherente con su
búsqueda, su trabajo anterior, y no quede como una cosa caprichosa que
queda suelta.
-La Antártida es un lugar muy imponente desde lo visual, ¿cómo afecta esto a los artistas?
-De
maneras diferentes. En principio, la Antártida es un continente y la
imagen que ves es la parte de hielo o de nieve, pero por debajo siempre
hay tierra. Sobre todo en verano y con el cambio climático, muchas veces
se ve más tierra –porque es una zona rocosa o sedimentaria– que hielo.
Después, los artistas relacionan cada uno desde su punto de vista, su
interés, su búsqueda y su intelecto. Lo que trae como proyecto como
expectativa cambia siempre: al ser algo totalmente nuevo, por más
imaginación que tengas, el encuentro es otra cosa. Y los proyectos se
van adaptando.
-¿Cómo influye que sea un lugar casi virgen, protegido, en las obras?
-Es
muy interesante poder trabajar en un espacio que en principio no tenés
turistas, la población es pequeña y tenés un espacio de trabajo bastante
amplio. Mi trabajo, por ejemplo, se desarrolla en los glaciares, que
son lugares bien abiertos, en medio de tormentas o situaciones extremas.
Pero elijo trabajar ahí y ese espacio es la inmensidad. Son condiciones
que no se pueden replicar.
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Erica Bohm. Sin título (2012). |
-Algunos trabajan con datos, otros más con el color y la luz...
-Hay
un pintor mexicano, por ejemplo, trabajo con el color en una paleta de
acuarelas y acrílicos. Y como en Antártida la luz cambia todo el tiempo,
los colores también cambian. El blanco nunca es blanco del todo porque
empieza a haber unas variantes de blanco, que va cambiando de
tonalidades… El color, el calor y la temperatura tienen cambios muy
bruscos. De hecho, cambian los colores porque también cambia la
climatología: podés estar tranquila con un viento calmo y a los cinco
minutos comienza un viento cada vez más fuerte que puede llegar a los
180 kilómetros por hora y eso torna tu actitud, tu actividad y lo que
sigue en el día.
-Llegar hasta allá debe ser complicado, también…
-En
realidad brindamos apoyo logístico, cobertura, traslados, y se trabaja
por supuesto con las tres fuerzas: la Fuerza Aérea, el Ejército y la
Marina. En general salimos desde Palomar con el Hércules y vamos hasta
Río Gallegos, donde nos quedamos unos días para cambiar de Hércules y
esperar la climatología, si es que no hay cambios y tenemos que hacerlo
por buque. Después sí tomamos un buque, helicóptero o avión bimotor de
menos plazas que nos traslada en principio a Base Esperanza, también
trabajamos mucho en Marambio, que es la base de Fuerza Aérea. Este año
fuimos dos grupos, en la primera etapa de la campaña estuvimos en Base
Esperanza 45 días y un segundo grupo viajó después porque el mar
congelado no les permitió llegar a Esperanza.
-¿Cómo influye esa incertidumbre en la experiencia de los artistas?
-Nunca
sabés nada, todo lo vas sabiendo en la medida que va sucediendo. Se
estima, se estipula, se trabaja con un programa de fechas y traslados
pero tenés que estar abierto a que haya cambios. La incertidumbre es
algo cotidiano y eso es importante también en cuanto a la selección de
los artistas, porque los científicos ya conocen el terreno cuando viajan
y los militares están preparados. El artista tiene que estar capacitado
para estar totalmente aislado, en un lugar del que no puede regresar
cuando quiera, donde la comida y el hospedaje son comunes, donde no hay
verduras salvo los primeros días y el resto de la comida está congelada o
enlatada, donde no hay negocios y no hay moneda… Eso es muy bueno, es
muy interesante trabajar en una situación de comunidad donde el dinero
no funciona.
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Adriana Lestido. Fotografía bahiamedialuna (2012) |
-¿En qué medida es transferible la experiencia?
-Creo
que a través de las obras se pueden ver las experiencias de los
artistas, ya sean instalaciones, fotografías, pinturas y acciones que se
van desarrollando, que se acompañan con documentación fílmica o
fotográfica de los proyectos que están desarrollándose en ese momento. Y
todos tienen mucho que ver con el cuidado del medio ambiente, el
respeto por la situación de estar en un lugar virgen, prístino, que es
del cuidado de todos y donde el agua es muy valiosa, por ejemplo. Los
residuos vuelven al continente salvo los orgánicos que se desechan ahí.
-¿Qué atrae tanto del lugar?
-En
principio, la geografía es impresionante. Las imágenes son increíbles y
el paisaje es muy activo, permanentemente va mutando. Este año fue la
séptima campaña que viajé, voy casi a los mismos lugares y cada año es
distinto. La geografía cambia, las personas cambian, porque no tiene
población: las campañas son como máximo de 14 meses, y los científicos
que hacen el trabajo más a largo plazo van cada año a lo largo de 30
años. Es una comunidad fuerte donde se arman lazos cotidianos, de
solidaridad, porque todo en la Antártida depende del otro.
-¿Y los artistas que vuelven qué dicen?
-Hay
una pasión por sobre todo que es muy fuerte, una fascinación por el
espacio. Todos los artistas que viajaron a Antártida quieren volver,
aunque hay una etapa compleja, porque no es fácil ir ni estar, hay
muchas vicisitudes, muchas falencias, muchos momentos difíciles pero
cuando están de vuelta esa parte ya no tiene ninguna importancia.
La belleza de ese helado paisaje
Hasta el 14 de octubre, el Museo de Arte de Tigre (MAT) exhibe Sur Polar IV. Arte en Antártida, con los
trabajos de artistas internacionales, la mayoría participantes de la
"Residencia de Arte en Antártida" en las Bases Argentinas, un proyecto
del Programa de Cultura de la Dirección Nacional del Antártico y el
Ministerio de Relaciones Exteriores. Además, los trabajos de una
selección de artistas invitados, entre ellos Paula Senderowicz (con un
trabajo sobre el ártico) y otros que trabajaron con temáticas
relacionadas con hielo y agua, como el caso de Lucía Weismaster y
artistas jóvenes como Sebastián Desbats (con un cohete), Erica Bohm (con
un libro objeto de resina azul) y Lucila Portabales (con pintura).
Andrea
Juan es curadora general, con la colaboración de Adriana Desteffannis
(educación), y Alejandra González, Lorena Avallar, Lina Suspichiati,
Carla Graziano y Chimene Costa.
Sur Polar IV. Arte en Antártida
Museo de Arte Tigre
Horarios: Mié. a Vie. de 9 a 19; Sáb. y dom. de 12 a 19 hs.
Entrada: Gral. $12; menores de 12 años, residentes de Tigre y jubilados (sólo los miércoles) sin cargo.
infomuseo@tigre.gov.ar
4512-4528
Fuente: Revista Ñ Clarín