TODAS LAS CARAS TIENEN UN LADO B


¿Quiénes son los músicos, artistas y productores detrás De las tapas de discos? Estos retratos ocultan tanto como revelan sobre los modelos y sobre la era de los vinilos.


Hace tres años que Pablo Garber fotografía músicos, artistas, productores y gente desconocida con su vinilo preferido. Pero sus caras nunca se ven. Al ocultar, revela. “Además de hacer un recorrido por las tapas que ellos eligieron, mi intención es formar un retrato colectivo de la era del vinilo, trayendo al presente aspectos del ritual que implicaba escucharlos”, explica.
Así que Ponete un disco, el trabajo suyo que se exhibe ahora en el Centro Cultural Recoleta, es una invitación a descubrir quién está detrás en cada imagen tanto como un panorama de experiencias grabadas por esa costumbre que hoy sobreviven, justamente, más o menos tapadas. A indagar en el lado B de todas las caras.
Garber cuenta que en 75 imágenes que creó –y a las que ya prevé sumar unas 30– están Rocambole, Litto Nebbia y Lalo Mir, entre otras figuras populares. Que a ellos y a los “anónimos” les preguntó por el vinilo, esa portada que se quedaban mirando, cómo los marcó y el espacio donde hoy se sienten más identificados. Y que con esa información, juntos, crearon. Hay que indagar para reconocer a los famosos. Ofrece pistas pero no fáciles, al menos para los que no somos eruditos ni fanáticos. Sin embargo, ante la potencia de la mayoría de las piezas no cuesta involucrarse y la cuestión de “éste quién será” pasa a segundo plano. Garber sabe dónde enfocar para que quede claro lo que le interesa mostrar.
La tapa de Oktubre, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, aparece en una mesa electoral. 
Mentiras Piadosas, de Sabina, en manos de una pareja en un diván de psicoanalista. El gran micrófono de la tapa del compilado de FM USA (Winter’85) vol 3, en contraste con el cuadro “Santa conversación” (1525-30), de Niccoló Pissano, sostenido por una chica de espaldas a la cámara, con las manos dispuestas como alas, cual angelito salido del marco.
LA MAQUINA DE HACER PAJAROS. La máquina de hacer pájaros.
LA MÁQUINA DE HACER PAJAROS. La máquina de hacer pájaros.

La máquina de hacer pájaros, de la banda homónima, en una plaza. Sobre una hamaca que se viene encima del espectador, despeinada por el envión, mientras una paloma aterriza al fondo, como un detalle. Antes que al detective, da ganas de jugar a volar. Entonces, maravillado, uno recuerda, mejor dicho experimenta, aquello de Lewis Carroll respecto de “¡Qué pobre memoria es la que sólo funciona hacia atrás!”
El trabajo de Garber engancha por curiosidad y atrapa así, con sorpresa, ironía y variedad. Los Beatles, Julio Iglesias, The Smiths o Música en Libertad. Imágenes individuales, dípticos, trípticos. Citas de los retratados dispersas entre ellas. “Entonces Vinicius me dice: ¿Estás seguro que querés grabarlo? Mirá que yo no vendo mucho. ¡La cuestión es que este disco ya lleva casi medio siglo vendiéndose en todo el mundo!”, de Alfredo Radoszinsky, fundador del sello Trova. Indicios, otros estímulos para investigar.
Pero con esa persistencia en enmascarar a los retratados y contextualizar los vinilos en espacios inesperados, Garber logra sobre todo desplazar lecturas fáciles y dejar establecidas las que se propuso transitar sin cerrar ningún camino, arriesgándose a multiplicar sentidos. Una foto, se sabe, es también una idea. Y como advirtió Ansel Adams, quien recorrió como pocos las posibilidades expresivas de los paisajes, “no hay nada peor que una imagen brillante de un concepto borroso”. Por eso, aunque hay propuestas visuales para traer los vinilos de vuelta con tapas que tapan, como sleeveface.com –popular sitio de Internet donde cualquiera puede colgar una imagen en la que se autoincluye en una portada–, Ponete un disco resulta singular. 

FM USA. Winter 85
FM USA. Winter 85.

El trabajo de Garber nació con una imagen que se le cruzó en la web: “Era una chica en un bosque –cuenta– y su cara encajaba con una portada. Mucho después me enteré de que pertenecía a sleeveface. Lo que me interesó fue la inclusión del vinilo en ese entorno no previsible. Era en un bosque casi encantado y ese toque surrealista también me atrajo”.
En su momento, la relación de Garber con los vinilos fue especial. Para un libro que planea publicar, escribió que esa relación se remonta a cuando tenía doce años y su papá, que trabajaba en una discográfica, lo mandaba a ensobrar. Un depósito. Los discos “envueltos en un papel suave y finito”. Las tapas “con olor a tinta fresca”. El “placer” de mirarlas. El “descubrimiento” de bandas. Después, ciertas ceremonias. Ir a Parque Rivadavia a canjear. Esperar que ese pariente que había viajado al exterior consiguiera el álbum que no se editaba acá. Reunirse con amigos para compartir la novedad. “Es probable que en ese galpón, sentado sobre una inestable banqueta de madera, se gestara mi vocación por la fotografía y las artes visuales”, explica. Pero aclara que no escucha vinilos hace décadas y que lo tienta principalmente sentir su consistencia, colocarlos en la bandeja, oír “el ruido a fritura que precede a la primera nota” y verlos girar.
Es claro: los recuerdos son la introducción a este repertorio de piezas, que según escribió Guillermo David –también para el futuro libro– pueden conformar “la cara B de una época cuya impronta nos aqueja tanto como nos ilumina”.

FICHA
Pablo Garber. Ponete un disco
Lugar: Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. Sala Prometeus.
Fecha: Hasta el 30 de  setiembre.
Horario: martes a viernes, 14 a 21; sabados, domingos y feriados, 12 a 21.
Entrada: gratis.

Fuente: Revista Ñ clarín

DE CABINA A BIBLIOTECA

Un diseñador de arquitectura convirtió cuatro cabinas telefónicas de la ciudad de Nueva York en bibliotecas temporarias por medio de la instalación de estantes.
El mejor momento para convertir un teléfono público en una biblioteca es un domingo por la mañana temprano, dijo John H. Locke, un diseñador de arquitectura que podría ser el principal especialista del mundo en el tema. "No hay mucha gente", dijo. "se puede ir, buscar una buena cabina, prepararla y cerrarla bien. Toma unos segundos. se la llena de libros y se espera a ver qué pasa".
El invierno pasado, Locke diseñó una serie de estantes livianos para colocar en el interior de las cabinas telefónicas de la marca Titan de la ciudad de Nueva York. Un fabricante de Brooklyn corta los estantes, que Locke pinta y monta en su departamento.
Hasta ahora ha realizado cuatro instalaciones, la última de ellas en la Avenida Amsterdam y la Calle 87 oeste, un domingo antes de las ocho de la mañana. Locke colocó en su lugar una estantería de color verde lima y la llenó de libros infantiles y novelas.
Apenas había dado vuelta la esquina cuando un hombre que había estado parado frente a un restaurante empezó a examinar títulos, luego de lo cual se decidió por "El resplandor", de Stephen King.
Lo que pasa con las instalaciones pasados los primeros minutos tiene cierto misterio para Locke. Las controla de forma periódica, dijo, hasta que desaparecen después de unos días o semanas. Para él, está bien. "Es algo espontáneo que surge en determinados lugares", señaló. "A la gente le gusta y le resulta inspirador, pero luego vuelve a desaparecer".
Las bibliotecas tienen sus seguidores. Editoriales, librerías y vecinos se han contactado con Locke para donar libros con miras a futuras instalaciones. La publicación Spontaneous Interventions presenta el proyecto en su edición actual.
Si hay algún elemento de las calles de la ciudad que pide a gritos un nuevo destino, parece ser el teléfono público. El Departamento de Telecomunicaciones y Tecnología de la Información de la ciudad empezó a solicitar ideas en junio respecto de qué hacer con los restantes 13.000 teléfonos públicos de las aceras.
No son por completo obsoletos. Aquí el teléfono público promedio se usó para hacer seis llamadas diarias en 2011. Los teléfonos públicos dieron a la ciudad ingresos de 18 millones de dólares en el último año fiscal, en su mayor parte derivados de avisos colocados en las paredes laterales de las cabinas.
Dado que el organismo se resiste a renunciar a ese dinero, analiza sugerencias de convertir las cabinas telefónicas en mapas barriales de pantalla táctil, transformarlos en estaciones de recarga de aparatos portátiles o autos eléctricos, o usarlos como dispensers de desinfectante para las manos. También participa en un proyecto piloto de utilizar las cabinas telefónicas como centros de Wi-Fi.
Locke, que tiene aversión a la publicidad en exteriores, dijo que no quiere tener nada que ver con la iniciativa de la ciudad. Sube los planes relacionados con sus estantes a su sitio web con la esperanza de que la gente instale sus propias versiones en las cabinas de sus barrios.
Después de que Locke instaló los estantes y volvió a su casa para desayunar con su novia, llegaron cuatro hombres muy interesados en el proyecto. Hablaban en voz baja y examinaban la cuadra. Uno fingía usar el teléfono que asomaba por el estante de libros. Tras comprobar que no había moros en la costa, vaciaron los estantes de su contenido.
Todo fue a parar a las bolsas azules de plástico, desde Guía práctica para la construcción de escuelas excepcionales, de Paul Bambrick-Santoyo, hasta Los cuentos de F. Scott Fitzgerald. Los hombres se pusieron las bolsas al hombro y se fueron en distintas direcciones.
Dejaron a sus espaldas una estantería vacía de libros y ya inútil, a menos que alguien quisiera hacer un llamado telefónico. 

Fuente: Revista Ñ Clarín

"EL GRECO", NUEVA ATRACCIÓN
DEL MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES

“San Juan Evangelista”, propiedad del museo español, se expone junto a otra obra del pintor renacentista.
Dos “Grecos”. El embajador español y el director del MNBA descubren “San Juan Evangelista”. A la derecha “Jesús en el huerto de los olivos”, propiedad del museo argentino. telam

Por Bárbara Alvarez Plá

Un único artista, y uno solo de sus cuadros, fueron ayer el motivo de que funcionarios y personalidades del mundo del arte se reunieran, al mediodía, en la sala Manierismo y Barroco del Museo Nacional de Bellas Artes.
Los protagonistas: el pintor griego afincado en España, Doménikos Theotokópulos, más conocido como El Greco (1541-1614), y el esperado cuadro, su San Juan Evangelista , un óleo sobre tela de 99 x 77 cm., que el artista pintó hacia 1605, y que podrá verse en el museo, de forma gratuita, desde hoy y hasta el 2 de diciembre.
La obra representa al apóstol San Juan, que caracterizado como un joven vestido con una túnica verde y un manto rojizo, sostiene en su mano derecha un cáliz del que sale una serpiente, imagen que se corresponde al episodio bíblico en el que el discípulo favorito de Jesús, vuelve a Éfeso, tras su destierro en la isla de Patmos, (durante el cual escribió el Apocalipsis), y sufre un intento de asesinato: un sumo sacerdote del templo de Diana le da un brebaje venenoso para beber, que es lo que en la iconografía se representa con la imagen de la serpiente. El capítulo termina bien y Juan no bebe, salvando así su vida.
La obra es importante ya que no pertenece a ninguno de los famosos “Apostolados” del artista, que se conservan en el Museo del Greco y en la Catedral de Toledo, y por ser de la época en que su pintura es más extrema y expresiva.
En el evento estuvieron presentes, además de una larga fila de medios, entre los que se encontraba la telvisión española o el diario catalán La Vanguardia, el embajador de España en Argentina, Román Oyarzún, el director del MNBA, Guillermo Alonso y especialista en El Greco y el restaurador del Museo del Prado, de donde procede la obra, Rafael Alonso, quienes fueron los encargados de retirar la tela que cubría el cuadro y dejarlo a la vista de todos. La obra comparte la pared con Jesús en el huerto de los olivos , el óleo del mismo autor, que pertenece a la colección del MNBA, y sala con otras obras religiosas de artistas españoles como Zurbarán o Alonso Cano.
La obra llega desde Madrid y es la primera cesión del convenio firmado hace tres años entre ambas pinacotecas. Según explicó Guillermo Alonso “la idea es que de forma permanente y cada tres meses, una obra del Prado nos acompañe”. Y añadió, “el acuerdo no se limita a obras, esperamos que restauradores, técnicos y curadores de los dos museos, viajen también”.
Oyarzún se refirió después al acuerdo como “una aproximación entre los dos pueblos”, y afirmó que “va a permitir a los argentinos disfrutar de obras del arte español, y a los españoles disfrutar de obras del arte argentino”, aunque por problemas que exceden al mundo del arte, España tendrá que esperar, (ver El arte argentino ...).
El restaurador del museo del Prado desde 1978, Rafael Alonso, contó que San Juan llegó al Museo en 1928, como donación de un médico del hospital de San Carlos de Madrid, hoy Museo Reina Sofía. “Es una sola figura, por eso no puede compararse con las grandes composiciones del autor, pero es un cuadro único y como toda su obra, sintetiza la cultura europea mediterránea del siglo XVI”, señaló.
El cuadro, que forma parte de la colección del museo madrileño, no está firmado, pero el restaurador aseguró que no hay dudas sobre su autoría, “por la técnica, pinceladas y colores inimitables, porque El Greco es inconfundible, cuando intentan imitarlo, no lo consiguen”, aseguró, y finalizó: “Aquí tienen una obra maestra de un genio de la pintura, y en un estado de conservación excelente”.

Fuente: clarin.com

EL MURAL QUE UNE A AMÉRICA LATINA

Perdido en una galería porteña es de Carybé, quien nació en Lanús y fue leyenda en Brasil.

Paredes decoradas. Son las de la galería Boston, de Florida al 100. La obra plantea un recorrido desde la Patagonia hasta el Amazonas. / emiliana miguelez

Por Eduardo Parise


Cada día, a unos metros de la obra, pasan miles de personas. Y si se cuenta las de cada año, se podría decir que son millones. Pero, salvo algún artista inquieto o algún caminador advertido, muy pocos la vieron. Es un gran mural, hecho con baldosones de cemento, que cubre las paredes que están junto a una escalera de la Galería Boston, con entrada en el número 142 de la peatonal Florida. El valor artístico del trabajo se potencia con sólo mencionar el seudónimo de quien firma el trabajo: Carybé.
Su nombre real era Héctor Julio Páride Bernabó. Había nacido el 7 de febrero de 1911 en Lanús, provincia de Buenos Aires. Pero el espíritu aventurero de Enea (su papá italiano) y el amor por la tierra de Constantina (su mamá brasileña) lo fueron llevando a recorrer distintos países, primero del mundo y de América latina después, hasta llegar a Bahía, en Brasil, donde se iba a convertir en una figura de leyenda de la cultura afrobrasileña de las décadas del 50 y el 60. En Brasil también había encontrado el seudónimo que identifica toda su obra: Carybé es la designación que en portugués se le da a una especie de piraña del Amazonas.
Justamente el Amazonas y las imágenes de esta tierra casi virgen que aún sobrevive desde México hasta el Sur, fue la fuente de inspiración para ese mural que Carybé le dejó a los porteños y al resto de la Humanidad. Y aunque no está tratado como debería (un ejemplo brutal es el ventilador que alguien hizo colocar en alguna parte de la obra) allí se refleja un recorrido desde la Patagonia hasta las sabanas que van hasta más allá de Venezuela.
Las imágenes de gauchos, pescadores y artesanos puestas por el artista muestran “el espíritu de la tierra” que el hombre supo mostrar en sus más de 5.000 obras dejadas en el mundo. Entre ellas, se cuentan esos murales que alguna vez estuvieron en el aeropuerto Kennedy de Nueva York y que, tras pasar años en un depósito del Bronx, fueron instalados en el aeropuerto internacional de Miami.
Carybé no sólo fue muralista. También fue grabador, pintor, dibujante y escultor. Y como si eso no fuera suficiente también se destacó como escritor, músico, director de arte en cine y periodista en medios argentinos (entre ellos los diarios Crítica, Noticias Gráficas y La Nación) y brasileños (como el diario Carioca y el Tribuna da Imprensa). Además ilustró cientos de libros de “próceres” literarios como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y de su gran amigo Jorge Amado. Justamente con él, con Dorival Caymmi y con Gilberto Gil, compartió su amor por la capoeira y el Candomblé. Cuentan que Carybé murió el 1 de octubre de 1997 en un terreiro durante una sesión de ese culto. En Brasil, donde se nacionalizó en 1957, lo veneran como uno de sus grandes.
En Buenos Aires recuerdan otro mural que Carybé había pintado en la Galería Belgrano junto con Leopoldo Torres Agüero. Pero dicen que un día el dueño del lugar ordenó pintar las paredes y aquel trabajo se perdió. Pero aún queda el de la Galería Boston donde los marineros, las prostitutas, los pescadores y los capoeristas, es decir la gente común, siguen vivos.
Es que esos trabajos ya casi son leyenda porque hacen a la esencia de una región o, en este caso, de un pueblo y una ciudad de aluvión como Buenos Aires, donde también hay otras galerías que quedaron en la memoria de la gente por su aporte a la creatividad y a la vanguardia artística.
Un buen ejemplo de eso es la Galería del Este. Ubicada casi al final de la calle Florida, cerca del cruce con Marcelo T. de Alvear, quedó como símbolo del arte de los años 60 del siglo pasado, junto con el Instituto Di Tella. Esos lugares también tienen lo suyo. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com


LA CULTURA FRANCESA,
UN IMÁN QUE ATRAJO A MILES DE PORTEÑOS

La cultura francesa, un imán que atrajo a miles de porteños

Todos quisieron entrar. Hubo cola desde la mañana y esperas de hasta dos horas para visitar el palacio de Cerrito al 1400. /alfredo martinez

Por Romina Smith
Fue una visita excepcional, porque la Embajada de Francia sólo abre sus puertas una vez por año , en septiembre, cuando se suma a las jornadas europeas de Patrimonio, un movimiento que permite descubrir los más hermosos edificios públicos y privados de medio centenar de países europeos. Acá, en Buenos Aires, los festejos se centraron en el bellísimo palacio Ortiz Basualdo , una construcción que nació con el siglo XX gracias a una gran historia de amor y que desde 1939 es la sede de la embajada francesa en la Argentina.
Ayer, más de cuatro mil personas se sumaron a los festejos y recorrieron dos de sus cuatro pisos , que se conservan en perfecto estado. La visita fue el punto de partida de Viví Francia , un evento cultural que vestirá a la Ciudad de azul, blanco y rojo hasta el próximo domingo.
Como en años anteriores, una multitud esperó desde temprano para poder entrar al palacio y recorrerlo con un guía dispuesto a revelar todos los secretos. A las 9.30, una hora y media antes de que abrieran las puertas, la larga fila ya daba la vuelta completa al edificio y a la plazoleta contigua, en Cerrito, entre Alvear y Arroyo. La expectativa por recorrer los salones de estilo inglés y francés en un circuito gratuito atrapó a grandes y a chicos, a pesar de que las demoras para entrar obligaban, en los momentos de más convocatoria, a esperar hasta dos horas para poder entrar.
El disfrute era doble: no sólo estar en un palacio –intacto– sino también tener la posibilidad de viajar a la Buenos Aires más aristocrática, la de principios de siglo, la del primer Centenario, la de las fiestas y noches ostentosas.
La Embajada, que tiene su sede en el Palacio Ortiz Basualdo, abrió ayer sus puertas y hubo largas filas de gente desde temprano para recorrerla. En la Ciudad habrá actividades hasta el domingo.
“Es la primera vez que vengo, el año pasado no estaba en la Ciudad. Esperé poco menos de dos horas pero me voy maravillada: jamás pensé que iba a encontrarla así, llena de detalles resguardados, como los hermosos tallados en madera, o los techos moldeados con rosetas. Es un lujo, es como visitar la galería de los espejos en el Palacio de Versalles”, comentó Laura Pernía, vecina de Recoleta. A un lado, mezclado entre turistas brasileños y algunos franceses con nostalgia, Mariano Castro, de 23, esperaba entrar con su novia Paulina. “Vinimos porque nos interesa la cultura francesa. Vamos a seguir todas las actividades que podamos”, se entusiasmó. El paseo, que se hacía en grupos, llevó a cientos de curiosos por los salones que el arquitecto Paul Pater imaginó en 1912 cuando Daniel Ortiz Basualdo encargó el palacio para vivir allí con su gran amor, Mercedes Zapiola. La construcción fue terminada en 1918 y habitada por la familia hasta 1939. Y recién ese año el Estado francés lo compró para su sede diplomática. Hasta hoy, sus salas de música, baile, la biblioteca y hasta la sala de billar lucen impecables. Y algunas de ellas se usan en ocasiones especiales o grandes galas.
Esta es la cuarta vez que la Ciudad tiende un puente cultural con los franceses a través del eslogan “Viví Francia”. Durante toda la semana habrá charlas, visitas guiadas, cine, música y una agenda de actividades imperdibles para descubrir toda la influencia de ese país en Buenos Aires.

Fuente: clarin.com

EN LOS BORDES DE LA LOCURA

Esta edición escapa a la dinámica que vincula a las bienales con el espectáculo, el artificio y la gran escala. La muestra cuestiona ciertos rasgos de la modernidad, su lógica acumulativa y sus cruces con la locura. La presencia argentina: Eduardo Stupía, Leandro Tartaglia, Martín Legón y Pablo Accinelli.


Creada en 1951, íntimamente vinculada al proyecto del Museo de Arte Moderno, la Bienal de San Pablo fue concebida desde sus comienzos como una plataforma para lo nuevo llamada a vincular el arte brasileño con la vanguardia internacional. Podría decirse que desde entonces lo que se espera de ella, o de quienes se hacen cargo de su diseño en cada edición, es que puntualmente catalicen ese principio estimado de novedad. La pregunta de hoy sería ¿qué representa la novedad en un tiempo en que todo lo que ella encarna pareciera condenado a envejecer a la velocidad del rayo atrapado en la lógica de su propia brevedad temporal?
A juzgar por lo que en estos días puede verse en la Trigésima edición de esta Bienal, lo nuevo sería algo que despunta en alguna forma de resistencia a esta compulsión de lo nuevo por la novedad misma. Y sobre todo ante su consecuencia inevitable: el dato espectacular que casi siempre se pone de manifiesto en la gran escala y los grandes nombres disparados como bengalas al aire. No se trata de un caprichoso desdén de su curador, el venezolano Luis Pérez Oramas, sino de un modo de plantarse ante esa lógica que pareciera responder más a los espasmos del mercado que a una renovación radical de lenguajes. 
La suya es una hipótesis que se ha tomado el trabajo de llevar a cabo una investigación sólida y minuciosa que apunta a ir mucho más allá de lo último que se lleva en la pasarela del arte.
Así, este crítico y poeta, que durante años fue curador de la Colección Cisneros y actualmente es curador de arte latinoamericano del MoMA, sólo eligió poco más de un centenar de artistas, cuarenta menos que la edición pasada, y cobijó a todos bajo el enigmático título de La inminencia de las poéticas . ¿A qué alude este concepto que, como en tantos casos semejantes, se estira como para abarcar todo lo que se exhibe? Básicamente a la sutileza poética de lo que permanece a punto de aflorar y se empeña en esquivar el enunciado rotundo.
O tal como lo explicó el propio Pérez Oramas en una conversación que tuvimos el año pasado en Buenos Aires, cuando todo esto estaba aún en gestación: “Es lo que está por decirse, la palabra en la punta de la lengua”, ¿Quién lo va a decir, cuándo lo va a decir?, es algo que ha querido dejar en suspenso; sin señalamientos. La invención de lo cotidiano, de Michel Certau es un texto de cabecera que lo guió hacia los “espacios oscuros del pensamiento”, a los intersticios que están entre o en el archipiélago mismo. 

Japaratuba. del brasileño Arthur Bispo do Rosário.
Japaratuba. del brasileño Arthur Bispo do Rosário.
De allí la idea de constelaciones que opera como un principio instrumental a la hora de articular la complejidad del vasto conjunto de tres mil obras seleccionadas. Un verdadero trabajo de orfebrería en el que el curador y su equipo se han permitido prescindir de los grandes nombres. O por lo menos de las grandes estrellas que venían siendo consagradas en los circuitos bienales en los últimos cinco años como parte del porfolio indispensable para el éxito. 
De allí también que no haya tampoco intervenciones a gran escala ocupando el espacio. Lo que realmente marca la diferencia es el volumen de obra que representa a cada artista a través de un cuerpo sustancial que permite acercar cada poética al público. El ámbito adecuado para hacerlo ha sido evidentemente motivo de preocupación ya que las amplias plantas del emblemático Pabellón Bienal que diseñó Oscar Niemayer en los años 50, con sus paredes vidriadas, que funden exterior e interior, son un auténtico problema en ese sentido. 
El joven arquitecto rosarino Martin Corullón, que ha trabajado en distintas oportunidades anteriores para la bienal y conoce el edificio como la palma de su mano, hizo un trabajo impecable para sortear esa dificultad plasmando en el diseño espacial el principio de constelaciones de un modo sensible y limpio.
 Así, con criterio constructivo alternó espacios íntimos con otros más abiertos. De manera tal que el visitante puede concentrarse en un artista en particular y al mismo tiempo acompañar la deriva de sentidos múltiples que propone la exhibición. En el catalogo también impera similar criterio constructivo.
Otra de las cuestiones que rescata la muestra es el legado interdisciplinar de la modernidad que vinculaba al artista visual con el poeta y el filósofo, y el músico con el hombre de teatro. Artistas como el griego Athanasios Argianas, también músico, presenta una escultural sonora que cruza distintos medios y lenguajes. Y algo parecido ocurre con la italiana Simone Forti, que influida por la danza ha trabajado con improvisaciones corporales. Es decir y en palabras de Pérez Oramas, se ha rescatado “todo aquello que el arte moderno usó contra el disciplinamiento de la academia”. 
No es extraño entonces que una de las figuras centrales sea Artur Bispo do Rosario, un outsider del mundo del arte que Buenos Aires descubrió cuando su obra se exhibió en Proa, en Imágenes del inconsciente , la muestra que integró Brasil 500 años a comienzos de 2001. Bispo do Rosario padecía esquizofrenia paranoica y vivió encerrado en un hospicio más de 50 años.

Silence. La muestra del estadounidense David Moreno.
Silence. La muestra del estadounidense David Moreno.
Durante ese tiempo bordó, bordó y bordó en infinitos paños un universo de cosmologías que él mismo se inventaba. Pero sobre todo realizó una obra con objetos de desecho en una lógica de acumulativa que se derrama en los distintos núcleos de esta muestra. Trescientas piezas de esa producción obsesiva ocupan un lugar estratégico del Pabellón Bienal.
August Sander es otra de las figuras que detenta un espacio simbólico semejante y una proyección similar en los trabajos del presente. Más de 600 retratos de su famosa monumenta fotográfica alemana Hombres del siglo XX , ocupan varios tramos de paneles en el tercer piso del Pabellón. Dispuestos rigurosamente uno junto a otro, en varias series de grillas, estos retratos se erigen en un gigantesco archivo etnográfico que abarcan todas las clases sociales, todos los tipos físicos, los oficios, las costumbres y la indumentaria de los alemanes en la primera mitad del siglo veinte. Probablemente ninguna otra elección hubiera logrado un efecto más ilustrativo de esa vocación enciclopédica, ese imperativo por conocer y abarcarlo todo que animó a la modernidad desde el siglo XIX y los tiempos posmodernos transformaron en brutal deseo de posesión. 
Mucho de aquel espíritu sobrevuela el vasto conjunto de la exhibición. Así operan en significativa vecindad las series de Sander junto a las fotos de individuos y colectivos sociales del Congo que realizó Ambroise Ngaimoko para su Estudio 3 Z en Kinshasha; los desnudos masculinos del carioca Alair Gomes y su alto voltaje erótico reducido por momentos a un refinado juego de formas. Pero también las fotos polaroid del alemán Horst Ademeit, descubiertos muy poco antes de su muerte en 2010.
Otro registro obsesivo, acompañado de anotaciones que dan cuenta del estado emocional que lo llevó a querer establecer por esa vía algún orden para este mundo que, con justicia, consideró caótico. También las series del holandés Hans Eijkelnoom que puede pararse en una esquina sólo para fotografiar la gente que pasa y lleva atuendos parecidos. Veinte hombres y mujeres con pulóver rojo; veinte hombres y mujeres con paraguas; veinte con chaqueta verde militar; veinte con remera negra con el emblema Rolling Stone y así.
Todo esto inevitablemente remite a Aby Warburg, el gran historiador del arte alemán, nacido en 1866 y muerto en 1929 y su Bilderatlas, o atlas de imágenes que se empeñó en trazar relaciones entre las imágenes a través de diferentes tiempos y geografías. Hombre de una erudición enorme que también estuvo al borde de la locura, y desarrolló esa monumental empresa de vocación archivista, que llamó Atlas Mnemosyne. Lo cierto es que acuñó una forma visual de conocimiento que ha sido rescatada en los últimos años por amplios sectores académicos. Entre ellos Georges Didi Huberman, quien le dedicó el año pasado una muestra homenaje en el Museo Reina Sofía de la que nos ocupamos en estas páginas y llevó por título Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?

Button. Detalle de la obra del alemán Kriwet.
Button. Detalle de la obra del alemán Kriwet.
“Hacer un atlas es reconfigurar el espacio, redistribuirlo, desorientarlo en suma: dislocarlo allí donde pensábamos que era continuo, escribió Didi Huberman en el catálogo de aquella gran exposición. Está claro que ese mismo principio ha sido puesto en práctical por el proyecto de Pérez Oramas, quien fue condiscípulo del intelectual francés. No cabe duda de que ambos pulsan la misma cuerda similar.
Así un sinnúmero de relaciones ponen de manifiesto la compleja urdimbre que se arma y puede vincular por los obsesivos bordados de Bispo con los de las norteamericanas Ekaine Reichek y los hilados de Sheila Hicks que dan cuenta de una tradición que emergió en los 80 y ubicó las nociones texto y textura en similar plano de significación. También la asociación hilo y línea, que puede llevar de Hicks a Gego y a su turno derivar en Stupía. Gego, la artista germano venezolana que conoció Buenos Aires a través de una bellísima muestra que exhibió el MALBA y es una de las favoritas de Pérez Oramas, aparece aquí mayormente representada por una obra que realizó al final de su vida en los 70-80. Exquisita en tramas de papeles de colores en pequeño formato. Así también esos vínculos que van del hilo a la línea pueden derivar en la reflexión sobre el proceso de construcción de la imagen, que se hace transparente en muchas de las pinturas elegidas. 
O también como repertorio de signos y formas que es una de las interpretaciones posibles para la obra de Stupía. Resulta entonces comprensible que a su paso por Buenos Aires, el curador haya rescatado para esta muestra trabajos de este artista, de Pablo Accinelli, Martín Legón y Leandro Tartaglia, los cuatro argentinos aquí presentes.
El mayor de todos, Stupía, está representado por más de cuarenta trabajos de distinto formato, realizados entre fines de los noventa y la última década. Lo primero que se advierte en el conjunto es la casi total ausencia de esa producción obsesiva, minuciosa, caligráfica, a mitad de camino entre el paisaje y el laberinto de la línea, que por mucho tiempo fue su marca de estilo. Un corpus de su trabajo que hubiera sintonizado perfectamente con el resto de los universos que habitan la Trigésima Bienal. Sin embargo, el equipo de curadores optó por mostrar aquí los procesos más recientes de su producción en que conviven materiales de lo más heterogéneos. Ya no es la tinta que le dio a su estética esa singularidad caligráfica, sino el grafito, las barras de distinto grosor, la carbonilla, el lápiz de pastel y también el óleo. Es evidente que con ello se ha buscado destacar sus modos de construcción de la imagen. Y en ese sentido este capítulo de la obra de Stupía se integra a un aparato de significación más vasto que en esta Bienal también apunta a detectar cuánto de la tradición moderna permanece en esa vocación del presente de transparentar estrategias compositivas. Eso es lo que se advierte en las pinturas del venezolano Juan Iribarren, las del francés Bernard Frize y en las de la brasileña Lucía Laguna.
Pero nada aquí es unívoco; también puede ser tomado como archivo de signos, o catálogo de formas como el que despliega con extremo refinamiento en otra sala Pablo Accinelli. Su obra trabaja un repertorio que puede proceder de la más dura geometría pero ha sido dotado de especial sensibilidad a partir ciertas alteraciones poéticas que no dejan de tener componentes surrealistas. 

Eduardo Stupía. Sin título.
Eduardo Stupía. Sin título.
Así entabla relaciones simbólicas que le permiten urdir pequeños cosmos matemáticos. El libro es un objeto al que este artista presta especial atención y un aprecio comprensible ya que es junto con Leandro Tartaglia responsable del proyecto editorial Actividad en Uso. En Todo el tiempo , una obra de 2011 que retrata un círculo que se desplaza a través de una serie de páginas. Todos los trabajos suyos que ocupan la gran sala del segundo piso que le tocó en suerte proponen una reorientación de la percepción hacia objetos que sustrae del universo más banal de lo cotidiano.
No muy lejos de allí la obra de Legón ocupa dos generosas salas. En una de ellas presenta una obra de 2009 que en su momento no pudo realizar. Su “Test del hombre bajo la lluvia”, parte del modelo de test psicotécnico, habitualmente aplicado al ámbito laboral al que le imprimió giro poético. Así, en el mismo formato de series y grillas que recorre buena parte de la muestra, expone trescientos dibujos cuidadosamente enmarcados de las personas que hicieron ese test. Al mismo tiempo exhibe el registro del acto en que tres profesionales -un psiquiatra, un administrador de recursos humanos y una curadora de arte- evalúan los dibujos. La situación muestra cómo cualquier interpretación u orden clasificatorio contiene un apriori que es el de la perspectiva instrumental de cada uno. En tanto, en la sala contigua -empapelada con un color cemento oscuro y convertida en “ámbito elegante” expone diecisiete óleos de pequeño formato. Hay aquí una alusión a la pintura como objeto burgués dentro de ese orden acumulador y a menudo decorativo que es el coleccionismo.
La obra de Leandro Tartaglia, en cambio se desarrolla por fuera del pabellón de exhibiciones. Es un delicioso recorrido por la ciudad que parte del parque Ibirapuera y lleva a Morumbí, una de las zonas más elegantes de San Pablo, sobre cuyos orígenes discurre en el trayecto. Un audio remite a un intercambio de cartas entre una argentina y un brasileño que evoca el tono epistolar de Manuel Puig. Cada cual le cuenta al otro cosas de su alrededor. A través del relato, el que participa de ese paseo reorienta y comparte mirada y sensibilidad con los dueños de esas voces a través de sonidos y música. El diseño del sonido, que termina por hacer un elogio del ruido rescatando a Yupanki y “los ejes de mi carreta”, pertenece a Mariano Ast y sin duda es una pieza clave en el proyecto.
Como conclusión podría decirse que esta es una bienal contemporánea, en la que pueden convivir instalaciones, videos, fotografías performances y registros performáticos, pero destacando que en todo ello hay una historia. Desde la edición XXIV, que el curador Paulo Herkenhoff hizo girar en torno de ese concepto fundante de la cultura brasileña que es Antropofagia, la dimensión histórica no adquiría tanto peso. En esta ocasión el hilo curatorial ha trabajado minuciosamente todo lo actual al tiempo que ha buscado hacer visible la densidad histórica que lo hace posible. Todo lo que pasa alrededor Más allá de la gran sobriedad que rodea a esta edición es imposible evitar que la Bienal en sí misma, se convierta en la excusa para el sinfín de programaciones laterales que se potencian a partir de ella. Fiestas e inauguraciones en galerías, casas de coleccionistas y artistas suman toda una legión de coleccionistas, críticos, curadores y artistas del mundo entero que llegan a San Pablo en esa rutina a escala global que para todos ellos se torna imprescindible para estar al día. Imposible no sacar adecuado provecho de ese mix.
Leandro Tartaglia. Su obra es un paseo en una combi.
Leandro Tartaglia. Su obra es un paseo en una combi.
Así en coincidencia con la previa destinada a invitados especiales la revista ARTEBrasileiros empezó organizando en el Auditorio Ibirapuera, vecino al Pabellón Bienal, el seminario “Coleccionismo en Brasil en el Siglo XXI”. De estos encuentros, que abordaron cuestiones de gran interés para el curso del arte en la actualidad, participaron Ella Fontanals de Cisneros, presidenta de CIFO, la importante colección de arte contemporáneo basada en Miami, Eduardo Costantini y Patrick Charpenel, director de la colección JUMEX de México. Pero también el secretario de Cultura del Estado de San Pablo y director de la Pinacoteca de San Pablo, Marcelo Mattos Araujo, y el secretario municipal de Cultura, Carlos Machado Calil. Los problemas que enfrenta la formación de colecciones privadas y públicas ante el creciente aumento de los precios de mercado, las diferentes formas de acceso a la cultura y el cuidado de los patrimonios públicos, estuvieron en el centro de los debates. Los tópicos dan la pauta de cómo se preparan en Brasil para el liderazgo regional que avizoran en el horizonte.
Un abundante repertorio de muestras en distintas instituciones es parte del menú de estos días. La de Caravaggio reúne veinte obras de este artista en el MASP; una retrospectiva de la brasileña Adriana Varejao en el Museo de Arte Moderno y otra retrospectiva de Lygia Clark en el espacio Itaú cultural de la avenida paulista, por sólo citar sólo un puñado que deja afuera a las galerías. Una de las que más atención concitó en la apertura fue “El exterior está en el interior” propuesta del curador suizo Hans Ulrich Obrist, uno de los tres que fueron nominados para dirigir esta Bienal, que reúne intervenciones de diferentes artistas en la famosa “Casa de Vidrio” que perteneció a la arquitecta modernista Lina Bo Bardi. La lista de famosos convocados entre los que se cuentan Gilbert & George, Douglas Gordon, Waltercio Caldas y Cildo Meireles, pareciera encarnar justamente lo que optó por eludir Pérez Oramas.
Pero en verdad, la auténtica frutilla del postre de la semana de apertura fue la visita del jueves 6 a Inhotim, el exótico parque de arte contemporáneo que abrió en 2002, el empresario minero Bernardo Paz. Emprendimiento que por su desmesura y ubicación no es difícil asociar a Fitzcarraldo. Hace justo diez años que este coleccionista viene emplazando en ese fascinante lugar, piezas a gran escala, realizadas por artistas de la talla de Doug Aitken, Tunga, Helio Oiticica, Jorge Macchi y Olafur Eliasson, por citar sólo a unos pocos. Los jardines con lagos interiores y diferentes especies botánicas de la región ocupan noventa y siete hectáreas, cerca de Broumadinho en el estado de Minais Gerais. Paz compró este inmenso terreno en 1980 y empezó a diseñarlo en colaboración con el paisajista Burle Marx. El jueves 6 de septiembre convocó a una jornada de inauguración para presentar las últimas novedades: cuatro espacios dedicados a las obras de Tunga, Cristina Iglesias, Carlos Gariacoa y Lygia Pape. Muchas de ellas estuvieron en bienales internacionales recientes como la de Pape que estuvo en la última de Venecia. El fantástico convite culminó con un concierto de Arnaldo Antúnez.
Martín Legón. Detalle de “Test del hombre bajo la lluvia”.
Martín Legón. Detalle de “Test del hombre bajo la lluvia”.


Contexto:
Sólo superada por Venecia

Desde su creación en 1951, la Bienal de San Pablo se realiza cada dos años y, desde 1957, en el Pabellón Ciccillo Matarazzo, obra del arquitecto Oscar Niemeyer, con una superficie aproximada de 30.000 metros cuadrados. La segunda edición, en 1953, convirtió a la Bienal en un suceso por llevar a Brasil el “Guernica”, de Picasso. Hoy es la segunda bienal de arte en importancia del mundo, después de la de Venecia, y la primera en Latinoamérica.
Su entrada es gratuita desde 2004. El fin de semana pasado fue visitada por 23.000 personas y se estima que hasta su cierre, el 9 de diciembre, la recorrerán cientos de miles. Desde la edición de 2006, no hay representaciones ni envíos nacionales. Fue patrocinada y organiza en sus inicios por el Museo de Arte Moderno de San Pablo hasta 1962, cuando se crea y encarga de ello la Fundación Bienal de Sano Pablo. Su presupuesto para esta edición es de unos 11 millones de dólares, con financiamiento que proviene de subvenciones del municipio, el gobierno local y estatal y del sector privado.

Me parece:
Ausencias que entusiasman

Por Ignacio Liprandi - galerista

La 30a edición de la Bienal de San Pablo impresiona por varias razones: a la calidad de los artistas y las obras expuestas se suma un muy ordenado “recorrido” en el que se advierte la experiencia del curador Luis Pérez Oramas en el MoMA. A cada artista participante se le ha asignado un espacio en el que mostrar sus obras, a diferencia de otras bienales donde piezas de distintos autores son expuestas conjuntamente. Por otra parte, entusiasma la ausencia de muchos de los grandes nombres, infaltables en muchas bienales, y que revelan poco trabajo de campo por parte de sus curadores o mínimo espíritu de riesgo, lo cual no es el caso en ésta, en donde abundan los nombres de artistas emergentes.
Para destacar, y dejando de lado a los artistas de nuestra galería: las fotografías y videos del mexicano Fernando Ortega, los dibujos del colombiano Nicolás París, la pintura del argentino Eduardo Stupía, los retratos “mecanografiados” del peruano Jerry Martin, y la pintura objetual de Fernanda Gomes, además de la instalación del argentino Runo Lagomarsino y los videos y fotografías del holandés Bas Jan Ader. Es de destacar que a diferencia de otras bienales recientes hay una importante presencia de artistas de América Latina en detrimento de asiáticos y africanos.

Fuente: Revista Ñ Clarín



UNA OBRA LEÍDA COMO
"CATALOGACIÓN DE SIGNO GRÁFICO"

Entrevista a Eduardo Stupía, artista plástico. 
Comprensión. Stupía, aquí con su obra, comprendió en la Bienal cosas de su propia obra que no conocía.
Por ANA MARIA BATTISTOZZI


¿Qué sensaciones experimenta un artista cuando es invitado a una exhibición internacional y se presenta con su trabajo sin tener del todo claro cuál será el ámbito o el universo con el cual su obra se habrá de vincular?
Stupía fue invitado por Pérez Oramas, luego de que el curador sugiriera incorporar un par de dibujos suyos a la colección del MOMA y lo incluyera en la muestra New perspectives in Latin American Art que se exhibió allí en 2007. Mientras recorre la bienal confiesa que percibió más claramente la razón por la que fue convocado recién cuando llegó a verla en su conjunto. Pero sobre todo cuando pudo detenerse ante los artistas con los cuales le toca convivir. A muchos de ellos ni siquiera los conocía y fueron un descubrimiento.
“Incluso, llegué a comprender cosas de mi propio trabajo que yo no había advertido. Y para mí es un efecto doble muy fuerte –explica mientras continúa–. En especial todo lo que tiene que ver con esa noción de catalogación que sobrevuela la bienal, y puede ser leída como si el mundo mismo fuera un gran catálogo. Esa acumulación más o menos ordenada o desordenada que remite también a la idea de clasificaciones, de rótulos, de archivos. Es allí que pienso que Pérez Oramas percibió en mi trabajo una especie de catalogación de signo gráfico, sólo que disimulada y presentada como lenguaje, o al revés. Me refiero a un lenguaje que se despliega pero al mismo tiempo se muestra como tejido de signos interrelacionados entre sí. Como si cada obra fuera la puesta en escena de un orden posible. Pienso que eso es lo que vio en mis trabajos y es algo que ciertamente pude haber pensado pero nunca lo había visto tan claramente así.
Y más allá de esa experiencia personal ¿qué impresión te produce la Bienal?
Diría que es una bienal que permite leer artista por artista y al mismo tiempo la lógica heterogénea que los agrupa, los justifica y de algún modo le da sentido a todo. Creo que la idea de constelaciones que complementa el título de la exhibición, “La Inminencia de las poéticas” lo expresa bien porque uno puede pensar que el curador revela, por ejemplo, que cada obra es una constelación en sí misma.
¿Qué definiría esa idea de constelación?
Puntos aparentemente azarosos que unidos hacen una figura. Es decir que, aunque inconexos en apariencia, pueden definir una figura. En ese sentido diría que la Bienal es una constelación en sí misma y los artistas esa suma de puntos que el curador vincula. Siendo uno mismo artista y uno de esos puntos, se ve a sí mismo parte integral de ese todo. Diría que es un tipo de relación que define también la propia.
¿Y qué con relación al título “La inminencia de las poéticas” que opera de tal manera que abarca un amplio rango de cosas?
Me da la impresión que es como si hubiera trabajado sobre lo no consagrado de manera espectacular y no sólo en el sentido de tamaño. Sino que se dirige a lo que está por venir. Algo que apunta a un estado de alerta o atención sobre lo que vendrá.

Fuente: Revista Ñ Clarín