HOMENAJE AL ESFUERZO COLECTIVO

Es “Canto al trabajo”, una escultura de 85 años que está frente a la Facultad de Ingeniería.

Figuras humanas. Son catorce, que tienen dos veces y media el tamaño humano, y expresan las ventajas del trabajo en conjunto. /alfredo martínez

Por Eduardo Parise


En un primer momento se lo conoció como “El triunfo del trabajo”. Y el nombre no era desacertado. Porque en el conjunto escultórico, dividido en dos grupos (“El esfuerzo común” y “El triunfo”), eso está presente. Pero después se optó por otra denominación que, a 85 años de su inauguración, es la que llegó hasta nuestros días: aquí y en el mundo se lo conoce como “Canto al trabajo”.
Su primer destino, en 1927, cuando se inauguró, fue la Plaza Dorrego, ese símbolo del barrio de San Telmo. Pero una década más tarde le buscaron un sitio para que se luciera en todo su esplendor y lo instalaron en la plazoleta Manuel de Olazábal, en la avenida Paseo Colón, entre Independencia y Estados Unidos, frente a la Facultad de Ingeniería, un edificio que también tiene su historia porque allí estuvo la sede de la Fundación Eva Perón.
Realizado en bronce por el talentoso Rogelio Yrurtia (6/12/1879– 4/3/1950), el grupo escultórico “Canto al trabajo” reúne en total a catorce figuras desnudas, que tienen dos veces y media el tamaño promedio de un ser humano. En el sector delantero hay cinco personas que representan a una familia: un hombre en actitud expectante, una mujer que vigila el horizonte como avizorando el futuro y tres chicos que avanzan sin temores, protegidos por esos dos mayores. En el grupo que va detrás, varios hombres y mujeres, tirando una gran cuerda, arrastran una roca enorme, para demostrar que el trabajo colectivo siempre hace más liviana cualquier tarea, por pesada que sea.
La obra le había sido encargada a Yrurtia (uno de los máximos escultores argentinos) por la Municipalidad porteña en 1907. Fue después que el artista, que había empezado a formarse en ese arte con Lucio Correa Morales (luego sería su suegro) ganara el concurso para realizar el monumento ecuestre a Manuel Dorrego, que aún se destaca en la esquina de Suipacha y Viamonte. Por entonces Yrurtia ya había estado estudiando y trabajando en Italia y en Francia. En éste último país estuvo viviendo hasta 1921.
Además de estas dos obras, en Buenos Aires también se lucen otros trabajos importantes de su autoría: el monumento-mausoleo dedicado a Bernardino Rivadavia (está en la Plaza Miserere) y la imponente imagen de la Justicia (en el hall de entrada del Palacio de los Tribunales, en Talcahuano 550). Todas muestran la precisión y la exquisitez que Rogelio Yrurtia ponía en sus obras. Los que lo conocieron dicen que solía trabajar más de quince horas por día. La huella de su vida en la Ciudad se puede encontrar aún en lo que fue su casa, en O’Higgins 2390, en el barrio de Belgrano, que fue convertida en un museo.
“Canto al trabajo” hoy está destacada como una obra importante en esa zona del bajo de San Telmo. Pero hace poco más de un siglo, aquellos parajes eran parte del arrabal, en donde hasta había duelos a cuchillo, como el que ocurrió en una plazoleta que estaba a 200 metros del lugar en el que está el grupo escultórico. El protagonista fue Andrés Cepeda, un guapo al que conocían como “el divino poeta de la prisión”. De origen anarquista, en marzo de 1910 Cepeda se enfrentó con otro malevo y recibió un corte en la ingle. Cuando llegó la Policía y lo encontró desangrándose, le preguntó quién lo había herido. Y dicen que el hombre, que no era batidor; solamente contestó: “me tropecé con una piedra y me corté”. Después, murió. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

LOS ESTUDIANTES-SOLDADOS DE PARANÁ


Los estudiantes-soldados de Paraná

Por Laura Ramos

La familia Stearns se embarcó en Buenos Aires rumbo a la ciudad de Paraná a mediados de agosto de 1871. Un pequeño barco, piloteado por marinos genoveses, tardó dos días en surcar el río orlado de selvas ribereñas. Viajaban George Stearns, graduado en Artes en la Universidad de Harvard, Adelaide Hope de Stearns, que había dejado la casa de sus padres tres años antes, a los diecisiete, para casarse con su maestro, y el hijito de ambos. Sarmiento había conseguido que el Congreso aprobara un sueldo de 2.400 dólares para Stearns como director de escuela, y mediante un artilugio inscribió a Addy como maestra con un sueldo de 1.000, en carácter de sinecura. “¡Pensar que me pagan todo ese dinero” –escribió ella a su hermano– “cuando en mis veinte años de vida no he ganado un solo dólar!”. Addy, de religión protestante, vestía la falda corta que apenas rozaba el tobillo impuesta en Inglaterra por la madre estadounidense de Winston Churchill. Pero la “falda para andar” no había llegado al Norte de la Argentina según el hermano de George, William Stearns, que describió con maligna ironía a las damas de Tucumán en una carta: “Todas las mujeres usan vestidos de larga cola, que suceda lo que suceda, no deben levantar del suelo. Aquí la señora elegante va a misa temprano, seguida por una sirvienta, que le lleva la alfombrita para arrodillarse. Su resplandeciente vestido color fucsia barre lenta y majestuosamente las calles, arrastrando –¿quién puede decir qué?– del vaciadero que es el centro de la calzada. No apura el paso, no se vuelve; ningún movimiento indica que ha reparado en la suciedad de la calle”.
Las clases comenzaron de inmediato con dos profesores y ocho discípulos, aunque los gauchos de López Jordán aún luchaban en el litoral y el asesinato de Urquiza había ocurrido sólo un año antes. El edificio elegido para la primera escuela normal era enorme e inhóspito, carecía de muebles, de libros y sobre todo de estudiantes, ya que muchos padres retenían a sus hijos en sus casas, temerosos de las revueltas armadas. Al terminar el año veintidós alumnos-maestros habían venido de otras provincias para estudiar en la escuela de aplicación docente y hacer prácticas como ayudantes: tenían quince o dieciséis años y muchos no sabían urdir una resta o una división.
En 1872 la escuela se cerró durante dos meses, cuando un batallón de soldados federales ocupó el colegio. Durante las semanas anteriores Stearns había impartido instrucción militar a sus discípulos y escudriñaba los movimientos de las tropas con un telescopio colocado en la cúpula del edificio. Mientras los sectores católicos recelaban de su protestantismo, desde el gobierno le llegaron críticas porque el número de estudiantes-soldados no superaba los setenta y su nivel de erudición era muy bajo. Stearns respondió acremente, según revela Alice Houston Luiggi en Sesenta y cinco valientes , argumentando que la escuela había pasado por tres revoluciones y que para un alumno que acababa de dejar un fusil era difícil tomar un libro. “Estas gentes son realmente hostiles conmigo… Mi posición aquí está lejos de ser agradable. Irrita a los nativos ver a un extranjero a la cabeza de la escuela” escribió a su suegro.
A comienzos del mismo año, sólo dos meses después de haber dado a luz a un bebé, Addy contrajo fiebre tifoidea. Falleció pocos días después, en febrero, a los veintidós años. El recién nacido había cumplido tres meses y el hijo mayor, que padecía un retraso intelectual, dos años. Al llevar a su esposa al sepulcro el señor Stearns se encontró con que el único cementerio de la ciudad, reservado a la feligresía católica, no le permitía ingresar. Las autoridades se negaban a enterrar a una disidente. Las jerarquías civiles debatieron con los altos mandos eclesiásticos las alternativas del conflicto durante tres días. Finalmente accedieron a enterrarla junto a los muros del camposanto, pero del lado de afuera. Durante las tres jornadas el joven viudo protegió el cadáver de la voracidad de los felinos de la selva sentado sobre el ataúd, en las afueras del cementerio, con un revólver en cada mano.

Fuente: clarin.com


DIEZ DÍAS ENTRE MONJES

Eduardo Longoni vivió en el monasterio más rígido del país, siguiendo su rutina, y lo registró todo con su cámara.

Por Marina Oybin



No es fácil bucear en el mundo de la fe y, menos aún, convivir con los monjes cartujos, en Deán Funes, Córdoba.
Luz y misterio. El secreto de los monjes , la muestra de Eduardo Longoni que se presenta hasta mañana en el Pabellón de las Bellas Artes de la UCA, se mete en las entrañas de ese enigmático universo. Son veinte fotos en blanco y negro, de gran formato, todas sutiles, bellas, que condensan el trabajo de cinco años en procesiones y festividades religiosas por el país más su estadía de diez días, en 2010, con los monjes cartujos, una estricta orden católica fundada por San Bruno en 1084.
Fue la primera vez que la cartuja de Deán Funes, el monasterio más rígido del país, abrió sus puertas durante tanto tiempo a un laico. Casi un milagro. Híper austera, la orden –unos 370 monjes en el mundo– impone clausura y voto de silencio.
En el monasterio, Longoni se avino a la implacable rutina de sus diez compañeros. En ese silencio que perfora, vivió en una celda de clausura. Experimentó el sueño fracturado: como los religiosos, se levantaba a las 7 para ir a misa. Los horarios son inamovibles: a las 7 de la tarde hay que ir a dormir, para despertarse a la medianoche y caminar juntos, en tinieblas, hasta una antigua capilla iluminada con luz tenue que transforma todo en una pintura misteriosa. Allí, en una ceremonia que, cuenta Longoni, estremece hasta al menos creyente, había cantos gregorianos durante horas.
Sus fotos develan un universo hecho a golpes de silencio profundo, de elipsis, de símbolos. Como si se tratara de otro tiempo, en las tomas de Longoni impera la luz barroca. En la extraña penumbra del monasterio, asoman los monjes en fila, no se ven expresiones, ni miradas, sólo sus típicas capuchas en punta.
De la serie de fotografías que tomó en procesiones y festividades religiosas por el país hay algunas inolvidables como un díptico del Vía Crucis en Tandil. La primera imagen es un Cristo dolorido, la mano de un fiel acaricia la sangre pintada en su pecho.
A Longoni le apasiona trabajar en blanco y negro. “Creo que veo en blanco y negro”, señala. Sus fotos son potentes, precisas. Es difícil enumerar exhaustivamente su biografía: su vida es fotográfica. Uno recuerda sus imágenes de las primeras Madres de Plaza de Mayo en plena dictadura, el hambre, las ollas populares de 1982, restos casi vivos en Malvinas como ese avión pucará derribado, el juicio a las Juntas, el alzamiento carapintada, las impactantes y riesgosas fotos en La Tablada, la Plaza de Mayo en 2001 y esos sitios infinitos, llenos de nostalgia, que le quedaron grabados en el alma.
Su cámara pasa desapercibida: no hay ningún gesto o mirada que denote que ahí, en medio de procesiones, encuentros religiosos y festividades en distintos sitios, o de la vida en la cartuja de Deán Funes, un fotógrafo disparó su cámara día y noche. Es posible asomarse, espiar. Uno siente que no invade. Como si guardaran el secreto más preciado de un monasterio, sus fotografías tienen el extraño encanto de rozar el misterio. Acercarse y coquetear con el enigma.


FICHA
Eduardo Longoni. Luz y misterio. El secreto de los monjes
Lugar: Pabellón de las Bellas Artes de la UCA,
Av. Alicia Moreau de Justo 1300
Fecha: hasta el 19 de agosto
Horario: mar a dom de 11 a 19
Entrada: gratis


Fuente: Revista Ñ Clarín

PINTURAS QUE TAMBIÉN SE OYEN

Nació en Italia en 1925, creció en la Argentina y vivió por todo el mundo. Sus cuadros parecen musicales.

Teoría de los colores y las formas. La obra, de 1967-1968, es un buen ejemplo del estilo de Sacerdote.

Por Mercedes Pérez Bergliaffa

Aquí, en estas salas, las notas son colores, la música es espacio y la pintura de la artista Ana Sacerdote invade toda la galería Jorge Mara-La Ruche de forma sutil, ligera y abstracta. Se trata de la muestra de una pintora todavía bastante desconocida –a pesar de sus atípicos ochenta y tres años–, pero totalmente exquisita. Lo que se llama un descubrimiento .
Emparentada con Paul Klee y Kandinsky, Sacerdote buscó –como ellos– esa rara zona de convergencia entre la música y la pintura, entre la música y el color. Un equilibrio entre las fuerzas creadoras de la intuición y las del cálculo. Así como algunos músicos experimentaron, durante el Siglo XX, con un solo sonido aislado, así en las obras de Sacerdote se distingue un solo color –muchas veces es un bermellón–, que se recorta, se aísla del resto de la composición, como un índice que guía la vista, que nos dirige marcando cierta lectura de la composición, un determinado ritmo. Como si se tratara de una teoría musical pero cromática y geométrica. Es la creación de una armonía, la creación de improvisaciones en términos visuales.
“Es paradójico pero, en silencio, Ana Sacerdote ha realizado en Buenos Aires la versión más rigurosa, consecuente y sistemática de una pintura musical que hayamos conocido en el arte moderno.
Su traducción al lenguaje sonoro parece posible”, dice el historiador José Emilio Burucúa, quien escribió el prólogo del catálogo de la muestra.

Improvisaciones visuales. Sacerdote crea armonías con los colores en esta obra de 1968.
Tres son las series que presenta la pintora en la galería: las obras en formatos más grandes –de los años 60–, que son óleos sobre tela donde la materia es espesa, los movimientos menos fluidos, los trazos casi ortogonales y los planos casi nada traslúcidos. Una segunda serie –de los ‘50– , está hecha sobre papel de formato mediano. Muestran una enorme libertad y soltura a la hora de aplicar tanto los colores como la pincelada.
En esta segunda serie el agua sirvió como base antes de aplicar la gouache –témpera profesional– o como elemento importante a la hora de pintar.
Por último, hay una tercera serie, también de los ‘50, realizada sobre papel pero de tamaño mucho más pequeño, íntimo. Casi unas postales. Y aquí el cuidado amoroso al dibujar las figuras, pintar dentro de sus límites y jugar con el equilibrio tonal de la composición da sensación de reliquia.
Por supuesto que una obra así requiere de un tipo de reflexión casi contemplativa, muy teórica. Y para esta artista eso fue posible: Sacerdote llevó una vida atípica. Nacida en Roma en 1925, se mudó con su familia a la Argentina poco antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Aquí estudió Artes. Pero fue desde el año ‘49, y gracias a una revista Art d´Aujourd´hui (Arte de hoy) que comenzó a interesarse por el arte abstracto. Aunque el quiebre fundamental vendría de la mano de un maestro para tantos grandes de nuestro arte: Héctor Cartier. El introdujo a Sacerdote –como a Julio Le Parc, Alejandro Puente y César Paternosto–, al estudio de las ideas de la Gestalt. Otro golpe de timón en la vida de la artista fue su casamiento con Paul Guthmann, ejecutivo de una multinacional. Con él, la pintora viajó por todo el mundo, sin residencia fija. Esto le impidió desarrollar una carrera desde un punto establecido (por eso lo tardío del estudio de su obra).
Vale la pena: no deje de pasar a ver la exposición de esta pintora, histórica y contemporánea a la vez. Sus obras no sólo se ven: también se oyen. Y hay que escucharlas.

Fuente: clarin.com

SEXO Y LOCURA
EN UNA FOTOHISTORIETA SOBRE LA CONQUISTA


El fotógrafo argentino Marcos Zimmermann monta una historia ficticia del siglo XVI en Latinoamérica. La protagoniza una dama y la narra un perro.


Por Julieta Roffo

Hay que mirarlas de lejos, pero también de cerca. Hay que recorrer las fotos con ojos panorámicos y a la vez con lupas, para ver los detalles –las fotitos– que componen los 17 montajes que Marcos Zimmermann expone en la sala Juan L. Ortiz de la Biblioteca Nacional, en la muestra “Un perro en el paraíso. Una fotohistorieta”.
Las imágenes de las que el fotógrafo se valió provienen todas de su libro Norte Argentino, la tierra y la sangre, de 1998, y el guión de su narración gráfica fue escrito en colaboración con el dramaturgo Julio Salinas. Se trata de una historia de los tiempos de la Conquista, ocurrida entre 1537 y 1543 en Asunción del Paraguay. Y allí arden el sexo y la locura, dicen los autores de la narración, “como quizás nunca antes ni después ardieron”.
“La idea surgió de mi interés por la época fundacional de la Argentina; es un trabajo distinto a otros que hice, pero tiene en común cierto análisis del país”, explica Zimmermann, autor de libros como Patagonia, un lugar en el viento (1991), Río de la Plata, río de los sueños (1994) y Ruta 40 (2007), en los que se vale de sus fotografías para contar la Argentina desde el lenguaje visual.
El avasallamiento y el despotismo de aquellos años son dos de las ideas que el artista quiso poner de relieve, y para contar su historia se valió de un perro-narrador, animal al servicio de Isabel Roser, una española que viajó desde la Península Ibérica a América para rejuvenecer y para cumplir todas sus fantasías.

FINAL. Muerte de Akú-Itereí, de 2003, es la pieza que cierra la muestra.
FINAL. Muerte de Akú-Itereí, de 2003, es la pieza que cierra la muestra.
El guión escrito entre Zimmermann y Salinas está disponible en la sala Ortiz, y el fotógrafo recomienda acompañar las fotos con la lectura de ese material: “Creo que se ve más si se conoce la historia”, explica.
En cada uno de los montajes –impresos todos en blanco y negro y en gran tamaño– el autor de la muestra eligió con precisión las fotos que, replicadas, construyen otras figuras: en “Lluvia de cruces católicas durante la Conquista”, las cruces que caen como un bombardeo sobre el terreno que evangelizarán están conformadas con fotos de las manos y la cara de una monja; y en “Esternocéfalo poco amigable” (foto) la criatura está hecha con fotos de palos y armas; según Zimmermann, ahí está su agresividad, y agrega: “Cada imagen contiene elementos que implican la emoción que quiere expresar”.
En la visita a las tierras sudamericanas que Zimmernann y Salinas narran, Isabel alucinará algunas veces: con árboles de los que florecen bebés y con gallinas que vuelan; y también cumplirá sus deseos sexuales, como en el montaje “Isabel Roser aplaude con los pies a los hombres que la complacen mejor”. El anonimato de esos amantes, varios, queda reflejado en la ausencia de un rostro que los identifique.

AUTOCTONO. Pegaso sudamericano, de 2005, con dibujos sobre la foto.
AUTÓCTONO. Pegaso sudamericano, de 2005, con dibujos sobre la foto
Amadís, el perro narrador, verá a su ama recorrer los Esteros del Iberá –su gran trono, sostenido por dos hombres y armado con pequeñas fotos de curas– y también dará cuenta de cómo esas cruces que cayeron en el Nuevo Continente fueron incorporándose a la vida de los pueblos originarios: en “Entierro de pobres indígenas”, Zimmermann despide a los nativos bajo el culto católico que viajó desde Europa, con una gran cruz construida de otras más chicas.
“Me parece una idea un poco extraña dentro de mi manera de trabajar; siempre fui de una relación muy directa con la realidad y esto es un poco lo contrario”, reflexiona Zimmermann, y concluye: “Pero no creo que tenga que ver con el debate entre manipular o no manipular, sino que se trata de hablar de nosotros, eso es lo que me interesa”.
En la Biblioteca Nacional, hasta el 30 de agosto, el fotógrafo se vale de su fotohistorieta para narrar uno de los períodos históricos que más le interesan, porque, explica, “ha habido en la Historia varios personajes despóticos y avasallantes, y hacía falta contar esa parte de la Argentina”.
Ahí mismo, la fototeca Benito Panunzi expone algunos de los libros de Zimmerman que recorren la Argentina a través de lo que el fotógrafo llama “una relación directa con la realidad”.

Fuente: Revista Ñ Clarín

ENCONTRARON UN PICASSO QUE ESTUVO OLVIDADO
MEDIO SIGLO EN UN DEPÓSITO

Debido a un error de catalogación, el cuadro Mujer sentada con sombrero rojo permaneció casi medio siglo en el almacén de un museo de los Estados Unidos. Cómo se originó el error.


Se trata del Museo de Evansville en Indiana, cuyas autoridades explicaron que la obra elaborada en vidrio había pasado desapercibida en sus fondos artísticos debido a un error de catalogación.
La confusión se originó al creer que el nombre de la técnica de elaboración artística, "Gemmaux", era el nombre del pintor.
Al hacer un estudio sobre las obras de Picasso elaboradas en vidrio, una casa de subastas de Nueva York consultó al museo, y fue así como se detectó el error.
Realizada entre 1954 y 1956, la pieza muestra a la amante del artista, Marie-Thérèse Walter, y ahora saldrá a la venta a través de una casa de subastas en Nueva York.
"El museo ha decidido que los costos y gastos para garantizar la seguridad de la obra, potencialmente muy valiosa, son demasiado altos para nosotros", afirmó la institución en un comunicado.

Fuente: infobae.com

CENTENARIO DE NARCISO IBAÑEZ MENTA
1912 - 25 DE AGOSTO - 2012


El 25 de agosto se cumplirá el centenario del nacimiento de Narciso Ibáñez Menta, un artista que es parte fundamental de la historia del espectáculo, la cultura y la memoria de los argentinos. Nacido en Asturias, España, desarrolló gran parte de su carrera entre nosotros hasta convertirse en uno de nuestros más grandes intérpretes. Con sólo siete años debutó en teatro en Buenos Aires. Como “Narcisín”, el público y la crítica lo consagraron. Llegó a hacer cinco funciones diarias en teatros del centro representando una obra distinta en cada una.
A los diecinueve años -después de una gira internacional- volvió a Buenos Aires y entre 1933 y 1941 se consagró protagonizando El Hombre y la Bestia, El Fantasma de la Ópera, y Fausto de Goethe.
Narciso Ibáñez Menta se consideraba a sí mismo “un hombre de teatro” y, como director fue un verdadero innovador.
Estrenó obras nacionales y presentó autores de fama mundial, tanto en teatro como en radioteatro. Cumplió su sueño de poner en escena La muerte de un viajante, introduciendo a Arthur Miller y marcando un hito en la modernización del teatro profesional en la Argentina. Como actor, trabajó junto a las más importantes figuras de la época.
Desde los comienzos de nuestra televisión, sus ciclos Obras Maestras del Terror, El Fantasma de la Opera, Los Malditos de la Historia, El Hombre que volvió de la Muerte y El Pulpo Negro alcanzaron altísimas audiencias y le valieron un enorme prestigio a nivel popular.
Nuestro cine también lo tuvo como protagonista en películas memorables y con gran éxito a nivel del público y la crítica: Cuando en el Cielo pasen lista, Almafuerte y La Bestia debe morir, entre otras.
El 15 de mayo de 2004, Narciso Ibáñez Menta falleció en Madrid.
Fue un grande en todo lo que emprendió. Uno de los artistas más recordados por los argentinos.
Se hará un acto de homenaje el 25 de agosto del presente año, en la sala "Jorge Luis Borges" de la Biblioteca Nacional, Agüero 2502, C.A.B.A, a las 17:00 hs.

Organizan: Marité Mabragaña, Darío Lavia y Graciela Beatriz Restelli