La primera muestra de la sala renovada da
visibilidad a una valiosa parte del patrimonio del museo que permanecía
casi en el olvido.
La primera muestra de la sala renovada da
visibilidad a una valiosa parte del patrimonio del museo que permanecía
casi en el olvido.
Por Ana María Batitistozzi
Desde que inauguró en 1960, el llamado “Pabellón de exposiciones
temporarias” alojó mayormente exhibiciones integradas por piezas que no
formaban parte de su colección. Incluso llegó a mostrar conjuntos como Huésped,
que en 2009 vino del MUSAC (Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y
León) y planteó una deliberada tensión con su patrimonio.
Pero en esta ocasión –por una razón que quizás haya que rastrear en la intención de dar visibilidad a capítulos recientemente revalorizados por las investigaciones plasmadas en el catálogo razonado que se publicó el año pasado– se eligió destacar la presencia del arte italiano, estudiado en profundidad hace poco por la especialista Silvestra Bietoletti. La decisión implica un giro en la historia de la institución, que siempre se caracterizó por privilegiar al arte francés. Importa además porque Italia fue una gran referencia para la formación artística de nuestro país. No sólo porque Florencia y Roma fueron destinos fundamentales para los becarios argentinos que desde la presidencia de Mitre se dirigieron allí por la alta estima que gozaba su tradición artística, sino además porque la enseñanza artística durante el siglo XIX estuvo en buena parte a cargo de maestros italianos como Cayetano Descalzi, Fiorini o Baldassare Verazzi. Si a eso sumamos que la colección de Adriano Rossi –piedra basal junto a la de Guerrico del patrimonio del MNBA– reflejó un especial interés por la pintura italiana, podemos darnos idea del valor de este rescate.
El recorrido que propuso el curador Roberto Amigo pone el acento en la variedad de rasgos estilísticos de las diferentes escuelas regionales de Nápoles, Milán, Turín, Venecia y Roma, de donde provienen figuras como Doménico Morelli, napolitano cultor de un verismo místico muy en boga hacia fin de siglo, autor de la pintura “El ángel de la muerte”, que ocupa un lugar central frente al acceso a la sala. También el veneciano Ettore Tito, que pintó el impactante “Descendimiento”, que donó al museo la Comunidad italiana en 1923; el milanés Emilio Longoni, que indaga los pormenores de la luz en sintonía con las búsquedas impresionistas o el romano Giulio Sartorio, que pintó Malaria, obra clave en los debates que surgieron alrededor de Roma designada capital de Italia. Buena parte de la selección está impregnada de las discusiones que sucedieron a la unificación italiana. Dos estéticas contrapuestas habitan los retratos ecuestres de Garibaldi y Vittorio Emanuele II, pintados por el napolitano Filippo Palizzi. Pero la irrupción del siglo XX aporta también sus vicisitudes reflejadas en las inquietantes imágenes de De Chirico, Sironi, Carrá y el famoso “retorno al orden” que tuvo su correlato en la pintura argentina de los años 30 y 40. Por su parte, Modigliani ha sido sustraído de la tradición francesa en la que habitualmente se lo considera y se lo ha ligado al manierismo de Pontormo y Parmigianino.
A partir de todo esto, el curador desliza también una reflexión sobre el gusto del coleccionismo público y privado argentino y su devenir, desde las adquisiciones oficiales de Eduardo Schiaffino y el Centenario, desde Rossi a los Larco, padre e hijo, y Torcuato Di Tella.
Pero en esta ocasión –por una razón que quizás haya que rastrear en la intención de dar visibilidad a capítulos recientemente revalorizados por las investigaciones plasmadas en el catálogo razonado que se publicó el año pasado– se eligió destacar la presencia del arte italiano, estudiado en profundidad hace poco por la especialista Silvestra Bietoletti. La decisión implica un giro en la historia de la institución, que siempre se caracterizó por privilegiar al arte francés. Importa además porque Italia fue una gran referencia para la formación artística de nuestro país. No sólo porque Florencia y Roma fueron destinos fundamentales para los becarios argentinos que desde la presidencia de Mitre se dirigieron allí por la alta estima que gozaba su tradición artística, sino además porque la enseñanza artística durante el siglo XIX estuvo en buena parte a cargo de maestros italianos como Cayetano Descalzi, Fiorini o Baldassare Verazzi. Si a eso sumamos que la colección de Adriano Rossi –piedra basal junto a la de Guerrico del patrimonio del MNBA– reflejó un especial interés por la pintura italiana, podemos darnos idea del valor de este rescate.
El recorrido que propuso el curador Roberto Amigo pone el acento en la variedad de rasgos estilísticos de las diferentes escuelas regionales de Nápoles, Milán, Turín, Venecia y Roma, de donde provienen figuras como Doménico Morelli, napolitano cultor de un verismo místico muy en boga hacia fin de siglo, autor de la pintura “El ángel de la muerte”, que ocupa un lugar central frente al acceso a la sala. También el veneciano Ettore Tito, que pintó el impactante “Descendimiento”, que donó al museo la Comunidad italiana en 1923; el milanés Emilio Longoni, que indaga los pormenores de la luz en sintonía con las búsquedas impresionistas o el romano Giulio Sartorio, que pintó Malaria, obra clave en los debates que surgieron alrededor de Roma designada capital de Italia. Buena parte de la selección está impregnada de las discusiones que sucedieron a la unificación italiana. Dos estéticas contrapuestas habitan los retratos ecuestres de Garibaldi y Vittorio Emanuele II, pintados por el napolitano Filippo Palizzi. Pero la irrupción del siglo XX aporta también sus vicisitudes reflejadas en las inquietantes imágenes de De Chirico, Sironi, Carrá y el famoso “retorno al orden” que tuvo su correlato en la pintura argentina de los años 30 y 40. Por su parte, Modigliani ha sido sustraído de la tradición francesa en la que habitualmente se lo considera y se lo ha ligado al manierismo de Pontormo y Parmigianino.
A partir de todo esto, el curador desliza también una reflexión sobre el gusto del coleccionismo público y privado argentino y su devenir, desde las adquisiciones oficiales de Eduardo Schiaffino y el Centenario, desde Rossi a los Larco, padre e hijo, y Torcuato Di Tella.
Fuente: Revista Ñ Clarín