Siempre cuando se piensa en escritores se los imagina como ratas
de biblioteca, sentados frente a una mesa desolada e iluminada lo justo
para que la vista no se esfuerce en demasía. Sin embargo, esto debería
formar parte únicamente de un imaginario social alejado de lo real. Este estereotipo comienza a desmoronarse en muchos casos con sólo empezar a hurgar.
El cuentista uruguayo Horacio Quiroga, autor de obras como El almohadón de plumas y La gallina degollada, aseguraba que la experiencia es un disparador, por lo que no entendía la literatura si no estaba ligada a la misma. De hecho, para escribir su cuento El conductor del rápido, viajó en la cabina de una locomotora en compañía del maquinista.
Entre otros oficios extraños a los que se dedicó durante los primeros años de la década de 1910, Quiroga fue algodonero, yerbatero, destilador de naranjas, y fabricante de carbón y de resinas.
La idea promulgada por el también dramaturgo era vivir la vida, en
todas sus etapas y variantes, para así poder hablar de ella.
Inconscientemente, o no, fueron varios los autores que siguieron (a
tiempo y destiempo) su consejo.
El escritor inglés Charles Dickens es un ejemplo. El autor de Historia de dos ciudades nació en 1812 y vivió el apogeo de la sociedad industrial, sobre la que escribió en la mayoría de sus trabajos y a la que no temió criticar.
Si bien Charles, uno de los artistas más importantes de la era
victoriana, logró gozar de una feliz primera infancia, a sus 12 años
tuvo que abandonar los estudios para dedicarse al trabajo debido a la
encarcelación de su padre, acusado de no pagar sus impuestos.
Su primer trabajo fue en Warren's boot-blacking factory, una fábrica de pomadas para lustrar zapatos. Allí pasaba 10 horas de su día, durante las cuales debía pegar etiquetas en los envases. Por esta labor, el creador de Oliver Twist ganaba seis chelines por semana
que debía gastar para pagar su hospedaje y para ayudar a su familia,
que compartía la celda junto al Sr. John Dickens, como lo permitía la
ley de este entonces.
El autor de Moby Dick, Herman Melville, también compartió con Horacio Quiroga la idea de la viviencia como clave en la literatura. Este escritor nació en Nueva York el 1 de agosto de 1819 y casi 20 años más tarde comenzó a viajar en barcos balleneros que luego iban a ser musa de sus libros.
Sin embargo, esta no fue la única profesión extraña del norteamericano. Luego de un incendio en el taller de su editor, en el cual perdió mucho material y dinero, el creador de Bartleby, el escribiente debió pedir trabajo en la aduana de Nueva York.
La rusa Marina TsvIetáieva tampoco fue siempre escritora.
La poetisa nacida en septiembre de 1892 tuvo una vida marcada por la
revolución rusa y las guerras mundiales. En este contexto, y a causa de
la novedad que significaba su obra y de la imposibilidad de coartar su
libertad de expresión, la autora de Mi Pushkin sufrió la desaprobación oficial y no pudo encontrar trabajo ni casa.
Laura Estrin es ensayista, poetisa, profesora de la
carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires y una apasionada de
Tsvietáieva. Al respecto del oficio de Marina, contó: “Cuando en
1918 se vio aislada de su familia y ante la muerte de hambre de su
pequeña hija, Tsvietáieva consiguió un confuso trabajo que consistía en
recortar noticias bolcheviques y pegarlas inútilmente en papeles de
propagandas para su distribución”.
Otro de los grandes escritores de la literatura universal que tuvo que arreglárselas como pudo para salir adelante fue William Faulkner. El autor de El sonido y la furia nació en Mississippi en 1897, años después de uno de los momentos más cruciales de la historia de los Estados Unidos: la guerra civil entre el norte y el sur.
William arrancó a estudiar pero debió abandonar esta idea cuando
ingresó a las Fuerzas Armadas para participar de la Primera Guerra
Mundial. Allí se desempeñó como piloto. A su regreso,
ya nada fue igual: se desinteresó de los estudios e incursionó en
oficios que nada tendrían que ver con su fama posterior.
Faulkner, Nobel de Literatura en 1949, trabajó como pintor de
puertas, en el campo y hasta se convirtió en el cartero de la
Universidad de su estado natal. De este último trabajo fue
despedido cuando las autoridades se enteraron que leía las misivas antes
de entregarlas. (Quizá este fue el germen de su posterior profesión.
Las cartas le deben haber proporcionado mucho material).
Estos casos de escritores que debieron realizar diferentes trabajos
antes de consagrarse como tales datan de tiempos pasados, pero ello no
es condición. En la actualidad también pueden encontrarse artistas que debieron transitar varias sendas antes de encarrilarse en la que los consagraría.
La novelista Mary Theresa Eleanor Higgins Clark Conheeney, más conocida como Mary Higgins Clark,
nació en el Bronx en 1927. Consagrada como una de las escritoras más
importantes de los Estados Unidos en su género, el misterio, no siempre
supo qué iba a depararle el destino, aunque soñaba con ello.
Luego de la muerte de su padre, su familia necesitaba dinero y lo
poco que ganaba su madre no alcanzaba para satisfacer las necesidades de
todos, por lo que la autora de Mientras mi preciosa duerme se decidió a buscar trabajo. Así fue que consiguió un puesto como operadora del conmutador del Hotel Shelton. Mary, quizá en su aburrimiento o por qué no para acaparar material, aprovechaba la falta de control y escuchaba (como Faulkner) conversaciones ajenas telefónicas. De hecho, una vez tuvo la suerte de espiar al dramaturgo Tennessee Williams.
Pero este no fue el único empleo alejado de las letras que tuvo Clark. La
novelista fue secretaria de la fábrica Remington-Rand; modelo de
campañas publicitarias y hasta azafata de PanAmerican Airlines.
El estadounidense Dan Brown también comenzó su vida laboral en un ámbito que no iba a ser en el que finalmente se destaque. El autor del best-seller El código da Vinci grabó dos discos musicales; uno de ellos, destinado a niños, imitaba los sonidos de los animales.
En busca de este deseo, viajó a Hollywood para desarrollarse como
profesional, pero el distrito le dio la espalda. Al tiempo debió
regresar con pena y sin gloria a New Hampshire, donde trabajó como profesor de Literatura. Así entonces se acercó a la escritura.
La biografía de los escritores es a veces vapuleada por los
críticos literarios que la quieren alejar aunque a veces resulte
determinante. Sin embargo, descubrir que muchos de los artistas
hoy reconocidos no tuvieron la suerte de dar sus primeros pasos dentro
del mundo laboral en el área que anhelaban brinda un poco de esperanza
para todos aquellos que aún no encuentran su lugar en el mundo.
Fuente: infobae.com