Dice que en eso radica su gran valor. Y que mientras se convive con situaciones, es difícil valorar su importancia.
Por Einat Rozenwasser
No es que sorprenda, al fin y al cabo el hombre es apasionado por lo que hace: Aldo Sessa no sale de su casa sin llevar alguna de las máquinas de su colección colgada al pecho. Hoy trae una Leica Minilux “una pocket que anda muy bien y es liviana, ideal para la calle”. Empezó a sacar fotos a los 17 años, cuando su amigo Eduardo Quirno le prestó una cámara. “De haber empezado a los siete, cuando arranqué con la pintura, hubiera ganado diez años para registrar cosas que en ese momento parecían naturales pero que, con el paso del tiempo, te das cuenta del peso que tienen”, reflexiona. La introducción viene a cuenta de lo que, explicará luego, es su interés principal por estos días: “El análisis de mi archivo. Hace dos meses mi asistente me dio una gran alegría porque me trajo una caja que tiene 250 tomas del Sur de la Ciudad del año ‘58, que saqué en reversible color 6 x 6”.
Aldo Sessa nació en Rodríguez Peña y Pueyrredón en 1939 y lleva 55 años registrando cada gesto, cada detalle, cada rasgo de Buenos Aires. “La fotografía tiene esa gran virtud, porque desarrollás la mirada”, dice. ¿Qué descubrió después de haber pasado tanto tiempo observando la Ciudad? “En primer lugar la luz sureña, menos cenital, baja especialmente durante el invierno que se vuelve rasante, una luz que se desplaza del Este al Oeste en un arco amplio que produce sombras contrastadas”, describe, y puede que esté entrecerrando los ojos, como si lo estuviera proyectando. “Y las estaciones bien marcadas. Un lindo otoño, un buen invierno y una primavera donde todo estalla en verde, flores, brotes que dan alegría y son buenos para el espíritu. Con la frutilla del postre que representan el noviembre de los jacarandás, las tipas en los primeros días de diciembre, las dos floraciones del palo borracho, los lapachos... Algo que me enseñó a ver Silvina Ocampo”, continúa.
Es que además de su labor como fotoperiodista (que sigue ejerciendo porque le gusta “la rosca, estar en ese lugar que en algún momento se vuelve áspero”), Sessa se dedicó a la producción de más de 40 libros temáticos, muchos de ellos en colaboración con escritores como Jorge Luis Borges, Manuel Mujica Láinez o Ray Bradbury. Así retrató las luces y sombras de la Ciudad, su gente, sus edificios, el tango... “Pasé cinco años en el Colón, entre 1982 y 1987, sacaba 500 fotos por noche. Era maravilloso tener adelante 150 tipos que se vestían y actuaban para vos pero no te registraban, en penumbras, cada uno haciendo su parte y la música de fondo. Dejé el 30% de mis ojos ahí, porque revelaba durante la noche y a la mañana revisaba con lupa una por una para ver qué tenía”, cuenta.
Aldo pasa horas y horas en su galería-estudio (“sobre el Pasaje Bollini, en el último corralón que queda en pie; enfrente había un establo y cuando era chico tomaba leche de las vacas que ordeñaban ahí”). Allí cuelga sus fotos y atesora una colección de máquinas y equipos de todos los tiempos que fue rescatando de manos de los anticuarios. Las muestra con cariño, habla de cada una de ellas, cuenta la historia.
De los años dando vueltas por la Ciudad destaca las figuras populares que fueron desapareciendo, como los vendedores con sus carros o el deshollinador. “Los tengo a todos –apunta en referencia a su colección de fotografías–. Cuando vas transcurriendo no te das cuenta porque crees que todo es para siempre. Pero las fotos tienen un valor iconográfico intrínseco porque están registrando cosas que van a desaparecer”. Aunque eso también esté cambiando: “Con la fotografía moderna hay miles de imágenes que mueren minutos después de haber nacido porque ya no se hacen copias”, dice, y se para ‘del otro lado’ de la cámara.
Fuente: clarin.com
No es que sorprenda, al fin y al cabo el hombre es apasionado por lo que hace: Aldo Sessa no sale de su casa sin llevar alguna de las máquinas de su colección colgada al pecho. Hoy trae una Leica Minilux “una pocket que anda muy bien y es liviana, ideal para la calle”. Empezó a sacar fotos a los 17 años, cuando su amigo Eduardo Quirno le prestó una cámara. “De haber empezado a los siete, cuando arranqué con la pintura, hubiera ganado diez años para registrar cosas que en ese momento parecían naturales pero que, con el paso del tiempo, te das cuenta del peso que tienen”, reflexiona. La introducción viene a cuenta de lo que, explicará luego, es su interés principal por estos días: “El análisis de mi archivo. Hace dos meses mi asistente me dio una gran alegría porque me trajo una caja que tiene 250 tomas del Sur de la Ciudad del año ‘58, que saqué en reversible color 6 x 6”.
Aldo Sessa nació en Rodríguez Peña y Pueyrredón en 1939 y lleva 55 años registrando cada gesto, cada detalle, cada rasgo de Buenos Aires. “La fotografía tiene esa gran virtud, porque desarrollás la mirada”, dice. ¿Qué descubrió después de haber pasado tanto tiempo observando la Ciudad? “En primer lugar la luz sureña, menos cenital, baja especialmente durante el invierno que se vuelve rasante, una luz que se desplaza del Este al Oeste en un arco amplio que produce sombras contrastadas”, describe, y puede que esté entrecerrando los ojos, como si lo estuviera proyectando. “Y las estaciones bien marcadas. Un lindo otoño, un buen invierno y una primavera donde todo estalla en verde, flores, brotes que dan alegría y son buenos para el espíritu. Con la frutilla del postre que representan el noviembre de los jacarandás, las tipas en los primeros días de diciembre, las dos floraciones del palo borracho, los lapachos... Algo que me enseñó a ver Silvina Ocampo”, continúa.
Es que además de su labor como fotoperiodista (que sigue ejerciendo porque le gusta “la rosca, estar en ese lugar que en algún momento se vuelve áspero”), Sessa se dedicó a la producción de más de 40 libros temáticos, muchos de ellos en colaboración con escritores como Jorge Luis Borges, Manuel Mujica Láinez o Ray Bradbury. Así retrató las luces y sombras de la Ciudad, su gente, sus edificios, el tango... “Pasé cinco años en el Colón, entre 1982 y 1987, sacaba 500 fotos por noche. Era maravilloso tener adelante 150 tipos que se vestían y actuaban para vos pero no te registraban, en penumbras, cada uno haciendo su parte y la música de fondo. Dejé el 30% de mis ojos ahí, porque revelaba durante la noche y a la mañana revisaba con lupa una por una para ver qué tenía”, cuenta.
Aldo pasa horas y horas en su galería-estudio (“sobre el Pasaje Bollini, en el último corralón que queda en pie; enfrente había un establo y cuando era chico tomaba leche de las vacas que ordeñaban ahí”). Allí cuelga sus fotos y atesora una colección de máquinas y equipos de todos los tiempos que fue rescatando de manos de los anticuarios. Las muestra con cariño, habla de cada una de ellas, cuenta la historia.
De los años dando vueltas por la Ciudad destaca las figuras populares que fueron desapareciendo, como los vendedores con sus carros o el deshollinador. “Los tengo a todos –apunta en referencia a su colección de fotografías–. Cuando vas transcurriendo no te das cuenta porque crees que todo es para siempre. Pero las fotos tienen un valor iconográfico intrínseco porque están registrando cosas que van a desaparecer”. Aunque eso también esté cambiando: “Con la fotografía moderna hay miles de imágenes que mueren minutos después de haber nacido porque ya no se hacen copias”, dice, y se para ‘del otro lado’ de la cámara.
Fuente: clarin.com