UN ENCANTO ANTIGUO EN LA CHINA MODERNA



The New York Times


Por Justin Bergman
The New York Times Syndicate

A sólo más o menos 400 kilómetros al oeste de los centelleantes rascacielos de Shanghái, está una ventana hacia un mundo de cientos de años de antigüedad. A pesar de la dramática agitación provocada por las guerras, la Revolución Cultural y la industrialización, el caserío de Xidi, en la montañosa provincia de Anhui, junto con otras aldeas en la zona, se las ha arreglado para permanecer prácticamente intacto desde finales de la dinastía Ming y principios de la Qing, hace cientos de años. Si se deambula por los estrechos y laberínticos senderos y uno se asoma a los patios al aire libre de casas grandiosas, con ventanas con celosía de madera, jardines con piedras, rollos con acuarelas y caligrafía, se puede sentir que uno se desliza en el tiempo hasta la época de los emperadores chinos.
Conforme son cada vez más los chinos que se mudan a las ciudades, las pequeñas aldeas de Anhui ofrecen un respiro. Y, quizá aún más sorprendente, los jóvenes artistas y emprendedores están abrazando estos sitios con un renovado sentido de orgullo por su escala modesta y sentido tangible de la historia.
Después de que el sol comienza a hundirse detrás de las paredes encaladas de las casas de Xidi y los excursionistas de un día abordan los autobuses para regresar a sus casas, los estudiantes de arte, que llegan de visita desde la enorme capital provincial de Hefei y otras ciudades cercanas, se quedan a pasar la noche o el fin de semana. Detrás de caballetes en los senderos de baldosas de granito o en rocas en los arroyos poco profundos que pasan por la aldea, parecen inspirados por la arquitectura clásica, que ya casi desapareció en sus ciudades repletas de rascacielos.
''No es típico que a los jóvenes les guste esto; prefieren la cultura de la gran ciudad’', notó Wang Nanyan, de 18 años, de Hefei. ''Pero yo soy diferente. Soy un artista; me gusta este tipo de edificios’'.
Dos razones por las que estas aldeas – unas 20 a las cuales vale la pena visitar, se extienden en el sur de Anhui, una zona aproximadamente del tamaño de Bélgica – han conservado su encanto de siglos de antigüedad son la ubicación y la economía: se encuentran muy dentro del campo, en una de las provincias más pobres de China, donde los habitantes han carecido de recursos para derribar lo viejo y empezar de nuevo.
Sin embargo, los preservacionistas han tenido una función clave, también. En 2000, la Unesco declaró a Xidi (se pronuncia shii-dii) y a la cercana aldea de Hongcun patrimonio de la humanidad. En lugar de obligar a salirse a los habitantes, funcionarios de Xidi, prudentemente, diseñaron un plan para garantizarles una parte de las ganancias de los boletos para entrar en el pueblo (104 renminbi, unos 16.60 dólares a 6.25 renminbis por dólar), siempre que mantuvieran el aspecto tradicional de sus propiedades.
Al ver oportunidades, emprendedores de otras partes de China empezaron a llegar poco a poco, adquiriendo propiedades destartalas para renovarlas y convertirlas en tiendas y posadas. El resultado es que hay un auge en el turismo, en parte también por la proximidad de las aldeas a la Huangshan (Montaña Amarilla), pero principalmente gracias a su atractivo histórico y estético.
Xidi, en particular, tiene una historia ilustre. Fundada en 1047 por la familia Hu, Xidi empezó a enriquecerse como un centro comercial durante la dinastía Ming (1368-1644). A medida que aumentó la población, los Hu ganaron poder como funcionarios imperiales y construyeron intrincados complejos de dos pisos y arcos gigantescos, uno de los cuales aún está a la entrada del pueblo.
La fortuna del pueblo comenzó a decaer después de finalizar la dinastía Qing (1644-1911), pero aún abundan los signos de la antigua gloria de Xidi. (Por ejemplo, cerca de 80 por ciento de los habitantes comparte el apellido Hu.)
Aún impresiona el tamaño de muchas de las casas que pertenecieron a los comerciantes. Las más majestuosas se construyeron en los años 1600 y se diseñaron en el tradicional estilo Huizhou (como se conoció alguna vez a la región).
Salones para reuniones formales, donde están colgados los retratos de los antepasados en los puntos más elevados de las paredes, se abren hacia los patios interiores, llenos de plantas y pequeños estanques para peces. Casi todas las superficies, ya sean de madera o de piedra, están labradas meticulosamente – los marcos de las puertas, las abrazaderas que sostienen a las vigas del techo, los balcones del segundo piso. Sin embargo, la característica quizá más distintiva es ''las paredes de cabeza de caballo’' que sujetan a los techos, así llamadas porque los extremos volcados hacia arriba de los muros de múltiples niveles se asemejan a la cabeza de un caballo.
A Li Guoyu, una artista de Shanghái, la atrajo la elegante arquitectura cuando empezó a buscar una propiedad para convertirla en posada a principios de los años 2000. Con la que se quedó no era nada grandiosa como otras en Xidi porque había sido la casa de un maestro en la dinastía Ming y cuando la encontró se usaba como pocilga. Sin embargo, Li vio potencial en la propiedad de 400 años de antigüedad.
''Muchas personas sueñan con encontrar un paraíso, pero realmente nunca encuentran un lugar así’', comentó. ''Pero yo sí’'.
En 2006, abrió la posada El cielo de los cerdos, llamada así en honor a la función que tuviera el edificio. El hotel es modesto en tamaño, con cinco habitaciones, un pequeño patio y jardín, y un salón en el tercer piso con vistas impresionantes de los techos de tejas negras de la aldea. Sin embargo, la carencia de espacio se compensa con su personalidad: Li terminó con esmero los interiores con cofres, sillas y palanganas antiguos, así como con toques alegres, como espejos pintados con imágenes de las estrellas de la Opera de Pekín, papel tapiz floral de época, y linternas y jaulas para pájaros que cuelgan de las vigas.
Poco tiempo después, Li compró una segunda propiedad en la cercana aldea de Bishan – la casa de un comerciante de la dinastía Qing -, la cual transformó en una posada de nueve habitaciones y abrió en 2008. Peinó el campo en busca de antigüedades interesantes (incluida una cama espectacular para boda, roja y dorada, de la época Qing, para una habitación), colgó obras de arte de su hijo Mu Er en las paredes y sembró un huerto orgánico en la parte trasera.
Cree que su trabajo de restauración inspiró a sus vecinos a arreglar también sus propiedades.
''Las casas viejas tienen recuerdos’', notó. ''Cuando sea vieja y le dé esta casa a mi hijo, él recordará su infancia aquí. Si regreso y busco la casa de mi infancia, ya no la encontraría porque ya no está’'.
La mayoría de los turistas se centra exclusivamente en Xidi y Hongcun debido a su estatus en la Unesco y su proximidad una de la otra, pero hay otros caseríos en las montañas de Anhui que tienen una arquitectura igualmente exquisita y, más importante, una fracción de los visitantes. Una es Zhaji, a dos horas en coche al norte de Xidi.
La pequeña aldea también tiene casas encaladas con techos de teja negra que sobresalen a la rivera de un arroyo lodoso, pero son mucho más sencillas porque, en su mayor parte, pertenecían a campesinos. Hay pocas tiendas y restaurantes, y ningún estudiante de arte. Los lugareños ponen cacahuates a secar al sol en gigantescas cestas de bambú y fabrican su propio tofu. Xidi se siente como Shanghái en comparación.
Este idilio rural era exactamente lo que buscaba Julien Minet cuando se convirtió en casateniente en la zona, a principios de los 2000. Minet, francés, había recorrido Anhui durante años, elaborando un estudio etnográfico sobre las aldeas antiguas para la Unesco, y llegó a gustarle tanto Zhaji que compró una casa abandonada, de la época de la dinastía Ming, en 2003 por el increíblemente bajo precio de 10,000 renminbi (unos 1,570 dólares). Huelga decir que necesitaba reparaciones.
''Vivían pollos adentro’', dijo. ''Pero entonces vi las montañas afuera. El panorama es simplemente maravilloso’'.
Tras tres años de ardua renovación – que incluyó encontrar antigüedades de la zona y agregar una pequeña alberca resguardada con bambú, esencial para los veranos ardientes de la región -, abrió Chawu, su casa de huéspedes con tres habitaciones, en 2006. Atiende en su mayoría a turistas franceses, incluido el ocasional VIP (un ministro francés de educación se hospedó ahí alguna vez), Minet tiene el propósito de brindar una tradicional experiencia de Anhui a sus huéspedes, con un recorrido personal por la aldea y ''comida campestre’' preparada por uno de sus vecinos. Sus únicas concesiones al siglo XXI y su nativa Francia: Wi Fi gratuito y el anís que sirve bajo un castaño en el jardín al atardecer.
Aunque depende de los visitantes para ganarse la vida, Minet está consciente del impacto que el turismo puede tener en la fragilidad de la región. De hecho, cuando un escritor de la guía turística Lonely Planet lo contactó, le pidió que no mencionara a la aldea, y por ello es que Chawu no aparece en ella.
''En otros lugares, toda la actividad gira en torno al turismo, pero aquí la gente todavía vive como siempre lo ha hecho’', expresó. ''No todo se trata del dinero. Eso es muy importante’'.

BAILARINA... Y ESTRELLA



Subasta en Nueva York 


Se esperan cifras de adquisición récord. 
                                                                                                                                      
Fuente: lanación.com

PAGAN CASI 40 MILLONES DE DÓLARES
POR UN CUADRO ROBADO DURANTE EL NAZISMO


La obra del pintor austríaco Gustav Klimt, titulada Litzlberg am Attersee, fue pintada en 1914 y robada en 1941 por los nazis. 
El lienzo superó las expectativas de la casa de subastas de Nueva York.


La obra "Litzlberg am Attersee" (Litzlberg en el Attersee), del pintor austríaco Gustav Klimt, se vendió por 36 millones de dólares en una subasta de arte impresionista y moderno que celebró la casa de subastas Sotheby's en Nueva York.
"La calidad y la rareza de este paisaje de Klimt son sensacionales", dijo el responsable del departamento de arte impresionista y moderno de Sotheby's, Simon Shaw, en un comunicado de prensa, sobre esta obra pintada en 1914 y robada en 1941 por los nazis, y cuya estimación inicial era de 25 millones de dólares.
El lienzo de Klimt (1862-1918) muestra los exhuberantes alrededores del lago Attersee (Austria), con la paleta suntuosa propia del pintor.
En la obra se observa una fina franja de agua y unas casas a la orilla del lago que se recortan en un fondo de tupida vegetación, y perteneció a la colección del magnate austríaco Viktor Zuckerka, a quien le fue confiscado por la Gestapo en 1941.
"Litzlberg am Attersee" formó parte desde 1945 de las colecciones de diversos museos, entre ellos el Museo de Arte Moderno de Salzburgo, el último que lo tuvo en su poder.
Después de años de investigaciones, en julio pasado el cuadro le fue devuelto a uno de los descendientes de la familia, que donará al museo de Salzburgo parte de lo que recaude la venta, según informó Sotheby's.
Esa misma firma ya adjudicó en febrero de 2010 otra obra de Klimt de la misma colección, "Church in Cassone - Landscape with Cypresses", que con un precio de martillo de 43,2 millones de dólares supuso un récord para un paisaje del pintor.

Fuente: infobae.com


El paisaje 'Litzlberg am Attersee', del pintor Gustav Klimt, es exhibido por la casa Sotheby's de Nueva York el 28 de octubre, días antes de ser subastado. 

Foto:Emmanuel Dunand/AFP

ÚLTIMO DÍA PARA VER LA INSTALACIÓN
DE HANS-PETER FELDMANN
EN EL GUGGENHEIM MUSEUM DE NEW YORK




Hoy es el último día para ver la instalación del artista Hans-Peter Feldmann con 100.000 billetes de 1 dólar, ganadora del Hugo Boss Prize 2011, que está expuesta en el Solomon R. Guggenheim Museum de New York.


Hans-Peter Feldmann ha pasado más de cuatro décadas llevando a cabo una profunda investigación sobre la influencia del entorno visual de nuestra realidad subjetiva. La composición de imágenes y objetos en los archivos de serie, combinaciones extrañas, y otros nuevos contextos de iluminación, su obra descubre las asociaciones latentes y los sentimientos contenidos en el paisaje de la vida cotidiana. Como ganador del Hugo Boss Prize 2010, un premio bianual que reconoce los logros importantes en el arte contemporáneo, Feldmann recibió un honorario de $ 100.000. Para su exposición individual en el Museo Guggenheim, ha elegido fijar esta cantidad exacta a las paredes de la galería en una cuadrícula de superposición de billetes de un dólar.
La instalación, que utiliza dinero que previamente ha estado en circulación, se extiende en la obsesión de toda la vida del artista con la recolección de material familiar en grupos sencillos que revelan un juego de matices de similitud y diferencia. A lo largo de su práctica, Feldmann a menudo se reparte un total aparente en componentes separados, que ha fotografiado a todos los elementos en el armario de una mujer (Toda la ropa de una mujer, 1973), presenta las imágenes individuales de las frutillas que forman una libra de fruta (Una libra de frutillas, 2005), y creó una secuencia de 100 retratos que muestran los individuos de todas las edades en un colectivo de vida útil de un siglo (100 años, 2001).
Feldmann también tiene una historia de resistencia a las estructuras comerciales del mundo del arte, la emisión de su trabajo en las ediciones sin firmar, sin límite y de retirarse de la creación artística en conjunto durante casi una década en la década de 1980, momento en el que regaló o destruyó el resto de las obras en su poder. Billetes de banco, como obras de arte, son objetos que no tienen valor intrínseco más allá de lo que la sociedad se compromete a invertir con ellos, y en el uso de ellos como su medio, Feldmann plantea preguntas acerca de las nociones de valor en el arte. Pero su interés principal en la pantalla de serie de la moneda no reside tanto en su condición de símbolo del exceso capitalista que en su ubicuidad como una imagen de producción masiva y un material con el que entramos en contacto todos los días. En su esencia, este experimento formal presenta una oportunidad de experimentar un concepto abstracto, una cifra numérica y las posibilidades económicas que conlleva, como un objeto visual y un entorno físico inmersivo.

Katherine Brinson, curadora asistente

Esta exposición es posible gracias a HUGO BOSS.
Vista de la instalación:

El premio Hugo Boss 2010: Hans-Peter Feldmann, Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York, mayo 20 a noviembre 2 2011. 
Foto: David Heald

ANALIZAN EL MANTEL DE LA ÚLTIMA CENA




Por Cáceres (España). EFE

Investigadores del Turin Shroud Center de Colorado, en EE.UU., y del Centro Español de Sindonología comenzaron un estudio científico del mantel de la última cena de Jesucristo , una reliquia atribuida a Jesús de Nazaret que se encuentra en la Catedral de Coria, en España.
Una de las líneas científicas, impulsada por el investigador norteamericano John Jackson, relaciona la Sábana Santa, conservada en Turín (Italia), y el mantel de Coria , según explicó el delegado en Extremadura del Centro Español de Sindonología, Ignacio Dols. Parte de la premisa de que la sábana que envolviera el cuerpo del Jesucristo, podría ser, supuestamente, un mantel ritual que permaneció extendido encima del mantel de Coria.
Ambas telas tienen unas dimensiones parecidas (4,32 por 0,90 metros, aproximadamente) y son de lino puro.
El mantel de Coria es la única reliquia expuesta en el mundo que afirma corresponder a la tela utilizada en la sagrada cena (inmortalizada por Leonardo da Vinci en su obra La última cena) por Jesús de Nazaret y los doce apóstoles.
John Jackson, ex miembro de la NASA, dirige al equipo estadounidense que investigó la sabana de Turín y el santo sudario de Oviedo, unos trabajos minuciosos en los se utiliza material microscópico y técnicas fotográficas de última generación. A estos trabajos, se unen las investigaciones del Centro Español de Sindonología, la rama científica que se ocupa del estudio de las reliquias que están relacionadas con Jesucristo y la Sábana Santa.

Fuente: clarin.com

PONEN EN INTERNET
EL ARTE QUE MÁS LES GUSTABA A LOS NAZIS


Son los catálogos y archivos de muestras que ejemplificaban el ideal estético de Hitler.



Por Guido Carelli Lynch

Mucho se ha especulado sobre cuál habría sido el destino de Adolf Hitler y de buena parte de la humanidad si en 1906 el futuro líder nazi hubiese conseguido entrar a la Academia de Bellas Artes de Viena. Ese rechazo que lo volcó a la política no alcanzó para ahuyentar su pasión por el arte. Hitler siguió pintando acuarelas, algunas de las cuales fueron subastadas en los últimos años e incluso intervenidas por otros artistas hasta alcanzar precios millonarios. Hitler fue también y en cierto modo uno de los mecenas más activos del cruel Estado que forjó.
El dictador compró obras por siete millones de marcos durante las grandes muestras propagandísticas organizadas en la denominada “Casa del Arte Alemán” de Munich entre 1937 y 1944. No era una feria inocente: Hitler pretendía plasmar el ideal estético del Tercer Reich y del arte contemporáneo de la época. El primer catálogo de la Casa del Arte Alemán explicitaba que allí se expondrían “las mejores obras de arte que Alemania tiene para ofrecer”. Otros jerarcas nazis entendieron el mensaje y aportaron de su fortuna para adquirir obras (Ver Coleccionistas...). La mayoría, sin embargo, eran ciudadanos “comunes”. Los catálogos y archivos de la muestra están disponibles ahora en Internet: www.gdk-research.de .
Durante décadas, los registros quedaron olvidados en el Instituto Histórico de Munich. Pocos investigadores habían manifestado interés ​​en las inclinaciones estéticas de los nazis, antes de que el Instituto Central para la Historia del Arte y el Museo Histórico de Berlín crearan el GDK Research. En el sitio (solamente en alemán) hay información sobre las 12.550 obras que allí se expusieron y sobre algunos de los compradores de las aproximadamente 6 mil piezas vendidas.
Luego de la primera edición, Hitler no quedó conforme con la calidad de las obras. “El Führer tiene un ataque de rabia”, escribió Goebbels en su diario privado.
Los 600 mil visitantes que acudieron cada año a la Casa del Arte Alemán contemplaban bustos y retratos del líder nazi, iconografía del Tercer Reich, estatuas heroicas del escultor Arno Breker –un protegido la élite nazi– pero también obras de contenido erótico, muy similares a las que encargaba la burguesía despolitizada del siglo XIX.
El valor artístico de las muestras fue, en términos históricos, escaso. Esto se debió fundamentalmente al éxodo masivo de los artistas que escaparon del nazismo. “La estética era menos uniforme de lo que se esperaba. Había mucha obra y demasiados artistas”, declararon los investigadores Christian Fuhrmeister y Stephan Klingen al Spiegel.
Cada uno de los seis catálogos de tapa roja –ahora disponibles en Internet– cuentan una historia inédita del nazismo: revelan las verdaderas aspiraciones de Hitler respecto del arte contemporáneo y lo lejos de la realidad que quedaron.

COLECCIONISTAS

Adolf Hitler: Adquirió obra por 7 millones de marcos alemanes. Entre ellas, un busto de Benito Mussolini del escultor Adam Antes.
Albert Speer: El arquitecto oficial compró obra por 900 mil marcos. La más destacada es “El Imperio de Rübezahl”, el nombre de un duende folclórico alemán.
Joseph Goebbels: El ministro de propaganda compró obra por 1,2 millones. Entre ellas una Venus.
Joachim von Ribbentrop: El ministro de relaciones exteriores compró un gran busto de Federico II, rey de Prusia.

Fuente: clarin.com

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En Munich

Un archivo digital reúne pinturas del nazismo



 
Las exposiciones propagandísticas nazis, ahora en Internet. 
Foto: GDK RESEARCH
BERLIN (ANSA).- Un nuevo archivo virtual, el GDK Research, ya está disponible en Internet para conocer las grandes muestras propagandísticas anuales organizadas en la por entonces llamada Casa del Arte Alemán, de Munich, durante el apogeo del Tercer Reich.
El sitio www.gdk-research.de documenta más de 12.000 obras y piezas. La flamante página es el resultado de un cuidadoso trabajo de cooperación entre investigadores del Instituto Central para la Historia del Arte y del Museo Histórico de Berlín.

Además de las obras y los nombres de los artistas, el archivo en la Web proporciona indicaciones sobre los compradores de las obras en la muestra, que se pensaba como una gran feria de arte en la ciudad considerada por Adolf Hitler como "la capital del movimiento" nazi.   Foto: GDK Research

El mayor mecenas del arte alemán en la época nazi fue el propio Hitler que, según los historiadores, compró obras por siete millones de marcos del Reich, seguido por Joseph Goebbels, con 1,2 millones de marcos y el arquitecto Albert Speer, con 900.000 marcos.
En las exposiciones que reseña la nueva página en Internet, que se realizaron entre 1937 y 1944 en la Casa del Arte Alemán (hoy simplemente llamada Casa del Arte), participaban en promedio cada año unos 600.000 visitantes.
Se estima que los asistentes a las reuniones propagandísticas del régimen alemán compraron alrededor de la mitad de las obras exhibidas.
En el apogeo del nazismo, el edificio de Munich se consideraba un "templo del arte nazi", rígidamente regulado por el régimen de Hitler. Sin embargo, la propia construcción es más conocida y valorada que las muestras que se realizaban en el interior.

DESTINO DESCONOCIDO
 
Después de dos años de trabajo, los creadores del proyecto recuperaron 12.550 obras exhibidas en las muestras, de las cuales sólo se conocía una pequeña parte por medio de reproducciones.




En la actualidad, sólo se conoce el destino de aproximadamente el diez por ciento de las obras, según el historiador del arte Ralf Peters, y muchos de los compradores siguen siendo anónimos. Foto: GDK Research

Los temas del arte nazi, "puro" según sus ideólogos, se enfocaban sólo en ciertos temas, y en general no es un período bien recordado en Alemania.
Pero más que abiertamente ideológico, aseguran algunos historiadores, era particularmente escapista. "Mujeres desnudas, más desnudos y ocasionalmente un soldado muerto", fue la síntesis del período que realizó la historiadora del arte Iris Lauterbach.

Fuente: lanacion.com

LAS CAMPANAS DE LAS IGLESIAS
SUENAN CADA VEZ MENOS EN TODO EL PAÍS

 
A su alto costo de fabricación se suman las denuncias por “ruidos molestos”.


IGLESIA SANTA FELICITAS. Y SU CAMPANARIO, UN CLASICO DE BUENOS AIRES.

Por Sergio Rubin

Llamaban sobriamente a los oficios religiosos o marcaban el rezo del Angelus. Acompañaban con un lacónico y espaciado toque un funeral. O estallaban en un repiquetear para unirse a una fiesta religiosa o cívica de la comunidad. Las campanas de las iglesias fueron durante siglos un símbolo característico de los templos católicos. Pero las quejas de vecinos por “ruidos molestos” y la construcción de grandes edificios al lado de los campanarios van llevando a que cada vez suenen menos en todas partes.
La Argentina no escapa a esta tendencia. Más aún: aquí el futuro de las campanas está más comprometido debido al creciente costo de su fabricación, producto del sostenido aumento de los metales con que se hacen (bronce, cobre, estaño), lo que retrae los pedidos. Pruebas al canto: Bellini Hermanos, la única fábrica de campanas de Sudamérica, ubicada en la localidad santafesina de San Carlos Centro, redujo su producción anual en la última década a la cuarta parte: pasó de 40 campanas a 10.
El tema cobró actualidad en el país esta semana a raíz de que una jueza de Faltas le aplicó una multa de 177 pesos a una capilla de Santa Rosa, tras una presentación de un grupo de vecinos, molestos por el ruido de sus campanas. Si bien no ordenó su silenciamiento, la jueza dispuso que el sacerdote debía acotar el tiempo del repiqueteo y bajar los decibeles. Además, le advirtió que, si no cumplía, la campana –que venían sonando tres veces al día (a las 8, 12 y 19) durante ocho minutos– sería decomisada.
“No conozco los detalles del caso de la capilla de Santa Rosa, pero cada vez hay más quejas de vecinos por las campanas de las iglesias y en muchos casos observo que ello es producto de la falta de tolerancia”, dice a Clarín Juan Bellini, uno de los dueños de la fábrica de campanas, fundada en 1892. Agrega que “en una ciudad hay muchos otros sonidos fuertes, como el de los colectivos, pero se las agarran con las campanas”. Y completa: “Parecería haber en algunos una cierta inquina hacia la Iglesia católica”.
Pero en el caso de Santa Rosa, el padre Alejandro, a cargo de la capilla multada, fue mucho más duro. Acusó de “satanistas” a los que motorizaron la denuncia. Con todo, las autoridades eclesiásticas –en general– buscan armonizar con los vecinos que se quejan. Por caso, ya a principios de los ’70 el entonces arzobispo coadjutor de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos Aramburu, difundió orientaciones sobre el funcionamiento de las campanas de las iglesias porteñas que lo limitaban.
Hay ciudades en el mundo que tomaron decisiones drásticas en este tema.
En París, por ejemplo, está prohibido que suenen las campanas. Sólo se permiten las de la célebre iglesia de Notre Dame.
Y una vez al año: en Navidad. ¿Estaremos oyendo los últimos repiqueteos de las campanas que anuncian su propia muerte?

EL CASO DE LA PAMPA

La semana pasada, la capilla de la iglesia de Fátima, de Santa Rosa La Pampa, fue multada por la duración y los decibeles de sus campanadas.
La jueza Alicia Corral le aplicó una multa de 177 pesos y advirtió que cesen los ruidos molestos, o de lo contrario la campana sería decomisada.
Alejandro, el cura de la capilla, dijo que detrás de la denuncia hay un grupo de vecinos “satanistas”.
 
Fuente: clarin.com