The New York Times
Por Justin Bergman
The New York Times Syndicate
A sólo más o menos 400 kilómetros al oeste de los centelleantes rascacielos de Shanghái, está una ventana hacia un mundo de cientos de años de
antigüedad. A pesar de la dramática agitación provocada por las
guerras, la Revolución Cultural y la industrialización, el caserío de
Xidi, en la montañosa provincia de Anhui, junto con otras aldeas en la
zona, se las ha arreglado para permanecer prácticamente intacto desde
finales de la dinastía Ming y principios de la Qing, hace cientos de
años. Si se deambula por los estrechos y laberínticos senderos y uno se
asoma a los patios al aire libre de casas grandiosas, con ventanas con
celosía de madera, jardines con piedras, rollos con acuarelas y
caligrafía, se puede sentir que uno se desliza en el tiempo hasta la época de los emperadores chinos.
Conforme son cada vez más los chinos que se mudan a las ciudades, las pequeñas aldeas de Anhui ofrecen un respiro.
Y, quizá aún más sorprendente, los jóvenes artistas y emprendedores
están abrazando estos sitios con un renovado sentido de orgullo por su
escala modesta y sentido tangible de la historia.
Después de que el sol comienza a hundirse detrás de las paredes
encaladas de las casas de Xidi y los excursionistas de un día abordan
los autobuses para regresar a sus casas, los estudiantes de arte, que
llegan de visita desde la enorme capital provincial de Hefei y otras
ciudades cercanas, se quedan a pasar la noche o el fin de semana. Detrás
de caballetes en los senderos de baldosas de granito o en rocas en los
arroyos poco profundos que pasan por la aldea, parecen inspirados por la arquitectura clásica, que ya casi desapareció en sus ciudades repletas de rascacielos.
''No es típico que a los jóvenes les guste esto; prefieren la
cultura de la gran ciudad’', notó Wang Nanyan, de 18 años, de Hefei.
''Pero yo soy diferente. Soy un artista; me gusta este tipo de
edificios’'.
Dos razones por las que estas aldeas – unas 20 a las cuales vale la
pena visitar, se extienden en el sur de Anhui, una zona aproximadamente
del tamaño de Bélgica – han conservado su encanto de siglos de
antigüedad son la ubicación y la economía: se
encuentran muy dentro del campo, en una de las provincias más pobres de
China, donde los habitantes han carecido de recursos para derribar lo
viejo y empezar de nuevo.
Sin embargo, los preservacionistas han tenido una función clave,
también. En 2000, la Unesco declaró a Xidi (se pronuncia shii-dii) y a
la cercana aldea de Hongcun patrimonio de la humanidad. En lugar de
obligar a salirse a los habitantes, funcionarios de Xidi, prudentemente,
diseñaron un plan para garantizarles una parte de las ganancias de los
boletos para entrar en el pueblo (104 renminbi, unos 16.60 dólares a
6.25 renminbis por dólar), siempre que mantuvieran el aspecto
tradicional de sus propiedades.
Al ver oportunidades, emprendedores de otras partes de China
empezaron a llegar poco a poco, adquiriendo propiedades destartalas para
renovarlas y convertirlas en tiendas y posadas. El resultado es que hay un auge en el turismo,
en parte también por la proximidad de las aldeas a la Huangshan
(Montaña Amarilla), pero principalmente gracias a su atractivo histórico
y estético.
Xidi, en particular, tiene una historia ilustre. Fundada
en 1047 por la familia Hu, Xidi empezó a enriquecerse como un centro
comercial durante la dinastía Ming (1368-1644). A medida que aumentó la
población, los Hu ganaron poder como funcionarios imperiales y
construyeron intrincados complejos de dos pisos y arcos gigantescos, uno
de los cuales aún está a la entrada del pueblo.
La fortuna del pueblo comenzó a decaer después de finalizar la
dinastía Qing (1644-1911), pero aún abundan los signos de la antigua
gloria de Xidi. (Por ejemplo, cerca de 80 por ciento de los habitantes
comparte el apellido Hu.)
Aún impresiona el tamaño de muchas de las casas que pertenecieron a los comerciantes. Las más majestuosas se construyeron en los años 1600 y se diseñaron en el tradicional estilo Huizhou (como se conoció alguna vez a la región).
Salones para reuniones formales, donde están colgados los retratos
de los antepasados en los puntos más elevados de las paredes, se abren
hacia los patios interiores, llenos de plantas y pequeños estanques para
peces. Casi todas las superficies, ya sean de madera o de piedra, están
labradas meticulosamente – los marcos de las puertas, las abrazaderas
que sostienen a las vigas del techo, los balcones del segundo piso. Sin
embargo, la característica quizá más distintiva es ''las paredes de cabeza de caballo’' que
sujetan a los techos, así llamadas porque los extremos volcados hacia
arriba de los muros de múltiples niveles se asemejan a la cabeza de un
caballo.
A Li Guoyu, una artista de Shanghái, la atrajo la elegante
arquitectura cuando empezó a buscar una propiedad para convertirla en
posada a principios de los años 2000. Con la que se quedó no era nada
grandiosa como otras en Xidi porque había sido la casa de un maestro en
la dinastía Ming y cuando la encontró se usaba como pocilga. Sin
embargo, Li vio potencial en la propiedad de 400 años de antigüedad.
''Muchas personas sueñan con encontrar un paraíso, pero realmente nunca encuentran un lugar así’', comentó. ''Pero yo sí’'.
En 2006, abrió la posada El cielo de los cerdos, llamada así en
honor a la función que tuviera el edificio. El hotel es modesto en
tamaño, con cinco habitaciones, un pequeño patio y jardín, y un salón en
el tercer piso con vistas impresionantes de los techos de tejas negras
de la aldea. Sin embargo, la carencia de espacio se compensa con su personalidad:
Li terminó con esmero los interiores con cofres, sillas y palanganas
antiguos, así como con toques alegres, como espejos pintados con
imágenes de las estrellas de la Opera de Pekín, papel tapiz floral de
época, y linternas y jaulas para pájaros que cuelgan de las vigas.
Poco tiempo después, Li compró una segunda propiedad en
la cercana aldea de Bishan – la casa de un comerciante de la dinastía
Qing -, la cual transformó en una posada de nueve habitaciones y abrió
en 2008. Peinó el campo en busca de antigüedades interesantes (incluida
una cama espectacular para boda, roja y dorada, de la época Qing, para
una habitación), colgó obras de arte de su hijo Mu Er en las paredes y
sembró un huerto orgánico en la parte trasera.
Cree que su trabajo de restauración inspiró a sus vecinos a arreglar también sus propiedades.
''Las casas viejas tienen recuerdos’', notó.
''Cuando sea vieja y le dé esta casa a mi hijo, él recordará su infancia
aquí. Si regreso y busco la casa de mi infancia, ya no la encontraría
porque ya no está’'.
La mayoría de los turistas se centra exclusivamente en Xidi y
Hongcun debido a su estatus en la Unesco y su proximidad una de la otra,
pero hay otros caseríos en las montañas de Anhui que tienen una arquitectura igualmente exquisita y, más importante, una fracción de los visitantes. Una es Zhaji, a dos horas en coche al norte de Xidi.
La pequeña aldea también tiene casas encaladas con techos de teja
negra que sobresalen a la rivera de un arroyo lodoso, pero son mucho más
sencillas porque, en su mayor parte, pertenecían a campesinos. Hay
pocas tiendas y restaurantes, y ningún estudiante de arte. Los lugareños
ponen cacahuates a secar al sol en gigantescas cestas de bambú y
fabrican su propio tofu. Xidi se siente como Shanghái en comparación.
Este idilio rural era exactamente lo que buscaba Julien Minet cuando
se convirtió en casateniente en la zona, a principios de los 2000.
Minet, francés, había recorrido Anhui durante años, elaborando un
estudio etnográfico sobre las aldeas antiguas para la Unesco, y llegó a
gustarle tanto Zhaji que compró una casa abandonada, de la época de la
dinastía Ming, en 2003 por el increíblemente bajo precio de 10,000
renminbi (unos 1,570 dólares). Huelga decir que necesitaba reparaciones.
''Vivían pollos adentro’', dijo. ''Pero entonces vi las montañas afuera. El panorama es simplemente maravilloso’'.
Tras tres años de ardua renovación – que incluyó encontrar
antigüedades de la zona y agregar una pequeña alberca resguardada con
bambú, esencial para los veranos ardientes de la región -, abrió Chawu,
su casa de huéspedes con tres habitaciones, en 2006. Atiende en su
mayoría a turistas franceses, incluido el ocasional VIP (un ministro
francés de educación se hospedó ahí alguna vez), Minet tiene el
propósito de brindar una tradicional experiencia de Anhui a sus huéspedes,
con un recorrido personal por la aldea y ''comida campestre’' preparada
por uno de sus vecinos. Sus únicas concesiones al siglo XXI y su nativa
Francia: Wi Fi gratuito y el anís que sirve bajo un castaño en el
jardín al atardecer.
Aunque depende de los visitantes para ganarse la vida, Minet está consciente del impacto que el turismo puede tener en la fragilidad de la región.
De hecho, cuando un escritor de la guía turística Lonely Planet lo
contactó, le pidió que no mencionara a la aldea, y por ello es que Chawu
no aparece en ella.
''En otros lugares, toda la actividad gira en torno al turismo, pero
aquí la gente todavía vive como siempre lo ha hecho’', expresó. ''No todo se trata del dinero. Eso es muy importante’'.