SAN MARTÍN, UN ABUELO EN PALERMO



Por Eduardo Parise

La figura es la de José de San Martín, el Libertador de Argentina, Chile y Perú. Pero allí no hay uniforme. Tampoco sable corvo o brioso caballo en actitud rampante. Junto al prócer se ven apenas dos nenas que miran con admiración y respeto a un anciano. El monumento se titula El abuelo inmortal y es el único en la Ciudad que recuerda al gran héroe de la Historia al final de su vida y con ropas de civil.
Realizada en bronce por el ingeniero y escultor Angel Eusebio Ibarra García (1892 -1972) la obra está, desde el 11 de diciembre de 1951, a metros del cruce de la avenida Mariscal Castilla y la calle Alejandro Aguado, en el barrio de Palermo. Y, para su lucimiento, fue colocada sobre un pedestal de granito, donde también hay tres bajorrelieves que evocan hechos de la vida del general: lo muestran “cultivando sus dalias“, “en la ribera del Sena“ y “limpiando sus armas“.
Como recuerda la historia, San Martín murió el 17 de agosto de 1850. Pero en sus últimos años pudo disfrutar del afecto de sus dos nietas: María Mercedes (había nacido en Buenos Aires en octubre de 1833 y murió en París a los 27 años, intoxicada por un medicamento mal recetado) y Josefina Dominga (nacida el 14 de julio de 1836 en Grand Bourg, murió en Brunoy –ambas ciudades francesas– el 15 de abril de 1924). Las dos eran hijas de Mercedes (hija del prócer) y Mariano Balcarce, quienes se habían casado en septiembre de 1832.
La historia cuenta que, en 1837, el general disfrutaba con esas “dos nietecitas cuyas gracias no dejan de contribuir a hacerme más llevaderos mis viejos días”. Y, según recuerdan, su complicidad de abuelo hacía que olvidara la disciplina que conoció su hija Merceditas, para que, alguna vez, las nenas hasta hayan podido tener como parte de sus juegos las medallas que San Martín había cosechado en su victoriosa y extensa campaña militar.
Los investigadores que conocieron al escultor Ibarra García afirman que para realizar la cara del general ya anciano, tomó la imagen de un viejo daguerrotipo, aún conservado en el Museo Histórico Nacional. Pero dicen que para las manos tuvo como modelo las de un amigo suyo, el músico Pedro Ubertone. En cambio, la figura de las nenas están inspirada en las imágenes de Susana de Tezanos Pintos y Lucía Arocena, dos chiquitas que vivían cerca de su casa.
El entorno del monumento también es acorde con la historia de José de San Martín. Muy cerca hay una serie de figuras que recuerdan a personalidades que estuvieron entre quienes ayudaron al Libertador. Así se ven las imágenes de Martín Miguel de Güemes, Juan Martín de Pueyrredón, Gregorio de Las Heras, Antonio Alvarez de Arenales, Bernardo O’Higgins y el mariscal Ramón Castilla. Y el nombre de una de las calles recuerda al banquero español Alejandro Aguado, amigo y protector de San Martín.
Al otro lado y frente a la estatua, está la réplica de la casa que el general habitó entre 1834 y 1848 en Grand Bourg. Fue realizada por el arquitecto Julio Salas y la inauguraron el 11 de agosto de 1946. El diseño es tres veces más grande que la que ocupó San Martín en Francia. Es la sede del Instituto Nacional Sanmartiniano y su construcción fue ordenada por Manuela Stegmann, la viuda de José Pacífico Otero, el hombre que fundó la institución el 5 de abril de 1933. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

BUENOS AIRES,
CIUDAD IDEAL PARA LA INSPIRACIÓN ARTÍSTICA


Tercera en el ranking mundial de una guía de viajes
La publicación la destaca por lo “barato que es pasar horas en cafés elegantes donde los mejores escritores solían ir”. 
Un recorrido por sitios que fueron estímulo para artistas nacionales y extranjeros.



Por Nora Sánchez
 

Buenos Aires es la tercera ciudad del mundo para la inspiración artística. Al menos según los editores de las guías Lonely Planet, afectos a establecer este tipo de rankings y que publicaron éste en su libro “Best in Travel 2011”. “Es fácil introducirse en la creciente ola literaria de Buenos Aires: principalmente porque es tan barato pasar las horas en cafés elegantes donde los mejores escritores solían (y suelen) ir. Los de San Telmo y Palermo son ideales para tomar un espresso entre gente de moda con inclinaciones artísticas, mientras en el centro el glamoroso Café Tortoni antes era frecuentado por el famoso escritor Jorge Luis Borges”, dice la guía. Y recuerda que, en “El Aleph”, Borges ubica en la avenida Garay el punto del espacio que contiene todos los otros puntos del universo.
Según Lonely Planet, Buenos Aires sólo es superada por Edimburgo, ciudad de Robert Louis Stevenson y donde JK Rowling escribió Harry Potter, en Escocia, y por San Petersburgo, en Rusia, con una tradición literaria que incluye a Gogol, Dostoievsky, Turgenev y Nabokov.
Aunque es subjetivo ponderar las cualidades como musa de una ciudad, es indiscutible que Buenos Aires inspiró a muchos artistas y que sus cafés son propicios para crear. Dicen que Sábato escribió “Sobre héroes y tumbas” en el Bar Británico. Y que Homero Manzi creó la letra del tango “Sur” en El Aeroplano, hoy La Esquina de Homero Manzi (San Juan y Boedo). Actualmente, algunos buscan un clima artístico en sitios como Eterna Cadencia (Honduras 5574) o Crack Up (Costa Rica 4767), dos cafés-librería, en Palermo. Pero los cafés clásicos son los que más historias esconden.
A pesar de la lluvia yo he salido/ a tomar un café. Estoy sentado/ bajo el toldo tirante y empapado/ de este viejo Tortoni conocido...
, escribió Baldomero Fernández Moreno. En el Café Tortoni (Avenida de Mayo 829), entre 1926 y 1943 se reunía La Peña, comandada por Benito Quinquela Martín y frecuentada por Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Conrado Nalé Roxlo, Roberto Arlt y Borges. Y de 1962 a 1974, fue el punto de reunión de Abelardo Castillo, Humberto Constantini, Liliana Heker, Isidoro Blaisten y Ricardo Piglia, entre otros. De sus encuentros surgieron las revistas literarias El grillo de papel, El escarabajo de oro y El ornitorrinco.
En los seis meses que pasó en la Ciudad, entre 1933 y 1934, también iba al Tortoni Federico García Lorca. Se alojaba en la habitación 704 del hotel Castelar (Avenida de Mayo 1152). Y escribió: Buenos Aires tiene algo vivo y personal; algo lleno de dramático latido .
En la Confitería Richmond (Florida 468), que acaba de cerrar, entre 1924 y 1927 se reunía el Grupo de Florida. Representaba al vanguardismo y lo formaban Borges, Oliverio Girondo, Norah Lange y Leopoldo Marechal, entre otros. Su grupo rival, el de Boedo, se encontraba en la Editorial La Claridad (Boedo 837). Lo integraban escritores como Leónides Barletta, Roberto Arlt, Elías Castelnuovo y Alvaro Yunque, que veían en la literatura una herramienta para cambiar la sociedad injusta.
En Pedro de Mendoza y Almirante Brown, hasta 1927 estuvo el bar de la negra Carolina, uno de cuyos habitués era Eugene O’Neill. El dramaturgo estadounidense llegó como marinero en 1910 y se quedó hasta julio de 1911.
Entré a Buenos Aires como un caballero y terminé como una piltrafa en las dársenas del puerto , solía contar. Se alojó en un hotel de Constitución y, más adelante, en una pensión del Bajo. Ya sin dinero y muy afecto al alcohol, terminó en la calle.
No había banco de plaza en Buenos Aires sobre el que no dormí alguna vez , escribió.
Otro ícono es la Galería Güemes (Florida 165).
Hacia el año veintiocho, el Pasaje Güemes era la caverna del tesoro en que deliciosamente se mezclaban la entrevisión del pecado y las pastillas de menta, donde se voceaban las ediciones vespertinas con crímenes a toda página y ardían las luces de la sala del subsuelo donde pasaban inalcanzables películas realistas , la describe Cortázar en “El otro cielo”. En un departamento del 6° piso de la galería, entre 1929 y 1930 vivió Antoine de Saint-Exupéry.
Algunos dicen que Asterix tiene un aire a Patoruzú. Tal vez porque su guionista, el francés René Goscinny, se crió en Buenos Aires y leía la historieta. Llegó a los dos años, en 1928, junto a su familia y estudió en el Liceo Francés. En 1945, se fue a Nueva York.
El escritor polaco Witold Gombrowicz adoptó Buenos Aires entre 1939 y 1963. Vivió en una pensión en Venezuela 641. En una entrevista con La Prensa, contó que su vida aquí era “tranquila”: Perfectamente desconocido, converso en los cafés con dos o tres amigos ”.
El español Ramón Gómez de la Serna, llegó a la Ciudad en los años 30 y la eligió hasta su muerte, en 1963. Vivía en Hipólito Yrigoyen 1974, muy cerca del Congreso. Su último deseo fue: Cuando me muera quisiera que me llorasen todas las cariátides de Buenos Aires .

UNO VINO A CASARSE Y AL OTRO NO LE GUSTÓ


Buenos Aires siempre atrajo a artistas de todo el mundo y de todas las disciplinas. Así, los mayores músicos, cantantes líricos y bailarines llegaron para actuar en el Teatro Colón. Y la vida de algunos de ellos quedó marcada por la Ciudad. Ese fue el caso de Vaslav Nijinsky, que llegó en 1913 para presentarse con los Ballet Rusos de Sergei Diaghilev. Durante el viaje en barco, se había comprometido con la condesa Romola de Pulszky, con quien se casó en la iglesia de San Miguel Arcángel (Bartolomé Mitre 896) el 10 de septiembre de 1913. La fiesta se celebró en el Hotel Majestic, en Avenida de Mayo y Santiago del Estero. Actualmente en ese edificio funciona la AFIP.
En octubre de 1939, llegó al país el compositor español Manuel de Falla, que un mes después dirigió cuatro conciertos en el Colón. Al primero, con obras de Albéniz y Turina, asistió Ortega y Gasset. De Falla se quedó en la Argentina, huyendo del franquismo y de la guerra. En 1942 se radicó en La Falda, Córdoba, donde vivió hasta su muerte, en 1946.
No todos los artistas que pasaron por la Ciudad tuvieron una buena impresión. Marcel Duchamp, que vivió nueve meses en Buenos Aires entre 1918 y 1919, pasó de sentirse un porteño más a opinar que era “sólo una gran ciudad de provincia llena de gente muy rica de muy poco gusto, que compran todo en Europa, hasta las piedras sobre las que edifican sus casas”, como escribió en una carta. Y se quejaba del machismo: “La insolencia y la estupidez de los hombres son absolutamente increíbles”. Duchamp vivió en Alsina 1743 y tenía su atelier en Sarmiento 1507, donde hoy está el Centro Cultural San Martín.


Fuente: clarin.com

LAS FRONTERAS Y EL ARTE,
EN LA BIENAL DEL MERCOSUR


En Porto Alegre.
Cinco argentinos exponen sus obras.



ALFREDO LONDAIBERE, Escuela Argentina, contemporáneo - Óleo tabla con bordes en alpaca. 45 X 69 . Firmada y fechada '011' al dorso.

Por Celina Chatruc / LA NACION

PORTO ALEGRE, Brasil.- Las banderas cuelgan alineadas, completamente blancas. Lo que distinguía a cada una invade ahora la pared, formando un gran emblema multicolor. La instalación de la estadounidense Leslie Shows es la primera obra que se ve al entrar en los galpones del puerto de esta ciudad, junto al lago Guaíba, y simboliza como pocas el concepto central de la 8ª Bienal del Mercosur, inaugurada ayer.

Ensayos de geopoética fue el título elegido por el curador general José Roca para abordar un tema más que delicado: la tensión entre territorios. Guerras, revoluciones, conflictos de fronteras y distancias culturales entre la población de un mismo país son algunos de los disparadores de dibujos, pinturas, esculturas, instalaciones y videos de 105 artistas de 31 países, incluida la Argentina.
"No es una bienal hecha para mis colegas, sino para el público local", aclaró Roca al presentar el proyecto, al que dedicó los últimos dos años. Se refirió así al aspecto educativo, otro de los fundamentos de la bienal. El AMPLIO proyecto pedagógico diseñado este año incluye la construcción de la Casa M, espacio destinado a promover el intercambio entre los artistas y el público. Allí habló sobre su trabajo la argentina Irene Kopelman, que reside en el exterior, al igual que otros tres de los cinco artistas que representan al país este año en la bienal. Roca explicó a LA NACION que gran parte de los artistas argentinos vivos de relevancia internacional ya participaron en ediciones anteriores.
Las empinadas calles de Porto Alegre esconden varias sorpresas hasta el 15 de noviembre: por ejemplo, en los jardines del majestuoso palacio de gobierno del estado de Río Grande del Sur, el español Santiago Sierra instaló cuatro parlantes que reproducen al mismo tiempo los himnos de los países del Mercosur. El resultado es un ruido insoportable, testimonio de que no basta la suma de las partes para lograr la integración.
El mismo mensaje se lee en una obra de la brasileña Regina Silveira, exhibida por el Guggenheim de Nueva York hace diez años: las piezas de un rompecabezas representan estereotipos latinoamericanos -incluidos Gardel y el Che Guevara- que encajan perfectamente, pero no logran formar una imagen global coherente. Además de destacar el trabajo de ambos y del artista chileno homenajeado, Eugenio Dittborn, el director de Arte al Día, Diego Costa Peuser, confesó que viajó desde Miami hasta Porto Alegre para conocer nuevos talentos señalados por el curador. "Eso es lo que más valoro de las bienales", dijo.
Aquí encontró, entre otros, al mexicano Sebastián Romo, quien viajó por el estado de Río en busca de inspiración. La halló entre Santana do Livramento y Rivera, dos localidades de Brasil y Uruguay, respectivamente, divididas por una línea imaginaria. "Esa frontera la hicieron unos señores que no sabían lo que estaban haciendo -dice-. Las fronteras son una ficción, y así debería ser el mundo: sin fronteras.".

Fuente texto: lanacion.com

TEATRO CERVANTES:
CUMPLE 90 AÑOS
Y SIGUE ESPERANDO LA RESTAURACIÓN


Es la gran sala de la Ciudad, después del Colón. 
El aniversario llega entre andamios y obras demoradas.


TEATRO CERVANTES


Por Silvia Gómez


Cumplirá 90 años rodeado por un andamio que le quita brillo a su lustre. El Teatro Nacional Cervantes, en la esquina de Córdoba y Libertad, es otra de las joyas de la arquitectura de Buenos Aires que se gestó como el sueño de dos famosos actores españoles, María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza. Aclamados por los porteños, pensaron que la Ciudad se merecía un edificio grandilocuente para representar las obras de teatro del idioma castellano.
Por estos días avanza lentamente la restauración del edificio. Por el momento se trabaja en el cambio de cables de escenario y sala; en la licitación para recuperar el frente (ver Los andamios...
); y en la construcción de una sala de ensayo, según detallaron a Clarín desde el área de prensa del teatro. Y el 30 de noviembre, con una obra e invitados de la cultura, se festejarán los 90 años de la sala.
El teatro –diseñado por Fernando Aranda y Emilio Repetto– se inauguró en setiembre de 1921 y hasta el rey español Alfonso XIII colaboró en su construcción. Según crónicas de la época, Guerrero y Díaz de Mendoza comprometieron hasta su fortuna para erigir el colosal edificio, cuyos materiales llegaron desde España. Y desde el principio el Cervantes tuvo que esquivar problemas para subsistir.
A solo cinco años de la inauguración estuvo a punto de cerrar y ser rematado. Es que el matrimonio de artistas tuvo problemas para afrontar los costos del mantenimiento. Lo salvó el presidente Marcelo T. de Alvear al nacionalizar el teatro y también su deuda. En 1961 un incendio destruyó gran parte de las instalaciones y las obras de reconstrucción demandaron siete años de trabajos . Pero a raíz del incendio el teatro modernizó sus instalaciones, con la construcción de un edificio sobre avenida Córdoba, diseñado por el arquitecto modernista Mario Roberto Alvarez. No todos estuvieron de acuerdo con el edificio anexo: mordaz, Manuel Mujica Láinez lo juzgó con “horror, asombro y melancolía”.
Y los conflictos políticos y gremiales también lo afectaron, hasta el punto de haber estado sin actividad durante más de un año.
María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza desembarcaron en Buenos Aires, por primera vez, en 1897. Llegaron con su compañía de teatro y conocieron una Ciudad en pleno crecimiento. Es que por aquellos años –y hasta la gran crisis mundial del 30– se comenzaba a gestar la “París de Sudamérica”. Contratados por familias patricias, arquitectos italianos, ingleses, alemanes, húngaros y españoles construyeron edificios que rápidamente se convirtieron en íconos de la Ciudad. El Palacio Barolo, el Teatro Colón, los subtes, la cervecería Munich de Costanera Sur, y los palacios de los Anchorena, los Alzaga Unzué, Ortiz Basualdo y José C. Paz, entre muchos otros.
Durante los primeros años del 1900, Guerrero y Díaz de Mendoza volvieron una y otra vez. Encantados con la Ciudad y con un público que los recibía como lo que eran, auténticas celebridades de la época. Y en esas visitas comenzaron a pergeñar el sueño de construir esta sala. Los actores lograron entusiasmar incluso al rey de España, Alfonso XIII, quien ordenó que todos los barcos que cruzaran el océano aprovecharan el viaje para traer materiales para la obra. Materiales que llegaron de diferentes ciudades. Los azulejos, de Valencia; las locetas rojas del piso, de Tarragona; las puertas de los palcos, de Ronda; butacas, espejos, bancos, rejas, herrajes y azulejos, de Sevilla; lámparas y faroles, de Lucena; la pintura para el techo, de Barcelona; y de Madrid el fabuloso telón, el original, que fue devorado por aquel fuego de 1961.

Los andamios lo rodean desde hace cuatro años


El teatro funciona como un ente autárquico desde el 1° de enero de 1997. En 2007 el Banco de la Nación Argentina le transfirió la propiedad del inmueble a la Secretaria de Cultura de la Nación. Poco tiempo después se colocaron los andamios que rodean la fachada del teatro, pero los trabajos se demoran aún hasta estos días. En setiembre de 2009 la Secretaría de Cultura firmó un acuerdo con el embajador de España en Argentina, Rafael Estrella, para poner en marcha un plan de restauración, refuncionalización y actualización informática del teatro. La obra debería haber comenzado con la llegada de fondos europeos, pero desde el teatro informaron que, respecto a la fachada, se trabaja en la confección de los pliegos de licitación para llevar a cabo la puesta en valor. Al margen de los problemas de infraestructura, el teatro sigue convocando multitudes. El año pasado casi 123.000 personas ocuparon sus butacas. Y su director, Rubens Correa, esperaba superar estos números en el transcurso de 2011.

Fuente: clarin.com

TESOROS DEL RIJKSMUSEUM AMSTERDAM



Un sillón holandés de roble del siglo XVI de curioso diseño.

Conocido en Holanda como un "zitkist" o "silla de pecho", se trata de un sillón, con más de un propósito. Uno puede sentarse en él, pero también puede guardar sus objetos de valor en ella. Esta silla, la pieza más antigua entre los asientos del Rijksmuseum, es un diseño útil.  
Los apoyabrazos son fijos, pero su respaldo es móvil.  
Sentado frente al fuego de una chimenea en esta silla, se puede avanzar y retroceder a voluntad, y agregarle almohadones para mayor comodidad.


Título: Sillón                                     

Año: c. 1500

Técnica - material: Roble

Dimensiones: 75,5 x 78 x 50,5 cm

Inventario: BK-NM-1971

 

"TÍRENSE AL OCÉANO AUN SIN SABER NADAR,
PERO TÍRENSE"

 
A los 87 años, el artista uruguayo da pistas sobre su vitalidad. 
Y agradece lo que Tigre le dio.

 
Por Mercedes Pérez Bergliaffa
 
Pintor del medio del río”, se autoproclama el artista uruguayo Carlos Paéz Vilaró. Así define él la doble vida que lleva, yendo y viniendo entre nuestro país y el hermano. Y su gran base local, el fondo de su corazón argentino, se ubica en la zona de Tigre.
Justamente: lo importante ahora es la gran exposición de su obra que está realizando el Museo de Arte del Tigre (MAT). Es una forma de agradecimiento, dice Vilaró, a todo lo que el Tigre le dio: sus pájaros, sus árboles, sus perfumes, la comunidad.
Paéz Vilaró es, ante todo, un hombre cosmopolita y viajero. Alto, de facciones armónicas, el artista mantuvo como constante, a lo largo de sus 87 años, una insaciable curiosidad y el objetivo de ser más libre.
Vilaró, observando sus obras y sus viajes pareciera que hizo con su vida lo que le vino en gana.
Es así. Siempre me porté como tirando una piedra contra un cristal. Y fui muy feliz. Además, pienso que es mucho más importante el intento que el hallazgo. Por eso les digo a los jóvenes: tírense en el océano, aún sin saber nadar. Pero tírense.
Dio la vuelta al mundo en velero, vivió en un conventillo en Montevideo; en Africa, en Nueva York y en San Pablo. Conoció a Picasso, Dalí y de Chirico; tiene familia. ¿Le queda algún sueño pendiente? Me quedan, me quedan. El fundamental es crear un arte para no-videntes : que los hombres que nacen ciegos tengan derecho a conocer el color y la vida que nace de ahí. Soñé con hacer un circo dinámico, al cual el hombre ciego entre por un tobogán, sin lastimarse; luego pase entre flecos que lo rozan, sintiendo perfumes que están en el aire, o música que entre por sus oídos.
Usted viene de una familia tradicional. ¿Necesitó trabajar alguna vez? ¡Totalmente! ¡Yo no podía permitir que mis padres tuvieran a su cargo el mantenerme! Y como todos los uruguayos siempre soñamos con conocer Buenos Aires, con cruzar ese río (a ver si era verdad lo que cantaba Gardel), me vine hacia acá, donde hice una experiencia maravillosa, que luego me llevó hacia una vida de tango, nocturna. Trabajé La Fabril financiera, una imprenta muy importante de Barracas, en Iriarte 2035. Aunque mi primer trabajo fue ponerles la cabecita a los fósforos en una fábrica de Avellaneda, cuando tenía 18 años. Ganaba 30 centavos por hora. Allí aprendí a trabajar, a ser puntual, a obedecer un horario, a marcar tarjeta a las seis de la mañana, a viajar en el tranvía 22 por la calle Montes de Oca… en fin. Todo un periplo que nunca me voy a olvidar. Luego recorrí los pueblos de Córdoba vendiendo velas “Rancherita”.
Vilaró, usted siempre fue muy inquieto. ¿Hay algo que siga buscando? Mi búsqueda es pensar, siempre, cómo es el cuadro que voy a pintar mañana… ¡si es que no lo pinto hoy!”, dice, pícaro y con encanto, el pintor: un seductor con pulseras negras de pelos de cola de elefantes curadas por las tribus de Kenia (amuletos protectores, designio divino).

Fuente: clarin.com

MARTÍN FIERRO VS. FACUNDO:
UN DEBATE SOBRE NUESTRA HISTORIA

 
Del gaucho “traidor” al caudillo valiente, dos arquetipos culturales en disputa.


Por Nora Viater

Una pregunta que tiene algo de adivinación seguramente tenga muchas respuestas posibles. Casi un juego: ¿qué hubiera pasado si ...? En el marco del “Homenaje a Sarmiento” por los 200 años de su nacimiento, que hasta el sábado 17 se hace en el Centro Cultural Ricardo Rojas, cuatro especialistas buscaron responder a esta pregunta: “¿Y si Facundo fuera nuestro clásico nacional?” Vale decir: éste ¿sería otro país si el clásico no fuera el Martín Fierro?, ¿tendríamos otra literatura, otra historia? El guante en realidad lo arrojó el escritor Jorge Luis Borges, quien en Prólogo de prólogos, en 1944, escribió: “El Martín Fierro es un libro muy bien escrito y muy mal leído. Hernández lo escribió para mostrar que el Ministerio de la Guerra hacía del gaucho un desertor y un traidor. Leopoldo Lugones lo propuso como arquetipo. Ahora padecemos las consecuencias”. En 1974, Borges agregó una posdata a ese comentario, que prologaba Recuerdos de provincia, también de Sarmiento: “Ya se sabe la elección de los argentinos. Si en lugar de canonizar el Martín Fierro, hubiéramos canonizado el Facundo como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y sería mejor”. Un debate que vuelve a poner sobre la mesa, gracias a esa aguja borgeana, la fórmula de Sarmiento: “civilización o barbarie”.
De la mesa reunida para develar “esa adivinación retrospectiva”, esa conjetura formulada por Borges, participaron los especialistas Cristina Iglesia, profesora de Literatura del siglo XIX de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Jorge Monteleone, investigador del Conicet y poeta, Martín Prieto, profesor de Literatura Argentina en la Universidad de Rosario, y autor de Historia de la literatura argentina y Martín Kohan, escritor y docente, coordinados por Alejandra Laera.
Para Iglesia, la de Borges no es una propuesta de cambio si no una queja. “Estoy de acuerdo con él, aunque por razones literarias distintas: como lectora y crítica, prefiero la prosa de Facundo, un texto arduo y bello. Lo prefiero a la melodía facilona del Martín Fierro, llorona, un poema tan servicial, tan gauchito , merece ser el clásico de un país, o de una zona del país, para el que la queja, y no la lucha, es el primer gesto de identidad”.
En 1913, en una serie de conferencias, Lugones postula el Martín Fierro como un emblema de “la formación del espíritu nacional”. Y, la figura del gaucho, “un paradigma de la nacionalidad”.
Monteleone dijo que “no se trataría de cambiar la historia, sino de sustituir un mito. Cuando Borges se refiere al Martín Fierro como historia, lo devalúa”. Monteleone tiene una hipótesis: “la canonización del Martín Fierro es un efecto de la previa canonización del Facundo, y no una sustitución”.
Las intervenciones de Prieto y Kohan sumaron otro nombre al tablero: para ellos el problema, la preocupación de Borges no eran Sarmiento ni Hernández, sino Perón. “Eso venía sucediendo desde 1943”, dijo Prieto. Y siguió: “En todo caso, Sarmiento es un antídoto retórico, literario, acorde con la misma formulación, retórica y literaria, del problema: la del peronismo. Sarmiento es nuestro clásico porque su tradición se manifestaba sobre todo en la literatura, pero no tenía potencia política”. Y se preguntó –cabe agregar qué pasaría – si no son “Borges y Leónidas Lamborghini nuestros clásicos”. Para Kohan, “se cita demasiado la dicotomía ‘civilización o barbarie’, pero el texto se ignora. Creo que Borges pedía leer el Martín Fierro en clave de Facundo.
La barbarie la narra siempre la civilización y cuando se narra la barbarie, el que escribe es el civilizado.”

Fuente: clarin.com