Eduardo Parise
Desde hace cuatro años, el 12 de octubre es el Día del respeto a la diversidad cultural, como una forma de abarcar a las diversas vertientes que dieron forma a nuestra vida como país. Pero el tema de la evocación de los pueblos originarios siempre estuvo presente, aunque muchas veces no fuera muy visible. Eso está reflejado en algunas obras artísticas que la Ciudad conserva pero que suelen quedar inadvertidos en medio de la vorágine cotidiana. El mejor ejemplo es el monumento Los Andes, que el artista Luis Perlotti dejó como testimonio de aquel pasado indigenista y que aún puede lucir Buenos Aires.
Instalado desde abril de 1941 en un sector de la plaza que está en la avenida Corrientes, entre Olleros y Maure (Chacarita), el monumento –también se lo conoce como “malón de paz”– muestra la figura de pobladores originarios de tres regiones de los Andes. Vistos de frente y de izquierda a derecha, son un ona, un tehuelche y un calchaquí, pobladores que vivieron en nuestro territorio junto a la cordillera. Los onas eran una tribu nómade que ocupaba la zona austral incluyendo la Tierra del Fuego. La imagen realizada por Perlotti muestra a un hombre con sus armas (un arco y una flecha) y el típico quillango de piel que usaba como vestimenta.
En el centro del monumento, sentado, aparece un gran guerrero tehuelche, sosteniendo su hacha de guerra como si se tratara de un cetro. Aunque se lo presenta mostrando fortaleza, se lo ve en una actitud serena. Distinta es la posición del hombre calchaquí quien, con una rodilla en tierra, conserva una obra de alfarería, clásica de su cultura. En su pecho luce también un tradicional tejido, influencia de su historia vinculada con el antiguo imperio incaico. Todo el grupo escultórico, que mide más de tres metros, está realizado en bronce y fue colocado sobre un pedestal.
No es casualidad que Perlotti dedicara esta obra a recordar un pasado indigenista. Hijo de inmigrantes italianos (su papá era zapatero; su mamá, costurera), este hombre nacido en Buenos Aires el 23 de junio de 1890 no sólo tuvo una formación académica: mientras estudiaba dibujo en Unione e Benevolenza y realizaba talleres en la Asociación Estímulo de Bellas Artes (entre sus profesores tuvo a Pio Collivadino y Lucio Correa Morales), trabajaba en fábricas y talleres de ebanistería. Así preparó su ingreso a la Academia Nacional. Hacia 1914, sus obras ya estaban en el Salón Nacional. Allí nacería su amistad con artistas como Benito Quinquela Martín y Alfonsina Storni.
Después, conoció a personalidades como Eduardo Holmberg y Juan Bautista Ambrosetti, quienes influyeron en su interés por la historia nativa americana, algo que también lo vinculó con el pensamiento de Ricardo Rojas y a llegar a sostener una amistad con el perito Francisco Pascasio Moreno. Para entonces, las obras de Luis Perlotti se destacaban también fuera del país. Un ejemplo fueron las cerámicas y obras de temas criollos e indigenistas que en 1927 presentó en la Exposición Internacional de Sevilla. Perlotti ya había recorrido América y en especial las regiones del Altiplano para ahondar en aquellas culturas centenarias y reflejarlas en sus trabajos.
Perlotti fue docente (dictaba Modelado en el famoso colegio Otto Krausse) y dicen que más que profesor era un amigo bonachón y acriollado, casi como un paisano. En 1969, poco antes de morir en un accidente automovilístico ocurrido en Punta del Este, Uruguay, donó su casa y sus obras a la Municipalidad de Buenos Aires. Esa casa, en Pujol 644, en el barrio de Caballito, hoy es el Museo de Esculturas Luis Perlotti, destinado a preservar y difundir la escultura no sólo de ese autor sino de distintas artistas. Cuentan que allí se conservan unos murales de Benito Quinquela Martín, realizados sobre hierro esmaltado, que el gran artista de La Boca le obsequió a su amigo.
Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
Pero esa es otra historia.
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