Se inaugura hoy en la Fundación Unión de Montevideo la exposición
“Héroes de la dependencia”, en la que pueden verse más de ochenta
cuadros del gran artista de Clarín.
Conocí a Hermenegildo Sábat hace 46 años, cuando ingresé a la redacción del diario El País
y me encontré con ese individuo de actitud grave y voz profunda, que
nunca dudaba al lanzar sus opiniones. Cerca de cumplirse medio siglo de
aquel primer contacto, sigue siendo el mismo, con su talento confiado
diariamente a la hoja de papel, su gesto ceñudo, su velada cordialidad,
su palabra sonora y su humor subterráneo.
Algunos lenguajes
artísticos crecen igual que los terrenos aluvionales, donde la materia
va depositándose lentamente y de paso enriquece el campo que la recibe.
En
la obra de Sábat han ido sedimentándose no sólo la experiencia
profesional o las lecciones que deja la vida, sino también su visión del
mundo y de la fauna que lo puebla , de modo que a esta altura de su
trayectoria esa visión se ha vuelto más perforadora y a la vez más
ancha, como si a través de la pintura de hoy el trazo de sus antiguos
dibujos hubiera echado raíces que multiplican su alcance representativo y
las referencias que traslucen.
Porque los héroes de la dependencia que ahora retrata no son individuos con identidad personal, sino con rasgos genéricos
que se funden en ellos como denominadores comunes, insinuando de
cuántas maneras la huella de la realidad y el paso de los años imponen a
esos rostros un sello igualador, una mirada turbia o alucinada y un
gesto a menudo agrio, en medio del desfile donde las escasas sonrisas
compiten desventajosamente con las bocas contraídas o con algunos
gritos, sombreados por el rastro de una decrepitud no sólo externa. En
las buscadas notas de fealdad y ocasional grotesco, en los indicios de
una deformidad que Francis Bacon aprobaría muy complacido, hay
reflejos de la observación penetrante, la sagacidad y la perversa
distorsión facial que son los acentos de la caricatura, un género en el
que Sábat se ha ejercitado victoriosamente durante décadas.
La
suma de esa frecuentación se vuelca ahora en este friso dejando allí la
impresión digital del artista, desembocando en otros encarnizamientos
(a veces burlones, a veces malvados) sobre los cuales pesa la carga de
intenciones que está implícita en el vocablo que define al género. La
diferencia consiste en que estos héroes ya no encarnan a un ejemplar de la especie sino a muchos
, son depositarios de caracteres compartidos y producto de esa
superposición que opera como los trucos digitales donde numerosos
semblantes se suceden velozmente sobre la misma silueta, hasta que el
resultado final parece la mezcla de todos ellos. Aquí esa mezcla alude a
los seres anónimos que pueden cruzarse en la calle o integrar una
muchedumbre, acaso también a una casta dirigente en cuya fachada asoman otros rasgos interiores más descompuestos
o quizás al ojo desencantado que se ha detenido sobre ese prójimo
durante más tiempo del que cabe sobrellevar con piedad o con
indulgencia.
Entonces, lo que el artista hace cantar aquí no es una voz sino todo un coro,
y esa opción es similar a lo que ocurre cuando al impulso de un
escritor no le basta con la medida de un cuento y tiene que expandirlo
en el espacio de una novela, o cuando la necesidad de un compositor
desborda el marco de una sonata para internarse en la clave mayor de una
sinfonía. Porque esta muestra de Sábat tiene una fecundidad narrativa y por otro lado también tiene una complejidad sinfónica , al lograr un acuerdo para que todas sus voces (es decir, todas sus máscaras) canten a la vez.
En
esa ojeada se cuela además la forma en que ha ido girando la mirada del
pintor sobre sus congéneres, los estados de espíritu con que él mismo
se sumergió durante buena parte de la vida en su tarea gráfica y las
conclusiones que ha extraído de ella, cuando esa mirada finalmente
trasciende el dato concreto – una celebridad popular, un mandatario, una
figura histórica – para abrirse como si remontara un delta hasta
desaguar en la cara de nadie, que es la cara de todos. Esa amplitud y
esa diversidad atrapadas por Sábat en su catálogos de monstruos deben
leerse igual que placas radiográficas cuyo valor consiste en transparentar lo que va por dentro , desde la pesadumbre o la ferocidad hasta el abatimiento o el ridículo, pasando por muchas sensaciones regocijantes o sombrías .
El
resultado que obtiene descansa en la maestría con que esgrime sus
recursos manuales, una paleta de la que puede llover un tonalismo frío o
que a veces puede estallar en un empaste de cromatismo brillante,
siempre controlada por una búsqueda donde el color funciona igual que el
altibajo de las emociones o el contraluz del sosiego y la violencia.
Los héroes de Sábat habilitan así un triple disfrute: el de ironizar junto con él sobre la dependencia que en tantos sentidos desmiente la celebración de los bicentenarios emancipadores, el de recorrer los virtuosismos de formulación y el de palpar
por debajo de todo ello el filo múltiple con que los retratos se
internan en la faz verdadera de los hombres y de la realidad.
Nada menos.
Fuente: clarin.com
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