FRAGMENTOS DE MUNDO
EN LOS CUADERNOS DE UN ARTISTA NÓMADE


Arquitecto y director de un museo, guarda sus croquis de los lugares que conoció.



Por Mariana Israel
ESPECIAL PARA CLARÍN.

Alberto Bellucci es a la vez gestor de la cultura artística y artista. Dirige el Museo de Arte Decorativo desde 1991 y es ex director del Museo Nacional de Bellas Artes. Pero en la trastienda, Bellucci, de 71 años, es el artífice de cientos de dibujos a mano alzada de ciudades, paisajes y personas que conoció alrededor del mundo. La mayoría delatan su vocación de arquitecto, su ojo detallista y su pasión por el teatro: se refiere a paisajes en términos de “formas y geometrías”, y a ciudades como “grandes escenarios”.
Con la devoción del coleccionista, saca de su biblioteca algunos de los 28 cuadernos con croquis: París, Rusia, Nueva York, India y Argentina figuran en los lomos. Varios de los dibujos se publicaron en los libros Dibujando Argentina, Viajes dibujados y Los croquis de viajes en la formación del diseñador; otros se expondrán próximamente en el Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano. Todos son testigos del contacto profundo de Bellucci con el mundo.
“La colección empezó entre marzo y julio de 1960, cuando viajé a Europa en barco por primera vez”, cuenta. Al zarpar, bosquejó en su cuaderno el embarcadero porteño a medida que desaparecía en la noche, sin imaginar que despertaba a un hobby que lo apasionaría. “Es una esclavitud –reconoce–, pero dibujando aprehendo paisajes y ciudades. No necesito volver a verlos después, porque los llevo dentro de mí”.
En su equipaje carga lápiz, birome, cuaderno y una caja de Caran d’Ache. Tarda unos 20 minutos en trazar un croquis, siempre según su puesto de espectador, si mira desde la mesa de un café, un colectivo, un balcón… o el auto. “La primera vez que vi el Cerro Catedral estaba manejando y se me apareció, inmenso. No pude contenerme, saqué papel y mientras agarraba el volante con una mano, con la otra trazaba el perfil de los picos. Quedó como un electrocardiograma, pero refleja cómo lo vi en ese momento”, relata Bellucci.
Entre otras piezas, resalta un croquis de Manhattan. “Lo hice desde un helicóptero, pero como se complicaba pintarlo anoté los colores al costado para hacerlo después”, confiesa con culpa, porque se resiste a retocar sus obras, hijas de un instante. A medida que pasa las hojas, aparecen parisinas elegantes, jóvenes beatniks, gente descalza en el teatro Bolshoi o arrodillada en una iglesia, en pleno auge de la Unión Soviética, testimonios históricos no solo de espacios, sino de culturas.
Hoy, Bellucci ya no tiene tiempo de viajar tanto, pero su alma sigue en tránsito: “No es cuestión de viajar mucho ni lejos para encontrar otras vidas que enriquecen la propia, sino de mantener ese espíritu viajero, para contemplar y apreciar lo que nos rodea. Mi mirada es igual que cualquier otra. Es la mirada del que abre los ojos”.

Fuente: clarin.com

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