Por Laura Ramos
Mi afición por Jane Austen es fiduciaria no tanto de su poética
cuanto de la topografía de su obra (salones hogareños, chimeneas
encendidas, campiña inglesa). Si Jane Austen careciera de ironía e
inteligencia, si su pensamiento menguara en modernidad, me gustaría
mucho más. Porque Jane no daba puntada sin hilo en sus comedias
meditadamente realistas y antirrománticas. Y no puedo menos que atribuir
a la geografía en la que nació la razón de su levedad, su agudeza y
sobre todo de su frivolidad. Había que haber crecido bajo el aire del
condado de Hampshire, poblado por bosques y árboles frutales para poder
escribir con la sonrisa que se transparenta en cada página de sus
libros.
¿Por qué las hermanas Brontë, que vivieron, como ella, en
la casa rectoral del párroco de la localidad y leyeron al mismo Walter
Scott que Jane, no pudieron escribir comedias? Creo que la respuesta
reside menos en el nacimiento de lord Byron en 1788, veintiocho años
antes que el de Charlotte, que en la diferencia que ritma los inviernos
soleados del sur de Inglaterra y las nieves de los páramos del
Yorkshire. Sin contar con la distancia social que separaba a la
burguesía rural en la que se enrolaba el párroco Austen de la clase
subalterna de institutrices y gobernantas a la que pertenecían las
hermanas Brontë. No, no era posible escribir comedia en los páramos.
¿Cómo ironizar sobre el cuento gótico donde el gótico era, más que un
género literario, un modo de vida? Jane, que nació en 1775 en Steventon,
segunda mujer entre seis varones, creció junto con los pupilos de su
padre, que para incrementar sus ingresos como párroco daba clases
particulares y también alojamiento a sus alumnos. De modo que mientras
que la rectoría Brontë se alzaba en la colina más aislada de Haworth,
cercada por el cementerio comunal, la casa rectoral de Steventon se
llenaba de algarabía con las representaciones teatrales y los juegos que
organizaban los pupilos. Cuando tenía ocho años Jane había sido enviada
con su hermana Cassandra a la escuela de la señora Cawley, en
Southampton, para comenzar la educación bajo su tutela, pero la
propagación de una enfermedad infecciosa interrumpió la enseñanza. Las
dos hermanas mayores de la familia Brontë, internas en el colegio para
hijos de clérigos pobres de Cowan Bridge a edades similares, murieron a
causa de la tisis. Las hermanas Austen fueron enviadas a otro internado
en Reading. Además, hijos y alumnos abrevaban de la nutrida biblioteca
del reverendo Austen los libros que ella más tarde, traidoramente, iría a
satirizar: Henry Fielding, Samuel Richardson y en especial Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe.
Según
cuenta su sobrino James Austen-Leigh en sus memorias, la sigilosa Jane
pidió a su hermano que no fuera reparada la puerta chirriante del salón
donde escribía, pues el ruido la alertaba sobre la llegada de algún
visitante con la antelación suficiente como para ocultar el manuscrito
en el que estuviera trabajando. Pero semejante timidez no le impidió
hacer el gesto político de infligir una estocada al Romanticismo donde
más podía herirlo. El héroe de La abadía de Northanger , Henry
Tilney, no se enamora de Catherine Morland sino a modo de gratitud por
el cariño que la joven siente por él. “Reconozco que constituye un hecho
nuevo en la novela y que es terriblemente impropio de la dignidad de
una heroína”, reflexiona la autora de veintitrés años, arrogante,
cándida, encantadora. Pero en la misma novela, donde tuvo la oportunidad
de describir a la primera heroína no bella de la literatura, deshizo
con la mano izquierda lo que había hecho con la derecha. Describió a
Catherine Morland, a los ocho años, como a una niña común: “Era delgada y
desgarbada, de tez macilenta, cabello oscuro y lacio y facciones
toscas”, pero a los dieciséis se convirtió en “casi una belleza”. Tal
vez Austen quiso darle paso al personaje que cuarenta y ocho años
después se convirtió en leyenda: la circunstancia de que fuera poco
agraciada e institutriz no fue menor en la construcción del mito de Jane
Eyre.
La abadía de Northanger , una sátira a los cuentos
góticos escrita con la intención de alegrar las veladas domésticas de
los Austen, está muy lejos del espíritu de su último libro inconcluso.
Virginia Woolf señaló que Sanditon muestra un ensimismamiento y
una sensibilidad hacia la naturaleza que indica que el dispositivo del
Romanticismo había sido inoculado en la escritura de Jane. A causa de la
interdicción para heredar bienes que las leyes inglesas aplicaban a las
mujeres, después de la muerte de su padre Jane y Cassandra quedaron tan
a merced de la caridad de sus hermanos varones como las protagonistas
de Sensatez y sentimientos . Pero a los cuarenta y un años, al
momento de morir, ya ganaba su propio dinero con sus libros. Según el
doctor Lyford de Winchester, el mal que la llevó a la muerte fue la
enfermedad de Addison, provocada por algún mal infeccioso, eventualmente
la tuberculosis, precisamente la afección endémica del Romanticismo.
Fuente: clarin.com
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