EL MOMA SE RECONCILIA CON YOKO ONO

Yoko llegó al museo moderno de la gran manzana  Foto: Reuters
Yoko llegó al museo moderno de la gran manzana. Foto: Reuters

"Llevo 40 años haciendo constantemente cosas de las que no se habla", dijo Yoko Ono ayer en la inauguración de la muestra que reúne sus obras del período 1960/1971 organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa).
Christophe Cherix, curador de la exhibición Yoko Ono: One Woman Show, admitió que el museo había ignorado la producción de la artista japonesa.
"No ha sido reconocida como debería. Como institución no hemos prestado atención a su trabajo como hubiésemos debido en el pasado. Era el momento de entender mejor su singularidad y su contribución clave en los 60 y 70", declaró a la agencia EFE.
Es por eso que la exposición, que continúa hasta el 7 de septiembre, no está centrada en la obra más reciente de Ono.
Entre los 125 trabajos hay dibujos, instalaciones, música y videos.
















Fuente: lanacion.com

PRECIO RÉCORD EN UNA SUBASTA:
US$ 179 MILLONES POR UN PICASSO

En el mismo lote subastado en Nueva York, una obra de Alberto Giacometti se convirtió en la escultura más cara de la historia.
"Las mujeres de Argel", obra que el español pintó en 1955, superó la marca anterior, de un tríptico de Francis Bacon.
¡Vendido al ofertante en 179 millones de dólares! Ayer, en la sede de la casa de remates Christie’s en Nueva York, una obra de Pablo Picasso, Las mujeres de Argel (Versión “O”), rompió el récord histórico de subastas.
Es sabido que el mercado de arte, como reserva de valor, maneja cifras muy elevadas. Y sin embargo estas ventas, por descomunales, dan la vuelta al mundo en minutos. Es que esta obra del gran malagueño, pintada en 1955, superó el récord anterior, el tríptico Tres estudios sobre Lucian Freud, de Francis Bacon, vendido por 142 millones en 2013.
La obra, de 114 por 156 cm, no fue la única protagonista de este remate, que recaudó en total 705 millones de dólares. El hombre que apunta, una escultura del suizo Alberto Giacometti, se vendió por 141 millones de dólares en el mismo lote, convirtiéndose en la escultura más cara de la historia de las subastas, muy cerca de incluso superar la marca de Bacon.

"El hombre que apunta" se vendió en 141 millones de dólares: mide 177 centímetros.
"El hombre que apunta" se vendió en 141 millones de dólares: mide 177 centímetros.


Las mujeres de Argel presenta una escena de harén, en la tradición del orientalismo pictórico europeo del siglo XIX. La “Versión O” es la última de una serie de quince variantes (numeradas con letras y todas ellas adquiridas por los coleccionistas Victor y Sally Ganz al propio pintor en 1956). Homenajea a Henri Matisse, muerto en noviembre de 1954 y, a la vez, se inspira de manera directa en una tela del mismo título de Eugène Delacroix que atesora el Museo del Louvre. Los biógrafos observan que en ella Picasso creía ver a Jacqueline Roque, su última compañera. Según Loïc Gouzer, vicepresidente de Christie’s, “es una obra a la altura de Guernica y de Las señoritas de Aviñón”. Es, además, uno de los últimos Picassos de gran tamaño que aún integraba una colección privada. La pintura había sido rematada en 1997 por 32 millones de dólares; así, en algo menos de veinte años sextuplicó su valor.

El hombre que señala de Giacometti
El hombre que señala de Giacometti

El hombre que apunta es una estatua de bronce de 177 cm de la que solo existen seis moldes en el mundo. Batió el récord de otra escultura del mismo artista suizo, El hombre que camina 1, vendida por 104 millones de dólares en 2010.
Los expertos definen El hombre que apunta como el “Santo Grial” de las esculturas, según Gouzer, porque data “del momento en que Giacometti se convirtió en Giacometti”. Nacido en Suiza en 1901, cerca de la frontera italiana, el escultor vivió por años en el barrio parisino de Montparnasse, donde estuvo cerca de vanguardistas como Joan Miró y el propio Picasso. Aunque hasta 1940 Giacometti concentró su arte en las cabezas, su figura comenzó a adelgazarse en un desafío a su materia, el bronce. Una sutil coincidencia enlaza esta obra al Picasso vendido: en 1954, en los últimos meses de vida de Matisse, se le encomendó a Giacometti diseñar un medallón conmemorativo con su imagen.

Tres estudios de Lucian Freud
Tres estudios de Lucian Freud

Subastas millonarias


Antes de que Pablo Picasso rompiera el récord histórico de subastas, el podio le pertenecía a Francis Bacon. En los últimos años, el mercado del arte albergó remates millonarios: El grito, de Edvard Munch, se vendió en 2012 por casi 120 millones de dólares. Desnudo, hojas verdes y busto, de Picasso, fue vendido en 2010 por 106 millones de dólares, y la serigrafía Choque de auto plateado de Andy Warhol se vendió por 105 millones de dólares en 2013. Por fuera de las casas de remate las ventas son incluso más elevadas: en febrero de este año, se pagaron casi 300 millones de dólares por un lienzo de Paul Gauguin.

El grito”, de Edvard Munch
"El grito”, de Edvard Munch


Nafea faa ipoipo
Nafea faa ipoipo




Los jugadores de cartas
Los jugadores de cartas




EL TEMPLO DE LA VIEJA NOCHE PORTEÑA

Secreta Buenos Aires. Hasta 1960, todo pasaba en el Chantecler.
Baile, shows y grandes personajes: desde el "príncipe cubano" hasta la madame Jeanette.
Paraná al 440. A metros de avenida Corrientes, la avenida que entre las décadas del 20 y el 50 efectivamente no dormía. El Chantecler fue inaugurado en 1924 y demolido en 1960.
Paraná al 440. A metros de avenida Corrientes, la avenida que entre las décadas del 20 y el 50 efectivamente no dormía. El Chantecler fue inaugurado en 1924 y demolido en 1960.

Eduardo Parise

Su historia forma parte del tiempo aquel en que Corrientes era “la calle que nunca duerme”. Y aunque no estaba sobre esa avenida, el lugar era parte de ese circuito –desde la avenida Callao hasta Leandro N. Alem– donde transcurría toda la movida de la noche porteña entre las décadas de 1920 y el final de la de 1950. Traducido al castellano, el nombre del sitio (“Canta Claro”) no suena muy atractivo. Pero en francés, y en aquel Buenos Aires, decir Chantecler era sinónimo de tango, lujos y placeres para artistas, políticos, turistas y dandys. Es decir: la first class de una sociedad muy distinta de la actual.
Lo inauguraron en diciembre de 1924 en Paraná 440, a unos metros de Corrientes, con la actuación del sexteto de Julio De Caro. Su dueño era Charles Seguin, un francés que, además de ese espacio, tenía los teatros Casino y Tabaris, entre otros negocios. Para instalarlo, el hombre no había mezquinado presupuesto: tres pistas de baile, un gran escenario, palcos con cortinados de pana roja como en los teatros, teléfono privado para hacer los pedidos a la barra y, en el fondo del local, hasta una exótica pileta de natación climatizada donde jóvenes y esbeltas muchachas realizaban juegos acuáticos. Todo se complementaba con espectáculos de varieté y shows con artistas que solían llegar desde los famosos y cercanos teatros Maipo y El Nacional.
En la entrada del edificio existía una dársena para que los autos pudieran dejar a los concurrentes directamente sobre la puerta. Solía recibirlos un muchacho de raza negra que después se iba a convertir en el presentador de las orquestas que actuaban allí. Se llamaba Angel Sánchez Carreño. Algunos decían que había llegado desde Cuba, pero los historiadores descubrieron que había nacido en el Gran Buenos Aires en marzo de 1880. También cantante de boleros, Sánchez Carreño fue más conocido por su seudónimo: “El príncipe cubano”. Y a él se le atribuye haber bautizado al violinista y director Juan D’Arienzo (luego emblema bailable del Chantecler) como “El rey del compás”.
Por supuesto que la bebida símbolo del lugar era el champán. Y aunque allí actuaron grandes maestros como Carlos Di Sarli, Joaquín Do Reyes, Héctor Varela, Atilio Stampone, Leopoldo Federico y Eduardo Del Piano, su máxima estrella siempre fue una madame. Giovanna Ritana (Jeannette) era la bella y joven mujer de Amadeo Garesio, un hombre nacido en Córcega, pero que había llegado a Buenos Aires con una compañía de trapecistas. Dicen que Garesio y Ritana regenteaban varios prostíbulos porteños. Y que, a la muerte de Charles Seguin, quien no tenía descendencia, habían heredado el Chantecler. Cuentan que madame Ritana solía florearse por los salones acompañada del brillo de sus alhajas y luciendo en la mano una copa de burbujeante champán.
El cabaret Chantecler fue demolido en 1960 y con él se fue toda una época en la que la velada solía terminar a las 10 de la mañana, con la gente comiendo puchero después de una gran partida de pase inglés, en la que, entre pedido y pedido, se anotaban hasta los mozos. También quedó en el olvido la imagen de Ritana y muchas otras chicas que vivieron en ese carrusel con alegrías de ficción. Pero lo que sí se recuerda es aquel affaire que en diciembre de 1915 tuvo como protagonista a Carlos Gardel, justo el día en que cumplía 25 años. Fue una emboscada a la salida del Palais de Glace de Recoleta y, en medio de una supuesta discusión. Esa noche, Gardel recibió un balazo en un pulmón y se salvó de milagro. El ataque había sido un encargo de Amadeo Garesio porque se había enterado que el cantante solía tener encuentros clandestinos con Ritana, su mujer, quien entonces manejaba uno de sus prostíbulos, en la calle Viamonte. El episodio iba a quedar zanjado y archivado después de una intervención de Alberto Barceló, el caudillo político de Avellaneda, y su ladero Juan Nicolás Ruggiero, amigo de Gardel y de Garesio. Pero esa es otra historia.


Fuente: clarin.com

EUGENIO CUTTICA CONGREGA MULTITUDES EN EL BELLAS ARTES

Cerca de 40.000 personas ya visitaron en forma gratuita la exposición del pintor argentino que recorre su producción desde las obras de la década del 70 hasta las más recientes




Cerca de 40.000 personas han visitado la exposición de Eugenio Cuttica en el Museo Nacional de Bellas Artes a poco más de 3 semanas de su inauguración.
El interés que ha despertado "La mirada interior" no tiene muchos antecedentes en muestras de pintores argentinos y llega en el momento en que el artista está en su plenitud creativa.
En los años '70, Eugenio Cuttica era un adolescente que compartía el precario atelier de su maestro, Alfredo Martínez Howard, en un conventillo de La Boca. Hoy, pinta en un gran estudio en Nueva York, guarda una envidiable colección de autos clásicos en su casa en East Hampton (NY), donde vive la mitad del año (el resto, trabaja en su taller de Barracas), y sus obras se cotizan a precios altos.
De este itinerario vital y artístico da cuenta la exposición antológica de sus obras, que recorre la producción del artista desde las obras de la década del 70 hasta las realizadas en la actualidad.
Autoretrato de Eugenio Cuttica  Foto: Archivo / MNBA
Autoretrato de Eugenio Cuttica. Foto: Archivo / MNBA

Eugenio Cuttica nació en Buenos Aires en 1957. Estudio arquitectura en la Universidad de Buenos Aires y estudió diseño con el arquitecto Justo Solsona. Entre 1976 y 1981 fue asistente de Federico Martínez Howard y Antonio Berni y en 1980 comenzó sus estudios de Pintura y Escultura en la Escuela Nacional de Bellas Artes. En 1978 trabajó en la restauración del mural "El Amor", de Antonio Berni en la Galería Pacífico.
Su obra ha sido expuesta en Buenos Aires, Nueva York, Londres, Los Ángeles, Florida, Ámsterdam, Boston, California, Miami, Río de Janeiro, Bogotá, Santiago de Chile, y Shanghai, entre otros lugares. Fue seleccionado en 1988 para el premio Jóvenes Pintores, Gran Premio Amalita Fortabat y al año siguiente se lo seleccionó como finalista para la Bienal de Venecia. Ha participado, también, en las más importantes ferias de arte internacionales.

Dónde y cuándo

Museo Nacional de Bellas Artes - Martes a viernes de 12:30 a 20.30 - Sábados y domingos 9:30 a 20.30 - Avenida del Libertador 1473. - Entrada libre y gratuita.

Fuente: lanacion.com

ARTE: LA NUEVA CARA DEL WHITNEY

En busca de otro perfil
El museo fundado en 1931 se mudó desde el conservador Upper East Side al Meatpacking District, el barrio más cool de Nueva York
El edificio diseñado por Renzo Piano en el Meatpacking District  Foto: gentileza museo whitney
   El edificio diseñado por Renzo Piano en el Meatpacking District. Foto: gentileza museo whitney



Por Juana Libedinsky / LA NACIÓN
Los últimos años, esta redactora usó el café del viejo Museo Whitney como oficina matinal. Esta cafetería tiene ventanales que dan a un patio inglés cuyo piso y el del bar están un par de metros por debajo de la vereda. Por tal razón, sólo se pueden ver los zapatos de la gente que pasa frente a este enclave del Upper East Side: muchos Berluttis rumbo a la oficina, Louboutins camino a un almuerzo de caridad, guillerminas de los chicos de las escuelas privadas, mocasines unisex gastados pero bien lustrados en los pies de los miembros de las familias rancias de la zona camino a alguna reunión de horticulturistas WASP. Es una visión reducida, seguramente antidemocrática y nada cool, pero que cuenta una historia muy particular de Nueva York.
El café en el flamante Whitney en el Meatpacking District -el viejo barrio de los frigoríficos, reconvertido en los últimos años en el centro de moda, arte y diseño- está en una terraza en un octavo piso. La gente se ve entera, en su contexto (los "fashionistas" entrando en las boutiques aledañas, los motoqueros buscando cerveza en algunos de los pocos bares que quedan con baile del caño, los hipsters entrando en los restaurantes orgánicos). Es infinitamente más interesante, más inclusivo, mucho mejor desde todo punto de vista.
Y, sin embargo, eso a la vez hace al café del nuevo Whitney más genérico, y casi más aburrido. Podríamos estar en un lindo lugar fashion en cualquier punto con onda del planeta. Algo similar ocurre con el edificio. La fachada reducida, oscura y polémica (fea para muchos) del edificio brutalista de Marcel Breuer de los años 60 sobre la Avenida Madison fue reemplazada por una estructura blanca y vidriada de Renzo Piano que, al decir de la revista New York, "es tan sensible a su ubicación y razón de ser, tan generosa en cuanto a vistas, luz y practicidad que confunde virtud con personalidad".
Al edificio Piano inaugurado la semana última nadie lo va a odiar; tampoco nadie queda sin aliento al verlo. La forma políticamente correcta de decirlo es que va a ser "menos icónico que el Breuer". Eso es bueno, al lado de las cosas terribles que hicieron arquitectos desesperados por dejar su marca en el tiempo tras el efecto Guggenheim de Bilbao. Pero con sus volúmenes yuxtapuestos de vidrio y concreto claro, podría también ser la central corporativa de una compañía de Internet o una fábrica consciente del medioambiente.
Esta sensación de complacencia, o de falta de perfil definido, se acaba rotundamente al entrar. Allí los enormes, altísimos e increiblemente luminosos espacios sin columnas (ningún museo tiene más metros cuadrados sin interrumpir por elementos estructurales) absorben toda la energía joven del High Line -la atracción turística cool por excelencia de la ciudad- y zonas aledañas y la trasforman en una experiencia única y mágica.
"Es como flotar en el aire", señaló The New York Times, y todos los detalles son perfectos para que esa sensación sea posible. Las vistas al río, al cielo, al parque elevado y a la majestuosa cuidad que se extiende sobre todo al Oeste y al Sur. Los pisos de pino reluciente y los ascensores amplios y generosos que enseguida mueven las masas sin quebrar la armonía se vuelven parte de la aventura. Y los techos con sus diseños sutilmente geométricos en las rejillas son para muchos un sutil pero emotivo homenaje al interior del Ziggurat invertido que es es edificio de Breuer.
El interior de la flamante seda se destaca por sus amplias salas sin columnas  Foto: Gentileza Museo Whitney
   El interior de la flamante seda se destaca por sus amplias salas sin columnas  Foto: Gentileza Museo Whitney

Comparado con el Met o el MoMA, es difícil encontrar voces disonantes respecto del hecho de que el Whitney, fundado en 1931, gastó 422 millones de dólares en desarrollar mucho más y mejor espacio para mostrar arte, de lo más viejo a lo más nuevo. Los depósitos y facilidades para conservación, espacios administrativos, biblioteca, espacios educativos y de estudio de grabados, oficinas de curadores y demás están del lado norte, uno arriba del otro, de tal manera que el personal siempre está cerca de las salas, las cuales a su vez se conectan en cada nivel. Y todo, además, se vincula con ventanas y terrazas con el entorno de manera casi descarada. "La experiencia se siente como un acto de amor con la ciudad, con el arte como su epifenómeno más significativo", publicó The Washington Post.
En 1966, cuando abrió el edificio de Breuer, a nadie le gustó demasiado el exterior, y encima el museo quedó chico relativamente pronto. En las décadas de los años 80 y 90 hubo una serie de propuestas de ampliación, desde un anexo posmoderno de Michael Graves hasta una especie de nube de vidrio sobre las casas de al lado de Rem Koolhaas o una torre de Renzo Piano que continuaba la línea de Breuer.
El barrio conservador, espantado, hizo lo posible por frenar cada una de las iniciativas. Entonces cuando la Dia Art Foundation abandonó sus planes de construir un museo sobre el High Line en 2006, el Whitney, harto de pelear con el Upper East Side, decidió aprovechar la oportunidad para comprar un lote que era propiedad de la ciudad. Lo demás ya es historia.
No está claro si la "cáscara" del nuevo Whitney pasará a ser lo que los americanos llaman un "instant classic" y el futuro, por supuesto, es una incógnita. Pero, mientras tanto, su interior extraordinario bien vale un pasaje a Nueva York.


Fuente: adn Cultura La Nación

REABRIÓ EL PARQUE LEZAMA, POR AHORA SIN REJAS

Terminaron las obras de restauración que debían estar listas en diciembre.
Pusieron juegos y recuperaron sus magníficos senderos interiores.
Ayer se veían guardianes y policías.


Silvia Gómez


Aunque no hubo una inauguración formal, el histórico Parque Lezama, en San Telmo, está abierto y los vecinos volvieron a disfrutar un espacio que estuvo cerrado durante once meses. Bancos nuevos, caminos interiores restaurados y juegos de plaza renovados; estas obras forman parte de una puesta en valor tan demorada como necesaria.
El parque ya daba muestras de un gran deterioro, no sólo por el uso intenso al que es sometido durante los fines de semana –cuando se instalan cientos de puesteros y manteros–, sino también porque fue muy dañado y en los últimos años su mantenimiento era escaso.
Así, su imponente diseño quedó deslucido y los vecinos pedían a gritos una renovación.
De momento, el perímetro no fue cerrado con rejas. Durante los meses previos a las obras, y mientras duró la misma, hubo mucha polémica en torno a este tema. Es que algunos vecinos, y también el Gobierno porteño, entienden que es la única manera de preservar el parque del vandalismo; y otros rechazan su colocación porque, entre otras cosas, entienden que limita el uso que los vecinos pueden darle (ver La polémica…).
La parte más emblemática de esta obra de restauración son sus caminos interiores, que serpentean a lo largo de todo el predio y que se combinan con escaleras y rampas, en descensos y ascensos. Cuando Carlos Thays diseñó este sitio, a fines del 1900, lo pensó como un lugar de contemplación, de descanso y reflexión.
Con el paso del tiempo, y restauraciones anteriores, algunos senderos desaparecieron. Ahora fueron recuperados y tienen un revestimiento que luce como ladrillos. Y logran lo que Thays buscaba, que la gente pierda la noción de la ubicación, paseando entre palmeras, tipas blancas, olmos y pindós. Claro que este concepto paisajístico ha cambiado con el paso de los años: el parque es ahora sede de una feria y lo que fue una gran fuente –sobre la calle Brasil– se transformó en un sitio donde se hacen recitales, ensayos de murgas, actos políticos y otras actividades.
“La feria continuará funcionando sobre la calle Defensa, como sucedió mientras duró la obra. Estamos realizando un censo para recuperar el orden, ya que a partir de ahora solo admitirá puesteros registrados. Una vez hecho el censo, volverán al parque, pero sin invadir los canteros, que han sido totalmente recuperados”, explicó Patricio Di Stefano, subsecretario de Uso del Espacio Público.
En el parque también se colocaron bebederos, cestos de basura, se sumaron más mesas de ajedrez –revestidas con venecitas–, carteles indicadores al pie de los árboles más destacados, bancos de madera, nuevas luminarias con led; se renovaron los antiguos faroles, a los que también se les colocaron LED. También se renovó el paseo de los copones, con más palmeras, y el camino que lleva hasta el templete griego (en cambio, el templete aún tiene pendiente la renovación del solado).
Además se colocó un patio de juegos con piso de goma. Los chicos hacían cola para subirse a un sube y baja gigante al que pueden acceder de pie, varios a la vez.
Ayer, en una tarde bucólica, con una temperatura perfecta para pasear, los vecinos aprovecharon a full las nuevas instalaciones. “Quedó divino, pero en vez de disfrutar, me estoy preguntando cuánto van a durar estos bancos”, se lamentaron Carmen y Sofía, vecinas de Brasil y Defensa. “Es un parque muy delicado para el maltrato al que lo someten algunos vecinos”, coincidieron.
Teresa Gargiulo (70) es vecina de San Telmo y tiene un puesto de antigüedades en la feria del barrio. “Es un paseo increíble, crecí en este parque, pero debo decir que sin rejas y sin cuidadores de plaza, es imposible su mantenimiento”, sentenció.
Ayer había cuatro policías –dos de ellos a caballo– y dos guardianes de plaza.
Después de tanta polémica en torno a las rejas, y con un presupuesto de 28 millones de pesos, será un desafío para la gestión macrista el delicado mantenimiento de un espacio histórico de 7,7 hectáreas.


28 Millones de pesos invirtió la Ciudad en la recuperación del parque que diseñó Thays 7,7 Hectáreas tiene la totalidad del parque, que equivalen a 77.000 metros cuadrados.


ROSARIO ARTY:
LA EXCUSA PERFECTA PARA VIAJAR EL FIN DE SEMANA LARGO

Universos visuales | Por las galerías

Diez muestras y un puñado de estaciones culturales integran este tour por la capital cultural de Santa Fe; hay clásicos, contemporáneos e independientes

    MUESTRA CAPITAL: Mano de cerámica esmaltada. Foto: MACRO
Por María Paula Zacharías / Para LA NACIÓN

Fin de semana largo con temperatura de primavera, ocasión ideal para una escapada arty a Rosario que, sin citar a Fito Páez, está bien cerca por autopista (300 kilómetros por la 9). Actualmente tiene en cartel suculentas muestras de arte histórico y contemporáneo, un puñado de librerías y cafés para el deleite, un río marrón y un bulevar coqueto que une los puntos del mapa cultural.
Un buen comienzo es por los museos principales de la ciudad, que se unen en una agradable caminata por Bulevar Oroño, entre el Parque Independencia -donde está el histórico Castagnino- y el río Paraná -donde se levantan los silos de colores de su par contemporáneo, el Macro-. En los dos espacios se despliega la muestra Capital, que reúne incorporaciones a la colección conjunta de 4200 obras, mediante compras, premios adquisición y donaciones a lo largo de 97 años. "Cruzamos el arte contemporáneo con nuestras bases, origen e identidad", señala Marcela Römer, directora de esta dupla de instituciones unidas por la cabeza. Hay diálogo entre obras de siglos diferentes: en el Macro, conviven los paisajes del maestro Butler y el joven Agustín Sirai, una naturaleza muerta de Spilimbergo del 36 con una donación de 2014 de Cecilia Szalkowicz y los cráneos de Ruth Viegener con nocturnos de Malharro. En el Castagnino, la serie La vida de un día, de Fernando Fader, de 1917, está a pasos del ganador del LXVIII Salón Nacional de Rosario 2014 (los finalistas se exhiben en el primer piso): el lienzo enorme de Joaquín Boz oficia de telón de fondo para los conciertos de música clásica que se realizan religiosamente cada domingo, a las 19.
Por el camino, salpicado de palacetes centenarios y a la sombra de grandes árboles, está el Espacio de Arte Fundación Osde, donde se pueden ver los grabados de cinco artistas activos en la primera mitad de 1900: Santiago Minturn Zerva, Ricardo Warecki, Pedro Barrera, Rubén de la Colina y Rosa Aragone. Y más adelante, en la galería Diego Obligado, esperan los dibujos secretos de una gran grabadora, Melé Bruniard, que escondió por 50 años los delirios vegetales surrealistas de su lápiz.
El Espacio Richieri bien vale un desvío de siete cuadras: una encantadora casita art nouveau, que es el estudio de la artista, escritora, editora, docente y gestora cultural Lila Siegrist, tan multifacético como ella. "Es un problema del otro no poder clasificarme. Esos prejuicios me ponen en un lugar de intensidad sostenida conmigo", explica. Ahí funciona la editorial Yo soy Gilda, sello que codirige con Georgina Ricci. Desde 2010, junto con Pablo Montini, editan Anuario. Registro de acciones artísticas en Rosario, una guía imprescindible de la escena local. La edición 2014 saldrá a la venta a fin de mayo. "Es una publicación de textos e imágenes, con pluralidad de voces. Este año tiene 96 autores", se entusiasma Ricci. También hay una sala de exposición, otra donde se desarrolla el ciclo de charlas con artistas Zona Liberada, y una trastienda de obras de pequeño formato y pequeños precios a la vista de todos (para tentarse, desde $ 500 a 1500) en sus etiquetas: Juan Grela, Gustavo Cochet, Héctor Pichi De Benedictis, Ricardo Supisiche, Mariana Tellería, Gastón Miranda y Maxi Rossini, entre otros.
    MULTIFACÉTICA: Lila Siegrist en su Espacio Richieri. Foto: Gentileza La Artista
Por la zona, Mal de Archivo es el lugar para sumergirse en ediciones novedosísimas y libros viejos, en cajones con discos de vinilo y en una pequeña sala de arte donde la semana próxima habrá una instalación de Eugenia Calvo. Todo se disfruta mejor con un buen café y un cheesecake con frutos rojos que es furor ($ 17 y 48). Al final del recorrido, a los pies del Macro, al nivel del Paraná, está el restaurante Davis (como los silos) para comer buen pescado ($ 295 la bandeja de surubí, pejerrey y boga, con papas cuadrillé y alcaparras) y ver pasar los barcos tan cerca que asustan.

Día 2: hacia el casco histórico

Segundo día de caminata ribereña, esta vez desde el monumental Parque España, con sus escaleras abismales y dos columnas herculianas, colosales, que no sostienen nada. El Centro Cultural es subterráneo y lo componen tres túneles abovedados. Ahí se exhibe Yeso, del colectivo Splash in vitro, que integran Manuel Ameztoy y Ernesto Arellano, mezcla de escultura, pintura y arte textil: cortinas de papel calado, pinturas volumétricas, escultura y un mural al fresco.
Más adelante, siguiendo por la costanera, en el Centro de Expresiones Contemporáneas está Intimidades, exposición que reúne instalaciones, fotografías y videos de destacados artistas contemporáneos: Ananké Asseff, Matías Candela, Ana Gallardo, Adriana Lestido, Sebastiano Mauri, Diana Schufer, Rosana Storti y Martín Weber. "La potencia de las obras reside en la honestidad brutal, en la búsqueda de los artistas de presentar las intimidades más sentidas", comenta el curador, Fernando Farina. También confesional es el living cubierto de arena de la instalación Me enamoré 18 veces y solo recuerdo 3, de Mariana De Matteis.
Ya entrando en el casco histórico hay más obras de Ameztoy en el Espacio Cultural Universitario, un magnífico edificio de mármoles, planta basilical, vitraux y puertas de bronce donde funcionó alguna vez un banco y hoy hay encuentros de música, teatro y poesía. "Monté una serie de instalaciones de gran formato que reuní de diferentes intervenciones realizadas entre 2009-2014", cuenta el artista. Entre el ruido de las dos peatonales (Córdoba y Santa Fe al 900) hay un galería centenaria que es reducto de artistas. El Pasaje PAN tiene encanto de antes, un silencio increíble y reúne los talleres de los artistas Flor Balestra, Gastón Herrera, Carlos Aguirre, Eugenio Previgliano, y tiendas de luthiers, muebles reciclados, insumos de arte, objetos de diseño, libros y antigüedades, rarezas como la Asociación Rosarina de Esperanto, talleres de idiomas y yoga, y un piano donde cualquiera se sienta a tocar. "Esta galería tiene una atemporalidad especial, otra calidad de vida. Es una comunidad y habilita a jugar. Es un mundo aparte", dice Balestra, su alma máter desde hace 24 años.
    INTIMIDADES: La muestra del Centro de Expresiones Contemporáneas. Foto: Gentileza Mela Castagna
El bar que suele congregar a artistas, escritores, músicos y afines es El Diablito (tragos entre $ 50 y 80), antigua whiskería portuaria devenida antro hipster donde hay un ciclo de recitales acústicos, Cantautores y Diablitos. Más temprano, conviene tomar un café ($ 20) en El Cairo: una mesa intervenida por Rodolfo Perazzi recuerda a la de los galanes de Roberto Fontanarrosa y se venden sus libros y merchandising. O tomar un café en la confitería del Hotel Savoy, donde se duerme como hace cien años ($ 1040, la noche): paredes gruesas que no dejan pasar ruidos, el techo a varios metros y el crujir de pisos de madera... todo muy romántico. Para seguir el viaje en el tiempo, a unos pasos está el Museo Estévez, con su colección de arte decorativo. Y muy cerca, el Monumento a la Bandera y sus conjuntos escultóricos de José Fioravanti, Alfredo Bigatti y Lola Mora. No se puede ir a Rosario y no pasar por ahí.

Souvenir: para leer en el viaje de vuelta

  • Un gato que camina solo (Iván Rosado, 2013): textos y dibujos del artista Daniel García. "Una suerte de pequeño ensayo en el que se habla de los gatos negros y la mala suerte, Rudyard Kipling, el gato Félix y los orígenes del dibujo animado"
  • Emilia Bertolé. Obra poética y pictórica (Libros EMR, 2006): pintora, poeta, musa y figura de la bohemia de los años 20, el libro rescata la vida y obra de una gran retratista, y Espejo en sombra, su único libro de poemas, de 1927
  • Anuario. Registro de acciones artísticas en Rosario (Yo soy Gilda, 2015). Panorama de la vida cultural rosarina en imágenes y textos de 96 autores.

Fuente: lanacion.com