Yoko llegó al museo moderno de la gran manzana. Foto: Reuters
"Llevo 40 años haciendo constantemente cosas de las que no se habla",
dijo Yoko Ono ayer en la inauguración de la muestra que reúne sus obras
del período 1960/1971 organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva
York (MoMa). Christophe Cherix, curador de la exhibición Yoko Ono: One
Woman Show, admitió que el museo había ignorado la producción de la
artista japonesa. "No ha sido reconocida como debería. Como institución
no hemos prestado atención a su trabajo como hubiésemos debido en el
pasado. Era el momento de entender mejor su singularidad y su
contribución clave en los 60 y 70", declaró a la agencia EFE. Es por eso
que la exposición, que continúa hasta el 7 de septiembre, no está
centrada en la obra más reciente de Ono. Entre los 125 trabajos hay
dibujos, instalaciones, música y videos.
En el mismo lote subastado en Nueva York, una obra de Alberto Giacometti se convirtió en la escultura más cara de la historia. "Las mujeres de Argel", obra que el español pintó en 1955, superó la marca anterior, de un tríptico de Francis Bacon.
"Las mujeres de Argel" fue pintado por el artista español en 1955, y se inspira en una obra de Eugène Delacroix.
¡Vendido al ofertante
en 179 millones de dólares! Ayer, en la sede de la casa de remates
Christie’s en Nueva York, una obra de Pablo Picasso, Las mujeres de Argel (Versión “O”), rompió el récord histórico de subastas.
Es
sabido que el mercado de arte, como reserva de valor, maneja cifras muy
elevadas. Y sin embargo estas ventas, por descomunales, dan la vuelta
al mundo en minutos. Es que esta obra del gran malagueño, pintada en
1955, superó el récord anterior, el tríptico Tres estudios sobre Lucian Freud, de Francis Bacon, vendido por 142 millones en 2013.
La obra, de 114 por 156 cm, no fue la única protagonista de este remate, que recaudó en total 705 millones de dólares. El hombre que apunta,
una escultura del suizo Alberto Giacometti, se vendió por 141 millones
de dólares en el mismo lote, convirtiéndose en la escultura más cara de
la historia de las subastas, muy cerca de incluso superar la marca de
Bacon.
"El hombre que apunta" se vendió en 141 millones de dólares: mide 177 centímetros.
Las mujeres de Argel presenta una escena de harén,
en la tradición del orientalismo pictórico europeo del siglo XIX. La
“Versión O” es la última de una serie de quince variantes (numeradas con
letras y todas ellas adquiridas por los coleccionistas Victor y Sally
Ganz al propio pintor en 1956). Homenajea a Henri Matisse, muerto en
noviembre de 1954 y, a la vez, se inspira de manera directa en una tela
del mismo título de Eugène Delacroix que atesora el Museo del Louvre.
Los biógrafos observan que en ella Picasso creía ver a Jacqueline Roque,
su última compañera. Según Loïc Gouzer, vicepresidente de Christie’s,
“es una obra a la altura de Guernica y de Las señoritas de Aviñón”.
Es, además, uno de los últimos Picassos de gran tamaño que aún
integraba una colección privada. La pintura había sido rematada en 1997
por 32 millones de dólares; así, en algo menos de veinte años sextuplicó
su valor.
El hombre que señala de Giacometti
El hombre que apunta es una estatua de bronce de 177 cm
de la que solo existen seis moldes en el mundo. Batió el récord de otra
escultura del mismo artista suizo, El hombre que camina 1, vendida por 104 millones de dólares en 2010.
Los expertos definen El hombre que apunta
como el “Santo Grial” de las esculturas, según Gouzer, porque data “del
momento en que Giacometti se convirtió en Giacometti”. Nacido en Suiza
en 1901, cerca de la frontera italiana, el escultor vivió por años en el
barrio parisino de Montparnasse, donde estuvo cerca de vanguardistas
como Joan Miró y el propio Picasso. Aunque hasta 1940 Giacometti
concentró su arte en las cabezas, su figura comenzó a adelgazarse en un
desafío a su materia, el bronce. Una sutil coincidencia enlaza esta obra
al Picasso vendido: en 1954, en los últimos meses de vida de Matisse,
se le encomendó a Giacometti diseñar un medallón conmemorativo con su
imagen.
Tres estudios de Lucian Freud
Subastas millonarias
Antes de que
Pablo Picasso rompiera el récord histórico de subastas, el podio le
pertenecía a Francis Bacon. En los últimos años, el mercado del arte
albergó remates millonarios: El grito, de Edvard Munch, se vendió en 2012 por casi 120 millones de dólares. Desnudo, hojas verdes y busto, de Picasso, fue vendido en 2010 por 106 millones de dólares, y la serigrafía Choque de auto plateado
de Andy Warhol se vendió por 105 millones de dólares en 2013. Por fuera
de las casas de remate las ventas son incluso más elevadas: en febrero
de este año, se pagaron casi 300 millones de dólares por un lienzo de
Paul Gauguin.
Secreta Buenos Aires.
Hasta 1960, todo pasaba en el Chantecler. Baile, shows y grandes personajes: desde el "príncipe cubano" hasta la madame Jeanette.
Paraná al 440. A metros de
avenida Corrientes, la avenida que entre las décadas del 20 y el 50
efectivamente no dormía. El Chantecler fue inaugurado en 1924 y demolido
en 1960.
Eduardo Parise
Su historia forma
parte del tiempo aquel en que Corrientes era “la calle que nunca
duerme”. Y aunque no estaba sobre esa avenida, el lugar era parte de ese
circuito –desde la avenida Callao hasta Leandro N. Alem– donde
transcurría toda la movida de la noche porteña entre las décadas de 1920
y el final de la de 1950. Traducido al castellano, el nombre del sitio
(“Canta Claro”) no suena muy atractivo. Pero en francés, y en aquel
Buenos Aires, decir Chantecler era sinónimo de tango, lujos y placeres
para artistas, políticos, turistas y dandys. Es decir: la first class de
una sociedad muy distinta de la actual.
Lo inauguraron en
diciembre de 1924 en Paraná 440, a unos metros de Corrientes, con la
actuación del sexteto de Julio De Caro. Su dueño era Charles Seguin, un
francés que, además de ese espacio, tenía los teatros Casino y Tabaris,
entre otros negocios. Para instalarlo, el hombre no había mezquinado
presupuesto: tres pistas de baile, un gran escenario, palcos con
cortinados de pana roja como en los teatros, teléfono privado para hacer
los pedidos a la barra y, en el fondo del local, hasta una exótica
pileta de natación climatizada donde jóvenes y esbeltas muchachas
realizaban juegos acuáticos. Todo se complementaba con espectáculos de
varieté y shows con artistas que solían llegar desde los famosos y
cercanos teatros Maipo y El Nacional.
En la entrada del edificio
existía una dársena para que los autos pudieran dejar a los concurrentes
directamente sobre la puerta. Solía recibirlos un muchacho de raza
negra que después se iba a convertir en el presentador de las orquestas
que actuaban allí. Se llamaba Angel Sánchez Carreño. Algunos decían que
había llegado desde Cuba, pero los historiadores descubrieron que había
nacido en el Gran Buenos Aires en marzo de 1880. También cantante de
boleros, Sánchez Carreño fue más conocido por su seudónimo: “El príncipe
cubano”. Y a él se le atribuye haber bautizado al violinista y director
Juan D’Arienzo (luego emblema bailable del Chantecler) como “El rey del
compás”.
Por supuesto que la bebida símbolo del lugar era el
champán. Y aunque allí actuaron grandes maestros como Carlos Di Sarli,
Joaquín Do Reyes, Héctor Varela, Atilio Stampone, Leopoldo Federico y
Eduardo Del Piano, su máxima estrella siempre fue una madame. Giovanna
Ritana (Jeannette) era la bella y joven mujer de Amadeo Garesio, un
hombre nacido en Córcega, pero que había llegado a Buenos Aires con una
compañía de trapecistas. Dicen que Garesio y Ritana regenteaban varios
prostíbulos porteños. Y que, a la muerte de Charles Seguin, quien no
tenía descendencia, habían heredado el Chantecler. Cuentan que madame
Ritana solía florearse por los salones acompañada del brillo de sus
alhajas y luciendo en la mano una copa de burbujeante champán.
El
cabaret Chantecler fue demolido en 1960 y con él se fue toda una época
en la que la velada solía terminar a las 10 de la mañana, con la gente
comiendo puchero después de una gran partida de pase inglés, en la que,
entre pedido y pedido, se anotaban hasta los mozos. También quedó en el
olvido la imagen de Ritana y muchas otras chicas que vivieron en ese
carrusel con alegrías de ficción. Pero lo que sí se recuerda es aquel
affaire que en diciembre de 1915 tuvo como protagonista a Carlos Gardel,
justo el día en que cumplía 25 años. Fue una emboscada a la salida del
Palais de Glace de Recoleta y, en medio de una supuesta discusión. Esa
noche, Gardel recibió un balazo en un pulmón y se salvó de milagro. El
ataque había sido un encargo de Amadeo Garesio porque se había enterado
que el cantante solía tener encuentros clandestinos con Ritana, su
mujer, quien entonces manejaba uno de sus prostíbulos, en la calle
Viamonte. El episodio iba a quedar zanjado y archivado después de una
intervención de Alberto Barceló, el caudillo político de Avellaneda, y
su ladero Juan Nicolás Ruggiero, amigo de Gardel y de Garesio. Pero esa
es otra historia.
Cerca de 40.000 personas ya visitaron en forma gratuita la exposición del
pintor argentino que recorre su producción desde las obras de la década
del 70 hasta las más recientes
Cerca de 40.000 personas han visitado la exposición de Eugenio Cuttica en el Museo Nacional de Bellas Artes a poco más de 3 semanas de su inauguración.
El
interés que ha despertado "La mirada interior" no tiene muchos
antecedentes en muestras de pintores argentinos y llega en el momento en
que el artista está en su plenitud creativa.
En los años '70,
Eugenio Cuttica era un adolescente que compartía el precario atelier de
su maestro, Alfredo Martínez Howard, en un conventillo de La Boca. Hoy,
pinta en un gran estudio en Nueva York, guarda una envidiable colección
de autos clásicos en su casa en East Hampton (NY), donde vive la mitad
del año (el resto, trabaja en su taller de Barracas), y sus obras se
cotizan a precios altos.
De este itinerario vital y artístico da
cuenta la exposición antológica de sus obras, que recorre la producción
del artista desde las obras de la década del 70 hasta las realizadas en
la actualidad.
Autoretrato de Eugenio Cuttica. Foto: Archivo / MNBA
Eugenio
Cuttica nació en Buenos Aires en 1957. Estudio arquitectura en la
Universidad de Buenos Aires y estudió diseño con el arquitecto Justo
Solsona. Entre 1976 y 1981 fue asistente de Federico Martínez Howard y
Antonio Berni y en 1980 comenzó sus estudios de Pintura y Escultura en
la Escuela Nacional de Bellas Artes. En 1978 trabajó en la restauración
del mural "El Amor", de Antonio Berni en la Galería Pacífico.
Su
obra ha sido expuesta en Buenos Aires, Nueva York, Londres, Los Ángeles,
Florida, Ámsterdam, Boston, California, Miami, Río de Janeiro, Bogotá,
Santiago de Chile, y Shanghai, entre otros lugares. Fue seleccionado en
1988 para el premio Jóvenes Pintores, Gran Premio Amalita Fortabat y al
año siguiente se lo seleccionó como finalista para la Bienal de Venecia.
Ha participado, también, en las más importantes ferias de arte
internacionales.
Dónde y cuándo
Museo
Nacional de Bellas Artes - Martes a viernes de 12:30 a 20.30 - Sábados y
domingos 9:30 a 20.30 - Avenida del Libertador 1473. - Entrada libre y
gratuita.
El museo fundado en 1931 se mudó desde el conservador Upper East Side al Meatpacking District, el barrio más cool de Nueva York
El edificio diseñado por Renzo Piano en el Meatpacking District. Foto: gentileza museo whitney
Por Juana Libedinsky / LA NACIÓN
Los
últimos años, esta redactora usó el café del viejo Museo Whitney como
oficina matinal. Esta cafetería tiene ventanales que dan a un patio
inglés cuyo piso y el del bar están un par de metros por debajo de la
vereda. Por tal razón, sólo se pueden ver los zapatos de la gente que
pasa frente a este enclave del Upper East Side: muchos Berluttis rumbo a
la oficina, Louboutins camino a un almuerzo de caridad, guillerminas de
los chicos de las escuelas privadas, mocasines unisex gastados pero
bien lustrados en los pies de los miembros de las familias rancias de la
zona camino a alguna reunión de horticulturistas WASP. Es una visión
reducida, seguramente antidemocrática y nada cool, pero que cuenta una historia muy particular de Nueva York.
El
café en el flamante Whitney en el Meatpacking District -el viejo barrio
de los frigoríficos, reconvertido en los últimos años en el centro de
moda, arte y diseño- está en una terraza en un octavo piso. La gente se
ve entera, en su contexto (los "fashionistas" entrando en las boutiques aledañas, los motoqueros buscando cerveza en algunos de los pocos bares que quedan con baile del caño, los hipsters entrando en los restaurantes orgánicos). Es infinitamente más interesante, más inclusivo, mucho mejor desde todo punto de vista.
Y,
sin embargo, eso a la vez hace al café del nuevo Whitney más genérico, y
casi más aburrido. Podríamos estar en un lindo lugar fashion en
cualquier punto con onda del planeta. Algo similar ocurre con el
edificio. La fachada reducida, oscura y polémica (fea para muchos) del
edificio brutalista de Marcel Breuer de los años 60 sobre la Avenida
Madison fue reemplazada por una estructura blanca y vidriada de Renzo
Piano que, al decir de la revista New York, "es tan sensible a su
ubicación y razón de ser, tan generosa en cuanto a vistas, luz y
practicidad que confunde virtud con personalidad".
Al edificio
Piano inaugurado la semana última nadie lo va a odiar; tampoco nadie
queda sin aliento al verlo. La forma políticamente correcta de decirlo
es que va a ser "menos icónico que el Breuer". Eso es bueno, al lado de
las cosas terribles que hicieron arquitectos desesperados por dejar su
marca en el tiempo tras el efecto Guggenheim de Bilbao. Pero con sus
volúmenes yuxtapuestos de vidrio y concreto claro, podría también ser la
central corporativa de una compañía de Internet o una fábrica
consciente del medioambiente.
Esta sensación de complacencia, o de
falta de perfil definido, se acaba rotundamente al entrar. Allí los
enormes, altísimos e increiblemente luminosos espacios sin columnas
(ningún museo tiene más metros cuadrados sin interrumpir por elementos
estructurales) absorben toda la energía joven del High Line -la
atracción turística cool por excelencia de la ciudad- y zonas aledañas y la trasforman en una experiencia única y mágica.
"Es
como flotar en el aire", señaló The New York Times, y todos los
detalles son perfectos para que esa sensación sea posible. Las vistas al
río, al cielo, al parque elevado y a la majestuosa cuidad que se
extiende sobre todo al Oeste y al Sur. Los pisos de pino reluciente y
los ascensores amplios y generosos que enseguida mueven las masas sin
quebrar la armonía se vuelven parte de la aventura. Y los techos con sus
diseños sutilmente geométricos en las rejillas son para muchos un sutil
pero emotivo homenaje al interior del Ziggurat invertido que es es
edificio de Breuer.
El interior de la flamante seda se destaca por sus amplias salas sin columnas Foto: Gentileza Museo Whitney
Comparado con el Met o el MoMA, es difícil
encontrar voces disonantes respecto del hecho de que el Whitney, fundado
en 1931, gastó 422 millones de dólares en desarrollar mucho más y mejor
espacio para mostrar arte, de lo más viejo a lo más nuevo. Los
depósitos y facilidades para conservación, espacios administrativos,
biblioteca, espacios educativos y de estudio de grabados, oficinas de
curadores y demás están del lado norte, uno arriba del otro, de tal
manera que el personal siempre está cerca de las salas, las cuales a su
vez se conectan en cada nivel. Y todo, además, se vincula con ventanas y
terrazas con el entorno de manera casi descarada. "La experiencia se
siente como un acto de amor con la ciudad, con el arte como su
epifenómeno más significativo", publicó The Washington Post.
En
1966, cuando abrió el edificio de Breuer, a nadie le gustó demasiado el
exterior, y encima el museo quedó chico relativamente pronto. En las
décadas de los años 80 y 90 hubo una serie de propuestas de ampliación,
desde un anexo posmoderno de Michael Graves hasta una especie de nube de
vidrio sobre las casas de al lado de Rem Koolhaas o una torre de Renzo
Piano que continuaba la línea de Breuer.
El barrio conservador,
espantado, hizo lo posible por frenar cada una de las iniciativas.
Entonces cuando la Dia Art Foundation abandonó sus planes de construir
un museo sobre el High Line en 2006, el Whitney, harto de pelear con el
Upper East Side, decidió aprovechar la oportunidad para comprar un lote
que era propiedad de la ciudad. Lo demás ya es historia.
No está claro si la "cáscara" del nuevo Whitney pasará a ser lo que los americanos llaman un "instant classic"
y el futuro, por supuesto, es una incógnita. Pero, mientras tanto, su
interior extraordinario bien vale un pasaje a Nueva York.
Terminaron las obras de restauración que debían estar listas en diciembre.
Pusieron juegos y recuperaron sus magníficos senderos interiores. Ayer se veían guardianes y policías.
Silvia Gómez
Aunque no hubo una inauguración formal, el histórico Parque Lezama,
en San Telmo, está abierto y los vecinos volvieron a disfrutar un
espacio que estuvo cerrado durante once meses. Bancos nuevos, caminos
interiores restaurados y juegos de plaza renovados; estas obras forman
parte de una puesta en valor tan demorada como necesaria.
El parque ya daba muestras de un gran deterioro, no sólo por el uso
intenso al que es sometido durante los fines de semana –cuando se
instalan cientos de puesteros y manteros–, sino también porque fue muy dañado y en los últimos años su mantenimiento era escaso.
Así, su imponente diseño quedó deslucido y los vecinos pedían a gritos una renovación.
De momento, el perímetro no fue cerrado con rejas. Durante los meses
previos a las obras, y mientras duró la misma, hubo mucha polémica en
torno a este tema. Es que algunos vecinos, y también el Gobierno
porteño, entienden que es la única manera de preservar el parque del vandalismo;
y otros rechazan su colocación porque, entre otras cosas, entienden que
limita el uso que los vecinos pueden darle (ver La polémica…).
La parte más emblemática de esta obra de restauración son sus caminos
interiores, que serpentean a lo largo de todo el predio y que se
combinan con escaleras y rampas, en descensos y ascensos. Cuando Carlos
Thays diseñó este sitio, a fines del 1900, lo pensó como un lugar de
contemplación, de descanso y reflexión.
Con el paso del tiempo, y restauraciones anteriores, algunos senderos
desaparecieron. Ahora fueron recuperados y tienen un revestimiento que
luce como ladrillos. Y logran lo que Thays buscaba, que la gente pierda
la noción de la ubicación, paseando entre palmeras, tipas blancas, olmos
y pindós. Claro que este concepto paisajístico ha cambiado con el paso
de los años: el parque es ahora sede de una feria y lo que fue una gran
fuente –sobre la calle Brasil– se transformó en un sitio donde se hacen
recitales, ensayos de murgas, actos políticos y otras actividades.
“La feria continuará funcionando sobre la calle Defensa, como sucedió
mientras duró la obra. Estamos realizando un censo para recuperar el
orden, ya que a partir de ahora solo admitirá puesteros registrados. Una
vez hecho el censo, volverán al parque, pero sin invadir los canteros,
que han sido totalmente recuperados”, explicó Patricio Di Stefano,
subsecretario de Uso del Espacio Público.
En el parque también se colocaron bebederos, cestos de basura, se
sumaron más mesas de ajedrez –revestidas con venecitas–, carteles
indicadores al pie de los árboles más destacados, bancos de madera,
nuevas luminarias con led; se renovaron los antiguos faroles, a los que
también se les colocaron LED. También se renovó el paseo de los copones,
con más palmeras, y el camino que lleva hasta el templete griego (en
cambio, el templete aún tiene pendiente la renovación del solado).
Además se colocó un patio de juegos con piso de goma. Los chicos hacían
cola para subirse a un sube y baja gigante al que pueden acceder de pie,
varios a la vez.
Ayer, en una tarde bucólica, con una temperatura perfecta para pasear,
los vecinos aprovecharon a full las nuevas instalaciones. “Quedó divino,
pero en vez de disfrutar, me estoy preguntando cuánto van a durar estos
bancos”, se lamentaron Carmen y Sofía, vecinas de Brasil y Defensa. “Es
un parque muy delicado para el maltrato al que lo someten algunos
vecinos”, coincidieron.
Teresa Gargiulo (70) es vecina de San Telmo y tiene un puesto de
antigüedades en la feria del barrio. “Es un paseo increíble, crecí en
este parque, pero debo decir que sin rejas y sin cuidadores de plaza, es
imposible su mantenimiento”, sentenció.
Ayer había cuatro policías –dos de ellos a caballo– y dos guardianes de plaza.
Después de tanta polémica en torno a las rejas, y con un presupuesto de
28 millones de pesos, será un desafío para la gestión macrista el
delicado mantenimiento de un espacio histórico de 7,7 hectáreas.
28 Millones de pesos invirtió la Ciudad en la recuperación del parque
que diseñó Thays 7,7 Hectáreas tiene la totalidad del parque, que
equivalen a 77.000 metros cuadrados.
Diez
muestras y un puñado de estaciones culturales integran este tour por la
capital cultural de Santa Fe; hay clásicos, contemporáneos e
independientes
Por María Paula Zacharías / Para LA NACIÓN
Fin de semana largo con temperatura de primavera, ocasión ideal para una escapada arty
a Rosario que, sin citar a Fito Páez, está bien cerca por autopista
(300 kilómetros por la 9). Actualmente tiene en cartel suculentas
muestras de arte histórico y contemporáneo, un puñado de librerías y
cafés para el deleite, un río marrón y un bulevar coqueto que une los
puntos del mapa cultural.
Un buen comienzo es por los museos
principales de la ciudad, que se unen en una agradable caminata por
Bulevar Oroño, entre el Parque Independencia -donde está el histórico
Castagnino- y el río Paraná -donde se levantan los silos de colores de
su par contemporáneo, el Macro-. En los dos espacios se despliega la
muestra Capital, que reúne incorporaciones a la colección conjunta de
4200 obras, mediante compras, premios adquisición y donaciones a lo
largo de 97 años. "Cruzamos el arte contemporáneo con nuestras bases,
origen e identidad", señala Marcela Römer, directora de esta dupla de
instituciones unidas por la cabeza. Hay diálogo entre obras de siglos
diferentes: en el Macro, conviven los paisajes del maestro Butler y el
joven Agustín Sirai, una naturaleza muerta de Spilimbergo del 36 con una
donación de 2014 de Cecilia Szalkowicz y los cráneos de Ruth Viegener
con nocturnos de Malharro. En el Castagnino, la serie La vida de un día,
de Fernando Fader, de 1917, está a pasos del ganador del LXVIII Salón
Nacional de Rosario 2014 (los finalistas se exhiben en el primer piso):
el lienzo enorme de Joaquín Boz oficia de telón de fondo para los
conciertos de música clásica que se realizan religiosamente cada
domingo, a las 19.
Por
el camino, salpicado de palacetes centenarios y a la sombra de grandes
árboles, está el Espacio de Arte Fundación Osde, donde se pueden ver los
grabados de cinco artistas activos en la primera mitad de 1900:
Santiago Minturn Zerva, Ricardo Warecki, Pedro Barrera, Rubén de la
Colina y Rosa Aragone. Y más adelante, en la galería Diego Obligado,
esperan los dibujos secretos de una gran grabadora, Melé Bruniard, que
escondió por 50 años los delirios vegetales surrealistas de su lápiz.
El Espacio Richieri bien vale un desvío de siete cuadras: una encantadora casita art nouveau, que
es el estudio de la artista, escritora, editora, docente y gestora
cultural Lila Siegrist, tan multifacético como ella. "Es un problema del
otro no poder clasificarme. Esos prejuicios me ponen en un lugar de
intensidad sostenida conmigo", explica. Ahí funciona la editorial Yo soy
Gilda, sello que codirige con Georgina Ricci. Desde 2010, junto con
Pablo Montini, editan Anuario. Registro de acciones artísticas en Rosario,
una guía imprescindible de la escena local. La edición 2014 saldrá a la
venta a fin de mayo. "Es una publicación de textos e imágenes, con
pluralidad de voces. Este año tiene 96 autores", se entusiasma Ricci.
También hay una sala de exposición, otra donde se desarrolla el ciclo de
charlas con artistas Zona Liberada, y una trastienda de obras de
pequeño formato y pequeños precios a la vista de todos (para tentarse,
desde $ 500 a 1500) en sus etiquetas: Juan Grela, Gustavo Cochet, Héctor
Pichi De Benedictis, Ricardo Supisiche, Mariana Tellería, Gastón
Miranda y Maxi Rossini, entre otros.
Por
la zona, Mal de Archivo es el lugar para sumergirse en ediciones
novedosísimas y libros viejos, en cajones con discos de vinilo y en una
pequeña sala de arte donde la semana próxima habrá una instalación de
Eugenia Calvo. Todo se disfruta mejor con un buen café y un cheesecake
con frutos rojos que es furor ($ 17 y 48). Al final del recorrido, a los
pies del Macro, al nivel del Paraná, está el restaurante Davis (como
los silos) para comer buen pescado ($ 295 la bandeja de surubí, pejerrey
y boga, con papas cuadrillé y alcaparras) y ver pasar los barcos tan
cerca que asustan.
Día 2: hacia el casco histórico
Segundo
día de caminata ribereña, esta vez desde el monumental Parque España,
con sus escaleras abismales y dos columnas herculianas, colosales, que
no sostienen nada. El Centro Cultural es subterráneo y lo componen tres
túneles abovedados. Ahí se exhibe Yeso, del colectivo Splash in vitro,
que integran Manuel Ameztoy y Ernesto Arellano, mezcla de escultura,
pintura y arte textil: cortinas de papel calado, pinturas volumétricas,
escultura y un mural al fresco.
Más adelante, siguiendo por la
costanera, en el Centro de Expresiones Contemporáneas está Intimidades,
exposición que reúne instalaciones, fotografías y videos de destacados
artistas contemporáneos: Ananké Asseff, Matías Candela, Ana Gallardo,
Adriana Lestido, Sebastiano Mauri, Diana Schufer, Rosana Storti y Martín
Weber. "La potencia de las obras reside en la honestidad brutal, en la
búsqueda de los artistas de presentar las intimidades más sentidas",
comenta el curador, Fernando Farina. También confesional es el living
cubierto de arena de la instalación Me enamoré 18 veces y solo recuerdo 3, de Mariana De Matteis.
Ya
entrando en el casco histórico hay más obras de Ameztoy en el Espacio
Cultural Universitario, un magnífico edificio de mármoles, planta
basilical, vitraux y puertas de bronce donde funcionó alguna vez un
banco y hoy hay encuentros de música, teatro y poesía. "Monté una serie
de instalaciones de gran formato que reuní de diferentes intervenciones
realizadas entre 2009-2014", cuenta el artista. Entre el ruido de las
dos peatonales (Córdoba y Santa Fe al 900) hay un galería centenaria que
es reducto de artistas. El Pasaje PAN tiene encanto de antes, un
silencio increíble y reúne los talleres de los artistas Flor Balestra,
Gastón Herrera, Carlos Aguirre, Eugenio Previgliano, y tiendas de
luthiers, muebles reciclados, insumos de arte, objetos de diseño, libros
y antigüedades, rarezas como la Asociación Rosarina de Esperanto,
talleres de idiomas y yoga, y un piano donde cualquiera se sienta a
tocar. "Esta galería tiene una atemporalidad especial, otra calidad de
vida. Es una comunidad y habilita a jugar. Es un mundo aparte", dice
Balestra, su alma máter desde hace 24 años.
El
bar que suele congregar a artistas, escritores, músicos y afines es El
Diablito (tragos entre $ 50 y 80), antigua whiskería portuaria devenida
antro hipster donde hay un ciclo de recitales acústicos, Cantautores y Diablitos.
Más temprano, conviene tomar un café ($ 20) en El Cairo: una mesa
intervenida por Rodolfo Perazzi recuerda a la de los galanes de Roberto
Fontanarrosa y se venden sus libros y merchandising. O tomar un
café en la confitería del Hotel Savoy, donde se duerme como hace cien
años ($ 1040, la noche): paredes gruesas que no dejan pasar ruidos, el
techo a varios metros y el crujir de pisos de madera... todo muy
romántico. Para seguir el viaje en el tiempo, a unos pasos está el Museo
Estévez, con su colección de arte decorativo. Y muy cerca, el Monumento
a la Bandera y sus conjuntos escultóricos de José Fioravanti, Alfredo
Bigatti y Lola Mora. No se puede ir a Rosario y no pasar por ahí.
Souvenir: para leer en el viaje de vuelta
Un
gato que camina solo (Iván Rosado, 2013): textos y dibujos del artista
Daniel García. "Una suerte de pequeño ensayo en el que se habla de los
gatos negros y la mala suerte, Rudyard Kipling, el gato Félix y los
orígenes del dibujo animado"
Emilia Bertolé. Obra poética y
pictórica (Libros EMR, 2006): pintora, poeta, musa y figura de la
bohemia de los años 20, el libro rescata la vida y obra de una gran
retratista, y Espejo en sombra, su único libro de poemas, de 1927
Anuario.
Registro de acciones artísticas en Rosario (Yo soy Gilda, 2015).
Panorama de la vida cultural rosarina en imágenes y textos de 96 autores.