DE PRESIDENTE A ARTISTA,
EL CURIOSO CAMBIO DE VIDA DE BUSH

Renovación

Inspirado por Churchill, empezó a pintar en 2012 y hoy inaugura su exposición de retratos de otros mandatarios.


DALLAS (AP).- El ex presidente George W. Bush dice tener un lado artista, un "Rembrandt adentro". Y ahora lo sacó a la luz. El polémico ex mandatario hizo, en los últimos años, retratos de líderes del mundo y ahora organizó la primera exhibición de sus trabajos.
Los retratos, que incluyen desde una imagen hosca del presidente ruso, Vladimir Putin, hasta una sonriente del fallecido dramaturgo y presidente checo Václav Havel, son parte de una exhibición que se inaugura hoy en la Biblioteca y Museo Presidencial George W. Bush en Dallas.
La muestra, llamada "El arte del liderazgo: diplomacia personal de un presidente", se mantendrá hasta el 3 de junio.
"Dediqué mucho tiempo a la diplomacia personal e hice amistad con líderes y conocí sobre sus familias y sus gustos y disgustos, a tal punto que me siento cómodo pintándolos", explica en un video introductorio a la exhibición.
"Pintar retratos de mis amigos y algunas personas que no fueron necesariamente mis amigos me proporcionó una sensación de transmitir un sentimiento que tengo por ellos porque pude conocerlos bien en la presidencia", dice en el video. Bush, quien comenzó a pintar en 2012, tres años después de dejar el cargo, dijo que leer un ensayo del ex primer ministro británico Winston Churchill -que también pintaba- sobre arte lo inspiró a tomar lecciones.
"Nunca había levantado un pincel antes. Así que hice el intento", agrega. Al igual que Bush y Churchill, otros líderes tuvieron como pasatiempo la pintura, entre ellos, Dwight Eisenhower y James Carter, e incluso el alemán Adolf Hitler.
                                                                                                               
Putin. Foto: The New York Times
 
Sarkozy. Foto: The New York Times

Fuente: lanacion.com

ARTE: BEUYS, POÉTICO Y POLÍTICO

Profeta sin tierra
En Fundación Proa, la retrospectiva del alemán que cambió la historia del arte del siglo XX, militó en las juventudes nazis y al final de su vida defendió con actitudes extremas la protección del planeta reúne cien obras y recuerda la genial acción de Uriburu al colorear el Gran Canal


Joseph Beuys (1921-1986) y Andy Warhol (1928-1987) vivieron en la misma época vidas muy diferentes. Ambos pueden ser vistos como los cimientos fundacionales sobre los que se desarrolló todo el edificio del arte contemporáneo. Tanto Warhol como Beuys tomaron de Marcel Duchamp el espíritu punk del movimiento dadaísta; la potencia dramática, que los llevó a convertir sus vidas en obra de arte, y la creencia romántica que sostiene que todo hombre es un artista, es decir, un productor del sentido del mundo. Pero mientras que Warhol celebra en forma irónica y juguetona el modo de vida norteamericano (es decir, del capitalismo liberal llevado a su límite), Beuys -como se puede comprobar en la retrospectiva que se exhibe en Fundación Proa- es siempre crítico con esa misma sociedad de consumo que surgió tras la Segunda Guerra Mundial.
Beuys es, a la vez, crítico y críptico. Absolutamente elocuente y nunca suficientemente explícito. Es poético y político. Su obra es una poética de la intervención política radical y una radicalización política de la poesía. Un canto a la transformación del mundo gracias a la intervención humana y una apuesta radical para que esa intervención sea lo más respetuosa posible con lo no humano. Beuys es el gran poeta de la contradicción extrema.
Nació en la Alemania devastada por la Primera Guerra Mundial. Fue un niño que dibujaba en la escuela de una pequeña ciudad de provincia mientras la hiperinflación arrasaba con la democracia de la República de Weimar y vivió la apoteosis de Hitler. En 1936, antes de cumplir los 15 años, se afilió a las Juventudes Hitlerianas. En 1941 ingresó como voluntario en las fuerzas armadas y fue destinado al frente ruso. El avión con el que bombardeaba la península de Crimea fue derribado y rescatado por un grupo de nómades tártaros, que lo salvaron. Al final de la guerra lo internaron en un campo de prisioneros manejado por los ingleses; tras su liberación recibió la Cruz de Oro al mérito por haber sido herido cinco veces en el frente de combate. Años más tarde presentó un proyecto para el monumento conmemorativo del campo de concentración de Auschwitz, pero no ganó el concurso.
Abandonó sus estudios de ciencias y se dedicó de lleno a su carrera artística. A poco de recibir su acreditación como profesor de arte sufrió una profunda depresión que lo alejó unos años de la vida social. Gran dibujante desde niño, su carrera artística sin embargo se lanzó plenamente recién en 1955, cuando ya contaba con 34 años. De esa primera época se rescatan sus dibujos para ilustrar el Ulises, de James Joyce.
El relato curatorial de Silke Thomas y Rafael Raddi guía la retrospectiva de Proa. Comienza en el momento en que Beuys abandona el arte moderno tradicional y se constituye en uno de los fundadores del arte contemporáneo. Lo que caracteriza esa ruptura radical (que sucede en ambas márgenes del Atlántico hacia fines de los años 50 y comienzo de los 60) es el abandono de la idea de arte que se arrastraba desde el Renacimiento: como la más bella y perfecta de las artesanías.
El arte moderno, heredero del Renacimiento, valoraba el trabajo manual, el proceso artesanal de producción, la calidad técnica del trabajo y privilegiaba algunos materiales que consideraba soportes esenciales del arte: el óleo para la pintura y el mármol y los metales para la escultura. El arte contemporáneo arrasó con todo esto. Para Beuys lo esencial de una obra es su energía, su concepto, la experiencia que posibilita. Por eso no le interesan los soportes y tampoco importa, por lo tanto, la capacidad artesanal para trabajar los materiales.
Beuys apostó muy tempranamente a hacer de su vida el principal objeto de su trabajo. Casi todos sus videos, instalaciones e intervenciones lo tienen como protagonista, autor, escenógrafo, montajista y hasta crítico de la misma producción que realiza. Encontró un origen mítico en el accidente de avión que vivió en Crimea. Allí, cuenta, los nómades que lo salvaron lo envolvieron en grasa animal y fieltro, y durante un largo tiempo sólo se alimentó de agua y miel. La grasa, el fieltro y la miel son los materiales que usó en muchas de sus obras.
A Beuys le importaba el valor conceptual de los materiales. La capacidad energética que pueden transmitir. Su universo simbólico, por lo demás, es relativamente acotado: sus intervenciones se centran en una militancia por liberar la existencia de las ataduras institucionales que transforman nuestra sociedad en un correccional, limitando la espontaneidad, la exploración de nuevas posibilidades y castigando la aparición de lo "inadecuado" o "no previsto".
Por eso, la mayoría de las intervenciones de Beuys son políticas y pedagógicas. Siempre se pensó como un maestro. Luchó contra las regulaciones absurdas de la universidad alemana de su época. Fundó instituciones antiinstitucionales que ayudaron a transformar la educación superior. Radicalizando esa experiencia fundó el Partido de los Estudiantes en 1967, un año antes del Mayo Francés.
Como esa experiencia política le pareció demasiado acotada, creó el Partido para la Democracia Directa por Referéndum. Fue ecologista cuando casi nadie sabía qué significaba eso, y a comienzo de los años 70 fundó el Partido Verde alemán, que introdujo en la política occidental el debate por cuestiones que hoy son aceptadas -como los derechos de las minorías, el rescate de la naturaleza, el cuidado del planeta, etc.-, pero que eran impensables hace cuatro décadas. Su obra de 1982, que realizó junto con Nicolás García Uriburu, apuesta a intervenir fuertemente en la transformación de la ciudad: juntos plantaron 7000 árboles en la Documenta de Kassel.
En la retrospectiva de Proa se pueden ver varios videos de las intervenciones y acciones más famosas de Beuys. Dos de ellos son esenciales: Cómo explicar obras de arte a una liebre muerta y Coyote: amo a los Estados Unidos y los Estados Unidos me aman.
En Cómo explicar obras de arte a una liebre muerta, Beuys cimenta su idea del arte: es inexplicable y no debe ser explicado. Una liebre muerta puede entenderlo mejor que muchas personas porque "el arte no se entiende". El arte es del orden de lo que se experimenta. El arte no es un saber racional sino una energía poética: es imaginación y construcción del futuro.
Coyote fue una acción política radical, que lo hizo conocido en Estados Unidos, hacia el fin de la Guerra de Vietnam. Beuys no quería ir a los Estados Unidos porque repudiaba el papel que ese país jugaba en la política internacional, al invadir países y masacrar poblaciones. Aceptó ir a la galería René Block de Nueva York con algunas condiciones que hicieron que su visita fuera una puesta en escena espectacular. ¡No iba a pisar suelo estadounidense! Llegó en avión y al bajar en el aeropuerto fue llevado en andas a una ambulancia que lo trasladó a la galería. Allí se encerró tres días en una jaula con el piso de fieltro en la que había un coyote, que para Beuys era el animal totémico local. Del otro lado de la jaula estaba el público. Al principio, el coyote le mostraba los dientes. Pero al tercer día, el artista alemán se había ganado la confianza del animal, le daba de comer en su mano y lo abrazó. Luego de eso, salió de la galería en ambulancia, fue cargado hasta el avión y regresó a Alemania.
El mundo del arte de Nueva York quedó profundamente conmovido con esa intervención. Warhol hizo una serie de retratos de Beuys y en 1979, el museo Guggenheim presentó la mayor retrospectiva de su obra que se haya realizado jamás. Desde entonces y hasta su muerte, Beuys fue uno de los artistas más famosos del mundo.
Esa fama tuvo su lado negativo. Fue más cuestionado que nunca: se lo llamó farsante, mentiroso, fabulador. Se dijo que su arte era pura propaganda personal.
A casi tres décadas de su muerte, la obra de Beuys constituye uno de los legados más radicales y poéticos del arte contemporáneo. Es difícil acceder a ella sin información previa. Pero el desafío de animarse a enfrentarla es premiado con la energía de una producción poética que puede enamorar a los que vayan a Proa con la mente abierta.

Fuente: adn Cultura La Nación

EL SUELO ES FRÁGIL, LA HISTORIA SÓLIDA

A la plaza Rubén Darío quisieron llevar el monumento a Colón; por su peso, no se puede.
Bellas Artes. Está en uno de los laterales de la plaza; fue construido en 1870 y hasta 1928 funcionó una planta purificadora de agua.









Por Eduardo Parise

La polémica por la ubicación del monumento a Cristóbal Colón sigue dando que hablar. Después de la decisión del Gobierno nacional de sacarlo de la plaza que está junto a la Casa Rosada, donde está desde 1921, aparecieron opciones. Uno de los lugares que se barajó fue la Plaza Rubén Darío, en Recoleta. Al parecer, la fragilidad del suelo hizo que no se aceptara para colocar esa obra que, con sus 26 metros de alto, orilla un peso total de 120 toneladas. Claro que de haberse aceptado, la polémica habría sumado otra porque la Plaza Rubén Darío también es un lugar con mucha historia.
Comprendida en el área que limitan las avenidas Figueroa Alcorta, Pueyrredón, Del Libertador y la calle Austria, la plaza tuvo su origen con otro nombre: se llamaba Justo José de Urquiza. Se habilitó en la década de 1920 cuando la antigua Casa de Bombas empezó a resultar insuficiente para las necesidades de la Ciudad. Por supuesto que la Casa de Bombas no era una fábrica de explosivos para proveer al Ejército. Era la primera planta destinada a abastecer de agua potable a Buenos Aires. Todo había empezado unos 40 años antes, después de las grandes y mortales epidemias de cólera y fiebre amarilla. Fue cuando el gobierno le encargó al ingeniero irlandés John Coghlan que desarrollara un sistema de agua, cloaca y desagües pluviales que mejoraran las condiciones higiénicas.
En la zona del bajo Recoleta, Coghlan instaló dos caños de hierro fundido que se internaban 600 metros en el río. Aquella primera instalación se convirtió después en la Planta Recoleta, que tomaba agua del río, la filtraba y luego se bombeaba hacia un gran tanque instalado en 1869 en la Plaza Lorea, en la zona de Congreso. Por entonces, Buenos Aires era la primera ciudad de América en contar con instalaciones de agua purificada. En Estados Unidos recién se realizaron en 1872. El edificio central había sido construido en 1870. Ese edificio, que fue remodelado por el famoso arquitecto Alejandro Bustillo, es la actual sede del Museo Nacional de Bellas Artes. La transformación se terminó en 1932.
La decisión de desactivar aquella planta de agua se tomó hacia 1928, cuando ya se habían inaugurado las nuevas instalaciones que Obras Sanitarias (creada en 1912) tenía en Palermo. El edificio no fue lo único que se aprovechó. El entonces intendente Mariano de Vedia y Mitre dejó uno de los piletones que había en la plaza para convertirlo en un estanque público. Esa construcción (mide 70 metros de largo, 20 de ancho y tiene casi un metro de profundidad) es el actual piletón Urquiza, un sitio clave para los fanáticos de la navegación con veleros, barcos y hasta hidroaviones en escala. Allí se suelen realizar competencias. Remodelado, se reinauguró en 2005.
La Plaza Rubén Darío es un área importante en la zona de Recoleta. Además de las obras artísticas que la embellecen (se destaca el monumento que José Fioravanti le dedicó al poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento –1867-1916–, que se inauguró en el centenario de su nacimiento), desde 2009 allí también está el Paseo de las Esculturas, con exposiciones temporales. Y también, en la plaza, está una de las cabeceras de un puente peatonal que cruza sobre Figueroa Alcorta. El original había sido construido en 1960 para la Exposición del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, que se hizo en esa zona. Aquel puente fue demolido en la década siguiente cuando apareció el proyecto faraónico de levantar allí el denominado Altar de la Patria, un sitio dedicado a homenajear a los próceres argentinos. La avenida iba a pasar por debajo de la construcción. Aquello nunca se concretó, se hizo una réplica del puente peatonal y el proyecto del Altar de la Patria se archivó para siempre. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

LA CASA DE ERNESTO SABATO EN SANTOS LUGARES
VUELVE A BRILLAR

La reconstruyeron para que luciera como en los 70. Muchos muebles son originales. Pronto, abrirá al público.



Por Mauro Libertella


La casa de Ernesto Sabato en Santos Lugares tiene una historia particular. Fue construida en 1927 por Fernando Valle, uno de los pioneros del cine local, un personaje rarísimo que la erigió sin grandes conocimientos arquitectónicos pero con pericia y creatividad. La familia Sabato llegó ahí en 1945, y vivieron con el mismo Valle durante algunos años; el cineasta tomó el sótano, que era el único lugar lo suficientemente oscuro como para que sus ojos, destruidos por los focos de luz de la época, no sufrieran de fotofobia. En esa casa nacieron los hijos de la familia y ahí Ernesto escribió todos sus libros y vivió hasta el último día.
Cuando Matilde, la mujer del escritor, se enfermó, hacia 1990, la casa se enfermó con ella. Eso es lo que dice Mario, hijo de la pareja. Dice que su madre era el alma de la casa y que ambos declives fueron simultáneos. En los últimos largos años, los muebles se fueron deteriorando, el jardín se convirtió en un juntadero de suciedad y la casa perdió la alegría y el movimiento que tuvo durante décadas. Hasta que Mario dijo basta. Empezó a gestionar un subsidio de la provincia de Buenos Aires para reconstruir el lugar y recibió una partida de 500.000 mil pesos. Pero la burocracia es inmensa y el dinero tardó dos años, así que con esa suma ya no podía hacer tantas cosas como antes. Recurrió entonces a la gente, amparándose en el único legado intransferible: la popularidad de su padre. Abrió una sociedad civil para recoger donaciones y, así, siguió reconstruyendo la biblioteca, el estudio, el atelier, el hermoso patio. Una primera etapa de ese largo periplo llega a su culminación hoy, cuando a las 16 abran las puertas para que un grupo de invitados vea ese trabajo. Después vendrá lo importante: la construcción de un museo vivo.
El concepto de “museo vivo” es de Mario, que reconoce no saber nada de museología, pero que intuye que en ese desconocimiento está la posibilidad de pensar cosas raras y delirantes. La idea es que la casa no sea un panteón o un templo de la solemnidad, sino un lugar festivo como lo era durante los cumpleaños de Ernesto y otras fechas alegres del año. Entre las particularidades del proyecto, Mario quiere que sea su propio padre quien nos guíe a través de la casa. ¿Cómo lo va a hacer? Colocando pantallas en todos los ambientes transitables y proyectando en ellas la imagen de Ernesto Sabato, filmado por su hijo durante casi treinta años, contando anécdotas, historias del lugar, chistes. Quiere, en ese sentido, mostrar a un Sabato humano e incluso juguetón, distinto al Sabato compenetrado y torturado al que nos han acostumbrado las fotos y algunas declaraciones del propio escritor. Cuando ve pasar niños por la puerta de la casa, acompañados por una maestra que les señala el lugar, Mario, dice, aprieta el puño y muere por que llegue el día en que pueda abrir las puertas y decirles que pasen a conocer, que no hace falta quedarse con la imagen de la fachada. El museo vivo, además, va a ser gratis. Después verán cómo lo sostienen económicamente.
Hoy, la casa tiene una reconstrucción de época asombrosa.
Todos los muebles son originales, y si uno entrecierra un poco los ojos siente estar en el living de una casa en algún momento de la década del setenta. La biblioteca mantiene el orden exacto en que la tenía el escritor. Para eso, la familia sacó fotos de cada estante; retiraron los libros, reconstruyeron el mueble y pusieron uno por uno los libros, manteniendo un criterio de orden personal y difícil de sistematizar. La casa tiene unos siete mil libros. Un mueble tiene, por ejemplo, decenas de títulos de la mítica Biblioteca Ayacucho de Venezuela. Otro, la colección completa de la revista Sur. En algún rincón de la casa están todos los libros de Sabato traducidos a innumerables idiomas. Al escritor le gustaba mostrarles a sus visitas una buena cantidad de ediciones piratas y truchas que circulaban de sus libros. Era otra época de la literatura. Cual rock star, en una pared de la casa hay un cuadro pequeño pero significativo: Antes del fin, sus memorias, se convirtieron en “libro de oro” por superar los 100.000 ejemplares vendidos en poco tiempo. Desde la ventana de su estudio se ve algo increíble: la estatuta de Ceres de Parque Lezama que aparece en Sobre héroes y tumbas y que la ciudad le regaló al escritor.
“La casa y el barrio han tenido siempre una relación estrecha. Mi padre quiso ser reconocido como un vecino cascarrabias pero buen tipo, y cuando se muriese quería ser velado en el Club de Defensores de Santos Lugares. Cumplí con ese deseo, aunque había presiones para que hiciese en lugares más ceremoniosos. Y dije: los que quieran la foto, que viajen hasta Santos Lugares”.
Hoy se abre la posibilidad de tener otra foto, una foto de época, bien conservada, del escritorio y el lugar de trabajo del último escritor realmente famoso de la Argentina.


Fuente texto: clarin.com

HAY UNA MUJER...


CARLOS ALONSO - Escuela Argentina, contemporáneo.
Maternidad. Óleo sobre tela. Mide 50 x 36 cm
Firmado y fechado "56" abajo, a la izquierda.

    
Hay una mujer

Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su
amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus
cuidados;
una mujer que siendo joven tiene la reflexión de una anciana,
y
en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud;
una mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida
con más acierto que un sabio, y si es instruida, se acomoda a la
simplicidad de los niños;
una mujer que siendo pobre, se satisface con la felicidad de los
que ama, y siendo rica, daría con gusto su tesoro por no sufrir
en su corazón la herida de la ingratitud;
una mujer que siendo vigorosa se estremece con el vagido de
un niño, y siendo débil, se reviste a veces con la bravura del
león;
una mujer que mientras vive no la sabemos estimar, por que a
su lado todos los dolores se olvidan, pero después de muerta,
daríamos  todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla
de nuevo un  sólo instante, por recibir de ella un sólo abrazo, por
escuchar un sólo acento de sus labios...

De esa mujer no me exijáis el nombre si no queréis que empape
con lágrimas vuestro álbum, porque ya la vi pasar en mi camino.

Cuando crezcan vuestros hijos leedles esta página, y ellos,
cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde
viajero en pago del suntuoso hospedaje recibido, ha dejado
aquí, para vos y para ellos, un boceto del Retrato de su madre.


                                                                     Ramón Angel Jara,
                                                                        Obispo Chileno

ARTE: VILLA OCAMPO, EN PELIGRO

Cumplir con el legado

A diez años de la reapertura de la casa donde vivió Victoria Ocampo en Beccar, la crisis por la que atraviesa la Unesco y problemas de presupuesto ponen en riesgo la voluntad de la escritora, que donó el conjunto patrimonial con una intención ajena a todo color partidario
Vista de Villa Ocampo  Foto: LA NACION

Vista de Villa Ocampo. Foto: LA NACIÓN


Por Fabio Grementieri / Para LA NACIÓN

A diecisiete años del estallido de un gran conflicto respecto del destino de Villa Ocampo, el gran legado de Victoria Ocampo a la Unesco y a los argentinos vuelve a estar amenazado. En tiempos de la presidencia de Carlos Menem la Unesco, en asociación con el Gobierno argentino, pretendía arrasar con el patrimonio tangible e intangible del lugar al instalar allí Casa FOA para luego transformar el sitio en un "shopping cultural". El proyecto era invadir el parque con dos grandes construcciones: un auditorio para 300 personas y un restaurante para 150 personas, todo unido al Tren de la Costa por un funicular. Esto no sólo ignoraba los deseos de Victoria, sino que además violaba todas las recomendaciones de la Unesco sobre protección del patrimonio cultural y natural.
Personalidades de la cultura, amigos de la escritora y vecinos de San Isidro salieron entonces a defender la integridad de Villa Ocampo. Consiguieron que se la declarara Monumento Histórico Nacional, sumaron adhesiones y respaldos, crearon dos ONG para impulsar la conservación del patrimonio y la reanimación cultural del sitio, tras diecisiete años de clausura posteriores a la muerte de Victoria. Fue una etapa conflictiva, de arduas negociaciones con organismos públicos nacionales inflexibles, oficinas internacionales indiferentes y empedernidos impulsores privados del disparatado proyecto denominado "Villa Ocampo 2000". Cuando todo parecía empantanado, la crucial intervención del entonces cardenal Jorge Bergoglio y el comprometido trabajo del secretario general adjunto de la Unesco, Marcio Barbosa, hicieron posible salvar a Villa Ocampo, sacarla del ostracismo y cumplir finalmente con los deseos de la generosa mecenas y editora.

 Vista del jardín  Foto: LA NACION
Vista del jardín. Foto LA NACIÓN

 
La Unesco tomó, finalmente, las riendas del lugar y llamó a concurso para la selección de un director ejecutivo, cargo que recayó en Nicolás Helft. Desde 2003, Helft puso en marcha un proyecto cultural comprometido con la memoria, el patrimonio y la proyección del lugar. Así fue como el Gobierno argentino, presidido por Néstor Kirchner, financió las obras de restauración de la casa y de una muy respetuosa renovación de toda la infraestructura del sitio, en un aporte fundamental al resurgimiento de Villa Ocampo. Poco después, contribuciones privadas concurrieron a la conservación y puesta en valor del patrimonio mueble y bibliográfico y del jardín. Y la Fundación Sur aportó el archivo y mobiliario de la mítica redacción de la revista homónima, que se instaló en la mansarda de la casa.
Este operativo de preservación y enriquecimiento del conjunto patrimonial, en el que concurrieron armónicamente distintos actores, se complementó con un ejemplar proyecto de revitalización cultural. Villa Ocampo planteaba el desafío de no caer en el montaje de una casa-museo ni convertirse en un centro cultural ortodoxo. Había que diseñar, poner en funcionamiento y sostener un programa de actividades variado, adecuado al buen uso del sitio e inspirado en su memoria. Pero sustentado además en los ideales del "Diálogo de las Culturas" que ensayó con éxito Victoria Ocampo, en sintonía con los lineamientos y planes de la Unesco.
Este programa se ha cumplido con éxito a lo largo de los últimos diez años, con la participación de actores provenientes tanto de ámbitos privados como públicos, nacionales e internacionales, de identidades y de ideologías diversas. Asimismo, la casa se abrió al público y comenzó a establecer contactos con otros centros, y está a punto de encabezar una red de sitios-centros culturales de la región.

 Foto: LA NACION

Una nueva "gaffe"

Ahora, a poco más de cuatro décadas de la donación de Villa Ocampo, a diez años de funcionamiento del "Proyecto Villa Ocampo", la Unesco quiere desentenderse una vez más de la administración del sitio por motivos presupuestarios. La "reingeniería" corporativa que pretende reducir y rediseñar el organismo internacional necesita reducir "gastos". Entre ellos, los 120.000 dólares anuales que aporta para el funcionamiento básico de Villa Ocampo. Por ello ofreció al Gobierno argentino darla en comodato para instalar allí un Centro de Categoría II para la "Promoción del diálogo sobre la diversidad, el desarrollo y la creatividad".
De esta manera, la Unesco viola los deseos de Victoria Ocampo, que quería alejar el sitio y su funcionamiento de los vaivenes de la política. Además, no parece darse cuenta de que el lugar ya funciona como un ámbito de diálogo, sustentado en diversidad y desarrollo, en creación y preservación.
Esta nueva "gaffe" de la Unesco respecto de Villa Ocampo está basada en criterios economicistas, hoy tan en boga, que arrasan el patrimonio. Es evidente que la presidenta Cristina Kirchner entendió esto y decidió que el Gobierno argentino no debía intervenir en la administración ni en la gestión del sitio, ni violentar los deseos de Victoria Ocampo. Seguramente considera que Villa Ocampo es un valioso lugar de diálogo nacional, regional e internacional, un ámbito democrático y plural, que prestigia a la Argentina por su tradición y su reciente revitalización. 

La biblioteca de la directora de Sur  Foto: LA NACION
La biblioteca de la directora de Sur. Foto LA NACIÓN

Debe ahora la Unesco encontrar una alternativa para continuar con la administración y gestión de Villa Ocampo. No parece tan difícil: varios actores que han sustentado el exitoso proyecto están dispuestos a ayudar con los aportes necesarios. Y quizás el Estado argentino pueda estar como "huésped" de Villa Ocampo, con algún programa de cooperación con la Unesco en campo del diálogo por la diversidad y la preservación del patrimonio.
En esta nueva encrucijada, vale la pena recordar que Villa Ocampo tiene múltiples valores. Es emblema de las pulsiones vitales, contradictorias y controversiales, del siglo XX. Es "autobiografía" sensorial de un personaje clave de la vida argentina. Es "testimonio" tangible del protagonismo sudamericano sobre el plano más elevado de las relaciones y de los intercambios internacionales. Cuna de la irradiación de la literatura latinoamericana en el mundo. El lugar, su tradición y su espíritu poseen significados culturales, históricos, estéticos, arquitectónicos y paisajísticos notables.
El conjunto refleja, de manera tangible, la evolución cultural y estética de Occidente durante el último siglo: del historicismo a la modernidad y el reflujo posmodernista. Hoy no cabe duda de que Villa Ocampo necesita un reconocimiento patrimonial internacional definitivo. Es tiempo de retomar el proyecto que impulsara el Municipio de San Isidro hace diez años y que quedó trunco. Se trataba de presentar a Villa Ocampo para ser incluida en la Lista de Patrimonio Mundial. Para esta consagración ya parece haber consenso argentino y, seguramente, latinoamericano.

Fuente: adn Cultura La Nación

LANDRÚ, SIEMPRE LANDRÚ

Se rindió un merecido tributo a quien cultivó brillantemente la sátira política y social, a través de la caricatura, a lo largo de las últimas siete décadas.

Un mural en honor a Landrú.

Editorial diario La Nación, de Buenos Aires, 27 de marzo de 2014


En un acto público, auspiciado por la Legislatura de la ciudad, se presentó el libro: El que no se ríe es un maleducado, antología de casi 500 páginas de textos y dibujos de Juan Carlos Colombres, "Landrú", editado por Alpha Text. Se rindió así un reconocimiento especial a la valía artística e intelectual de uno de los dibujantes argentinos que, con mayor lucimiento, cultivó en los últimos 70 años la sátira social y política.
Landrú fundó varias revistas y trabajó en muchas otras desde su debut de 1945, en Don Fulgencio, de Lino Palacio. Se destacó, asimismo, en diarios competidores del nuestro. Pero en las páginas de LA NACIÓN, aunque de manera esporádica, el trazo de su humor, jamás hiriente, también reconstruyó facetas de la sociedad argentina y, sobre todo, porteña. "María Belén" y "Alejandra", "Rogelio, el hombre que razonaba demasiado", "Jacinto W. el Reblán", "Tía Cora" o el "Señor Porcel" fueron criaturas a través de las que se han descifrado debilidades y rasgos de los estereotipos a los que cobija el entorno ciudadano.
Los políticos argentinos han estado retratados en los dibujos de Landrú desde Perón hasta Kirchner; civiles y militares, como "La Morsa" Onganía, que dispuso en 1966, en disgusto por un retrato caricaturesco, la clausura de Tía Vicenta, revista fundada por quien se había alejado de su empleo judicial, en los primeros tiempos de Perón, hastiado por la sumisión imperante en ese régimen.
La sencillez y frescura del lenguaje de Landrú ha provenido del contacto con gente de todas las condiciones y de la permeabilidad natural para captar lo que podría denominarse la lógica del absurdo. Como somos una sociedad acostumbrada desde hace largos años a que lo inusual se incruste a diario en nuestra vida, el trabajo de artistas como Landrú se ha facilitado por esa circunstancia, retaceada en sociedades más previsibles, más ordenadas que la nuestra. Aquí, en cambio, el absurdo ha sido cada vez menos obra de la imaginación que del conocimiento. Basta asomarse a la calle o poner mediana atención a discursos de gobernantes o de burócratas, u observar la conducta de algunos jueces, para abandonar la menor duda al respecto.
Celebremos por todo lo dicho este tributo a Landrú, realizado en cierto modo con su ausencia, porque a los 91 años es renuente a dejarse llevar por las emociones del cariño y admiración que lo hubieran desbordado en vivo y en directo. Sin embargo, fiel a su estilo, hizo llegar al acto que lo tuvo por protagonista la grabación de un arresto humorístico de agradecimiento que constituyó el epílogo perfecto para un acontecimiento que estaba demorado. Landrú, siempre Landrú.

Fuente texto: lanacion.com