WAGNER Y VERDI, RECONCILIADOS


Las formas de la ópera

Ambos nacieron en 1813 y fueron los compositores más importantes del género lírico. Rivales en su tiempo, hoy sus obras son imprescindibles para los públicos de todo el mundo. En esta edición, el análisis de su vigencia y un texto de Wagner inédito en español.



"Escuchamos a la noche el Réquiem de Verdi, una obra sobre la cual, ciertamente, lo mejor sería no decir nada." Esto anotó Cósima Wagner en su diario el 2 de noviembre de 1875. El tiempo terminaría probando la independencia y la fortaleza de carácter de Cósima, pero esta vez la boca de ella articula las palabras de su marido Richard. Lo no dicho, aquello que se calla, resulta una censura mayor que cualquier cosa que podría decirse porque -parece dar a entender- no hace falta decir nada. Muchos años más tarde, en 1882 y ya en Venecia, la ciudad donde murió el alemán, consigna Cósima: "R. recordó una melodía de Verdi que escuchó cantada ayer como dueto en el Gran Canal; la canta para mí y se ríe a carcajadas con un arrebato semejante al de la rabia que se había permitido el día anterior". Por debajo de la burla está el reconocimiento de la popularidad del aria verdiana, que cualquiera podía cantar o silbar en la calle, y acaso un punto de envidia por esa popularidad. Pero entre líneas resuena asimismo el eco de una disputa estética de proporciones colosales: la de cuál debía ser la condición del género lírico, una de las formas musicales por excelencia del siglo XIX.
 
Wagner. 
Los dos nacieron el mismo año, 1813, con una diferencia de algunos meses, y esa coincidencia cronológica propicia las comparaciones. Los wagnerianos -y especialmente una subespecie particular de ellos, los "bayreuthianos"- se sentían tal vez algo avergonzados frente a la condición arrebatadora de la melodía verdiana, que cualquier aficionado silbaba en la calle. Giuseppe Verdi fue siempre más tolerante e incluso admiró a Wagner hasta el punto de decir que el segundo acto de Tristán e Isolda era "la creación más sublime del espíritu humano". Aun así, resistió hasta donde pudo la llegada de la música de Wagner a Italia. Juzgaba un error, como se verá más adelante, romper la tradición nacional. "Si nosotros, que procedemos de Palestrina, empezamos a imitar a Wagner, cometemos un crimen musical." Habrá sido doloroso para Verdi que el director del tardío estreno italiano de Lohengrin , en Bolonia en 1871, fuera su amigo Angelo Mariani. El autor de Il Trovatore asistió de incógnito a esa función, partitura en mano, en cuyo margen anotó "loco". Pero el hecho de que, en general, Verdi haya opuesto el buen humor a ese desprecio wagneriano no disimula que encontraron soluciones diferentes a los problemas de la ópera romántica, soluciones que por lo demás marcaron el destino de la ópera hasta la actualidad.
 



















Verdi. 
Hubo una época en que la neutralidad parecía imposible: aun cuando Liszt vulneró esta norma (la circunstancia de estar vinculado familiarmente a Wagner y de compartir su poética no le impidió hacer maravillosas transcripciones para piano de la música verdiana), o se estaba en un bando o se estaba en el otro. Es cierto que ahora la mayoría de nosotros escuchamos una noche a Wagner y la siguiente a Verdi con la misma admiración, pero esto no implica que, entre los más radicales de ambos bandos, la disputa haya desaparecido. Por el contrario, el doble bicentenario volvió a ponerla en escena y existe un ejemplo muy reciente. Cuando, hace pocos meses, Daniel Barenboim decidió abrir la temporada 2013 del Teatro alla Scala de Milán con Lohengrin , se suscitó una áspera discusión. "La elección es un golpe al arte italiano, una bofetada al orgullo nacional en tiempos de crisis -se pudo leer en un indignado artículo del Corriere della Sera-. ¿Habrían los alemanes inaugurado el año Wagner con una ópera de Verdi?" Incluso hubo especulaciones, finalmente refutadas, de que la ausencia de Giorgio Napolitano, presidente de la República, en el exitosísimo estreno con Barenboim y Jonas Kaufmann era una protesta velada por semejante decisión.
¿Pero cuáles eran en el fondo las causas de la lejanía estética entre los músicos?

Entre dos aguas

La frase de Verdi acerca de la tradición italiana tiene algo de verdad y podría extenderse a Wagner. En primera instancia, Wagner prolongó la línea de la ópera romántica alemana tal como la había encontrado en El cazador furtivo de Carl Maria von Weber; en segundo lugar, extrajo conclusiones imaginarias, aunque muy productivas e interesadas, de la Novena sinfonía de Beethoven, y además pretendió fundar, sin más, un nuevo género, el "drama musical", en oposición a la tradición operística. Pensemos justamente en Lohengrin. Definida por Wagner como "ópera romántica", Lohengrin encarna una paradoja que el musicólogo Carl Dahlhaus describe en su estudio Richard Wagners Musikdramen : un cuento fantástico trágico bajo la forma exterior de un drama histórico. La correlación de esas fuerzas iría cambiando. Acaso los dos hayan sentido que la ópera se encontraba, aun en sus tramas, en un momento de estancamiento. Ahí se dividen en principio las aguas: Wagner se hundió en el mito; Verdi, en la historia.


Afiches de distintas representaciones de las óperas de Wagner y de Verdi.

Sin embargo, el mito y la historia eran, de por sí, demasiado descarnados. Wagner y Verdi fueron además maestros del principio de individuación. Basta pensar en el Don Carlos verdiano. En el inicio del cuarto acto de la primera versión, Felipe II canta " Elle ne m'aime pas! ", una de las arias más hermosas de toda la obra. La orquesta se pliega a las palabras: tras una breve introducción camarística de cuerdas, corno y fagot con el solo de chelo, se recorta sobre el trémolo de violines y violas el monólogo amargo de Felipe con el acompañamiento de la flauta. Se confiesa el monarca: "¡Ella no me ama! ¡No!/ Su corazón está cerrado para mí". Y luego, como si recitara angustiado, en dúo con los chelos: "Si el rey duerme, la traición se trama/ ¡quieren robarle corona y esposa!" No podría imaginarse una definición musical y verbalmente más concentrada del asunto de la ópera entera: la indisolubilidad del drama político e íntimo, la continuidad entre el trono y la alcoba. Este vaivén entre lo público y lo privado, que está ya insinuado en el drama homónimo de Friedrich Schiller en el que se basó Verdi, se advierte quizá de manera más nítida en la versión francesa de la ópera que en la italiana. Como observa el ensayista Charles Osborne, biógrafo del compositor, Don Carlos , aunque trata en la superficie de los esfuerzos del marqués de Posa por salvar Flandes del gobierno despótico de España, es en verdad un drama de ideas abstractas, un drama sobre el determinismo y la libre voluntad, y, singularmente, sobre la pugna entre el liberalismo y el oscurantismo religioso, representado de modo estremecedor en la figura del Gran Inquisidor. Verdi consiguió conservar su entusiasmo revolucionario en la figura del marqués de Posa y su idealismo político. En este sentido, podrían recordarse también las palabras deSimon Boccanegra: "Que mi sepulcro sea el altar/ de la unificación italiana". Nada más íntimo que la muerte, y nada más público que la persecución de semejante ideal político, vieja obsesión del propio Verdi.
Afiches de distintas representaciones de las óperas de Wagner y de Verdi.
Es curioso: los dos renovaron la ópera, pero mientras que Verdi sigue siendo un fenómeno de cuño eminentemente italiano (ahí están, proyectadas en sus obras, sus convicciones políticas), Wagner fue un verdadero fenómeno europeo. Ya lo escribió hace poco el filósofo Slavoj ?i?ek: quien quiera hablar de Europa debe hablar de Bayreuth. Probablemente Wagner haya sido el artista europeo más discutido de la segunda mitad del siglo XIX, aquél frente al que se imponía el pronunciamiento: Baudelaire, Nietzsche, Bernard Shaw, Mallarmé, que veía en él un ambiguo ideal, todos pasaron por el reclinatorio wagneriano.

Unidad superior

 
Afiches de distintas representaciones de las óperas de Wagner y de Verdi. 
Pero también las renovaciones que postularon tuvieron signos distintos. Escribía Wagner en la introducción a Ópera y drama : "El error en el género artístico de la ópera consiste en haber convertido un medio de expresión -la música- en fin, y el fin de la expresión -el drama- en medio". El problema residía, ya en Lohengrin , estrenada en 1850, un año antes de ese texto, en acertar con la forma sinfónica del drama musical. El problema de fondo era, en principio, el sistema tabicado de arias y números de la ópera italiana, y luego, el desaprovechamiento de la orquesta, cuyas fuerzas se dilapidaban como mero acompañamiento de la voz. La llamada "melodía infinita" fue una de las invenciones propuestas por Wagner. El compositor pretendía construir así su propia genealogía, puesto que la "melodía infinita" aparecía, según él, ya en El clave bien temperado de Bach e incluso, como observa en el ensayo La música del futuro , está también en las sinfonías de Beethoven. La melodía infinita no es una melodía sin cesuras sino una melodía incesantemente expresiva, es decir, sin fórmulas preformadas. ¿Pero qué tiene que ver esto con el drama musical? En la visión de Wagner, la sinfonía aparece como un drama musical aún irredento; la importancia del movimiento coral de la Novena de Beethoven consistía en haber dado, con el uso de la palabra, un primer paso en esa emancipación. Se le restituyen los fueros perdidos a la orquesta, que ya no será un mero acompañamiento sin sustancia, aunque, por otro lado, se le asignan particulares funciones narrativas. No se trata sólo de la caracterización propia del Leitmotiv . Como señala Dahlhaus, la música orquestal "expresa el aspecto interior de las acciones" y de las palabras cantadas y, por lo tanto, constituye un lenguaje detrás del lenguaje. Resuena aquí la lectura de Arthur Schopenhauer, el mayor acontecimiento filosófico en la evolución intelectual y estética de Wagner, y su metafísica de la música, que no es sólo absoluta sino que manifiesta además lo absoluto, la voluntad. El tercer acto de Tristán es el non plus ultra de esta concepción. Ese drama señala también la mayor audacia armónica de Wagner. Pero mientras que la armonía wagneriana oscila entre el pasado y el futuro, la orquestación, según Theodor Adorno, es su auténtico descubrimiento. "El arte de la instrumentación en su sentido fuerte, como participación productiva del color en el proceso musical, de tal modo que ese mismo color se ha convertido en acción, no existía antes de él." Verdaderamente, la estilización instrumental wagneriana alcanzó un desarrollo inusitado y, si se presta atención, incluso en el ciclo del Ring cada drama tiene su propio color.
También Verdi podía ser muy detallista con la orquesta (recordemos, por citar solamente dos ejemplos, el solo de contrabajo en Otello y el de clarinete bajo en Simon Boccanegra ) aunque su preocupación mayor fue cada vez más -coincidencia con Wagner- la de la continuidad. Esto resulta evidente en Falstaff , su última ópera, en la que directamente se prescinde de la división en números, pero puede encontrarse más tempranamente en Rigoletto . Sabemos que Verdi respondió con descortesía cuando la soprano que hizo el papel de Gilda en el estreno manifestó la pretensión de tener para sí un aria de mayor lucimiento: "Tengo pensado Rigoletto sin arias, sin finales, como una secuencia interminable de dúos". Lo que Verdi buscaba, y ésa es la renovación que inaugura Rigoletto , era continuidad dramática y musical. Esto se advierte no sólo en el desdén del aria como momento autónomo, aislado de los elementos contiguos, sino singularmente también en la unidad motívica e incluso estructural. No es que falten las arias, pero su aparición no cumple la función estructural de los dúos y, por otra parte, se subordinan por completo a la linealidad de la acción. Un ejemplo es " La donna è mobile ". El ingenio teatral de Verdi no ignoraba que la potencial popularidad de la pieza y su condición cantabile podían socavar su función dramática; como si el aria terminara resonando en el vacío. En los hechos, sucede lo contrario, su efecto dramático se funda en aquello que podría conspirar contra él, y a la vez lo que sigue la refuta. Sin ir más lejos, el gesto posterior de Gilda, la traición a su padre y la renuncia a su propia vida, desmienten al Duque y su aria, que nunca resuena más ominosa que cuando Rigoletto lleva en bote a su hija que agoniza. El aria no es más que un desvío del dúo, un dúo inconcluso. Basta pensar en " Bella figlia dell'amore ", en el acto III, que parece ser un aria y progresa hacia el cuarteto. En el fondo, el cuarteto constituye la coronación formal de la matriz de la obra: más que de arias individuales, Rigoletto está organizado a partir de dúos, y esa escena del tercer acto no es sino la más asombrosa articulación de dos dúos.

 






















Afiches de distintas representaciones de las óperas de Wagner y de Verdi. 
Cuando el formalista Eduard Hanslick, enemigo declarado de Wagner, comentó el estreno vienés de Otello hizo notar que no había nada wagneriano en ella. Respondía así al reproche de que, en sus últimos años, Verdi había recibido, quizá inadvertidamente, influjo del furor wagneriano. Es posible que, desde una perspectiva formal, la observación sea justa. Pero eso no es todo.
A Wagner lo atareó siempre la redención. El tema aparece ya en El holandés errante y alcanza su coronación en Parsifal . También la música de Verdi se vuelve, en su etapa de madurez, singularmente compasiva, y esa compasión resulta decisiva por ejemplo en Don Carlos . Dice Osborne:
En algunas óperas de Verdi, por encima de estas consideraciones de si la obra ha ganado o perdido al recibir la forma y longitud propias del libreto, se crea una "dimensión adicional", no simplemente por la adición de la música sino por una cualidad que Verdi confirió a su música sólo de vez en cuando: la de la compasión. En la mayoría de los casos, mantiene una objetividad dramática impresionante: Verdi es uno de los compositores más objetivos, en oposición a su contemporáneo Wagner. Pero cuando Verdi utiliza la compasión, lo hace con generosidad, y siempre en relación con personajes por cuya causa siente una inmediata simpatía humana, independientemente de las exigencias dramáticas. Cuando en Verdi se cuela la compasión, en ocasiones contadas y grandiosas, se advierte en la melodía y en la orquestación un calor especial que difícilmente pueda pasar inadvertido.


Afiches de distintas representaciones de las óperas de Wagner y de Verdi.
Hay ejemplos en Macbeth, en I masnadieri ( también basado en Schiller), en Simon Boccanegra y, naturalmente, en Don Carlos . Sigue Osborne: "Son momentos inasequibles al dramaturgo, pues no tiene ningún medio directo de hacer comentarios sobre sus personajes. [?] La ópera de Verdi cuya forma más recuerda a estos novelistas es Don Carlos , y la ópera tiene una ventaja sobre la obra de Schiller gracias a su componente de comentario compasivo que, aunque se manifieste en una escena concreta, invade toda la partitura".
El título original que Verdi había elegido para La Traviata era Amore e morte . Si se lo pensara en alemán, podría decirse, sin violencia o traición excesiva, Liebestod , "muerte de amor", lo que nos sitúa ya en el ambiente de Kareol, el territorio del Tristán wagneriano. Los preludios de cada una de esas óperas no podrían ser más diferentes, pero los dos empiezan por el final, anticipan la agonía y la muerte de amor de Violetta e Isolda. Dos de las piezas más amadas de la historia entera de la lírica, escritas por dos de los músicos menos semejantes, parecen reconciliarse en la dimensión imantada de lo ineludible.

Wagner

Jacques De Decker
El Ateneo
En esta biografía, recién traducida al castellano y publicada originalmente en francés por la editorial Gallimard, el belga Jacques De Decker presenta un retrato pormenorizado del compositor. No se encontrarán aquí grandes novedades, pero el autor trabaja con bibliografía reciente, no abruma con informaciones ni referencias eruditas y tiene una prosa directa.

Drama y ópera

Por Richard Wagner / Para LA NACIÓN

La música pura instrumental, no conforme ya con la forma legalizada del movimiento sinfónico clásico, procuró extender su poderío en todos los sentidos, un poderío que la fantasía poética expandió considerablemente. Los sectores reaccionarios se revelaron incapaces de revitalizar la forma clásica y se vieron obligados a tomar prestados elementos que la distorsionaron. Mientras que la primera dirección llevó a la conquista de nuevas aptitudes y la segunda expuso meras ineptitudes, se hizo evidente que la evaluación de las aptitudes servía sólo para ser salvados de locuras sin límites -que amenazaban gravemente el espíritu de la música- y se optó abiertamente por torcer esa línea hacia el drama.
Aquello que permanecía indecible podía decirse aquí definitiva y claramente, y por lo tanto la "ópera" era redimida de la maldición de su origen artificial. Y es en este punto, en lo que podríamos llamar, para abreviar, "drama musical", donde se llega a terreno seguro para calcular con serenidad la aplicación de estas facultades recién ganadas de la música en función de la evolución de formas artísticas nobles e inagotables. En todas las épocas, la estética ha establecido la "unidad" como requisito de la obra de arte. En abstracto, esta unidad es difícil de definir y ha dado origen a mucho malentendidos [...] Pero no dudamos en definir el "drama" como la más perfecta obra de arte. La ópera se encontraba extremadamente lejos de esta obra de arte, y esto porque ella pretendió ser un drama, aunque partido en innumerables fragmentos desconectados a causa de la forma del aria. [...] En la "sinfonía", por el contrario, hemos encontrado esta estructura desarrollada y ampliada... En este "movimiento sinfónico" reconocimos esa unidad que ejerce una influencia determinante en el drama perfecto.
Fragmento del ensayo Über die Anwendung der Musik auf Drama [Sobre la aplicación de la música en el drama], 1879. Trad.: P. G.


Fuente: ADN Cultura La Nación 

CON PRESIDENTE NUEVO Y ESTÍMULOS AL ARTE JOVEN,
EL 24 ARRANCA ARTE BA

Será un fin de semana para gozar de la plástica de acá y del mundo

Arte, arte, arte. Una imagen de la feria el año pasado: siempre sorprendente y creativa. /FERNANDO DE LA ORDEN
Por Mercedes Pérez Bergliaffa


Se acerca la fecha de uno de los eventos artísticos más importantes del país: la feria arteBA. Por eso ayer al mediodía se presentó en el MALBA –el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires–, el contenido de su próxima edición, la número 22, que se realizará del 24 al 27 de mayo en La Rural.
Ante un auditorio lleno, el actual presidente de arteBA, Facundo Gómez Minujín, fue realizando comentarios micrófono en mano, mientras se proyectaba un video mostrando datos sobre la próxima feria. Pero en un momento Gómez Minujín largó el que fue el gran anuncio del día: tanto él como Alejandro Corres –vicepresidente de la feria– dejarán sus puestos luego de seis años de trabajo, para ceder el lugar, al término de esta edición, “a generaciones más jóvenes”, comentó el actual presidente de arteBA.
“Después de esta edición la feria será presidida por Alec Oxenford” (joven empresario fundador de Deremate.com, actual líder de la empresa on-line Olx y con un Máster en Business obtenido en Harvard). Mientras que el vicepresidente de arteBA será Luis Incera, un abogado de unos 50 años.
Mientras Gómez Minujín relataba esto tuvo que dejar de hablar: la emoción lo tomó de lleno. Y ya, se sabe, cuando no se trata solamente de trabajo, sino, sobre todo, de desafíos personales, la cosa toma otro color. Por eso la presentación de este presentación de ArteBa fue algo especial, tuvo dos momentos emocionantes: uno el de Gómez Minujín; el otro, cuando se recordó al gran artista y arquitecto Clorindo Testa, recientemente fallecido. Fue cuando el video que explicaba al auditorio que Testa diseñó para arteBA -se inaugurará como obra póstuma este año dentro de la feria, luego será donado al MAMBA–, mostró al arquitecto dibujando los planos. Estalló entonces, unánime y espontáneo, el aplauso de todos.
Entre estos “todos” estaban Marcela Cardillo –subsecretaria nacional de Gestión Cultural y actual directora interina del Museo Nacional de Bellas Artes–, María Eugenia Vidal –Vicejefa de gobierno de la ciudad–, el ministro de cultura porteño, Hernán Lombardi, María Victoria Alcaraz –directora de Patrimonio de la Ciudad–, Magdalena Faillace –directora de Asuntos Culturales de la Cancillería-, Diana Saiegh –ex directora del Museo de Arte del Tigre–, Ricardo Ramón Jarne –director del Centro Cultural de España en Buenos Aires–, María Teresa Constantin –directora del espacio de arte de la Fundación OSDE–, las coleccionistas Magdalena Cordero y Silvia Braier, además de galeristas, artistas, curadores y críticos de arte.
La feria tendrá cuatro secciones: el cuerpo principal –con 52 galerías establecidas–; el U-Turn Project Rooms –con 12 galerías internacionales–; el Solo Show de Arcos Dorados con su concurso de Pintura Latinoamericana; y el Barrio Joven Chandon, que mostrará 18 galerías jóvenes.
El Premio arteBA-Petrobras –que en esta edición tendrá como curador al mexicano Cuauhtémoc Medina, ex curador de la Tate Gallery y actual curador del MUAC de México– elegirá al ganador entre cinco artistas ya seleccionados; el Programa Jóvenes Curadores expondrá el proyecto de Lara Mármor; Fundación Proa y arteBA se unirán para “Isla de Ediciones”, espacio dedicado a las publicaciones locales relacionadas con las artes. Y uno de los puntos más esperados: el Open Forum: charlas gratuitas de especialistas de todo el mundo.
Claro que, después de todo,se trata de una feria; entonces lo importante es comprar y vender. Así que, señores, vayan preparando sus monederos: se rumorea que habrá precios para todos los bolsillos. Pareciera que la cosa es, finalmente ir, darse una vueltita por la feria, ver y preguntar. Uno nunca sabe si lleva -o no- un coleccionista en potencia dentro.

Fuente: Revista Ñ Clarín

REVELAN QUE LOS CÉLEBRES JARDINES COLGANTES
NO ERAN DE BABILONIA

Una experta británica asegura que estaban a 480 km de allí, en la ciudad de Nínive.
Recreación. La arqueóloga británica Stephanie Dalley hizo esta ilustración en base a textos antiguos . /THE GUARDIAN
The Guardian. Especial

La ubicación geográfica de una de las siete maravillas del mundo antiguo –los legendarios jardines colgantes de Babilonia– ha sido uno de los grandes misterios de la Antigüedad. El hecho de no encontrar ningún rastro de ellos en los vestigios de Babilonia llevó incluso a algunos arqueólogos a dudar de su existencia. Ahora, una académica británica reunió una cantidad de pruebas textuales para demostrar que estaban en Nínive, a 480 kilómetros de Babilonia, a comienzos del siglo VII AC.
Después de 18 años de estudio, Stephanie Dalley, de la Universidad de Oxford, llegó a la conclusión de que fueron construidos por los asirios en el norte de Mesopotamia –actualmente Irak– y no por sus grandes enemigos, los babilonios, en el sur.
Su investigación demuestra que quien llevó a cabo esta proeza de ingeniería y arte no fue el rey babilonio Nabucodonosor sino el rey asirio Senaquerib.
La evidencia presentada por Dalley, experta en lenguas de Medio Oriente, surgió al descifrar las escrituras cuneiformes babilonia y asiria y reinterpretar posteriores textos griegos y romanos. En éstos figuraba una inscripción asiria del siglo VII a.C. que, según pudo descubrir, había sido mal traducida a principios del siglo pasado. Se sorprendió al encontrar la descripción del propio Senaquerib de un “palacio sin parangón” y una “maravilla para todos los pueblos”.
Describe la maravilla de una espiral que elevaba el agua y formaba parte de un complejo sistema de canales, diques y acueductos para traer agua de ríos que estaban a 80 kilómetros de Nínive y los jardines colgantes. El texto registra que el agua se extraía “todo el día”.
Recientes excavaciones hallaron rastros de acueductos. Uno cerca de Nínive era tan grande que, según dijo Dalley, desde el aire sus vestigios parecen un tramo de autopista. Después de haber abordado su teoría en 1992, Dalley está presentando ahora una multitud de pruebas en su libro “El misterio de los Jardines Colgantes de Babilonia”, que Oxford University Press dará a conocer el 23 de mayo. La autora supone que dividirá a la opinión académica, pero la evidencia la convenció de que los jardines de Senaquerib cumplen con los requisitos para ser una maravilla del mundo, “una concepción magnífica, espectacular en materia de ingeniería y artísticamente brillante”. Dalley reconstruyó textos antiguos donde se revela un jardín que recreaba un paisaje de montaña. Tenía terrazas, senderos con columnas, plantas exóticas, árboles y torrentes ondulantes. Hasta el momento, es poco lo que se ha estudiado sobre Nínive porque se consideraba que el lugar era peligroso para hacer excavaciones.

Traducción: Cristina Sardoy

Fuente: clarin.com

PINTAR A CONTRAPELO

Ha pintado siempre en contra o al margen de las corrientes dominantes en el arte. Su pintura nunca perdió belleza ni vinculación con la realidad argentina, de la que es un crítico implacable. Pero aún se pregunta para qué sirve el arte.

Ante la duda, abstente”. Dice Alonso que es un lema que lo ayuda a vivir y que le ha ahorrado unos cuantos papelones. “Cuando veo que la cosa se pone fea, me abstengo. Y eso termina siendo una forma de vida. Esta conversación, esta entrevista, por ejemplo, ¿cuánto hace que empezamos a hablar de tenerla?”, pregunta Alonso. Y se ríe, porque hace más de tres meses que le pedimos esta entrevista y él dudó. Y se abstuvo. Dudó y se abstuvo durante tres meses o más. Y ahora que estamos en su casa de Unquillo, donde empiezan las sierras, a media hora de auto de la ciudad de Córdoba, recién ahora que estamos a mitad de la entrevista y ha comprobado que la cosa no se ha puesto fea, muestra esa carta que se puede entender como un gesto de confianza, como una disculpa amistosa por haber dudado.
Acabamos de llegar y ya nos hemos enterado: hace cuatro meses que Carlos Alonso no fuma. La cosa se puso fea, y se abstuvo de fumar. Ese es su tema urgente. Hoy, para hablar con él de Alonso, hay que hablar del cigarrillo. Y es lo primero de lo que hablamos. Le preguntamos si fumaba mucho.
Y sí, fumaba todo lo que necesito para funcionar, que es bastante. Y ahora no funciono, me pongo a pintar y... estoy con la idea del cigarrillo, no puedo pensar en lo que hago...
¿Se había enfermado? ¿Le hacía muy mal?
Empecé a tener unos dolores muy fuertes en las piernas. Ya no podía caminar en cierto sentido, ya tenía cierta invalidez... para bajar escaleras, por ejemplo. Y he mejorado mucho en cuatro meses. Y después tenía esos ahogos nocturnos, ¿no?, que a uno le parece que... ¡se va!
¿Para usted el acto de pintar está muy ligado al de fumar?
Sí. Puedo hacer de todo sin fumar, menos pintar. Necesito un grado de... estímulo, de droga si usted quiere. Para cocinar, para ir de un lado a otro, para ir al cine, no tengo problema. Pero para pintar... Es que cuando pinta, uno cambia psicológicamente. El pensamiento, el ciclo, el circuito es otro.
¿Cómo es eso?
El circuito cotidiano es distinto al otro, al de la pintura. Porque ahí aparecen ciertas ansias, ciertos afanes; la trascendencia, el compromiso, lo que uno es, lo que esperan de uno, lo que uno quiere... Mientras que en la vida cotidiana, bueno, uno come lo que hay. En la pintura no come lo que hay, tiene que comer manjares súper, ¿no? lo mejor que hay. De Picasso para arriba. Yo tenía artistas amigos que se drogaban, se daban con todo para lograr un... algo que suelte... que a uno lo libere para poder despegar. Hay un pensamiento de Lao Tse que dice: “O se vive la vida, o se cuida la vida”. Y parece que van en sentido contrario. Pues en eso estoy.
¿Cómo es la vida de pintor en Unquillo?
Para una persona como yo, que ama el silencio y que heredó esta relación con la naturaleza, es muy buena. Yo viví de muy pibe en el campo con mis viejos y mis abuelos, en Tunuyán, Mendoza. Tengo muy incorporada la relación con la naturaleza, me hace bien además. Yo diría que la pintura se parece al tiempo de la naturaleza.
¿Ese mundo de la infancia en el campo está en su pintura?
Sí, creo que de alguna manera he seguido elaborando mucho de los miedos, de las obsesiones, de los temas de la naturaleza y del campo. En el 63 pinté una serie que se llama Blanco y negro que es un poco sobre ese mundo de los miedos infantiles del campo, ¿no?, de ir debajo de la cama, de oscuridad, las ratas, las historias de aparecidos, de la luz mala. En realidad me siento no un pintor urbano, sino un pintor en relación con el campo. En Mendoza la presencia de la naturaleza es muy fuerte, la montaña está siempre presente al final de la calle. Y además, la idea de los pibes pintores, con la que yo convivía, era seguir un poco la tradición de Fader, de Bravo, de los pintores que iban a pintar a la montaña. Así que vivíamos haciendo esas excursiones con el caballete atrás, tipo pintor de paisajes.
Alonso dejó ese mundo a los 22 años. Su padre había muerto poco antes y él, que era el mayor de cinco hermanos, no pudo o no quiso heredar la responsabilidad de hacerse cargo de la familia. Tenía una vocación bastante violenta, dice, y no se abstuvo de darle curso. “Me rajé de esa situación y me fui a estudiar con Spilimbergo a Tucumán, que había convocado para hacer una escuela muralista, un proyecto que me interesaba mucho”. Han pasado más de 50 años desde entonces, pero su vocación sigue viva y los murales siguen apasionándolo. Si se le pegunta en qué anda hoy, responde: Tengo más proyectos que los que puedo hacer. Me han propuesto hacer los murales del techo del Teatro Cervantes, todo el plafón, que son seiscientos metros cuadrados. La Sixtina tiene mil. Es el sueño del pibe, un trabajo para el que me preparé toda mi vida. Dibujé, pinté, leí, vi, viajé, para hacer esto. Como para ahí dar las hurras, las tres hurras.
¿Ya empezó a trabajar en ese proyecto?
Estoy empezando, ya he hecho muchos dibujos. Estoy dibujando, sí. Pero necesito un equipo, porque hay tareas intermedias para las cuales se requiere salud física y capacidad joven, ¿no? También tengo que hacer un mural, acá, para el Teatro Rivera Indarte, que es el más importante de Córdoba. En este caso es una cúpula. Y tengo que hacer otro mural en San Antonio de Areco. Tengo más trabajo que el que puedo hacer. Si me hubiera venido a los 40 años, estaría chocho. Pero ahora es como que...
¿Y a todo dice que sí?
No, a algunos pedidos digo que no. Pero en general, digo que sí. Después los despisto con los tiempos. Pero como nunca cobro nada... ése es un argumento de fierro. Digo: “Mirá, yo no voy a cobrar un peso por el mural, pero ustedes no me rompan las pelotas con que lo necesitan en seis meses. No, el tiempo que sea necesario”. Mi trabajo como autor no lo cobro porque sería imposible con lo que cuesta el metro cuadrado de pintura. Saldría una fortuna. No cobro pero tienen que permitirme que el trabajo esté maduro.
¿Cuál será el contenido de la obra?
Me llené de libros de historia del teatro, porque quiero mezclar la historia del teatro con la historia del país. Es la oportunidad, incluso, de meter esas dos historias que de alguna manera van mezcladas, siempre. Van mezcladas para mí, que mi lenguaje es la plástica. Entonces, estoy combinando esas dos cosas: por un lado, la historia del Teatro Cervantes, y por otro lado, la historia de nuestro país, que está llena de riquezas y de cosas que yo ya he tratado, de alguna manera, ¿no?
¿Le interesan los muralistas mexicanos?
Desde luego. Para mí son un modelo de cómo quisiera pintar este mural, con un lenguaje muy popular. El año pasado viajé a México para ver los trabajos de los muralistas, especialmente de José Clemente Orozco, que es el que siento más cercano. Le encuentro un parecido con cómo yo trato la figura, ¿no? Una especie de humor negro, de crítica, que me es familiar. Y además, con unas soluciones plásticas bastante parecidas a las mías, sobre la base, más que del color, del dibujo. Es una especie de gráfica... Cuando se habla de pinturas murales, hay que pensar que son grandes masas, no hay posibilidad de finuras, de transparencias, de detalle minucioso. Son espacios grandes, de soluciones... cómo decir... sencillas. Y los murales de Orozco son prácticamente hechos con tres o cuatro colores. Es prácticamente gráfica. Una gráfica poderosa, de mucha convicción personal, de mucha garra, muy jugado, con mucho riesgo.
Cuando entra Teresa, la mujer de Alonso, para traernos café, reaparece el tema del cigarrillo, que en realidad nunca se ha ido, siempre ha estado rondado por ahí, agitando un poco la respiración, los ojos y las manos del artista, acostumbrados, todos, al contacto con el humo y el tabaco. “Está todo bien, quedate tranquila –le dice, entre risas–. Quiero decirte que no fumé todavía. El no fuma, así que estamos fenómeno”. Del muralismo mexicano y el proyecto del Cervantes, la charla deriva quién sabe cómo al arte que se produce hoy en el mundo.
¿Cómo es su relación con el arte contemporáneo, con el arte de vanguardia?
Tengo desde el principio una tendencia natural a trabajar a contrapelo. Hace poco, viendo mi trabajo un poco retrospectivamente, dije bueno, pero aquí hay una cierta coherencia, una coherencia que no está pensada, que es un poco, no sé, genética.
Más allá de su voluntad.
Totalmente. Pero, bueno, eso me hizo ser un autor que estaba de alguna manera a contrapelo de las corrientes. Es decir, cuando estaba el Di Tella, nosotros estábamos contra el Di Tella. Quiero decir, no contra, estábamos dando otra opción, una opción que era mucho más... a la mexicana, a la pintura social, mientras que el Di Tella era muy yanqui, muy a la vanguardia, muy pop. Yo estaba además muy convencido de que el arte tiene que ver con la sociedad, con el hombre, con la persona que uno es, con la vocación por ciertas militancias.
¿Eso de estar a contrapelo es algo que le ocurre también más allá de la pintura, en la vida?
No, no, en la vida no, absolutamente. En la vida soy más bien componedor, trato de combatirme cada pequeño fanatismo que pueda tener, incluso el fanatismo que puede llevar a cierta forma de engordar el ego, la exposición pública y todo eso. Soy una persona más bien de perfil bajo. Incluso porque siento que eso beneficia mi trabajo.
No es lo habitual en los artistas ese perfil bajo, ¿no? Hay quienes ponen mucha vanidad en su trabajo y en sus personas. Suelen disfrutar con la exposición pública y ser muy vanidosos.
¿Los buenos buenos son así?
No, ésa es una buena respuesta.
Claro. Los buenos buenos no son así. No quiero decir que yo sea bueno, pero quiero decir que como elección... Ayer leí algo de García Márquez que me atribuyo totalmente, no porque quiera equipararme al personaje, sino porque siento lo mismo. Decía que él a veces renuncia a ciertas exposiciones, no porque esté en contra o porque le parezcan ideológicamente negativas o positivas, sino por timidez. O sea, la timidez es casi una forma de comportamiento... Yo tiemblo si me van a dar un premio, porque tengo que dar un discurso.
Y volvemos al principio: “Ante la duda, abstente”.
Entre los proyectos de Carlos Alonso, está pintar una serie sobre el Mal. Y de ese proyecto, la conversación se deslizó casi naturalmente a la última dictadura argentina, que para el pintor significó, entre otras, su exilio y la desaparición de su hija, y a otras maquinarias de exterminio, como las del nazismo y la guerra en Irak. Y al desaliento por la forma en que el mal persiste a través de la historia. Y dice, entonces, el artista: A veces la ignorancia lleva más a la brutalidad que el mal. A veces, pensando realmente para qué sirve el arte, yo imagino que sirve para eso, para transformar esas rémoras de salvajismo, o de brutalidad, o de barbarie que puede tener la mente humana. El arte es capaz de despertar esa sensación de que ciertas cosas no pueden pasar, de que no puede el hombre desmoronarse hacia esos abismos de crueldad, de brutalidad, de escarnio, de criminalidad tan feroz organizada por los Estados.
¿Usted sigue preguntándose, entonces, para qué sirve el arte? ¿Es un tema sobre el que sigue reflexionando?
Bueno, sí, porque no sirvió siempre para lo mismo. Cuando tenía treinta años sabía para qué servía; creía que servía; creía que sabía, mejor dicho. Porque cuando uno tiene un convencimiento, una ideología y un pensamiento que lo lleva a romper las pequeñas barreras del taller y a entrar en contacto con las necesidades y con las propuestas de los demás, con la gente, uno empieza a sentir que el arte sirve para eso, para acompañar una vanguardia que no es solamente artística, sino que es una vanguardia que va cambiando todo, mejorando todo. Esto que decíamos recién: que sirve para que las personas sean mejores, para que no haya explotación, para que el hombre no sea el lobo del hombre.
Que el arte tiene un fin, de última, político...
Claro. Entonces, eso es un motor de producción, uno siente que está tocando materias verdaderas, que no son sólo caprichos de un autor o de un momento, sino que tienen que ver con la historia, con la propia realidad, con cosas más extendidas en la gente y en el tiempo; y que anuncian, también, otro tipo de mundo, ¿no? Ahora, cuando eso se termina, hay que empezar de nuevo a construir un por qué.
¿Uno puede seguir haciendo arte de la misma manera desde la soledad, digamos?
No, desde luego. Es que dentro del movimiento uno hace también arte en soledad. Y en medio del movimiento, hace arte a contramovimiento, a contrapelo. Porque no es que uno está en una especie de canto armónico con la clase obrera.
¿Tiene algún grupo de pertenencia, imaginario aunque sea?
Sí, sí, tengo. Tengo muchos amigos, desde luego. Pero como leí hace días, “el peligro de vivir demasiado es que no tenés a nadie que vaya después a tu entierro”. Uno se ríe, pero yo miro mi agenda y veo los nombres de Hamlet Lima Quintana, Armando Tejada Gómez y tantos amigos, así, entrañables, que se han ido ya hace tiempo. Y en lo que se refiere a lo social o político, me siento muy involucrado con las Madres de Plaza de Mayo, Abuelas e Hijos. Son realmente los únicos grupos cuya actividad sigo de cerca. Esa sería hoy mi pertenencia.
¿En qué militaba su hija?
Mi hija era maestra jardinera y alfabetizadora. Estuvo alfabetizando en Perú y después trabajó en las villas de Buenos Aires. Esa es toda la militancia que tenía Paloma. Es decir, una militancia como tantos jóvenes que estaban detrás de una utopía. Si hubiera sido guerrillera, yo lo diría porque sentiría también el mismo orgullo. No me parece que, de ninguna manera, eso pudiera menoscabar su imagen. Pero no lo era. Hasta lo que yo conozco, digo, porque en el último período yo estaba en España. Pero ésa era su militancia, y ésa era la militancia del grupo de sus amigos, ¿no? Y ésos son los testimonios que tengo en sus cartas.
¿Se conocen los responsables de su desaparición? ¿Se conoce la historia? ¿Hay culpables o es una más...?
No, es una de las historias de las que no se sabe nada. Pero no se sabe nada porque yo también lo negué. Digo, en ese momento, por algo las Madres fueron las que salieron al frente. Los padres tuvimos completamente otra relación con esa situación. Yo siento que tuve totalmente otra relación. Incluso, como una resistencia a bancármela, a asumirla, una incapacidad, como una parálisis. Entre tantas otras razones, creo que las madres tuvieron otra forma de encarar la situación por lo que es la naturaleza de la relación de una madre con un hijo, ¿no? Supongo. Incluso, no sé, por otras sutilezas más de la idiosincrasia de la mujer. Pero se dio mucho eso de que los padres se quedaron masticando el dolor en silencio, paralizados, y fueron las madres las que salieron al frente. Y yo soy de esos padres, me quedé masticando el dolor, con la ilusión infantil de que con mi trabajo iba... iba a elaborar todo, que mi trabajo en la pintura iba a servir como para devolver golpe por golpe. Un gesto de inocencia. Pero no hice ninguna de las cosas que tenía que hacer. Y hay gente que hasta hoy sigue haciendo cosas por la verdad y la justicia.
Lo dice Carlos Alonso, como si nunca hubiera hecho nada por la verdad y la justicia. Y se queda en silencio.
¿Cómo ve hoy a la Argentina, Alonso?
La veo como siempre, exactamente igual que siempre. Creo que desde que el peronismo accedió a la política, de alguna manera ha marcado ciertos ítems que se van cumpliendo siempre, de una manera o de otra. Van cambiando las formas pero van quedando ciertos clientelismos políticos, cierta estructura y deformaciones de las relaciones sociales, del contrato social. Lamentablemente nosotros nos comportamos igual que la Argentina. O sea, no hay nada más parecido a la Argentina que un argentino.
¿En qué sentido?
Cada uno de nosotros es como la Argentina, con esa fragilidad, con ese no saber adónde vamos, qué va a pasar, con ese no poder hacer proyectos de medio ni de largo alcance, es todo el día a día. Cada uno está en su mundo. En la pintura, por ejemplo, no hay más diálogo, no hay más polémica, cada uno está en su gueto, en su negocio, en su lugar, tratando de alguna manera de perfeccionar lo propio, pero al mismo tiempo, de no compartir nada. Hace tiempo nos invitaron a algunos artistas –Guillermo Roux, Rómulo Macció, Josefina Robirosa– a pintar unos murales en la Galería Pacífico, donde habían pintado Spilimbergo, Berni, Castagnino, la cúpula. Yo conocía la historia de cómo habían hecho ellos. Hicieron un equipo. Tanto exacerbaron ese trabajo grupal, que se mezclaron. En las esquinas, donde se encuentran los murales, la pintura de uno salta al espacio del otro. Quiero decir que llegaron a mancomunarse, a estrecharse y a mezclarse de una manera saludable. Nosotros tuvimos una sola reunión con ese nuevo equipo, digamos, que era la otra generación que venía a incorporarse a la Pacífico: una sola reunión de prensa donde sacamos la foto y nada más. Eso fue todo. Nunca nos sentamos para decir: “Che, ¿qué hacemos?” ¡No, cada uno hizo lo propio! ¡Le importó un carajo qué hacía el otro! Ni siquiera se nos ocurrió decir: “Che, Roux, che, Macció, sentémonos, a ver, ¿qué vamos a hacer acá?” Para mí, eso es todo un síntoma.

Fuente: Revista Ñ Clarín

COMO SI VIERA POR PRIMERA VEZ

Aquí, un recorrido por la biografía y la producción de este pionero de la fotografía argentina, desde sus colaboraciones con la Bauhaus hasta sus Retratos de Buenos Aires. “La fotografía no necesita Mucha técnica –define Coppola–, lo que importa es la cabeza y el ojo”.

UNA PASIÓN LLAMADA FRIDA KAHLO

Militante comunista, ícono de la identidad mexicana, transgresora, protagonista de un amor por Diego Rivera que eludió toda moral, Frida Kahlo vivió adelantada a su época. Su vida y su arte seducen a los críticos, a los investigadores, a los coleccionistas Y al gran público. Aquí, un intento Por entender, desde ángulos diversos, La realidad y el mito de Frida Kahlo.

Por Néstor García Canclini
Antropólogo, docente e investigador

Qué se pierde y qué se gana cuando se convierte una novela o una serie de cuadros famosos en un programa de televisión? El debate sobre la industrialización de la cultura no se reduce a las industrias culturales. Hace unos años se discutía si la televisión degradaba el gusto al estandarizar la producción y masificar el consumo. Ahora, la reproducción tecnológica y la comercialización con criterios de escala industrial modifican los modos de hacer literatura, teatro y artes visuales. Editoriales, museos y productoras de discos buscan circuitos masivos y la recuperación pronta de las inversiones.
En México se intensifica este debate al celebrarse el centenario del nacimiento de Frida Kahlo con varias exposiciones: la principal, que se presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes, con 354 piezas (cuadros, fotos, cartas y documentos), luego irá al Museo de Filadelfia y al de Arte Moderno de San Francisco, a Japón y España. Simultáneamente con las actuales muestras mexicanas se presenta una en el Bucerius Kunst Forum de Hamburgo, entre otras en distintos lugares del mundo.
Con pocos artistas contemporáneos hay tantas dificultades para decidir qué incluir o no en una exposición. ¿Es posible hacer una muestra sólo con las obras de Frida Kahlo, o son necesarias para comprenderlas sus cartas y sus performances públicas, los documentos en los que figuran amantes, amigos, personajes de sus cuadros o que promovieron sus exposiciones: Diego Rivera, Trotsky, Henry Ford, Nelson Rockefeller y André Breton? ¿Será posible aceptar sólo estas referencias ilustres, y desentenderse de sus vestidos indígenas y su adopción por modistas de primera línea, olvidar que en la subasta de Sotheby’s en Nueva York, en mayo de 2006, su obra Raíces fue comprada por teléfono pagando 5,6 millones de dólares, la suma más alta obtenida por una pieza latinoamericana? ¿Cómo deslindar las reinterpretaciones de su trabajo propuestas en las galerías de la Tate Modern de las exhibidas en las vitrinas de tiendas londinenses, o los libros de investigación sobre ella de la película con la que Salma Hayek, al representarla, obtuvo el Oscar en 2002? ¿Favorece o perjudica la obra de Frida Kahlo recordar su militancia comunista, su inquietante relación entre dolor y placer, la multiplicación de su imagen en números que le dedicaron Elle, Harper’s y otras revistas para crear el “Look Frida”, su feminismo adoptado en distintas versiones por mexicanas, chicanas y europeas? ¿Cómo distinguir los tequilas, anteojos y perfumes, las zapatillas Converse y los corsés italianos que llevan el nombre de Frida, del Corsé que ella pintó estampando la hoz y el martillo? Cada vez que se hace una megaexposición, surgen críticos empeñados en alejar la obra de las mercancías derivadas, la admiración artística de la fridamanía. Se trata de conjurar el culto masivo con mesas redondas y conferencias magistrales. Pero al considerar la recepción de su obra, como en muchos artistas contemporáneos, con frecuencia siguen haciendo de “guías” las industrias culturales.
En el primer estudio de visitantes a una exposición de Frida Kahlo en México, (compartida con fotos de Tina Modotti), que se realizó en 1983 en el Museo Nacional de Bellas Artes, se registraron 64.240 asistentes. Más de la mitad de los entrevistados (56%) dijo ir por primera vez al museo, motivado por la publicidad en radio, televisión, diarios y revistas. Valoraban, según sus conocimientos escolares o de la tradición oral, la relación de la pintora con “la historia de México”, “su afición por las culturas prehispánicas” y lo “sobrecogedor” de sus accidentes, operaciones y la relación tortuosa con Diego Rivera. La importancia del acceso biográfico a la obra se manifestó en la atención mayoritaria a las cartas y las fotografías, que –dijeron– “completan” la muestra.
¿Dónde está Frida: en las artes o en el contexto? A veces irrumpe aun donde no esperamos encontrarla, como sucedió en una investigación que realizamos en el Palacio de Bellas Artes en 2004, cuando entrevistamos a quienes iban a ver los gigantescos murales de Rivera, Siqueiros y Orozco.
Al averiguar desde dónde llegan los visitantes, nuevamente encontramos a la escuela como punto de partida: alumnos a los que encargaron como tarea describir los murales, adultos motivados por el recuerdo de los textos escolares en los que supieron de estos artistas: “Esta mujer viene en los libros de historia”, comentó un padre a su hijo refiriéndose a la “Nueva democracia”, la pintura de Siqueiros. El martirio de Cuauhtémoc, las revoluciones mexicana y rusa, el fascismo y las luchas por la independencia o los enfrentamientos con Estados Unidos son hechos aprendidos desde la educación básica.
Parte de la seducción del Museo proviene de esta complicidad entre lo que se considera “gran arte” y lo que se estudió en la escuela.
Sin embargo, un buen número de entrevistados habló del carácter “intimidante” del Palacio de Bellas Artes. Un guía dijo que, si bien el Palacio “atrapa visualmente”, la magnificencia del edificio, los guardias y los detectores de metales en la entrada son obstáculos para un ingreso más confiado.
Otro guía afirmó que la mayoría de los visitantes tiene pocos años de estudio y ven el Palacio como “elitista”, o creen que es un edificio religioso, y “a la hora de entrar se persignan”.
En las visitas guiadas, para desolemnizar la relación con el edificio y los murales, se preguntó a un grupo escolar qué tipo de personas acostumbra vivir dentro de un palacio, esperando que los niños hablaran de reyes y príncipes. “Aquí vive María Félix”, contestó un chico, muy probablemente porque la habían velado poco antes en este lugar y lo vio en televisión.
No solamente por María Félix los visitantes de los murales relacionaron “el Palacio” con el cine.
Y por allí apareció Frida Kahlo, en este edificio donde faltaban tres años para la magna exposición que ahora la exhibe. Niños y adultos encontraron apoyo para leer los murales en relatos fílmicos que cuentan biografías de los muralistas, sus mujeres y amigos. Al observar “El hombre controlador del universo”, de Diego Rivera, buscaron a personajes históricos y culturales, evocaron la muerte de Trotsky, sus amoríos con Frida Kahlo, los viajes de su autor a París. Se acordaron de la película Frida y perseguían en su recuerdo claves para lo que estaban viendo.
–¿Saben quién fue Diego Rivera?– pregunta la guía a un grupo escolar.
–Sí– responde un alumno–, el novio de Frida Kahlo. La incorporación de las artes plásticas a la difusión mediática cambió la jerarquía oficial entre Diego y Frida, y los patrones estéticos. Cuando los especialistas ya habían desestimado las nociones de creación excepcional y artistas geniales, aparecen en los medios relatos que exaltan a los personajes por su biografía, como sufrientes o malditos.
A través de entrevistas a artistas, invenciones sobre su vida personal o sobre el “angustioso” trabajo de preparación de una obra pictórica, mantienen vigente los argumentos románticos del creador solo e incomprendido, de la obra que exalta los valores del espíritu en oposición al materialismo generalizado.
El discurso estético idealista ha dejado de ser una mera representación del proceso creador para convertirse en un recurso complementario destinado a “garantizar” la verosimilitud de la experiencia artística en el momento del consumo.
Frida no fue ajena a la invención biográfica y político cultural que hoy la promueve. Hija de Guillermo Kahlo, fotógrafo al que el gobierno de Porfirio Díaz le encargó registrar el patrimonio arquitectónico de la nación, aprendió con él a usar la cámara, retocar y colorear las fotos.
Acompañó a Diego Rivera en su ascenso como pintor y conferencista en los Estados Unidos, y en su fascinación por “el desarrollo industrial y mecánico” de ese país.
Cultivó contactos con mecenas y patronos, vendió sus obras a coleccionistas como Edward G. Robinson, A. Conger Goodyear, y Jacques Gelman, buscó ser aceptada por los surrealistas, mostraba con orgullo regalos que le dio Picasso, y cómo Duchamp y Breton organizaron su exposición en París (aunque acabó detestando a Breton y escribió que Duchamp era “el único entre los pintores y artistas de aquí que tiene los pies en la tierra y los sesos en su lugar”). Gran parte de sus obras son autorretratos, y uno –en 1932– lo tituló “Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos”. Para sugerir que había aparecido con la revolución mexicana, sostenía que había nacido el 7 de julio de 1910, aunque su partida de nacimiento señala el 7 de julio de 1907. Dice Carlos Monsiváis en un artículo sobre Frida: “A ningún mito lo inventan sin su consentimiento”.
Si su figura de artista está imbricada para el público con el discurso posrevolucionario, con el del feminismo y con el sentido sacrificial de una parte de las vanguardias, si ella misma elaboró su personaje para ser la intersección entre esos relatos del siglo veinte, no parece razonable prescindir de los contextos para comprender el significado cultural de su trabajo y las posibilidades de acceder a él.
Pero la narrativa biográfica y sus condiciones de producción e inserción sociocultural no acaban de responder por qué pintó así y qué podemos leer en su obra.
Hubo otras mujeres que estuvieron cerca de Diego Rivera (Lupe Marín), que fueron artistas y bellas (Nahui Ollin), que pintaron trágicamente su cuerpo y fueron amantes de artistas (María Izquierdo en relación con Rufino Tamayo), pero no hicieron la obra de Frida.
No es inútil conocer el contexto de una obra y los modos en que un artista construyó socialmente su lugar. Pero queda la pregunta de por qué fue Frida la que pintó “Mi nana y yo”, “La venadita”, o “Raíces”. Las respuestas centradas en los accidentes y las enfermedades, el narcisismo de los insistentes autorretratos, los amores y la militancia, resultan insuficientes. Es el momento en el que las explicaciones por los condicionamientos históricos y la industrialización cultural de las imágenes se detiene: para avanzar debemos confrontarnos con el trabajo enigmático que por ahora seguimos llamando arte.
Por eso, los trabajos plásticos en que Diego Rivera, Nahum Zenil, Maris Bustamante y Adolfo Patiño averiguaron qué significaba Frida para ellos son, junto con la biografía de Hayden Herrera, caminos no más verdaderos pero sí más significativos que las joyas o las zapatillas de la Frida Kahlo Corporation para apreciar las muchas Fridas posibles.
Cuando estaba escribiendo este artículo fui al Palacio de Bellas Artes a escuchar una mesa redonda en la que dos artistas (Magali Lara y Mónica Mayer) y una historiadora del arte (Karen Cordero) propusieron, en vez de un análisis biográfico de la pintura de Frida, pensar cómo sus autorretratos habían manifestado, en la primera mitad del siglo XX, el derecho de autorrepresentación de la mujer, y de representarse de muchas maneras, vestida como tehuana, otras veces como hombre, mostrando tanto su cuerpo sufriente como su cuerpo sexual, la “vida interior” y su vida pública. Pintores y pintoras habían sentido, a partir de su obra, que habilitaba “nuevos formatos de identidad” y cobijaba a los estudiantes de artes que se atrevían con “temas de mal gusto” según las reglas escolares.
Me llamó la atención que hubiera no menos de ochenta personas escuchando la mesa redonda, preguntando y discutiendo, un martes a las 11 de la mañana.
Después fui a ver las salas (algunos llegamos a la exposición desde los libros y las mesas redondas), y encontré largas colas para entrar, que se prolongaban fuera del Palacio. Había hombres y mujeres, estudiantes, jóvenes de todas las clases, y algunos de 70 años o más en los que había que imaginar más que un interés mediático para que se mantuvieran dos horas esperando de pie para ingresar. Adentro, cuando veinte o treinta personas se aglomeraban ante un cuadro que por fin veían no reproducido, se admiraban del tamaño o de detalles inesperados, y marcaban la diferencia con lo que habían sentido o escuchado al verlo por primera vez en una revista, en el cine o en la televisión. Los medios suelen empaquetar en serie las experiencias, y también convocan a lo inesperado.


Fuente: Revista Ñ Clarín