LOS SUEÑOS DE ROBERTO AIZENBERG

Opinión / Un puente entre dos mundos

La selección de obras del exquisito artista evoca universos mágicos, místicos y misteriosos y dialoga en Colección Fortabat con trabajos de jóvenes seguidores en un contrapunto bautizado Trascendencia /Descendencia; la muestra es también una oportunidad para recordar las peripecias de su vida, su imaginario y sus obsesiones

Con vista al río, oteando otra ribera, Roberto Aizenberg vuelve. Es justicia poética con predicamento homérico y quevediano que su obra se exhiba en la sede portuaria de la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, y sume belleza sublime al contexto fashion de Puerto Madero. La consideración evoca una temprana obra maestra de Aizenberg, óleo esquivamente confesional donde un padre y su pequeño hijo, vestido de marinero, enfocan la mirada hacia otra orilla, otro confín.
Estaba destinado desde su nacimiento en Villa Federal, colonia judía donde sus padres hallaron refugio de los pogroms rusos. A poco la familia se estableció en La Paternal y desde allí Bobby pasó al Nacional Buenos Aires, seguido de un lapso en la Facultad de Arquitectura y al taller de Antonio Berni hasta el encuentro definitivo con Juan Batlle Planas. Otro exiliado venido de Torroella de Montgrí, búnker surreal en plena Cataluña.
La obra de Aizenberg metaboliza todos estos estímulos, diversificados por una curiosidad incesante, metódica, que alcanzaba otras disciplinas: neurología, biología, filosofía.
Jorge Kleiman, fallecido semanas atrás, muy afín y compinche en seriedades y chanzas, resumió el ideario creador de Aizenberg. En el principio fue el automatismo, la fluencia del inconsciente sin intervención volitiva. La mano trazaba este dictado en múltiples, pequeños apuntes. Seguía el reposo de este material examinado más tarde, que excluía todo azar. Seleccionaba, realizaba bocetos que también analizaba. El laboreo posterior observaba todos los rigores renacentistas: veladuras innúmeras, raspados y secativos, sumando capas tras capas de pintura hasta lograr esos cromatismos y degradés infinitos, insuperables. Y todo sin perder la frescura, la respiración del lienzo, esos entramados virtuosos hechos a pedido en Bélgica, o la pulpa de dibujos y grabados. Tales rigores determinaban que anualmente concluyera media docena de obras.


 
Arlequín (1979). 
Su maestría fue temprana y sostenida por la introspección y la contemplación, esa receptividad vibrátil y parsimoniosa, zen. Santiago Kovadloff habla de una disposición mística cuajada en estética que contiene el decurso de su peripecia humana y los arcanos infinitos. Y se acuerda al considerar las arquitecturas simbólicas, metafóricas y mayestáticas de pinturas y esculturas. Incendio del Colegio Jasídico de Minsk de 17... es paradigmático.
Sin pathos las alfajías perfectas arden por fuego que no es de este mundo, como las torres enhiestas sobre cielos impertérritos. Se trata de panteísmo, la enunciación de la unidad viviente más allá de los episodios históricos, gozosos o dolorosos, al fin humanos en su precaria condición, pero no contingentes a un diseño que Aizenberg escrutó desde la poética plástica.
Esta entrega y testimonio demanda disposición acorde del espectador copartícipe. Acercarse a la obra de Aizenberg recordando que, como dijo san Juan de la Cruz, "te buscaré en el silencio y, en lo secreto, hablaré a tu corazón".
***
A fuerza de hermetismo y probidad ejemplar de imaginería y oficio se nos hace cuento que Roberto Aizenberg fue vulnerable, jaqueado por desdichas y padeceres desgarradores. Más lancinantes y próximos que el incendio de la sinagoga de Minsk, tan desolados como ese padre y su hijo oteando un mar, horizonte, tierra o estrella prometida... esa pérdida del reino que estaba para él.

Humeante (1967).
Era riguroso y prodigaba rigores. Accedió a ser entrevistado por una periodista novel y estableció que la cita sería a las 21 -puntualmente, señaló- en su departamento que hacía proa, desde la avenida Caseros, sobre el Parque Lezama. Despuntaban los años de hierro y había pavor por la responsabilidad periodística ante el artista, y por las circunstancias, lugar y hora del encuentro. Perfectamente cortés -como deben ser los surrealistas-, abrió la puerta y aquilató sin dar a conocer su decepción ante la magra entidad de la azorada entrevistadora.
El taller tenía la asepsia meticulosa de un quirófano. Y la periodista supo que se jugaba a todo o nada. En la mesa de trabajo, como tubos de un órgano virtuoso, se alineaban lápices de puntas bien temperadas. La desdichada arguyó: "Allí tiene los HB, grafitos duros y puros, secos, inconcesivos y los otros son grafitos B de menor a mayor pastosidad". "¿Cómo lo sabe?", dijo él. "Por el olor de la mina", dijo ella. Y a partir de ese momento todo fluyó. Desde el fondo del departamento un llanto pequeño, acotó la charla. "No es grave, dijo, sólo la molestia de la primera vacuna del nieto de Matilde."
Como si valiera la pena, escandió para la ignota periodista, con notable claridad, los fundamentos surreales de su creación, los pormenores obsesivos, renacentistas, de su factura plástica, los entramados que examinaba con psicólogos o biólogos de la talla de Samuel Goldstein, como otrora la hiciera con Juan Batlle Planas.
Otros rigores cayeron sobre Bobby -nombre de mascota, chanceaba-. Y el exilio hizo su marca indeleble. Volvía a Buenos Aires, tanteando la posibilidad del regreso tras el desastre que arrasó a los tres hijos de Matilde Herrera, sus parejas y nietos. Fue por mediación de otro artista exiliado que la azorada periodista estableció el vínculo para dar a conocer la creación de Roberto Aizenberg en el medio porteño. En el departamento alquilado, casi clandestino, con fotos improvisadas -para no comprometer a colegas expertos en cámara-, Aizenberg daba razón de la obra consumada. Se debe a Ernesto Schoo, editor en la cornisa, la posibilidad de publicar la nota.
Pasaron los años, también para la periodista. El reencuentro se produjo a primera hora de la tarde, en un departamento de calle Juncal, compartido por Matilde, Bobby y Ludmila. "Me la regaló Aurora Bernárdez. ¿Sabés que es parienta de la gatita de Julio Cortázar?", precisó Bobby. Matilde llegaba de la peluquería y saludó brevemente mientras ceñía un pañuelo blanco a su cabeza. Por eso sé que era un jueves. Bobby desvió la mirada hacia un tapiz de Carlos Luis Pajita García Bes, otro amigo en común. Los encuentros se sucedieron, pautados por rigores, precisiones y recatados dolores. Y como antes fue velada Matilde, en la cama, la gatita anidó sobre el pecho y maltrecho corazón de Bobby.

Encuentro generacional:

La lección del maestro
Trascendencia / Descendencia , muestra que inaugura la temporada 2013 de exposiciones temporarias en Colección Fortabat, reúne 65 obras de Roberto Aizenberg (Entre Ríos, 1928-Buenos Aires, 1996) junto con trabajos de artistas contemporáneos como Pablo Lapadula, Amadeo Azar, Cristina Schiavi, Max Gómez Canle y Daniel Joglar. "La exposición no pretende añadir hipótesis acerca de lo que la obra de Aizenberg fue, sino jugar en torno de lo que puede ser", aclara su curadora, Valeria González, quien valora el clima "onírico, pesadillesco, cabalístico, metafísico y poético" de la producción de este gran artista, discípulo de Juan Batlle Planas, que alcanzó cotizaciones por arriba de los 100.000 dólares en subastas internacionales.

Ficha.
Roberto Aizenberg. Trascendencia/Descendencia en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat (Olga Cossettini 141), hasta el 23 de junio. Entrada: $ 35. Visitas guiadas: martes a domingos a las 17

ABRAZO AL MONUMENTO A COLÓN
PARA EVITAR QUE LO TRASLADEN

El Gobierno nacional quiere llevarlo a Mar del Plata. Pero la comunidad italiana y ONG se oponen. Ayer protestaron detrás de la Casa Rosada, donde está la estatua. Y ya presentaron dos amparos.



Italo-argentinos enojados. Unos 200 manifestantes de la colectividad peninsular protestaron con canciones, carteles y banderas italianas junto al monumento a Colón. / FERNANDO DE LA ORDEN

Por Pablo Novillo

Una bandera italiana colgada en la reja de la plaza, una banda que tocaba O Sole Mio , los himnos de Argentina y de Italia y otras canciones típicas del país europeo, carteles y bombas de estruendo que lanzaban banderitas de papel. Unos 200 integrantes de organizaciones de la colectividad italiana se manifestaron ayer en la plaza Colón, detrás de la fachada Este de la Casa Rosada, en contra del proyecto del Gobierno nacional de mudar el monumento del descubridor de América a Mar del Plata.
El acto, convocado desde la semana pasada, se llamó “La ‘forza’ del abrazo”. La gente se fue juntando desde las 16.30, y una hora después ya habían cortado casi toda la calzada de la Avenida de la Rábida en la mano que va al Sur, ante la sorprendida mirada de los camioneros y los pasajeros de los colectivos que circulaban por la zona.
Con un cartel que decía “Colón no se mueve”, Augusto Vettore, de la Associazione Padovani nel Mondo, resumió el sentimiento de la colectividad italiana en nuestro país: “Venimos a defender un monumento y un lugar que son nuestros. Mi padre vino de Italia en el 53 y, al igual que otros inmigrantes, nos regalaron este monumento. No se entiende esta medida inconsulta y arbitraria del Gobierno de llevarlo a Mar del Plata”.
Tal como adelantó Clarín el 21 de marzo, la administración de Cristina Kirchner decidió sacar el Monumento de Colón de la plaza que está detrás de la Rosada, para trasladarlo a la “Ciudad Feliz”, donde reemplazaría a otra estatua de Colón que se encuentra en la plaza frente al Hotel Provincial. A propósito, un concejal radical marplatense, Maximiliano Abad, presentó ayer un pedido de informes para que la Municipalidad informe si inició gestiones para la mudanza de la estatua.
En reemplazo del monumento, la Nación quiere poner en la plaza una estatua de Juana Azurduy, la guerrera de la Independencia nacida en Sucre, que se financiaría con un millón de dólares donados por el Gobierno de Bolivia.
Esta decisión fue confirmada por el secretario Cultural de la Embajada argentina en Bolivia, Daniel Ricardo Beltramo, quien reconoció que se trató de una orden de la Presidenta. Además, la Universidad Nacional de La Plata firmó un convenio para supervisar el traslado, que estará a cargo de la empresa Alpa Vial. El monumento, que pesa 38 toneladas y mide 6 metros, hoy está rodeado de andamios de metal, y la estatua de Colón propiamente dicha está cubierta por una cortina.
El Monumento fue inaugurado en 1921. Fue un regalo de la colectividad italiana por el primer Centenario de la Revolución de Mayo.
“Vine a la Argentina a los 19 años a trabajar, no bajé del barco como turista.
El monumento es de la colectividad, ni de la Nación ni de la Ciudad, y no lo pueden sacar. Que no nos insulten”, se enojó Antonio Carapelotti, de 83 años. A su lado, Domingo Clemente, de la asociación Regione Puglia de Buenos Aires, agregó: “A la estatua de Juana Azurduy la pueden poner en cualquier otro lado y listo”.
En la manifestación de ayer también participó la asociación civil Basta de Demoler, que el 5 de abril presentó un amparo para evitar el traslado. Otra medida similar, que también espera por una resolución, fue tramitada por un estudio de abogados ítalo-argentinos la semana pasada. Además, quieren juntar 100 mil firmas. En el país hay cerca de un millón de personas con la doble nacionalidad.
En tanto, el Gobierno porteño sostiene que el monumento es patrimonio de la Ciudad, y que por lo tanto no se lo puede sacar sin una ley de la Legislatura. Los diputados porteños votaron la semana pasada una declaración pidiéndole al jefe de Gobierno Mauricio Macri que gestione ante la Nación la no mudanza y también la apertura de la plaza Colón, cerrada desde 2007, pese a que la Nación firmó un convenio en el que se comprometía a dejarla abierta siempre que no hubiera actos oficiales.

Los diarios de Italia hablaron de “desalojo” y “guerra”

La noticia trascendió en Buenos Aires, a través de una nota que publicó Clarín el 21 de marzo. Y con velocidad varios diarios italianos se hicieron eco del intento del Gobierno de mudar la estatua de Cristóbal Colón de la plaza que está detrás de la Casa Rosada.
" La Presidenta sfratta Colombo ” (La presidenta, por Cristina Kirchner, desaloja a Colón), dijo en su portada del 26 de marzo el diario Il Secolo XIX , que se publica en Génova. “ Guerra aperta per la statua di Colombo ” (Guerra abierta por la estatua de Colón) tituló el domingo pasado Il Giornale . Por su parte, Secolo d’Italia fue más que contundente: “ Argentina, la comunità italiana sul piede di guerra: la statua di Colombo non si tocca ” (Argentina, la comunidad italiana en pie de guerra: la estatua de Colón no se toca).

Fuente: clarin.com

EL TURISTA REVOLUCIONARIO


Por Laura Ramos

Tiene un aire extranjero, como de exiliado (la nórdica belleza de su rostro arrasada, o aniquilada, por un sufrimiento ominoso), parece menos hijo de un argentino que un desertor de la Legión Extranjera, un paria. Arturo Desimone nació en Aruba, una isla diminuta, un reino que fue colonia holandesa donde se habla el papiamento. En la escuela el idioma oficial es el holandés, pero en su casa dialogaba en inglés con su madre, arubeña descendiente de judíos ilustrados, polacos y rusos siberianos. Su padre, “un pianista argentino destrozado por el alcoholismo”, le transmitió un español desmañado, con un acento como de Europa del Este. En Aruba se hizo dibujante, un artista autodidacta que escribió su primer libro a los diecinueve años.
Su bisabuelo argentino donó su casa al Partido Socialista y su abuelo, saxofonista proletario y amante del jazz, dejó la Argentina en los años sesenta. Su padre, discípulo de Vincenzo Scaramuzza, el mismo maestro de Martha Argerich, se instaló en Aruba. Lo llamó Arturo por Arthur Rubinstein, a quien luego consideró un haragán que no estudiaba tanto como él. Dormitaba, bajo el sopor del whisky y el ronroneo de su aire acondicionado que los conciertos de Bruno Gelber no lograban acallar, en un cuarto contiguo al de su hijo. El padre maldecía a Rubinstein, a su matrimonio con “la judía” y, sobre todo, a la mediocridad de Aruba, su prisión. “Me humillaba todos los días”.
No era tanto el desconcierto que despertaban sus dibujos o los rumores sobre sus padres “locos de remate” lo que alejaba a sus compañeros de colegio. Era su desprecio por las jerarquías y tabúes de la isla, mucho más político que la frase “Me gustaría verte quemado vivo”, que dijo a los 13 años a un chico que lo molestaba. Etnicamente era un rara avis en las Antillas: aunque de un blanco septentrional, no respondía al tipo holandés de las minorías neo-coloniales y mucho menos al de la mayoría: morenos descendientes del indio caquetío y de otros mestizajes, al que consideraba “como una raza de dioses superiores, mientras que a mí mismo me veía como un parásito débil”.
Entre las chicas arubianas, algunas hijas de narcotraficantes, fue creciendo una especie de leyenda sobre su estirpe de perturbado. El atesoraba su ira y repetía un rezo hebraico en el que pedía la muerte de su padre. Unos años más tarde, mientras vivía en un barrio de inmigrantes holandeses, su rezo fue escuchado: su padre se suicidó con una mezcla de whisky Black Label y pastillas.
“El minotauro se había matado. Mi enemigo muerto”. Luego de meditar en una torre, festejó, junto a un amigo palestino, con una cena árabe y vino tinto. Ese diciembre la nieve bloqueó las carreteras, y sintió exaltación al día siguiente, camino al aeropuerto rumbo a Aruba, mientras escuchaba con una novia pianista la sinfonía n° 3 de Brahms que explotaba en la radio del taxi. Luego tuvo una temporada de insomnio y de anorexia, llegó a vivir en la calle, pero: “ese día en que me llamó mi madre para darme la noticia fue uno de los mejores de mi vida”.
Había querido salir de la isla desde la niñez. Los dos millones de turistas norteamericanos que llegaban cada año le hacían pensar en La Habana antes de la revolución, con los hoteles-casino y la prostitución exótica. A los 19 años viajó a Holanda, que le pareció “una sociedad anti-poética, post-romántica, racional y derechista”. Su novia holandesa lo llamaba, románticamente, “jij bent een blanke neger”, algo así como africano blanco, en alusión a su acento de negro o antillano, una especie de gitano.
Luego de la revolución de enero de 2011, en abril o fin de marzo, llegó a Túnez. Allí escribió Knowledge Liberation Fron t, una novela sobre “el turista revolucionario” y la apropiación que hizo Occidente de las revoluciones árabes del 2011 al transformarlas en íconos del turismo “safari humanitario”. El narrador de KLF retrata la revolución tunecina con el espíritu libertario de los voluntarios de las brigadas internacionales que lucharon en la guerra civil española (hay algo de aquel lirismo revolucionario en él).
Víctima de un “romanticismo venenoso”, después de haber conocido el sexo con prostitutas búlgaras en Holanda se enamoró trágicamente de las cultas mujeres polacas, y luego de las tunecinas. Su condición de nómade lo llevó una y otra vez a Polonia y a Europa del este, a Czesotochova, el pueblo de su abuelo materno, donde visitó, con 28 grados bajo cero, el cementerio judío destrozado y abandonado. Allí encontró las ruinas de la casa de sus ancestros, que ahora habitan nuevos polacos hambrientos.
Arturo Desimone, políglota, un huérfano, “o lo que los indios de acá llamaban wacho”, desde hace dos años vive en un departamento del barrio de Constitución que heredó de sus abuelos paternos. Pero no se quedará mucho tiempo. El nomadismo fue el método que encontró para resistirse al mundo anti-religioso actual, y una manera de vivir, como los poetas, no domesticado.

Fuente: clarin.com

"LA CASA" QUE BUNGE Y BORN "IMPORTARON" DE SU BÉLGICA NATAL

Así llamaban a la sede de su empresa. Una imponente obra de estilo Neogótico flamenco.
Mirando al río. Está en Lavalle, entre Alem y 25 de Mayo. / MARCELO GENLOTE
Por Eduardo Parise

En los años de esplendor se lo conoció con una denominación muy simple: lo llamaban “La Casa”. Es que en esos once pisos, construidos sobre un terreno de casi 800 metros cuadrados, estaba centralizada toda la actividad de una empresa argentina que llegó a ser una de las más poderosas del mundo. La empresa era Bunge & Born. Y el edificio, un verdadero símbolo del origen de Ernesto Bunge y Jorge Born, aquellos inmigrantes belgas que en 1884 la crearon con el proyecto de exportar productos agropecuarios.
La construcción ocupa una superficie de casi 8.400 metros cuadrados y fue pensada por el arquitecto Pablo Naeff, a quien los empresarios se la encargaron en 1923, el mismo año en que la entonces Municipalidad porteña aprobó los planos. A comienzos de 1926, la obra ya estaba terminada. Desde entonces se luce sobre lo que fue la barranca del río, en la ahora peatonal Lavalle, entre la avenida Leandro N. Alem y la calle 25 de Mayo.
El pedido que Bunge y Born le hicieron a Naeff apuntaba a que el edificio tuviera algo de Amberes, la ciudad portuaria de Bélgica desde la que habían llegado. Por eso su imagen, realizada por la constructora Piquet y Arano, muestra un estilo poco común en Buenos Aires: un Neogótico flamenco, clásico en aquel país europeo. El basamento está revestido con piedra caliza y en la fachada se destacan los arcos ojivales y los altos ventanales que le dan más verticalidad al edificio desarrollado sobre un terreno angosto.
Como no podía ser de otra manera, los elementos decorativos aluden a aquella primera actividad agropecuaria que tuvo la empresa. Así, se ven espigas de trigo, herramientas de labranza, barcos, que se completan también con simbología de guerreros y hasta leones. Y en la esquina de Alem y Lavalle hay una estatua llamada “El sembrador”, también hecha en piedra caliza.
Claro que la construcción incluye algunos detalles lujosos que tienen relación con aquella Argentina de riquezas. Por ejemplo se ven puertas metálicas con gran ornamentación, cortinas de madera que se trajeron desde Stuttgart y hasta mayólicas de origen portugués. Pero eso no es todo. Porque el hall de entrada y la sala de ascensores están revestidos con buen mármol de Carrara que lucen sus vetas en una mezcla de grises, verdes, negros, ocres y blancos. Y los mármoles de los umbrales y de las escaleras también son de ese noble material italiano. Para rematar tanto esplendor alcanza con saber que todas las oficinas de los directores y la sala del directorio, que está en el segundo piso, muestran reluciente boiserie.
Es que no se debía esperar menos para una multinacional que llegó a tener 40 empresas y que, sólo en el país, fue dueña de marcas símbolo como Molinos Río de la Plata (una de las mayores agroalimenticias del mundo), la textil Grafa, la de pinturas Alba y la de hojalatas Centenera, entre otras que también son parte de la historia.
En 2000 el edificio quedó en la órbita de la Fundación Bunge y Born, creada el 1° de agosto de 1963, cuando la empresa estaba por festejar los ochenta años de su fundación. Y desde 2003 allí están las oficinas de Bunge Argentina, subsidiaria de Bunge Limited.
La sede de aquella poderosa empresa es a las claras una muestra de los tiempos en que Buenos Aires era considerada “la París de Sudamérica”, una ciudad donde en apenas tres años se construían esas joyas arquitectónicas que, por suerte, se salvaron de un afán literalmente demoledor que suele imperar por estas tierras. Entre los que también se salvaron hay otro edificio que está a cien metros del de Bunge & Born. Se lo encuentra sobre la misma barranca, pero en la avenida Corrientes, entre Alem y 25 de Mayo. Fue proyectado en 1923 y terminado en 1925. La curiosidad es que lo hicieron para que fuera sede de otra cerealera: la empresa de Louis Dreyfus. Lo pensaron arquitectos franceses aunque se sabe que también lo realizó la constructora Piquet y Arano. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

ALFRED PACQUEMENT:
"LOS MUSEOS TENDRÍAN QUE LOGRAR SER INDEPENDIENTES DEL SISTEMA ECONÓMICO"

El director del Centro Georges Pompidou de París está en nuestro país como parte del jurado del concurso de esculturas organizado por la Universidad Nacional Tres de Febrero.

En Buenos Aires. Alfred Pacquement, en Recoleta. Su museo recibe 6 millones de visitantes por año. martin bonetto

Por Mercedes Pérez Bergliaffa

Muy serio y correcto, el francés Alfred Pacquement dirige uno de los centros de arte más importantes del mundo: el Centro Georges Pompidou de París. De visita en la Argentina por segunda vez, Pacquement está en nuestro país como parte del jurado del concurso de esculturas organizado por la Universidad Nacional Tres de Febrero (UNTREF). Dueño de una vasta trayectoria en la gestión de museos, dirigió, con anterioridad al Pompidou, la importante Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París, fue conservador del Museo Nacional de Arte Moderno –que forma parte del complejo del Pompidou– y director del maravilloso museo parisino Jeu de Paume, dedicado a los Impresionistas. En su segunda visita a Buenos Aires –la primera fue en 2009– ,Clarín dialogó con Pacquement en un entorno muy al tono: el coqueto Club Francés, en Recoleta.
-Hay quienes sostienen que los museos devinieron en espectáculos. ¿Qué opina al respecto? ¿Le pasa eso al Pompidou?
-Bueno, hay espectáculos buenos y otros no tan buenos (sonríe con intención, Pacquement). Pero hay también, cómo decirlo, una tendencia de ciertos artistas que orientan su trabajo hacia lo espectacular. Aunque debo decir que un museo como el nuestro no elige a los artistas porque sus obras sean más o menos espectaculares, sino porque las considera importantes y de calidad. Por otra parte, creo que las exposiciones que organizamos, o la presentación de las colecciones que hacemos en nuestro museo tienen la particularidad de estar extremadamente documentadas y de ser pluridisciplinarias. Entonces, si la obra que mostramos es espectacular, bueno, es así.

-En los próximas décadas, y con las nuevas tecnologías, ¿los museos se transformarán? ¿Deberán convertirse en otro tipo de organización? Hoy, además, la tendencia es abrir sedes alrededor del mundo, como el Guggenheim.
-Por un lado pienso que los museos tienen una función educativa, de investigación, de difusión del conocimiento entre el público. Y deben conservar esta misión como esencial. También pienso que cada museo va a encontrar un modo de organización propio. Por otra parte, nosotros no seguimos la dirección del Guggenheim, aun cuando hayamos abierto el Pompidou- Metz, que es un proyecto financiado por la ciudad y por la región de Metz, y no por el Estado francés ni por nosotros como Centro Pompidou. Tenemos un acuerdo por el que apoyamos en todo lo que sea posible las exposiciones que se realizan en la ciudad de Metz con obras de nuestra colección, y esto es una ventaja importante para ellos: el hecho de disponer de obras de mucho valor, que a veces costaría hacer llegar de diferentes partes del mundo.

-Observando el contexto, ¿cuál piensa que será el próximo desafío de los museos?
-No puedo predecir el futuro, pero lo que es cierto es que existe una evolución tecnológica: todo el mundo lleva hoy en día en el bolsillo un aparato con el que se comunica con el mundo entero. Para los museos, éste es un elemento muy importante como complemento del conocimiento, y también para transmitir. A la vez, hay que poder controlarlo, medir el mensaje. Hay un desafío, sí, vinculado al desarrollo tecnológico.

-¿Cuál es el problema más importante que ha tenido que resolver a lo largo de su carrera?
-Creo que el problema más importante que tengo –y que he tenido siempre, pero que en los últimos diez o quince años se fue acentuando– es que el mercado del arte ha tomado una presencia cada vez más fuerte. Tiene una importancia tan grande, que algunas galerías hacen exposiciones como si se tratara de museos, y además, hay algunos coleccionistas que tienen medios más importantes que las propias instituciones. Por eso, mi opinión es que los museos tendrían que lograr ser y permanecer independientes de lo que tiene que ver con el sistema económico y artístico. Sus acciones deberían estar guiadas por la voluntad de proponer por sí mismos, y no por lo que establece el mercado.

Fuente: Revista Ñ Clarín

CLORINDO, PINTOR

Arte / Homenaje al maestro
Días después de su muerte, a los 89 años, adncultura evoca el legado artístico de un hombre que evitó todos los encasillamientos. Con una obra que atravesó diversas corrientes, desde la abstracción pura hasta el informalismo y el arte conceptual, Clorindo Testa dejó una huella marcada por un único compromiso: la fidelidad a sí mismo.

En un bar de Roma, Clorindo dibujaba sobre servilletas de papel. "Qué lindos dibujos... ¿No querés exponer en la galería?", le preguntó su amigo Frans, sentado junto a él. Así nació la idea de su primera muestra, que se realizaría el año siguiente en la galería Van Riel.
Mediaba el siglo XX y Clorindo Testa estaba a punto de iniciar dos carreras paralelas, como artista y arquitecto, con las que cosecharía decenas de premios y miles de admiradores de sus obras monumentales, como la Biblioteca Nacional y el Banco de Londres.
Su primer cuadro, pintado en una pensión de Sevilla mientras vivía becado en Europa, marcó el comienzo de un camino que no se detendría hasta su muerte, días atrás, a los 89 años. Un camino que recorrió con espíritu alegre, como un chico siempre dispuesto a jugar. A tal punto que su última muestra individual en la galería Del Infinito, en 2006, estaba inspirada en los números aprendidos en el jardín de infantes.
Fiel a su curiosidad inagotable e incómodo con los encasillamientos, para entonces ya había nadado con todas las corrientes. Aquellos elementos ligados a la arquitectura -como estructuras de puentes, máquinas excavadoras y andenes ferroviarios-, reconocibles en las pinturas que exhibió en Van Riel en 1952, se fueron disolviendo hasta llegar a la abstracción pura, en blanco y negro, en 1956.

Círculo negro (1963), en la colección de Malba.

Al año siguiente participó de la muestra 7 pintores abstractos en la galería Pizarro -con Kazuya Sakai, Martha Peluffo y Rómulo Macció, entre otros- y luego se unió al grupo Boa. Con esas obras llegaron los premios, en la Bienal de Punta del Este (1957) y en la Exposición Universal de Bruselas (1959).
La década siguiente lo encontró con un estilo más informalista, con el que ganó en 1961 el Premio Nacional Instituto Torcuato Di Tella. Las dos obras suyas que hoy integran la colección de Malba, Círculo negro e Inscripciones sobre blanco, fueron realizadas en 1963.
Clorindo, sin embargo, esquivaba las categorías. Grande fue la sorpresa del jurado del Premio Palanza -el más prestigioso de la época- en 1965, cuando presentó cinco telas pintadas con colores brillantes y plegadas con broches, acanaladas como persianas. "Nunca volvió a ser invitado a ese concurso, había dejado de ser un artista previsible", escribió Jorge López Anaya para LA NACION, cuando el Museo Nacional de Bellas Artes le dedicó al artista una retrospectiva en 2004.
En esa misma institución, donde participó en 1960 de las muestras del Grupo de los Cinco -junto con José Antonio Fernández Muro, Sarah Grilo, Kazuya Sakai y Miguel Ocampo- y 150 años de arte argentino, Testa presentó en 1968 una obra que iniciaba su acercamiento al arte conceptual. Apuntalamiento para un Museo de Bellas Artes era un andamiaje de hierro que aludía a la precaria situación de las instituciones culturales, en el marco de la muestra de tono optimista Materiales. Nuevas técnicas, nuevas expresiones. En 1994 exhibió Un nuevo apuntalamiento para el mismo Museo de Bellas Artes; en este caso la estructura, de madera, era aún más precaria.
Esa aproximación al arte conceptual se profundizó en la década del 70 con su participación en la muestra Arte de sistemas en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y su ingreso al Grupo CAyC (inicialmente llamado Grupo de los Trece, por su cantidad de miembros). Una de sus obras más recordadas de esta época es Mediciones de un grito (1972), en la que simulaba calibrar los decibeles de la expresión más instintiva del ser humano.

La peste urbana


Ciudad no muy extensa, premiada por el Banco Central.
También entonces surgieron las series que aludían a los efectos de la degradación de la calidad de la vida urbana, tema que lo obsesionaba. Con La peste en la ciudad, una instalación de bocetos ubicados sobre el suelo que aludía al protagonismo de las ratas en el contagio de enfermedades, participó del envío del Grupo CAyC a la Bienal de San Pablo, que obtuvo el Gran Premio Itamaraty.
En los años siguientes retomó el tema con obras como La peste en Ceppaloni -su ciudad natal-, Tendederos de la peste y La fiebre amarilla en Buenos Aires, 1871. Esta última instalación fue presentada por Ruth Benzacar en la primera edición de arteBA que tuvo lugar en 1991 en el Centro Cultural Recoleta, un antiguo asilo de ancianos rediseñado por el propio Testa con Jacques Bedel y Luis Benedit.
"Nadie entendía nada", recuerda Orly Benzacar en referencia al desconcierto del público ante aquellas camillas de madera rústica sobre las que descansaban rollos de papel pintado, simulando cadáveres envueltos en sábanas.
Tan adelantado a su época como convencido de que el arte no evoluciona, Clorindo también sorprendió a Martín Churba cuando se presentó en su taller de Tramando con tiras de papel pintadas con marcadores de colores de trazo grueso, como los que usaba en su infancia en una escuela Montessori y que aún elegía para realizar sus proyectos. El diseñador lo había convocado para crear juntos una colección y Testa, a sus 85 años, respondió entusiasmado con una propuesta que superó los planes originales.
"Las cosas que no estaban previstas son las más interesantes", comentó entonces Clorindo en una entrevista con adncultura, meses después de haber ganado el Premio Nacional de Pintura Banco Central y de haber sido homenajeado en arteBA como lo que era: un gran maestro.
El año pasado, además de recibir una mención especial del jurado de los Premios Konex por su trayectoria en las artes visuales, fue convocado para realizar la instalación y el diseño del flamante pabellón argentino en la Bienal de Arquitectura de Venecia, así como también del nuevo auditorio de arteBA. El resultado, como podrá comprobarse dentro de unas semanas en La Rural, demuestra hasta qué punto sigue vivo su espíritu alegre, inteligente y generoso.

Fuente: ADN Cultura La Nación

LAS LLUVIAS DE MARZO
DAÑARON OBRAS DEL MUSEO DEL PRADO

Goteras sobre el almacén del Museo del Prado


Las lluvias de marzo en Madrid, trajeron, además de agua, un gran susto al Museo del Prado y como consecuencia de esto un gran disgusto a su director, Miguel Zugaza, a su equipo de restauradores y técnicos y al propio Patronato de la pinacoteca.
Una filtración de agua en los almacenes dañó el 11 de marzo una decena de dibujos y pasteles españoles del siglo XVIII y, sobre todo, un óleo de importancia.

Goteras sobre el almacén del Museo del Prado


Fuente:
coonic