Relaciones peligrosas. El vínculo entre el arte y las grandes firmas de moda, bajo la lupa tras la apertura del espacio de la Fundación Louis Vuitton en París.
Noche deluxe. Todo el brillo y el glamour del edificio de Frank Gerhy en el Bois de Boulogne.
Por Patricia Kolesnicov. Desde Paris
No importa tanto lo que se expone en el impactante edificio
donde la Fundación Louis Vuitton inauguró su museo a fin de octubre
pasado. No es ésa la cuestión, ni parece que importe su colección; salvo
para decir que quien la armó es alguien de prestigio, Suzanne Pagé, ex
directora del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de París. Se citan,
cómo no, algunos de los grandes nombres que integran la colección:
Christian Boltanski, Gerhard Richter, Thomas Schütte (con una enorme
figura humana, que permite apreciar qué inmenso es ese espacio). También
hay en la terraza una escultura comisionada al argentino Adrián Villar
Rojas: se llama “Donde viven los esclavos” y es una escultura armada
con capas de materiales orgánicos e inorgánicos: pedazos de zapatillas,
plantas que crecerán o morirán, trozos de manzana y zapallo, tierra,
piedras. Está en una terraza semicubierta y el día en que Ñ la ve, llueve. La obra se moja un poco y uno, también.
Desde el mes pasado se exhibe en Vuitton Las claves de una pasión
, una antología del arte del siglo XX con grandes obras de artistas
como Picasso, Bacon, Mondrian, Léger, Kandinsky, Picabia, Brancusi y
Malévitch. ‘El grito’ de Munch, ‘La danza’ de Matisse, ‘Los nenúfares’
de Monet y ‘El hombre que camina’ de Giacometti son las estrellas de la
muestra. Pero hasta esos nombres tienen relativa importancia. No se va
allí, no se llega hasta el Bois de Boulogne para ver otra cosa que el
edificio –dijimos, impactante– que el arquitecto Frank Gehry –léase
prestigio, léase Museo Guggenheim de Bilbao– diseñó por el deseo y con
unos 100 millones de euros de Bernard Arnault, presidente del grupo
Louis Vouitton Moett Henessy (LVMH). Hablamos de empresas que facturaron
33.450 millones de dólares en 2013 (ese año, el PBI de Bolivia fue de
28.704). Estamos hablando de lujo, de lo público y lo privado, de cuál
es el lugar del arte y las finanzas en el mundo.
A partir de este
museo, un grupo de intelectuales – entre quienes hay autores como los
filósofos Jean-Luc Nancy y Giorgio Agamben y el historiador del arte
Georges Didi-Huberman– dieron a conocer una declaración en la que
critican “el papel cada vez mayor que juegan en el arte contemporáneo
los grandes grupos financieros ligados a la industria del lujo”. Dicen
que el empobrecimiento de los Estados –crisis mediante– ha dejado al
mundo del arte en situación de “mendigarles a los ricos”. Los mecenas,
afirman, no son tales: desgravan ganancias, desvían fondos públicos para
eventos que promocionan a “los artistas por los que han decidido
apostar”, compran salas de subastas y tienen todos los eslabones del
mercado del arte.
El cuento Vuitton cuenta que la idea de llamar a
Gehry la tuvo Jean Paul Claverie, un antiguo asesor de Arnault. No
podía ser en otro lugar que París, dice Claverie que decía su patrón. No
estaba mal el Bois de Boulogne, un parque hermoso que dobla en tamaño
al Central Park. Y qué tal el borde del Jardín D’Acclimatation, ese
jardín que hizo construir Napoleón III para que las plantas tropicales
se adaptaran al clima local. Después de las plantas vinieron los
animales: ahí vivió la primera jirafa de Francia. Y también los humanos:
en ese lugar se exhibió a indígenas americanos de distintos pueblos: la
última exposición de humanos fue ayer nomás, en 1931. Desde los años
50, la concesión pertenece al grupo LVMH.
Gehry era perfecto,
cuenta el cuento. Un innovador, ya se había visto en Bilbao. Y, además,
llegó y mentó a Marcel Proust: les habló de “recapturar el pasado”.
Entre Gerhy y Arnault, dice Claverie, hubo un flechazo (él dice:
“profunda afinidad”). Los primeros bocetos, cuentan, el arquitecto los
hizo a mano, en un vuelo entre París y Los Angeles. Once horas que
llenaron un cuaderno. La idea les gustó menos a algunas asociaciones que
defendían el Bois de Boulogne. Lo que pasó suena a historia conocida
para oídos argentinos: interpusieron un recurso, un juez ordenó detener
las obras, la Ciudad apeló y el Congreso Nacional lo solucionó por
arriba: dictaron una ley que declaraba el futuro edificio “de interés
nacional” y “una obra de arte mayor para el mundo entero”. Volvieron los
andamios. Pero con una condición: en 50 años el edificio será propiedad
de París.
¿Qué creó, entonces, Gehry? Difícil definirlo. Un cubo
–un núcleo al que llaman “iceberg”– rodeado con capas de vidrio (un
homenaje al siglo XIX) , algo que podría ser una carabela o quién sabe,
un edificio con una enorme caída de agua que suena cuando se va
llegando, columnas como de antiguas cisternas, mucho homenaje, muy siglo
XXI. Nadie deja de apuntar que se trata de mostrar ligereza y, en fin,
transparencia. Ni que se usaron para la construcción herramientas
tecnológicas de la industria aeroespacial. Que hubo que crear un horno
especial para que cada panel de vidrio tuviera su curvatura. Que el
iceberg también está cubierto con 19.000 hojas de una fibra de hormigón
de alto rendimiento. Algo casi de otro mundo para volver la cabeza al
mundo que fue. Una máquina del tiempo que guiña al pasado y al futuro
pero ¿no está estacionadísima en el presente de los negocios?
Hasta mediados de marzo, lo más importante que se exhibió en ese
edificio fue una muestra… sobre el diseño y la construcción del
edificio. Afuera, en una pared, con letra manuscrita, Gehry declara:
“Sueño con diseñar para París una magnífica nave que simbolice la
profunda vocación cultural de Francia”.
Más allá de declaraciones,
los intelectuales señalan que hoy los artistas decoran boutiques y “la
tienda de bolsos de mano está separada de la galería por un delgado
muro, las obras se mezclan con los accesorios que a su vez son
presentados en pedestales y acompañados de una cédula”. Las boutiques de
lujo, dicen, “se pretenden como prototipo de un mundo en el que la
mercancía sería arte porque el arte es mercancía. Todo sería arte porque
todo es mercancía”. El arte al servicio de las finanzas ojo con
levantar el dedo, porque se puede quedar afuera: “Los que se presentan
ante nosotros como nobles mecenas son en realidad especuladores. ¿Quién
no lo sabe? Pero ¿quién lo dice?” El capital puede ser todo lo inmoral
que siempre fue pero ¿eso afecta al arte? Estos artistas e intelectuales
dice que sí, que una nueva cultura empresarial se mueve en “el evento” y
que el arte lo favorece. “Para una sociedad que se sueña rápida,
adaptada a los flujos, el arte se ajusta al perfil de objeto del deseo y
ofrece así a los nuevos consorcios financieros una vitrina ideal”.
Louis Vuitton abre un museo en París, el argentino Jorge Pérez contrata
artistas para valorizar simbólica y económicamente sus edificios de
Miami y termina teniendo a su nombre el Museo de Arte de la ciudad, lo
que vuelve a valorizar sus edificios.
Cae la tarde en el Bois de
Boulogne, la lluvia persiste. Ahí en la puerta para un minibus especial
que te lleva de la Fundación Vuitton al Arco de Triunfo.
Prada mejora su imagen en Milán
El grupo de lujo italiano Prada inauguró el sábado en Milán un
nuevo espacio para su Fundación, concebido por el arquitecto holandés
Rem Koolhaas y que busca convertirse en un “polo de análisis de la
cultura contemporánea”.
Situado en el edificio centenario de una
antigua destilería de 19.000 metros cuadrados –de los cuales 11.000 se
destinarán a las futuras exposiciones–, el espacio, dedicado a proyectos
de arte contemporáneo, arquitectura, cine y filosofía, abrirá sus
puertas al público hoy, 9 de mayo.
Nadie duda de que en este gran
proyecto hay un fuerte interés comercial, además de pasión por el arte.
Las grandes firmas de moda, diseño y lujo saben que la asociación con
el mundo del arte les ayuda mucho a mejorar su imagen y a aumentar el
prestigio de su marca. El polémico museo de la fundación Vuitton tuvo
un costo de unos 130 millones de euros y, si bien el presupuesto de
Prada es secreto, se calcula que sólo construir la parte nueva del
edificio costó unos 50 millones de euro y que la cifra invertida en años
es mucho más alta. En 2011, la Fundación abrió otro espacio de
exposiciones situado en un palacio del siglo XVIII en Venecia, que
seguirá activo. Los visitantes podrán ver durante el verano las
exposiciones dedicadas al arte clásico Serial Classic en Milán y Portable Classic en Venecia.
La
Fondazione Prada fue creada en 1993 en Milán por la presidenta del
grupo Prada, Miuccia Prada y su marido, el administrador delegado,
Patrizio Bertelli. “El arte es una herramienta eficaz de conocimiento
que nos sirve para expresar nuestras ideas –sostiene Miuccia Prada–,
pero usaremos también otras. La fundación ha extendido las posibilidades
al cine, a los debates y a cualquier otro campo. La cultura es
necesaria para el crecimiento. Te ayuda a vivir, a comprender el mundo”.
“Ni inocencia ni altruismo”
Las siguientes son algunas líneas de la extensa declaración que
elaboró un grupo de conocidos artistas e intelectuales a raíz de la
apertura del museo de la Fundación Vuitton: “El papel cada vez mayor que
juegan en el arte contemporáneo los grandes grupos financieros ligados
a la industria del lujo suscita menos debate que el jugado por las
tiranías petroleras. En contraste con la inclinación tradicional del
mundo del arte hacia las posturas ‘radicales’ y los discursos
contestatarios, artistas, intelectuales y críticos de arte parecieran
hoy paralizados por el miedo a una fuga de capitales; como si expresar
el mínimo disentimiento los pudiera exponer a represalias que afectarían
sus bolsillos. En este medio, en general vocinglero –y que ha sabido a
veces ser contestatario– reina la omertà en cuanto de financiación se
trata. Al manifestar sospechas sobre el altruismo de tal o cual patrón
(en el sentido de ‘mecenas’), la respuesta general suele ser que no hay
auto-engaño, pero tampoco alternativa (...) De este modo, el
desentendimiento del Estado, empobrecido por una crisis en la que los
mismos grandes grupos financieros han jugado un rol importante, habría
condenado al mundo del arte y la cultura a mendigarle a los ricos.
(...) Durante las manifestaciones artísticas ‘patrocinadas’ de esta
forma, se insiste siempre en la separación impermeable entre la
actividad comercial del sponsor y la actividad cultural de la fundación
que lleva su nombre. De hecho, hubo un tiempo en el que los grandes
mecenas apoyaban a las artes sin tener protagonismo. Se contentaban con
una mención en tipografía de cuerpo 8 al calce de una segunda de forros,
con una placa dorada en la esquina de un edificio, con unas palabras de
agradecimiento como preámbulo. Pero nuestra época es una de anuncios
estrepitosos, de fiestas faraónicas y publicidad gigante. Ya no se le da
carta blanca a un artista para quedar en la sombra: se le comisiona la
decoración de una boutique en los Champs-Élysées o la puesta en escena
de la inauguración de una sucursal en Tokio. (...) A partir de ahora,
las boutiques de lujo, se pretenden como prototipo de un mundo en el que
la mercancía sería arte porque el arte es mercancía. En este mundo todo
sería arte porque todo es mercancía. Montándoles pasarelas de oro, los
nuevos dueños del mercado del arte han sabido corromper a los expertos y
curadores más reputados, contribuyendo así al empobrecimiento
intelectual de nuestras instituciones públicas. Esto no les proporciona
de ninguna manera los medios para favorecer una idea del arte como tal,
puesto que el patrón interviene sin cesar en las transacciones en las
que tienen gran interés. Tampoco hay impermeabilidad entre los negocios y
las cosas del arte, no hay, de hecho, inocencia ni altruismo en las
ayudas que dichas personas dispensan”.
Fuente: Revista Ñ Clarín