Nosotros afuera, la mítica obra efímera que Federico Peralta Ramos presentó en el Di Tella en 1965, “renace”, ahora perdurable, en Nueva York y en Buenos Aires.
Federico Peralta Ramos. “We, The Outsiders”, 2014. Vista de la exhibition en e-flux, Nueva York. Cortesía de la familia Peralta Ramos, © e-flux. |
La anécdota es bien conocida, casi una leyenda urbana de la
mítica Buenos Aires de los años 60. El artista payaso, el chamán
conceptual, el dandy festivo y atormentado que hasta ese momento venía
coqueteando con el arte informal presenta para el Premio Di Tella de
1965 un enorme huevo de mampostería y yeso. La obra, “Nosotros afuera”,
es construida en la misma sala por una cuadrilla de albañiles que
terminan sobre la hora. Como toda documentación, existe un par de
fotografías que muestran al artista de riguroso traje parado junto al
huevo descomunal. Las fotos permiten adivinar la humedad en los últimos
trazos del fratacho. El premio va para Peralta Ramos, pero según los
comentarios de quienes vivieron para contarlo, en medio de la premiación
el huevo comienza a temblar y cede sobre sí mismo: implosiona. Otra
foto de color lavado, posiblemente de una cámara portátil, muestra al
artista destruyendo su propia criatura a mazazos. Se dice que después de
esto no volvió a hacer piezas formales. No como lo hacía antes.
“El
huevo puso fin a su ansiedad por convertirse en un artista conceptual,
de ser parte de un movimiento; una figura capaz de comentar o contribuir
a ciertas tradiciones”, opina Chus Martínez, curadora española de
proyección internacional, que acaba de inaugurar We, the outsiders
, en el espacio e-flux de Nueva York. La muestra funciona alrededor de
la reconstrucción de esa pieza histórica que sirve como eje de otras
obras actuales del cineasta alemán Lutz Mommartz; el artista argentino
Eduardo Navarro y la pintora polaca Agnieszka Brzezanska.
Si el
huevo plantaba una correspondencia entre la racionalidad –el afuera– y
el sin sentido –el adentro–, “el sentido se suspende cuando el huevo
comienza a partirse y reduce toda posibilidad narrativa a escombros”,
dice Martínez. Para ella “el huevo es el fin del pensamiento crítico y
es al mismo tiempo una invención”, en el sentido de que clausura lo
establecido para proponer sus propias condiciones, leyes y lenguaje.
A
partir de este suceso se consolidaría el performer, por usar un término
ubicuo que no termina de caberle del todo a este artista
extraordinario, mezcla de filósofo callejero y profeta sui-generis, que
usó el dinero de la beca Guggenheim para dar un banquete en el hotel
Alvear, que recitó poesías en Karim y dio cátedra en el Florida Garden;
que se le adelantó 40 años a Marina Abramovic con eso de presentarse en
la sala solito y su alma. El anecdotario es interminable y las obras, a
esa altura, sirven como souvenirs de lo que fue una revolución andante.
“Nosotros afuera”, es la anti-obra por excelencia. La criatura que
engendraba aquel huevo nunca hubiera podido llegar a ser nada. Estaba
condenada a la fugacidad del instante.
Desde esa perspectiva, el
huevo de Martínez, incluso con materiales nobles y tecnología de punta,
tiembla como el original y amenaza con caerse a pedazos. Su texto lo
justifica, lo pone en contexto. La curadora apela a la selva tropical,
como símbolo de una anarquía vital que resignifica cualquier categoría
crítica. Todo muy lindo, pero lo dice y lo hace desde un prístino cubo
blanco neoyorkino, donde resulta impensable una mancha de moho, un grito
de guerra.
Una cuestión similar provocó el homenaje impulsado por
un grupo de amigos del artista y llevado adelante por el secretario de
Desarrollo Económico porteño, Miguel Chain. El mismo huevo, esta vez de
concreto, será emplazado en la plazoleta Ginastera, entre la Plaza San
Martín y el ingreso al edificio Kavanagh. Como sucede con toda obra que
vaya a ser ubicada en la vía pública de manera definitiva, el proyecto
debió pasar por la Legislatura. Su redacción –proyecto presentado por la
diputada Lía Rueda– presentaba la contradicción que esta obra acarrea.
Según el texto se trataría de una “escultura” adaptación de la que se
había presentado en el Di Tella. Cabe la pregunta: ¿Una escultura? ¿De
quién? ¿De su grupo de amigos? ¿del ministro Chain? ¿de la diputada
Rueda? ¿Un monumento a vaya a saber qué en nombre del artista sin obra?
Después
de largas discusiones en reunión de asesores el caso se resolvió con un
juego de palabras que a Federico Manuel le hubiera causado gracia:
“Monumento en homenaje a la obra realizada por el artista…”. Y bla bla
bla. Vale decir que los trabajos ya empezaron y el huevo será inaugurado
antes de fin de año.
En paralelo a esta inauguración, el
empresario Deni di Baiggio, otro de los dandis porteños que hizo migas
con el artista, planea acompañar la celebración con una muestra en el
subsuelo de Pizza Filo, bodegón súper-glam y un poco decadentón ubicado
en la manzana loca, hábitat natural de Peralta Ramos. Mientras le sigue
la pista a fotos caseras, esquelas, dibujos y piezas menores esparcidas
por su círculo íntimo, la curadora, Mariana Rodríguez Iglesias, se
concentra sobre todo en la memorabilia. “La mejor expo de Federico hoy
–dice la treintañera– serían sus relatos, las historias que otros pueden
contar de él. Su obra es inmaterial y su soporte, la oralidad y el
recuerdo”.
Su postura parece coherente con la manera de circular
que tenía Peralta Ramos. Hasta entonces, los que pasen por el espacio
e-flux, en Nueva York, podrán darle vueltas y experimentar con el cuerpo
ese otro huevo de factura impecable. Y los que no, no dejaremos de
preguntarnos cuán legítimo es rehacer una pieza destruida ex profeso
para sostener las mismas ideas que llevaron al artista a darle fin
haciendo uso de todas sus fuerzas.
Eduardo Navarro. Obra del artista argentino que es parte de la muestra en e-flux. |
Fuente: Revista Ñ Clarín