Pinta tu aldea y pintarás el mundo, apunta Tolstoi. Y en cada pueblo de la Argentina hay por lo menos un artista
que traduce en colores, sensaciones e ideas la esencia de su lugar
para transmitirla más allá. Algunos encontraron la vuelta para no dejar
el terruño y consolidar su trayectoria. Otros son profetas en su casa, y
con eso basta. Para todos su rincón natural es raíz e inspiración. Ir o
no ir a Buenos Aires puede ser la cuestión, y hay muchas maneras de
resolverla. Estas catorce historias mínimas de creadores enamorados de
su escena son unas pocas, poquísimas, del enorme acervo que tiene
nuestro país, entre tantas bendiciones de la naturaleza.
Marcos Acosta
tiene 34 años, es pintor y padre de dos hijos. Tiene su taller en
Córdoba y ahí se quiere quedar. Sus pinturas hablan de la relación entre
naturaleza y ciudad, algo fácil de visualizar en una urbe que en apenas
kilómetros se convierte en sierras. Durante diez años viajaba,
recorriendo galerías. Pero hoy las redes sociales lo conectan con el
mundo. "Hace poco vendí a un coleccionista alemán que vive en Singapur
una obra que expuse en La Rioja", cuenta. Y encontró un método de
subsistencia: el financiamiento colectivo. Tiene una red de compradores
de los alrededores que aporta una pequeña suma mensual para hacerse de
un cuadro elegido. "He tenido oportunidades de irme, pero en mi lugar
hay mucho por hacer", comenta Marcos, que contribuye a la plástica local
rescatando viejos valores y formando nuevos en sus clases.
José Luis Tuñón
vive su arte como quien arroja botellas al mar... literalmente. En
Comodoro Rivadavia, ejerce su profesión de psicoanalista y tiene una
curiosa y poética costumbre: modela figuras humanas y las abandona en la
orilla. En la otra punta del mapa, Mariano Cornejo se despide por
teléfono minutos antes de perderse por un buen tiempo en los Valles
Calchaquíes. Su finca del siglo XVIII, en Molinos, no tiene teléfono,
señal de celular ni energía eléctrica. Trabaja de sol a sol en sus
esculturas de madera. O emprende largas excursiones para investigar
petroglifos incaicos a 4000 metros de altura. Los hijos, desde Buenos
Aires, lo obligan a alternar temporadas en el valle y en una quinta en
las afueras de la Capital. "Cuando estoy en la ciudad no veo a nadie.
Soy un cangrejo canceriano", se define.
Guadalupe Miles es
porteña para los norteños y norteña para los porteños. Nació en Capital,
se crió en Salta, volvió a formarse en Buenos Aires y su obra se
desarrolla en el Noroeste. Retrata como nadie a los pobladores de la
comunidad wichi en el chaco salteño, donde tiene su propia casa de
adobe. Con trabajo conjunto, cariño, cercanía, cuidado, respeto.
"Encontré algo muy valioso", define, y oficia de puente: vive entre aquí
y allá, lleva sus imágenes por el mundo y tienen una intensa actividad
en docencia y gestión cultural.
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Guadalupe Miles, una porteña en el Norte. |
"El
interior no va más como concepto. No podemos hablar de artistas del
interior, sino de artistas de otros centros", corrige Graciela Sacco,
desde Rosario, donde reside cuando no está en Londres, Madrid o Estados
Unidos. Buenos Aires la agota. "Se escribe sobre artistas tucumanos,
artistas correntinos, artistas rosarinos. Pero a los artistas de Buenos
Aires les ponen artista argentino. ¡Es alucinante! Siempre estuve por
destruir esta tensión centralista, porque me parece terrible. Hoy uno
puede relacionarse desde el lugar donde esté con el mundo entero."
Un
ejemplo de que la salida, a veces, no es hacia afuera sino hacia
adentro lo aporta Daniel Fitte. Nunca dejó Sierras Bayas, en Olavarría,
capital nacional de la industria del cemento. Pinta ese paisaje rural y
serrano, y hace instalaciones y esculturas sobre el trabajo fabril. Es
el artista de su pueblo, el que enseña, funda museos, levanta monumentos
y hace murales. "Nací acá, esto soy yo. Nunca sentí la tentación de
irme. Mi pueblo es mi taller. Ser artista es un acto de fe", define.
Beatriz Moreiro
era porteña, pero ya no: hace 36 años respondió al llamado de la
naturaleza y se fue a vivir al Chaco. Se inspira en su jardín, que está
frente a un estero. "Pasan yacarés, chanchos salvajes, pájaros
carpinteros, cuises e iguanas. Tengo tres algarrobos, una mora amarilla y
un quebracho blanco que pasa por un agujero en el techo de la galería",
describe. Se despierta con el canto de los pájaros, las chicharras
arrullan la siesta, los grillos cantan de noche y las ranas los días de
lluvia. Su última muestra, en Praxis, estuvo dedicada a los nidos de
aves, que dibuja pacientemente o recolecta de su paraíso personal:
"Ahora estoy fascinada con los hongos de colores y los cactus con
flores. La inspiración es inagotable".
Juan Doffo, Gran
Premio Nacional, con exposiciones regulares en Rubbers y toda una
trayectoria, dejó su Mechita de origen a los 18 años, pero desde
entonces vuelve cada vez que necesita crear fotoperformances con fuego o
pintar paisajes metafísicos. Lo apoyan sus 2000 vecinos. Allí inauguró
un centro cultural, donde expone pinturas del mismo cielo bajo el que
todos duermen. "Fue muy difícil para un joven de pueblo venir a Buenos
Aires. Me sentí perdido y viví muy humildemente en pensiones y
conventillos. Pero la vocación no se elige", recuerda. El lugar donde se
nace, tampoco. Se ama.
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Teresa Pereda imprime el curso de un río. |
Del país, su tierra y su gente, sale la materia prima de la obra de Teresa Pereda,
que vive en Lincoln, pero recorre las rutas argentinas desde hace más
de 20 años. Va al encuentro de historias, antepasados, costumbres, y
entra en relación. Hace un ritual de llevar tierra de un punto al otro,
al que llama recolección-restitución. Imprime en papel el curso de un
mallín cordillerano o hace videoperformances en el paisaje. Viaja tanto
que una vez en una estación de servicio no pudo contestar: ¿vas o venís?
"Las distancias tallaron mi persona y mi propia obra. Y en consecuencia
construí mi estética a partir de este nomadismo".
Georg Miciu
se ha vuelto tan sedentario que no sale de su cabaña en San Martín de
los Andes más que para pintar. Vende su obra al que le golpea la puerta o
por contactos cibernéticos, después de haber hecho 300 muestras hasta
1998, en siete países. Exhibe en un edificio ad hoc, Colección Georg,
junto con la obra de alguno de sus nueve hijos. En Buenos Aires se
consigue su obra temprana, y -qué curioso- él mismo compró 19: "Son
doblemente mías". Para pintar paisajes al natural adaptó una camioneta,
la georgmóvil, para no congelarse. "Desde mi casa tengo vista al cerro
que me enamoró en mis tempranos viajes mochileros de los 60 y en las
estepas patagónicas encuentro motivación sin límite", confiesa.
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Georg Miciu, en su taller-cabaña de San Martín de los Andes. |
La obra de Andrés Paredes
tiene que ver con la selva misionera. Está en Apóstoles, donde nació.
De ahí los insectos que modela en resina o metal, y las tramas que corta
en papel: vivían en su jardín y los descubrió con el microscopio.
"Traduzco emociones, olores, sabores y colores que provocan la
naturaleza", dice. "Todas mis muestras se realizan íntegramente acá:
marcos, textos curatoriales, fotografías, diseño, impresión de
catálogos... y luego las obras se transportan en camiones que llevan
yerba mate a Capital", cuenta. Su obra, Gurí, se presentó en Palatina y
otra galería lo representa en Beirut, Abu Dhabi y Singapur.
"Pensaba
que era más fácil vivir de la ciencia y hacer arte más libremente, pero
me salió mal, no contaba con que nos mandaran a lavar los platos", dice
Nadia Guthmann, escultora y doctora en Biología con beca del
Conicet en la época en que Cavallo pronunció aquel exabrupto. En
Bariloche vive y trabaja a orillas del lago Gutiérrez, y en su jardín
pastan caballos al lado de un Pegaso tamaño natural de tejido metálico,
que como toda su obra remite al tejido biológico, la evolución y la
ecología. Fanática de la Patagonia, se mantuvo conectada con Buenos
Aires, participando en concursos y convocatorias y funcionó: fue el Gran
Premio del Salón Nacional 2012.
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Pegaso tamaño natural en tejido metálico, de Nadia Guthmann. |
"Administrar
tu propia obra es una tarea muy difícil, tenés que destinar mucha
energía y tiempo. El mercado del arte en el interior es pobre, por eso
siempre se mira hacia Capital, pero no es necesario vivir allá", dice Mario Sanzano.
La gestión de los paisajes que él pinta sin moverse de su pueblo la
hace la galería Zurbarán, porque Sanzano sigue tranquilo en Deán Funes,
Córdoba. "El paisaje ha sido determinante en mi vida. Este entorno me es
tan familiar que es como si fuese yo mismo. Creo que eso queda
reflejado en mi obra, la de alguien que se siente cómodo y feliz. Éste
es mi lugar en el mundo", cuenta. Querido y respetado en su comunidad,
lleva toda una vida pintando, y en los últimos 15 años logró que fuera
su único sustento.
"Voy a la Cordillera desde niño. Mi padre es
geólogo y siempre nos llevaba consigo a la montaña. Elegí la pura
Cordillera como objeto de mi pintura", cuenta Carlos Gómez Centurión.
"La comunicación que se da entre el pintor y la naturaleza condiciona
el resultado", afirma. Carga telas y colores y se embarca en
expediciones multidisciplinarias en el proyecto Digo la Cordillera. Con
baqueanos y 40 mulas treparon al cerro Mercedario tres veces, y fue
también a pintar au plein air en las Salinas Grandes, en la Puna. La
muestra resultante es tan itinerante como su autor, que cuando no viaja
está en su taller en el Valle de Zonda, cerca de la ciudad de San Juan.
"Estuve en Buenos Aires y le saqué el jugo en todo lo que pude como
estudiante. Cuando noté que me sacaba el jugo a mí, me fui", remata.
Fuente: lanacion.com