EL COLÓN ÍNTIMO:
LOS PERSONAJES ANÓNIMOS QUE LE DAN VIDA
AL CENTENARIO COLISEO PORTEÑO

A fondo

Pavarotti quiso comprar las camisas que le cosieron para una ópera; Plácido Domingo encargó tres pares de calzado a los artesanos zapateros; el telón anterior pesaba casi 1500 kilos y, el actual, la mitad
La sala del centenario coliseo argentino por el que pasaron los más renombrados artistas de la lírica y el ballet.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
La sala del centenario coliseo argentino por el que pasaron los más renombrados artistas de la lírica y el ballet.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Por Ángeles Castro  / LA NACIÓN


En el señorial ámbito del Teatro Colón, el centenario coliseo argentino por el que pasaron los más renombrados artistas de la lírica y el ballet, también suena la cumbia. Debajo del foyer del fastuoso edificio, donde funciona el Centro de Experimentación del teatro, una joven violinista hizo vibrar las cuerdas mientras una fotógrafa la retrataba y, como fondo, un reproductor emitía una pista de melodía tropical.
En el piso inmediatamente superior, otra escena descoloca al visitante. Mientras en el foso del escenario, bajo la batuta del prestigioso Roberto Paternostro, la Orquesta Estable interpretaba partituras de la ópera Elektra, arriba los decorados representaban los paisajes del ballet Giselle. Convivían, en medio de la penumbra, diversas instancias del proceso de producción de dos de las obras que incluye esta temporada del Colón.
En el tercer subsuelo, en la sala 9 de Julio, un grupo de jóvenes miembros del Ballet Estable ensayaban posiciones y movimientos al ritmo de un piano que desgranaba las notas de Caserón de Tejas. Y un músico solitario practicaba con su trompeta en un rincón de la sala Bicentenario, reservada a la ópera.

En los talleres que están en el barrio de Chacarita se realizan las escenografías.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
En los talleres que están en el barrio de Chacarita se realizan las escenografías.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

El trabajo también era incesante en los otros subsuelos del edificio situado en pleno centro porteño, donde los artesanos de los talleres de Sastrería, Zapatería, Peluquería y Caracterización daban los primeros -o los últimos- detalles a los trajes, el calzado y los tocados de inminente, o no tanto, estreno.
A la misma hora, en un ambiente más parecido al fabril, en un galpón del barrio de Chacarita, los técnicos de las áreas de Escenografía, Escultura, Pintura, Herrería y Utilería -mudadas tras la reciente reforma del teatro- confeccionaban y aprestaban decorados imponentes, entre ruidos de tornos, soldadoras y martillos. Un camión con plataforma permanecía estacionado en la puerta del lugar, bautizado La Nube, para transportar hasta el teatro algunas de las piezas escenográficas que solicitó el ggiseur de Elektra, que coincidentemente será el director general del Colón, Pedro Pablo García Caffi.
Curiosa, sorprendente e impactante: así es la intimidad del Teatro Colón. Cada puesta en escena resulta irrepetible. No sólo por la singularidad de la performance de los intérpretes, que varía de elenco en elenco y de función en función. También son únicos la escenografía, la utilería, el vestuario y el calzado que los talleristas materializan para cada espectáculo y, en su mayor parte, no son reutilizables.

Varias personas trabajan en el armado de los más espectaculares escenarios.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Varias personas trabajan en el armado de los más espectaculares escenarios.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Miles de trajes de época y de pares de zapatos elaborados a medida se almacenan en los subsuelos. Algunos de los diseños que vistieron grandes divas como Maria Callas y Montserrat Caballé están expuestos en vitrinas en distintos sectores del edificio; otros no volverán a ver la luz.
Y trozos de escenografía en desuso descansan por diferentes rincones del Colón y uno los encuentra a su paso, involuntariamente. Por ejemplo, un sillón utilizado durante la presentación de Idomeneo, de Wolfgang Amadeus Mozart, en julio pasado, que incorporó en su despacho la jefa de Producción Artística del teatro, Florencia Sanguinetti. O el Cristo gigante de ocho metros de alto, construido para la puesta de La fuerza del destino, de Giuseppe Verdi, en 2012. Hoy, desde una esquina del fondo del escenario, "protege" entre bambalinas a los artistas que participan de las funciones.
"Sólo el 30% de los decorados podría recuperarse -explicó María Cremonte, directora de Escenotécnica-. Pero sale más caro contratar mano de obra durante 20 días para desmontarlos y acomodarlos en depósito que volver a hacerlos."

Una vez terminado se trasladan las enormes partes en camiones hasta el teatro.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Una vez terminado se trasladan las enormes partes en camiones hasta el teatro.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Son 1212 las personas que cumplen tareas en las distintas dependencias del centenario teatro, sumados administrativos, técnicos y los artistas de la Orquesta Estable, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, el Ballet Estable y el Coro Estable.

Se trata de empleados anónimos que trabajan como sostenes silenciosos de la tradición artística que, desde su inauguración en 1908, enaltece al Colón. Son, además, custodios de los secretos mejor guardados del coliseo porteño y testigos privilegiados de la trastienda de óperas, ballets y conciertos que convocan más de 300.000 espectadores por año.

Hugo Reynoso es uno de ellos; desde hace 37 años, atiende el office situado junto a los camarines del Teatro Colón. Tiene a su cargo el reparto de bebidas frías, infusiones, sándwiches y facturas entre cantantes, músicos, bailarines y directores. El café es de filtro, excepto para Daniel Barenboim.
"Al maestro le gusta exprés, entonces subimos una cafetera especial", señaló Hugo. Sucedió durante la reciente actuación del músico junto con Martha Argerich. "Y para Luciano Pavarotti, en 1987, tuvimos que salir a comprar un exprimidor, porque solicitó jugo de naranja recién hecho", agregó.

A la espera de entrar las partes de la escenografia y entonces darle los retoques finales.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
A la espera de entrar las partes de la escenografia y entonces darle los retoques finales.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Juan Nicolás Ferraro es otro de los trabajadores históricos del Colón. Maestro del taller de sastrería, de 72 años, fue obligado a jubilarse en 2009, pero las autoridades del teatro volvieron a convocarlo como contratado para entrenar en el oficio a los jóvenes integrantes del equipo. Que transmita no sólo los conocimientos, sino toda la mística y los detalles de un tier muy particular.

Para el estreno de producciones con artistas extranjeros, los sastres reciben los figurines enviados por los vestuaristas, que adjuntan muestras de tela y las medidas de quien los portará. La confección se hace a la distancia, se prueban pocos días antes del estreno y se retocan a último momento. "El mes pasado, llegó Ambrogio Maestri para protagonizar Falstaff, de Giuseppe Verdi. No podía creer que en el Colón sigamos confeccionando el vestuario y los zapatos. Comentó que hasta La Scala de Milán empezó a dejar de hacerlo", recordó Ferraro. Ya tenía sobre su escritorio los figurines de Elektra, la ópera de Richard Strauss que subirá al escenario a fines de octubre y los primeros días de noviembre.

Un enorme reloj va tomando forma en las manos de los artesanos.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Un enorme reloj va tomando forma en las manos de los artesanos.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez
La confección -tanto de trajes como de zapatos- es tan artesanal y detallada que ha sorprendido incluso a prestigiosos tenores y directores. "Cuando Pavarotti vino a protagonizar La Bohème, trajo su ropa, excepto las camisas. Le hicimos tres camisas y quedó tan satisfecho con la calidad que quiso comprarlas; el teatro se las regaló", detalló.
El tenor español Plácido Domingo, aseguran por los pasillos del Colón, quedó encantado con los zapatos. "Tanto que, durante su estada, encargó que le hicieran tres pares para llevarse", confió Antonio Gallelli, jubilado en 2008, pero reincorporado en 2010 para supervisar a los más jóvenes. Se había retirado como jefe de maquinistas y ahora es coordinador general del staff escenotécnico.
Antonio ingresó en el coliseo porteño en 1960, a los 19 años; es de la época en la que todos los movimientos de telones se efectuaban manualmente con cuerdas y poleas desde las pasarelas sobre el escenario. La limpieza del telón de boca, de 24 metros de alto y 32 de ancho, era una tarea aparte. Entre 1931 y 2010, las dos hojas del telón de terciopelo pesaban casi una tonelada y media.

Toda la imaginación y el color puesta en marcha.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Toda la imaginación y el color puesta en marcha.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

"El teatro cerraba a fines de noviembre y reabría en enero. En ese intervalo, es decir, una vez por año, entre 22 personas bajábamos el telón, lo limpiábamos con tres aspiradoras, le poníamos naftalina, lo envolvíamos en una tela especial y lo guardábamos. Tardábamos más de ocho horas en volver a subirlo para la reapertura. El telón del Bicentenario, diseñado por Guillermo Kuitca, es más liviano: cada hoja pesa 280 kilos y posee un mecanismo computarizado que ayuda a moverlo", describió este inmigrante calabrés, que a sus 73 años conserva el entusiasmo por su trabajo en el Colón.

Gallelli va y viene entre la sede de la calle Libertad y La Nube, que debe su nombre al de la biblioteca municipal infantil que funcionaba antes en ese galpón de Maure al 3600 y hoy dispone de otro espacio en la misma manzana. En el galpón, unas 50 personas trabajan entre planos en papel, perfiles de metal, varas de madera, tachos con pintura, bateas con yeso y planchas de telgopor, entre otros insumos, para satisfacer los encargos de los escenógrafos. Avanzaban simultáneamente en los decorados de Giselle, Elektra, Madame Butterfly y Cascanueces.


Ricardo Quintieri se encarga del mantenimiento de más de 20 pianos que hay en el teatro.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Ricardo Quintieri se encarga del mantenimiento de más de 20 pianos que hay en el teatro.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Desde allí, LA NACIÓN volvió a los recovecos del centenario teatro. Tras sortear a los contingentes y los particulares que realizan visitas guiadas por el palacio, encontró al afinador de pianos Ricardo Quintieri. Coqueto él, no reveló su edad, aunque admitió que lleva 28 años en la institución. De su entrenado oído, dependen 20 pianos, un clave y una celesta. "Si bien los controlo permanentemente, siempre hay que repasarlos en los ensayos, antes de la función y durante la función incluso. Yo tengo que lograr que el artista esté tranquilo", relató.

El diálogo con el afinador transcurrió con el canto de una soprano como fondo, proveniente de una sala de ensayo situada junto a los camarines. En el subsuelo, el despacho de Lidia Segni, directora del Ballet Estable, contrastó por su silencio. Lidia cuenta con una extensa trayectoria dentro del Colón. Los hilos del destino hicieron que, cuando ella ya era primera bailarina del mismo cuerpo que hoy dirige, se cruzara con un novato Julio Bocca. "Siempre fue un genio, desde la primera clase. Llegamos a bailar juntos y, como partenaire, era buenísimo. Luego dirigí su compañía durante diez años", recordó.
Segni, de 70 años, se despidió rumbo a un ensayo con la egresada del Instituto Superior de Arte del Colón Paloma Herrera, hoy figura internacional, que una noche después estrenaba Giselle. En el escenario, los decorados ya estaban montados y una técnica del taller de Pintura les daba las últimas pinceladas.


Los instrumentos son rigurosamente cuidados,, afinados y controlados para que el artista esté tranquilo.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Los instrumentos son rigurosamente cuidados,, afinados y controlados para que el artista esté tranquilo.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez
La confección, tanto de trajes como de zapatos es tan artesanal y detallada, que ha sorprendido a los más prestigiosos directores y tenores.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
La confección, tanto de trajes como de zapatos es tan artesanal y detallada, que ha sorprendido a los más prestigiosos directores y tenores.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Los bocetos con los diseños van y vienen por todo el taller.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Los bocetos con los diseños van y vienen por todo el taller.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Cuando Pavarotti vino a protagonizar La Bohème, trajo su ropa, excepto las camisas;se las hicieron, quedó tan satisfecho que quiso comprarlas; el teatro se las regaló.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Cuando Pavarotti vino a protagonizar La Bohème, trajo su ropa, excepto las camisas;se las hicieron, quedó tan satisfecho que quiso comprarlas; el teatro se las regaló.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

El taller donde se hacen los zapatos es otro de los orgullos del teatro, todo el calzado de los obras se realiza aquí.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
El taller donde se hacen los zapatos es otro de los orgullos del teatro, todo el calzado de los obras se realiza aquí.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

El confeccionado de pelucas es otra obra de los artesanos del vestuario del teatro.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
El confeccionado de pelucas es otra obra de los artesanos del vestuario del teatro.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Las pelucas se realizan a mano y hay una especial para cada ocasión.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Las pelucas se realizan a mano y hay una especial para cada ocasión.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Miles de cerdas osn unidas manualmente para confeccionar las mas sofisticadas pelucas.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Miles de cerdas osn unidas manualmente para confeccionar las mas sofisticadas pelucas.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Los músicos ensayan diariamente.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Los músicos ensayan diariamente.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

El Ballet Estable del teatro ensaya en la sala que está en el subsuelo.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
El Ballet Estable del teatro ensaya en la sala que está en el subsuelo.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Julio Bocca dio sus primeros pasos en este teatro que es un semillero de grandes figuras.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Julio Bocca dio sus primeros pasos en este teatro que es un semillero de grandes figuras.  Foto:  LA NACIÓN / Soledad Aznarez

Los ensayos son estrictos y rigurosos, mantenerse en forma es una taerea de todos los días.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Los ensayos son estrictos y rigurosos, mantenerse en forma es una taerea de todos los días.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

A medida que se acerca el estreno los ensayos requieren de mayores esfuerzos.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
A medida que se acerca el estreno los ensayos requieren de mayores esfuerzos.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Una recorrida por la intimidad del teatro Colón y los personajes anónimos que le dan vida.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Una recorrida por la intimidad del teatro Colón y los personajes anónimos que le dan vida.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Juan Pablo Ledo, bailarín, se prepara para salir a escena.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Juan Pablo Ledo, bailarín, se prepara para salir a escena.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

Un último estiramiento antes de salir a escena.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
Un último estiramiento antes de salir a escena.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez

El bailarín sale a escena, y todo el trabajo que se realizó detras de escena sale a la luz.  Foto:  LA NACION  / Soledad Aznarez
El bailarín sale a escena, y todo el trabajo que se realizó detras de escena sale a la luz.  Foto:  LA NACIÓN  / Soledad Aznarez


Fuente: lanacion.com

PREMIO NOBEL DE FÍSICA A LOS INVENTORES DE LOS LEDs

Premio Nobel de Física para los inventores de los LEDs:
Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura



Los japoneses Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura, este último nacionalizado estadounidense, han sido distinguidos este martes con el Premio Nobel de Física 2014 por inventar el diodo emisor de luz LED azul, anunció la Real Academia de las Ciencias de Suecia.
Este descubrimiento se inscribe en "el espíritu de Alfred Nobel" de hacer inventos que generen un gran beneficio a la humanidad, argumentó el comité. El LED, subrayó, es "una nueva luz para iluminar el mundo", más eficiente y respetuosa con el medio ambiente al ahorrar energía.

                             Isamu Akasaki                                                      Hiroshi Amano                                                         Shuji Nakamura
Isamu Akasaki nació en 1929 en Chiran, Japón, y se doctoró en 1964 por la Universidad de Nagoya; es catedrático de la Universidad Meijo de Nagoya y catedrático emérito de la Universidad de Nagoya.
Por su parte, Hiroshi Amano nació en 1960 en Hamamatsu, Japón, y se doctoró en 1989 también por la Universidad de Nagoya, donde es catedrático.
En tanto que Shuji Nakamura nació en 1954 en Ikata, Japón, y se doctoró en 1994 por la Universidad de Tokushima. Nacionalizado estadounidense, ejerce como catedrático en la Universidad de California.
El trío de premiados sucede en la nómina del prestigioso galardón al científico belga François Englert y al británico Peter Higgs por haber postulado la existencia de la partícula subatómica conocida como bosón de Higgs.



Ciencia / Un descubrimiento que ya es parte de la vida cotidiana


El Nobel de Física fue para los padres del LED azul

  
Cuando alguien tiene una idea brillante suele decirse que "se le prendió la lamparita". Los historietistas dibujan una bombita similar a las desarrolladas por Edison flotando sobre la cabeza de sus personajes. Pero en pleno siglo XXI sería más apropiado retratarlos con un LED (acrónimo de light-emitting diode o diodo emisor de luz), esa tecnología ya omnipresente en la vida cotidiana y que revolucionó la iluminación al permitir producir lámparas muchísimo más eficientes, más duraderas y, por si esto fuera poco, amigables con el medio ambiente.
El Premio Nobel de Física 2014 fue precisamente para tres investigadores nacidos en Japón que hace veinte años desarrollaron el LED azul, "la figurita difícil" para que estos dispositivos produjeran luz blanca, apta para iluminar hogares y oficinas, pantallas de computadoras y teléfonos celulares.
"Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura [este último nacionalizado estadounidense] tuvieron éxito en un ámbito en el que todos habían fracasado", destacó el jurado. Cada uno recibirá un tercio del premio, que este año es de 1,1 millones de dólares.
"Esta vez no se premia el descubrimiento de un principio nuevo, sino el impacto descomunal de una tecnología que cambia los paradigmas -afirma Oscar Martínez, director del laboratorio de Óptica y Optofísica de la Facultad de Ingeniería de la UBA, a través de una comunicación telefónica desde los Estados Unidos-. Lograron lo que los físicos básicos creían imposible."
La decisión de la Real Academia de Ciencias de Suecia causó cierta sorpresa, especialmente si se tiene en cuenta que el año pasado el premio fue para el descubrimiento teórico del bosón de Higgs. Esta vez no sólo se distingue una invención, sino que además fue realizada tanto en el ámbito académico como en el privado.
Las aplicaciones comerciales de los LED surgieron a principios de los años 60, pero durante treinta años sólo se producían en verde y rojo y se utilizaban mayormente como luces indicadoras en dispositivos electrónicos.
La limitación estaba en que no se encontraba el material que permitiera producir luz azul para combinarla con las dos anteriores y así producir luz blanca.
"Un diodo es esencialmente un dispositivo en el que se acoplan dos semiconductores con distintas impurezas y que conduce electricidad en una sola dirección", explica Martínez. La longitud de onda, y por lo tanto el color de la luz que emite, depende de las propiedades y de las impurezas del material semiconductor.
Durante décadas, científicos y corporaciones intentaron distintas combinaciones para producir luz azul, pero sin éxito.
"Hacía ya tiempo que existían los LED rojos y verdes, pero tenían muy baja eficiencia de conversión de electricidad -explica vía mail Pablo Vaccaro, graduado y doctorado en el Instituto Balseiro, de Bariloche, y posgraduado en la Universidad de Kyoto-. Se usaban para carteles y señalización, pero no para iluminación. Esos LED están hechos con fosfuro de galio o arseniuro de aluminio y galio. Para emitir luz azul, los principales candidatos eran los seleniuros y sulfuros de cadmio y zinc, y los nitruros de indio, galio y aluminio. Se investigaron mucho, pero no se logró hacer LED eficientes y de larga vida útil. Los nitruros tenían varios problemas; entre ellos, que era muy difícil fabricar capas delgadas monocristalinas. Pero los tres premiados los resolvieron: para sorpresa de todos, resultaron ser excelentes emisores de luz, aun cuando tienen muchos defectos cristalinos."
Dennis Normile cuenta en Scientific American que en 1986 Akasaki y Amano, que trabajaban juntos en la Universidad de Nagoya, dieron el primer paso. Cuatro años más tarde, Nakamura, que por entonces sólo tenía una maestría e investigaba en las Industrias Químicas Nichia, obtuvo un dispositivo que emitía luz muy azul y muy brillante.
"Entre los investigadores en luz y láser el impacto fue impresionante", comenta Martínez. El avance tecnológico no sólo permitió mejorar notablemente la eficiencia energética, sino también la duración de las bombitas, al tiempo que disminuía la contaminación, porque no utilizaban mercurio.
"En las lamparitas comunes, la mayor parte de la energía se disipa en la banda del infrarrojo, un tipo de radiación que el ojo no ve y que produce calor -explica el doctor Jorge Aliaga, físico y ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la UBA-. El LED emite donde el ojo ve y permanece frío, no pierde energía en forma de calor."
Según explica Vaccaro, que actualmente es profesor de investigación en el Instituto de Ciencia de Materiales de Barcelona, "las lámparas LED tienen una eficiencia superior a los tubos fluorescentes, se pueden hacer mucho más pequeñas y es muy difícil que se rompan. Tienen una vida media de 50.000 horas, comparadas con las 3000 a 6000 de las fluorescentes y las alrededor de 1000 para las bombitas incandescentes.
"Antes, para obtener 1200 lúmenes, una iluminación adecuada para una sala de estar, se necesitaban 75 vatios con las lamparitas clásicas; la tecnología LED reduce el consumo hasta los 6 vatios", destaca el jurado del Nobel. Y agrega: "Los LED pueden mejorar la calidad de vida de más de 1500 millones de personas que carecen de acceso a las redes de electricidad, ya que pueden ser alimentadas por energía solar."
Los tres científicos también crearon el láser azul que dio lugar a la tecnología Blue Ray, que multiplica muchísimas veces la capacidad de almacenamiento de los DVD convencionales.
 
 

SALE A SUBASTA UNA OBRA DE BOTTICELLI
EXPOLIADA POR LOS NAZIS


Van Ham - «Virgen con niño, San Juan Bautista y un ángel», de Sandro Botticelli

“Los actuales propietarios del cuadro, con un valor estimado de entre 250.000 y 300.000 euros, llegaron a un acuerdo con los herederos del coleccionista judío al que perteneció originariamente.
Una obra de Sandro Botticelli, identificada como arte robado por los nazis, saldrá a subasta en Colonia, anunció la casa de subastas Van Ham. Los actuales propietarios del cuadro «Virgen con niño, San Juan Bautista y un ángel» desconocían que se trataba de arte expropiado por el régimen nazi, pero esta circunstancia fue confirmada por un experto en materia de restitución.
El cuadro, con un diámetro de 87,5 centímetros, formó parte en su día de la amplia colección judía Nardus y fue expropiada en 1942 por los nazis y adquirido en 1943 por un coleccionista privado en Colonia. Tras la muerte de la heredera de la pintura, que probablemente desconociera el origen del cuadro, los actuales propietarios de la obra decidieron sacarla a subasta a través de la casa de pujas Van Ham.
Tras confirmarse que la pintura figuraba como obra expoliada por los nazis, los actuales propietarios llegaron a un acuerdo con los herederos del coleccionista judío al que perteneció originariamente el cuadro.
La pintura, realizada sobre tela redonda y con un valor estimado de entre 250.000 y 300.000 euros, será subastada el próximo 14 de noviembre, según apunta la casa de subastas sin precisar los términos del acuerdo alcanzado.
Los cuadros de Botticelli (1445-1510) «son una rareza en el mercado del arte, por lo que es un evento especial poder mostrar al público una pintura tan propia de museo en la subasta de otoño», señaló Van Ham en su página web.

Fuente: abc.es

MÉXICO COMPRÓ POR UN MILLÓN DE DÓLARES
UN DOCUMENTO FUNDACIONAL

El Códice de Chimalpáhin
Data del siglo XVII y lo tenía la Sociedad Bíblica de Londres.

Aquí comienza la crónica y antigüedad de los mexicanos”. Esas son las primeras palabras del Códice Chimalpáhin, uno de los documentos fudacionales de la nación , creado en el siglo XVII .
México lo recuperó en mayo tras pagar la nada despreciable suma de un millón de dólares. El documento estaba en manos de la Sociedad Bíblica de Londres, que lo tenía desde 1827 y que estaba a punto de subastarlo en Londres por la casa Christie’s cuando México logró comprarlo.
El Códice, que por ser de autoría y punto de vista indígena, está considerada como el inicio de la historiografía mexicana, se compone de un centenar de manuscritos redactados en náhuati, la lengua franca prehispánica, y contiene también algunos pasajes en español. Sus autores son Domingo Chiamalpáhin (1579-1660) y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (1578-1650), que fueron miembros de dos poderosos linajes locales, el primero descendiente de los Señores de Chalco y el segundo, del rey poeta Nezahualcóyotl.

La obra, una fuente fundamental sobre la vida cotidiana, la sociedad y la política de antes de la colonización y también de la Nueva España, fue adquirido por el Insituto Nacional de Antropología e Historia, donde será preservado e investigado, y desde la semana pasada, además, se exponen en el Museo Nacional de Antropología como pieza estrella de la muestra “Códices mexicanos: memorias y saberes”.
Constituye una lectura de cómo se veían los mexicanos y de cómo los veían los españoles, además de un relato de los orígenes, como muestran estas frases que relatan la llegada de los aztecas a Tenochtitlán, hoy ciudad de México: “...lugar señalado y famoso, donde crece el nopal enmedio de las aguas, donde el águila reposa y grita, donde despliega sus alas al sol y come, donde bufa la serpiente y nada el pez, donde se incendian las aguas, donde se conocen las fatigas...”.
La historia del Códice se remonta a la mitad del siglo XVII, cuando el jesuita Carlos de Sigüenza y Góngora lo reunió en tres volúmenes, en su biblioteca, y que luego pasó a formar parte del Colegio de San Ildefonso, en la capital del país. En el año 1827, el bibliotecario del colegio, José María Luís Mora, que con el tiempo se convertiría en un iniciador del pensamiento liberal en México, acordó con el inglés James Thomsen, representante de la Sociedad Bíblica, intercambiar el Códice por una partida de Biblias protestantes. Thomsen se llevó entonces el documento a Londres.
Tras concretar la compra del documento, justo un día antes de que fuera subastado en la capital inglesa, el secretario técnico del Museo, César Moheno, se resistía a juzgar la pertinencia del trueque hecho por Mora y afirmó ante la prensa que “En Historia, se sabe que no podemos juzgar el pasado de acuerdo a valores contemporáneos”. Y lo dijo porque cuando Mora hizo el trato, hacía sólo seis años que México se había independizado de España y el Estado estaba todavía organizando sus instituciones: En 1825 se había creado el primer museo nacional, y la primera legislación sobre patrimonio no llegaría hasta mediados del siglo XIX.


Fuente: clarin.com

UNA MUESTRA DE OBRAS DE ARTE
QUE SE TRANSFORMAN CUANDO LAS MIRAN

Es la tercera edición de la Bienal Kosice, con 100 proyectos de 10 países Hay que caminar sobre pantallas planas, “llueve” más o menos, según el visitante pasa. La interacción es central.
Hidrórgano. La obra que ganó el certamen tiene cinco teclas que disparan chorros de agua. / MARÍA EUGENIA CERUTTI
Hidrórgano. La obra que ganó el certamen tiene cinco teclas que disparan chorros de agua. / MARÍA EUGENIA CERUTTI
Julieta Roffo

“Una utopía lo es hasta que deja de serlo”, escribió una vez el artista plástico y visual Gyula Kosice, que desde los años cuarenta trabaja con agua y electricidad para crear sus obras. Esa idea de utopía, a la que Tomás Moro nombró en el siglo XVI, es la que atraviesa la tercera edición de la Bienal Kosice, que expone casi veinte obras en el Centro Cultural Borges y que por primera vez cuenta con artistas latinoamericanos entre sus participantes.
Hay que subirse a ese panel de pantallas planas que prepararon artistas de la Universidad Maimónides y que está apoyado en el piso: las gotas que parecen caer de los tubos de LED colgados del techo y que hacen “globito” en las pantallas, se aceleran cuando el visitante camina, y el ruido de la lluvia se vuelve más copioso. Hay que subirse a la instalación con hamacas que diseñó el colectivo Metaphoraq: al acercarse a la estructura, empiezan a desfilar por el piso imágenes del mapa de la isla Utopía que imaginó Moro y si alguien ocupa la hamaca de al lado, se activan las luces que iluminan los dos asientos. “La obra se completa con la participación, creemos que el encuentro con el otro, en la otra hamaca, abre la posibilidad de realización de la utopía”, cuentan las autoras.
Del concurso para exponer en la Bienal, de la que son jurado los artistas Graciela Taquini, Rodrigo Alonso y el propio Kosice, entre otros, participaron unos 100 proyectos de 10 países, entre los que se cuentan México, Uruguay, Brasil, Panamá y Chile. Desde Perú llegó la obra que registró los ruidos de la selva de ese país y los combinó con sensores de movimiento que se activan y suenan cuando el visitante se acerca a la huerta hidropónica (todo crece en agua, no hay tierra) montada en el Borges. La obra de Marina Zerbarini, una artista argentina, muestra varios mapamundis que tienen una lamparita LED conectada al sitio web de distintos aeropuertos del mundo: el de Nueva York, el de Córdoba y el de Nueva Delhi.
Si llueve, se prende una luz verde, si hay tormenta, roja, y si cae nieve, azul. La de Zerbarini es una de las cuatro obras que fueron premiadas en Bienales anteriores y que participan de esta edición como “invitadas”: otra es Homoludens intergaláctico, de Margarita Bali, que grabó a su grupo de danza y lo reproduce sobre una superficie con esferas que parecen planetas. Como telón de fondo, Bali decidió proyectar fotos tomadas por el telescopio espacial Hubble.
La obra que ganó los 40.000 pesos del primer premio es de Federico Joselevich Puiggrós: siguiendo las proporciones de la serie Fibonacci (una sucesión de números naturales, 1, 1, 2,3,5,8,13...), el artista diseñó un “hidrórgano”. Tiene cinco teclas que disparan chorros de agua que, por la distancia que tienen hasta el disco metálico en el que impactan, producen distintas notas musicales: atentos Les Luthiers.
“ Es la primera muestra de arte y nuevos medios que se hace en el Borges, y en cada nueva Bienal aparecen mayores experimentaciones. Esta vez hay robótica, cada vez más obras de bio-arte, un vínculo más estrecho entre lo científico y lo artístico”, resume Tomás Oulton, de Objeto a, la productora de la muestra. Para Mariela Staude, que por parte del Centro Cultural formó parte del jurado, “lo interactivo está manejado de formas muy diversas: no sólo tocando sino con la voz, con los movimientos y obligando al visitante a que piense cosas”.
“Creo que me están superando”, dice Kosice, precursor del arte cinético en el mundo, y agrega: “Se están acercando a la vanguardia del siglo XXI de una manera veloz, no sólo por la cantidad de obras que se producen, sino por su calidad”. Tímido, un visitante del Borges se asoma a las pantallas planas sobre las que cae una lluvia ficticia y pregunta: “¿Puedo pisar?”. Sube y sonríe.

De a dos. Una instalación con hamacas apuesta a la compañía. / M E CERUTTI
De a dos. Una instalación con hamacas apuesta a la compañía. / M E CERUTTI

Fuente: clarin.com









Hidrórgano. La obra que ganó el certamen tiene cinco teclas que disparan chorros de agua. / MARÍA EUGENIA CERUTTI

INTIMIDADES DE BORGES Y ELSA ASTETE,
LA MUJER DE LA QUE EL ESCRITOR HUYÓ

La primera esposa del autor Estuvieron casados entre 1967 y 1970.
El la llamó “oscura y posesiva” y la abandonó sin aviso ni explicaciones.

Una noche, en 1969, Jorge Luis Borges, su primera mujer, Elsa Astete, y su traductor, Norman Thomas Di Giovanni, fueron invitados a una cena en lo de Rodman Rockefeller (hijo del entonces gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller). Elsa no preguntó a cuál miembro de la famosa dinastía iban a visitar ni por qué: el apellido era suficiente para avivar su emoción, y cuando llegaron al departamento de la Quinta Avenida, sacó una pequeña Kodak y fotografió todas las habitaciones, baño incluido. Uno de los invitados le preguntó a Norman: “¿De dónde sacó Borges a esta zorra de clase baja?”, y aunque Di Giovanni describe la incomodidad que le produjeron esas palabras, no se privó de ponerlas en Georgie & Elsa, el libro que acaba de publicar.
El escritor Alberto Manguel dijo una vez que a Jorge Luis Borges (1899) se lo lee en inglés “a pesar” de las traducciones. Pero incluso él está de acuerdo en que el mejor traductor de Borges a esa lengua fue Di Giovanni, siquiera por el hecho de que trabajó largamente en ellas junto al propio Borges. Para muchos, fueron esas traducciones colaborativas, realizadas sobre todo entre 1968 y 1972, las que instalaron definitivamente al autor de Ficciones entre los lectores angloparlantes.
El nuevo libro de Di Giovanni es una memoria de los tres años en los que Borges estuvo casado con Elsa Astete Millán (1911), y de los que fue un “testigo renuente y turbio participante”. Lo de “turbio” tiene que ver con su colaboración en el denso trámite de separación de la pareja (que Borges decidió unilateralmente) y, en especial, con la ayuda que prestó para el literal y célebre escape del escritor del departamento que compartía con Elsa en avenida Belgrano: un día se fue a trabajar como siempre y no volvió.
En la misma vena, Di Giovanni transcribió, a pedido de Borges, un listado de las 27 razones por las que deseaba terminar con su mujer. Por ejemplo: “ Se inmiscuye en todos mis asuntos particulares y ha tentado (sic) que las secretarias de la Biblioteca Nacional espíen mi correspondencia, mis llamadas telefónicas y mis visitas ". O “ No ha mostrado el menor interés en mi obra literaria, pero sí en los resultados pecuinarios de esa obra ”. Y: “ Le perturban, por alguna razón oscura y posesiva, mis amigos actuales y anteriores, mi familia e incluso mis antepasados ”.
Ninguna biografía da verdadera cuenta de la relación entre Astete y Borges, casados entre 1967 y 1970. A Elsa le interesaba tan poco la literatura y el mundo intelectual de su marido que quienes han trabajado sobre la vida de Borges no parecen tener motivos para dedicarle más que algunos párrafos imprecisos. Di Giovanni, en cambio, relata las versiones acerca de su primer encuentro, de su –si así puede llamárselo– enamoramiento, de la influencia de Leonor Acevedo en el enlace (años después madre e hijo se culparían mutuamente del paso en falso) y de la personalidad estrambótica, más bien vulgar y controladora de Elsa.
Hay varias anécdotas –algunas vagas y de dudosa utilidad, como la que sugiere una relación lésbica entre Elsa y su encantadora prima Olga– que pintan un retrato no tan inclemente como exasperante o caricaturesco, y que no es más que la imagen que otros se hicieron de Astete. Pero el libro deja algo en claro: ella odiaba el esnobismo de los ambientes literarios y, al igual que su marido, no fue feliz en la relación.
Georgie & Elsa bien podría titularse Georgie, Elsa & Norman. En efecto, buena parte del libro describe la relación laboral y personal entre Borges y el traductor. No es sorprendente que Di Giovanni se dé un lugar protagónico: la mayoría de las traducciones en las que trabajó junto a Borges se realizaron durante ese matrimonio, y por eso pudo atestiguar sus vicisitudes.
Tras la muerte de Borges y con los derechos de su obra en manos de su última esposa, María Kodama, esas traducciones salieron de circulación, mientras que algunos poemas se reeditaron sin permiso. Di Giovanni no pudo publicar las traducciones en su sitio web. El libro no hace mención de Kodama, pero sí de las demás mujeres en la vida de Borges.
Georgie & Elsa, que aún no llega a la Argentina, interesará a quienes quieran sumar una visión a la siempre parcial, siempre llena de rumores, siempre polémica vida personal de Jorge Luis Borges.


Fuente: clarin.com

LAS IMÁGENES RELIGIOSAS,
CENTRO DE UNA MUESTRA DE ARTE ITALIANO

La segunda parte de la exitosa “Meraviglie dalle Marche” Son 36 obras del Renacimiento y el Barroco, cuando el arte se usaba como propaganda.
Las salas del Museo de Arte Decorativo son perfectas para albergar las obras que acaban de llegar de Italia: amplias y con una luz muy tenue, reproducen el ambiente en que estos cuadros vivían cuando fueron creados. Es por eso que la visita a la muestra Meraviglie dalle Marche II, (Maravillas de –la región italiana de– Las Marcas) que hasta el 30 de noviembre se podrá visitar en el Museo de Arte Decorativo , constituye un viaje en el tiempo hacia una Europa que se alejaba de la oscuridad de la Edad Media y comenzaba a caminar hacia la luz.
Se trata de 36 obras de artistas del Renacimiento y el Barroco italiano, épocas en que, a falta de medios masivos de comunicación, el arte funcionaba a modo de propaganda, sobre todo de la Iglesia Católica, y por eso la mayor parte de las obras que componen la muestra son de arte religioso. La estrella indiscutible es la obra San Francisco recibe los estigmas, un óleo de gran tamaño que Tiziano Vecellio pintó entre los años 1567 y 1569. Pero no es lo único que se destaca en esta exposición, más de 500 años de arte italiano dan para mucho. También pueden verse obras de artistas como Filippo Bellini, Domenico Tintoretto (que no es otro que el hijo del famoso Tintoretto), Luca Giordano, Lorenzo Lotto o Francesco Podesti.
Otra de las obras impactantes es La Nigromante, realizada entre 1600 y 1649 por Angelo Caroselli que remite a los histriónicos rostros salidos del taller de Caravaggio, artista que, esta vez desde el Museo de Bellas Artes también brilló hace dos años en Buenos Aires.
Suele decirse que las segundas partes nunca son buenas pero, como sucede con la mayoría de los dichos populares, no siempre es cierto. En esta ocasión, lo más probable es que el dicho no se cumpla y las filas de gente a la puerta del museo sean la postal que quede para el recuerdo. Al menos, eso fue lo que sucedió en 2012 cuando, al mismo museo, llegó la primera parte de la muestra Meraviglie dalle Marche, donde destacaban obras de Tiziano, Rubens y Rafael. En los tres meses que estuvo abierta al público, visitaron la exposición más de 80.000 personas.
“A pesar de las guerras napoleónicas y de las ventas, muchas de estas obras se conservaron en las iglesias de Las Marcas, y por eso pudieron recuperarse después”, contó durante la conferencia de prensa, antes de la inauguración Stefano Papetti, uno de los curadores de la muestra. Por eso el ambiente es sombrío y llama a observar las detallistas obras en riguroso silencio.
Los organizadores destacaron que muchas de estas obras, procedentes de colecciones públicas y privadas de la italiana región de Las Marcas –de ahí el nombre de la muestra– aún no han sido expuestas al público en Italia y sin embargo, se pueden ver acá. “En Italia no hay petróleo”, afirmó Papetti, “pero estas obras son nuestro oro negro”.


Fuente: clarin.com