Por Matilde Sánchez
En el centenario de su nacimiento, Adolfo Bioy Casares, premio
Cervantes 1990, todavía nos reserva un mar de memorias inéditas,
mientras los críticos siguen devanando el Borges, que lo ocupó en
sus últimos años y que vio la luz recién en 2006, siete años después de
su muerte. Relato minucioso de la amistad más legendaria de la
literatura argentina y de cincuenta años de vida intelectual, tesauro
del lenguaje porteño, con su arcón de chismes: todo eso es el Borges,
que cambió el eje de la estima literaria de su autor, sobre todo entre
los escritores jóvenes. Hoy pensamos en él no solo como el narrador
delicado de una cuantiosa obra ficcional –novelas y cuentos, de género
fantástico, en su mayoría, La invención de More l, Diario de la guerra del cerdo y Dormir al sol y La trama celeste,
entre otras–, sino también como uno de los grandes memorialistas
argentinos del siglo pasado. 2014 también ve el tercer tomo de su Obra Completa,
anotada por su curador, Daniel Martino, con un preciosismo que no
abruma. Actualmente en Brasil se prepara la traducción. El primer
encuentro de Martino con Bioy ocurrió en 1986, en la Feria del Libro y
desde el llano, cuando se le acercó para que le firmara un ejemplar. Con
menos de 30 años, compuso el ABC, el volumen de citas que en
1991 le abrió la confianza del escritor y sus cientos de cuadernos
privados y libretitas de bolsillo. Luego prepararon juntos las memorias
de Descanso de caminantes, publicadas en forma póstuma. Pero es sobre todo el cómplice que trabajó con Bioy en extraer de sus diarios privados el Borges.
Heredero de la obra édita e inédita de Bioy, es el custodio de su voz
literaria –y confiemos en que nunca será su censor. El archivista que
teje referencias también libra la batalla postmoderna de blindar la obra
contra impostores digitales y versiones corruptas. Alimenta la página
www.borgesdebioycasares.com.ar, donde la pesquisa bibliográfica es
continua. El hombre es un vértigo de citas y bromas, un melómano serio y
un fanático del cine de Buster Keaton. Por timidez, o porque la fobia
escénica conviene a su pacto, suele mantenerse del lado de los
fantasmas. Sin embargo, observa: “Cada vez que releo lo que dice de
Sabato encuentro una crueldad nueva. Qué maestro de la destrucción
absoluta es Bioy, aunque siempre con algún ligero elogio...”. Este es un
tramo de nuestro diálogo, que ampliamos en la versión digital.
-
La publicación del “Borges” tuvo críticos y adeptos. El ensayista
mexicano Carlos Monsiváis contaba que con Sergio Pitol se llamaban cada
mañana para comentar la lectura nocturna, mientras que Ricardo Piglia se
dijo un poco decepcionado al descubrir que estos grandes maestros se
comportaban como dos viejos chusmas.
-Creo que en esta
recepción, favorable o adversa, influye la tendencia a instituir a
Borges como la divinidad mayor del panteón literario y de tomar sus
declaraciones como verdades reveladas. Para muchos, Borges es un prócer
inmaculado, del que sólo estaría permitido invocar aquellos tópicos con
los que él mismo se preocupó por quedar asociado: laberintos,
antepasados guerreros, heresiarcas, cuchilleros, espejos… Esa figura se
completa con una ceguera vivida heroicamente y esa presencia tutelar de
Leonor, la madresposa castradora. Es lo que viene a vulnerar el Borges.
Para quienes esperaban un santoral, por su esencia el libro jamás
podría ser satisfactorio, porque no pretende ser un evangelio ni una
hagiografìa. Estos lectores se indignan porque Bioy no oculta los
prejuicios que hoy resultan políticamente incorrectos, como el racismo y
la homofobia. Por si no bastara con escandalizar a los devotos, imagino
que para un peronista siempre habrá sido muy incómodo digerir que el
hombre que se tiene por el máximo escritor argentino aborreciera a Evita
y a Perón y dedicara su vida a proclamar ese rechazo... La solución más
tranquilizadora para este dilema era simple y eficaz: concediendo lo
innegable –que Borges es un escritor inmenso– se hacía la salvedad de
que a partir de determinada etapa, la caída de Yrigoyen, vivió al margen
de la realidad, convertido en un señor que, abstraído en juegos
metafísicos y cegado por sus prejuicios, no fue capaz de conocer ni de
entender la esencia del mejor peronismo. El Borges no convalida
esa solución. Por el contrario, lo muestra muy preocupado por cuestiones
que uno creería le eran indiferentes, como la politiquería barata de
las elecciones de la Sociedad de Escritores, los tejemanejes de los
premios literarios, o, sobre todo, comentando con bastante información
la realidad política inmediata.
- ¿Creés que la recepción del Bioy memorialista sigue incomodando? ¿Cuánto colabora el clima de época?
-
Es posible. Pero me disgusta juzgar el pasado desde el presente,
responsabilizando a un individuo de los –llamémoslos así– prejuicios de
su clase. El propio Karl Marx se avergonzaría de este tipo de
razonamientos. Que Borges y Bioy celebraran la Libertadora es
comprensible: para ellos, esos militares eran una suerte de salida de la
vía muerta que significaba la democracia de masas. No veían en la
Libertadora a los precursores de Videla. Creo que para ellos, quien
mejor encarnaba eso era el primer peronismo.
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Editor. Martino recibió los papeles privados de manos de Bioy. |
-¿Cómo es el plan de trabajo con la obra de Bioy en adelante?
-Quedan
muchísimas páginas, el resto de los papeles privados. El plan de
publicación responde a largas charlas con Bioy. Pronto llega un
Epistolario literario; un Epistolario (no solo literario) con Silvina
Ocampo; una reedición ampliada y corregida del Borges … Y la reconstrucción de la novela Irse, que trató de escribir por casi treinta años, con cambios de ambiente. El cuento “Irse”, incluido en Una magia modesta,
es apenas una versión resignada y lineal de su argumento. Me sorprendió
leer en sus diarios que él preveía empezar su publicación después de
2014. Son sus palabras en la portada de un cuaderno de 1949: algo como
“para publicarse en el 2014 o un poco antes, cuando no pueda molestar a
sobrevivientes”.
-La “Obra Completa” solo está en Argentina; entretanto, ha habido un big bang de ediciones populares, con prólogos de él.
-Qué
especie inexplicable son algunos editores, empeñados en evitar la
difusión de sus propios libros. No todos, por suerte. Vi esas ediciones
populares, baratas en el peor sentido, me llenaron de tristeza. En lugar
de los textos definitivos, que me llevaron tres años de trabajo,
replicaron viejas versiones llenas de erratas. Los prólogos me temo que
son apócrifos: no los escribió Bioy. Son declaraciones periodísticas
presentadas como prólogos. Al ver estas cosas recuerdo a Goethe: él
decía que debería haber un infierno especial para los editores, porque
con el común no basta.
-Conociendo sus diarios, ¿cómo
describirías el vínculo con su mujer, la escritora Silvina Ocampo?
¿Cuánto de las tramas y doble vida alimentó la ficción de ambos?
- Por lo que leo, el vínculo era de una naturaleza tan especial que
darle un nombre sería reducirlo y desvirtuarlo. En cuanto a alimentar
ficciones, me parece que Bioy está un poco más presente en la obra
narrativa de Silvina. Por ejemplo, el narrador de “El intruso”, al menos
en las primeras páginas, es el retrato que Silvina hace del Bioy de
mediados de los años 30, llegando a la estancia de Pardo con sus valijas
de libros. No creo que haya algo semejante en la obra de Bioy posterior
a 1940.
-¿Y cómo describirías a Bioy? No se parece al
hedonista contemporáneo; tampoco es exactamente el dandy que describe
David Viñas. Y aunque no se identificaba con los pornógrafos del siglo
XVIII, tiene algo del libertino clásico.
-Responder
esa pregunta me llevará todavía unos años. No era un moralista, esto no
es una revelación, pero no se sentía atraído por la pornografía de
ninguna época. No le gustaban Sade, ni Restif de la Bretonne. Sí, en
cambio, Casanova, pero más como memorialista y, claro, porque era
inevitable que sintiera interés por el personaje. Por la imagen: no por
todos y cada uno de sus actos.
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Fina estampa. Daniel Martino junto a Adolfo Bioy Casares en Madrid, en 1991. |
-En
las ediciones de los diarios ya publicados, él suele velar las
referencias personales. ¿Cuáles fueron sus directivas para esas miles de
páginas por llegar?
-Más que directivas, yo hablaría de
puntos de vista comunes. Bioy pensaba que nunca una línea vale dañar a
una persona. Que una cosa es escribir una ironía sobre un personaje
público, como Mallea, Sabato o el propio Borges, personajes sobre los
cuales abundan los testimonios y que, por tanto, tienen defensores. Y
otra bien distinta es lastimar con secretos a alguien que lleva una vida
privada: sería su palabra contra el silencio del indefenso. Un ejemplo:
si en Descanso de caminantes la anécdota gira en torno de Silvina
Bullrich y Manucho Mujica Lainez, buena parte de la gracia se perdería
si omitiéramos esos nombres. Pero si la anécdota la protagonizara un
portero o un mozo, anónimo para el lector, ¿qué importa precisar
apellidos? Acá la anécdota es lo que cuenta: los otros son apenas su
vehículo.
-El peligro es el de una narración disecada.
Esto ha ocurrido con la expurgación de párrafos confesionales en
Alejandra Pizarnik, a pedido de su hermana. En el caso de Bioy y Silvina
se complica pues sus nietos tienen los “derechos morales” sobre el daño
que podrían acarrearles las revelaciones familiares. Es una disyuntiva,
pues puede convertir al editor en custodio del panteón.
-Tal
vez. Felizmente, la publicación está garantizada. Quisiera destacar que
nunca habrá forma de retribuir lo mucho que debemos los lectores de Bioy
a quienes crearon el ámbito legal para que sus papeles privados vieran
la luz. Sin la inteligencia, la buena voluntad y, sobre todo, la pasión
literaria de los abogados que intervinieron en el proceso legal, las
nuevas ediciones serían imposibles. Esto queda reflejado en la muestra
fotográfica “El lado de la luz”, que abre el 25 de septiembre, y donde
todos los retratos encuentran su lugar.
-Este velo, entretanto, acrecienta su aura. Otros hablan por Bioy
y todo funciona como una suerte de “En busca del tiempo perdido”: el
lector es desafiado a completar con nombres y rostros el círculo de
infidencias. Las memorias que cuidás tendrán contradictores.
-Supongo
que sí. No se puede contentar a todos. La Fontaine tiene una fábula al
respecto. Bienvenidos sean los contradictores, será enriquecedor oírlos.
Fuente: Revista Ñ Clarín