A 100 años del nacimiento del escritor, gran parte de su legado quedó en manos de la madre de su hijo extramatrimonial.
Matrimonio literario. ABC y Silvina Ocampo, a las puertas del sanatorio Cemic el 9 de septiembre de 1979./ARCHIVO
Raquel Garzón
“Siempre pensé que las bombas de tiempo debieran llamarse testamentos”, escribió Adolfo Bioy Casares, Premio Cervantes 1990, al recordar las esquirlas que dejó la herencia de su abuela. Pero la frase, recogida en Descanso de caminantes, una edición de sus diarios íntimos publicada en forma póstuma, resume como ninguna lo que pasó cuando apareció su propio testamento, pocos días después de su muerte, el 8 de marzo de 1999. En él, Bioy dejaba el 20 por ciento de sus bienes (que incluían un departamento en Cagnes-sur-Mer, Francia, donde el autor de La invención de Morel amaba pasar el verano), a Lidia Ramona Benítez, su enfermera.
El 80 por ciento restante debía dividirse en dos mitades: una para su hijo, Fabián Bioy Demaría, y la otra, entre sus tres nietos, hijos de Marta Bioy Ocampo. Una seguidilla inconcebible de muertes –la de la escritora Silvina Ocampo, su mujer, en 1993, luego de años con Alzheimer; la de su hija Marta, víctima en 1994 de un accidente de tráfico ridículo y fatal; la del mismo Bioy Casares en 1999 y finalmente, la de su hijo Fabián, en 2006, a los 42 años de edad– encadenó varios juicios sucesorios con un resultado insospechado. La carambola del destino quiso que los derechos de autor de dos de los escritores más espléndidos de la literatura argentina del siglo XX y gran parte del patrimonio en juego –valuado provisoriamente en 2007, con un dólar a $3,15, en poco más de 8,5 millones de pesos, según surge del expediente judicial, que consultamos– estén desde el pasado marzo en manos de la madre de Fabián, una de las amantes de Bioy, seductor tan aplicado como admitido.
Al conmemorarse mañana el centenario de su nacimiento, detenerse en los detalles nunca revelados de este folletín judicial de casi 15 años y más de 4.000 fojas es indagar no sólo en las reediciones y futuros libros de inéditos de ABC y de Silvina, sino también en el destino de uno de los tesoros más preciados de cualquier autor, su biblioteca: unos 20 mil tomos de enorme valor literario y económico, que la Universidad de Princeton quiso comprar y trasladar a los EE.UU. en 2000 (Ver en la pág. 44 “La biblioteca ...”).
La saga refleja, además, los efectos de la inestabilidad política de nuestro país y sus cicatrices en un patrimonio familiar: el expediente registra cómo, desde 1999 las valuaciones de los bienes y demás cuentas involucradas en la sucesión sufrieron los vaivenes del país. Empezaron en tiempos de convertibilidad y luego fueron parcialmente pesificados, recalculados en diversas ocasiones y consumidos por gastos de mantenimiento, honorarios de abogados y peritos e inflación.
Las versiones difieren: allegados al escritor sostienen que su intención de beneficiar en el testamento a Benítez, la enfermera que lo asistió los últimos nueve años de su vida, era conocida y habría complicado la relación de Bioy con sus nietos, Florencio, Victoria y Lucila, huérfanos desde 1994, quienes a partir de la muerte de su madre, vivieron estos juicios sucesivos como un “trauma” que les llevaba la vida entera, según una fuente que pide reserva. Consultados por Clarín para este artículo, los jóvenes Bioy declinaron participar por tratarse de “un tema muy personal”. Pero declaraciones previas de Florencio, realizadas a Alejandra Rodríguez Ballester para la revista Ñ, traslucen el desgaste emocional de haber vivido “desde los 20 años en sucesión”.
Otras fuentes (entre ellas una entrevista con Fabián, el hijo de Bioy, publicada el 20 de marzo de 1999 en el diario madrileño ABC) indican que la familia se enteró de que Bioy Casares dejaba a la enfermera el quinto de su fortuna cuando Lidia reclamó judicialmente el inventario y la tasación de la biblioteca y demás bienes de los pisos 5to y 6to de Posadas 1650, donde Bioy y Silvina Ocampo vivieron gran parte de su matrimonio de 53 años. La propiedad –697 metros cuadrados más terraza, situados en una de las mejores esquinas de Recoleta– se vendió por dos millones setenta y cinco mil dólares, en diciembre de 2000. Pero recién en junio de 2013 la justicia ordenó que parte de ese dinero se usara para pagar el grueso del legado. La enfermera cobró, en efectivo, 307.706 dólares, salvados de la pesificación por su carácter de depósito judicial (según resolución de abril de 2002).
No es la única sorpresa de un juicio sucesorio que bien valdría una serie de televisión y del que participaron decenas de abogados (algunos murieron y fueron reemplazados por sus herederos a la hora de trabajar o de cobrar), escribanos, administradores provisorios, peritos, tasadores y expertos varios. Hoy los derechos de autor de la obra de Adolfo Bioy Casares –valuados en diciembre de 2005 en poco más de un millón y medio de pesos– y la mitad de los de Silvina Ocampo –tasados en 258 mil- no están en manos de su familia. Pertenecen a Sara Josefina Demaría, madre y heredera de Fabián Bioy Demaría, el hijo extramatrimonial que Bioy Casares tuvo con ella en 1963. “Finita”, una bellísima mujer de alta sociedad por entonces casada con Eduardo Ayerza, con quien tuvo otros tres hijos, se separó cuando Fabián tenía 6. Al morir este en 2006, soltero y sin descendencia, lo heredó su madre.
La razón de los porcentajes asignados a Fina Demaría y a los nietos de Bioy tiene fundamentos legales. Reconocido por Bioy en 1998 (hasta entonces llevaba el apellido Ayerza), Fabián heredó de su padre bienes y derechos, entre ellos, la mitad del patrimonio de Silvina Ocampo que Bioy recibió a la muerte de ésta, en 1993. Durante el juicio sucesorio, además, Fabián inició otro contra sus sobrinos, para compensar valores por una porción de Rincón Viejo, un campo que el escritor había donado a su hija, Marta Bioy Ocampo (concebida con otra de sus amantes, María Teresa von der Lahr, y luego adoptada, amada y criada por Silvina como propia).
Rincón Viejo, en Pardo, provincia de Buenos Aires, es una propiedad de más valor literario que económico (más de siete millones y medio de pesos, según una tasación judicial provisoria de 2007). Allí, promediando los años 30, Bioy y Borges iniciaron su trabajo en colaboración escribiendo un folleto de yogur para La Martona, empresa de los Casares, la familia materna de Bioy (para otro artículo guardamos el análisis de la increíble amistad entre el donjuán irrefrenable y el tímido sin suerte). Este campo, especialmente querido por Bioy, fue también el sitio donde él y Silvina vivieron antes de casarse y donde él escribió algunas de sus obras esenciales, como la novela El sueño de los héroes (1954). Respetando el deseo del escritor, Rincón Viejo quedó en manos de la familia de Marta. Pero la Justicia reconoció a Fabián el derecho a ser compensado por su valor, de allí que la mayor parte del dinero obtenido por el piso de Posadas le correspondiera a él y, a su muerte, a su madre, Fina.
El campo es administrado por Florencio Basavilbaso Bioy, el nieto mayor del escritor. A él y a sus hermanas –Victoria y Lucila– corresponde la otra mitad de los bienes y derechos de autor de Silvina Ocampo, heredada por Marta. Y además, los derechos morales sobre las obras de sus abuelos. Explica un conocedor de la causa, quien pide anonimato: “Los derechos morales que apuntan a preservar la integridad de una obra y la buena imagen de un escritor, tras su muerte le corresponden más a su sangre que a cualquiera. A Fabián y a Marta, sus hijos, si hubieran vivido; no estando ellos, a sus nietos.”¿Podrían oponerse los nietos a editar o reeditar algunas obras que encontraran inconvenientes? “Tendrían voz en el tema, pero no creo que requieran hacerla oír nunca, porque es un trabajo que se hace con mucho conocimiento y respeto”, señala el experto. Este juego de equilibrios se relaciona con los inéditos de ambos autores en cuya edición y puesta en valor trabajan, desde hace años, los curadores Daniel Martino (de la obra de Bioy) y Ernesto Montequin (de la obra de Silvina Ocampo). El diario íntimo que Bioy llevó por medio siglo le fue donado por el propio Bioy a Martino, junto a quien trabajó los últimos años de su vida en la preparación del monumental Borges. “Los derechos de autor son de Fina Demaría, pero la decisión de qué se publica, cómo se publica y cuándo se publica corresponde a Martino”, precisa esta fuente. Hay además fotografías, una obra que Bioy desarrolló entre 1958 y 1971 y que recién empieza a ser valorada (recogida en Revista Ñ, el 30/8). Una selección integra la muestra “El lado de la luz, Bioy fotógrafo”, que se inaugura el 25 de este mes en el Centro Cultural San Martín.
La conservación y el destino de la biblioteca y papeles privados hallados en el piso de Posadas –que se asignaron en la partición por mitades a la Sra. Demaría y a los nietos de Bioy– mereció un incidente judicial aparte. “Nadie quiere hablar de valores”, afirma un allegado a los herederos. “En 2000 hubo una oferta de la Universidad de Princeton por la biblioteca, pero como todavía no se sabía a quién le iba a tocar y la valuación estaba pendiente, se desestimó.” La oferta de esa universidad llegó al juzgado por correo. En lo peor de su enfrentamiento con el ex marido de su hija Marta, Teresa Costantini ofreció comprarle la biblioteca a Bioy por un millón de dólares, con uso de ésta para Bioy. Recuerda Soledad Costantini, su hija: “Había tantos problemas en la familia por esos años, que mi madre juzgó con sensatez que no teníamos garantía de que podrían cumplir un trato así”. Pero no es la única. En una audiencia del 8 de abril del 2003, el expediente registra otra “propuesta de compra”, ésta de US$ 200 mil, tampoco aceptada. Entretanto, la Biblioteca Nacional está interesada, según dijeron.
La historia del legado que dejó a su enfermera
La decisión de Adolfo Bioy Casares de legar el 20 por ciento de sus bienes a su enfermera, Lidia Ramona Benítez, se explicaría según conocidos de la familia por dificultades financieras que impidieron al escritor pagarle el sueldo en los últimos años. Allegados al escritor que visitaban semanalmente el departamento de la calle Posadas descartan esa posibilidad por descabellada: si bien es cierto que el patrimonio familiar había conocido mejores tiempos, los bienes que Bioy dejó al morir –tasados provisoriamente en 2007 en más de ocho millones y medio de pesos, según el expediente de su juicio sucesorio– bastan para desmentir esas versiones. Lo cierto es que desde 1996, Bioy reconocía apremios económicos derivados de reclamos judiciales de Alberto Frank, ex esposo de su hija Marta, casada y divorciada dos veces (primero de Eduardo Basavilbaso y luego de Frank). Tras la muerte de Marta en enero de 1994, Frank demandó a Bioy en nombre de su hija Lucila, menor de edad por entonces, reclamando parte de la venta de un campo. Esta situación mortificó mucho a Bioy y fue comentada en el ambiente literario (María Esther Vázquez le dedicó una columna en La Nación).
Tras la muerte de Bioy, el juicio se transformó en arena de otros combates. Las tensiones registradas entre la enfermera y Jovita Iglesias, ama de llaves que acompañó a la familia por medio siglo (coautora junto a Silvia Renée Arias del revelador Los Bioy), son dignas de un cuento de Silvina Ocampo. En la audiencia inicial los familiares del escritor acuerdan definir una suma de dinero para Jovita “en agradecimiento por los servicios prestados”. A su turno, la abogada de Benítez, se opone. La actitud se repetirá con toda decisión que beneficie al ama de llaves: cuando se acuerda que Jovita ocupe el departamento de Posadas hasta su venta (“la legataria manifiesta su disconformidad con este punto”) y también cuando los herederos aceptan pagar durante ese lapso los gastos fijos del inmueble (“con la disidencia de la representante de la legataria”).
La biblioteca de tres maestros,
en 400 cajas y en un depósito de alquiler
Gesto entre libros. Adolfo Bioy Casares en el escritorio de su departamento de la calle Posadas./GERARDO OTTINO
Mauro Libertella
Dicen que era impactante. Que ocupaba las paredes de varios ambientes del enorme piso de la calle Posadas, de 697 metros cuadrados y dos plantas, donde Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares pasaron 45 años juntos viviendo en el corazón caliente de una biblioteca. Hoy esos libros no parecen tener destino en esta tierra. Fueron infructuosas las serias tratativas de la Biblioteca Nacional y otras entidades por comprarlos. Esta, con certeza la mayor biblioteca argentina del siglo XX, está guardada en 400 cajas.
Habría que oír con atención lo que dijo el propio Boy en 1996, cuando afrontaba un juicio penoso del segundo ex esposo de su hija Marta, ya fallecida, y su casa y sus pertenencias peligraban: “Si él gana el juicio, yo debería pagarle una suma cercana a los dos millones quinientos mil pesos. Eso para mí sería la ruina. Tendría que vender mi casa y todo lo que tengo incluida mi biblioteca, que es mi vida y que pensaba donar al país”.
Uno de quienes solía visitar la residencia en vida de la pareja era Alberto Casares, dueño de una preciosa librería de anticuario sobre la calle Suipacha. Cuenta que esa biblioteca-río se había formado a partir de caudales de diversa procedencia, familiares y propios, y que en su totalidad, era lo que se conoce como una “biblioteca de trabajo” de tres maestros, con un gran sector sólo de libros de Borges. Contenía entonces cientos de primeras ediciones de ellos y aún del cuarto y el quinto amigo, ejemplares de Bustos Domecq y Suárez Lynch, como Borges y Bioy firmaban sus obras en colaboración.
Muchos ejemplares llevan anotaciones al margen, pequeños regueros de tinta azul o negra que Borges estampó con su letra microscópica (una primera edición del Ulises de Joyce en inglés anotada por él).
Cuando Bioy murió, Fabián Bioy Demaría, su hijo y principal heredero, llamó al librero para que hiciera una valuación del acervo. Pero no pagó por un inventario serio, de modo que Casares optó por filmar los lomos en los estantes continuos, a fin de transcribir los títulos luego. Así lo cuenta: “Tuve que hacer una suerte de valuación preliminar. Cuando llegué había 16 mil libros pero ya había huecos. La familia tenía el apuro de vender el piso, de manera que la cotización fue muy rápida. Saqué el material de las estanterías y lo puse en cajas. Se guardaron en un depósito hasta que el juez ordenó que se repartieran en diez lotes equitativos en calidad y precio”. El patrimonio circuló por varios depósitos: en la Biblioteca Nacional, según un entendido estaba apilado bajo un techo de chapa en un cuarto sin ventanas; otro librero los encontró en jaulones con candado. Hoy los libros siguen deteriorándose en 400 cajas, en un depósito de alquiler en los subsuelos del edificio del Banco Central. Casares opina que los libros deben permanecer juntos: “Sería lindísimo que la comprara la Biblioteca Nacional”.
Y allí coinciden. En 2007 Carlos Bernatek y un grupo de expertos de la BN empezaron los trámites para la compra. Abrieron cajas, pero no pudieron hacer un inventario. Bernatek calcula que les habría llevado seis meses hacerlo pero los herederos no se decidían a costearlo. La Biblioteca ofreció una suma que a los herederos les pareció baja. Bernatek expresa su deseo de que los libros estén allí. Para que este feliz destino aconteciera, debería haber una tasación, un inventario sólido y consenso entre los herederos. Ojalá estos caminos se crucen más temprano que tarde.
Las imágenes de la cámara de Bioy
que él no llegó a ver
Le vendió su máquina Hasselblad a un fotógrafo, quien se encontró las fotos en un viejo rollo sin revelar.
Marcela Mazzei
¿Ve ese bolso que está ahí? Abralo . Adolfo Bioy Casares le señala a Juan Pangol, el camarógrafo que hacía unas tomas para la TVE en el piso de Posadas, su pasión secreta: la fotografía. Dentro del bolso estaba la Hasselblad 500C, el Rolls Royce de las cámaras del siglo XX, la que viajó a la Luna. “Al verla enloquecí –cuenta hoy–, salió de él contarme cómo sacaba fotos y entendí que teníamos el mismo amor”.
Terminaba 1998 y su comentario lo animó a pedirle a Bioy que posara para él, los dos solos, tranquilos. Semanas después se concreta la cita, con el modelo de punta en blanco, como se ve en la serie que Pangol le envió después de regalo. “Al señor Bioy le gustaron tanto sus fotos que quiere que usted tenga la cámara de él” escuchó al teléfono, en la voz de la secretaria, dos semanas más tarde.
Superado el shock, prepara una cámara para inmortalizar el momento. Pero al llegar lo encuentra muy desmejorado. “Me impresionó mucho el cambio desde la última vez, incluso me contó que estaba con temblores, débil”. Ese día de enero de 1999 sucede la transacción. Bioy insiste en regalarle la Hasselblad, él se niega y acuerdan un precio simbólico: $2.000/dólares, según un recibo con firma. En el cuerpo de la cámara con dos chasis, firma Adolfo . Quedan en almorzar en Lola y se despiden, sin hacer fotos. El camarógrafo se entera por la prensa de la muerte del escritor. Cuando regresa a la cámara para usarla, la abre, encuentra un rollo, y lo cierra inmediatamente. Más tarde lo lleva a revelar sin decir una palabra.
“Me quedé helado”, cuenta. “Estuve tiempo sin revelarlas, nunca quise traspasar la línea de su intimidad”. La tira de contactos que se salvaron de ser veladas, casi la mitad, muestra la sala de Posadas (el sillón donde Bioy tomó una icónica foto de Borges y Silvina Ocampo; la niña de sombrero es Lucila Frank, una de sus nietas; la que está a contraluz, la otra, Victoria Basavilbaso; el tronco de un árbol que imita un animal (en una de sus visitas, Bioy le había regalado a Pangol un original que parece de la misma serie, tomada en Rincón Viejo); la quinta es una figura desconocida.
“Me llama la atención el tiempo que llevaban dentro”, reconoce Pangol. La nieta tenía 18 años a la muerte de Bioy cuando no parece haber cumplido ocho. Cuando se publica Los Bioy, las memorias del ama de llaves, Jovita Iglesias, Pangol descubre el siguiente pasaje: “Un mal día me anunció: ‘Vendí una cámara fotográfica y me siento como si hubiera vendido mi alma’”. Al dolor de la pérdida, se sumaba quizás que era la cámara suya que le había regalado a su hija Marta, y que había vuelto a él después del absurdo accidente. Con el paso de los años, el camarógrafo pudo asumir la herencia: “Creo que él vio mi entusiasmo. Fue un pase de manos”. Bioy encontró en él un emisario del mensaje que traían esas fotos perdidas, para que llegaran a nosotros justo hoy.
Semana Bioy Casares / En el centenario de su nacimiento
Las
mujeres, los amigos, el campo, los animales del zoológico, San Telmo;
temas que se revelan aquí en una decena de retratos inéditos tomados por
el escritor, que formarán parte de una novedosa muestra sobre su pasión
por las cámaras
"La
hipótesis de que las imágenes tengan alma parece confirmada por los
efectos de mi máquina sobre las personas, los animales y los vegetales
emisores", escribe Adolfo Bioy Casares en La invención de Morel.
Esta
novela de imaginación razonada, como la clasificó la crítica literaria,
bucea en la obsesión del autor por los espejos y su afición por las
luces, las sombras y las proyecciones de objetos a través de diferentes
tecnologías. El relato, sobre un hombre en absoluta soledad, que busca
comprender fenómenos extraños en una isla, inspiró a generaciones de
distintas culturas.
Los creadores de la serie Lost le
rindieron homenaje a este texto y lo incorporaron a la trama como libro
de cabecera de uno de los protagonistas. En esta célebre novela de 1940,
Bioy Casares realiza un gran despliegue de su conocimiento sobre el
proceso fotográfico -y los diversos modos de capturar imágenes-, no como
el mero pasatiempo de un turista, sino como un sofisticado mecanismo de
supervivencia.
Bioy
era un gran amante de la fotografía, una faceta hasta el presente poco
conocida para sus lectores. Se dedicó a retratar con su lente, extensión
de su mirada particular, a veces piadosa, en otras ocasiones mordaz,
escenas de la vida cotidiana. Como se puede apreciar en esta página,
adelanto de una muestra de valor incalculable que, en el marco del
programa Fantástica Buenos Aires, atraerá no solamente a sus lectores,
sino también a los amantes de la fotografía.
El Lado de la Luz,
selección de las mejores fotografías obtenidas por Adolfo Bioy Casares,
se podrá ver desde el 25 de septiembre y hasta el 11 de octubre en el
Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551). Se trata de un tesoro que
se exhibe en el marco del centenario de su nacimiento; instantáneas, en
su mayoría inéditas, que capturó desde 1959 hasta 1974.
Pasión por lo cotidiano
Allí
aparece su mujer Silvina Ocampo, y sus hijos Martita y Fabián. También
retrata a sus célebres amigos y colegas (Jorge Luis Borges, Julio
Cortázar, Manuel Mujica Lainez, Alejandra Pizarnik, María Elena Walsh y
Beatriz Guido, entre otros), paisajes urbanos (del barrio de San Telmo,
por ejemplo) y rurales (de los alrededores de su estancia Rincón Viejo,
en Pardo). También hay fotografías de sus viajes, con instantáneas de
Berlín y El Cairo.
La exhibición es curada por Daniel Martino,
autor de numerosos trabajos sobre la obra de Bioy Casares, cuyos papeles
privados edita desde 1994, y quien preparó la edición crítica y anotada
de la Obra completa del autor.
Amante de la palabra
precisa, Bioy también perseguía la definición perfecta. Así, coleccionó
una gran variedad de equipos de distintas marcas y orígenes, siempre los
más innovadores para su época: Leica, Rolleiflex, Exacta, Contarex,
Hasselblad, Super Ikonta y la Bessamatic.
Escudado tras su lente
-su rostro jamás se ve de modo nítido en esta colección de fotografías-,
se convierte en Morel, el responsable de perpetuar más allá de la
existencia física a los seres que lo rodeaban y de imantar su alma para
la eternidad.
Fotos Adolfo Bioy Casares (Gentileza Daniel Martino).
Iconos porteños Se trata de la Floralis Genérica. Fue la primera escultura con movimiento de la Ciudad. Hace cinco años que no se cierra y ahora se dañó una pieza de 3.500 kilos. Prometen una reparación integral.
La Floralis Genérica. La escultura pesa 18 toneladas. / EMILIANA MIGUELEZ
Nora Sánchez
Cuando la inauguraron, en abril de 2002, la Floralis Genérica era una escultura de vanguardia. Era la única de la Ciudad con movimiento: sus enormes pétalos de acero inoxidable se abrían de día y se cerraban de noche, como si fuera una flor de verdad. También se cerraban cuando había mucho viento o lluvia, para evitar daños. Hasta que en 2009, los engranajes dejaron de funcionar y desde entonces quedó abierta. Con la tormenta de viento y granizo del martes, uno de los pétalos sufrió una rajadura. Ahora el Gobierno porteño vallará la obra y apuntalará la pieza rota hasta que sea reparada en forma definitiva. Algo que, según prometen en el Ministerio de Ambiente y Espacio Público, sucederá en los próximos meses.
“La Floralis Genérica volverá a estar operativa en marzo del año que viene –asegura Rodrigo Silvosa, el subsecretario de Mantenimiento del Espacio Público–. Desde hace un par de meses estamos estudiando la manera de recuperarla en su totalidad. La empresa que debía mantenerla, Lockheed Martin, se fue de la Argentina. Ahora estamos estudiando los planos y mecanismos para repararla. La tarea estará a cargo de un consorcio de empresas”.La reparación de la Floralis es una cuenta pendiente del Gobierno porteño desde hace cinco años. El escollo principal para saldarla siempre fue económico. La escultura es una obra de ingeniería muy compleja y tiene dañado el mecanismo que permite que se abra y cierre. Tampoco funcionan los sensores que la cierran ante inclemencias del tiempo. Y como quedó abierta, sus materiales estuvieron más expuestos. Hace dos años se estimó que recuperarla costaría $ 2 millones. Hoy podría salir el doble, aunque en Espacio Público se niegan a dar cifras.“Estamos evaluando distintas alternativas de restauración, para manejar el presupuesto responsablemente –dice Silvosa–. Lo que pasa es que la tormenta del otro día nos obligó a intervenir la flor antes de lo previsto”.
Es que el temporal de viento y granizo del martes provocó una rajadura en uno de los pétalos, que pesa 3.500 kilos. Según Silvosa, no hay peligro de que se caiga, pero aún así están realizando tareas para garantizar la seguridad.
Ayer, operarios de la contratista Plan Obra estuvieron trabajando en la sala de máquinas de la escultura, para comenzar a vaciar la fuente donde fue emplazada. En una semana, cuando ya esté seca, vallarán la escultura y montarán una estructura para apoyar el pétalo dañado. Así quedará hasta que sea reparado en forma definitiva y se recupere el mecanismo de cierre y apertura de la flor.
La Floralis Genérica fue creada y donada a la Ciudad por el arquitecto argentino Eduardo Catalano, que con su obra quiso representar a todas las flores. Su construcción llevó dos años y medio. Su autor nunca quiso revelar cuánto costó, pero se estima que fue entre 4,5 y 6 millones de dólares.
La flor está hecha en acero inoxidable, con un armazón de aluminio y hormigón armado. Mide 22 metros de alto, pesa 18 toneladas y abierta alcanza los 32 metros de diámetro. Originalmente, mediante un dispositivo hidráulico accionado por computadoras sus pétalos se abrían a las 8 y se cerraban cuando se ponía el sol. También, gracias a unos sensores, cuando el viento superaba los 80 km/h por más de un minuto o cuando caía mucha lluvia. Ese era su mecanismo de autodefensa.
La escultura fue inaugurada el 13 de abril de 2002 en la Plaza de las Naciones Unidas, en Figueroa Alcorta y Tagle. Recién fue puesta en funcionamiento cinco meses después debido a un problema en uno de sus pétalos. Catalano, que falleció en 2010, dejó cubierto su mantenimiento por 25 años. Se lo encomendó a la fábrica de aviones Lockheed Martin, que además fue la encargada de proveer los materiales y montarla. Pero cuando la empresa se fue del país, el cuidado de la flor quedó en manos del Gobierno porteño, que es su propietario.
“La Floralis Genérica se convirtió en un ícono de la Ciudad, tanto como lo es el Obelisco –asegura Silvosa–. No vamos a dejar que se deteriore”.
Personajes de la TV, músicos y deportistas Son figuras hiperrealistas hechas de un material barato porque son vandalizadas. También las políticas están en expansión, como en la 9 de Julio que aluden al peronismo.
La primera. Olmedo y Portales como Alvarez y Borges, en Corrientes y Uruguay. Luego llegaría el resto. / NÉSTOR SIEIRA
Silvia Gómez
“Porcel, Tato Bores, Alberto Olmedo, Javier Portales, Sandro, Juan Carlos Calabró, Carlitos Balá, Pappo, Spinetta, Pichuco Troilo, Bioy Casares y Borges, Perón y Evita. En los últimos años la Ciudad se pobló de esculturas “hiperrealistas”.
Se estima que hay más de 30 en diferentes calles, plazas y esquinas porteñas. Y van por más: la semana se sumaron Juan Carlos Altavista con su entrañable Minguito y el Polaco Goyeneche. Casi todas están realizadas en resina epoxi, un material económico –en comparación al bronce o al mármol– y fácil de recomponer, ya que estas esculturas son vandalizadas casi a diario. De hecho, mientras la Ciudad planea seguir colocando esculturas, la empresa TyC Sports anunció que retirará las de los homenajes a Messi, Maradona y Batistuta, ya que fueron destrozadas cinco veces en menos de tres meses.
Y hablando de deportistas, la última movida oficial fue la creación de un “Paseo de la Gloria”, ubicado en la rambla de Costanera Sur. El estreno fue el a fines del mes pasado con la figura del basquetbolista Emanuel Ginóbili y además serán homenajeados el tenista Guillermo Vilas y la “leona” Luciana Aymar y otros hasta llegar a 10. Según lo publicado en el Boletín Oficial de la Ciudad todo tendrá un costo de $ 600.000. Las figuras –en este caso de bronce y poco hiperrealistas de acuerdo a la estatua de Manu– estarán colocadas sobre podios de hormigón que costarán otros $ 75.000.
Teléfonos. Tato Bores “comparte” la cuadra con Sandro. / NÉSTOR SIEIRA
La Ciudad se diferencia por tener una gran cantidad de obras de arte muy destacadas: entre muchísimas otras, “Canto al trabajo”, frente a la Facultad de Ingeniería, el que homenajea a Bernardino Rivadavia en plaza Miserere (ambos de Rogelio Yrurtia), El Pensador de Auguste Rodin, frente al Congreso y, más moderna, la Floralis del arquitecto Eduardo Catalano.
Sin embargo, en los últimos años, se han sumado a la escena una sucesión de esculturas de personajes famosos que si bien son muy populares entre la gente, no todos están de acuerdo con estas figuras; incluso las consideran de baja calidad artística. El profesor Juan Antonio Lázara, es experto en patrimonio público y en Historia del Arte entiende que “lo más triste de esto que está sucediendo en la calle es que se trata de una política de Estado. El peor daño a nuestros monumentos lo producen nuestros gobernantes. Antes las esculturas y monumentos se financiaban por “suscripción popular”, es decir, los admiradores del homenajeado pagaban la obra. Hoy se pagan con los impuestos de los contribuyentes. Creo que antes de aprobarlos se debe consultar a especialistas en patrimonio público y a escultores consagrados para que dictaminen acerca de la calidad”, opinó el especialista.
La política también. Perón y Evita de resina epoxi en la Biblioteca Nacional.
Lázara además hace foco en tres casos extremos, en relación a la injerencia política: “La destrucción del monumento a Colón y su descuartizamiento; los monumentos partidarios de la 9 de Julio, que se fue transformando en un desfile de imágenes que pertenecen al peronismo, cuando se trata de un partido político que representa sólo a una parte de los argentinos; y finalmente la colocación de estas obras supuestamente “hiperrealistas” cuando en realidad se trata de caricaturas de personajes populares ”, sentenció.
En la vereda opuesta, el autor de la mayoría de estas esculturas, Fernando Pugliese, le dijo a Clarín: “Con mi trabajo intento sacar a la gente de lo cotidiano, que dejen de lado la rutina y se saquen una foto en plena avenida Corrientes con Olmedo y Portales. Se trata de un arte popular, que es entendido y festejado por todos”.
SIN UN PLAN DE EMBELLECIMIENTO URBANO
Ana María Battistozzi - Crítica de Arte
Hubo
un tiempo –entre la última década del siglo XIX y las tres primeras del
XX– que la Ciudad experimentó una impresionante transformación urbana.
Un tiempo en que su dirigencia se avocó a embellecerla con paseos y
jardines. Y para ello convocó a especialistas de talento y formación
como Carlos Thays. En ese marco, y como parte del mismo impulso,
proliferaron fuentes, estatuas alegóricas y monumentos. Así nuestro país
se hizo eco de la obsesión del siglo XIX por homenajear a los héroes de
la patria a través de monumentos que a su vez definían quiénes
integraban ese panteón ejemplar. Da la impresión que detrás de la
decisión de consagrar monumentos a figuras populares del espectáculo o
el deporte que aún viven, hay una intención populista. Se me dirá que el
Pensador y el Sarmiento de Rodin o el Arquero de Bourdelle expresaban
los gustos de una elite que miraba a Europa. También que el buen gusto
está hecho de mil disgustos, como decía una personaje de El Burgués
Gentilhombre de Molière. Sin embargo, a la hora de disponer una
inversión de $ 600 mil sería bueno interrogarse ¿no hubiera sido
interesante integrar un homenaje a figuras ejemplares, cualquiera que se
desee destacar, a un plan de embellecimiento urbano? Un plan que no
necesariamente se exprese en un realismo trasnochado y renueve fuentes o
aliente intervenciones que estén más a tono con las grandes
producciones artísticas del momento y, de esa manera vinculen el
presente con el gran pasado de la Ciudad.
Debe hacerse cargo la Casa Rosada. Lo afirman en el Gobierno porteño. Llevarlo a la Costanera Norte demandará un año.
En partes. El monumento fue bajado el año pasado y sigue tirado detrás de la Rosada. Así, podría “recibir” el 12 de octubre a Juana Azurduy./ G GARCÍA ADRASTI
Emplazar el monumento a Cristóbal Colón en su nueva ubicación, frente al Aeroparque Jorge Newbery, tomará por lo menos un año y costará $ 25 millones. Un estudio de suelo determinó que el terreno de la plazoleta Hidroavión Buenos Aires no soportaría el peso, por lo que hay que construir pilotes y una losa de hormigón para sostener la estructura.
“El trabajo de suelo, el traslado y el emplazamiento del monumento va a tardar un año –confirmó el subsecretario de Derechos Humanos porteño, Claudio Avruj–. En el convenio que firmaron el Gobierno nacional y la Ciudad, y que fue avalado por el Congreso y la Legislatura, se establece que la Rosada se hará cargo de los gastos. Todavía faltan acordar los tiempos y cómo se instrumentará esa financiación, si mediante transferencias al Gobierno porteño o si el Nacional le realizará pagos directos a los contratistas”.
El funcionario estimó el gasto total en $ 25 millones. Lo primero que habrá que hacer es construir pilotes en la plazoleta de la Costanera Norte y una losa de cemento para sostener el monumento. Sin estos refuerzos, la estructura se podría hundir. Sólo este trabajo llevará tres meses.
El siguiente desafío será trasladar las partes del monumento, que sigue tiradas en la Plaza Colón, detrás de la Casa Rosada. Se trata de 600 toneladas de piezas de mármol. Para llevarlas hasta Costanera Norte serán necesarios entre 30 y 40 viajes. Esta tarea más el emplazamiento del monumento, tomarán 9 meses más.
Pero antes que nada, hace falta que la Legislatura porteña apruebe definitivamente la ley que autoriza el nuevo emplazamiento, ya avalada en primera lectura. El martes, entre los silbidos de la colectividad italiana, se hizo la audiencia pública y ahora el proyecto debe volver al recinto.
“Hay un sector minoritario de la colectividad italiana que se sigue oponiendo a la mudanza –reconoce Avruj–. Pero la mayoría, ante el hecho consumado de la remoción del monumento, quiere que se resuelva el conflicto lo antes posible, y que se lo vuelva a emplazar en la Ciudad”.
El monumento a Colón es una obra del escultor italiano Arnaldo Zocchi. La comunidad italiana lo donó con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo, y pidió que fuera colocado en la plaza que lleva el nombre del marino, detrás de la Casa Rosada. En ese lugar estuvo en pie desde 1921 hasta junio del año pasado.
Así, la gran escultura recién estaría en su nueva ubicación a fines del año próximo. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner quiere reemplazarla por un monumento en homenaje a Juana Azurduy, que ya está casi terminado y sería inaugurado el 12 de octubre. Un símbolo que se potenciaría con la figura del navegante genovés yaciendo a su lado, destronado de su pedestal.
El capricho de Cristina Kirchner está a punto de ser concretado. La estatua de Colón sigue en el piso. La de Juana Azurduy está casi lista.
Tal vez Juana esté en su pedestal el 12 de octubre y Colón, para esa fecha, siga por el suelo.
Ese innecesario trueque de estatuas será testimonio de una testarudez banal y marca registrada de un tiempo que el Gobierno se empeña en imaginar refundacional. Y como hay que ir por más, la Presidenta ha imaginado otro símbolo, visible desde lejos: una torre como una pista de skate gigante en la Isla Demarchi.
Azurduy luchó por la independencia de la corona de España. La guerra le llevó hijos y marido. Combatió en el Norte hasta que murió el último realista que había puesto precio a su cabeza. Entonces volvió a su terruño, hoy Bolivia, con el grado de teniente coronel.
Más de tres siglos la separan de Colón, que aproximó dos mundos y fue la avanzada de una conquista primero sangrienta y envuelta en el infierno de la codicia y enriquecedora después. Un infantil oportunismo político de ahora quiere unir sus destinos.
“¿Qué hace ahí ese genocida?”, más que preguntar casi ordenaba con su tono castrense Hugo Chávez. Fue al entrar al despacho de Cristina. Y Colón dejó de mirar el río desde atrás de la Rosada.
La piedra fundamental del derrumbado monumento al almirante genovés fue puesta el 24 de mayo de 1910. Un tributo de la comunidad italiana para agradecer a la Nación que le dio cobijo. Ignorante de ese simbolismo argentino, el venezolano mandó: “Ahí hay que poner un indio”. Fue en 2011.
Si todo esto era una intromisión y una desmesura que no era necesario obedecer, Cristina agregó las propias. Se entrometió en una plaza de la Ciudad y volteó la estatua, como si la plaza y la estatua fueran de ella.
El macrismo protestó pero después canjeó el capricho de ella por necesidades propias y el conflicto se congeló con una ley votada por los dos, que le dio el gusto a la Presidenta.
Pobres Colón y Azurduy. Colón probablemente volverá a pararse en la Costanera (ver pág. 67).
Seguirá siendo Colón, no el Colón que quiere Cristina. Azurduy tendrá su homenaje merecido pero con un inmerecido desalojo. El enroque será un monumento a la politiquería que ningún homenaje hace a los dos.
¿Tenía sentido agraviar de este modo a Colón o ya es gratuito agraviar a cualquiera?
¿Tenía sentido desagraviar de este modo a Azurduy?
Un gobierno que habla todo el tiempo de inclusión opera todo el tiempo por exclusión.
Colón y Azurduy no pueden convivir, como si ambos no hubiesen sido parte de la misma historia. No se entiende América sin España y sin Europa. En lugar de parecer tan preocupado por parecer revolucionario, el Gobierno debería hacer algo para parecer más racional.
JESÚS RAFAEL SOTO - SIN TÍTULO - Serigrafía s/papel - 50 x 35 cm.
Por Verónica Chiaravalli / LA NACIÓN
No hay manera de escapar: nos movemos en y entre imágenes, atravesados, saturados, formados y deformados por ellas. Las pantallas las hacen proliferar hasta el infinito, en combinaciones cambiantes y novedosas, y las proyectan sin destino necesario, o las capturan para devolvernos nuestro propio reflejo: la selfie ha reemplazado el espejo. Podemos dialogar con ellas o podemos ignorarlas, pero lo que no podemos hacer es sustraernos a su influencia, a su presencia decisiva, al peso rotundo de su discurso mudo.
"Hoy la imagen excede el ámbito específico de la historia del arte. Los especialistas en imágenes estamos en un lugar de privilegio porque somos requeridos por otros ámbitos, lo que nos permite expandir las fronteras de la disciplina", explica Diana Wechsler, directora de la Maestría en Curaduría en Artes Visuales de la Universidad de Tres de Febrero. Con la finalidad de reflexionar sobre estos temas, dicha universidad organizó el seminario Pensar con imágenes, que se realizará el 17 y el 18 de septiembre en el Teatro Margarita Xirgu y que tendrá la particularidad de traer a la Argentina, entre otros prestigiosos teóricos de la imagen y artistas, al filósofo y ensayista Georges Didi-Huberman. También participarán José Emilio Burucúa, Jean-François Chevrier, Aurora Fernández Polanco, Graciela Sacco, José Larrañaga y Yayo Aznar, Los objetos sobre los que se trabajará en el seminario son diversos: Internet, cine, pintura y práctica curatorial. "Los artistas visuales piensan en imágenes -recuerda Wechsler- y en este encuentro buscamos desentrañar aquello que sólo las imágenes pueden decir. Las artes visuales generan una captación de conjunto diferente de la temporalidad que se despliega en el lenguaje, y es la imagen en todo su espesor lo que trataremos." En el comienzo de Leyendo imágenes, un libro que escribió hace ya catorce años, Alberto Manguel cuenta una de esas experiencias estéticas que suelen ser determinantes en la vida de un niño. Tenía entonces nueve o diez años y visitaba por primera vez el estudio de una tía suya, pintora. La mujer tomó de un estante un libro de reproducciones dedicado a Van Gogh, se lo dio y lo dejó a solas. Acostumbrado a que las imágenes ilustraran los relatos de sus libros infantiles, el pequeño Manguel hizo ese día un descubrimiento crucial: la imagen podía ser autónoma, aun independiente, de toda palabra. Y, a su vez, desde ese silencio impenetrable, era capaz de dar a luz un lenguaje nuevo y distinto. Tiempos después descubriría también que ésa es la fuente de su fascinación y de su poder perturbador. Fuente texto. adn Cultura La Nación