"LA FLOR" SUMA PROBLEMAS Y DEBEN APUNTALAR UN PÉTALO

Iconos porteños Se trata de la Floralis Genérica. Fue la primera escultura con movimiento de la Ciudad. Hace cinco años que no se cierra y ahora se dañó una pieza de 3.500 kilos. Prometen una reparación integral.
La Floralis Genérica. La escultura pesa 18 toneladas. / EMILIANA MIGUELEZ
La Floralis Genérica. La escultura pesa 18 toneladas. / EMILIANA MIGUELEZ
Nora Sánchez

Cuando la inauguraron, en abril de 2002, la Floralis Genérica era una escultura de vanguardia. Era la única de la Ciudad con movimiento: sus enormes pétalos de acero inoxidable se abrían de día y se cerraban de noche, como si fuera una flor de verdad. También se cerraban cuando había mucho viento o lluvia, para evitar daños. Hasta que en 2009, los engranajes dejaron de funcionar y desde entonces quedó abierta. Con la tormenta de viento y granizo del martes, uno de los pétalos sufrió una rajadura. Ahora el Gobierno porteño vallará la obra y apuntalará la pieza rota hasta que sea reparada en forma definitiva. Algo que, según prometen en el Ministerio de Ambiente y Espacio Público, sucederá en los próximos meses.
“La Floralis Genérica volverá a estar operativa en marzo del año que viene –asegura Rodrigo Silvosa, el subsecretario de Mantenimiento del Espacio Público–. Desde hace un par de meses estamos estudiando la manera de recuperarla en su totalidad. La empresa que debía mantenerla, Lockheed Martin, se fue de la Argentina. Ahora estamos estudiando los planos y mecanismos para repararla. La tarea estará a cargo de un consorcio de empresas”.
La reparación de la Floralis es una cuenta pendiente del Gobierno porteño desde hace cinco años. El escollo principal para saldarla siempre fue económico. La escultura es una obra de ingeniería muy compleja y tiene dañado el mecanismo que permite que se abra y cierre. Tampoco funcionan los sensores que la cierran ante inclemencias del tiempo. Y como quedó abierta, sus materiales estuvieron más expuestos. Hace dos años se estimó que recuperarla costaría $ 2 millones. Hoy podría salir el doble, aunque en Espacio Público se niegan a dar cifras.“Estamos evaluando distintas alternativas de restauración, para manejar el presupuesto responsablemente –dice Silvosa–. Lo que pasa es que la tormenta del otro día nos obligó a intervenir la flor antes de lo previsto”.
Es que el temporal de viento y granizo del martes provocó una rajadura en uno de los pétalos, que pesa 3.500 kilos. Según Silvosa, no hay peligro de que se caiga, pero aún así están realizando tareas para garantizar la seguridad.

Ayer, operarios de la contratista Plan Obra estuvieron trabajando en la sala de máquinas de la escultura, para comenzar a vaciar la fuente donde fue emplazada. En una semana, cuando ya esté seca, vallarán la escultura y montarán una estructura para apoyar el pétalo dañado. Así quedará hasta que sea reparado en forma definitiva y se recupere el mecanismo de cierre y apertura de la flor.

La Floralis Genérica fue creada y donada a la Ciudad por el arquitecto argentino Eduardo Catalano, que con su obra quiso representar a todas las flores. Su construcción llevó dos años y medio. Su autor nunca quiso revelar cuánto costó, pero se estima que fue entre 4,5 y 6 millones de dólares.

La flor está hecha en acero inoxidable, con un armazón de aluminio y hormigón armado. Mide 22 metros de alto, pesa 18 toneladas y abierta alcanza los 32 metros de diámetro. Originalmente, mediante un dispositivo hidráulico accionado por computadoras sus pétalos se abrían a las 8 y se cerraban cuando se ponía el sol. También, gracias a unos sensores, cuando el viento superaba los 80 km/h por más de un minuto o cuando caía mucha lluvia. Ese era su mecanismo de autodefensa.

La escultura fue inaugurada el 13 de abril de 2002 en la Plaza de las Naciones Unidas, en Figueroa Alcorta y Tagle. Recién fue puesta en funcionamiento cinco meses después debido a un problema en uno de sus pétalos. Catalano, que falleció en 2010, dejó cubierto su mantenimiento por 25 años. Se lo encomendó a la fábrica de aviones Lockheed Martin, que además fue la encargada de proveer los materiales y montarla. Pero cuando la empresa se fue del país, el cuidado de la flor quedó en manos del Gobierno porteño, que es su propietario.

“La Floralis Genérica se convirtió en un ícono de la Ciudad, tanto como lo es el Obelisco –asegura Silvosa–. No vamos a dejar que se deteriore”.


Fuente: clarín.com

EL FENÓMENO DE LAS ESCULTURAS DE ÍDOLOS POPULARES:
HAY 30 Y PONDRÁN MÁS

Personajes de la TV, músicos y deportistas Son figuras hiperrealistas hechas de un material barato porque son vandalizadas. También las políticas están en expansión, como en la 9 de Julio que aluden al peronismo.
La primera. Olmedo y Portales como Alvarez y Borges, en Corrientes y Uruguay. Luego llegaría el resto. / NESTOR SIEIRA
La primera. Olmedo y Portales como Alvarez y Borges, en Corrientes y Uruguay. Luego llegaría el resto. / NÉSTOR SIEIRA

Silvia Gómez

  
“Porcel, Tato Bores, Alberto Olmedo, Javier Portales, Sandro, Juan Carlos Calabró, Carlitos Balá, Pappo, Spinetta, Pichuco Troilo, Bioy Casares y Borges, Perón y Evita. En los últimos años la Ciudad se pobló de esculturas “hiperrealistas”.
Se estima que hay más de 30 en diferentes calles, plazas y esquinas porteñas. Y van por más: la semana se sumaron Juan Carlos Altavista con su entrañable Minguito y el Polaco Goyeneche. Casi todas están realizadas en resina epoxi, un material económico –en comparación al bronce o al mármol– y fácil de recomponer, ya que estas esculturas son vandalizadas casi a diario. De hecho, mientras la Ciudad planea seguir colocando esculturas, la empresa TyC Sports anunció que retirará las de los homenajes a Messi, Maradona y Batistuta, ya que fueron destrozadas cinco veces en menos de tres meses.
Y hablando de deportistas, la última movida oficial fue la creación de un “Paseo de la Gloria”, ubicado en la rambla de Costanera Sur. El estreno fue el a fines del mes pasado con la figura del basquetbolista Emanuel Ginóbili y además serán homenajeados el tenista Guillermo Vilas y la “leona” Luciana Aymar y otros hasta llegar a 10. Según lo publicado en el Boletín Oficial de la Ciudad todo tendrá un costo de $ 600.000. Las figuras –en este caso de bronce y poco hiperrealistas de acuerdo a la estatua de Manu– estarán colocadas sobre podios de hormigón que costarán otros $ 75.000.
Teléfonos. Tato Bores “comparte” la cuadra con Sandro. / NESTOR SIEIRA
Teléfonos. Tato Bores “comparte” la cuadra con Sandro. / NÉSTOR SIEIRA

La Ciudad se diferencia por tener una gran cantidad de obras de arte muy destacadas: entre muchísimas otras, “Canto al trabajo”, frente a la Facultad de Ingeniería, el que homenajea a Bernardino Rivadavia en plaza Miserere (ambos de Rogelio Yrurtia), El Pensador de Auguste Rodin, frente al Congreso y, más moderna, la Floralis del arquitecto Eduardo Catalano.
Sin embargo, en los últimos años, se han sumado a la escena una sucesión de esculturas de personajes famosos que si bien son muy populares entre la gente, no todos están de acuerdo con estas figuras; incluso las consideran de baja calidad artística. El profesor Juan Antonio Lázara, es experto en patrimonio público y en Historia del Arte entiende que “lo más triste de esto que está sucediendo en la calle es que se trata de una política de Estado. El peor daño a nuestros monumentos lo producen nuestros gobernantes. Antes las esculturas y monumentos se financiaban por “suscripción popular”, es decir, los admiradores del homenajeado pagaban la obra. Hoy se pagan con los impuestos de los contribuyentes. Creo que antes de aprobarlos se debe consultar a especialistas en patrimonio público y a escultores consagrados para que dictaminen acerca de la calidad”, opinó el especialista.
La política también. Perón y Evita de resina epoxi en la Biblioteca Nacional.
La política también. Perón y Evita de resina epoxi en la Biblioteca Nacional.




Lázara además hace foco en tres casos extremos, en relación a la injerencia política: “La destrucción del monumento a Colón y su descuartizamiento; los monumentos partidarios de la 9 de Julio, que se fue transformando en un desfile de imágenes que pertenecen al peronismo, cuando se trata de un partido político que representa sólo a una parte de los argentinos; y finalmente la colocación de estas obras supuestamente “hiperrealistas” cuando en realidad se trata de caricaturas de personajes populares ”, sentenció.
En la vereda opuesta, el autor de la mayoría de estas esculturas, Fernando Pugliese, le dijo a Clarín: “Con mi trabajo intento sacar a la gente de lo cotidiano, que dejen de lado la rutina y se saquen una foto en plena avenida Corrientes con Olmedo y Portales. Se trata de un arte popular, que es entendido y festejado por todos”.

SIN UN PLAN DE EMBELLECIMIENTO URBANO

Ana María Battistozzi - Crítica de Arte

Hubo un tiempo –entre la última década del siglo XIX y las tres primeras del XX– que la Ciudad experimentó una impresionante transformación urbana. Un tiempo en que su dirigencia se avocó a embellecerla con paseos y jardines. Y para ello convocó a especialistas de talento y formación como Carlos Thays. En ese marco, y como parte del mismo impulso, proliferaron fuentes, estatuas alegóricas y monumentos. Así nuestro país se hizo eco de la obsesión del siglo XIX por homenajear a los héroes de la patria a través de monumentos que a su vez definían quiénes integraban ese panteón ejemplar. Da la impresión que detrás de la decisión de consagrar monumentos a figuras populares del espectáculo o el deporte que aún viven, hay una intención populista. Se me dirá que el Pensador y el Sarmiento de Rodin o el Arquero de Bourdelle expresaban los gustos de una elite que miraba a Europa. También que el buen gusto está hecho de mil disgustos, como decía una personaje de El Burgués Gentilhombre de Molière. Sin embargo, a la hora de disponer una inversión de $ 600 mil sería bueno interrogarse ¿no hubiera sido interesante integrar un homenaje a figuras ejemplares, cualquiera que se desee destacar, a un plan de embellecimiento urbano? Un plan que no necesariamente se exprese en un realismo trasnochado y renueve fuentes o aliente intervenciones que estén más a tono con las grandes producciones artísticas del momento y, de esa manera vinculen el presente con el gran pasado de la Ciudad.


Fuente: clarin.com

TRASLADAR EL MONUMENTO A COLÓN COSTARÁ $ 25 MILLONES

Debe hacerse cargo la Casa Rosada. Lo afirman en el Gobierno porteño. Llevarlo a la Costanera Norte demandará un año.
En partes. El monumento fue bajado el año pasado y sigue tirado detrás de la Rosada. Así, podría “recibir” el 12 de octubre a Juana Azurduy./ G GARCIA ADRASTI
En partes. El monumento fue bajado el año pasado y sigue tirado detrás de la Rosada. Así, podría “recibir” el 12 de octubre a Juana Azurduy./ G GARCÍA ADRASTI


Emplazar el monumento a Cristóbal Colón en su nueva ubicación, frente al Aeroparque Jorge Newbery, tomará por lo menos un año y costará $ 25 millones. Un estudio de suelo determinó que el terreno de la plazoleta Hidroavión Buenos Aires no soportaría el peso, por lo que hay que construir pilotes y una losa de hormigón para sostener la estructura.
“El trabajo de suelo, el traslado y el emplazamiento del monumento va a tardar un año –confirmó el subsecretario de Derechos Humanos porteño, Claudio Avruj–. En el convenio que firmaron el Gobierno nacional y la Ciudad, y que fue avalado por el Congreso y la Legislatura, se establece que la Rosada se hará cargo de los gastos. Todavía faltan acordar los tiempos y cómo se instrumentará esa financiación, si mediante transferencias al Gobierno porteño o si el Nacional le realizará pagos directos a los contratistas”.
El funcionario estimó el gasto total en $ 25 millones. Lo primero que habrá que hacer es construir pilotes en la plazoleta de la Costanera Norte y una losa de cemento para sostener el monumento. Sin estos refuerzos, la estructura se podría hundir. Sólo este trabajo llevará tres meses.
El siguiente desafío será trasladar las partes del monumento, que sigue tiradas en la Plaza Colón, detrás de la Casa Rosada. Se trata de 600 toneladas de piezas de mármol. Para llevarlas hasta Costanera Norte serán necesarios entre 30 y 40 viajes. Esta tarea más el emplazamiento del monumento, tomarán 9 meses más.
Pero antes que nada, hace falta que la Legislatura porteña apruebe definitivamente la ley que autoriza el nuevo emplazamiento, ya avalada en primera lectura. El martes, entre los silbidos de la colectividad italiana, se hizo la audiencia pública y ahora el proyecto debe volver al recinto.
“Hay un sector minoritario de la colectividad italiana que se sigue oponiendo a la mudanza –reconoce Avruj–. Pero la mayoría, ante el hecho consumado de la remoción del monumento, quiere que se resuelva el conflicto lo antes posible, y que se lo vuelva a emplazar en la Ciudad”.
El monumento a Colón es una obra del escultor italiano Arnaldo Zocchi. La comunidad italiana lo donó con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo, y pidió que fuera colocado en la plaza que lleva el nombre del marino, detrás de la Casa Rosada. En ese lugar estuvo en pie desde 1921 hasta junio del año pasado.
Así, la gran escultura recién estaría en su nueva ubicación a fines del año próximo. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner quiere reemplazarla por un monumento en homenaje a Juana Azurduy, que ya está casi terminado y sería inaugurado el 12 de octubre. Un símbolo que se potenciaría con la figura del navegante genovés yaciendo a su lado, destronado de su pedestal.


Fuente: clarin.com

UN CAPRICHO MONUMENTAL



Ricardo Roa

El capricho de Cristina Kirchner está a punto de ser concretado. La estatua de Colón sigue en el piso. La de Juana Azurduy está casi lista.
Tal vez Juana esté en su pedestal el 12 de octubre y Colón, para esa fecha, siga por el suelo.
Ese innecesario trueque de estatuas será testimonio de una testarudez banal y marca registrada de un tiempo que el Gobierno se empeña en imaginar refundacional. Y como hay que ir por más, la Presidenta ha imaginado otro símbolo, visible desde lejos: una torre como una pista de skate gigante en la Isla Demarchi.
Azurduy luchó por la independencia de la corona de España. La guerra le llevó hijos y marido. Combatió en el Norte hasta que murió el último realista que había puesto precio a su cabeza. Entonces volvió a su terruño, hoy Bolivia, con el grado de teniente coronel.
Más de tres siglos la separan de Colón, que aproximó dos mundos y fue la avanzada de una conquista primero sangrienta y envuelta en el infierno de la codicia y enriquecedora después. Un infantil oportunismo político de ahora quiere unir sus destinos.
“¿Qué hace ahí ese genocida?”, más que preguntar casi ordenaba con su tono castrense Hugo Chávez. Fue al entrar al despacho de Cristina. Y Colón dejó de mirar el río desde atrás de la Rosada.
La piedra fundamental del derrumbado monumento al almirante genovés fue puesta el 24 de mayo de 1910. Un tributo de la comunidad italiana para agradecer a la Nación que le dio cobijo. Ignorante de ese simbolismo argentino, el venezolano mandó: “Ahí hay que poner un indio”. Fue en 2011.
Si todo esto era una intromisión y una desmesura que no era necesario obedecer, Cristina agregó las propias. Se entrometió en una plaza de la Ciudad y volteó la estatua, como si la plaza y la estatua fueran de ella.
El macrismo protestó pero después canjeó el capricho de ella por necesidades propias y el conflicto se congeló con una ley votada por los dos, que le dio el gusto a la Presidenta.
Pobres Colón y Azurduy. Colón probablemente volverá a pararse en la Costanera (ver pág. 67).
Seguirá siendo Colón, no el Colón que quiere Cristina. Azurduy tendrá su homenaje merecido pero con un inmerecido desalojo. El enroque será un monumento a la politiquería que ningún homenaje hace a los dos.
¿Tenía sentido agraviar de este modo a Colón o ya es gratuito agraviar a cualquiera?
¿Tenía sentido desagraviar de este modo a Azurduy?
Un gobierno que habla todo el tiempo de inclusión opera todo el tiempo por exclusión.
Colón y Azurduy no pueden convivir, como si ambos no hubiesen sido parte de la misma historia. No se entiende América sin España y sin Europa. En lugar de parecer tan preocupado por parecer revolucionario, el Gobierno debería hacer algo para parecer más racional.


Fuente: clarin.com

EL PODER MUDO DE LAS IMÁGENES

Final abierto
JESÚS RAFAEL SOTO - SIN TÍTULO - Serigrafía s/papel - 50 x 35 cm.

Por Verónica Chiaravalli / LA NACIÓN

No hay manera de escapar: nos movemos en y entre imágenes, atravesados, saturados, formados y deformados por ellas. Las pantallas las hacen proliferar hasta el infinito, en combinaciones cambiantes y novedosas, y las proyectan sin destino necesario, o las capturan para devolvernos nuestro propio reflejo: la selfie ha reemplazado el espejo. Podemos dialogar con ellas o podemos ignorarlas, pero lo que no podemos hacer es sustraernos a su influencia, a su presencia decisiva, al peso rotundo de su discurso mudo.
"Hoy la imagen excede el ámbito específico de la historia del arte. Los especialistas en imágenes estamos en un lugar de privilegio porque somos requeridos por otros ámbitos, lo que nos permite expandir las fronteras de la disciplina", explica Diana Wechsler, directora de la Maestría en Curaduría en Artes Visuales de la Universidad de Tres de Febrero.
Con la finalidad de reflexionar sobre estos temas, dicha universidad organizó el seminario Pensar con imágenes, que se realizará el 17 y el 18 de septiembre en el Teatro Margarita Xirgu y que tendrá la particularidad de traer a la Argentina, entre otros prestigiosos teóricos de la imagen y artistas, al filósofo y ensayista Georges Didi-Huberman. También participarán José Emilio Burucúa, Jean-François Chevrier, Aurora Fernández Polanco, Graciela Sacco, José Larrañaga y Yayo Aznar,
Los objetos sobre los que se trabajará en el seminario son diversos: Internet, cine, pintura y práctica curatorial. "Los artistas visuales piensan en imágenes -recuerda Wechsler- y en este encuentro buscamos desentrañar aquello que sólo las imágenes pueden decir. Las artes visuales generan una captación de conjunto diferente de la temporalidad que se despliega en el lenguaje, y es la imagen en todo su espesor lo que trataremos."
En el comienzo de Leyendo imágenes, un libro que escribió hace ya catorce años, Alberto Manguel cuenta una de esas experiencias estéticas que suelen ser determinantes en la vida de un niño. Tenía entonces nueve o diez años y visitaba por primera vez el estudio de una tía suya, pintora. La mujer tomó de un estante un libro de reproducciones dedicado a Van Gogh, se lo dio y lo dejó a solas. Acostumbrado a que las imágenes ilustraran los relatos de sus libros infantiles, el pequeño Manguel hizo ese día un descubrimiento crucial: la imagen podía ser autónoma, aun independiente, de toda palabra. Y, a su vez, desde ese silencio impenetrable, era capaz de dar a luz un lenguaje nuevo y distinto. Tiempos después descubriría también que ésa es la fuente de su fascinación y de su poder perturbador.
Fuente texto. adn Cultura La Nación

ADOLFO BIOY CASARES Y LA FELICIDAD DEL DÍA DESPUÉS

En sus novelas y cuentos el escritor argentino celebró el desencuentro amoroso como clave de la pasión, y también, en una de sus mejores intuiciones, la alegría de los equívocos

Adolfo Bioy Casares (1914-1999) escribió, entre otros libros ineludibles, los cuentos de El gran serafin y novela como el El sueño de los héroes  Foto: Sophie Bassouls/Sygma/Corbis
  Adolfo Bioy Casares (1914-1999) escribió, entre otros libros ineludibles, los cuentos de El gran
  serafin y novela como el El sueño de los héroes. Foto: Sophie Bassouls/Sygma/Corbis
Por Alicia Borinsky 


El Premio Cervantes fue importante tanto para Bioy Casares como para el perfil internacional de la literatura argentina. Hubo otra consecuencia menos esperada: un sutil cambio en el comportamiento habitual de Bioy Casares. Si bien no se manifestó en su escritura, fue notable en el quehacer diario durante esos días fuera de Argentina, en España. Allí Bioy depuso su permanente ironía antisolemne.
"Don Adolfo", le requerían para que firmara autógrafos y el Bioy que siempre afectó ser joven, Adolfito, comparado con su mujer, Silvina Ocampo, con Borges y Victoria Ocampo, seductor hasta bien entrado en años, sonreía con satisfacción. Aceptó ser el escritor maduro, meritorio, el maestro de la lengua española, don Adolfo en el panteón. Se sacó fotos, fue centro de atención, cómodo con la imagen de maestro.Claro que se merecía esos honores y más pero durante la mayor parte de los años de su carrera como escritor, la postura de su entorno en Buenos Aires implicaba otras reglas. Borges describe a Carlos Argentino Daneri en su cuento "El Aleph" como una caricatura del escritor premiado y, al hacerlo, expone en el personaje la desconfianza con respecto al reconocimiento institucional que compartía con su círculo cercano. A pesar de la implícita convicción de que lo europeo era fuente primordial de conocimiento, había algo en la lejanía de Argentina que permitía ofrecer una escala propia de valores artísticos y literarios. El lugar de Sur dependió de esa libertad. La distancia con respecto a Europa permitía ser único y libre. El poder de Sur se debió tanto a la calidad como a la energía con que la revista generó su propia autovalidación. Incorporó lo extranjero de un modo consecuente con la seguridad en su propia capacidad de elegir. No se trató de dependencia sino de lo opuesto.La intimidad de sobreentendidos sobre aquello que valía y no valía la pena se expresa con gran claridad en el Borges de Bioy Casares, crónica hecha con una mirada paródica que destruye reputaciones, ilusiones de importancia, práctica exacerbada del privilegio de quien se cree más allá toda crítica. Hay quienes, olvidados de que el volumen recoge años de observaciones, sienten la claustrofobia de su tono hilarante y lo ejercen como un búmeran contra Bioy, porque advierten en sus páginas indicios de un ambiente de crítica incesante y despiadada. Las oposiciones de orden político, la intuición de que su mirada burlona se apoya en la costumbre de quien no tuvo que ganarse la vida como la mayor parte de los argentinos contribuyen en gran parte a la idea de que este autor no precisa ayuda de sus lectores, representa, más bien, un peligro.
El día después de la recepción del premio, en una mesa que compartimos con él un grupo de amigos, desayunamos con una pila de diarios del día para ver cómo se registró el evento. La noche anterior, de regreso de la cena al cabo de una caminata, Bioy reaccionó ante la sugerencia de que la felicidad era probablemente eso que estábamos viviendo en ese instante, con la siguiente frase: "Felicidad es lo que cada uno de nosotros va a experimentar mañana cuando recordemos este momento".
La lectura de los diarios al día siguiente trajo consigo una interpretación equivocada de un cuento de Bioy que había sido reproducido como muestra de su talento. En el cuento "Una puerta se abre", un hombre se somete a un tratamiento a manos de uno de esos médicos que aparecen frecuentemente en la obra de Bioy con proyectos de operaciones y trasplantes de órganos. Es encerrado en una caja donde permanecerá por varios años hasta el día en que pueda salir al mundo en circunstancias más favorables. Su objetivo es lograr escapar definitivamente de una mujer obsesionada con él. Es cursi, ruidosa, vulgar e intensa. El final nos presenta la apertura de la caja de al lado de la del protagonista, cuya puerta se abre como la suya para presentar a la alborozada mujer que con voz cariñosa celebra poder reunirse con su amado. De acuerdo con la publicación, el cuento demostraba que Bioy Casares creía en la eternidad del amor.
Con el texto ocurrió algo que experimentamos cuando salimos de nuestro círculo inmediato. Se pierden los sobreentendidos, los chistes no encuentran interlocutores. Acaso no haya nada más inquietante que la trasformación del sentido de las palabras familiares en el seno del propio idioma. El cuento era un chiste que no había logrado su destino. La felicidad del día siguiente no estuvo esta vez signada sólo por la memoria, incluyó comprobar que por la fama su literatura adquirió significados sorprendentes y perturbadores. El amor del público también produjo una versión parcialmente falsa de su versión del amor. Esas proyecciones, interpretaciones superpuestas fueron, así, a la vez circunstancia personal y materia literaria para Bioy Casares.

La distancia amorosa

Desde muy temprano Bioy dibujó las fronteras del desencuentro amoroso como representación clave de la pasión. Su novela La invención de Morel fue inspiración de películas que acuden a las numerosas invitaciones que suscita, acaso la más famosa sea El último año en Marienband de Alain Resnais, que privilegia el carácter elusivo del objeto amado. La novela sugiere el desencuentro parodiado en "Una puerta se abre". Mientras que ese relato, con su pintoresquismo y alusiones a prejuicios locales, borda los detalles de una sensibilidad restringida a un pequeño grupo de porteños, La invención de Morel adquiere universalidad por su carácter austero; su protagonista, un hombre en una isla desorientado e inseguro, es un tema clásico.
El encuentro de una mujer, Faustine, a quien se la desea desde lejos, motiva una reflexión sobre cómo abordarla. La novela revela más tarde que ella es una imagen proyectada por una máquina. Pero antes de que esto se haga patente, los titubeos del protagonista testimonian la desigualdad provocada frecuentemente por el amor. Se siente inferior, incapaz de lograr cumplir su deseo de proximidad. Elabora estrategias. Anhela el instante del encuentro. No sabe qué hacer ni tampoco cómo eludir la atracción que siente. Aquí Bioy trabaja un motivo que aparece una y otra vez en la cultura popular argentina en tantos versos de tango "decí por dios qué me has dado/ que estoy tan cambiao/ no sé más quien soy". Y como en el tango, el riesgo del amor es perder la propia voluntad, anularse.
El temor de ser rechazado, prueba del poder que la mujer tiene sobre el protagonista, lo motiva a temer el contacto y para vencer ese miedo, decide hablarle "desde un lugar más alto que permitiera mirar desde arriba". Así espera desdibujar las desigualdades que los separan. El momento de tomar la decisión de hablar se demora. La novela señala que, aun cuando los estertores de la decisión sean superados, la unión resultará imposible porque Faustine es proyectada por una máquina. Pero hay otro aspecto más importante para entender la dicción de Bioy Casares que la mera situación de un individuo separado de una imagen. Reside en el modo en el cual La invención de Morel representa la oscilación entre la delicadeza forjada por la distancia y el misterio, y la obscenidad de transgredir una frontera:
Señorita, quiero que me diga-dije con la esperanza de que no accediera a mi ruego, porque estaba tan emocionado que había olvidado lo que tenía que decirle. Me pareció que la palabra señorita sonaba ridículamente en la isla.
Ante la duda, opta por bajar la voz: "Le hablé con voz mesurada y baja, con una compostura que sugería obscenidades. Caí, de nuevo en señorita".
Vergüenza del declive que dirige las palabras hacia el habla del galán de la esquina, el piropo pringoso, obsceno, importuno. El silencio propone la virtualidad de un encuentro entre los personajes pero cuando se quiebra, "señorita" ilumina alusiones al levante callejero, al cargoso que hay que sacarse de encima. La novela nos conduce fuera de la universalidad de la isla a lo local y nos devuelve allí con un cambio de tono, un silencio producto de la abstracción.
Deslizarse hacia lo vulgar, hacia aquello que, desgastado, termine en el lugar común, el aire de familia, es sustituido por la alternativa de convertirse en otro. La novela otorga poder a la mujer porque es atractiva y en el proceso demuestra la pobreza de quien la desea, humilla a su observador y deja al descubierto su mediocridad porque las palabras que dice resultan inadecuadas.
La invención de Morel expone al amor en su carácter parentético con el deleite de la distancia insuperable que nos separa de quien amamos. Dar poder al otro nos pone en riesgo de perdernos y así sucede en la novela porque el protagonista no se siente visto, se sabe prescindible. Su sufrimiento ayuda a que como lectores reconozcamos nuestro propio tejido de proyecciones ya que tampoco somos vistos por quien escribe lo que leemos.
Como en una novela posterior, Plan de evasión, hay un puente con el lector a través de una conversación implícita encarnada por el pretexto de que leemos un informe. Bioy anticipó en esas páginas la unión entre reflexión acerca de la literatura y práctica literaria que tendría auge en años posteriores. Aunque sentía una profunda aversión personal a la teoría literaria, estas dos obras exigen una lectura que es, desde su inicio, crítica. Se trata de una ida y vuelta de la evaluación de lo leído que elude un solo sentido y se repliega en sí para que el lector se pregunte, igual que el protagonista: ¿qué veo?, ¿soy visto por lo que veo?, ¿soy interpretado por las páginas que quiero entender? La respuesta reside en la concepción de la distancia amorosa. Lector unido al texto, separado de él, y protagonista separado de Faustine porque cada uno está en otro nivel de representación.
Hay una cortina musical para esta aventura de supervivencia de imágenes que cuestionan su procedencia, se trata de "Tea for two" y "Valencia", guiño autocrítico de Bioy Casares para burlarse de la pesadez relativa de la dimensión teórica de la novela con la propuesta de música al estilo comedia de Hollywood, "Tea for two", o fiesta familiar con una tía que canta "Valencia" o "Granada".

Violencia y lugares

Lector y narrador en La invención de Morel constituyen una pareja que celebra su repetida desunión. Como en Escher, las imágenes se repiten sin que podamos decidir la lógica que las organiza en orden de importancia. El recato y la timidez con que se representa el fallido acercamiento a Faustine se desdibujan en la obra posterior de Bioy Casares para ceder el lugar a lugares comunes y evocaciones de barrios porteños.
¿Qué es el sentimiento de lo fantástico?, le pregunté en una entrevista. No lo pensó ni un segundo. Respondió inmediatamente que era ver el odio por un instante en los ojos de un ser amado que a su vez nos ama. Bioy construye una sensibilidad que duda de los datos unívocos porque juega a diferenciar planos de relación que permiten reconocer la energía inquietante que nos une y separa casi al mismo tiempo.
Su novela Dormir al sol narra posibilidades concretas de metamorfosis y representa una zona de su obra que sale a la calle, al encuentro de la vida cotidiana. Como en La invención de Morel, juega con la idea del informe e intensifica de este modo la impresión de que uno lee evidencias, algo a la vez concreto e inasible. La novela esta dividida en dos partes, una que abarca casi toda la obra, redactada por Lucio Bordenave, y otra por Félix Ramos. Ramos es una suerte de mellizo del lector ya que Bordenave intenta persuadirlo con su relato, como hace un autor con su público. Autor y lector son de este modo transfigurados en Bordenave y Ramos; Bordenave es desconfiable porque escribe desde un presunto manicomio y Ramos, un crítico del relato que adolece de la complicidad de ser su amigo.
Bordenave tiene una obsesión amorosa. Quiere saber qué ama en su esposa, Diana, si es el cuerpo o el alma. La percibe en forma detallada pero fragmentaria: "Yo me muero por su forma y su tamaño, por su piel rosada, por su pelo rubio, por sus manos finas, por su olor, y sobre todo, por sus ojos incomparables". Si Diana no es ella en unidad indisoluble, es posible pensar que cada uno de sus detalles pueden integrarse en sistema distinto de organización.
Un sanatorio Frenopático es evocado como el sitio donde tienen lugar operaciones que intercambian cuerpos y almas entre personas y perros. Esta modesta incursión en la ciencia ficción sugiere que luego de cuidadosas manipulaciones es posible trasplantar partes inasibles como el alma de un animal y cambiarlas por las de una persona. Las confusiones se multiplican de manera barroca: Diana tiene dos dobles, su hermana María y una perra portadora de su alma original que le trasplantaron en el Frenopático. María tiene un color de pelo diferente pero el narrador dice que si no fuera por este detalle, las confundiría; la perra tiene su alma y de vez en cuando Bordenave cree que es lo que verdaderamente ama. Diana, con un alma sana y ajena, sale del sanatorio. Bordenave la ve alternativamente curada o simplemente otra, transformada al punto de resultar una extraña.
La vida de barrio en Buenos Aires repite el desasimiento de La invención de Morel y ofrece tecnología transformadora como posibilidad de ver y apartarse del ser amado. No es suficiente estar en el mismo plano de la realidad para eliminar la distancia que nos separa del objeto deseado. Es posible apartarse sin saberlo, dentro de la relación más íntima. Con un guiño, la novela nombra al médico del Frenopático: es el doctor Samaniego, pero no nos regala una moraleja. Al contrario, nos deja el giro paranoico que hace Bordenave:
Tuve una corazonada por demás ingrata: la señora que hablaba con Samaniego era mi señora. El doctor le decía que para favorecerme no iba a perjudicarla. Como en una pesadilla Diana está contra mí.
Ver algo oblicuo, inesperado, al día siguiente es clave para la felicidad con que Bioy celebró la posibilidad del equívoco y una de las intuiciones más importantes de su obra.


Fuente: adn Cultura La Nación

ADOLFO BIOY CASARES: VIAJE AL CORAZÓN DE SU OBRA

Después de conocer a Jorge Luis Borges en los años treinta, Adolfo Bioy Casares se aisló en la estancia familiar de Pardo, en el partido de Las Flores. De esa reclusión surgió La invención de Morel, que parece contener el núcleo poético de su obra futura. Crónica de una visita al lugar que vio el nacimiento de un libro clave de la literatura argentina.

Ejemplares de los primeros libros de Bioy  Foto: Archivo / Gentileza E. Scott
Ejemplares de los primeros libros de Bioy. Foto: Archivo / Gentileza E. Scott
Por Edgardo Scott

En 1967 Bioy le escribe a Silvina desde París: "Me voy a Le Touquet que no ha de quedar a más de 230 km.: la distancia a Pardo, más o menos". Exacto. A mano derecha, a 220 km. de Buenos Aires, sobre dos promontorios de tierra, uno a cada lado del camino que lleva al pueblo y con grandes letras blancas de mampostería, se erige el nombre de Pardo. Hoy Pardo es una vieja estación en la que los trenes de carga ya no se detienen, rodeado por un conjunto de casas bajas, habitado por gente que trabaja en el campo, en chacras o en comercios de Las Flores (la ciudad cabecera de partido, a 35 kilómetros). Una de las tantas estaciones rurales abandonadas de la provincia de Buenos Aires. Pero si bien la estación ya no aloja pasajeros, ha sido reconvertida desde 2003 en el museo y biblioteca Bioy Casares y a la vez, en un museo ferroviario. De modo que hay un pequeño museo en cada sala de la estación. Donde alguna vez esperaron los pasajeros está el museo Bioy, y donde alguna vez estaban los empleados, está el museo ferroviario. Al andén todavía no ha llegado el Inadi y se puede leer en los carteles de un siglo atrás: "Sala de señoras", "Sala de espera general". Probablemente, a Bioy tampoco le hubiera molestado esa distinción.
Nuestra contemporánea conciencia de época -siempre algo esnob- suele fascinarse o mirar con recelo los museos y las efemérides. Pero eso tal vez se deba al rechazo de la historia. Sin embargo, lo cierto es que imperturbable, indiferente a valoraciones, la historia continúa insistiendo, influyendo, gravitando. Y es la historia -la historia de la literatura en este caso- la que dice que Bioy escribió en su estancia "Rincón viejo", aquí en Pardo, La invención de Morel; su primera novela, su novela, en más de un sentido, inmortal. También dice que por esos años y en la misma estancia, Bioy escribió un folleto de yogur para La Martona, la empresa láctea de los Casares, su familia materna, iniciando la serie de colaboraciones con Jorge Luis Borges. Y por último, la historia dice que unos meses antes de la publicación de La invención de Morel, pero también en 1940, Bioy se casó con Silvina Ocampo en Las Flores (los documentos son feroces; el acta matrimonial revela: Silvina Inocencia Ocampo); fueron padrinos y posaron para las fotos Enrique Luis Drago Mitre, Oscar Pardo y, otra vez, Jorge Luis Borges. En la testimonial fotografía Silvina y Borges llevan trajes claros, quizá blancos. Borges tenía 39, Silvina 35, Bioy era el menor; apenas 25 años.

 La estación de Pardo. Foto: Archivo / Gentileza E. Scott

El museo Bioy de la estación de Pardo no es exhaustivo; es breve, deshilvanado, heterogéneo. Pero hay hallazgos. Como el dato de que una biblioteca de El Cairo lleva el nombre de Bioy, una fotocopia del acta matrimonial con Silvina, una foto de la abuela de Bioy (Domecq, de ahí viene su parte del célebre escritor de dos cabezas), varias fotografías, algunos ejemplares de sus libros. Los libros están gastados, amarillos, humedecidos, no son ediciones prestigiosas, pero por algún motivo, tal vez por su desplazamiento o su desubicación, no pierden su poder de atracción, su encanto. Afuera están las vías anchas, plateadas, todavía útiles, que surcan los galpones vacíos y oxidados. Si bien los censos hablan de una modesta reducción de sus habitantes (en 2010, 159), en Pardo ahora hay un hotel que menos artera que fatalmente lleva el nombre "Casa-Bioy". Y un poco más allá está la escuela con otro nombre familiar: Juan Bautista Bioy. El abuelo. El que llegó de Francia en 1850, el que dejó miles de hectáreas y una fortuna considerable; un hombre al que Bioy apenas llegó a conocer pero que, recordaba, era muy severo y malhumorado: su padre le decía que habían aprendido el largo de su bastón y que debía cuidarse de su radio.
¿Será algún día este museo, este pueblo, algo como la casa de Monet en Giverny? ¿O la maison de Balzac en París? Cuesta creerlo (otra vez la Argentina y su relación con la historia); pero menos improbable es que ya esté agregado a la lista de actividades para días de campo en estancias turísticas de la zona, donde se coman empanadas fritas, asado, se beba vino tinto, y se aprendan los rudimentos para montar a caballo.
Antes de La invención de Morel, Bioy publicó seis libros. "Primero publicar después escribir", era la premisa irónica de Osvaldo Lamborghini. Bioy, aunque la concretara, no creo que la compartiera; supo abjurar de todos esos libros; ninguno está reeditado: Prólogo (1929), Disparos contra lo porvenir (1933) -con el feliz seudónimo de Martín Sacastrú-, Caos (1934), La nueva tormenta o la vida múltiple de Juan Ruteno (1935), La estatua casera (1936), Luis Greve muerto (1937). Fueron libros en verdad alentados y pagados por su padre y escritos menos por su deseo que por su vanidad y juventud. Pero en la década del 30 se acercó a Sur, conoció a Victoria Ocampo y a través de ella a Borges y a Silvina. Decidió mudar de piel. Resignó con aceptación las carreras de derecho y letras, así como el manejo de los campos. Para La invención de Morel Bioy cambió la influencia literaria de su padre por la de Borges. A partir de entonces, Borges fue su referencia. Pero no era suficiente, debió aislarse durante tres años en la estancia de Pardo para leer y escribir y corregir. El proyecto de escritura era guiado por su propia experiencia: "escribí La invención... menos pensando en acertar que en no equivocarme". Y si bien el fraseo de ese libro es duramente borgeano, La invención de Morel ya contiene el núcleo poético de toda su obra: ahí están el amor, la irrealidad, la irrealidad del amor, la triste condena de las representaciones. La invención de Morel es un efecto de relectura; como si hasta ese momento Bioy sólo se hubiera expresado, y recién con ese libro decidiera leerse. Bioy ha dicho que en aquella voluntaria, iniciática reclusión de Pardo leyó todo; habría que decir que aprendió a leer y que aprendiendo a leer, aprendió a escribir. Adquirió su escritura. Dedujo, como Valéry, que una escritura no prescinde de su autor; y que incluso para inventar ficciones el autor paga con sus fantasmas. En Pardo, recorriendo la estancia deshabitada en medio de la llanura -que como dijo su gran amigo, es nuestro desierto- Bioy se parece bastante a su héroe, al fugitivo atribulado de la isla perdida que descubre una máquina prodigiosa, un proyector de espejismos.

La escuela de Pardo. Foto: Archivo / Gentileza E. Scott

"Rincón viejo", la mítica estancia de los Bioy, está sobre la ruta 3 -siempre cargada de camiones- apenas un par de kilómetros antes de llegar a Pardo. No hay señal, no hay ninguna indicación ni cartel, pero todavía se puede ver desde la ruta el nutrido monte de casuarinas que resguarda y oculta la casa. Cuando era chico, Bioy oía soplar el viento y silbar los árboles e imaginaba con miedo la llegada de un malón. Otra vez la historia: no tan lejos quedaba en su infancia el tiempo de Roca; su propio abuelo había sido comandante del cuartel séptimo de Las Flores. Pardo es el lugar de la infancia; el primer recuerdo de Bioy pertenece a Pardo:
estar mirando la luna, tratando de ver en ella un jinete en un burrito, yo tendría tres o cuatro años y alguien -mi madre, la niñera- me había dicho que si miraba con atención la luna yo vería aquel jinete.
El primer recuerdo, la primera novela. ¿La única mujer? Así como sabemos que no hay origen sino discurso de origen, todo inicio tiene algo de retorno. Para empezar a escribir de veras, Bioy tuvo que volver a Pardo. Tuvo que releer y apropiarse de su historia. En La invención de Morel Bioy inventa una variación de Robinson; hay otro hombre solo en una isla que deambula entre ruinas y construcciones vacías, y que empieza a ver intermitentemente extrañas imágenes; sobre todo la imagen de Faustine, aquella "coqueta y risueña mujer" que contempla el mar al atardecer y que se vuelve el centro de su relato. Una isla, un hombre solo, una estancia, un hombre solo. ¿No podemos imaginar esa estancia en Pardo, con sus habitaciones y corredores enormes y deshabitados, como la contagiosa isla de Morel?, ¿no se pareció Bioy, recluido en Pardo, a su personaje?; ¿no era su propio prisionero, sólo que buscando el grial de la perfección o al menos la autenticidad de su escritura, el cielo de su propia conciencia?
Decía Lucho Bordenave, el enamorado relojero de Dormir al sol: "Después de un cautiverio como el que pasé, usted no sabe lo que es andar suelto, de noche, por las calles del barrio". Es posible imaginar la satisfacción si no la alegría de Bioy después de terminar La invención..., volviendo a Buenos Aires, con el manuscrito bajo un brazo y Silvina del otro.
Como Canetti o Stendhal, Bioy aborrecía la muerte y también la vejez. Muy a su modo, tampoco pretendía ser inmortal, infinito; deseaba vivir un poco más. Ciento veinte, ciento treinta años. Una cifra literaria, de longevos en un texto fantástico de Bioy. En otra dimensión debe suceder. Si fuera así, estaría vivo aún. Tal vez habría un gran festejo en la estancia. Es un hermoso espejismo: Bioy sale de Buenos Aires, toma la ruta 3, supera camiones y matrimonios lentos con su Volvo, y hacia el kilómetro 220 pone el giro y dobla a la derecha.
  El casamiento de Silvina Ocampo y Bioy, en Las Flores. Atrás, los testigos:
 Oscar Pardo, Enrique Luis Drago Mitre y Jorge Luis Borges. Foto: Archivo
A modo de epílogo. Estuve dos veces en Las Flores y en Pardo. La última, hace unos días, se preparaban jornadas de homenaje, y en el hotel donde paré, el Gran Hotel Avenida, había vitrinas dispuestas para la exhibición de fotografías y objetos de Bioy o alrededor de Bioy. También me enteré de que a veces paraba en este lugar. Usaba la habitación 11. El hotel es un típico y vasto hotel, hecho para familias y viajantes, conservado desde 1943. También ha estado Borges, vi un par de fotos de 1967; de alguna visita a la estancia de su amigo.
En una de las vitrinas me encontré con un hallazgo: Luis Greve muerto. Uno de los seis libros malditos, de los libros nunca reeditados; de hecho es el último -1937-, justo el anterior a La invención de Morel. Es un libro de cuentos. Lo hojeo, leo algunos, furtivamente. Siempre pensé que Bioy exageraba y ahora compruebo que no, que los cuentos son inmaduros, flojos, inmerecidos de su obra. En una de las primeras páginas se anuncian todos esos libros fallidos y hasta uno más Teseo fatal; se avisa que está "en prensa". Evidentemente Bioy frenó o pospuso para siempre esa edición. Hay un dato más, bastante significativo; la editorial se llamaba Destiempo. Tal vez Bioy aceptara la hipótesis: ¿no pertenecen esos libros a otro mundo, a otro plano del tiempo y del espacio? ¿A una dimensión diferente a la que comienza con La invención... y que sigue con todo el resto de su obra? ¿o quién esperaba el Borges, que vino a decir tanto, después de su muerte? Destiempo se llama la editorial de ese libro que, como podría decir Macedonio, fue el último libro malo. Destiempo. Un presagio. Bioy todavía no sabía leerlo; aunque pronto sería un experto en escribir sobre esas cosas.

Edgardo Scott es escritor y psicoanalista. Publicó la novela El exceso y el libro de cuentos Los refugios.


Fuente. adn Cultura La Nación