LA OTRA USINA, LA QUE SÍ DA LUZ

Secreta Bs. As.
Similar a la del Arte, hoy espacio cultural, la Pérez Galdós aún genera energía eléctrica.

Por Eduardo Parise

 
No tiene la fama y el tamaño de su “hermana mayor”, la Usina Pedro de Mendoza que, a pocos metros, ocupa un cuarto de manzana. Sin embargo tiene su mismo origen: ambas son obras del arquitecto italiano Giovanni Chiogna, aquel hombre nacido en Trento que un día, como tantos compatriotas, se embarcó en Génova en el vapor Formosa y recaló en Buenos Aires para hacerle su aporte a la Ciudad. También tienen en común su pertenencia porque, desde principios del siglo pasado, las dos se mantienen firmes en el barrio de La Boca. Y aunque durante años tuvieron la misma misión, hoy están en caminos diferentes: una se convirtió en la Usina del Arte, un sitio para darle luz a la vida cultural; en cambio la otra, llamada Subestación Pérez Galdós, se recicló para seguir aportando energía.

La Subestación Pérez Galdós está justo detrás de la Usina del Arte, sobre la avenida que lleva el nombre de Benito Pérez Galdós (1843-1920), novelista, dramaturgo, cronista y político español, quien fuera miembro de la Real Academia Española y en 1912 nominado al Premio Nobel. El edificio, pensado por Chiogna y construido por la empresa Christiani y Nielsen, fue inaugurado en 1931, sobre un terreno de casi 1.500 metros cuadrados. En sus orígenes perteneció a la Compañía Italo Argentina de Electricidad y formó parte de la serie de edificios que el arquitecto italiano realizó para esa empresa. Fueron unos 200 y se convirtieron en la marca identificatoria de la CIAE.
Conocidos en algún momento como “los palacios de la luz”, todos eran edificios parecidos pero distintos y marcaron una nueva estética en lo que se refiere a construcciones industriales. Con un estilo que siguió los lineamientos del Románico lombardo, se parecen más a castillos que a galpones, ya que fueron construidos con basamentos de piedra y ladrillos a la vista. Y así quedaron como hitos estilísticos de la arquitectura industrial de Buenos Aires. Eso es lo que generó que muchos sean ahora considerados parte del Patrimonio Histórico de la Ciudad y quedaran protegidos por la Ley de Preservación Patrimonial.
Como la Subestación Pérez Galdós forma parte de esa historia es que ahora, respetando lo que marca la ley, fue recuperada para ser parte de la red de alta tensión de la empresa Edesur, que desde 1992 es la encargada de distribuir y comercializar un insumo vital como la electricidad en el sur de la Ciudad y en 12 partidos del Gran Buenos Aires. El trabajo hizo que no sólo se pusiera en valor el tradicional edificio que está detrás de la Usina del Arte, sino que también aumentará la potencia. Y además permitió que se instalaran dos nuevas salas de alta tensión con dos transformadores y el posterior desarrollo de su red de media tensión. Según estiman los técnicos, esta recuperación empezará a rendir sus frutos en un par de meses y beneficiará a más de 40 mil usuarios de San Telmo, La Boca, Barracas y Puerto Madero.
El edificio de la avenida Pérez Galdós 37 seguirá cumpliendo la función para la que fue pensado en el siglo pasado. Pero otros de aquellos “palacios de la luz” diseñados por Chiogna se mantendrán en pie con otra energía, aunque no tenga relación con la electricidad. Es el caso del que se conoció como Subusina Montevideo, en el barrio de Recoleta. Levantado en la calle Montevideo 919, fue construido en 1915 y desactivado en 1990. Sin embargo, en agosto de 1999 comenzó a ser remodelado respetando también sus líneas originales. Ahí, en esos cuatro pisos y su torre, se instaló el Museo del Holocausto que en Buenos Aires está destinado a mantener viva la memoria de lo que fue el genocidio del pueblo judío. Lo inauguraron el 25 de septiembre de 2000. Pero esa es otra historia.



Fuente: clarin.com

NOSTALGIA DEL BARRIO QUE HA CAMBIADO

Hoy abre una exposición de Aldo Sessa sobre La Boca

El fotógrafo registró la vida del barrio durante 50 años. En ese tiempo, son otros los edificios y los personajes



Fuente: clarin.com

CIEN AÑOS DE BIOY CASARES,
EXQUISITO MEMORIALISTA DE NUESTRA LITERATURA

Nació el 15 de septiembre de 1914
 
Fue Premio Cervantes, autor de ficciones fundamentales y dejó el legado de los diarios de su amistad con Borges.
Coincidencias del almanaque le tocaron a ABC. Contemporáneo de su gran amigo Jorge Luis Borges, maestro mayor de obras de la literatura argentina, su vida transcurrió al calor, y bajo la sombra, de esa figura enorme a pesar de haber creado él mismo una narrativa contundente con títulos imprescindibles – La invención de Morel, El sueño de los héroes y Dormir al sol. Y el centenario de su nacimiento continúa inmediatamente al de otra figura emblemática de las letras nacionales, Julio Cortázar, homenajeado hasta el vértigo.
Sin embargo, en la biografía de Adolfo Bioy Casares, nacido el 15 de setiembre de 1914 en la alcurnia de una familia de estancieros, y muerto el 8 de marzo de 1999, tan luego en el Día Internacional de la Mujer, con 84 años, al cabo de una vida dedicada con énfasis desmesurado a la literatura, se amontonan más datos de los que puedan acomodarse en una enciclopedia convencional. En desorden de aparición: en 1990 le otorgaron el Cervantes, máximo premio de las letras hispanoamericanas; tuvo dos seudónimos compartidos con Borges – H. Bustos Domecq, el más famoso– bajo el que sellaron algunos magistrales cuentos policiales. De hecho, en la imagen de esta página resuena la película Invasión, dirigida por Hugo Santiago y cuyo guión escribió con Borges.
Fue un artesano del género fantástico –en su obra cuentística, con títulos como “La trama celeste” y “El lado de la sombra”–, que transitó acompañado de fantasmas, monstruos e invenciones tridimensionales con una precisión narrativa cincelada hasta la perfección; en 1940 se casó con la hermana de la enfática Victoria Ocampo, Silvina, con quien mantuvo un matrimonio a toda prueba que no desbarrancó por las persistentes infidelidades de Bioy: los unía un amor más allá de las convenciones; tuvo una hija, Marta, que murió quince días después de Silvina en un accidente de tránsito en la avenida Las Heras, y un hijo, Fabián, al que reconoció cuando ya era un adulto. Justo él, que en sus Memorias publicadas en 1994 dijo ser “el último Bioy”, sembró las ramas de un árbol genealógico que desató grandes litigios judiciales.
No es la única zancadilla que le hizo el destino. En 2006 se publicó su Borges, esa obra monumental que reúne en 1600 páginas parte de sus diarios inéditos curados por el estudioso Daniel Martino. Ese volumen reveló a Bioy como un memorialista excepcional, más allá de las adhesiones y debates que surgieron a partir de la aparición del libro. No sólo es la cartografía de una amistad, con el diálogo que comenzó en 1931 en la casa de Victoria Ocampo y se prolongó por décadas, sino también un mapa de lecturas, autores, personajes y hechos que atravesaron las inquietudes y obsesiones de Borges y Bioy con una alta dosis de ironía, mordacidad y franqueza políticamente incorrectas. Esa proximidad confesional entre ambos se resume en una frase que encabeza muchas de las entradas en sus diarios y que ya ingresó en la mitología de la literatura argentina del siglo XX: “ Come en casa Borges ”, en verdad tomada de las Conversaciones con Goethe, de J.P. Eckermann.
Sería injusto e imprudente limitar el legado literario de Bioy a la estela de las olas arrebatadas que provocaron sus diarios (aunque aún hay miles de páginas inéditas). Sus Obras Completas comenzaron a reunirse a partir de 2012 en tres tomos, que publicó Emecé. Por estos días se están relanzando sus títulos en ediciones de bolsillo. El centenario también traerá la novedad de la exposición “El lado de la luz, Bioy fotógrafo”, que se inaugurará el 28 de setiembre en el Centro Cultural San Martín, donde los visitantes podrán aproximarse a esa faceta desconocida de Bioy, la de fotógrafo, con imágenes desconocidas y reveladoras tomadas por el escritor a su familia y a la crema cultural de Buenos Aires entre 1958 y 1971, las cuales serán reunidas en un catálogo. Los lectores podrán asomarse a parte de ese material y a fragmentos inéditos de sus cuadernos de fotógrafo, en los que reflexiona sobre este arte que lo apasionaba, en la edición especial que la Revista Ñ publica mañana.
Muchas de esas fotografías fueron tomadas en su departamento de Posadas 1650, en el barrio de Recoleta. Ese piso fue testigo de un desfile incesante de personalidades relevantes de la vida cultural argentina y hogar de Los que aman, odian (título de la novela que Bioy escribió junto con su esposa, Silvina).
Quizás para eso sirvan también los centenarios: para recuperar del olvido las imágenes, dichos y textos de un argentino exquisito, dandy seductor y narrador universal.

Últimos años en Recoleta: Bioy según su nieto Florencio

 
El autor de “La invención de Morel”, novelista, abuelo y casanova

Siempre cerca de La Biela. Adolfo Bioy Casares, de paseo con Florencio.
Siempre cerca de La Biela. Adolfo Bioy Casares, de paseo con Florencio.
Alejandra Rodríguez Ballester

Casado con Silvina Ocampo, amigo y colaborador de Borges, obsesivo y puntilloso escritor de diarios, en esa intimidad en la que día por medio Borges estaba a la mesa –“come en casa Borges”, según dice en su libro–, Adolfo Bioy Casares escribió un capítulo crucial de la literatura argentina. En 1954, luego de un paréntesis del 10 de julio al 24 de noviembre en el que se consigna: “Bioy Casares en Europa” , se puede leer, el 30 de noviembre: “Borges mira dormir a mi hija Marta (de cuatro meses y medio) y comenta: ‘Su actividad mental será superior a la de Oliverio Girondo, a la de Aristóteles’” . Borges era el padrino de Marta, cuyo nacimiento coincide con ese paréntesis en el Borges. Su madre biológica, María Teresa, amante de ABC, había viajado a Nueva York para tener a la niña, que luego sería adoptada en Francia por Silvina. De esa intimidad habla hoy con Clarín Florencio Basavilbaso Bioy, el nieto mayor de los escritores, quien se quedó con su abuelo tras las muertes de Silvina, a fines de 1993, y de su hija Marta, veinte días después, víctima de un accidente. Florencio cuenta cómo fue la vida con Bioy y Silvina y el tembladeral de intereses que se desató luego de la muerte de su abuelo.
“Vivimos juntos desde el 94 hasta el 99. Él era como un padre para mí. Papá se había separado muy joven de mamá. Teníamos una relación de hombre a hombre; para él, yo era como su sucesión. Como le gustaba tanto el campo me contaba las historias que había vivido desde chico. Jamás me retó, era muy difícil sacarlo de sus casillas”. Cercanía, afecto y complicidad por parte de Bioy es lo que recuerda el nieto de su etapa adolescente. “Él me apañaba y me cubría en todo, me enseñaba y explicaba. Cuando le dieron el Cervantes, le saqué el auto sin permiso y se lo llevó la Policía. Tenía tanta vergüenza que lo evitaba. Pero justo él se cayó, lo operaron y fui a visitarlo al sanatorio. Cuando me vio se mató de risa, me dijo ‘papanatas’, y me contó que él también le había robado el auto a su madre para ir al teatro a ver a las coristas. Estaba enamorado de una y apareció en el teatro con un ramo de flores. Ella lo sacó carpiendo y él quedó bastante dolido.” A los 16 años, Florencio se enteró de que Silvina no era su abuela biológica. “Eso me mató; fue la persona más importante en mi vida. Se la pasaba dibujándonos en retratos, enseñándonos piano, guitarra. Cuando hicieron el libro Árboles de Buenos Aires íbamos con ella y Aldo Sessa al Rosedal, a las plazas de la ciudad, y me explicaba sobre las plantas. Lo hacía con su magia, era como otra realidad, para ella los árboles tenían vida, sentían, pensaban, veía figuras donde nadie más las veía. Ella me inculcó el amor por la naturaleza y por las artes.” De la relación entre Silvina y Bioy dice que se veía “admiración y mucho amor”: “Se consultaban todo. Ella me dijo que cuando él hacía sus macanas, le recriminaba pero le decía: ‘yo sé que al final siempre volvés a mí porque soy la única a la que querés’. Ella sufría mucho por eso pero se autoconvencía de que por ese amor que había entre los dos nada los podía separar”.
Marta Bioy también supo de grande, cuenta Florencio, que Silvina no era su madre biológica sino esa señora algo altiva a quien llamaba “madrina”. “Tenían una relación muy tirante. Chocaban mucho con mi mamá, pasaban meses, años de no hablarse. Yo creo que ella sentía un abandono, para ella su madre era Silvina”. , María Teresa se casó pero no tuvo otros hijos. Y no dejó de reaparecer, tras la muerte de Marta y de Bioy. “Ella quería hacer creer que mi abuelo había estado enamorado sólo de ella. Lo que no hizo con su hija lo quiso hacer con nosotros. Creó conflictos. Prefiero no tener relación con ella si mi mamá no la tuvo. Los lugares uno se los gana en la vida”.
U n año antes de morir, Adolfo Bioy Casares reconoció a Fabián, el hijo que había tenido con otra de sus amantes, Josefina Demaría, y que llevó el apellido Ayerza durante casi toda su vida. Florencio dice que ni su abuelo ni su madre le habían hablado de Fabián, que lo supo por los abogados. Lo vio por primera vez seis meses antes de la muerte de Bioy. “Mi abuelo estaba internado, en el Otamendi. Estuve toda la tarde con él y de repente me dijo: ‘Ahora va a venir Fabián’, como preguntándome: ‘¿te querés quedar o te querés ir?’ Y le dije: ‘Buenísmo, dale, así lo conozco!’. Sonrió, lagrimeó, me agarró la mano y me dijo, ‘qué bueno’”.
De la relación con ese tío que surgió de repente, Florencio dice que fue “diplomática, buena,”. Fabián, quien murió en 2006, inició un juicio de colación por la división del campo que Bioy había donado a Marta en vida.
Tras la muerte de Silvina y Marta, ta mbién las ex amantes buscaron protagonismo. “Aparecieron la mamá de Fabián, María Teresa y cualquiera que hubiera tenido algo que ver con mi abuelo. Y él tenía el sí fácil”, recuerda el nieto. Los reclamos de Jovita, la empleada; los de la enfermera; la biblioteca, en manos de las dos familias, son otros nudos de esta saga. Pero más allá de ella, nuevos capítulos de la historia de la literatura esperan en los manuscritos todavía inéditos del gran memorialista que fue Bioy Casares, un tesoro que, a juzgar por el Borges, puede ser incalculable.

Fuente:clarin.com

TIZIANO BRILLA
EN UNA EXPOSICIÓN DE 500 AÑOS DE ARTE ITALIANO

En septiembre llega “Meraviglie dalle Marche II”. Se trata de 36 obras de creadores del Renacimiento y el Barroco. Hace dos años, una muestra similar convocó a multitudes.
La estrella. “San Francisco recibe los estigmas”, de Tiziano (Siglo XVI).
Por Bárbara Álvarez Plá

¿Que tienen en común Domenico Tintoretto, Tiziano Vecellio, Lorenzo Lotto, Filippo Bellini y Giovanni Francesco Guerrieri? Exactamente: son los nombres de algunos de los más famosos pintores pertenecientes a los dos grandes movimientos artísticos de la Edad Moderna Europea: el Renacimiento y el Barroco. Pero eso no es todo, aún hay una cosa más que los une, y es que sus obras se podrán ver en Buenos Aires, por primera vez, a partir del 18 de septiembre en la muestra Meraviglie dalle Marche II –Maravillas de (la región italiana de) las Marcas–, que se verá hasta noviembre en el Museo de Arte Decorativo.
Antecedentes no faltan. En 2012, la muestra Meraviglie dalle Marche hizo que se formaran interminables filas a las puertas del museo. En el primer mes, la muestra había recibido más de 30.000 visitantes deseosos de ver las pinturas de Caravaggio, Rafael o Rubens. En esta ocasión quizás no sean tan sonoros y conocidos algunos de los nombres pero, de todos modos, la muestra no tendrá desperdicio.
La exposición llega a la Argentina, como en aquella ocasión, de la mano de Artifex, una empresa dedicada a la promoción de exhibiciones de arte en todo el mundo. Su directora, María Pimentel, cuenta que “se trata de 36 obras que representan más de 500 años de pintura italiana”, y explica que la obra más antigua de la muestra es del siglo XV, y la más actual, del siglo XIX.
La estrella de la exposición será la obra San Francisco recibe los estigmas, pintada por Tiziano Vecellio entre los años 1567 y 1569, aproximadamente. Pero también se podrán ver, entre otras pinturas, obras como San Miguel expulsa a Lucifer, creada por Lorenzo Lotto en 1545; Adoración de los Magos, que Domenico Tintoretto (el hijo del Tintoretto que todos conocemos), realizó en 1587, o Mendiga con niña, hecho por Luca Giordano en el siglo XVIII.
En estas pinturas, la historia y sus avatares dejan ver su huella en el arte: la oscuridad de la Edad Media va dejando paso, de forma progresiva, a la luz de la modernidad. Al mismo tiempo, la reforma protestante avanza desde Alemania amenazando a Europa con edificios desprovisto de imágenes. En reacción a tanta austeridad, el arte católico toma fuerza durante estos siglos y, para muestra, las pinturas que en unas semanas podrán verse en la ciudad: Angelo Caroselli, Francesco Guerrieri, Federico Barocci, y sigue la lista.
“La logística de la muestra fue muy complicada”, explica Pimentel, que cuenta que harán falta tres aviones para transportar las obras a este lado del Océano y que el costo del seguro asciende a 66 millones de dólares, por no hablar de la organización, que implica una inversión de 700 mil dólares.
Cuesta caro sacar de Italia las obras de tamaños artistas, por eso, y según Pimentel, “está fuera de lo común ver acá estas obras”. Y añade, “pero no hay duda de que poder tenerlas acá sitúa a la Argentina a nivel internacional”.

Fuente: Revista Ñ Clarín

CIUDAD DE LA PLATA DESDE EL AIRE

Historia
Daniel y Renata Pertovt, padre e hija, luego de perder todo en la trágica inundación de 2013, decidieron retratar la ciudad con un dron y una cámara.
CATEDRAL DE LA PLATA. Daniel Pertovt y su hija Renata retratan la ciudad con un dron. Foto: gentileza La Plata desde el aire.

Por Federico Ambrosio



Por Federico Ambrosio
Daniel Pertovt, el papá de Renata, es un fotógrafo aficionado de eventos acuáticos. Viaja por los lugares más recónditos del planeta capturando escenas extremas de deportes en el agua. Luego de instalar su oficina en 2013 en la capital bonaerense, y casi como una mala jugada del destino, la inundación del 2 de abril de 2013, que se llevó la vida de casi 90 personas, le quitó todo el material que había capturando hasta ese momento. “Perdimos todo, los equipos, los recuerdos, todo, fue un golpe durísimo. Renata estaba muy impactada con lo que había pasado en la ciudad” recuerda Daniel.
Producto de esa situación, Daniel le propuso a su hija retratar la ciudad pero de otra forma, desde el cielo. Con un dron y una cámara buscaron lugares representativos para los platenses y los capturaron desde los lugares mas insólitos. La Catedral, la República de los Niños, el Palacio Piria, la plaza Islas Malvinas, el Hipódromo y el Estadio Único, entre otros edificios y lugares que recomponen la identidad de la ciudad.
Comenzaron con esta actividad el 6 de enero de 2014 y todo el material que produjeron lo publican en su página de Facebook. “Ciudad de La Plata desde el aire”, es el nombre que Renata le dió a este proyecto, que lleva adelante a la par de su papá. Daniel maneja el dron y Renata decide qué toma es la conveniente.
“No lo hacemos por dinero, ni pretendemos conseguir sponsors, nuestra misión es mostrar la ciudad desde otro lado” cuenta Daniel. “Tenemos intenciones de hacer una muestra del material fotográfico y poder subastarlo para juntar fondos para alguna obra de beneficencia pero hasta ahora no tenemos quien pueda colaborar con la producción del evento ya que esta iniciativa no cuenta con financiación alguna. Por lo pronto los mensajes que la gente nos deja en la página nos dan un impulso extra para capturar cada vez más lugares en la ciudad”, completa.














Fuente: Arq Clarín


LA CONFITERÍA DEL MOLINO
SERÁ EXPROPIADA PARA REABRIRLA

Símbolo porteño Ya fue aprobada la iniciativa por varias comisiones del Congreso Nacional y será ley en septiembre. Todos los bloques apoyan la restauración de una confitería que hizo historia en la política y la cultura.
Esta semana avanzó en el Congreso el proyecto para expropiar el histórico edificio de la Confitería del Molino, ubicado en Callao y Rivadavia. Las comisiones de Asuntos Constitucionales, de Legislación General, de Cultura, y de Presupuesto dieron dictamen positivo para que la iniciativa sea tratada en el recinto. Aunque estaba previsto que esto ocurriera ayer, la exposición del ministro de Economía de la Nación, Axel Kicillof, pospuso su tratamiento. Según fuentes del Congreso Nacional, podría ser tratada en la sesión del miércoles 10 de septiembre; y todos los bloques estarían de acuerd o en recuperar este ícono porteño que es, además, uno de los exponentes más destacados de la arquitectura Art Nouveau en la Ciudad (ver: Un ícono...).
El proyecto cuenta con media sanción del Senado, que votó favorablemente en noviembre de 2012 el Senado. El proyecto especifica que el Poder Ejecutivo nacional adquirirá el inmueble y luego deberá transferirlo, sin cargo, al Congreso. Luego el Poder Legislativo debería crear una comisión para administrar el futuro “Edificio del Molino”, tal su nueva denominación.
Está previsto que en el subsuelo y la planta baja funcione, a través de una concesión, una confitería, un restaurante y un local de elaboración de productos de panadería, pastelería y actividades afines. Es decir, que retomaría sus usos originales: en esa esquina la confitería comenzó a funcionar en 1905.
El resto del edificio –que tiene cinco pisos en altura– estará dedicado a la historia de la confitería. Se conformará un museo para recuperar el paso a paso de su construcción y el rol cultural y político que tuvo en sus épocas de máximo esplendor. Fue construida por Francesco Gianotti, el arquitecto que también firmó otro edificio icónico de la Ciudad, como es la Galería Güemes. Y entre otras situaciones históricas que atravesó, su cercanía con el edificio del Congreso le jugó una mala pasada en 1930: fue incendiado durante el golpe militar de José Uriburu contra el gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen.
También funcionará un centro cultural que se llamaría “De las Aspas”, dedicado a difundir y exhibir la obra de artistas jóvenes.
Desde el día en que cerró sus puertas, en 1997, hubo una decena de proyectos de ley, declaratorias y manifestaciones de vecinos y ONG que buscaron recuperar el edificio. En la Legislatura porteña, entre 2006 y 2012, se presentaron seis proyectos diferentes. Ninguno de ellos obtuvo dictamen favorable de las comisiones y perdieron estado parlamentario. Lo propio ocurrió en el Senado y en el Congreso en años anteriores.
“Este proyecto es necesario para garantizar la recuperación y protección de un inmueble que integra el patrimonio cultural de Buenos Aires y el país. Se trata de un pedazo de nuestra historia reciente, un símbolo de la lucha por la democracia, un punto de encuentro de artistas e intelectuales, un ícono de la arquitectura”, opinó Roy Cortina (diputado por el Partido Socialista), como integrante de la comisión de Cultura y autor de algunos de los proyectos que durante años dieron vueltas por la cámara.
En tanto el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez (Frente para la Victoria), aseguró que la recuperación del edificio “es un sueño de todos los bloques. Forma parte de un momento glorioso de nuestro país, una generación lo pudo construir y nosotros debemos restaurarlo”. Se mostró esperanzado en “poder concluir las obras antes del Bicentenario de 2016”. Por iniciativa de Domínguez, podría estar al frente de la restauración el mismo equipo que trabaja recuperando el Congreso, dentro del Plan Rector de Intervenciones Edilicias (PRIE).

Un ícono Art Nouveau, 
foco de reunión de políticos y artistas

Su historia se remonta a 1821. El edificio fue terminado en 1917 y el Molino cerró en 1991
.

Nora Sánchez


Desde 1905, la Confitería del Molino fue un punto de reunión para políticos, escritores y artistas que disfrutaban de sus especialidades de pastelería entre coloridos vitraux y mesas de mármol. Pero un día de verano de 1997, la confitería bajó las persianas y quedó un cartel. “Cerrado por vacaciones desde el 24 de enero hasta el 14 de febrero”, decía.
Nunca reabrió. Sus 47 empleados recibieron telegramas de despido en los que les anunciaban el “cierre definitivo del establecimiento por causas económicas”. Desde entonces su edificio Art Nouveau languidece, mientras el antiguo local gastronómico espera que alguien se ocupe de él.
La historia de este ícono porteño se remonta a 1821, cuando el italiano Constantino Rossi abrió la Confitería del Centro en la esquina de Federación y Garantías, hoy avenida Rivadavia y Rodríguez Peña. En 1868, la compró el repostero italiano Cayetano Brenna, que le cambió el nombre por Confitería del Molino en alusión al primer molino harinero de Buenos Aires, que funcionaba en la plaza Lorea. En 1904, Brenna compró la esquina de Callao y Rivadavia, a metros de donde se construía el Palacio del Congreso Nacional. Y allí mudó la confitería en febrero de 1905.
Entre 1909 y 1911, ya en sociedad con la familia Rocatagliatta, Brenna adquirió los inmuebles linderos de Callao 32 y Rivadavia 1815. Y le encargó al arquitecto italiano Francisco Gianotti que fusionara las tres construcciones en un edificio único.
Gianotti, que también hizo la Galería Güemes, realizó un estructura de hormigón armado. Todos los materiales llegaron de Italia, incluyendo las aberturas, los mármoles, las manijas de bronce, las cerámicas y más de 15 m2 de vitraux. El resultado es uno de los máximos exponentes del Art Nouveau de Buenos Aires.
El edificio fue inaugurado el 9 de julio de 1916, aunque recién estuvo terminado en 1917.
Tiene tres subsuelos y cinco pisos. En los subsuelos se elaboraban las especialidades de pastelería, estaban los depósitos y había una fábrica de hielo. En la planta baja funcionaba la confitería y en el primer y segundo piso estaban los salones de fiestas Versalles y Gran Molino . Los pisos restantes eran para rentas y aún hoy sus departamentos están alquilados. Los símbolos de la confitería son la réplica de las aspas de un molino que decoran su frente y su torre aguja.
En 1938, Brenna murió y hasta 1950 se hizo cargo del negocio Renato Varesse. Lo continuó Antonio Armentano, hasta que en 1978 se lo vendió a un grupo económico que quebró poco después. Los nietos de Brenna compraron la confitería, pero en los 90, en tiempos de fast food y pizza-cafés, comenzó a decaer. Hasta que en 1997, llegaron esas obligadas vacaciones que jamás terminaron. Nueve meses después declararon al edificio Monumento Histórico Nacional.

Fuente: clarin.com

HOMENAJES A JULIO CORTÁZAR
EN EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO

Una mujer visita la exposición “Julio Cortázar 1914-2014” en Buenos Aires. Fotografías, textos, música e incluso grabaciones con su voz integran la exposición que constituye un recorrido por la vida del autor. ( EFE/David Fernández)

Una mujer visita la exposición “Julio Cortázar 1914-2014” en Buenos Aires. Fotografías, textos, música e incluso grabaciones con su voz integran la exposición que constituye un recorrido por la vida del autor.


A 100 años de su nacimiento, Cortázar “vuelve” a su querido Banfield. Es el barrio donde pasó su infancia y adolescencia, y que está presente en su obra. En esta fecha especial, los vecinos organizan una semana para recordarlo con música, actividades literarias y hasta un concurso de rayuela.

A 100 años de su nacimiento, Cortázar “vuelve” a su querido Banfield. Es el barrio donde pasó su infancia y adolescencia, y que está presente en su obra. En esta fecha especial, los vecinos organizan una semana para recordarlo con música, actividades literarias y hasta un concurso de rayuela. 

Una mujer visita la exposición “Julio Cortázar 1914-2014” en Buenos Aires. Fotografías, textos, música e incluso grabaciones con su voz integran la exposición que constituye un recorrido por la vida del autor argentino. EFE/David Fernández

Una mujer visita la exposición “Julio Cortázar 1914-2014” en Buenos Aires. Fotografías, textos, música e incluso grabaciones con su voz integran la exposición que constituye un recorrido por la vida del autor argentino.

Fotos 1 y 3: EFE/David Fernández


Fuente: clarin.com