Ya se habían rendido el Moma y el Louvre y la semana pasada se sumó la National Gallery. Ante la novedad, hay quienes polemizan argumentando que se pierde la contemplación y la sacralidad del arte.

La obra como estrella. La cuentista y dibujante Isol, en el MUSAC, España.
La obra como estrella. La cuentista y dibujante Isol, en el MUSAC, España.


Hay cosas que no se puede hacer pero casi todos hacemos, aunque de vez en cuando nos cueste el disgusto de que se nos venga un vigilante encima hablando en lenguas: sacarse fotos, selfies para ser precisos, con las obras de los grandes museos de fondo, por ejemplo. A veces, esas cosas que no se puede hacer y hacemos igual, se legalizan: las selfies en los grandes museos, por ejemplo. Desde el domingo, la National Gallery de Londres lo permite. Antes, rendidos ante la imposibilidad de imponer la prohibición, habían cedido el Moma y el Louvre. Por acá, el Malba y el Museo Nacional de Bellas Artes lo permiten e incluso, en el caso del primero, pide a sus visitantes que le manden esas fotos y las usa en las redes. Por supuesto, como suele suceder en estos casos, hay gente que está de acuerdo y gente que se lanza a la arena de la disputa.
¿Qué se le objeta a tan saludable medida, permitir que el arte se incorpore a las formas contemporáneas de la experiencia –porque eso es hoy sacarse fotos casi todo el tiempo–? Que se desacraliza el arte. ¿Qué clase de sacralidad tiene una mercancía? Difícil de medir, pero seguramente algo de eso, de la creencia en un aura, en algo de lo sagrado presente en la obra de arte, hace que se llegue a los precios locos que se llega en el mercado del arte. El historiador del arte Michael Savage, entre otros, critica que, con esta medida, se pierde “el último bastión de la contemplación”. El diario The Guardian, en un editorial, dice que de este modo se prefiere fotografiar o ser fotografiado a ver.
Hay gente más realista: el escritor Sam Leith, que en el Evening Standard señaló que la idea de que se produce un encuentro entre una conciencia y una singularidad artística “es una fantasía”. Recuerda que esas obras sagradas tienen un precio de mercado (igual que, digamos, un par de zapatillas, un ladrillo o una boda en una iglesia: igual que casi cualquier cosa). Repara, además, en que, entre la conciencia y la singularidad artística de la obra apreciada en el museo, median el humor del turista o visitante el día en cuestión, la cantidad de gente que transita por el museo y se detiene ante la misma obra, la forma en que está colgado el cuadro, la iluminación, el precio que se pagó para entrar a la institución; en fin, muchas cosas. Y dice, hablando por las mayorías: “ Una gran parte del placer que sentimos frente a una obra de arte se debe al sólo hecho de estar ahí ”. Y con la selfie se agrega, claro, la posibilidad de mostrárselo a todos a través de las redes social. Una imagen que vale por tres palabras: “Yo estuve ahí”.
¿Cambia la experiencia del museo la selfie? Zoe Williams, de The Guardian, dice que sí, que el mero hecho de fotografiar una obra la cambia, que es algo más del orden de la documentación que de la experiencia. Y ni hablar de la selfie: se parece, dice, menos al arte que a ir a la playa y poner, para la foto, la cabeza de uno sobre el cuerpo de un luchador en malla.
Sabe por qué lo dice: la semana pasada fue a la National Gallery y se sacó selfies con todas las obras que le llamaron la atención. Sintió, cuenta, vergüenza. Sintió la desaprobación del público presente, incluso hubo quien llegó a chistarle. Termina su nota diciéndoles a los puristas que se queden tranquilos, que no va a haber mucha gente sacándose selfies en la galería por el mismo motivo que no hay mucha gente por ahí en bikini.

Fuente. clarin.com

JUGAR DEBAJO DEL PIANO;
LAS INFANCIAS DE BAREMBOIM, ARGERICH Y GELBER


“En la edad de las promesas”, el libro de Cecilia Scalisi que relata los comienzos de los tres músicos Los tres fueron niños prodigio, con familias que los acompañaron en cada uno de sus pasos musicales.
Pantalones cortos. El niño Daniel Barenboim.
Concentración y volados. Martha Argerich.
Adolescencia. Un jovencísimo Bruno Gelber.




















































Julieta Roffo

“Che, piba... ¡Hacenos quedar bien”. Es 1954. A la piba le acaban de confirmar que su padre será enviado a Viena en misión diplomática para que entonces ella pueda vivir y estudiar en la capital austríaca. La piba, que tiene trece años y que está por cruzar el Atlántico, es Martha Argerich. El señor que la despide imperativo en su despacho de la Casa Rosada es Juan Domingo Perón. La anécdota es una de las tantas que cuenta la crítica musical Cecilia Scalisi en su libro En la edad de las promesas, que narra las infancias prodigiosas y pianísticas no sólo de Argerich sino también de Daniel Barenboim y de Bruno Gelber.
“¿Ya me escuchó tocar el piano?”, preguntaba Gelber a los nuevos invitados que llegaban a su casa cuando era lo suficientemente chiquito como para que en su familia lo llamaran “Muni”. Si la respuesta era que no, corría a ponerse un trajecito y se sentaba al taburete. En ese mismo taburete se habrá sentado cuando jugaba con Argerich a las “lecciones de piano”: compartían maestro –el mítico Vicente Scaramuzza, de Calabria– y muchas veces merendaban juntos. A la hora de divertirse, ella era profesora y él, alumno. Juntos fueron también varias veces al foso del Teatro Colón, donde el padre de Bruno trabajaba como integrante de la orquesta: jugaban a darse codazos cuando alguien equivocaba una nota o entraba a destiempo.
Es que además de niños que aprendían a leer las escalas musicales antes que el abecedario y que necesitaban de madres dedicadas que tomaran apuntes por ellos, fueron chicos que se encontraban, a los seis y siete años, jugando debajo de un piano mientras esperaban su turno para tocar en una tertulia: así se conocieron Argerich y Barenboim, que la semana pasada deslumbraron en el Colón.
Pasaron muchos años desde que, a los nueve, el director de orquesta se durmió viendo La flauta mágica en Salzburgo y tuvo que despertarlo un acomodador. El fue el único de los tres que no abandonó la educación formal. Argerich y Gelber prefirieron las clases privadas para dedicarse casi exclusivamente a las teclas, mientras que los padres de Barenboim prefirieron que la música se integrara “con naturalidad” –así lo describe el propio músico en una entrevista con Scalisi– a su vida.
En la casa de “Marthita” fue tan central su destino dedicado a la música que decidieron que su hermano se fuera a vivir con la abuela para no interrumpir sus ensayos. Y el padre de Bruno empezó a acompañarlo a sus clases cuando hizo falta que lo subiera a upa por las escaleras, después de la poliomielitis.
“Tuvieron padres muy visionarios y maestros que supieron guiarlos: son los tres grandes pianistas de su época”, sostiene Scalisi. Tanto reconocimiento internacional no viene solo.

Olor a strudel de manzana
y tertulias en torno a la música



Hay olor a strudel de manzana que viene con crema de vainilla y canela: la receta llegó directo de Viena. Hay escaleras de mármol blanco y ascensores jaula. Hay pianistas internacionales que vienen a dar conciertos e inmigrantes que se escapan de la Segunda Guerra Mundial y que lo único que saben de la ciudad a la que acaban de llegar es que existe el Teatro Colón. Hay tertulias en la Buenos Aires de los años 40 y 50, especialmente en Recoleta.
Algunas en la casa de Ernesto Rosenthal, otras en la de Alberto Ginastera, algunas más en la de Brígida Frías de López Buchardo: por allí pasan Igor Stravinsky, Manuel Mujica Láinez, Ernesto Sabato y el reconocido pianista chileno Claudio Arrau. Pasan, también, las familias Argerich, Barenboim y Gelber: van los tres niños-promesa, y en esos salones de camisas almidonadas demuestran sus talentos sobresalientes.
En esa Buenos Aires crecieron los tres pianistas, y gracias a esa vida social lograron los contactos que fueron cimentando sus carreras internacionales. Según Cecilia Scalisi, en esos tiempos, la enseñanza de piano era “un aporte imprescindible de la formación cultural”.
“El ambiente de esos años fue un determinante fundamental. En ese microcosmos, la música era la vida. Iban a las tertulias, al teatro, escuchaban a gente importantísima que los escuchaba a ellos”, dice Scalisi, y agrega: “Creo que se ha perdido para siempre la cultura de reunirse en torno de la música, pero la Argentina fue capaz de dar a estas tres personalidades porque talento sobra”.


Fuente: clarin.com

ES FIGURA DEL ROYAL BALLET DE LONDRES
Y VUELVE A BAILAR A SU BARRIO

El cisne blanco que no olvida su cielo
Una de sus interpretaciones como primera bailarina del ballet de Londres.

Una vez más Marianela Núñez (32), estrella del Royal Ballet de Londres, vuelve a caminar las calles de su barrio. Sin embargo, este año su visita a San Martín tiene una arista muy especial. La principal figura de una de las principales compañías de danza del mundo bailará el sábado 16, en Villa Ballester, en una gala solidaria.
Aunque en Europa ya lo había hecho, la bailarina confiesa que es la primera vez que se presentará a beneficio en la Argentina. “Mis expectativas son las mismas que cuando lo hice afuera. Pero en mi país me gana la emoción. Y más todavía en mi barrio. Espero la calidez con la que siempre me recibe el público. Ese amor resulta incomparable”, confiesa. Su espectáculo será para recaudar fondos destinados a dos hermanos de José León Suárez que viajarán a China para tratarse su atrofia muscular espinal, una enfermedad genética y degenerativa.
El evento, a realizarse en la Sociedad Alemana de Gimnasia (SAG) de Villa Ballester, fue planeado desde el año pasado con la ayuda de la Municipalidad de San Martín y el intendente Gabriel Katopodis, con quien Marianela ya se había reunido en 2013. 

A los 32 años, Marianela está en su mejor momento artístico.
A los 32 años, Marianela está en su mejor momento artístico.

“Me planteó su idea y, a partir de ahí, fuimos dándole forma a este encuentro”
, explica ella, que comenzó a bailar clásico a los tres años. “Desde chiquita supe que bailar es lo que realmente me hace feliz”, enfatiza.
A los siete entró al Estudio de Danzas Clásicas de Adriana Stork, de San Martín. “Sin tener ningún conocimiento técnico de esta disciplina, ella ya estaba convencida de que eso era lo suyo”, explica Stork. Completó su formación en el Teatro Colón, supo acompañar a Maximiliano Guerra y en su adolescencia se instaló en Inglaterra, luego de ser aceptada por el Royal Ballet de Londres, la primera compañía del Reino Unido, fundado en 1931.
“Tuve que resignar muchas cosas por mi pasión. Mi familia, mi lugar de origen. Pero mis padres fueron mis maestros de la vida. La base de todo. Sin ellos, no hubiese podido llegar. Cada vez que puedo, les doy las gracias infinitas”, destaca Marianela. La bailarina fue recibida hace pocos días en su barrio por su familia, con toda la calidez de siempre.


El cisne blanco que no olvida su cielo.
Brilla en los escenarios del mundo.

“El afecto de mis padres y mis hermanos es inmenso. Pero también el de mi barrio, San Martín, que siempre me tiende sus brazos abiertos”,
valora. “Estoy en el auge de mi carrera. Siento que vivo como en un cuento”, resume.
Brilla en los escenarios y no para de recibir reconocimientos. En 2009 obtuvo el Konex de Platino como la mejor bailarina argentina y en 2013 ganó el Premio Laurence Olivier, el más prestigioso del teatro inglés, en la categoría “Logro excepcional en danza” por sus interpretaciones en las piezas Aeternum, Diana y Actaeon, y Viscera.
En el Royal Ballet su partenaire es el carioca Thiago Soares, con quien está casado y comparte la pasión por la danza. “La mayoría de las veces nos presentamos juntos, pero esta vez nos jugó en contra una lesión que sufrió recientemente, por lo que tuvo que quedarse en reposo”, explica. Con él espera seguir creciendo profesionalmente y alcanzar sus próximas metas: “Cada presentación es un desafío, quiero seguir perfeccionándome y nunca dejar de soñar”.


Fuente: clarin.com

A los 32 años, Marianela está en su mejor momento artístico.
A los 32 años, Marianela está en su mejor momento artístico.
El cisne blanco que no olvida su cielo
Una de sus interpretaciones como primera bailarina del ballet de Londres

"MARTHA ARGERICH
Y EL ABRAZO DEL VAGABUNDO EN LA NOCHE"

“Martha Argerich y el abrazo del vagabundo en la noche”
“Martha Argerich y el abrazo del vagabundo en la noche”

Eran las tres de la madrugada, veníamos caminando por Lavalle, desierta, todavía disonaban los rituales primitivos de la brillante versión de la Consagración de la Primavera de esa noche y revoloteaba, como decía Martha Argerich, el espíritu de Nijinsky en las tablas del Colón, en el paso del gran bailarín por Argentina antes de entrar en las sombras de su locura.
Del espesor de la noche aparecieron por la 9 de Julio, tambaleándose, dos vagabundos que intimidaban al grupo que se había detenido y charlaban en un círculo de amigos donde Martha era una más, en esa casi cálida noche de invierno. Se acercaron pidiendo cigarrillos con palabras entrecortadas, les dimos varios e instantáneamente uno de ellos, el otro siguió su camino, dijo reconociendo a quien se dirigía, “señora, usted es Martha Argerich”. 



Tratamos de ocultarlo, pero convencido aseguró “usted es Martha Argerich”, y enseguida sacó su gorro oscuro de lana y viejo descubriendo la cabeza y con respeto hizo una leve reverencia. Uno de nosotros le pregunto cómo sabía que era Martha Argerich, para averiguar de dónde podía conocerla, ya que no parecía posible que Martha entrara en su mundo. ¿Acaso del Colón?, le preguntamos. “No, yo no tengo cómo entrar al Colón, no tengo plata”, dijo. El reconocerla entre varias personas en un lugar insólito por el horario y el momento parecía casi asombroso. Le pidió un beso, sin vergüenza y se unieron en un abrazo y un beso sincero durante varios minutos.
El vagabundo, quien no dio tiempo siquiera de saber su nombre, tan anónimo era, había aparecido y desaparecido como en un sueño de una noche de Buenos Aires.
                                                                                                             
 Doctor David Vetcher
 CARDIÓLOGO INTERVENCIONISTA
 davidvetcher@gmail.com.ar

OBJETOS HISTÓRICOS
QUE PERMITEN CONOCER MÁS A SAN MARTÍN

Desde el sable corvo hasta un rosario de cuentas de madera, pueden verse en la réplica porteña de la casa de Grand Bourg
Antigua balanza postal de San Martín  Foto: Patricio Pidal/AFV
Antigua balanza postal de San Martín  Foto: Patricio Pidal/AFV

Silvia Polack

"Mirá, mamá. San Martín estaba en todos los detalles. Acá hay un vale firmado autorizando el canje de caballos en una de las postas de Buenos Aires a San Lorenzo, en febrero de 1813." El comentario de Federico, alumno de una escuela pública de Vicente López, sucede delante de una de las vitrinas que contienen objetos personales del Libertador de América, que se exhiben en el Instituto Nacional Sanmartiniano.

San Martín, más que un prócer, es una exposición de objetos que puede visitarse hasta el 4 de octubre en la réplica porteña de la casa de Grand Bourg en la que el gran general vivió y murió en Francia, el 17 de agosto de 1850.
Espacio dedicado a la investigación y el estudio de la historia del Libertador de América, el Instituto Nacional Sanmartiniano abre sus puertas de martes a sábados, de 10 a 18, para celebrar sus 81 años con la exhibición de objetos que desde hace muchos años están guardados por razones de seguridad.
La estrella es, sin dudas, el sable corvo con el que realizó todas sus campañas militares desde 1811, y que conservó hasta su muerte. Muy pocas veces se ha exhibido al público este elemento tan característico y determinante de San Martín, que fue secuestrado por 15 días, entre el 12 y el 28 de agosto de 1963, por cinco integrantes de la Juventud Peronista que reclamaban el fin de la proscripción del peronismo, el regreso del general Juan Domingo Perón al país, la restitución del cadáver de Eva Duarte y el castigo a los responsables de los fusilamientos de 1956.
Dos granaderos custodian la vitrina del sable corvo, ubicado junto al testamento ológrafo del 23 de enero de 1844, por medio del cual San Martín dispuso su entrega a Rosas. En 1897, el sable corvo fue donado por Manuela Rosas de Terrero y Máximo Terrero al Museo Histórico Nacional, donde permaneció hasta su recuperación, en 1963. Desde aquel momento, está en custodia del Regimiento de Granaderos a Caballo y sólo un suboficial está autorizado a efectuar las tareas de limpieza, una vez al año.
La exhibición permite conocer algunos detalles más personales de San Martín, como el rosario de madera que una monja le regaló después de la batalla de Bailén, en España, y que él le entregó en 1820 al coronel Manuel de Olazábal en la revista de Rancagua.
También se conservan impecables una caja con un juego de backgammon; una tabaquera con sus iniciales donada por Bartolomé Mitre al Museo Histórico Nacional en 1891; el poncho de alpaca que el último virrey del Perú, José de la Serna, le obsequió durante la conferencia de Punchauca; un estuche con dos pistolas de duelo y 14 accesorios; una copa de licor; una mesa de juego, y un plato de porcelana.
Varios retratos de San Martín y réplicas de monumentos acompañan la muestra y el dibujo animado Zamba, desde una pantalla de TV, acerca del mundo sanmartiniano a los más chicos.
Los museos Histórico Nacional, del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín y Udaondo aportaron las piezas en exhibición en Mariscal Castilla, entre Rufino de Elizalde y Alejandro de Aguado, Palermo Chico.



















El sable corvo que lo acompañó hasta su muerte  Foto: Patricio Pidal/AFV
El sable corvo que lo acompañó hasta su muerte  Foto: Patricio Pidal/AFV
  

 





Fuente: lanacion.com

BAREMBOIM, ARGERICH Y LES LUTHIERS,
MEMORABLE NOCHE DE MÚSICA Y HUMOR

Les Luthiers y Barenboim provocaron admiración anoche en el Colón; Argerich se sumó en la segunda parte 
Foto: LA NACIÓN / Santiago Filipuzzi

En este gran ciclo hubo varios hitos: el recital de piano que Argerich y Barenboim dieron juntos el martes pasado y, días antes, la función inaugural de sus presentaciones en la Argentina, con un programa para piano y orquesta que incluyó el Concierto N° 1 de Beethoven y varias de las más populares obras sinfónicas de Ravel. O las funciones en las que Barenboim y la orquesta abordaron fragmentos de Tristán e Isolda, con la participación de Peter Seiffert, Waltraud Meier, Ekaterina Gubanova y René Pape.
Sin embargo, la actuación con Les Luthiers era una de las que mayor expectativa provocaba por lo impensado de esa reunión. Incluso, llamó la atención el programa elegido: La historia de un soldado, compuesta en 1917 por Igor Stravinski sobre la base de un texto de Charles Ferdinand Ramuz, y El carnaval de los animales, suite de catorce movimientos escrita en 1886 por Camille Saint-Saëns.
En la historia que cuenta las desventuras del soldado José participaron una orquesta de cámara integrada por siete instrumentos, Barenboim en la dirección y tres de los Les Luthiers, Carlos López Puccio, encargado de algunos relatos, Daniel Ravinovich, como el soldado, y Marcos Mundstock alternando la voz de El Diablo, la Princesa y los relatos. Si bien en las primeras escenas la acción se mantuvo en los cánones habituales, a los pocos minutos los tres Luthiers comenzaron a hacer de las suyas con algunos gags ante la atenta mirada del maestro Barenboim.
En cambio, para El carnaval de los animales -además de incluir a Martha Argerich para entablar un diálogo de teclados con Barenboim (la obra requiere dos pianos) y los Luthiers que faltaban, Carlos Núñez Cortés y Jorge Maronna- el legendario grupo puso en escena todo su histrionismo, con intervenciones breves y precisas, que hasta les dieron participación a los pianistas. Y como no podía faltar, Johann Sebastian Mastropiero (el mítico personaje de los espectáculos de Les Luthiers) se hizo presente con comentarios desopilantes y destruyó con ácidas críticas la obra de Saint-Saëns. Una noche para alquilar palcos y plateas.
Ayer al mediodía, los pianistas, la orquesta y Les Luthiers habían ajustado los últimos detalles durante un ensayo abierto con público que se convirtió en una función con todas las de la ley: primera parte, intervalo, segunda parte, muchísimos aplausos y bises, en donde no faltó un toque folklórico al estilo chalchalero con el gato "El explicado" (pieza escrita por don Cantalicio Luna).
Les Luthiers consiguió que tanto Argerich y Barenboim como los músicos de la agrupación de cámara (aunque la mayoría no hablara castellano) fueran cómplices de sus aventuras. Antes de comenzado el ensayo, Barenboim debió pedir silencio a los plateistas que recién ingresaban (situación que por la noche se repitió en la gala). Y lo hizo con una humorada: "Silencio por favor. Y no olviden encender sus celulares, una vez que todo esto termine"


Fuente: lanacion.com

LUJOS PARA LOS ESCASOS DE FONDOS

Al Palacio de los Patos fueron a vivir familias de renombre afectadas por la crisis del 30.
Ugarteche 3050. El notable edificio tiene 144 departamentos de entre 2 y 7 ambientes. Muchos inquilinos los compraron con el tiempo./ LORENA LUCCA
Ugarteche 3050. El notable edificio tiene 144 departamentos de entre 2 y 7 ambientes. Muchos inquilinos los compraron con el tiempo./ LORENA LUCCA
Eduardo Parise

¿Se imagina una gran quinta que produce frutas y verduras en una de las zonas más elegantes de Buenos Aires? ¿La visualiza a tres cuadras de la avenida Del Libertador, o a metros de la avenida Las Heras, en Palermo? Eso era el terreno que en la segunda década del siglo XX ocupaba la manzana de las actuales Ugarteche, Juan María Gutiérrez, República Árabe Siria y Cabello. La proximidad de la Penitenciaría Nacional y la presencia cercana de malandras y cuchilleros todavía generaba que a la zona se la conociera como “la Tierra del Fuego”, por su “lejanía” con el Centro. Pero aquella quinta desapareció cuando Alfredo Miguel Chopitea compró esas tierras y encaró un proyecto destinado a construir un gran edificio. Así surgió lo que él soñaba como Palacio Chopitea y la gente llamó y llama Palacio de los Patos”.
Alfredo era uno de los hijos de Rómulo Chopitea e Isabel Purcell, una docente irlandesa a quien el Gobierno argentino contrató en Canadá para que enseñara aquí. Ese hijo nació en 1881 en una estancia que la familia tenía en Uruguay. Educado en Canadá, Alfredo Chopitea después se dedicó a administrar campos de la familia, pero también a proyectar y hacer construir edificios de departamentos destinados al alquiler que, hasta 1948, se conocieron como “casas de renta”. Hizo varios sobre la avenida Las Heras y los alrededores. Pero el que cobraría más fama fue el de Ugarteche 3050.
La idea surgió cuando Chopitea y su esposa, Nelly Moss (hija de Jacinto Moss, millonario representante de Bols en la Argentina) estaban en París y al hombre le llamó la atención un edificio. Dicen que el autor era Henri Aziere, un arquitecto con prestigio, a quien el argentino le encargó su proyecto. El terreno a usar era media manzana de lo que había sido la quinta. Aziere nunca vino, pero los planos de su proyecto de estilo académico francés (donde priman las simetrías) llegaron en un tubo de hojalata en el verano de 1926. Los trajo Nelly Moss cuando volvía al país, con sus cuatro hijos, después de una larga estadía en Europa.
No conforme con lo que había planificado Aziere, Chopitea contrató a Julio Senillosa (1884/1936), un arquitecto argentino dedicado a buscar soluciones al problema de la vivienda. Activo militante del Partido Socialista, Senillosa cambió en parte los planos originales y dirigió la construcción que se realizó entre 1927 y 1929. La empresa constructora fue Negroni & Ferraris, especializada en edificaciones con cemento armado. Sobre un terreno de 4.400 metros cuadrados dejaron libres unos 1.400. Hay nueve patios y el patio central tiene casi 400 metros cuadrados. El edificio tiene seis cuerpos con planta baja y seis pisos cada uno. En total son 144 departamentos de entre dos y siete ambientes. Y aunque no hay muchos datos sobre la construcción, se cree que algunos de los elementos utilizados (mosaicos, vitrales, pisos de madera y mármoles de las escaleras) fueron importados. También tiene doce ascensores modificados en la década del 60.
Pero, ¿por qué se lo llama Palacio de los Patos? La leyenda popular dice que allí fueron a vivir muchas familias de cierto renombre, pero afectadas por la famosa crisis de 1929/1930. Y en la jerga popular los “patos” son los escasos de fondos. Aquello duró hasta finales de los 40. La nueva ley de propiedad horizontal permitió que muchos inquilinos compraran su departamento. Hacia mediados de los 50 sólo unos pocos quedaban sin escriturar o vender.
Alfredo Chopitea murió en 1961, a los 80 años. Pero quedaron aquellos edificios cuya construcción él promovió. Entre ellos está el denominado Palacio de los Gansos, cercano al anterior. Es de 1942 y sus líneas son más modernas, aunque también tiene su prestigio. Pero esa es otra historia.


Fuente: clarin.com