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IMPORTANTES MANUSCRITOS DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Manuscritos de la Gramática de Nebrija (d); Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo (i), y Cantar de Mio Cid (abajo); tres de las cuatro obras que la Real Academia Española (RAE) presentó en 2011 de su biblioteca clásica, que reunió un centenar de títulos de la literatura en español, y que incluye también El Buscón, de Quevedo.
Foto: EFE / archivo
EL CUERPO QUE LO LLEVA A ERNESTO NETO
EN EL GUGGENHEIM BILBAO
El atrio del Museo Guggenheim Bilbao exhibe desde anoche la gigantesca escultura "El cuerpo que cae (Le corps) femenino (de Leviatán Thot)", perteneciente a la exposición "Ernesto Neto: el cuerpo que me lleva", que se inaugurará en el museo el próximo 14 de febrero.
BERLÍN TRANSFORMARÁ UN HISTÓRICO AEROPUERTO
EN UNA ENORME BIBLIOTECA
La construcción demandará cinco años y 270 millones de euros. La monumental obra comenzaría recién en 2016.
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Por The Guardian
El aeropuerto de Tempelhof, en Alemania, hizo historia cuando los aliados occidentales lo utilizaron para romper el bloqueo soviético de Berlín Occidental en 1948. Antes, había sido usado reiteradas veces por Adolf Hitler, y allí aterrizó, frente a una multitud exultante, el boxeador Max Schmeling en 1936, luego de vencer a Joe Louis en Nueva York. Pero el aeropuerto, ubicado en el centro de la ciudad, dejó de operar el 31 de octubre de 2008. Desde entonces, las autoridades estuvieron sin saber qué hacer con él.
Ahora el lugar está listo para ser transformado de un monumento histórico a un centro de aprendizaje histórico: en diciembre, el Senado de Berlín dio a conocer dos posibles diseños para una nueva biblioteca central, al lado de la pista de aterrizaje en desuso.
Si cualquiera de los diseños se realiza, el edificio estará destinado a convertirse en un rival para el célebre Centro Pompidou de París: un “edificio afirmación” de la arquitectura con 3.200 asientos para los lectores, galerías, espacios para eventos, restaurantes y una biblioteca infantil.
El aeropuerto icónico renacerá como un punto focal vibrante para la notoriamente dispersa vida socio-cultural de la capital alemana.
Uno de los diseños, realizado por la agencia Kohlmayer Oberst, fue comparado a una “nave espacial concreta” por el diario berlinés Die Tageszeitung . Repite la forma estirada de la antigua terminal, que se mantendrá en pie. El segundo diseño, recogido de 40 presentaciones, fue creado por el arquitecto de Zurich Mao y fue descrito por el Berliner Zeitung como un “vidrio de cristal”.
El Senado de la ciudad, en las próximas semanas, evaluará las distintas propuestas. Las obras comenzarán en 2016 y se extenderán durante cinco años con un costo de 270 millones de euros. Los críticos ya sugirieron que la suma final probablemente sea el doble.
Regula Lüscher, senadora para el desarrollo urbano, dijo que el nuevo edificio –que agruparía la Biblioteca Memorial de América y la biblioteca municipal en Breite Strasse bajo un mismo techo– se convertiría en “un centro abierto a la gente para la educación de todo el espectro social”. Es probable que su construcción sea seguida por alojamiento para los estudiantes y viviendas asequibles, de las cuales el 50% costaría menos de 8 euros por metro cuadrado.
El proyecto no está exento de críticas.
Políticos de la oposición sugirieron que la biblioteca es un proyecto vanidoso por parte del alcalde, Klaus Wowereit, y que se utilizará principalmente para que las empresas hagan negocios sobre las tierras que en la actualidad se encuentran vacantes. “Si se quiere construir una biblioteca para el pueblo, ¿por qué no hacerlo un lugar donde la gente está?”, cuestionó Alice Strover, ex secretario de cultura en el Senado de Berlín.
El centro cultural propuesto tiene muchas expectativas que cumplir. Las bibliotecas centrales existentes en Berlín atraen 5 mil visitantes por día, pero el senador Andre Schmitz predice que el nuevo edificio atraerá el doble. Unas 3,5 millones de personas al año, un número similar al del Centro Pompidou.
Fuente: clarin.com
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EL LIBRO DE ORACIÓN DE LOS ROTHSCHILD
SE SUBASTA POR 13,6 MILLONES DE DÓLARES
Nueva York - Un libro de oración que pertenecía a la
poderosa familia judeoalemana Rothschild, considerado una obra maestra
del manuscrito ilustrado flamenco, fue hoy subastando por Christie's por
13,6 millones de dólares, solo 300.000 dólares más que cuando fue
vendido al mejor postor en Londres en 1999.
En la sesión de arte
del Renacimiento en el Rockefeller Center de Nueva York, que rozó los 45
millones de dólares en sesión total, tuvo como estrella la puja por
este libro en cuyas 252 páginas de papel vitela.
En él se esconden
algunas de las más excelsas y detalladas muestras de la ilustración de
aquella época, realizadas por Gerard Horenbout, Simon Bening y su padre
Alexander.
Realizado entre las ciudades flamencas de Gante y
Brujas (Bélgica) en 1505, época del emperador Maximiliano I, este libro
tiene unas dimensiones de 22,8 por 16 centímetros y su precio final,
pese a todo, resultó relativamente decepcionante.
Las estimaciones
más bajas de la casa se situaban en 12 millones de dólares antes de
impuestos, y las máximas eran de 18 millones, además de que el mismo
ejemplar se subastó en 1999 en Londres por 13,3 millones de dólares,
cuando marcó un récord en su género.
El libro de oración pasó en
el siglo XIX a las manos de la familia Rothschild, una de las más
conocidas dinastías bancarias de Europa, cuando Anselmo von Rothschild
lo incorporó a su colección de arte de los Países Bajos.
Desde
entonces había pasado de generación en generación hasta que en 1999,
cuando la colección de los barones Nataniel y Alberto von Rothschild fue
confiada a la sede de Christie's en Londres.
Otras de las piezas
más valoradas en la subasta de hoy han sido las pinturas "La adoración
de los pastores", de Jacopo Da Ponte, vendida por 8,9 millones de
dólares, "Ley y Gracia", de Lucas Cranach I y II, por 2,2 millones, y
una Madonna con el niño de Botticelli, que alcanzó los 1,6 millones de
dólares.
Fuente: eleconomistaamerica.com
PROTESTA ARTÍSTICA EN MOSCÚ CON 20 GRADOS BAJO CERO
La bailarina de ballet Alexandra Portyannikova, con esposas en las manos y haciendo frente a 20º C bajo 0 de temperatura, baila en una acción de protesta en una plaza en Moscú, Rusia, hoy jueves 30 de enero de 2014. La acción de protesta fue organizada por Amnistía Internacional para llamar la atención de la comunidad internacional sobre violaciones a los derechos humanos en Rusia.
Foto: Ivan Sekretarev
Fuente: AP
LOS QUE ENFRENTARON AL NAZISMO
En medio de un genocidio planificado y brutal, hubo quienes arriesgaron sus vidas para proteger a miles de personas que tenían la muerte como único destino posible.
Adolfo Hitler, jefe del partido nazi.
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Por Julieta Roffo
El Holocausto, como plan sistemático de exterminio que cayó especialmente sobre la población judía, terminó cuando el nazismo fue derrotado por las fuerzas aliadas: terminaba también la Segunda Guerra Mundial, y Estados Unidos y la entonces Unión Soviética se repartirían los territorios obtenidos. Empezaba entonces la Guerra Fría, pero esa es otra historia. Ese genocidio, liderado de forma personalísima por Adolf Hitler, asesinó a unos seis millones de judíos -además de gitanos, homosexuales y discapacitados, entre otras víctimas fatales- y sacudió para siempre al siglo XX por su brutalidad y por su llamativa capacidad para convertirse en un fenómeno al que adhirieron las masas. Por eso, cada vez que ocurre algo que “revuelve” ese pasado, la noticia da la vuelta al mundo.
La semana pasada, se supo que el estado alemán de Baviera reeditará en Alemania “Mi lucha”, el libro que Hitler escribió en prisión, mezclando autobiografía con un ensayo sobre su defensa de la raza “aria”, que años más tarde pondría descarnadamente en práctica, desde su rol de Canciller. Será una edición comentada, y ya hay polémica sobre si corresponde o no que el libro, un manifiesto del nacionalsocialismo, circule en ese país. El fin de semana, el diario alemán Die Welt empezó a publicar cartas inéditas de Heinrich Himmler, jefe de las SS, fuerzas que se cobraron miles de vidas. En esas misivas, Himmler se comunica con su esposa y evita referirse en detalle a sus tareas, pero ninguno ahorra comentarios lapidarios sobre la población judía.
Aunque estas novedades suelen traer controversias y repudio, hay otras historias que ocurrieron durante los años del nazismo que trajeron esperanza, más o menos larga, a sus víctimas más directas y que lograron salvar algunas de esas vidas en peligro.
Tal vez la más conocida de esas historias sea la de Oskar Schindler, que nació en lo que en ese entonces era el Imperio Austrohúngaro y que a través de la contratación de empleados para su fábrica de utensilios que sirvieron a las fuerzas armadas alemanas, salvó a unos 1.200 judíos de la “solución final” -aunque por conveniencia se había afiliado al partido nazi-. Su cortesía para los negocios lo convirtió en un contacto de las altas esferas nazis, incluso las SS lo contactaron como informante, y al no conseguir mano de obra alemana, incluyó entre sus empleados a varias dotaciones de condenados a muerte que llegaron en trenes de campos de exterminio como Auschwitz y Treblinka, entre otros.
En un principio, ese arreglo con las cúpulas nazis era sólo un negocio para Schindler y quienes llegaban a trabajar durante el día, volvían a los campos a pasar la noche, pero los relatos sobre la vida en esas terminales fatales terminaron por conmoverlo y decidió negociar, empleado por empleado, su vínculo exclusivo con la fábrica. Incluso amplió su producción -cuando ya el estado nazi no le demandaba tantos productos- para poder acoger mayor cantidad de mano de obra. En la famosa “lista de Schindler” se registraban los nombres de los empleados que torcían su destino gracias a la ayuda recibida.
Menos conocida fue la historia de Ángel Sanz Briz, un español que llegó a la embajada de su país en Budapest en 1942, en plena Segunda Guerra. Aunque en ese momento Hungría era aliado de Alemania, en 1944 el territorio fue ocupado por los nazis: en esa situación, Sanz Briz, habitualmente a cargo de los negocios bilaterales, había quedado a cargo de la dependencia ibérica. Ante el envío masivo de judíos a campos de concentración y exterminio, el diplomático “resucitó” una ley de 1924 –y que ya no estaba vigente, lo que implicó un gran riesgo- que establecía que los judíos sefaradíes, expulsados en la época de los Reyes Católicos, podían acceder al pasaporte español.
Aunque con miramientos de parte incluso del mismísimo Adolf Eichmann, una de las cabezas de las SS, emitió unos 200 pasaportes y cartas de protección, a la vez que alquiló casas que hizo “pasar” como dependencias de la embajada española, que sirvieron de refugios. Pese al impedimento de seguir imprimiendo pasaportes, Sanz Briz fraguó las numeraciones para poder seguir documentando a la población judía, y así logró que unas 2.000 familias –unas 5.300 personas en total- obtuvieran protección sobre el final de la Segunda Guerra.
Perdimos a mi hermano en la Segunda Guerra:
aún lo busco
Decisión terrible. Cuando los nazis entraron a Polonia, los padres de la autora, judíos, ya tenían un hijo de dos años. Lo entregaron a una familia católica a ver si lograban salvarlo. Al finalizar la guerra les anunciaron que había muerto pero no les supieron decir dónde estaba enterrado. Persiste la duda de si les dijeron la verdad.
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Autora De “los Niños Escondidos” Y De “hijos De La Guerra”.
Por qué uno buscaría a alguien que no conoció? Yo vengo buscando desde siempre a mi hermanito Zenus perdido en Polonia durante la ocupación nazi. Su foto era el tesoro más grande que había en mi casa. Este niñito rubio comparte conmigo el ADN familiar. Pero no lo sabe. ¿Habrá sobrevivido?
¿También él me buscará?
¿Qué le contaron cuando comenzaron sus preguntas? ¿Hizo preguntas? ¿Sabía que había nacido judío? Cuando se veía circunciso, ¿cómo lo entendía y procesaba? Su ausencia ha llenado mi vida de preguntas.
De chica eran: ¿Se parecerá a mí? ¿Le gustará cantar tanto como me gusta a mí? ¿Por qué lo abandonaron? ¿No lo querían?
¿Se habrá portado mal? ¿Podrían mis padres dejarme a mí si no me porto bien?
Durante mi adolescencia lo veía en mis sueños y pesadillas. Era como un fantasma que siempre podía aparecer. Cuando llegaba un barco polaco me iba al puerto a hablar con los marineros.
Miraba cada cara, los colores, el pelo, los ojos, buscando parecidos, familiaridades. Tal vez, quién te dice, mirá si es alguno de ellos… y en mi trabajoso polaco les preguntaba de dónde eran, cómo se llamaban sus padres, cuándo habían nacido, si tenían hermanos… O buscaba en cada nueva película polaca a algún actor de la edad que tendría mi hermano para ver si se nos parecía.
Son otras las pregunta que me hago hoy.
¿Será posible tejer cercanía con alguien que no se conoce? ¿La sangre es suficiente?
La guerra es cruel. La II Guerra Mundial lo fue. La Shoá (el Holocausto que los judíos sufrimos bajo el nazismo) nos enfrentó con decisiones que desafiaban la naturaleza humana. Los padres desarrollaron una insólita creatividad para salvar a sus hijos. Cuando la única oportunidad era dejarlos con extraños ejercitaron una nueva virtud: el desprendimiento. Mis padres creían que no sobrevivirían, pero estaban decididos a que su hijo sí, por eso lo entregaron a una familia cristiana.
Los polacos que protegían a judíos eran asesinados, cualquiera los podía denunciar y cobrar su recompensa. No era fácil encontrar familias que se atrevieran. Un varoncito circuncidado que no era rubio- ario , hacía la gesta casi imposible. Zenus fue aceptado a cambio de dinero, un dinero vital para esa familia que, sin trabajo estable, pudiera proveerse de alimentos y tuviera carbón para caldear los ambientes en el duro invierno. Si la salvación tuvo un precio, si intervino el dinero, tal vez “valga” menos para algunos. Pero es preciso reconocer el valor de estos salvadores que se arriesgaron a tan dura represalia.
En mi adolescencia juzgaba duramente a mis padres; leía su desprendimiento como abandono, egoísmo, incapacidad. Solo más tarde comprendí que fue altura moral y amor en su máxima expresión porque renunciaban a la posesión por el bienestar del ser amado.
Mis padres fueron los primeros sorprendidos al encontrarse vivos al final de la guerra. Solos, sin trabajo ni recursos, sin vivienda ni elemento alguno, no llamaron “liberación” a ese momento. Aunque libres, la libertad venía con confusión, amargura y desolación. Lo único que querían era encontrar a Zenus entregado casi dos años antes.
Llegaron donde lo habían dejado y les dijeron: “ Se enfermó y teníamos miedo de llamar al médico y que descubriera que era judío. No pudimos hacer nada por él.” –¿Dónde está su cuerpo?, fue la pregunta obligada.
–Bueno, ustedes saben…, la guerra fue terrible, no sabemos donde está, lo enterramos por aquí, no nos acordamos justo dónde… ¿Cómo no iban a recordar en qué sitio habían enterrado al niño que estaba a su cuidado? Mis padres pensaron que no lo querían entregar. Lo buscaron durante meses en hospitales, orfanatos, escuelas, seguían pistas tortuosas que los llevaban a casas de familia, en la misma ciudad, más lejos, preguntaban. Lo buscaron pero nunca lo pudieron encontrar.
Fui concebida en el transcurso de esos meses, cuando ya Zenus parecía estar perdido y comenzaron desgarradoras discusiones entre mis padres acerca de si continuar o no con el embarazo. Papá no podía superar el dolor; se acusaba de no haber podido cuidar a su hijo adecuadamente. “No quiero traer más hijos a este mundo”, decía en un alarido contenido y furioso. Mamá quería continuar, volver a generar una familia. Ganó mi mamá y yo nací. Resignados a la dura evidencia de haber perdido a su hijo, mis padres debieron tomar otra difícil decisión. Al antisemitismo polaco ahora se sumaba el comunismo.
No eran tierras amigables.
La única razón para seguir allí era la esperanza de recuperar a Zenus, que ya habían perdido. Sabían que emigrar era despedirse definitivamente de ello.
Polonia bajo dominio soviético era dura. Papá siempre recordaba el día en que la policía secreta, la NKVD, irrumpió en el departamento que les había sido otorgado después de la guerra y encontraron en la biblioteca libros anticomunistas. Lo llevaron a la sede del servicio secreto, lo interrogaron. ¡Imagínense el terror de estar en sus manos sin saber qué estaba pasando con mi mamá embarazadísima! El departamento había pertenecido supuestamente a un nacionalista polaco que dejó todos sus libros y mis padres no se deben haber detenido a revisar uno por uno.
Otro mundo. Diana, junto a un libro de canciones en yiddish -la lengua de los judíos de Europa del Este- que su padre trajo de Polonia./RUBEN DIGILIO |
Papá había sido designado director de una fábrica, creo que de escobas, y era tanta la corrupción reinante que alguien debió haberlo delatado. Esto fue el colmo. Había una bebita de meses, yo, que exigía un sitio seguro para vivir. Y en lugar de seguir hundiendo sus pies en el lodazal de lo imposible, decidieron seguir adelante y así llegamos a acá.
Años después, ya en la Argentina, nació mi hermanito Alberto. Era varón, había que decidir sobre su circuncisión. Los gritos, l os llantos, el abatimiento, la tragedia cubrieron mi casa. “Somos judíos –decía mamá–, lo queramos o no y si no lo quisiéramos siempre alguien nos lo recordará, y él es nuestro hijo, carne de nuestra carne, judío como nosotros, no podemos hacer como si no lo fuera”.
Sus argumentos chocaban siempre con las mismas espinosas respuestas: “Nunca, jamás, no lo voy a marcar, si Zenus no hubiera estado circuncidado estaría vivo, habrían llamado al médico y se habría salvado. No quiero que mi hijo viva el terror y la humillación de que alguien alguna vez lo fuerce a bajarse los pantalones”. La pérdida de Zenus era su horizonte final, el borde de la cordura, la frontera del perdón, la palabra sepultada por una muerte sin tumba. Agotado, descorazonado, sin poder disfrutar el nacimiento de su hijo varón, papá se hizo a un lado, empañados sus ojos con el desánimo y la culpa, y se rindió. ¿De qué se acusaba tanto papá? ¿Qué no se perdonaba?
Cuando los nazis ocuparon Stryj, mis padres, que no habían sido arreados en la primera redada, debieron buscar cómo salvarse.
Zenus tenía 2 años, era parlanchín, alegre y travieso, la idea de huir con él era casi imposible, serían blanco fácil para la denuncia, la deportación y la muerte. La alternativa era esconderse. ¿Cómo, dónde, por cuánto tiempo? Habían caído en un bache oscuro y sin fondo, en la negrura. Día tras día. Hora tras hora. Sin saber cuándo terminaría.
¿Quién se arriesgaría a esconderlos?
Encontraron a una familia que aceptó hacerlo a cambio de dinero sabiendo que si eran denunciados los matarían. Los escondidos debían estar en completo silencio. ¿Cómo asegurar que un chico de 2 años no emitiera sonido alguno? Cualquier llanto, estornudo, quejido, los delataría y sería la muerte de todos, incluso la suya.
–Con el chiquito no, tienen que encontrar donde dejarlo.
Ese fue el gran dilema que debieron resolver. Como todo dilema ninguna solución es buena. Quedarse con Zenus implicaba el riesgo de sentenciarlo a muerte y junto con la suya, la de todos. Dejarlo en manos extrañas podía significar su salvación, pero, ¿cómo separarse de él?
Muchos padres tuvieron dilemas similares impuestos por el nazismo, disyuntivas crueles e inhumanas que debían responder en pocos instantes. Cuando fui madre me pregunté qué habría hecho yo. Era una pregunta retórica porque afortunadamente tuve el privilegio de que la vida no me enfrentara con ello. Mis padres no tuvieron esa suerte. Se acusaban de haberlo abandonado y no se lo perdonaban.
Nada alivió su culpa, nunca olvidaron a Zenus, ese primer hijo perdido para ellos y que tal vez seguía vivo en algún lugar de Polonia o, cuando cambiaron las fronteras, Ucrania.
¡Cómo me gustaría decirles hoy que cumplieron la promesa que le hacemos a un hijo cuando nace, que haremos lo que sea por él! Y ellos lo hicieron: lo entregaron a otros para asegurar su vida. Pero el calor de su piel, la ternura de su abrazo, la caricia de su mirada, verlo crecer, todo esto les había sido robado para siempre.
Estos sentimientos vivieron agazapados en los intersticios de los silencios familiares. La culpa de mis padres, callada, mordida, torturante, enturbiaba su vida y teñía de gris el milagro de su supervivencia y reconstrucción. ¿Hicimos bien?, se preguntaban de día y de noche. ¿Y si nos hubiéramos quedado con él?
Lo comencé a buscar a mis 50 años. Ya papá había muerto y mamá estaba grande. No le dije nada, no podía encarar el tema con ella. Hacíamos como que todo estaba bien, como si hubiera habido una vez un niño que tuvo la desgracia de ¿morir? Cosas que pasan.
Pero si no hay un cuerpo, no hay evidencia de muerte. Igual que con los desaparecidos de la dictadura argentina, el muerto sin sepultura es un fantasma. No está pero está. O puede estar. O puede aparecer. Uno no puede más que esperarlo.
Sigo buscando a mi hermano. Lo busqué por varios medios, sin suerte hasta hoy. No sé su nombre ni donde vive, no tengo datos, sólo esta foto de un niño de 2 años que no alcanza para individualizar al adulto de más de 70. Publicado en cuanta página web encontré, mi último intento fue enviar mi ADN al Banco de Datos del DNA Shoah Project , con la esperanza de que si Zenus sobrevivió en la Polonia católica profunda, tal vez al estar circuncidado, se pregunte quién es y empiece a buscar.
En Polonia hay mucho interés en estas historias. De hecho desde hace unos 15 o 20 años es común que gente en su lecho de muerte confiese a algún hijo que en realidad no era hijo suyo o que lo averigüen por una cuestión de parecidos físicos. En Polonia hay gente que no sabe claramente quiénes fueron sus antepasados, pero la mayoría prefiere no preguntar. A pesar de que hay archivos y se emprenden búsquedas, investigaciones. No me sirven a mi porque no tengo ningún dato para empezar a buscar: nombre, fecha, lugar, nada.
Pero lo más curioso es que temo encontrarlo.
Si sobrevivió, su crianza, su historia, su cultura tendrá pocos puntos en contacto con la mía. Nuestra hermandad no es la amasada en encuentros cotidianos, con los mismos padres y la misma historia, solo nos une el ADN. Mis padres se preguntaban si habían hecho bien en dejarlo, yo me pregunto si hago bien en buscarlo. Es uno de los ejes de mi vida. Aunque la esperanza de encontrarlo sea casi nula y encontrarlo me enfrente con nuevas preguntas y oscuridades, no puedo dejar de hacerlo.
Hay alguien por ahí a quien le robaron su historia y su identidad y yo poseo parte de la información. Es raro que añore conocer a quien nunca vi y que es tan parte de mí. Pero aún sabiendo que, como dice el tango, ahora que estoy frente a ti, parecemos, ya ves, dos extraños… , el impulso es más fuerte, sigo buscando y sigo esperando. Busco a mi hermano para que cierre la historia, para que esta hilacha que quedó suelta se entreteja finalmente en el tramado familiar, para que esta presencia fantasmagórica y las preguntas que me acosan, reciban su debido punto final.
Sociedad
Mundos íntimos
El dolor que perdura
Por Daniel Ulanovsky Sack
Una guerra, un genocidio no finalizan el día en que caen las armas: las cicatrices, húmedas, siguen abiertas por generaciones. Perdura un silencio, un latido del corazón ante ese recuerdo que une a los sobrevivientes y a sus hijos (y a los que les seguirán) como parte de un grupo que busca armar su propio rompecabezas.
¿Cómo salvar a un hijo? Alguna mujer con dosis de ingenuidad llevaba al bebé en una valija al “campo de trabajo” y la acribillaron –a la valija– apenas vieron que tenía movimiento propio. Sí, cómo salvar a mi hijo. Esa debe haber sido una de las preguntas más espantosas de las familias judías durante el nazismo cuando sabían que el destino estaba sellado.
Como argentinos, nos atravesaron situaciones distintas pero parecidas: los padres que vieron, en la dictadura, cómo se llevaban a los hijos de sus casas y el desconsuelo inapagable de no haber podido hacer nada.
Ante esa devastación, queda a veces la vida. Y la pesquisa, el olfato y la memoria para hallarla. El ADN ha revolucionado el campo de la muerte: ahora se puede conocer la identidad así no haya ninguna ligazón aparente. Se potencia la voluntad de no abandonar aquello que nunca se abandonó aunque la decisión genere insomnio por generaciones. ¿Qué hacer?
¿Morir juntos para no separarse?
¿Dividirse y privilegiar la exigua posibilidad de vida? Recordemos que los nazis mataban para que no quedara siquiera el recuerdo.
Los hijos como peligro de continuidad maldita ha sido una idea que muchos regímenes utilizaron para dividir la misma sangre. Hace unos años vi una película australiana. Allí, aún hasta 1969, se quitaban a los chicos mestizos a sus madres aborígenes –iba la policía y los secuestraba “legalmente”– para internarlos en centros en los que se los educaría a la usanza “civilizada”. La desesperación de esas madres y esos hijos por esconderse cuando llegaban los autos policiales impresionaba: sabían que estaba en juego la raíz, la conexión, el mundo.
Aquí, en tanto, los militares argentinos negaban a los bebés la posibilidad de criarse con sus familias de origen: devolverlos, pensaban ellos, era alimentar el huevo de la serpiente. Justo al revés porque siempre quedan sobrevivientes que no descansan hasta armar aquel rompecabezas hasta la última pieza.
Fuente: clarin.com
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