Larga hoy desde las 20 y hasta las 3 de la madrugada con homenajes a los 30 años de democracia. Pases libres en 90 líneas de colectivo y el sistema Ecobici.
Noche inolvidable. Una multitud volverá a las calles por el arte. El año pasado fueron 750.000 personas y hoy buscan superar la marca. / MARTIN BONETTO
La larga y mágica velada en que los museos no duermen está por comenzar. Por décimo año consecutivo, hoy a partir de las 20 se realizará La Noche de los Museos, organizada por el Ministerio de Cultura porteño. Participarán 190 instituciones de 27 barrios que permanecerán abiertas hasta las 3. En esta edición se suman 26 espacios, como la Reserva Ecológica y el Museo de la fábrica recuperada IMPA, y habrá actividades especiales para rendirle homenaje a los 30 años de democracia.
Como ya es tradición, cada cual podrá armar su propio recorrido. Para hacerlo se podrá viajar gratis en 90 líneas de colectivo. También se podrá optar por utilizar el sistema de Ecobici, que estará disponible hasta las 2. Además, los Centros de Información Turística del Ente de Turismo abrirán hasta las 2 para brindar información sobre las actividades.
La apertura oficial de La Noche de los Museos comenzará a las 19 en el Museo de Arte Español Enrique Larreta, donde se exhibe la muestra de grabados “Goya y Dalí. Capricho surrealista”. Y continuará a las 20, con un concierto del grupo Ultratango en el Planetario. El quinteto de tango, liderado por Gastón Satragno, presentará su show “Astornautas”, que repasa la obra de Astor Piazzolla. Al mismo tiempo, en la sala principal del Planetario habrá funciones del espectáculo “Tango 360”, con la interpretación en vivo de Las Cuatro Estaciones de Piazzolla.
Este año, varias actividades formarán parte del programa “Democracia 30+30, una mirada al futuro”. En algunos espacios como, el Museo Fernández Blanco o el Centro Cultural Recoleta, repartirán 500 libros del Agora de la Paz, con frases sobre la paz, la amistad y la libertad seleccionadas por Marta Minujín. En la Usina, además, el público podrá escribir su deseo para los próximos 30 años de democracia. Y en el Museo de Escultura Luis Perlotti habrá artistas plásticos realizando obras alusivas frente al público.
Otra apuesta fuerte de este año es la Milla Cultural del Sur, que reúne propuestas en Puerto Madero y La Boca. Como el Museo del Humor, en Avenida de los Italianos 851, donde hay una muestra en homenaje a Manuel García Ferré.
Para los más trasnochados, a partir de las 2.30 habrá un baile de cierre en el edificio de la ex Cervecería Munich, donde más temprano habrá trip hop con Rascolnikoff.
La Noche de los Museos se creó en Berlín en 1977 y actualmente se celebra en más de 130 ciudades de todo el mundo. La primera edición porteña fue en 2004, con la participación de 29 museos que fueron visitados por 35.000 personas. Desde entonces, el encuentro no para de crecer: el año pasado convocó a 750.000 personas.
Se exhiben 80 grabados de Salvador Dalí en los que interviene, con un prisma surrealista, la obra del gran Goya.
Surrealista y respetuoso. Dalí intervino, pero nunca modificó las figuras y el relato de su antecesor. DIEGO WALDMANN
Por Bárbara Álvarez Plá
Son dos de los artistas más importantes de los últimos cuatro siglos. Los dos son españoles y los dos están –a su manera– en Buenos Aires. “Poder tener reunidos a dos artistas tan grandes es uno de los aspectos más interesantes de esta muestra”, explica Patricia Nobilia, curadora de Goya y Dalí: capricho surrealista,la exposición que desde ayer se puede visitar en el Museo de Arte Español Enrique Larreta La muestra está compuesta los 80 grabados que Salvador Dalí (1904-1989) realizó entre los años 1973 y 1977, a modo de interpretación de la serie Caprichos, que Francisco de Goya (1746-1828) había realizado en 1799, expresión de su horror ante la sinrazón humana.Dalí, integrante del movimiento surrealista, que consideraba a Goya uno de sus precursores, adquirió las planchas originales –desde un principio– con la intención de intervenirlas. Lo hizo en clave surrealista, despojándolas de todo espíritu crítico y haciéndolas eco de sus obsesiones más personales. “Dalí intervino las planchas originales con punta seca para luego hacer sobre ellas un procedimiento de stencil, que es lo que les da color”, explica la curadora.
Cabe señalar que Dalí intervino la obra de Goya, pero respetando el original, es decir, que no transforma la imagen goyesca, lo que hace es imprimirle la proyección de su propio subconsciente. Y lo hace mediante lo que denominó como “método paranoico crítico”, y que consistía en “registrar a partir de una imagen, fenómenos delirantes nacidos a partir del dictado del subconsciente y de los sueños”, explica Patricia Nobilia.
“Lo más interesante es la cantidad de referencias y autoreferencias que hay en estas obras, que nos permiten saber más sobre la personalidad del artista y sobre sus gustos e intereses”, agrega la curadora mientras se acerca a un grabado cuyo epígrafe reza “pensando que era mozuela”, que remite a una frase del poema “La casada infiel”, de Federico García Lorca. En una vitrina situada en el centro de la sala podemos ver el libro con el poema y una foto de Lorca y Dalí, que fueron grandes amigos. También el grabado titulado Cenicitas, que el pintor le dedicó al poeta y que este respondió con su “ Oda a Salvador Dalí ” Cada una de las salas corresponde a un núcleo temático. En la dedicada al “método paranoico-crítico”, vemos figuras ambiguas nacidas de la asociación espontánea, como esa en la que la mañanita de Goya se convierte al pasar por el prisma del surrealismo en una cabeza de pez (que solo observamos al alejarnos de la obra). En la de citas y referencias, observamos esas referencias a poetas, artistas y científicos; en la de la iconografía aparecen las imágenes dalinianas por excelencia, como relojes derretidos, calaveras, paisajes oníricos, muletas. Otra sala está dedicada a los juegos de palabras, que el artista español dominaba a la perfección y usaba a cada oportunidad, y tratándose de Dalí, no podía faltar la sala dedicada al erotismo, que de colocada estratégicamente en el que fuera el cuarto de baño de Enrique Larreta. “Es una obra poco conocida de Dalí, que permite además ver el más allá del artista por las constantes citas y autoreferencias”, explica la curadora.
No hace falta conocer los Caprichos originales, ésta es una buena ocasión. Además de tres originales de Goya, hay fotografías debajo de cada uno de los grabados de Dalí y un texto en el que el equipo de investigación del museo explica la intervención del genio surrealista.
Proyecciones y un monitor interactivo al servicio de los visitantes completan la muestra.
Si para Goya, “El sueño de la razón produce monstruos” (así llamó a uno de sus grabados) con el surrealismo el sueño de la razón produce la expresión de la personalidad del artista, y eso es lo que vemos en esta muestra: la irreverente personalidad de Salvador Dalí a través de una interesante parte de su producción que quizás no sea la más conocida, pero que tal vez fue un intento de lanzar un mensaje: ¿Qué quiso decir Dalí con estas obras? ¿Es posible que quisiera señalar que, dos siglos después de Goya, el mundo seguía siendo un terrible disparate caprichoso? Fuente: clarin.com
El equipo forense que analizó el cadáver del poeta chileno, exhumado en abril, señaló que los estudios realizados no detectaron la presencia de "agentes químicos"
Con esa confirmación, se cierra, por ahora, la etapa científica de un proceso abierto en 2011, cuando el Partido Comunista pidió la exhumación del cadáver para aclarar las dudas sembradas por el chofer de Neruda, Manuel Araya, quien había afirmado que su patrón había sido envenenado.
Neruda, un militante comunista de toda la vida, murió, a los 69 años, 12 días después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, pocas horas antes de que partiera al exilio en México.
El territorio llano, devenido conceptual en la obra del querido artista fallecido dos años atrás, trajo un nuevo horizonte a la Colección Fortabat: la muestra curada por Rodrigo Alonso se centra en esos trabajos que convirtieron la tierra en universo simbólico
Por Mercedes Urquiza / Para LA NACIÓN
El campo. Pocas cosas definen tanto a la Argentina como sus pampas llanas hasta el infinito: ese vértigo horizontal del que hablaba Borges. Para bien o para mal, la construcción conceptual de este país ha estado siempre relacionada de alguna forma con el campo. Es un territorio de referencia simbólico y pictórico sobre el que es posible reflexionar acerca de otros acaso más amplios, menos típicamente argentinos. El campo es una imagen socialmente compartida y un sistema de referencias: el gaucho, el caballo, el facón, el ombú, la soledad.
Así lo entendía Luis F. Benedit. Figura fundamental del arte argentino de la segunda mitad del siglo XX, Benedit fue un apasionado de la arquitectura y la naturaleza, dos ámbitos que se reflejaron de manera constante en su obra. A lo largo de su fecunda carrera, el campo y sus símbolos fueron elementos muy reconocibles de su universo creativo, que por momentos ocuparon un lugar central en su narrativa como artista. Y eso es precisamente lo que refleja la muestra Genealogías del campo argentino en Colección Fortabat, en Puerto Madero. Con curaduría de Rodrigo Alonso, se estableció un recorrido en el que afloran un buen número de las visiones culturales, políticas e iconográficas que Benedit formuló en torno del campo, entendido como un territorio conceptual.
"Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo, nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos", señala un cuento del inevitable Borges, que Benedit cita en su obra Pensando en FMC (1990), siglas con las que se refiere a Florencio Molina Campos, acaso el más grande constructor del "relato" pictórico del campo argentino. Esta frase resuena a lo largo de toda la exposición. La cita funciona como una suerte de " I Ching borgeano", ya que abre múltiples interpretaciones que ponen en cuestión la infinidad de tópicos y certezas que rondan la idea del campo argentino.
Autorretrato, escultura, 1998.
La muestra reúne dibujos, acuarelas, objetos, pinturas e instalaciones que atraviesan toda su producción desde los inicios de la década de 1960 hasta sus últimos trabajos, lo que convierte la selección en una especie de retrospectiva temática de Benedit. "Su mirada pone de manifiesto una profunda conciencia sobre las connotaciones y los contextos que rodean este ámbito central a la vida económica y cultural de nuestro país, su horizonte geopolítico y su identidad", señala en la introducción del catálogo el curador invitado, Rodrigo Alonso. Así como el Lejano Oeste fue uno de los grandes escenarios de la construcción simbólica de Estados Unidos, las pampas lo fueron para el delineamiento del "relato" de la identidad argentina. El campo y sus personajes establecieron el sistema de íconos de nuestro país cuando estaba en etapa de construcción. Pero Benedit decidió ir más allá del motivo iconográfico, del territorio idealizado, y utilizó el campo como punto de apoyo para bucear en la historia y los determinantes políticos y económicos que caracterizan sus orígenes y evolución en nuestro país. Y, también, para jugar con la propia historia del arte, ya que muchos de los mejores momentos de la muestra están en los cruces que Benedit hace entre la iconografía campera y las vanguardias artísticas: el cubismo y el madí.
Comienza el recorrido con "Acercamiento histórico, económico y político", una especie de introducción compuesta por obras que evocan la conquista española y la llegada de los primeros caballos a la Argentina con obras como El lazo como instrumento de la conquista (1985) o El primer caballo (1991); la Campaña del Desierto y su proyecto de acopio de tierras para la explotación.
Las tensiones políticas aparecen con una delicada instalación titulada La carne (1992-94) en la que se revela la lucha del senador radical Lisandro de la Torre contra el monopolio de los frigoríficos británicos y la corrupción gubernamental, sucesos que llevaron al asesinato de Enzo Bordabehere en pleno recinto del Senado de la Nación, en 1935. También aparece aquí una serie de perturbadores objetos, constituidos a partir de herramientas de campo como tijeras de castrar, de descornar, y abrebocas de metal, que cobran un tono macabro y parecen reflexionar sobre la brutalidad de aquellos tiempos.
Caja de maíz, 1978.
El núcleo central -relacionado con aquel verso de Borges- presenta el campo argentino como escenario de un debate estético. Aquí se puede ver el estudio y la revalorización de Benedit del trabajo de los retratistas de las costumbres y situaciones campestres locales, como Juan León Pallière o Florencio Molina Campos, a quienes les rinde homenaje. Como artista contemporáneo formado en los lenguajes de la modernidad, no deja de notar el conflicto entre su figuración naturalista y las exigencias de experimentación formal de las vanguardias metropolitanas. Un conjunto de trabajos plantea la dislocación entre las búsquedas plásticas modernistas de artistas como Juan del Prete, Emilio Pettoruti o los integrantes del grupo Madí, y las imágenes tradicionales del universo rural. Una tensión pictórica, deliciosa por momentos, que es apenas una de las tantas tensiones que sobrevuelan sobre la exposición de Benedit.
ADN BENEDIT
Buenos Aires, 1937-2011
Egresó como arquitecto de la Universidad de Buenos Aires en 1963. Expuso por primera vez sus pinturas en la galería Lirolay. Representó a la Argentina en la Bienal de Venecia, en 1970 y en 1999. Fue invitado para exponer en el MoMA en 1972. A finales de los años setenta participó de la remodelación del Centro Cultural Recoleta, junto con Clorindo Testa y Jacques Bedel.
Un globo terráqueo grabado sobre un huevo de avestruz que se piensa podría ser el más antiguo en representar el “Nuevo Mundo” ya que data de principios de 1500. Se han encontrado evidencias en la cáscara del huevo de que el grabador estaba influenciado por Leonardo Da Vinci o trabajaba en su taller.
Onelli popularizó al Zoológico porteño. ¿Un ejemplo? El paseo de la jirafa del Puerto a Palermo.
El hombre y su animal. Mimí llegó de Africa en 1912. Onelli –dirigía el zoo desde 1904– la fue a buscar y la llevó a pie hasta su nuevo hogar. / ZOO DE BS AS
Por Eduardo Parise
Para mucha gente hablar de Mimí y Clemente es recordar a esos
personajes de historieta que el genio de Caloi puso por años en la
contratapa de Clarín. Clemente era un bicharraco extraño que
llegó a hacer mucho ruido tirando papelitos. Y Mimí era una pajarita muy
pituca, con aires de vedette, a quien Clemente cortejaba. Pero en la
realidad de Buenos Aires hay otro Clemente y otra Mimí que hicieron
historia con sólo caminar por la Ciudad. Fue desde el puerto hasta
Palermo, el lugar donde ella instaló su residencia. Ocurrió cuando ella,
inmigrante igual que él, arribó procedente de Africa. Y él, como buen
caballero que era, la esperó junto al muelle.
Pasó en 1912 y los
protagonistas fueron Clemente Onelli, director del zoológico de Buenos
Aires, y la jirafa Mimí que, en mayo de ese año, había sido comprada en
Dakar, por entonces el principal puerto de Senegal, que era una colonia
francesa. Lo cierto es que aquel ejemplar de Giraffa camelopardalis peralta
, con sus manchas de un tinte rojizo sobre un fondo claro, dejaba atrás
las sabanas del continente africano, por las que habían vagado durante
años sus ancestros, para convertirse en figura de una ciudad de América
del Sur.
Clemente Onelli había nacido en Roma el 22 de agosto de
1864. Su abuelo había sido un renombrado funcionario pontificio. Y su
padre, un abogado de prestigio. Por eso, cuando quedó huérfano siendo un
niño, estudió en el Colegio Papal y luego en la Facultad de Ciencias
Naturales. Allí recibió su licenciatura. Su especialidad: la geología y
la paleontología. Tenía sólo 23 años. Un año más tarde, en 1888, Onelli
se vino a Buenos Aires. Algunos dicen que ya había “quemado” la mayoría
de los billetes heredados y que cuando llegó sólo portaba la riqueza de
sus conocimientos.
Lo cierto es que enseguida se integró a los
círculos científicos, donde tallaban nombres como Pedro Arata, Carlos y
Florentino Ameghino, Eduardo Schiaffino y Francisco Pascasio Moreno.
Justamente, fue este famoso perito quien lo incorporó al museo de La
Plata como naturalista y explorador. Y comenzó su carrera como
investigador de piezas arqueológicas y fósiles, en especial en la
Patagonia. También colaboró con demarcaciones limítrofes y trabajó en la
Dirección de Tierras de la Nación, colonizando zonas en el Sur del
país.
Pero el trabajo que le daría popularidad sería el del
director del Zoo porteño. Lo nombraron en 1904 y sucedió en el puesto a
Eduardo Ladislao Holmberg, médico, naturalista y escritor quien, desde
que el zoológico quedó a cargo de la Ciudad (el 30 de octubre de 1888,
hace 125 años), estuvo como director. Holmberg se fue por discrepancias
con las autoridades. Entonces el cargo quedó para Onelli hasta el 20 de
octubre de 1924, el día en que murió en Buenos Aires, dos meses después
de cumplir 60 años.
En aquella tarea como director del zoo, Onelli
trabajó mucho para darle vuelo a la institución. En el primer año de su
gestión el número de visitantes se multiplicó por diez: pasaron de
1.500 a 15.000. Es que el hombre era capaz de fotografiarse dándole de
comer en la boca a un cachorro de rinoceronte o hacer la travesía
aquella de caminar desde el Puerto hasta Palermo llevando a Mimí, atada
con una larga soga. También fue el impulsor de otros dos zoológicos: uno
en Parque Patricios (1907) y otro en Saavedra (1914). Eso se desvaneció
con su muerte.
La fama de Clemente Onelli, a quien alguna vez
calificaron como “el más criollo de los italianos”, también se alimentó
cuando en 1922 organizó una excursión a la Patagonia para buscar a un
animal acuático que tenía la cabeza parecida a la de un cisne y el
cuerpo como el de un gran yacaré. Lo llamaban plesiosaurio y decían que
había sobrevivido desde la Prehistoria. La búsqueda en lagos del Sur
nunca dio resultado. Sin embargo el tema fue tan popular que hasta
aparecieron muchos elementos con la marca “Plesiosaurio”. Entre ellos,
cigarrillos. Pero esa es otra historia.
La Casa del Lector y la Fundación Jorge Luis Borges editarán un audiolibro con cinco horas de grabación en las que el escritor argentino habla de Gardel y de sus tangos preferidos.
Escuchalo
Fina estampa. El escritor pasa entre las mesas de un café en 1981. Se
definía como un “correcto desafinado” a la hora de cantar. “Tengo un
oído escaso”, se justificaba / Marcello mencarini/LEEMAGE.
Las charlas fueron grabadas en 1965 por Jorge Luis Borges, pero
recién salieron a la luz gracias a la donación que hizo el escritor
Bernardo Atxaga a la Casa del Lector de España, que en sociedad con la
Fundación Jorge Luis Borges, que dirige María Kodama, editarán un
audiolibro en el que se podrá conocer y escuchar losl pensamientos de
uno de los más grandes escritores argentinos sobre el tango y sus
principales exponentes.
"“Oyendo un tango viejo”, sostiene el escritor en las grabaciones a las que tuvo acceso El País,
“sabemos que hubo hombres valientes. El tango nos da a todos un pasado
imaginario. Estudiar el tango no es inútil, es estudiar las diversas
vicisitudes del alma argentina”.
María Kodama fue la encargada de
certificar que las grabaciones pertenecieran a Borges y también contó
que al autor de El Aleph no le gustaba mucho el estilo de Gardel. “El choclo
le divertía. Le gustaban los tangos de la guardia vieja porque no
tenían letra o, si la tenían, era con doble sentido. Sin embargo,
detestaba el tango cantado por Gardel por sus letras melodramáticas y
lloronas”, aseguró en El País.
En la página del diario español se pueden escuchar algunos fragmentos de esas extensas charlas:
Aunque prefería la milonga, vio en el tango nuestra alma
Por Eduardo Parise
Un cuarto de siglo después de muerto, Jorge Luis Borges vuelve a
aparecer hablando y nada menos que de la música de Buenos Aires. Y
aunque reconoce que “tango” y “gaucho” son las dos palabras que
identifican al país en el mundo, otra vez vuelve a la memoria aquello
que, puesto en su boca, siempre generó debate: que la verdadera
representatividad musical de los barrios de la ciudad no es el tango
sino la milonga. “Creo que la milonga es una de las grandes
conversaciones de Buenos Aires, como lo es también el truco, ese juego
de naipes dialogado y lleno de picardías”, dijo una vez. Y hasta vapuleó
a Carlos Gardel: “convirtió al tango en una especie de tragedia triste y
teatral”, despachó sin piedad sobre el inventor del tango-canción. También
siempre fue conocida su postura contra el bandoneón y su aprecio por
los sonidos de lo que se llama “guardia vieja”, cuando reinaban la
guitarra y la flauta y había menos letra que música. Sin
embargo, Borges siempre es Borges. Y saber que existen cinco horas de
grabaciones de charlas suyas que aluden al tango y que fueron realizadas
hace casi medio siglo, resulta una buena noticia. En especial,
si allí hay un concepto que define a nuestra música por excelencia –que
ya es patrimonio cultural de la humanidad– como “una forma de leer el
alma argentina”, como una manera de eternizar su consigna elogiosa,
aquella del “tango que fuiste y serás”.
Del cantor y de “niños bien” patoteros
Gardel Gardel toma el tango y lo hace dramático. Ahora,
una vez que Gardel ejecutó esa proeza se escribieron tangos para ser
cantados de un modo dramático. Tangos, por ejemplo, como “Te fuiste ja ja, que te cache el tren
" , tangos en los cuales el hombre simula alegrarse de que la mujer lo
ha dejado pero al final la voz se le quiebra en un sollozo. Todo esto
está hecho especialmente para el cantor. Todo esto nada tenía que
ver con el antiguo compadrito. Dice Vicente Rossi en su libro que esos
temas de rivalidad el compadrito los resolvía a su modo: duelo criollo,
sin testigos, a cuchillo y muerte. Luego llegaron los tangos
quejosos y recuerdo una frase de un malevo, puedo decir, que me honró
con su amistad, según la frase consabida y era “el hombre que piensa
cinco minutos seguidos en una mujer no es un hombre, es un maricón”
salvo que en lugar de la palabra “maricón” usaba una más fuerte que
empieza con la misma letra y que es una variación de “hermafrodita”.
Espero haber sido demasiado explícito en esta aclaración. Cómo empezó el tango
(…) y otra, famosa, porque dio su nombre a un tango famoso. Una casa de
baile de compadritos y de patoteros y de mujeres de la vida situada en
la calle Rodríguez Peña, acaso en esas casas viejas que todavía quedan
en esa cuadra… Rodríguez Peña entre Lavalle y Corrientes. Y si se
necesitaran más pruebas tendríamos, además, cuatro versos de Evaristo
Carriego que estaba describiendo lo contemporáneo y que no tenía y no
podía mentir. Dice: " En la calle la buena gente derrocha sus
guarangos decires más lisonjeros porque al compás de un tango, que es La
Morocha, lucen ágiles cortes, dos bolilleros " es decir, dos
hombres. Y un tío mío, marino, calavera en su juventud, dice que fue con
un grupo de cadetes a un famoso conventillo de la época llamado,
significativamente, “Los Cuatro Vientos”, en la calle Las Heras, “Los
Cuatro Vientos” ya sugiere grandes patios, grandes patios con muchas
ventolinas, como dice Silvina Ocampo, admirable poema sobre Buenos
Aires. Y que ahí uno de ellos quiso bailar con corte y la gente del
conventillo, la gente humilde del conventillo, lo echó. Es decir,
contrariamente a esa suerte de novela sentimental que han hecho los
films, el pueblo no inventa el tango. El pueblo no impone el tango a la
gente bien, ocurre exactamente lo contrario. El tango tiene esa raíz
infame que hemos visto y luego los niños bien, patoteros, que eran
gentes de armas llevar o de puños llevar, porque fueron los primeros
boxeadores del país, lo llevaron a París… cuando el baile fue aprobado y
aceptado en París, entonces el Barrio Norte, digamos, lo impuso a la
Ciudad de Buenos Aires que ahora lo acepta y es una suerte que haya
ocurrido así.