Se luce por su arquitectura y por los mitos que lo habitan: fantasmas, duendes y suicidios.
La torre del fantasma. El edificio, de más de un siglo, está en el cruce de Almirante Brown con Villafañe y Benito Pérez Galdós. / GERMÁN GARCÍA ADRASTI |
Quienes abonan la leyenda la llaman “la torre del fantasma”. Y
hablan de gnomos y del suicidio de una pintora muy bohemia. Los más
fantasiosos dicen que se escuchan ruidos de cadenas y gritos. Del otro
lado están quienes descreen de todo eso, lo desmienten y agregan: nunca
existió tal suicidio y todo es parte de otra incomprobable leyenda
urbana. Son los que conocen al lugar como “el castillo de La Boca”. Lo
concreto es que la construcción ya tiene más de un siglo y, con su
estilo catalán modernista, sigue luciéndose en el cruce de la avenida
Almirante Brown con la calle Wenceslao Villafañe y la avenida Benito
Pérez Galdós, en ese barrio al que muchos vecinos todavía definen como
“República”.
El edificio ocupa un terreno con forma de trapecio y
cuentan que todo empezó cuando alguien con visión comercial le sugirió a
María Luisa Auvert Arnaud que lo comprara para hacer allí una casa de
renta. La mujer era una rica estanciera con campos en la zona de Rauch y
aquello le pareció oportuno, ya que el barrio crecía fuerte por la
llegada de muchos inmigrantes. Promediaba la primera década del siglo
XX.
Así fue como ella le encargó la construcción al arquitecto
Guillermo Alvarez, un hombre nacido en 1880 en la gallega provincia de
Orense. Alvarez era hijo de un carpintero que emigró hacia la Argentina
en 1885. Por su descendencia catalana, la mujer pidió que la obra
tuviera la impronta de esa Catalunya lejana. Entonces el diseño tuvo la
estética que imperaba en Barcelona.
Con planta baja y dos pisos,
en la ochava (une las tres calles) la construcción (terminada en 1908)
está rematada por una torre con almenas. Es el único sector del edificio
que tiene un tercer piso. Además, la parte superior de la torre incluye
un tanque de agua, posiblemente el primero de ese tipo que se instaló
en La Boca. Ornamentada con motivos geométricos de gran factura, la
torre acompaña la belleza del conjunto, también trabajado con
delicadeza. En 1910, la Municipalidad le otorgó un primer premio por su
arquitectura.
Dicen que cuando Auvert Arnaud vio el edificio, optó
por convertirlo en su vivienda. Lo decoró a su gusto, trayendo hasta
plantas desde España. Los que adhieren a la leyenda, incluyen entre esas
plantas algunas con hongos alucinógenos. Y sostienen que en esos hongos
solían habitar los “follet”, unos pequeños duendes traviesos que
convirtieron el lugar en inhabitable. Cuentan que, por eso, la
estanciera dejó el edificio y se fue a Rauch.
Allí es donde
comienza la otra parte de la leyenda que incluye a una bella mujer
llamada Clementina, una artista plástica que había venido a estudiar a
Buenos Aires. La ubican viviendo en la torre, como una de las inquilinas
que fueron allí cuando el edificio se convirtió en casa colectiva. Y
agregan que una vez los duendes fueron fotografiados, se enojaron y
provocaron el suicidio de Clementina, por instigación o por acción
directa. Nunca pudo comprobarse, pero el mito se mantiene.
Y ya
que se habla de mitos, no muy lejos del “castillo de La Boca”, en
Barracas, también hay otros lugares que alimentan leyendas. Uno es “la
casa de los leones”, una mansión que fue de Eustaquio Díaz Vélez. La
construcción está en Montes de Oca al 100, junto a la ex Casa Cuna.
Cuentan que ahí había tres leones enjaulados, a los que soltaban de
noche para que protegieran la casa. Y dicen que cuando la hija de Díaz
Vélez celebraba su compromiso con un joven, también de buena familia, un
león se soltó y en medio de la fiesta despedazó al novio. Afirman que
el dueño de la mansión mató al león con un certero disparo de escopeta. Y
que, al poco tiempo, la deprimida hija terminó suicidándose. Pero esa
es otra historia.
Fuente: clarin.com