LAS FLORES DEL BIEN

Los óleos de Carlos Arnaiz aluden a lo floral con una exaltación de la forma y el color, que es a la vez un homenaje a la naturaleza y a la pintura.
Por Marina Oybin

Las exuberantes pinturas del artista Carlos Arnaiz irradian luz en la galería Jorge Mara-La Ruche. Sedosos, con transparencias, borroneados, sus colores hipnotizan la pupila. Las formas orgánicas mutan inexplicablemente. En algunos lienzos, los pétalos vueltos vulvas vueltos alas de bellas libélulas vueltos extraños pájaros parecen flotar; en otros, las formas vegetales parecen salir de la tela hasta acercarse al espectador.
Es un mundo orgánico fabuloso surgido a veces de las impensadas colecciones de caracoles, hongos, piedras, hojas y amebas que el artista atesora. “Siempre busco, investigo. Un artista –dice Arnaiz– tiene que estar atento a la naturaleza, a todo lo que ocurre a su alrededor”. Hay en esas formas de colores deslumbrantes siempre un velo de misterio. Una tensión latente entre lo visible y lo oculto. Entre las veladuras de colores y el color intenso que irrumpe. “Para que el disfrute se evidencie, tiene que haber sufrimiento”, dice Arnaiz, refiriéndose a las luces y sombras que invaden su obra y, también, el proceso de producción.
“Podría decirse que en la evidente sensualidad con la que Carlos Arnaiz se sumerge en la pintura palpita la obsesión por el esbozo sensible de una geometría laxa, de resonancias botánicas, como si la naturaleza y sus ornamentos, catalogados en caudaloso archivo gráfico según una muy elaborada síntesis, fueran concebidos a partir de ciertas formas elementales, pero altamente productivas”, escribió el artista Eduardo Stupía sobre la obra de Arnaiz, en 2008.
En la galería Jorge Mara - La Ruche se expone una serie de pinturas, dos de ellas de grandes dimensiones. Son todas pinturas que se exhiben por primera vez, la mayoría realizadas este año.
Sin título.  2012, técnica mixta sobre papel, 34 x 48 cm.
Sin título. 2012, técnica mixta sobre papel, 34 x 48 cm.

Hay también una serie de pequeños trabajos sobre papel que pertenecen a libros donde el artista hace sus bocetos. Son verdaderas joyitas donde Arnaiz plantea sobre la cuadrícula el boceto que luego llevará al lienzo. En esos libros que son una especie de alma máter de los lienzos, juega con colores, texturas, transparencias, tensiones entre formas y color. Los fondos son de un gris potente, mezcla de plata y plomo. Es posible detenerse un buen rato para ver “Puro gozo”, “Escena de la que surgimos”, “Paisaje re-creado” y “El orden de la noche”, entre muchos otros trabajos. Cuenta Arnaiz que le gusta la intimidad que se genera al hacer estos libros en su casa en penumbras: “Es mi manera de ir desarrollando el pensamiento. Con grafito, comienzo a elaborar la idea, me acompañan todos los caracoles, las hojas, amebas, estrellas de mar y medusas”, dice.
Hay también una serie de pinturas en blanco y negro sobre papel, hechas con óleos, lápiz al óleo y grafito, una técnica que el artista no había usado antes. “Para mí éste fue un acontecimiento especial porque nunca había pintado en grises”, dice Arnaiz. Hay grises verdosos, azulados, algunos cálidos; otros fríos. En estas pinturas la línea juega y tensa la composición con planos blanquecinos; a veces la línea logra imponerse. “La luz es pareja. Eso se debe al uso del blanco con limitaciones: el blanco sería la luz máxima y yo me reservo siempre esa posibilidad”, cuenta el artista.
“¿Ha visto usted alguna vez, lector, el color de las tinieblas a la luz de una llama? Están hechas de una materia diferente a las de las tinieblas de la noche en un camino y, si me atrevo a hacer una comparación, parecen estar formadas de corpúsculos como de una ceniza tenue, cuyas parcelas resplandecieran con todos los colores del arco iris. Me pareció que iban a meterse en mis ojos y, a pesar mío, parpadeé”, escribe Junichiro Tanizaki en El elogio de la sombra .
Sin título.  2012, técnica mixta sobre papel, 34 x 48 cm.
Sin título. 2012, técnica mixta sobre papel, 34 x 48 cm.

Rara avis, Arnaiz siempre vivió de la venta de sus obras. Empezó en 1968 con una exposición de cuadros cóncavos y convexos en la galería Lirolay. Buscando nutrirse del espíritu creativo de época, frecuentó a los artistas del Di Tella. Expuso en la galería Bonino. Pasó por el realismo puntilloso. Desde 1978 hasta 1996 vivó en Madrid y Hamburgo, donde no dejó de exponer. Pintó sobre libros manuscritos del siglo XVI con sellos reales, un material que el artista compró en España. Y comenzó a desatar ese mundo orgánico fabuloso, tan suyo, con diferentes materiales. Siempre está atento. No deja que el azar de una veladura se pierda en la vorágine.
Hay alegría en sus obras. A Arnaiz le gusta trabajar con precisión milimétrica el color. Logra violetas, verdes, rojos y azules inolvidables, grises que están hechos con toques de color. Uno experimenta una vertiginosa sensación de euforia: allí está la potencia de la fabulosa naturaleza que desata el artista. Todo está en estado de permanente cambio y nacimiento. Hay vida, seres apasionados, tonos soñados. Un universo que late generoso.
En las obras de Arnaiz hay mucho goce, pasión por la pintura. Vaya con tiempo: cuesta despegarse de ese mundo sugerente, una bella y singular botánica hecha de texturas aterciopeladas, sutiles veladuras, formas orgánicas moduladas con suavidad y colores hipnóticos.

Arnaiz básico


Buenos Aires, 1948. Artista plástico.



Estudió en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano. Entre 1978 y 1996 vivó en Madrid y Hamburgo. Expuso en España, Bélgica, Italia, Dinamarca, Suecia, Alemania. Obtuvo el Premio de Pintura Zamora (España, 1980), el Premio de Dibujo Joan Miró (Barcelona, 1974), entre muchos otros premios. Hay obra suya en la colección del Museo Nacional de Bellas Artes.

FICHA
Carlos Arnaiz
Flora
LUGAR: GALERIA JORGE MARA-LA RUCHE, PARANA 1133
FECHA: HASTA EL 3 DE AGOSTO
HORARIO: LUN A VIER, 11 A 13.30 Y
15 A 19.30; SABADOS, 11 A 13.30
ENTRADA: GRATIS


Fuente: Revista Ñ Clarín


MASTERPIECE LONDON:
EL PASADO Y EL FUTURO EN UN MISMO LUGAR

En el sofisticado barrio londinense de Chelsea acaba de cerrar la cuarta edición de la feria de arte, diseño y antigüedades que reúne piezas con historia, potencial y a los ávidos coleccionistas que buscan en las obras de arte la seguridad que el dinero no les da.

No importan las categorías ni el tiempo. Es la calidad. Ese parece ser el lema de Masterpiece London, la feria de arte, diseño y antigüedades que por cuarto año consecutivo abrió sus puertas en el paquetísimo barrio de Chelsea –este año entre 27 de Junio y el 3 de Julio– para finalmente imponerse en la peleada agenda de ferias inglesas. La excelencia de sus piezas y la liberalidad a la hora de poner las etiquetas es su estrategia y su encanto. En Masterpiece se encuentra de todo y todo es superlativo. Del pasado más remoto hasta nuestros días y un poquito más allá: “Las piezas de hoy que serán admiradas en los próximos siglos”, dice Thomas Woodham-Smith, director creativo a cargo de la selección de los 150 expositores de todo el globo.
“Hay presencia inglesa pero queremos reunir la diversidad del mundo”, dice Woodman-Smith haciendo gala de eso que los ingleses saben hacer tan bien: hacer valer lo suyo en cada puerto. Y traerse de cada puerto lo mejor. Y que Dios salve al libre comercio.
La gran perla de María Tudor es el centro de las miradas. Está rodeada de criaturas marinas vivas, anémonas y corales fluorescentes en un espacio oscuro especialmente ambientado por Symbolic & Chase, la prestigiosa joyería de Old Bond Street. 64.5 quilates. O sus equivalentes 258.12 gramos. La tercera perla más grande jamás documentada, engarzada en un extraordinario colgante de 1526 para la emperatriz Isabella de Portugal y que, muerta ella, pasó por varias manos reales hasta llegar a la hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, María de Inglaterra, también conocida como María la sanguinaria, por esa manía suya de quemar a la gente viva en pos de recuperar el catolicismo para la nación. La que inspiro un trago glorioso, el Bloody Mary, y algunos retratos como el que ofrece Phillip Mould a una cifra suponemos igualmente escalofriante.

Los jubilados de Chelsea, en la feria de arte y antigüedades de Londres.
Los jubilados de Chelsea, en la feria de arte y antigüedades de Londres.

Como la perla, la mayoría de las piezas tiene una historia detrás. O directamente es la Historia. Hay una máscara mortuoria de un sarcófago egipcio y un busto de Alejandro Magno. Está la cajita de acero de Fabergé que perteneció a Iam Fleming y en la película Octopussy lo salvó de un balazo a James Bond. Hay dos versiones, una en papel y otra en lienzo del Concetto spaziale de Lucio Fontana, el artista rosarino que hizo carrera en Italia, y que de hecho lo presentan como artista italiano, quien obsesionado con la dimensión de la pintura tomó su navaja y le hizo un tajo al cuadro. En 1958. No más que eso, no menos, un gesto. Porque no tiene que ser fastuoso para ser genial. Hay una mandolina de la fiebre del oro en California, el primer mapa oficial de la red de subterráneos de Londres, una esfera de marfil con puntas cónicas que supo servir como estimulador erógeno a una cortesana de la Dinastía Qing, “una de las más opresoras”, desliza con un dejo de libido el francés que recibe de Finch & Co. Si alguna vez se trató de probar que la colección sigue una ley que quede claro que es la ley del deseo.
En la casa de arte Dickinson está el torso de Annette Venise, la primera escultura que hizo Alberto Giacometti a su mujer. “La escultura de Giacometti dialoga sin problemas con esta figurita etrusca”, sugiere la joven estudiante de artes que atiende en Ariadne Gallery, dedicada al arte antiguo, digamos, piezas arqueológicas. El recorte que propone tiene sentido por afuera de toda regla. ¿Acaso una nueva manera de coleccionar? Todo atravesado.
Pero atravesado por qué. Los Sinai Brothers son especialistas en artes aplicadas de fines del siglo XIX, principios del siglo XX, art nouveau, artes decorativas inglesas, orientalismos, curiosidades del Este, los límites se tornan borrosos y todo adquiere un humor pesadillesco y fantástico en su salón.

Porcelana europea, de lo más preciado de la feria.
La propuesta de Geoffrey Diner, la galería de Washington, no es menos ecléctica. Un cuadro de Lichtenstein junto a una estufa a leña diseñada por Tiffany y un armario de Marc Newson, el creador del diván en el que se recuesta Madonna en el video Rain.
Así de misturado, así de glamoroso. Para el que quiera ver y el que lo pueda pagar. Por la inauguración pasaron Ana Wintour, celebre editora de la revista Vogue, la actriz Uma Thurman, las hijas de Sara Ferguson, las princesas Beatriz y Eugenia, y parte de la familia real de Arabia Saudita, además de buena parte de la crema inglesa y acaudalados rusos, indios, pakistaníes y sobre todo chinos que buscan en las obras de arte la seguridad que el dinero no les da.
Para el caso: porcelana inglesa, francesa, rusa o porcelana contemporánea como la de la artista Beth Katleman; un collar que perteneció a María Antonieta u otro diseñado por Alexander Calder, un bronce de Rodin o en el parque, también a la venta, una escultura monumental del español Eduardo Chillida que nos advierten ya se vendió.
Lo que legitima el tiempo y lo que legitima un nombre. Pero entonces ¿cuál el factor común? “Son todas cosas que fueron hechas para perdurar en el tiempo”, dice Woodham-Smith y pone como ejemplo un reloj de Thomas Tompion, expuesto en la casa Raffety. “A fines del siglo XVII, Tompion hacía relojes que fueron un gran avance para su época. No inventó el péndulo, pero dio pasos muy importantes en su uso para medir con precisión el tiempo. Ahora, Maserati, Jaguar están haciendo algo similar con los motores de alta velocidad. Seguramente dentro de cien o doscientos años, cuando todavía se pueda manejar un Jaguar o una Harley Davidson, la gente diga: ¿podés creer que esto era una obra maestra en el 2013? Pensar eso me da mucho orgullo. Aunque para ese entonces nosotros estaremos muertos”.

Fuente: Revista Ñ Clarín

GUALICHOS POPULARES Y TRANS:
MARCIA SCHVARTZ DESLUMBRA OTRA VEZ

En la muestra "Zoolatrías y entidades extrañas", en la UCA, la artista profundiza su apuesta por lo marginal y por la pintura.
Sólo alguien que la tiene muy clara con la pintura puede hacer lo que está haciendo ahora Marcia Schvartz en el Pabellón de las Artes de la UCA, con su muestra Zoolatrías y entidades extrañas (“el título lo sacamos de un libro junto a mi compañero, no sabemos bien lo que quiere decir pero nos gustó”, explicará más tarde, divertida, la pintora).
Para un desprevenido, hasta pueden desconcertar estas obras: desfile kitsch de pachamamas, recuerdos de Mar del Plata, de caracoles, ovejas de cerámica, el reconocido “hombre-cangejo” –deidad de la cultura Moche–, juguetes, latas, ceniceros, espejos, cartones, ruleros, posters venidos a menos, un mate, y eso que en Perú llaman “CHI-CHO-CHU”: “CHIno, CHOlo y CHUcha tu madre” –con un lenguaje bien de la calle–, todo pintado. Y después, están los personajes, esos grandes y exquisitos retratos: Nelba –gran figura, diosa estelar del universo Marcia–, morocha formoseña, destella en muchas de las obras: “Bailanta top”, “La sonrisa de Nelba”, “Constitución”. “Es la chica que cuida a la mamá de Levinas, la conocí en su casa”, me explica Schvartz. “Pasa que cada tanto me ocurre una especie de enamoramiento con un modelo y me pasó eso con Nelba. Y también con “el Buda” (Pablo, asistente de plomero, de familia boliviana de Laferrere, fue a la casa de Marcia un día a arreglar unos caños y, a partir de ahí, la artista lo empezó a pintar). “El Buda” aparece en dos grandes retratos.
–¿Qué es lo que te llama la atención de las personas que retratás? ¿Cómo los elegís?
–Bueno, son gente que se toma la vida de otra manera, orgullosamente de ser quienes son y de lo que hacen, y viendo a Buenos Aires como lo que es: una selva. Creo que el pintor tiene el ojo desarrollado para registrar gente que vive con otra intensidad. Es un ojo especial, que te permite encontrar eso en el otro y establecer un vínculo; y que la otra persona te permita acceder a ella.
En la sala de la UCA hay cuatro series de obras: las naturalezas muertas con objetos kitsch –la pintora las llama “repisitas”–; los retratos; unas “pinturas instalaciones” en volumen; y unas magníficas y delicadas pinturas-experimentos realizadas sobre arpilleras que llevan del título de “Fanfarrias” (sí, como las piezas musicales de viento pero no tienen nada que ver con eso, a la artista sólo le gustó la palabra).
“Chuchuguaza”. Técnica mixta.

También está “el pozo”: una zanja de 70 kilos y 40 centímetros de ancho hecha con huesos, resina, caracoles, maderas, arena… Es el fondo de un mar o de un río. Oscuro, tenebroso. Es la única obra de este tipo en la exposición y es la que recibe al visitante ni bien entra. Todas los demás trabajos aquí son festivos, satíricos, ácidos, con una gran dosis de humor y fruto de un poder de observación ejercitadísimo, incisivo.
Dentro del conjunto de pinturas más pequeñas –las “repisitas”– están “La pata loca”, “El nabo”, “Yaguar fiesta” y sobre todo, el “Impenetrable”: un cocodrilo hamacando a un bebé-delfín, junto a una india-diosa desnuda y un pato, todos del mismo color en distintos tonos. Adornan dos flores, ellas sí, bien distintas. “Señalamientos”, los llama Coco Bedoya en el texto de sala, a este tipo de apariciones temáticas, “señalamientos llenos de rumores y latidos”. Encuentros fortuitos que se producen en cualquier cómoda o mesita de luz.
Las “pinturas-instalaciones” son interiores, puestas en escena de situaciones bien concretas: la secretaría de Cultura de El Impenetrable, la mujer preparándose –encremada– para ir a la inauguración de la feria de arte “Arteva” (sic, con “v” corta, sí); y el “Mate con galletas” de la china con el control remoto en la mano.
Si visita el increíble mundo de la artista, fíjese en cómo usa la pintura: las “repisitas” están cargadas de óleo, son medio barrocas, demuestran placer por el aceite y la acumulación de color. Los retratos tienen base de carbonilla –entonces, el dibujo de Schvartz aparece–, y algo de óleo. Las instalaciones, objetos y collage.
Pero las “Fanfarrias” son puro riesgo y placer: el óleo rasposo, el nacimiento –delicado, sutil– de otros materiales, la línea pintada… Todo marca cierto estado de concentración distinto al resto.
¿Cómo definir, entonces, a este conjunto de pinturas tan distintas que son el juego de Schvartz? Son populares, son trampas, son gualichos. Son trans.

Fuente: Revista Ñ Clarín

FIGURAS VIVAS, PLANOS, TRANSPARENCIAS Y COLOR


Por María Luján Picabea



“El color es para mí muy importante. Yo siento que con el color estoy hablando, armando frases”, dice el artista plástico, curador y músico uruguayo Santiago Tavella de pie junto a la obra “Cravo-Ton, robot-tótem-ídolo de la esterilidad” (Foto II), en la que anida –contará luego– el germen de esta muestra, Vivir el plano , en exhibición hasta el 28 de agosto en la sala 12 del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). Las obras que la componen forman parte de una exploración de los elementos técnicos utilizados en el diseño arquitectónico pero con una mirada centrada en la estética. Tavella –que es miembro fundador del grupo El cuarteto de Nos– estudió arquitectura en los 80 y en los últimos años volvió a los libros con los que se formó en la universidad para darles una vuelta de página. “Eran cosas que me estaban dando vueltas. Una de las primeras imágenes que aparecieron fueron dos planos, el de la intendencia de Montevideo y otro que el mismo arquitecto proyectó para el Hospital de Clínicas. Superpuestos me inspiraban cosas, veía cosas, me parecía un robot. Empecé a jugar con esta cuestión de mirar los planos no pensando en la finalidad que tienen, sino desde su punto de vista puramente estético. Hay algunos elementos figurativos reconocibles veladamente puestos y por otro lado está el lenguaje del color”, cuenta el artista. Eso del color, dice, tiene que ver con su primera formación artística junto al maestro Miguel Angel Pareja, que había sido alumno de Guillermo Laborde, miembro del planismo. “Empecé a estudiar con el viejo Pareja a los 13 años y fue una formación muy moderna, de color potente”, dice Tavella. De modo que en estas obras, realizadas entre 2011 y 2012, vuelve sobre sus primeros lenguajes expresivos, rinde homenaje a sus maestros, se permite una cita a Clorindo Testa en “Té de Testa” (al trabajar sobre su proyecto para el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo) y hasta “un saludito”, tal y como lo expresa él, a Joaquín Torres García en las obras “Homme universal internacional constructif rationnel” (Foto I) y “Poisson universal internacional constructif rationnel”.


Fuente: Revista Ñ Clarín

PHILIP LARRAT-SMITH:
"SOY JOVEN, PERO TENGO ALGO SÓLIDO PARA DECIR"

Curador y responsable de la exitosísima muestra de Yayoi Kusama en el Malba, admite no tener formación en artes plásticas


De ayer a hoy durmió tres, cuatro horas. Su insomnio es cíclico y, cada vez que lo asalta, se queda viendo películas hasta que el sol asome o el sueño lo sorprenda. Lo hace tanto en su departamento de Buenos Aires, donde vive tres meses al año, como en el de Nueva York, donde pasa el resto del tiempo. Aun así, Philip Larratt-Smith (34), franco-canadiense, flamante vicecurador en jefe del Malba, está fresco como una lechuga. El fenómeno Kusama estalló bajo su curaduría (el último fin de semana, más de 5000 personas fueron a la apertura de "Obsesión infinita", la primera gran retrospectiva de la artista japonesa en América latina) y él es una de las figuras del momento. Ya venía haciendo ruido desde 2009, cuando aterrizó como curador invitado del Museo en la muestra "Bye Bye American Pie" y más tarde en la de Tracey Emin, "How It Feels". Pero lo cierto es que con el buzo gris, los rulos despeinados y cierta seriedad provocadora ("no me gusta sonreír", dice en español cuando el fotógrafo intenta aflojarlo), Larratt-Smith tiene un aire de enfant terrible que rompe el molde del arte ortodoxo. "No me importa que digan que soy demasiado joven. Para mí la edad no importa, no es necesario tener 50 años y haber hecho training en muchos sitios, porque soy joven, pero tengo algo sólido para decir", dispara.
Estudió filosofía, latín y griego en Harvard, pero al egresar viajó a Nueva York, cansado de ese ambiente que define como "una mezcla de reality y campamento de niños ricos". Fue así, sin trabajo ni planes, vagando por Manhattan, como llegó por casualidad al mundo del arte. Una salida con amigos, un encuentro casual en un restaurante con la asistente de la artista Louise Bourgeois y un ofrecimiento que, a los veintipico, apareció como solución a sus problemas: "Buscaban un pasante, alguien que tirara la basura en los tachos, y yo era el candidato ideal", cuenta Philip.
-¿Y cómo se llega de pasante a curador?
-Bueno, además de tirar la basura, empecé a trabajar como el archivista de Bourgeois. Ordené sus papeles, que eran un desastre: ella tenía 90 años y ningún sistema de clasificación de sus cosas. De a poco fui conociéndolas a ella y a su asistente, empecé a viajar con ellas y todo creció de manera orgánica. Luego comencé a tener ideas: me dieron ganas de escribir y de comentar las cosas que Louise hacía. A los 26, curé una muestra suya, en La Habana, y así empecé. Pero yo no tengo formación en artes plásticas.
-¿No?
-Estudié filosofía, latín y griego en Harvard. Me gustó hacerlo, me formó, me inculcó las ideas que tengo sobre la cultura y el ciclo de la historia. En una exposición como "Bye Bye American Pie", por ejemplo, el tema del imperio y la decadencia de los Estados Unidos no hace más que retomar a los clásicos, lo que pasó con el Imperio Romano.
-¿Cuántas veces por día escuchás la frase "qué joven sos"?
-¡Muchas, un montón! En Buenos Aires es mucho más fuerte que en Nueva York: ahí no es tan insólito ver a alguien de mi edad en un puesto similar al mío. Aquí pasa otra cosa porque la cultura de los museos es bastante joven, no hay tantos trabajadores culturales y menos extranjeros, como yo.
-¿Agota vivir en dos lugares?
-No, al contrario. Desde 2011 vivo tres meses en Buenos Aires y el resto en Nueva York, y me encanta. Pero también creo que Buenos Aires es fascinante y frustrante a la vez.
-¿Qué te frustra?
-Es una ciudad muy caótica. Hay mucho drama; en Nueva York es todo business, business, business . Buenos Aires es onírica, irreal. Nueva York es lo concreto: si no tenés plata, chau; si no tenés talento, chau. Acá todo es más flexible. Hay una organización, pero en el caos. Cuando vengo, tengo que ajustar mi cabeza. No todo sucede now .
-¿Y tu familia?
-Mi madre sigue viviendo en Toronto; mi padre, en el estado de Utah. Soy el más grande de 6 hijos. Mi hermanito de 25 vive en Nueva York y trabaja en publicidad. Lo veo cada tanto.
-Sos bastante desapegado...
-En un sentido sí. Me interesa la idea de estar desconectado, salir de la alienación. Cuando era chico nos mudábamos una vez al año, así que me acostumbré a no echar raíces, a recoger mis cosas en un abrir y cerrar de ojos.
-¿Salís mucho? ¿Qué cosas te divierten?
-En Buenos Aires salgo a toda hora, como FlechaBus, según dijo el poeta. Voy al cine, al mercado de pulgas, compro fotos online compulsivamente, en eBay. También me gusta la música electrónica, Kompakt, Small People, Monkeytown, Thrill Jockey, Sub Rosa.
-¿Tus amigos pertenecen al "mundillo" del arte?
-Y, en general, me relaciono con artistas, sean artistas visuales, escritores, cineastas o músicos.
-¿En Nueva York qué hacés?
-Ahí mi vida está consumida por el trabajo, y está bien, porque a Nueva York la gente va a trabajar.
-Alguna vez dijiste que ser curador es como ser DJ.
-Sí, porque trabajo con obras de otros, con fragmentos de otros. Combino para hacer algo nuevo.
-Tanto en la muestra de Kusama como en las de los artistas anteriores, recurrís al psicoanálisis para explicar sus obras...
-Sí, porque el trasfondo teórico de las exposiciones que hago es siempre el psicoanálisis. Lo que más me interesa en la obra de un artista es el lado psicológico, y para entender la relación entre el artista y su arte, el instrumento más fino, para mí, sigue siendo el psicoanálisis. Sé que hay mucha gente que no está de acuerdo con esta forma de entender el arte, que muchos prefieren algo más distanciado o teórico. Pero para mí el arte trata sobre el mundo de la emoción, y no sobre el de las ideas. Los artistas sobre los que trabajé, además, son artistas en los que la línea entre la vida y la obra no es tan clara.
-¿Hacés terapia?
-Sí, me analizo, pero sólo en Nueva York; aquí, en la Argentina, no, por una cuestión de lenguaje, básicamente, ya que no manejo tan bien el idioma. Pero me gustaría hacerlo en el corto plazo.
-¿Qué te imaginás a futuro?
-No pienso, no planeo. Todo es por casualidad, aunque no creo en las casualidades como destino, ni en la astrología. Soy muy determinista. Pero lo cierto es que hace tres o cuatro años no me imaginaba que estaría trabajando en un museo en Buenos Aires. El señor Costantini me contactó a partir de la muestra de Warhol, y yo, simplemente, le dije sí. Así soy con todo.

Con impronta argentina

Para acompañar la charla, Philip eligió un vino tinto, pero no cualquiera, sino el Amalaya, de la provincia de Salta, lugar que aún no conoce pero que pronto, asegura, tiene pensado visitar. Lo que más le gusta es el equilibrio en su composición: 75 por ciento de malbec, 10 de cabernet sauvignon, otro 10 de syrah y 5 de tannat. Y un sabor suave pero persistente, como una sutil obra de arte.
Fuente: lanacion-com

PROMESA A YAYOI

Cuando visité por primera vez a Yayoi Kusama en su estudio de Tokio para invitarla a hacer una retrospectiva histórica de su trabajo, se mostró inicialmente reticente a incluir cualquier cosa que no fuera las nuevas pinturas en las que estaba trabajando. Más tarde, cuando le mostré el catálogo de la muestra en la Tate de los últimos trabajos de Donald Judd, famoso escultor y viejo amigo suyo de su época en Nueva York, preguntó si podía hacerla tan famosa como a él. Le prometí que lo haría sólo si me daba libertad para hacer una retrospectiva de su obra… Muchos meses después y a juzgar por los miles de jóvenes que hicieron cola frente al Malba el sábado pasado por la noche, mi promesa a Kusama se ha cumplido largamente. Más famosa que Donald Judd, más famosa –escuché decir a muchos– que Andy Warhol.


Fuente: Revista Ñ Clarín

EL UNIVERSO DE LA ARTISTA,
EN DOS RELATOS Y UNA NOUVELLE



Por Mercedes Urquiza

El último viernes de junio, en el Malba se hacía la presentación de la muestra de Yayoi Kusama. Mientras tanto, en las calles del centro porteño atronaba el ritmo festivo-reivindicativo de la ya tradicional marcha del día internacional del Orgullo Gay. La coincidencia tuvo un simbolismo muy particular.
Lo que se recuerda en las marchas del Orgullo Gay son hechos ocurridos el 28 de junio de 1969 en Nueva York. Aquel día –aquella noche, para ser precisa– la policía de Manhattan realizó una redada en el Stonewall Inn, un bar de la comunidad gay neoyorquina. La violencia empleada por los policías derivó en una sucesión de disturbios que dieron visibilidad global a los reclamos de esta comunidad, que desde entonces tiene a los sucesos de Stonewall como su mayor efemérides.
Kusama vivía en Nueva York. Estaba inmersa en el universo artístico-gay que afloraba en el barrio de Greenwich Village, cuyo ambiente influyó notablemente en su formación como creadora. Un ambiente que Kusama capturó con nitidez y crudeza en relatos como “El escondite de prostitutos de la calle Christopher”, uno de los cuentos que publican el Malba y Editorial Mansalva en el marco de la magnífica muestra. La calle Christopher está en el Village. Y allí había un bar –hermano mellizo del Stonewall Inn–, el escenario que Kusama elige para narrar las peripecias de Henry y Yanni, personajes que buscan destino en la dura Nueva York de aquellos años. Llegado desde Nueva Orleans a los 17 años, Henry es joven y tiene un cuerpo que le permite ejercer la prostitución y con eso pagarse clases de economía en la New York University. Una estrategia de ascenso social que colapsa cuando comienza a consumir heroína.
Yanni es una madama que escoge chicos guapos y necesitados de efectivo en las distintas universidades de la ciudad, para abastecer su red de prostitutos de alto nivel. Entre ella y Henry se establece una relación que va más allá de lo laboral, que podría parecerse al amor. Kusama, artista plástica al fin y al cabo, no deja en ningún momento de resaltar los contrastes cromáticos entre ambos: nacido en Hong Kong, Yanni tenía la piel ámbar y Henry es de un intensísimo negro, casi azulino.
El relato es al mismo tiempo delicado y morbosamente explícito. Está plagado de referencias estéticas, poéticas imágenes y situaciones llenas de descripciones visuales, cargadas de colores y formas plásticas. Escenas dominadas por los destellos de luces estroboscópicas y alucinaciones. El relato también describe desde adentro la escena del arte pop y plantea, al pasar, las relaciones entre artistas, galeristas y críticos.
Pero, por sobre todo, su relato es una vívida crónica de aquella Nueva York, retratada en toda su belleza y decadencia. Una ciudad en la que Kusama conoció a referentes de la vanguardia artística local como Donald Judd, Andy Warhol, Claes Oldenburg y Joseph Cornell. Allí pasó de la práctica pictórica a las esculturas blandas conocidas como Accumulations y luego a performances en vivo y happenings. En 1973 volvió a Japón y en 1977 se instaló voluntariamente en una clínica psiquiátrica, en la que reside desde entonces.
En “El escondite de prostitutos de la calle Christopher”, Kusama despliega de forma literaria muchos de los elementos y obsesiones que dan sentido a su obra como artista plástica, indivisible de los avatares de su vida personal. A lo largo de su carrera Kusama realizó instalaciones que parecen performances y performances que son instalaciones. Ella misma se definió como “una adicta al suicidio”, y hoy a los 84 años ha llegado con obras de lo más consistentes, además de acumular incontables proyectos innovadores y alucinantes en distintas disciplinas que parecen surgir de la mente más jovial.
“La peculiar condición que la ha llevado a sufrir durante toda su vida, la ha empujado a un mundo simbólico creado por ella. Ha concebido espacios que nos permiten experimentar los contradictorios mecanismos que se funden en su inconsciente”, explica Philip Larratt-Smith, curador junto con Frances Morris, de la muestra de Kusama en el Malba.
Junto con “El escondite de prostitutos de la calle Christopher” se publican otros dos relatos de Kusama: “Acacia, olor a muerte”, y la nouvelle “Suicidio doble en el monte de los cerezos”, traducidos por primera vez al español por la escritora Anna Kazumi-Stahl y su madre, Tomiko Sasagawa Stahl.

Ficha
Acacia olor a muerte
Yayoi Kusama
Trad. Ana Kazumi Stahl
y Tomiko Sasagawa Stahl
Mansalva

Fuente: Revista Ñ Clarín