En la muestra "Zoolatrías y entidades extrañas", en la UCA, la artista profundiza su apuesta por lo marginal y por la pintura.
Sólo alguien que la tiene muy clara con la pintura puede hacer
lo que está haciendo ahora Marcia Schvartz en el Pabellón de las Artes
de la UCA, con su muestra Zoolatrías y entidades extrañas (“el
título lo sacamos de un libro junto a mi compañero, no sabemos bien lo
que quiere decir pero nos gustó”, explicará más tarde, divertida, la
pintora).
Para un desprevenido, hasta pueden desconcertar estas
obras: desfile kitsch de pachamamas, recuerdos de Mar del Plata, de
caracoles, ovejas de cerámica, el reconocido “hombre-cangejo” –deidad de
la cultura Moche–, juguetes, latas, ceniceros, espejos, cartones,
ruleros, posters venidos a menos, un mate, y eso que en Perú llaman
“CHI-CHO-CHU”: “CHIno, CHOlo y CHUcha tu madre” –con un lenguaje bien de
la calle–, todo pintado. Y después, están los personajes, esos grandes
y exquisitos retratos: Nelba –gran figura, diosa estelar del universo
Marcia–, morocha formoseña, destella en muchas de las obras: “Bailanta
top”, “La sonrisa de Nelba”, “Constitución”. “Es la chica que cuida a la
mamá de Levinas, la conocí en su casa”, me explica Schvartz. “Pasa que
cada tanto me ocurre una especie de enamoramiento con un modelo y me
pasó eso con Nelba. Y también con “el Buda” (Pablo, asistente de
plomero, de familia boliviana de Laferrere, fue a la casa de Marcia un
día a arreglar unos caños y, a partir de ahí, la artista lo empezó a
pintar). “El Buda” aparece en dos grandes retratos.
–¿Qué es lo que te llama la atención de las personas que retratás? ¿Cómo los elegís?
–Bueno, son gente que se toma la vida de otra manera, orgullosamente de ser quienes son y de lo que hacen, y viendo a Buenos Aires como lo que es: una selva. Creo que el pintor tiene el ojo desarrollado para registrar gente que vive con otra intensidad. Es un ojo especial, que te permite encontrar eso en el otro y establecer un vínculo; y que la otra persona te permita acceder a ella.
–Bueno, son gente que se toma la vida de otra manera, orgullosamente de ser quienes son y de lo que hacen, y viendo a Buenos Aires como lo que es: una selva. Creo que el pintor tiene el ojo desarrollado para registrar gente que vive con otra intensidad. Es un ojo especial, que te permite encontrar eso en el otro y establecer un vínculo; y que la otra persona te permita acceder a ella.
En la sala de la UCA hay cuatro
series de obras: las naturalezas muertas con objetos kitsch –la pintora
las llama “repisitas”–; los retratos; unas “pinturas instalaciones” en
volumen; y unas magníficas y delicadas pinturas-experimentos realizadas
sobre arpilleras que llevan del título de “Fanfarrias” (sí, como las
piezas musicales de viento pero no tienen nada que ver con eso, a la
artista sólo le gustó la palabra).
“Chuchuguaza”. Técnica mixta. |
También está “el pozo”: una zanja de 70 kilos y 40 centímetros de ancho hecha con huesos, resina, caracoles, maderas, arena… Es el fondo de un mar o de un río. Oscuro, tenebroso. Es la única obra de este tipo en la exposición y es la que recibe al visitante ni bien entra. Todas los demás trabajos aquí son festivos, satíricos, ácidos, con una gran dosis de humor y fruto de un poder de observación ejercitadísimo, incisivo.
Dentro del conjunto de
pinturas más pequeñas –las “repisitas”– están “La pata loca”, “El nabo”,
“Yaguar fiesta” y sobre todo, el “Impenetrable”: un cocodrilo hamacando
a un bebé-delfín, junto a una india-diosa desnuda y un pato, todos del
mismo color en distintos tonos. Adornan dos flores, ellas sí, bien
distintas. “Señalamientos”, los llama Coco Bedoya en el texto de sala, a
este tipo de apariciones temáticas, “señalamientos llenos de rumores y
latidos”. Encuentros fortuitos que se producen en cualquier cómoda o
mesita de luz.
Las “pinturas-instalaciones” son interiores,
puestas en escena de situaciones bien concretas: la secretaría de
Cultura de El Impenetrable, la mujer preparándose –encremada– para ir a
la inauguración de la feria de arte “Arteva” (sic, con “v” corta, sí); y
el “Mate con galletas” de la china con el control remoto en la mano.
Si
visita el increíble mundo de la artista, fíjese en cómo usa la pintura:
las “repisitas” están cargadas de óleo, son medio barrocas, demuestran
placer por el aceite y la acumulación de color. Los retratos tienen base
de carbonilla –entonces, el dibujo de Schvartz aparece–, y algo de
óleo. Las instalaciones, objetos y collage.
Pero las “Fanfarrias”
son puro riesgo y placer: el óleo rasposo, el nacimiento –delicado,
sutil– de otros materiales, la línea pintada… Todo marca cierto estado
de concentración distinto al resto.
¿Cómo definir, entonces, a
este conjunto de pinturas tan distintas que son el juego de Schvartz?
Son populares, son trampas, son gualichos. Son trans.
Fuente: Revista Ñ Clarín