El disfraz de la anarquía llegó con su propio
reglamento. El Met de Nueva York exhibe "Del caos a la alta costura",
una muestra que conecta los puntos entre las innovaciones del punk
contra todo lo formal y los elementos que la alta moda tomó o
directamente copió del movimiento.
Por Jon Caramanica
The New York Times
En Inglaterra, en los años 1970, todos skinheads, teddy boys, mods, rockers tuvieron una apariencia coherente y comprensible. Los punks mezclaron lo que encontraron, lo cortaron en pedazos y lo cosieron de otras maneras. Fue un corte de manga al prolongado legado del uniforme salvo por el hecho de que, obviamente, a su modo también lo era. El uniforme contra lo uniforme se convirtió en el legado estético más estentóreo y perdurable, probablemente en su detrimento.
Fue una caricatura fácil, una expresión fácilmente reproducible de la angustia de la clase trabajadora. Punk: Chaos to Couture (Del caos a la alta costura), la exposición del Metropolitan Museum of Art en Nueva York que se inauguró el 9 de mayo, conecta los puntos entre las innovaciones del punk contra todo lo formal y los elementos que la alta moda tomó o directamente copió del movimiento.
El título es, de todos modos, un poco engañoso. Ciertamente, la decadencia y el desorden fueron centrales en la ideología del punk, pero el caos fue siempre controlado y el caos fue siempre "couture". El punk podrá haber sido una de-construcción pero no fue un accidente. Yuxtaponer las viejas prendas con los tributos, como hace la exposición, pinta los artículos del punk como piedras preciosas rescatadas y resucitadas por diseñadores de mirada muy afilada con habilidades tradicionales una erupción de casualidad en la corriente dominante.
Sin embargo, en el reglamento del punk su disfraz de anarquía era muy potente aun antes de que alguien lo mirara. La profanación de logos e imágenes, la construcción deliberadamente harapienta, la mezcla de referencias, el énfasis en lo duro como también en lo blando fueron principios claves del estilo que exigía adhesión. Eran estilos para usar, y también modelos para vivir. Y estas visiones avanzaron rápidamente, creando apariencias que se establecieron con diferentes niveles de intensidad a ambos lados del Atlántico.
En Nueva York, los modelos dominantes fueron el taciturno corte sartorial de Richard Hell, que reprodujo la frase "Mátenme por favor" en una camiseta, o el chic gastado de los Ramones, con sus camperas de cuero negro y los jeans ajustados rotos. Discretos y harapientos, eran sorprendentemente elegantes y comunicaban una plétora de cosas con unos pocos gestos apenas.
El punk como expresión espectacular prendió más en Inglaterra, en gran medida con Malcolm McLaren de los Sex Pistols y la diseñadora radical Vivienne Westwood en su influyente tienda en King’s Road que en un momento se llamo Sex, y después, Seditionaires, entre varios otros nombres. Tomaron algunos de los gestos de desdén del estilo de Nueva York y los hicieron estallar, imprimiéndoles una actitud rutilante. De golpe, el punk se transformó en un conjunto de elementos incendiarios diseñados para generar una provocación máxima.
Las remeras, en su mayoría moderadas para los criterios modernos, eran rabiosas y caprichosas, llenas de ataques a distintos logos e imágenes: la Reina de Inglaterra, cowboys desnudos, Jesús, esvásticas y cruces de hierro. McLaren y Westwood demostraron que la historia estaba para ser reinterpretada. Pero la legibilidad y la coherencia eran la clave de esa propuesta. Por eso, el punk se convirtió fácilmente en marca y en producto divorciado de su ideología original, sin duda, pero reproducible para siempre.
Transcurridas casi cuatro décadas, el punk evolucionó como palabra, como género, como estilo. En la moda, es simplemente una referencia más en la cual abrevar, tan válida en su negación de la estructura como cualquier otra cosa fundada en la estructura. El punk moderno, si es que todavía existe, quedó osificado en las remeras ajustadas y el pelo con laca; debe muy poco a sus antepasados. De todos modos, el género se individualiza por la profundidad de su influencia en la alta moda.
El hip-hop también dejó una marca, aunque ha sido poco uniforme y débil. El grunge tuvo sus momentos a lo largo de los años, pero fue menos una cosmovisión que una protección. Si hay acaso un movimiento musical con el potencial de sostener una exposición como ésta en el Met después de varios decenios, tal vez sea la cultura rave y sus numerosos afluentes, con sus ideas sobre silueta, sobre estructura, sobre tamaño, sobre color que son a la vez sui generis y virales. El rave sabe lo que sabía el punk: la ropa siempre fue para mostrar.
El hecho de que las prendas de vestir pudieran alguna vez ser consagradas ¿enclaustradas? en el mismo museo que también alberga colecciones apiladas de obras de arte del Renacimiento, objetos egipcios y demás, constituye probablemente el final lógico de la ideología nihilista de Hell, el sueño de la insistencia vendedora de McLaren.
Una exposición así no sería posible sin el desmantelamiento sistemático de las murallas que rodean la cultura alta y la cultura baja que el punk contribuyó a derribar con más fuerza todavía que sus predecesores, sin hablar del turismo cultural al que inevitablemente lleva.
The New York Times
En Inglaterra, en los años 1970, todos skinheads, teddy boys, mods, rockers tuvieron una apariencia coherente y comprensible. Los punks mezclaron lo que encontraron, lo cortaron en pedazos y lo cosieron de otras maneras. Fue un corte de manga al prolongado legado del uniforme salvo por el hecho de que, obviamente, a su modo también lo era. El uniforme contra lo uniforme se convirtió en el legado estético más estentóreo y perdurable, probablemente en su detrimento.
Fue una caricatura fácil, una expresión fácilmente reproducible de la angustia de la clase trabajadora. Punk: Chaos to Couture (Del caos a la alta costura), la exposición del Metropolitan Museum of Art en Nueva York que se inauguró el 9 de mayo, conecta los puntos entre las innovaciones del punk contra todo lo formal y los elementos que la alta moda tomó o directamente copió del movimiento.
El título es, de todos modos, un poco engañoso. Ciertamente, la decadencia y el desorden fueron centrales en la ideología del punk, pero el caos fue siempre controlado y el caos fue siempre "couture". El punk podrá haber sido una de-construcción pero no fue un accidente. Yuxtaponer las viejas prendas con los tributos, como hace la exposición, pinta los artículos del punk como piedras preciosas rescatadas y resucitadas por diseñadores de mirada muy afilada con habilidades tradicionales una erupción de casualidad en la corriente dominante.
Sin embargo, en el reglamento del punk su disfraz de anarquía era muy potente aun antes de que alguien lo mirara. La profanación de logos e imágenes, la construcción deliberadamente harapienta, la mezcla de referencias, el énfasis en lo duro como también en lo blando fueron principios claves del estilo que exigía adhesión. Eran estilos para usar, y también modelos para vivir. Y estas visiones avanzaron rápidamente, creando apariencias que se establecieron con diferentes niveles de intensidad a ambos lados del Atlántico.
En Nueva York, los modelos dominantes fueron el taciturno corte sartorial de Richard Hell, que reprodujo la frase "Mátenme por favor" en una camiseta, o el chic gastado de los Ramones, con sus camperas de cuero negro y los jeans ajustados rotos. Discretos y harapientos, eran sorprendentemente elegantes y comunicaban una plétora de cosas con unos pocos gestos apenas.
El punk como expresión espectacular prendió más en Inglaterra, en gran medida con Malcolm McLaren de los Sex Pistols y la diseñadora radical Vivienne Westwood en su influyente tienda en King’s Road que en un momento se llamo Sex, y después, Seditionaires, entre varios otros nombres. Tomaron algunos de los gestos de desdén del estilo de Nueva York y los hicieron estallar, imprimiéndoles una actitud rutilante. De golpe, el punk se transformó en un conjunto de elementos incendiarios diseñados para generar una provocación máxima.
Las remeras, en su mayoría moderadas para los criterios modernos, eran rabiosas y caprichosas, llenas de ataques a distintos logos e imágenes: la Reina de Inglaterra, cowboys desnudos, Jesús, esvásticas y cruces de hierro. McLaren y Westwood demostraron que la historia estaba para ser reinterpretada. Pero la legibilidad y la coherencia eran la clave de esa propuesta. Por eso, el punk se convirtió fácilmente en marca y en producto divorciado de su ideología original, sin duda, pero reproducible para siempre.
Transcurridas casi cuatro décadas, el punk evolucionó como palabra, como género, como estilo. En la moda, es simplemente una referencia más en la cual abrevar, tan válida en su negación de la estructura como cualquier otra cosa fundada en la estructura. El punk moderno, si es que todavía existe, quedó osificado en las remeras ajustadas y el pelo con laca; debe muy poco a sus antepasados. De todos modos, el género se individualiza por la profundidad de su influencia en la alta moda.
El hip-hop también dejó una marca, aunque ha sido poco uniforme y débil. El grunge tuvo sus momentos a lo largo de los años, pero fue menos una cosmovisión que una protección. Si hay acaso un movimiento musical con el potencial de sostener una exposición como ésta en el Met después de varios decenios, tal vez sea la cultura rave y sus numerosos afluentes, con sus ideas sobre silueta, sobre estructura, sobre tamaño, sobre color que son a la vez sui generis y virales. El rave sabe lo que sabía el punk: la ropa siempre fue para mostrar.
El hecho de que las prendas de vestir pudieran alguna vez ser consagradas ¿enclaustradas? en el mismo museo que también alberga colecciones apiladas de obras de arte del Renacimiento, objetos egipcios y demás, constituye probablemente el final lógico de la ideología nihilista de Hell, el sueño de la insistencia vendedora de McLaren.
Una exposición así no sería posible sin el desmantelamiento sistemático de las murallas que rodean la cultura alta y la cultura baja que el punk contribuyó a derribar con más fuerza todavía que sus predecesores, sin hablar del turismo cultural al que inevitablemente lleva.
Gritar tan alto
como el público y ser escuchado ése fue, todo el tiempo, parte del
objetivo. Y da lugar, como mínimo, a una fértil renovación del debate:
¿la infiltración corrompe o los corruptos se infiltran?
Fuente: Revista Ñ Clarín