La comunidad dinamarquesa tiene su propia Iglesia. Un edificio de 83 años lleno de historias.
Interior. La Iglesia Dansk Kirke está en Carlos Calvo
al 200. El edificio tiene habitaciones, una biblioteca y un salón con
escenario. / ALFREDO MARTINEZ
Por Eduardo Parise
Su ubicación no es una casualidad. Igual que otros templos de
comunidades nórdicas, la cercanía con el puerto tiene su razón. Es que
esos edificios solían ser refugio para los marineros que llegaban a
Buenos Aires y buscaban asistencia no sólo espiritual. Por eso, después
de estar algunos años usando un salón en la avenida Paseo Colón al 1100,
la comunidad dinamarquesa de Buenos Aires decidió tener su propia
iglesia. Así, en mayo de 1929 compraron el terreno; en agosto de 1930
colocaron la piedra fundamental y el 10 de mayo de 1931 inauguraron ese
edificio que el viernes próximo, en Carlos Calvo 257 y sobre la vieja
barranca del bajo porteño, cumplirá 82 años.
Su denominación en
idioma original es Dansk Kirke, pero aquí se la conoce simplemente como
Iglesia Dinamarquesa o Danesa. En su momento, el terreno costó poco más
de $ 30.000 y el adelanto (unos 10.000) se había juntado con el esfuerzo
de muchos que, con donaciones, rifas y kermeses, sumaron billete tras
billete. Ya había pasado una década de la llegada del primer pastor y la
comunidad de residentes daneses en Buenos Aires iba en aumento, algo
que también se registraba desde años anteriores en otros lugares como
Necochea, Tandil y Tres Arroyos.
El proyecto ganador para la
construcción de la iglesia fue el de los arquitectos Rönnow y Bisgaard.
La propuesta, como lo exigía la comisión de edificación, incluía la
Iglesia, salones para la actividad de la congregación y la casa para el
pastor. La obra estuvo a cargo de la empresa Christiani & Nielsen.
Aquellas
características pedidas por la comisión se mantienen hasta hoy. Además
del austero templo, en el edificio funciona una biblioteca con 7.000
volúmenes en distintos idiomas; en el primer piso está la casa y otras
habitaciones para visitantes y en el subsuelo, un gran salón que tiene
hasta un escenario artístico. En el exterior llama la atención que en
esa construcción de estilo neogótico haya paredes con forma de
escalones. Se cree que simbolizan aquella escalera, soñada por el
patriarca Jacob y citada en la Biblia, por la que los ángeles subían y
bajaban del cielo a la tierra.
En la nave de la iglesia hay
elementos característicos de la confesión evangélica-luterana. Por
ejemplo, un altar fijo a la pared donde se destaca una cruz desnuda, sin
la imagen de Cristo. “Es que nuestra centralidad es el Jesús resucitado
y vivo, no el crucificado”, explica el pastor Sergio López, a cargo del
templo desde diciembre de 2012. También están los viejos bancos que
tienen grabado un símbolo mítico: la cruz celta, esa que reúne la imagen
cristiana con el primitivo círculo que llega desde antiguas
civilizaciones. Por supuesto, en la iglesia hay robustas puertas de
madera, un gran órgano de tubos y un púlpito. Y frente al altar, una
pequeña pila bautismal, para cumplir con uno de los dos sacramentos que
sólo tiene el culto. El otro es de la Eucaristía; es decir: el de la
última cena.
Pero la mayor curiosidad de la Dansk Kirke está casi
en el centro del templo, colgada desde el techo y apuntando al altar. Es
la réplica en escala de un famoso velero danés llamado Kophenhavn
(Copenhague, en nuestro idioma), un barco que en su momento fue
considerado uno de los más bellos del mundo. El buque era como nuestra
fragata Libertad: un barco-escuela. Y allí navegaban los futuros
oficiales. El Copenhague zarpó desde Buenos Aires en julio de 1928
llevando a muchos jóvenes, hijos de las mejores familias de Dinamarca.
Después de navegar unas 1.500 millas se cruzó con un vapor noruego. Fue
la última vez que lo vieron. Nunca se encontraron ni sus restos ni a
ninguno de sus tripulantes. La foto de esa tripulación está en una pared
de la biblioteca de la iglesia. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com