Por Diana Warszawski
Perla casi centenaria de la arquitectura porteña y a la vez
pedacito de Francia en Argentina, el Palacio Ortiz Basualdo entró por
primera vez en un proceso íntegro de renovación y restauración. De la fachada al mobiliario, el objetivo es devolverle a la sede de la Embajada de Francia, en Cerrito 1399, Retiro, su esplendor original y concentrar allí recepciones y otros eventos. Financiado por el Estado francés con 3,7 millones de euros y en obra desde febrero, expertos de ambos países trabajan en un proyecto que se prevé terminado en marzo de 2014.
“Se
interviene en tres fases simultáneas: recuperación de fachada,
restauración de los salones y refuncionalización del inmueble. Es una
obra compleja y minuciosa”, explica Eduardo Carena, uno de los tres
arquitectos a cargo, junto a una argentina y otra francesa. Exponente
del Beaux-Arts, el edificio es una adaptación de un hôtel particulier
(mansión privada) con cuatro plantas. Diseñado en 1912 por el
arquitecto galo Paul Pater –también del Tigre Club, ahora Museo de Arte
de Tigre–, fue terminado en 1918 para Daniel Ortiz Basualdo y Mercedes
Zapiola, pareja de la alta sociedad. Y adquirido por Francia en 1939,
cuando instaló allí su embajada. Y el tiempo lo fue degradando.
“La
fachada está en muy mal estado. Un 80% del ornamento se perdió por
defectos del material original y falta de mantenimiento, y otra parte se
retiró para evitar riesgos”, dice Carena. Como el fin es reponer su
fisonomía, la primera fase exigió una investigación histórica y
otras veces quitar capas y ver qué había. Por ejemplo, para las ménsulas
desaparecidas en balcones del segundo piso. En la fachada sur, junto a
la 9 de Julio, andamios que suben marcan el área donde arrancó la obra,
una superficie exterior que cubre 3.500 metros cuadrados.
El
plan, además, pondrá énfasis en la conservación, con tratamientos nuevos
y específicos, lo que no se hizo en la última renovación parcial, entre
1996 y 1998. Necesario porque, apunta Carena, sobre todo “en el
interior hay mucho material orgánico sensible a cambios de temperatura y
humedad”, como boiserie, paredes enteladas, terminaciones en dorado y
su colección pictórica. En particular, en los 800 metros cuadrados que,
en planta baja y el primer piso, ocupan los salones de recepción.
Exquisitos, cada uno se destaca por su estilo diferente. Como la
Sala de Baile, Luis XV, donde bajo un cielo raso con figuras mitológicas
y arañas de caireles, entre lijas y escaleras, obreros y restauradores
examinan detalles en hierro forjado de una puerta. Elaborados en Francia
un siglo atrás, igual que la fórmula de la mezcla para dorar que ahora
vuelven a preparar.
Se busca recuperar su idiosincrasia, con
colores, formas y materiales originales, por eso una decoradora francesa
especialista en edificios de valor patrimonial también está a cargo de
cambiar telas y muebles por otros de época. Varios llegarán de la
reserva del mobiliario nacional desde Francia. Quedarán los que datan de
la construcción, como una mesa ovalada con 24 sillas y consolas
inspiradas en el barroco inglés, situadas en el Comedor, el que imita al
del Palacio Real de Oslo. Grandiosidad que en 1925 impactó al Príncipe
de Gales, cuando utilizó el edificio como residencia oficial.
Boomerang
al siglo XXI en el aspecto funcional, se sumará una cocina profesional y
modernizarán sanitarios, ascensores y la seguridad, entre otros, para
adaptarlos a eventos de la Embajada. El Ministerio de Asuntos
Extranjeros dedicó el presupuesto porque “Francia cuida mucho su
patrimonio cultural en todas partes del mundo y junto a su sede en
Brasilia son las dos joyas de la región ”, dice Laurent Daoudal,
responsable de Proyectos Inmobiliarios en América del Sur. “Y es
importante –agrega– para fortalecer los vínculos entre los dos países”.
Lazos
que comunica la historia del edificio, símbolo del peso arquitectónico e
intelectual francés en el Río de la Plata, sobre todo desde el siglo
XIX. Hoy, uno de los últimos palacetes en pie de la serie que
caracterizaba a Retiro antes de ampliarse la 9 de Julio. La que amenazó
su demolición en los 70, pero fue evitada por ciudadanos porteños y el
gobierno francés. Mientras, aún en obra, la Embajada sigue funcionando
como siempre.
Un aristocrático edificio francés en la rica Buenos Aires
Cuando Daniel Ortiz Basualdo y su esposa Violeta Zapiola Eastman
encargaron al francés Pater la construcción de su mansión, en 1912,
sabían lo que hacían. El matrimonio de hacendados, con una riquísima
estancia de 5.000 hectáreas, La Magdalena, en la provincia de Buenos
Aires, pasaba la mitad de su tiempo viajando a París, desde donde la
aristocracia de fines del siglo XIX impulsó el desarrollo de la
arquitectura gala en la Argentina. El proyecto fue diseñado siguiendo el
modelo de los palacios urbanos, llamados “hôtel particulier”, de donde
deriva la denominación de los hoteles pero de uso estrictamente familiar
con una gran cantidad de servidumbre. El de la calle Cerrito se divide
en basamento, que es la entrada y las salas de recepción y servicios; la
planta noble (de “piano nobile”), en el primer piso, separado de la
humedad y clara marca veneciana para las habitaciones privadas; otra
planta de habitaciones para alojamiento de familiares o visitas y la
mansarda. El edificio tiene otros vecinos de ilustre linaje, como el
Palacio Pereda, sede de la Embajada de Brasil, y el Alzaga Unzué,
actualmente parte del hotel Four Seasons.
Fuente: clarin.com