Extendida sobre todo en Europa y Sudamérica, la
práctica social llegó a Estados Unidos, donde instituciones vinculadas
al arte están viendo la manera de incorporarla junto a las pinturas y
la escultura.
Por
RANDY KENNEDY
- The New York Times
Mientras el arte comercial vive un boom en Estados Unidos, otro
tipo de arte comienza a afirmarse. Conocido como práctica social, sus
artífices borran las fronteras entre la fabricación de objetos, la
performance, el activismo, lo comunitario, la ecología y el periodismo
de investigación, creando un arte participativo que florece al margen de
galerías y museos.
En Detroit, un museo de arte contemporáneo inaugurará un monumento a un artista donde no estará presente su obra sino que se ofrecerán alimentos, cortes de pelo, planes de educación y otros servicios sociales al público en la ciudad de Michigan.
En Nueva York, una organización de arte que encarga instalaciones públicas envía desde hace un tiempo a una periodista a lugares del mundo políticamente precarios donde recluta artistas y activistas para escribir en un sitio de Internet que puede interpretarse más como un diario de política que como un portal de arte. Y en St. Louis, Missouri, una institución ligada al arte se está transformando en un polo de activismo social, de ahí que recientemente haya organizado una asamblea municipal a la que asistieron 350 personas para hablar sobre la segregación de facto, uno de los problemas menos tratables de la ciudad.
Si bien ninguno de estos proyectos suena mucho a arte o, en todo caso, al arte que estamos acostumbrados a ver en los museos la idea es precisamente ésa. En todo el país, instituciones vinculadas al arte están viendo la manera de incorporarlo y argumentan que puede ser apreciado junto con las pinturas y la escultura.
Los museos importantes en general lo han ignorado. Pero otras instituciones más pequeñas lo ven como una nueva frontera para un movimiento cuyas raíces se remontan a los años 1960. "Habrá quienes quieran hundir la cabeza en la arena y decir: `Qué bueno sería estar 40 años atrás y esto era diferente y el arte era más franco’, pero no es así", dijo Nato Thompson, curador principal de Creative Time, una organización sin fines de lucro de NY famosa por sus instalaciones temporarias de arte público.
En Detroit, un museo de arte contemporáneo inaugurará un monumento a un artista donde no estará presente su obra sino que se ofrecerán alimentos, cortes de pelo, planes de educación y otros servicios sociales al público en la ciudad de Michigan.
En Nueva York, una organización de arte que encarga instalaciones públicas envía desde hace un tiempo a una periodista a lugares del mundo políticamente precarios donde recluta artistas y activistas para escribir en un sitio de Internet que puede interpretarse más como un diario de política que como un portal de arte. Y en St. Louis, Missouri, una institución ligada al arte se está transformando en un polo de activismo social, de ahí que recientemente haya organizado una asamblea municipal a la que asistieron 350 personas para hablar sobre la segregación de facto, uno de los problemas menos tratables de la ciudad.
Si bien ninguno de estos proyectos suena mucho a arte o, en todo caso, al arte que estamos acostumbrados a ver en los museos la idea es precisamente ésa. En todo el país, instituciones vinculadas al arte están viendo la manera de incorporarlo y argumentan que puede ser apreciado junto con las pinturas y la escultura.
Los museos importantes en general lo han ignorado. Pero otras instituciones más pequeñas lo ven como una nueva frontera para un movimiento cuyas raíces se remontan a los años 1960. "Habrá quienes quieran hundir la cabeza en la arena y decir: `Qué bueno sería estar 40 años atrás y esto era diferente y el arte era más franco’, pero no es así", dijo Nato Thompson, curador principal de Creative Time, una organización sin fines de lucro de NY famosa por sus instalaciones temporarias de arte público.
La oficina de Tania Bruguera en Nueva York, donde vive con inmigrantes ilegales. |
Las obras pueden ser tan variadas como un proyecto de desarrollo comunitario en Houston, Texas, que ofrece talleres a artistas y viviendas de bajos ingresos, o un programa en San Francisco fundado por artistas y financiado por la ciudad que ayuda a convertir patios, lotes baldíos y terrazas en jardines.
El arte de este tipo prospera desde hace décadas, sobre todo en Europa y Sudamérica, pero en los últimos tiempos prendió entre los jóvenes estadounidenses en lo que constituye, en parte, una reacción al poder distorsionante del mercado del arte, alimentado por una concentración de la riqueza internacional. Muchos artistas dicen, sin embargo, que la motivación es mucho más amplia: cambiar algo en el mundo más allá de lo estético.
"Las líneas divisorias en la manera de hacer arte están volviéndose más borrosas", dijo Laura Raicovich, directora de iniciativas globales en Creative Time y de un sitio web llamado Creative Time Reports.
Entre
las obras recientes del sitio figuran un video de un artista
egipcio-libanés sobre la Plaza Tahrir, el lugar donde se produjo la
revuelta egipcia hace dos años, y una película sobre la deuda familiar
realizada por un colectivo artístico.
"No nos proponemos hacer lo que hace el periodismo", dijo Raicovich. "Pero creemos que los artistas pueden suplementarlo y complementarlo a través de una lente distinta. Y lo que hacen es arte".
Tania Bruguera, una artista neoyorquina que es muy conocida por ayudar a los inmigrantes y que es apoyada por Creative Time, a veces explica el arte como práctica social con una consigna antimodernista: "Es hora de que el mingitorio de Marcel Duchamp vuelva al baño".
La Pulitzer Foundation for the Arts, una entidad privada que se inauguró en St. Louis en 2001, reaccionó en diciembre a las disparidades raciales y económicas en esa localidad llevando a cabo una asamblea municipal. "Queríamos empezar a ver el arte con mayor amplitud", dijo Kristina Van Dyke, directora de la fundación. "La pregunta que nos hicimos fue: ¿Podemos hacer realidad el cambio social a través del arte, lisa y llanamente?"
"No nos proponemos hacer lo que hace el periodismo", dijo Raicovich. "Pero creemos que los artistas pueden suplementarlo y complementarlo a través de una lente distinta. Y lo que hacen es arte".
Tania Bruguera, una artista neoyorquina que es muy conocida por ayudar a los inmigrantes y que es apoyada por Creative Time, a veces explica el arte como práctica social con una consigna antimodernista: "Es hora de que el mingitorio de Marcel Duchamp vuelva al baño".
La Pulitzer Foundation for the Arts, una entidad privada que se inauguró en St. Louis en 2001, reaccionó en diciembre a las disparidades raciales y económicas en esa localidad llevando a cabo una asamblea municipal. "Queríamos empezar a ver el arte con mayor amplitud", dijo Kristina Van Dyke, directora de la fundación. "La pregunta que nos hicimos fue: ¿Podemos hacer realidad el cambio social a través del arte, lisa y llanamente?"
Una asamblea para tratar temas raciales y económicos en la Fundación Pulitzer para las Artes atrajo a 350 personas.
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Para algunos, las
instituciones y los artistas deben resistir el impulso a dicho cambio.
Maureen Mullarkey, pintora de Nueva York, escribió en su blog que "el
arte está dejando de ser arte".
Sostuvo, en cambio, que "está siendo convertido en una variante de organización comunitaria por presuntos promotores de sus propias nociones del bien común". Muchas instituciones ven, sin embargo, la necesidad de extender su alcance.
El Museo de Arte Contemporáneo de Detroit está construyendo una de las últimas obras del artista Mike Kelley, que se suicidó el año pasado. Kelley especificó que la recreación de la casa estilo rancho de su infancia no debería ser un lugar artístico tradicional sino un lugar de servicios sociales, con posibles funciones como espacio para música y para programas educativos de museo. No se sabe si los visitantes entenderán que la casa es una obra de arte y una performance continua.
Los artistas parecen estar más seguros. Caroline Woolard, una artista neoyorquina de 29 años entre cuyos proyectos figuran colaborar con "escuelas de oficios", dijo que se convirtió en artista de práctica social porque para ella el mundo del arte estaba demasiado aislado.
Por su parte, Thompson, de Creative Time, considera que es común que muchos de sus artistas dedicados a la práctica social vean una separación enorme entre ellos y el arte comercial.
"Hay artistas que no quieren ser parte del espectáculo", dijo.
"Durante una crisis de gran desigualdad no quieren ser teloneros y quedarse haciendo juegos de malabarismo a un costado".
Sostuvo, en cambio, que "está siendo convertido en una variante de organización comunitaria por presuntos promotores de sus propias nociones del bien común". Muchas instituciones ven, sin embargo, la necesidad de extender su alcance.
El Museo de Arte Contemporáneo de Detroit está construyendo una de las últimas obras del artista Mike Kelley, que se suicidó el año pasado. Kelley especificó que la recreación de la casa estilo rancho de su infancia no debería ser un lugar artístico tradicional sino un lugar de servicios sociales, con posibles funciones como espacio para música y para programas educativos de museo. No se sabe si los visitantes entenderán que la casa es una obra de arte y una performance continua.
Los artistas parecen estar más seguros. Caroline Woolard, una artista neoyorquina de 29 años entre cuyos proyectos figuran colaborar con "escuelas de oficios", dijo que se convirtió en artista de práctica social porque para ella el mundo del arte estaba demasiado aislado.
Por su parte, Thompson, de Creative Time, considera que es común que muchos de sus artistas dedicados a la práctica social vean una separación enorme entre ellos y el arte comercial.
"Hay artistas que no quieren ser parte del espectáculo", dijo.
"Durante una crisis de gran desigualdad no quieren ser teloneros y quedarse haciendo juegos de malabarismo a un costado".
Fuente: Revista Ñ Clarín