Solamente en 2011, abrieron 390 museos, de arte
contemporáneo y de arte antiguo, que comparten una cualidad típica de
las instituciones chinas: su carácter ambicioso.
En China se están abriendo museos grandes, pequeños, con
respaldo del gobierno o financiados en forma privada, a un ritmo
vertiginoso. En 2011 solamente, surgieron alrededor de 390 museos
nuevos. Hasta no hace mucho tiempo, los museos de arte contemporáneo en
China eran manejados en forma privada, ya sea como entidades
corporativas o como vidrieras particulares de coleccionistas ricos.
En octubre, se sentó un importante precedente con la inauguración del Museo de Arte Contemporáneo de Shanghai, el primer museo de obras de estos últimos tiempos financiado por el gobierno. Si bien el reconocimiento oficial de la importancia internacional del arte chino fue postergado durante mucho tiempo, cuando finalmente llegó, resultó considerablemente enfático. El museo de Shanghai, conocido popularmente como la Usina del arte es una usina de electricidad del siglo XIX reciclada, es espectacular desde el punto de vista físico.
Unos 2.500 kilómetros al oeste de Shanghai, en la ciudad-oasis de Dunhuang, al borde del desierto de Gobi, se construye otro museo, mucho menos convencional que la Usina. Su objetivo no es atraer multitudes al arte novedoso sino mantenerlas alejadas del contacto perjudicial con el arte viejo, los antiguos murales budistas que cubren los interiores de centenares de cuevas en la zona de Dunhuang y que están deteriorándose rápidamente.
Pintados entre los siglos IV y XIV en un punto central de la Ruta de la Seda, las cuevas constituyen prácticamente un museo de la cultura cosmopolita china a lo largo de todo un milenio.
Los museos de Shanghai y Dunhuang comparten una cualidad típica de las nuevas instituciones en China: su carácter ambicioso. En general, esto se mide por el tamaño. Cuando luego de su modernización, en 2011 se inauguró en Beijing el Museo Nacional de China, a nivel oficial se aprovechó considerablemente el hecho de que fuera, desde cualquier ángulo que se lo mirara, el museo más grande del mundo.
El gusto por el gigantismo volvió a ser evidente en Shanghai este último otoño. En el mismo día de octubre que se inauguró la Usina, también abrió un segundo museo estatal en Shanghai, el Museo de Arte Chino, llamado a veces el Palacio de Arte Chino. Dedicado en gran medida al modernismo chino del siglo XX, se halla en una estructura surrealista de color rojo laca.
Hay muchos otros museos en Shangai, aunque más pequeños. Son en su mayoría de dueños particulares y financiados también en forma privada. Como mínimo dos, el Museo de Arte Minsheng y el Museo de Arte Rockbund, tienen reputaciones sólidas. El Minsheng, financiado por una corporación bancaria, se especializa en arte chino contemporáneo. El Rockbund funciona con muestras rotativas y sin colección. Se destaca por seleccionar obras no chinas.
En el número cada vez mayor de museos particulares creados por coleccionistas privados la norma es una mezcla internacional. A fines del año pasado, Liu Yigian, un inversor multimillonario de Shanghai, y su mujer, Wang Wei, abrieron su Museo del Dragón (también conocido como el Museo Long), con tenencias que incluyen bronces antiguos, pinturas de la época de Mao y obras contemporáneas. También tienen planes de construir un segundo museo.
China todavía no tiene ninguno que ofrezca algo parecido a un panorama histórico completo del arte contemporáneo del país en los últimos 30 años. No obstante, el gobierno está poniendo un fuerte énfasis en Dunhuang. Las cuevas budistas se encuentran en varios lugares alrededor de Dunhuang, pero una gran mayoría, alrededor de 700, están excavadas en largos acantilados en un lugar llamado Mogao a varios kilómetros de la ciudad.
Según la leyenda, en el siglo IV un monje ambulante se sintió atraído a Mogao por una visión de luces centelleantes. Creyendo que el lugar era sagrado, vació una cueva en el acantilado y se quedó allí. Vinieron otros monjes y se excavaron más cuevas. La existencia de Mogao fue finalmente olvidada, pero en el año 1900, uno tras otro, varios exploradores de Europa, Rusia, Japón, EE.UU. llegaron al lugar y retiraron pinturas de las paredes que luego enviaron a sus países.
China comenzó a restaurar las cuevas en la década de 1940. Con el tiempo, su mística creció. En 1979, el año en que fueron abiertas al público, llegaron 20.000 visitantes. Para fines de 2000, la cantidad anual había aumentado a 800.000.
Para entonces, la amenaza de daño para las pinturas, por la exposición a la humedad generada por los humanos y por el dióxido de carbono, se había vuelto severa. En la actualidad, casi todas las cuevas están cerradas.
Para preservar Mogao como obra de arte y a la vez como meta turística, este año se abrirá un centro para visitantes. Los visitantes se trasladarán en autobús para visitar Mogao, donde verán varias cuevas y un museo de objetos esculturas transportables, textiles, rollos manuscritos. Dunhuang ocupa un lugar especial en la imaginación cultural de China. Cuidarlo significa remediar la negligencia del pasado. Ver las obras de estas cuevas como corresponde, a orillas del desierto, constituye una experiencia profunda.
En octubre, se sentó un importante precedente con la inauguración del Museo de Arte Contemporáneo de Shanghai, el primer museo de obras de estos últimos tiempos financiado por el gobierno. Si bien el reconocimiento oficial de la importancia internacional del arte chino fue postergado durante mucho tiempo, cuando finalmente llegó, resultó considerablemente enfático. El museo de Shanghai, conocido popularmente como la Usina del arte es una usina de electricidad del siglo XIX reciclada, es espectacular desde el punto de vista físico.
Unos 2.500 kilómetros al oeste de Shanghai, en la ciudad-oasis de Dunhuang, al borde del desierto de Gobi, se construye otro museo, mucho menos convencional que la Usina. Su objetivo no es atraer multitudes al arte novedoso sino mantenerlas alejadas del contacto perjudicial con el arte viejo, los antiguos murales budistas que cubren los interiores de centenares de cuevas en la zona de Dunhuang y que están deteriorándose rápidamente.
Pintados entre los siglos IV y XIV en un punto central de la Ruta de la Seda, las cuevas constituyen prácticamente un museo de la cultura cosmopolita china a lo largo de todo un milenio.
Los museos de Shanghai y Dunhuang comparten una cualidad típica de las nuevas instituciones en China: su carácter ambicioso. En general, esto se mide por el tamaño. Cuando luego de su modernización, en 2011 se inauguró en Beijing el Museo Nacional de China, a nivel oficial se aprovechó considerablemente el hecho de que fuera, desde cualquier ángulo que se lo mirara, el museo más grande del mundo.
El gusto por el gigantismo volvió a ser evidente en Shanghai este último otoño. En el mismo día de octubre que se inauguró la Usina, también abrió un segundo museo estatal en Shanghai, el Museo de Arte Chino, llamado a veces el Palacio de Arte Chino. Dedicado en gran medida al modernismo chino del siglo XX, se halla en una estructura surrealista de color rojo laca.
Hay muchos otros museos en Shangai, aunque más pequeños. Son en su mayoría de dueños particulares y financiados también en forma privada. Como mínimo dos, el Museo de Arte Minsheng y el Museo de Arte Rockbund, tienen reputaciones sólidas. El Minsheng, financiado por una corporación bancaria, se especializa en arte chino contemporáneo. El Rockbund funciona con muestras rotativas y sin colección. Se destaca por seleccionar obras no chinas.
En el número cada vez mayor de museos particulares creados por coleccionistas privados la norma es una mezcla internacional. A fines del año pasado, Liu Yigian, un inversor multimillonario de Shanghai, y su mujer, Wang Wei, abrieron su Museo del Dragón (también conocido como el Museo Long), con tenencias que incluyen bronces antiguos, pinturas de la época de Mao y obras contemporáneas. También tienen planes de construir un segundo museo.
China todavía no tiene ninguno que ofrezca algo parecido a un panorama histórico completo del arte contemporáneo del país en los últimos 30 años. No obstante, el gobierno está poniendo un fuerte énfasis en Dunhuang. Las cuevas budistas se encuentran en varios lugares alrededor de Dunhuang, pero una gran mayoría, alrededor de 700, están excavadas en largos acantilados en un lugar llamado Mogao a varios kilómetros de la ciudad.
Según la leyenda, en el siglo IV un monje ambulante se sintió atraído a Mogao por una visión de luces centelleantes. Creyendo que el lugar era sagrado, vació una cueva en el acantilado y se quedó allí. Vinieron otros monjes y se excavaron más cuevas. La existencia de Mogao fue finalmente olvidada, pero en el año 1900, uno tras otro, varios exploradores de Europa, Rusia, Japón, EE.UU. llegaron al lugar y retiraron pinturas de las paredes que luego enviaron a sus países.
China comenzó a restaurar las cuevas en la década de 1940. Con el tiempo, su mística creció. En 1979, el año en que fueron abiertas al público, llegaron 20.000 visitantes. Para fines de 2000, la cantidad anual había aumentado a 800.000.
Para entonces, la amenaza de daño para las pinturas, por la exposición a la humedad generada por los humanos y por el dióxido de carbono, se había vuelto severa. En la actualidad, casi todas las cuevas están cerradas.
Para preservar Mogao como obra de arte y a la vez como meta turística, este año se abrirá un centro para visitantes. Los visitantes se trasladarán en autobús para visitar Mogao, donde verán varias cuevas y un museo de objetos esculturas transportables, textiles, rollos manuscritos. Dunhuang ocupa un lugar especial en la imaginación cultural de China. Cuidarlo significa remediar la negligencia del pasado. Ver las obras de estas cuevas como corresponde, a orillas del desierto, constituye una experiencia profunda.
Como ocurre con todo lo vinculado a la cultura
contemporánea, China se hace preguntas, tanto sobre la naturaleza del
arte como sobre la función de los museos, que nosotros rara vez
consideramos. La larga curva del aprendizaje museológico de China tiene
mucho para enseñarnos.
Fuente: Revista Ñ Clarín