Pablo De Monte explora las relaciones entre realidad
 y representación, y entre naturaleza y artificio. Pintura, objetos 
lumínicos y sonoros. 
                
                
 
Por Marina Oybin
Hay algo del universo de Tim Burton en ese extraño bosque de 
árboles simétricos, prolijos, podados con parsimonia exasperante. Me 
imagino a Edward esculpiendo en ese sitio donde termina el bosque. Ahí 
está, con sus manos atrofiadas, dando forma a todo lo que se le cruza: 
por sus tijeras pasan cabelleras, canteros y árboles hasta césped tan 
perfecto como el de “La naturaleza de lo natural I”. Ese extraño 
universo de Pablo De Monte me recuerda al pueblo aletargado al que llegó
 el entrañable Edward de manos filosas, inmanejables para las caricias 
pero avezadas para el arte. Creadoras de alucinadas esculturas de hielo.
 Estamos en la galería Jacques Martínez, en Donde termina el bosque , la
 muestra de Pablo De Monte que reúne pinturas de gran formato y objetos 
escultóricos.
En las obras de De Monte habita un mix bien 
singular: los tonos pasteles junto con los colores intensos saturan la 
retina. El ojo queda extasiado. En esta última serie de pinturas, el 
artista se mete cada vez más con la abstracción. Las figuras, que 
parecen talladas con gubia, se van diluyendo y avanza el cruce con el 
cinetismo, el Madí, el op-art y el color bien pop. El ojo vuelve a 
vibrar. La perspectiva irreal y las imágenes desnudas, fragmentadas, se 
mezclan con formas abstractas.
![]()  | 
| Bosque , 2012, acrílico sobre tela, 150 x 200cm. | 
Los personajes de las pinturas parecen 
flotar en ese extraño espacio. Le gusta a De Monte jugar con formas y 
colores: huye de cualquier equilibrio compositivo a puro efecto óptico y
 tensión formal. 
Cuenta el artista que muchos de los temas de sus
 obras surgieron a partir de la lectura de Lacan y de Gérard Wajcman: 
“Vengo explorando la relación entre imagen y representación, me interesa
 la idea de la imagen ausente: aquello que está más allá del lenguaje, 
que no se puede representar”. 
Al ingresar en la primera sala, uno
 se topa con un simulacro que obnubila: dos fabulosos objetos con motor y
 dispositivo sonoro. Son jardines y, al tiempo, increíbles flippers 
hechos con productos comprados en el barrio chino. “Esa idea del espacio
 natural, incontaminado, es una invención: ya cuando el hombre mira un 
sitio lo invade, deja de ser ´natural´”, dice el artista. 
Esos 
objetos con dispositivos sonoros y de movimiento son un grotesco kitsch,
 bello, alegre. Antinaturaleza pura y dura. Allí, con movimientos 
rústicos, avanzan luminosas libélulas entre caracoles, junto a una bella
 cascada de luces azuladas. 
![]()  | 
| Melancolía II , 2012, acrílico, madera y dispositivo lumínico, 60 x 100 cm. | 
“La mirada que atañe a la obra de arte no 
tiene que ver con lo fisiológico, con lo retiniano: cuando ves una obra,
 te encontrás con el deseo del otro. Me fascina el encuentro entre esas 
dos miradas, la del artista y la del espectador”, dice De Monte.  
Con
 rudimentarios dispositivos de simulación, en esos toscos y fantásticos 
jardines el concepto de natural entra en crisis: “Al ser un simulacro de
 lo real ya no se opone a lo artificial, constituyendo una simulación de
 la naturaleza, que si es eficaz, reemplaza o sustituye lo real. Los 
Jardines desarrollan un espacio controlado, inocuo, donde la amenaza de 
lo natural está ausente”, dice el artista. 
¿Cuál es la verdadera 
imagen? ¿La que golpea a diario o la que soñamos insistentemente? Estas 
son algunas de las cuestiones que parece plantearse De Monte. En muchas 
de sus pinturas el título le escapa a la imagen. Y en ese juego con el 
lenguaje, algunas obras de series anteriores con detectores de 
movimiento lanzaban preguntas al espectador: un cartel luminoso 
disparaba interrogantes como: “¿Qué cosa hay detrás de la imagen?”.
![]()  | 
| La naturaleza de lo natural II. 2011, acrílico, motor, dispositivo sonoro, 117 x 42 x 58. | 
Le
 gusta a De Monte mezclar la cultura popular con la que habita museos y 
galerías. De una imagen de la Basílica de Guadalupe que vio en México DF
 tomó la idea de incluir en sus obras ese dispositivo con luces con el 
que se representa la aureola. Y en obras anteriores intervino pinturas 
de un artesano de la calle Florida que trabajaba con aerógrafo: desató 
sobre paisajes de ciencia ficción un universo fabuloso.  
En los 
trabajos de De Monte, el diseño y los grafismos tienen mucho del trazo 
de la gubia en la madera. Las figuras, con estética de cómic, están 
ahora reconcentradas en la escena que habitan. Acaso como un efecto 
paradojal, estamos en ese sitio siempre ausente. Se percibe una tensión 
latente: los personajes como maniquíes, ensimismados, jamás cruzan las 
miradas e ignoran al espectador. Algunos parecen flotar; otros, 
eyectarse de las telas. Los colores saturados estallan en la retina. Las
 libélulas de tonos soñados vuelan sincronizadas, hay formas extrañas 
que se mueven como un péndulo, la cascada infinita se vuelve azul, 
violeta  fulgurante. Ya no quedan dudas: estamos cerca de donde termina 
el bosque.
Fuente: Revista Ñ Clarín














