Con gracia y con una enorme brutalidad, un artista
plantea lo que todos sabemos y tendemos a olvidar con una facilidad que
el poder seguramente agradece.
Por Cristina Civale
Javier Abreu (Maldonado, Uruguay, 1980) ya dio que hablar como
estudiante de Bellas Artes en Montevideo, años antes de presentar su
primera muestra en Buenos Aires, Salame argentino, una
instalación que entre otras cosas cuenta con un autorretrato en el que
se cubre la cabeza con salame y que ahora puede visitarse como parte
del Fase 4, en la Sala 9 del Centro Cultural Recoleta, cuyas paredes se
encuentran, para la ocasión, tapizadas/pintadas a rayas blancas y
rojas. No es la primera vez que trabaja con comida y sus derivados.
En los tiempos en que todavía era estudiante, Abreu participó en el Encuentro Internacional de Performance en Montevideo. Allí realizó una acción que consistió en comer su propio excremento. La situación sucedió así, según él mismo relata a Ñ: “Me vestía frente al público y luego sacaba de una bolsa el menú Mac y en un tupperware un asistente lo ofrecía al público de cerca para que no hubiera duda de que el excremento era real. Lo coloqué entre dos panes y me lo comí. Fueron veinte minutos de acción, estaba sentado en el centro con una luz puntual y la gente paradita alrededor. Al lunes siguiente tuve que darle explicaciones al director de la escuela de Bellas Artes y por el resto de los años de estudiante me miraron con desconfianza”. Más allá del efecto de la acción, el mensaje era más que obvio y es en esa híper obviedad, en ese énfasis realizado conscientemente, en ese no dejar lugar a dudas sobre el mensaje, sobre lo que se monta la obra de este artista uruguayo. Podría decirse que también la misma se mueve entre la escatología y el “delito”.
Así es, luego de esta peformance sobre la que se habló mucho tiempo en su ciudad, empezó su proyecto mayor, a partir del cual giran y se enlazan el resto de sus obras, incluida ésta que presenta en Recoleta. Este proyecto maestro es El empleado del mes. A través de él, Abreu trató de dar cuenta de la explotación que padecen los empleados de las corporaciones, premiados con medallas de lata y cuadritos con sus fotografías vestidos con uniforme, fotos clavadas en las paredes de sus trabajos-celdas, por el buen desempeño de sus tareas durante un mes de trabajo. El proyecto se inició durante la crisis de 2002. Abreu participó de un entrenamiento para formar parte en la empresa McDonald’s, de ese ejército de chicas y chicos que en tiempo récord deben –rotativamente– hacer hamburguesas, freír papas, armar sánguches y atender al público. Logró ingresar a la empresa y hacerse de lo que realmente quería: el uniforme característico del potencial empleado del mes. Nunca se presentó a trabajar pero se quedó con la ropa. Junto a una amiga, salió a la calle disfrazado de chico McDonalds y se fotografío en esos días de bancos cerrados, desesperación y default a lo largo de su ciudad.
Presentó las fotografías en el Festival de Arlés y fue seleccionado. Viajó a Francia y con ese viaje comenzó el tour y las acciones vinculadas a ese proyecto central.
El proyecto se presentó en Alemania en donde realizó una instalación con 365 latas de atún como comida oficial de Uruguay; repitió lo mismo en el Mundial de Fútbol de 2006 en Weimar, en México, en varios encuentros de performances y en Ex Teresa, espacio icónico de México DF, donde volverá este año.
En los tiempos en que todavía era estudiante, Abreu participó en el Encuentro Internacional de Performance en Montevideo. Allí realizó una acción que consistió en comer su propio excremento. La situación sucedió así, según él mismo relata a Ñ: “Me vestía frente al público y luego sacaba de una bolsa el menú Mac y en un tupperware un asistente lo ofrecía al público de cerca para que no hubiera duda de que el excremento era real. Lo coloqué entre dos panes y me lo comí. Fueron veinte minutos de acción, estaba sentado en el centro con una luz puntual y la gente paradita alrededor. Al lunes siguiente tuve que darle explicaciones al director de la escuela de Bellas Artes y por el resto de los años de estudiante me miraron con desconfianza”. Más allá del efecto de la acción, el mensaje era más que obvio y es en esa híper obviedad, en ese énfasis realizado conscientemente, en ese no dejar lugar a dudas sobre el mensaje, sobre lo que se monta la obra de este artista uruguayo. Podría decirse que también la misma se mueve entre la escatología y el “delito”.
Así es, luego de esta peformance sobre la que se habló mucho tiempo en su ciudad, empezó su proyecto mayor, a partir del cual giran y se enlazan el resto de sus obras, incluida ésta que presenta en Recoleta. Este proyecto maestro es El empleado del mes. A través de él, Abreu trató de dar cuenta de la explotación que padecen los empleados de las corporaciones, premiados con medallas de lata y cuadritos con sus fotografías vestidos con uniforme, fotos clavadas en las paredes de sus trabajos-celdas, por el buen desempeño de sus tareas durante un mes de trabajo. El proyecto se inició durante la crisis de 2002. Abreu participó de un entrenamiento para formar parte en la empresa McDonald’s, de ese ejército de chicas y chicos que en tiempo récord deben –rotativamente– hacer hamburguesas, freír papas, armar sánguches y atender al público. Logró ingresar a la empresa y hacerse de lo que realmente quería: el uniforme característico del potencial empleado del mes. Nunca se presentó a trabajar pero se quedó con la ropa. Junto a una amiga, salió a la calle disfrazado de chico McDonalds y se fotografío en esos días de bancos cerrados, desesperación y default a lo largo de su ciudad.
Presentó las fotografías en el Festival de Arlés y fue seleccionado. Viajó a Francia y con ese viaje comenzó el tour y las acciones vinculadas a ese proyecto central.
El proyecto se presentó en Alemania en donde realizó una instalación con 365 latas de atún como comida oficial de Uruguay; repitió lo mismo en el Mundial de Fútbol de 2006 en Weimar, en México, en varios encuentros de performances y en Ex Teresa, espacio icónico de México DF, donde volverá este año.
INSTALACION. En el Centro Cultural Recoleta, en el marco del encuentro "Fase 4". |
En Santiago de Chile, El Empleado se presentó en el Centro Cultural de la Casa de la Moneda. En la Bienal de La Habana 2009 Abreu se presentó con una barba al estilo Che y deambuló por las calles de la ciudad vieja vestido como el Empleado. El último día se afeitó en una típica peluquería de La Habana Vieja. En la Bienal de Sao Paulo 2010 realizó una performance llamada “Catering para el G20” porque en ese momento estaban reunidos los poderosos en Seúl y con música de Michael Jackson, más concretamente con el tema We Are the World sonando se paseó con su uniforme, rodeado de las obras de Roberto Jacoby, Cildo Meirelles y Oscar Bony, entre otros.
Luego de este recorrido estelar y de alto impacto, llega a Buenos Aires en un momento particular de la vida política argentina, presentando su Salame argentino, donde además de incluir sus fotografías uniformadas y de presentar el espacio intervenido como una cárcel y hacer de su salame “el exponente del trabajador esclavo del SXXI”, suma un regalo con la intención de que sea una dedicatoria para la Argentina. Destaca en la muestra una fotografía de campaña de 2011 de Cristina Fernández, una foto que luego interviene con un dibujo de un cerebro-salame donde, más allá del fiambre híbrido interpuesto, la imagen de Cristina destaca poderosamente. Cuenta: “Por supuesto la metáfora cabeza-poder es evidente. En mi país siempre he trabajado con las figuras de los últimos presidentes, Batlle, Tabaré Vázquez, y el año pasado para el Bicentenario realicé un video, Los miedos, con dos artistas en la propia casa de Pepe Mujica”.
A pesar de que las razones parecen claras en esta muestra curada por Graciela Taquini, le preguntamos a Abreu sobre lo que significa para él la palabra “salame”. Y no puede ser más claro: “Por supuesto la expresión ‘salame’ es sinónimo de tonto. Quiero que el espectador se haga cómplice en el sentido de que todos nos sentimos políticamente hablando unos salames en algún momento, esa sensación de frustración de haber sido engañados no sólo hoy sino en las ultimas décadas. Ni hablar de 2002 cuando de golpe los políticos dicen ‘bueno, estamos en crisis’ y se encogen de hombros y nosotros puteamos a la tele, impotentes, salames todos”. Y esa es la clave de su éxito: en estos tiempos todos nos sentimos un poco salames y Abreu llega aquí para contarlo con gracia, frescura y una enorme brutalidad.
FICHA
Javier Abreu. El Empleado del Mes. Salame argentino.
Lugar: Sala 9 del Centro Cultural Recoleta, Junin 1930.
Fecha: hasta el 14 de octubre.
Horario: mar a vie, 14 a 21. Sabados y domingos, 12 a 21.
Entrada: gratis.
Fuente: Revista Ñ Clarín