Del aniversario del nacimiento del genial Le Corbusier a las
reflexiones acerca de una profesión sobre la que muchos creen saber.
Le Corbusier. En el Borges lo homenajean con una muestra sobre su obra. |
Por Miguel Jurado*
La semana pasada cumplió ciento veinte años Le Corbusier (bueno, “cumplió” es una forma de decir porque el famoso arquitecto suizo-francés murió en 1965). El asunto es que, el 6 de octubre, Le Corbusier hubiera cumplido años y en el Centro Cultural Borges se organizó una muestra homenaje que todavía sigue. Allí, entre vino y vino, Raquel (una señora de cincuenta y pico), me dijo sin sacar los ojos de una foto de la Casa Curutchet de La Plata: “¡Qué maravilla! ¡Cuánta creatividad! ¡Cómo me hubiera gustado ser arquitecta! Ahí caí en la cuenta que a mucha gente le pasa lo que a Raquel: tienen a la arquitectura como su vocación frustrada, fueron profesionales del diseño y la construcción en una vida pasada o quieren serlo en una vida futura. El asunto es que, quién más, quién menos, todos tienen en su corazón un pequeño arquitecto esperando la oportunidad para salir del closet.
La semana pasada cumplió ciento veinte años Le Corbusier (bueno, “cumplió” es una forma de decir porque el famoso arquitecto suizo-francés murió en 1965). El asunto es que, el 6 de octubre, Le Corbusier hubiera cumplido años y en el Centro Cultural Borges se organizó una muestra homenaje que todavía sigue. Allí, entre vino y vino, Raquel (una señora de cincuenta y pico), me dijo sin sacar los ojos de una foto de la Casa Curutchet de La Plata: “¡Qué maravilla! ¡Cuánta creatividad! ¡Cómo me hubiera gustado ser arquitecta! Ahí caí en la cuenta que a mucha gente le pasa lo que a Raquel: tienen a la arquitectura como su vocación frustrada, fueron profesionales del diseño y la construcción en una vida pasada o quieren serlo en una vida futura. El asunto es que, quién más, quién menos, todos tienen en su corazón un pequeño arquitecto esperando la oportunidad para salir del closet.
La principal causa de la popularidad de la arquitectura es
que, vista de afuera, parece una profesión divertida, pura creación del
espíritu. Creo que la culpa de eso la tenemos los arquitectos que
mostramos cierta suficiencia frente a nuestras propias obras. Lo cierto
es que detrás de esa imagen de suficiencia implacable y optimismo todo
terreno que mostramos los arquitectos, muchos sufrimos algunas cosas de
la profesión.
Para empezar, frente a las opiniones de médicos y
abogados, lo que diga un arquitecto siempre es discutible, sobre todo
porque no hay ningún riesgo. A ningún paciente se le ocurriría pelearse
con su doctor en medio de la operación, y menos que menos, con su
abogado. Además, los fracasos de los arquitectos quedan a la vista de
todo el mundo. El famoso estadounidense Frank Lloyd Wright decía: “Un
médico puede enterrar sus errores, un arquitecto sólo puede aconsejar a
sus clientes que planten una enredadera”.
En arquitectura, la
relación cliente-profesional puede describirse como la de una pareja. El
primer momento es el noviazgo, los clientes ven al arquitecto como si
fuera un mago, todo lo que hace y dice es creativo, divino,
sorprendente, genial. Después (casi siempre durante la obra) es la etapa
del matrimonio. Los trucos del arquitecto se acaban, o lo que es peor,
se repiten. El cliente ya le sacó la ficha y aunque todavía le parece un
mago, sabe que la magia la hace con su plata. Así, la buena onda se
termina rápido. Después viene el divorcio: la obra se termina y los dos
están aliviados de que así sea. De vez en cuando se produce el
reencuentro, y hasta hay reconciliaciones, siempre y cuando el
arquitecto siga en su papel de simpático de tiempo completo. Otro
estadounidense, Philips Johnson decía: “Los arquitectos somos como
prostitutas de clase alta. Nosotros podemos rechazar algunos proyectos
de la manera en que ellas pueden rechazar algunos clientes, pero los dos
tenemos que decir que sí a alguien de vez en cuando si queremos
permanecer en el negocio”. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo, las
prostitutas cobran por adelantado y a los arquitectos, muchas veces, nos
cuesta demasiado cobrar por nuestros servicios. No por nada, el
fallecido Mario Roberto Alvarez solía alentar a sus colegas diciendo:
”¿Usted quiere ganar plata con la arquitectura? ¡Olvídese!
Otro
tema peliagudo de la profesión es que, como todos los clientes tienen un
arquitecto en algún lugar del corazón, tienden a pensar que lo que
hacés es fácil. “Haceme un dibujito de esos que hacen ustedes”, te
dicen, y dan la primera señal de que el trabajo va a terminar mal. Por
la misma razón, el cliente tiene tendencia a pensar que todo lo que sale
bien se le ocurrió a él y los errores son del arquitecto.
En
realidad, el problema de la arquitectura es que es una profesión
hermosa, llena de posibilidades. Eso alienta a que la idealice mucha
gente. Para empezar, estudiar arquitectura es como jugar a ser
arquitectos, y con los mejores proyectos del mundo: en primer año
proyectás casas y pequeños conjuntos de viviendas; en segundo,
edificios; en tercero, centros culturales o grandes teatros; en cuarto,
centros deportivos, y en quinto, pedazos enteros de ciudad. Pocas
carreras suelen ser tan divertidas. El tema es que cuando salís de la facu
hecho un titán hay pocos clientes para hacer un centro cultural.
Resulta que los primeros trabajos son el garaje de una prima o la cocina
de tu tía. Y claro, vos lo podés hacer pero te sentís como un cirujano
al que le piden que corte un bifecito. Todo bien, el famoso alemán Mies
van der Rohe decía: “No importa el qué, sino el cómo”. Es decir, no
importa si es un garaje o una palacio, el tema es que lo hagas bien.
Bueno, en eso estamos.
* Editor adjunto de ARQ
Fuente: clarin.com