SARACENO EN NUEVA YORK

Arte
En la cima de su carrera, el artista argentino radicado en Fráncfort, que deslumbró en la 53a Bienal de Venecia, instaló sus mundos aéreos en la terraza del museo neoyorquino.



Las superficies reflejantes de Ciudad Nube proponen perspectivas múltiples. Foto: GENTILEZA STUDIO SARACENO


Por Juana Libedinsky / LA NACIÓN
La lista podría seguir infinitamente, y no es difícil darse cuenta de que eso es precisamente lo que su autor, Tomás Saraceno, quiere. Nacido en Tucumán, graduado como arquitecto en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de Fráncfort, y convertido en una de las grandes estrellas del arte contemporáneo, especialmente desde que su obra fuera expuesta en la Bienal de Venecia, Saraceno se inscribe dentro de la línea en el arte que busca el input de los espectadores para dar un sentido (pero que nunca es final) a su obra. Y no podría haber mejor lugar para una pieza así que la terraza del principal acervo artístico de la Gran Manzana, donde se mezclan cielo y tierra, turistas de todas partes del planeta, vistas a edificios célebres de la ciudad y al verde inacabable del Central Park.
Sí, Saraceno llegó a la terraza del Met, un espacio que se abre para instalaciones y esculturas cada verano y donde ya estuvieron exhibidos trabajos de artistas como Jeff Koons, quien tiene el récord de ser la persona viva que vendió obra más cara. El prestigio asociado es máximo y el arte, serio, pero en un contexto de toque ligero que la institución se permite en la temporada estival. Es un espacio abierto hasta tarde, donde hay un quiosko que vende alcohol (muy apropiadamente, las cervezas de marca emblemática argentina en este caso) y que es parte del respiro siempre algo lúdico y onírico, a la vez que cultural, que la gran ciudad da a sus habitantes y visitantes.
El encuentro de adn con Saraceno tiene lugar minutos antes de la apertura al público de la obra, titulada Ciudad Nube, y que es parte de la serie Ciudades Nube
Ciudades Aeropuerto en la que el artista explora las diferentes maneras en las que se puede habitar y experimentar el ambiente que nos rodea.
Sentados en unos bancos a la sombra de la estructura, resulta prácticamente imposible hacerlo hablar de cualquier otra cosa que no sea la obra que tiene delante. Se va compenetrando en sus propias explicaciones a tal punto que todo lo demás deja de existir (a una pregunta simple como si había visto algo de la ciudad, hay que repetirla y explicarla, lo mismo si se trae a colación cualquier teórico que no sea los que él tiene de referencia). Esto, además de intenso, evidentemente resulta fascinante para un señor mayor que, semiescondido detrás de unas plantas que bordean el banco, sigue la entrevista atentísimo, a pesar de que se desarrolla en voz muy baja.
Finalmente estira la mano a través del cantero y se presenta: es John W. McCarter Jr., miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias, regente del Instituto Smithsoniano y presidente del Museo Field de Chicago. Para este último dice que quiere Ciudad Nube y no encuentra palabras suficientes para expresar su admiración por el artista argentino y el concepto de su obra.
Saraceno ha desembarcado en Estados Unidos con mucha fortuna y, según el dossier de prensa, con un trozo del más allá.

La Ciudad Nube de Saraceno en la terraza del Met, donde se expusieron esculturas de artistas como Jeff Koons. Foto: AP
-¿Tu obra es un pedazo de cielo en la tierra?
-Bueno, hay muchas posibles interpretaciones, y cuantas más, mejor. Quiero que la obra hable por sí misma y que la gente que llega con distintas experiencias de vida la absorba a su manera. Para que una obra sea verdaderamente multifacetada, que es lo que yo busco, tiene que tener horizontes de interpretación que se expanden y cambian de manera permanente. Sobre todo quiero que me sorprenda a mí mismo al ser siempre distinta.
-¿Y lo lográs?
-Hay momentos muy lindos. Por ejemplo, cuando estábamos montando la obra, yo quería decirle a alguien que me pasara una herramienta pensando que lo tenía al lado y de pronto, ¡ooooooh!, era sólo su reflejo, estaba en realidad lejos. Me gusta pensar en la lejanía y la cercanía como algo múltiple, en que ambos se pueden dar a la vez y así invertir preconceptos.
-¿Qué son estos módulos de los cuales está compuesta la obra? -Es la geometría más perfecta que inventó el hombre, creada por dos científicos de Trinity College, de Dublín. Es la geometría resultante de tratar de poner esferas juntas, bastante provechosa para pensar una futura ciudad volante.
-Cada módulo tiene superficies reflejantes, espejos, o agujeros en sus caras, ¿la decisión de qué poner en cada uno fue estética, filosófica, aerodinámica...?
-No son espejos, son superficies reflejantes.
-¿Es el arquitecto que habla, corrigiéndome porque me equivoqué de material, o es el artista y es una cuestión filosófica, ya que el reflejo no es perfecto en el metal pulido?
-Me gusta más la palabra reflejante porque se parece a "reflexionar". Me gusta detenerme en las palabras y pensar que pueden tener un significado hacia otra dimensión. En concreto, las superficies reflejantes funcionan como un periscopio de un submarino; parado aquí ves edificios lejanos como si estuvieran al lado. Las superficies reflejantes son también las que te ponen el cielo a tus pies, traen perspectivas múltiples y te hacen perder la gravedad. Ojalá la obra pueda ser interpretada también así, como una ciudad que vuela, suspendida en el aire.
-¿Veías mucho Los Supersónicos de chico?
-¡Un poquito!
-¿Y la decisión de poner o no superficies reflejantes en cada módulo?
-Por un lado, es una geometría que funciona para volar; por otro lado, es una decisión estética. Si te concentrás en cualquier cosa veinte minutos, tu vida va a cambiar, porque le podés ir agregando niveles de interpretación distinta de cada decisión.
-¿Diseñás a mano alzada, con computadora, con maquetas?
-Voy mezclando. De la maqueta paso al 3D en la computadora y vuelvo a la maqueta para modificar con mis manos. Después entra todo el equipo de ingenieros, expertos en seguridad edilicia. Esto fue casi como una obra de arquitectura, que yo prácticamente no hago.
-¿Nunca remodelaste el baño y la cocina de amigos o hiciste una casita en un country?
-Le hice una intervención a una casa de mi viejo en Perú. Era de barro y tenía algo de Observatorio Chandra, que fue un poco la inspiración para esta obra. Pero corté por donde no debía y casi se me viene abajo.
-¿La casa donde vivís la diseñaste vos?
-No, imaginate, ¡ésta es mi casa perfecta!
-Pero ¿para ir al baño?
-Bueno, está sola y a muchos kilómetros de altura. Me gusta pensar que puedo ser al mismo tiempo arquitecto, ingeniero, astronauta y químico. La semana pasada hice una residencia en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), y una de las cosas que me entusiasman es transformar esto en un museo, hacer cada módulo de unos veintidós metros y que vuele, que sea un museo volador.
-¿Por qué un museo?
-Cuando le digo a mi papá que hagamos una ciudad que vuele, me dice que empiece por un museo.
-¿Sos de ir a los museos, hacés visitas guiadas?
-Odio las visitas guiadas; que cada uno piense lo que quiera. Mirá acá en el Met el cartel con recomendaciones que pusieron sobre mi obra: cómo hay que anotarse para que se te permita entrar, qué tipo de zapatos (de goma) hay que llevar... En realidad, a mí me interesa mucho más darle la obra a la gente y punto, y que sea la obra exclusivamente la que le hable.
Ciudad Nube habla con cierta picaresca. Al menos, entre las recomendaciones está la de no entrar con polleras cortas, por las superficies espejadas en los pisos. ¿Te lo esperabas?
-La verdad que no. Lo entiendo, pero mi idea es que entren con libertad. Tanto es así que no es como un tour, pueden ir entrando al módulo que quieran en cualquier orden, es como Rayuela de Cortázar, que no tiene principio ni final.
-¿Estás impresionado con exponer acá o después de Venecia ya nada te impacta?
-No me gustaría jamás que tuviera una importancia preestablecida el lugar dónde va a estar mi obra. Mi entusiasmo es igual por estar acá como en cualquier otro lado.
-Hay una continuidad marcada en mucho de lo que hacés. ¿Te gusta que cuando la gente ve tu obra inmediatamente diga: "Esto es un Saraceno?"?
-¡Uy, yo espero poder sorprender al público en algún momento!
-Te lo pregunto porque es algo que ocurre con con los llamados starchitects. Si una ciudad, por ejemplo, encarga un Ghery, suele querer que luzca como un Ghery porque le trae prestigio, turismo, etc. ¿Pasa lo mismo en tu trabajo de artista?
-No sé, la verdad. A veces simplemente es difícil cambiar, pero no es algo consciente. Igual yo hago cosas como esta obra, que multiplica tantas perspectivas y paisajes que, afortunadamente, es algo siempre distinto y no se repite nunca. Pero este tipo de preguntas yo no me las hago. Imaginate, ¡ya bastante tengo con las que sí me hago! ¿Cómo responderle al pedido de un cliente o curador o ingeniero que trabaja en mi obra? Y bueno, dialogo con ellos un montón, pero más que nada dialogo conmigo mismo.
-¿Por qué vivís en Fráncfort, ciudad conocida sobre todo como centro financiero? Cuando los artistas extranjeros van a Alemania siempre la atracción es Berlín, cuyo eslogan extraoficial es "pobre y sexy".
-Cuando me fui de Buenos Aires, si bien había hecho un posgrado en De la Cárcova, quería estudiar más. Tuve el privilegio de ser aceptado en la Staatliche Hochschule de Fráncofrt. Era algo te diría casi familiar, muy chiquito, con profesores excelentes con los que ibas a comer todos los días. Después, medio por cuestiones personales me fui quedando, tenía un estudio chico, me costaba muy barato. Ahora, sin embargo, efectivamente estoy un poco en Berlín también. Pero no me gusta atarme a la tierra. Como con esta obra, creo en la simultaneidad, en estar en varios lados al mismo tiempo.
-Ya que estás en Nueva York, ¿no fuiste a ver ningún musical de Broadway o cosas típicas de los visitantes?
-Nooo, no es para mí, aunque había una ópera de Wagner la semana pasada con escenografía de arquitectos que sí me divertía. No tengo problema, sin embargo, en que las artes escénicas vengan a mi obra. Alrededor de la de Venecia hubo gente que se puso a bailar. Si acá me llaman para hacer cualquier cosa así, te diría que lo tomaría como otra interpretación más, y, por supuesto entonces, ¡bienvenido sea!.

CREAR UN NIDO CON VISTA AL PARQUE

Saraceno desafía con sus obras las nociones de espacio, tiempo y gravedad, y busca ampliar los límites del arte, la arquitectura y la ciencia.

Por Carol Vogel /The New York Times

En la imaginación de Tomás Saraceno, su constelación de dieciséis módulos unidos, en la terraza del Museo Metropolitano de Arte (Met) saldrá volando con una ráfaga fuerte de viento y flotará sobre el Central Park. "Todo eso se pondrá en órbita", dijo Saraceno, el artista argentino que lo creó, en una reciente mañana neblinosa.
En los últimos quince veranos, el jardín de la terraza del Met ha sido el escenario de muestras de esculturas tradicionales de artistas como Ellsworth Kelly, Jeff Koons y, el año pasado, Anthony Caro. También ha sido el lugar de emplazamiento de un camino de bambú sinuoso que se elevaba unos catorce metros en una instalación no tradicional que promovía la participación de los visitantes. Pero quizá sea el medio más inesperado de todos lo que está tomando forma ahora: un hábitat multipoligonal que marea, de acero inoxidable y acrílico.
Llamada Ciudad Nube es la mayor de la serie Ciudades Nube
Ciudades Aeropuerto, con la que Saraceno lleva trabajando diez años. El artista estuvo supervisando un equipo de una docena de instaladores que montaban su creación, a la que describió como "una estación espacial internacional". Al ir acomodándose las piezas en su lugar, Saraceno hizo pasar a un visitante, haciéndolo subir por una escalera retorcida de alrededor de siete metros. Algunos de los pisos son transparentes, y las paredes, de acero espejado, de acrílico o abiertas al aire. De pronto los edificios, la gente y los árboles aparecen patas arriba o de costado, a veces casi girando desde la perspectiva interior de esta construcción futurista gigante.
Al igual que muchas de las instalaciones de Saraceno, Ciudad Nube es su visión de ciudades flotantes o voladoras, lugares que desafían las nociones convencionales de espacio, tiempo y gravedad. "Se puede tener una sensación de falta de peso que resulta un poco desorientadora", admitió. Los funcionarios del museo estiman que más de medio millón de visitantes verán la instalación hasta el 4 de noviembre, cuando será desmantelada y enviada a otro lugar.
Anne L. Strauss, curadora asociada del Departamento de Arte Moderno y Contemporáneo del Met, vio por primera vez la obra de Saraceno en la Bienal de Venecia de 2009, donde redes moleculares de soga elástica negra envolvían una gran galería blanca en el edificio principal de los Jardines. Las sogas mismas eran formas cristalinas complejas, haciendo que la instalación fuera tan arquitectónica como filosófica. La telaraña, cuyas formas pueden ser destruidas tan fácilmente, era la metáfora con la que Saraceno expresaba la fragilidad del mundo.
"Luego de ver su pieza pensé que, dada su inventiva sin ataduras, Tomás sería el artista ideal para crear algo para este sitio", dijo Strauss, y agregó que Ciudad Nube sería "similar a un telescopio mirando hacia la atmósfera".
Si bien Saraceno vive y trabaja en Fráncfort, donde ha estado absorbido con la construcción de esta versión de Ciudad Nube durante dos años, hace visitas regulares a Nueva York. Llegó hace dos semanas y ha estado estudiando vistas desde Central Park, por donde camina todos los días. Su instalación es un poco como un reloj de sol, dijo: "Se podrá saber la hora cuando las luces den en las ventanas en ciertos puntos".
Aunque lo admite con renuencia, Saraceno, de 39 años, tiene formación de arquitecto, lo que quizá sea uno de los motivos por los que una gran parte de su práctica involucra ampliar los límites del arte, la arquitectura y la ciencia. Considera esta instalación una de sus visiones para un medio utópico que cobra vida: una creación inspirada tanto por lo obvio como lo arcano, incluyendo, dijo, las ideas de Buckminster Fuller; la naturaleza efímera de las nubes y las burbujas, las bacterias y la espuma y las redes de comunicación sociales y neurales. También cita las teorías de Félix Guattari, el filósofo francés que murió en 1992.
Las instalaciones experimentales de Saraceno se han exhibido ampliamente en toda Europa y Estados Unidos, recientemente en el Hamburger Bahnhof de Berlín, donde alrededor de veinte creaciones de Saraceno fueron incluidas en una muestra que cerró en febrero.
En el Met, cada uno de los proyectos de la terraza ha tenido sus propios desafíos. Originalmente se había planeado presentar Ciudad Nube el verano boreal pasado, pero obtener los permisos de construcción necesarios llevó más tiempo de lo que esperaba el museo. También hubo demoras en la fabricación de las piezas.
Montar la muestra ha sido un emprendimiento complejo. Los módulos comenzaron a ser subidos al techo con grúas en abril, y la lluvia demoró el proceso. Aunque se ve liviana y aireada, Ciudad Nube pesa veinte toneladas. Ha sido cuidadosamente diseñada y montada, y está sujeta por una red de cables de acero.
Los visitantes pueden recorrerla por dentro y por fuera, de la misma manera en que experimentaron el Gran Bambú, la creación en la terraza del Met realizada por los gemelos Mike y Doug Starn en 2010. Tal como sucedió con el acceso al Gran Bambú, Ciudad Nube requiere entradas por turnos. Un total de quince personas, incluyendo dos empleados del Met, pueden explorar la escultura por vez.
Días atrás, mientras los trabajadores se apuraban para ganarle a otro diluvio, Saraceno supervisaba la creación de lo que semeja telarañas negras -versiones en miniatura de su creación a gran escala en Venecia- que se colocaban por todo el hábitat. "Son de la misma geometría que Ciudad Nube, sólo que de un material diferente", explicó.
La Ciudad Nube no pertenece al artista ni al Met. Es un préstamo de Christian K. Keesee, un banquero y coleccionista de Oklahoma. Y al abandonar la terraza del Met en noviembre, no se verá en público nuevamente hasta el verano boreal de 2013, cuando viaje al Green Box Arts Festival de Green Mountain Falls, Colorado, donde se colocará en medio de un bosque.
"Me gusta la idea de la maleabilidad, de verla rodeada de árboles", dijo Saraceno. "Cuando se rearme en un lugar diferente, el cielo y el medio serán muy distintos, cambiará completamente."

Traducción:
Gabriel Zadunaisky

Ficha.
Ciudad Nube, instalación de Tomás Saraceno, en el Museo Metropolitano de Nueva York           ( www.metmuseum.org ) hasta el 4 de noviembre


HACIA MARTE ... Y MÁS ALLÁ

Inspirado en las ciudades de Gyula Kosice, Saraceno sueña con conquistar el espacio

La curadora de la obra y Saraceno mismo se unen a la empresa, y empleados del museo pasan lampazos como en una delicada coreografía que se repite por los distintos módulos. Ocurre que unas gotas de agua cayeron justo antes de la inauguración y, ante la fila de gente que ya espera todas las manos son bienvenidas para que la estructura esté de vuelta impecable para recibirlos.
Cuando finalmente los visitantes acceden a la escalera, recorre la terraza del Met un murmullo de admiración, que, evidentemente, llena de placer al artista. Es la primera obra a gran escala que exhibe en Estados Unidos.
Saraceno nació en Tucumán en 1973, pero pasó la mayor parte de su infancia en Italia, donde sus padres se exiliaron en tiempos de la dictadura militar. Arquitecto, graduado en la UBA, considera a Gyula Kosice su fuente de inspiración. Fue invitado a la 27ª Bienal de San Pablo y a la 53ª Bienal de Venecia con una obra (Galaxias formándose a lo largo de filamentos, como gotitas en los hilos de una telaraña) que causó sensación en el pabellón central de la muestra.
Luego de un breve paso por Japón, Saraceno volverá a Nueva York para participar del Festival Mundial de Ciencia, una serie de actividades diseñadas para acercar la ciencia a todos los aspectos de la vida y popularizarla entre el público general.
En el contexto de la obra de Saraceno en el Met hablarán Mark Wigley, decano del posgrado de Arquitectura de la Univerisdad de Columbia; Peter Jagner, el aracnólogo que descubrió 200 especies en la última década; Mario Livio, astrofísico y escritor de novelas sobre las matemáticas; y Christopher McKay, astrobiólogo, cuya presencia entusiasma especialmente a Saraceno. "Imaginate: se ocupa de estudiar qué experimentos habrá que hacer para redefinir el concepto de vida cuando lleguemos a Marte", dice con los ojos brillantes como los de un niño.
-Ciudad Nube parece lista para llegar a Marte.
-Sííí, me encantaría. Pero con dos o tres kilómetros arriba de las nubes me conformo.
J. L.  

SUEÑO Y REALIDAD


Escribir sobre Tomás es menuda tarea; como amigo, puedo ilustrarlo en anécdotas pero prefiero empezar por su pasión, que conozco y comparto desde las noches de entrega o de fiesta. La intensidad es la misma.
La mejor definición que se me ocurre es una frase de Dominique A que lo pinta de cuerpo entero: «El arte es un sueño que te mantiene despierto».
Su obra se construye sobre el empecinamiento, al obviar la gravedad en todo sentido; una suerte de sublimación vital seguida por la decantación en la realidad, así lo etéreo toma cuerpo. Una idea que podría quedarse en ilusión es definida y construida hasta volverse experiencia pública para que soñemos juntos. Si bien no todos sus saltos al vacío flotan, lo esencial es el vuelo compartido.
En el contexto de la carrera de Arquitectura, Tom transitaba el filo desde la disciplina, saliendo del cuadro o expandiendo el territorio de exploración, actitud que maduró al artista que hoy disfruta de un límite único: la concreción de sus utopías.
Uno de tantos umbrales en su tránsito de la arquitectura al arte fue el concurso para Malba (1998). La propuesta era trascender el tema «museo-edificio» para asumir la proyección social posible con una instalación en la plaza vecina. En las paradas de colectivos -que incluyen el soporte de la publicidad en vía pública- mostraba réplicas del patrimonio del museo a cielo abierto, sin entrada ni hora de cierre. Caído el sol las obras se retroiluminaban: «Los cuadros vuelan en la plaza, algo de Mies en el aire», nos decía.
Las producciones eran siempre épicas, colectivas, populares, voluntariosas, dignas de Fitzcarraldo aunque no estuvieran ambientadas en el trópico. Por mi parte me acoplé en la última noche para cerrar el contenido del texto y llegamos a una definición que ilustra su actitud hacia el arte: algo así como «un paseo por los cuadros con la pelota en la mano». Desacralizar, acercar, compartir y vivir para contarlo sintetizan el nudo arte-arquitectura de su obra y la invitación al goce de quien la visite.

El autor es arquitecto. Integra el staff de Richter & Dahl Rocha 

Fuente: adn CULTURA La Nación

SUPERAMOS LAS 350.000 VISITAS A NUESTRO BLOG
DESDE TODAS PARTES DEL MUNDO




Fortunato Lacámera, Escuela Argentina, 1887 - 1951
"Esquina boquense", óleo sobre cartón, 60 X 47 cm.
Arroyo Remates, Buenos Aires.
 
En el día de hoy, 1ro. de junio de 2012, hemos superado las 350.000 visitas a nuestro blog desde todas partes del Mundo.
Saludamos con ese motivo a todos quienes nos siguen y visitan y les agradecemos que nos lean y consulten.
Su fidelidad nos estimula, obliga y compromete a seguir cada día tratando de superarnos, consiguiendo más y mejor material - textos e imágenes - y a cuidar de manera muy especial la parte visual de nuestro blog.

Pedro L. Baliña........................
www.puesta-en-valor.com................
www.puesta-en-valor.blogspot.com.........

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LA GIOCONDA ESTÁ DOPADA




La Gioconda está dopada

Por Guido Carelli Lynch

La Gioconda está dopada. “Hacemos trampa, porque es la única obra del Louvre que goza de una iluminación que contrarresta los efectos de oscuridad de los barnices”, declaró el conservador del museo parisino, Vincent Delieuvin, al diario El País. Fue un poco más lejos, y sentenció que la obra más famosa del mundo “parece una muerta, gris y sin color”. La obra de Leonardo tiene fisuras y hay peligro de que se levante la pintura, según Deliuvin que aboga por una restauración idéntica a la de Santa Ana, la Virgen y el niño , que él coordinó.
Ese lifting artístico valió la renuncia del jefe del departamento de Pinturas del Louvre Jean-Pierre Cuzin y de la antigua directora del Instituto Francés de Restauración de Obras de Arte Segolene Bergeon Langle. Cuzin, quien había dicho en 1998 que “cambiar el aspecto de la Mona Lisa es atentar contra la historia del arte”.
El Jefe de conservación del museo Vincent Pomarède le dijo a Clarín , en enero, que no hay ningún trabajo pedido. Quizá porque conoce su opinión Deliuvin propone que la restauración la ordene el Presidente de la República. Pura política. Acá, en China o en Francia.
Desde enero, el Louvre, le quitó edad a la Gioconda y la expuso junto a su gemela del Prado. En años anteriores se dedujeron cosas diversas, que el modelo era el amante de Leonardo o que la Gioconda estaba en período de lactancia.
Nunca nos dijeron lo más importante, lo evidente: la Gioconda está dopada, pero –como la pelota– no se mancha.

Fuente texto: clarin.com

IMÁGENES DE "EDIPO REY", EN EL TEATRO COLÓN


Puesta en escena del "Edipo Rey", en el teatro Colón, actualmente en cartel...



 FOTOS DE "EDIPO REY" ( de Colombaroli)

















Edipo (Oedipe)

Ópera en cuatro actos (1936)
Música de George Enescu
Libreto de Edmond Fleg, basado en Edipo Rey y Edipo en Colono de Sófocles Coproducción del Teatro Colón de Buenos Aires con el Teatro Real La Monnaie de Bruselas, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona y la Ópera Nacional de París
Estreno argentino
Director musical: Ira Levin
Concepto: Alex Ollé (La Fura dels Baus)
Dirección de escena: Alex Ollé y Valentina Carrasco
Principales intérpretes: Andrew Schröder / Natasha Petrinsky / Robert Bork

Martes 29 de mayo (GA), viernes 1 (ANT), domingo 3 (AV) y martes 5 de junio (ANN)


ENCUENTRAN UN TEXTO INÉDITO DE GÓNGORA


 
El manuscrito, que data de 1597, es una declaración que el poeta realizó ante el Santo Oficio, en la que acusa a un inquisidor de tener una amante.


Velázquez: 'Retrato de Luis de Góngora' (1622)

La Biblioteca Nacional de España presentó esta mañana un texto inédito del Luis de Góngora, uno de los máximos referentes del Siglo de Oro. El manuscrito, que está fechado en 1597 y fue descubierto por la hispanista Amelia de Paz, es una declaración que el poeta barroco presentó ante el Santo Oficio, en la que acusa al inquisidor Alonso Jiménez de Reynoso de mantener una “muy pública y escandalosa” relación con doña María de Lara.
“El contenido de este texto es insólito. Estamos acostumbrados a leer a un Góngora severo y serio. En este documento se nos aparece un Góngora simpático y guasón, más cercano al estilo que marca en sus poemas. Además esta testificación ante el tribunal nos muestra muchos detalles de la vida cotidiana de Góngora que no eran conocidos”, comentó de Paz en una entrevista que le realizó el periódico ibérico El País.
En el manuscrito, que es el primer texto relevante que se encuentra del autor de Soledades desde el Siglo XIX, Góngora describe con un lenguaje más llano y menos rebuscado que en sus obras y poesías los encuentros entre Reynoso, que era un antiguo amigo suyo, y su amante. De Paz está investigando la vida del religioso cordobés con motivo de dilucidar que fue de él y que pudo inspirar la traición del poeta, que, según la académica, aparenta ser una venganza.
 Dramaturgo y poeta, Góngora fue uno de los máximos exponentes del Siglo de Oro - como se denomina al período de apogeo de la cultura española entre los siglos VXI y XVII- junto a Francisco de Quevedo, Pedro Calderón de la Barca, Félix Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Sor Juana Inés de la Cruz y Tirso de Molina, entre otros.  


Primera página del manuscrito de Góngora / Acción Cultural Española




Fuente: infobae.com


LA IMAGEN DENTRO DE LA IMAGEN



"La fascinación que ejerce la fotografía tiene su anclaje en la necesidad de la ilusión del ser humano", dice la autora sobre la muestra "(Pantallas)" recientemente inaugurada en la galería la Ira de Dios.

La fascinación que ejerce la fotografía tiene su anclaje, en gran parte, en la necesidad de la ilusión del ser humano.
El filósofo español Enrique Lynch asegura que “la vida en la ficción, ilusionados, es la única posible, la única que nos proporciona alivio frente a la certeza de la muerte y esa especie de revelación que es la mayor de todas las ilusiones: la ilusión del sentido donde conviven en inverosímil confusión las mayores patrañas y las verdades mas necesarias”. De una premisa similar parten Gabriela Schevach y Ariel Authier, en su muestra (Pantallas) recientemente inaugurada en la galería la Ira de Dios.
Utilizando el punto de vista invertido (contrario al de la perspectiva instaurado en el Renacimiento), el objeto nos devuelve la mirada, situando el punto de fuga dentro del cuadro y no en el infinito. En el medio de esta interacción, se cruza en un plano invisible, ese plano-pantalla al que se refieren los artistas, una superficie imaginaria donde suceden las operaciones simbólicas de proyección e identificación entre observador e imagen. Para ello se valen de reflejos y de imágenes especulares poco perceptibles a la primera mirada ingenua. Dentro de los ojos de un perro de cerámica o dentro del mismo dispositivo de la cámara fotográfica se encierran escenas de crímenes inverosímiles y estereotipados, fantasías de lo intangible, relaciones con lo ilusorio. La imagen dentro de la imagen, el ojo del panóptico, son algunos de los recursos que Schevach & Authier utilizan para afirmar que la imagen es sólo superficie. Y a diferencia con lo surreal, el engaño se hace visible, dándole ese toque de humor necesario a lo que puede pecar de analítico. Recuerdo el monólogo de Segismundo, de la obra de teatro de Calderón de la Barca, “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
(Pantallas) confirma que Calderón sabía mirar y que la fotografía sigue siendo increíblemente maravillosa.

Fuente: Revista Ñ Clarín

LA DICTADURA DEL WORD



¿De qué manera las nuevas tecnologías pueden modificar la estética de un texto?
Redes sociales, “vooks” y el futuro de la materialidad literaria.


Por Federico Kukso

Se cuenta que en algún momento de 1882 Friedrich Nietzsche sucumbió ante la moda tecnológica de por entonces y se decidió a comprarse un nuevo invento que cambiaría su vida: una máquina de escribir. La vista le fallaba al filósofo alemán. Mantener los ojos pegados a una hoja se había vuelto una tortura y temía que en algún momento se vería obligado a decirle adiós a la escritura. Hasta que un día el artefacto –una bola metálica de cincuenta y dos teclas, modelo Malling-Hansen– llegó a su casa de Génova. Y lo salvó. Una vez que dominó su secretos, Nietzsche podía escribir con los ojos cerrados. Las palabras volvían a fluir de su cerebro al papel. Pero algo sutil ocurrió en el medio. Como le señaló su amigo Henrich Köselitz en una carta, la prosa nietzscheana se había vuelto telegráfica, aforística, los argumentos extensos habían sido reemplazados por juegos de palabras. “Tenés razón –le respondió Nietzsche–. Nuestros útiles de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos”.
Aunque nadie sabe con exactitud qué cambios químicos y eléctricos sufrieron las neuronas de Nietzsche cuando sus dedos martillaron por primera vez esas teclas, la anécdota tecnoliteraria sirve para exponer aquello muchas veces dado por sentado en el campo literario, aquello mantenido tras una cortina, en la oscuridad: cómo las llamadas tecnologías intelectuales de una época –de las tablillas cuneiformes a las computadoras y al Kindle– guían, moldean sin que nos demos cuenta nuestros pensamientos y las diversas formas que tenemos de expresarlos.
Si bien nunca fue declarada, en la historia de la literatura la guerra fue ganada por los puristas y perdida por los materialistas. Ferias, charlas, congresos, revistas literarias, uno tras otros celebran al autor-puro, aquella fuente de la que emanan historias que nos envuelven y encandilan. Sin intermediarios. Aunque en realidad la historia es otra: entre el cerebro creativo del escritor y el producto táctil de su pensamiento que tomamos entre las manos y nos hipnotiza en la cama o en el colectivo, hay no solo traductores, editores y correctores a los que se invisibiliza como si nunca hubieran estado ahí. También están las herramientas de su producción. En los últimos 25 años, las computadoras, sistemas operativos como Windows, y el teclado QWERTY (aquel que utilizamos usualmente) impusieron un estilo, encendieron la chispa de una revolución narrativa. Mientras que la máquina de escribir obligaba al escritor a seguir una sucesión espacial –primero una línea, luego otra– y a adaptar su cuerpo al esfuerzo mecánico (el esfuerzo de los meñiques al presionar la Q o la A), las computadoras abrieron las puertas a una escritura sincopada, de a intervalos, permitieron reconstruir y alterar un texto (sin tener que romper la hoja), corregir, copiar y pegar. La literatura se volvió un remix. Leemos literatura sampler. ¿Qué hubieran escrito Proust o Joyce en una PC, en un iPad, en un archivo .doc?
“Las tecnologías no son meras ayudas exteriores, sino también transformaciones interiores de la conciencia sobre todo cuando afectan a las palabras”, señaló en su momento el historiador y lingüista Walter Ong. O sea: además de abrir posibilidades y extender nuestros sentidos, las tecnologías imponen limitaciones y detonan al pensamiento.
Como subraya el estadounidense Matthew G. Kirschenbaum en Track Changes: A Literary History of Word Processing, nadie valora lo suficiente lo que el procesador de texto Word (y versiones similares) y la tecla “Delete” (o Supr) hicieron y hacen por la literatura universal. O cómo incitaron que fueran escritas cierto tipo de novelas y no otras. Así como el reloj mecánico cambió la forma en que concebimos el tiempo, así como los mapas alteraron nuestra noción de espacio, o así como el telescopio trastocó nuestra concepción del universo, herramientas como el lápiz, la máquina de escribir, la computadora alteraron sin que lo advirtiéramos nuestras formas de narrar.
Todos sabemos que a las tablillas de arcilla le sucedieron las de cera, los papiros y los códices, que a su vez precedieron a los libros que actualmente atraviesan una acelerada metamorfosis hacia el libro digital. Sin embargo, se obvian los pequeños grandes cambios producidos por las innovaciones tecnológicas como si un autor como Paul Auster pudiera haber escrito La invención de la soledad con una cuña y una tabla de arcilla en vez de hacerlo en su máquina Olympia que tanto halaga en La historia de mi máquina de escribir.
En casi 20 siglos, la estructura, estilo y finalidad de las obras literarias evolucionaron al ritmo de cambios tecnológicos no tan ínfimos. Durante la época de los griegos, por ejemplo, la escritura estaba dirigida tanto a la vista como al oído. Los textos estaban escritos en rollos alargados y continuos y resultaban incómodos de leer y más incómodos aún de escribir. La mayoría de los ciudadanos  alfabetizados preferían que sus esclavos les leyeran. Además, los signos de puntuación más básicos fueron inventados recién cerca del 200 a.C. por Aristófanes de Bizancio, aunque persistió durante siglos el estilo de escribir en mayúsculas sin espacios, sin puntos. Durante la Edad Media, los escritores dictaban sus obras a sus escribas. Y recién cuando la introducción de los espacios entre palabras hizo la escritura más fácil, los autores comenzaron a escribir ellos mismos en privado, con lo que esto trajo aparejado: obras más personales, contestatarias, argumentos más desafiantes. La novela, al menos estructuralmente, evolucionó en los códices, no en los pergaminos.
Es cierto: pese a que abundan en la actualidad estudios neurocientíficos que aluden a la neuroplasticidad del cerebro y cómo nuestro hardware mental es capaz de adaptarse fácilmente a la experiencia y a la tecnología que nos rodea –como lo relata Nicholas Carr en Superficiales: ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes?–, no existen investigaciones tan extensas que certifiquen cómo las nuevas tecnologías instauraron una forma distinta de contar en cada tramo de la historia.
Aunque cualquier filólogo amateur lo reconoce: más allá de las diferencias histórico-culturales y hasta las divergencias personales que separan a un autor de otro, una obra del siglo XIV es distinta a otra del siglo XIX, así como el Nietzsche que escribió La visión dionisíaca del mundo en 1870 no es el mismo Nietzsche de Más allá del bien y del mal (1886). Y ahora lo sabemos: entre Charles Dickens y Martin Amis, hay una diferencia.
La actual migración de los libros de su esencia material –papel, átomos, el libro como objeto– a su estancia digital –en tablets, bits, el libro como aplicación– resulta una oportunidad única para que los detectives de las transformaciones provocadas por las metamorfosis tecnológicas puedan analizar in vivo cómo la escritura muta. Una vez más.
Caprichosamente, desde la irrupción de los e-books y desde la coronación del Kindle en 2007, el foco del “futuro de la literatura” estuvo siempre sobre la lectura (como en las traiciones del soporte). Sin embargo, poco se ha hablado o pensado sobre su reverso: la escritura. ¿Cambiará el Kindle la forma en que los autores escriben sus novelas? O, más aún, ¿cómo influye nuestro nuevo ecosistema informacional –Twitter, Facebook, celulares– en el proceso de producción de una novela?
Las respuestas concisas y confiables escasean. Los experimentos, en cambio, abundan tanto como la futurología. Por ejemplo, luego de los ensayos plomizos de la llamada narrativa hipertextual –que vino a romper con la linealidad de la literatura clásica y abrazó al link como su mesías durante los noventa–, en Japón se impusieron en los últimos años las keitai-shosetsu, o “novelas de pulgar” dirigidas exclusivamente para ser leídas en celulares. Como la comida chatarra, la ficción celular atrapó a los adolescentes –cuyos ojos leen a la velocidad del videojuego, el manga y el animé– tanto por su tono melodramático y crudeza sexual como por su inmediatez. Quizás lo interesante no sean los millones de yenes que mueven, sino los sacudones culturales que inducen: las novelas keitai están provocando que más lectores jóvenes prefieran la escritura horizontal a la tradicional escritura vertical japonesa.
En el caso del Kindle (y sus clones), se cree que la nueva literatura surgirá una vez que los libros dejen de ser obras transplantadas, que, por afán editorial y gusto del lector que viaja liviano, saltan como paracaidistas a las pantallas sin sufrir alteraciones en el proceso. Una vez que los autores comiencen a escribir pensando exclusivamente en estos nuevos soportes (con sus respectivas gramáticas de lectura), quizás nazcan nuevos engendros literarios.
La irrupción de la nueva materialidad literaria (o inmaterialidad, en el caso de los e-books), sin embargo, no será la única responsable de la metamorfosis que, se supone, se avecina. Tampoco se trata de un enroque entre tinta y píxeles sino de una profunda transformación: Internet y las computadoras son más que herramientas que hacen lo que les ordenamos. Son máquinas que ejercen sutiles influencias en nuestro pensamiento. Los blogs aceitaron nuestras habilidades argumentativas. Facebook estimuló nuestra vocación exhibicionista y su reverso, el voyeurismo. Twitter nos adoctrinó en la brevedad e incitó nuestra catarsis verbal (todo lo que se pueda decir será dicho). Si el presidente argentino del 2065 en estos momentos tiene cuenta en Facebook y en Twitter, ¿cómo y sobre qué escribirá la estrella de la literatura de la segunda mitad del siglo XXI?
Hasta que llegue ese día y lo confirmemos, lo cierto es esto: Internet –querramos o no– está alterando la presentación, la narrativa y la estructuras de cierto tipos de libros. Y ya hay editoriales que auguran que el modo en que los libros se escriben y se presentan cambiará drásticamente. Editoriales como Simon & Schuster ya están experimentando con vooks: novelas electrónicas con videos incrustrados entre sus páginas.
El escritor y conocido teórico Steven Johnson imagina que las novelas se llenarán de acción y los llamados puntos de quiebre se situarán mucho más al principio. Ya que el Kindle y otras tabletas recuerdan donde uno dejó de leer –hecho del que está al tanto Amazon–, editores y publicistas le insistirán a los escritores que de ahora en adelante no dejen pasar muchas páginas para soltar la primera revelación de una historia.
Además, esto será aún más acelerado por una nueva modalidad de compra y venta: las editoriales se están dando cuenta de que quienes leen e-books (y los pagan, claro), además de valorar la trama sobre el estilo, deciden su compra luego de leer una muestra gratis de cierta obra. Por ende, si en las primeras páginas hay más giros, habrá más ventas.
Pese a que desde la segunda década del siglo XX, teóricos y escritores vienen afirmando que la novela ha muerto, nadie que se considere serio cree que las grandes obras de la literatura se volverán fósiles de un día para el otro. A lo sumo, perderán su centralidad en la cultura. Los párrafos, tal vez, vengan acompañados por etiquetas descriptivas para salir listados bien arriba en los buscadores y así atraer la atención de lectores voraces que también tendrán la opción de comprar capítulos individuales por 99 centavos de dólar como ocurre actualmente con las canciones en la tienda iTunes de Apple. Como ya ocurrió con el CD, muchos libros se fragmentarán para convertirse en otra cosa, un nuevo remix literario.
Hay incluso quienes piensan que la nueva literatura digital no será un acto individual, algo así como lo que viene haciendo desde el año 2000 el colectivo Wu Ming, un grupo de escritores italianos que trabajan de forma colectiva.
Todo esto, en definitiva, vuelve a hacer pensar –otra vez– sobre la figura del autor. Quizás, para que la novela sobreviva, ciertos escritores deberán volverse ludditas (George Steiner escribe con una pluma Waterman). O hacer como Jonathan Franzen que despotrica contra los e-books y Twitter.
“Me encanta que ahora una canción cueste exactamente lo mismo que un paquete de chicle y dure el mismo tiempo hasta que pierde su sabor”, dice el personaje de Richard Katz en la novela Libertad de Franzen. Tal vez los e-books, aquellos animales raros, seres fantasmales, transiten próximamente por el mismo camino.


Fuente: Revista Ñ Clarín