SERGIO LARRAÍN:
DE LA CIUDAD LUZ A LA LUZ DEL DESIERTO





La hermana menor del fotógrafo chileno, que murió en febrero a los 81 años, cuenta quién era y qué buscaba este hombre enigmático que llevó a Cortázar a escribir Las babas del diablo, el cuento que Michelangelo Antonioni convirtió en Blow up.

DESIERTO. Sergió Larraín dejó una carrera exitosa y vivió sus últimos 40 años entre Ovalle y Tulahuén.
DESIERTO. Sergió Larraín dejó una carrera exitosa y vivió sus últimos 40 años entre Ovalle y Tulahuén.

Por Pablo E. Chacón

Entender quién era o qué buscaba Sergio Larraín, el fotógrafo que cansado de los bon-vivants de la industria cultural y empujado por la desesperación, abandonó –de una vez y para siempre- su más que promisoria carrera en la agencia de fotografías Mágnum, a la que había entrado por expreso pedido de Henri-Cartier Bresson, es intentar acertar la cifra existencial que buscan (o buscaron) Michelangelo Antonioni, Jean-Luc Godard, Bob Dylan, Samuel Beckett o William Faulkner. Pero desde su muerte, a principios de febrero pasado, en Ovalle, una población agraria al norte de Santiago de Chile, continúan tejiéndose las especulaciones más disparatadas en torno a su doble vida: la primera, mundana, glamorosa, exitoso profesional de la imagen amigo de Violeta y Nicanor Parra, Pablo Neruda, Enrique Lihn y Julio Cortázar; y la segunda, un Larraín místico, oscuro, apartado, extraño sujeto dividido que agacha la cabeza sólo frente al poder del águila, no como súbdito sino como soberano.
Y sin embargo, su sobrina, María José, una semióloga y escritora trasandina radicada en Buenos Aires desde hace más de 20 años, se sorprende cuando el cronista pregunta por el fotógrafo. “El tío Queco, un personaje”, dice. Dos o tres días atrás encontró entre sus cosas los libritos artesanales que ese mismo hombre escribía a mano con letra clara, cosía personalmente y enviaba a ciertas personas que, suponía, sabrían entender qué búsqueda lo expulsó del mundo, de los autorretratos y de su propia familia, a quien le costó entender -si es que entendió- cómo ese autodidacta que formaba parte de la agencia más importante del globo, decidió abandonar ese mundo, volver a su país, conectarse con los desamparados de la prosperidad y finalmente, internarse en el desierto a la manera de un eremita, dando por tierra con los fastos, el prestigio y el buen nombre y honor de sus ancestros, de su padre en particular, el arquitecto Sergio Larraín García Moreno, que a los 18 años había emigrado a Europa a estudiar con Le Corbusier, como otro de sus íntimos, Roberto Matta.
Larraín padre y Matta eran los amigos sudamericanos de Pablo Picasso y André Breton. Larraín hijo parecía tener las cartas marcadas. Pero las cosas tomaron otro rumbo. A la vuelta de su primer viaje a los Estados Unidos, muy joven, cuando se suponía iba a estudiar ingeniería forestal, descubrió la fotografía. En Santiago, se dedicó a las instantáneas que con precisión quirúrgica, retrataron la miseria a la orilla del Mapocho. Así las cosas, volvió a intentar estudios formales en Berkeley, California. Y fracasar en el intento. Pero fracasar es un decir. Porque entonces conoce a Claudio Naranjo, un psiquiatra, compatriota suyo: toman LSD, mescalina, amplían su percepción, y frecuentan a Oscar Ichazo, un boliviano, iniciado en las técnicas sufíes en las montañas de Afganistán por los herederos que supieron introducir en ese saber a Georges Ivanovitch Gurdjieff. Faltaba un tiempo, pero las cartas ya no estaban marcadas.
Bárbara, madre de María José y hermana menor de Sergio –que falleció a los 81 años- accedió a conversar con Ñ digital, con la condición de honrar su memoria y respetar su elección (contra la inflación del espectáculo periodístico). La señora fue una de las pocas invitadas por los pobladores de Ovalle a la ceremonia fúnebre de su hermano.
“Quiero decir que la muerte de Queco me ha hecho rastrillar mi vida desde la juventud, en que fuimos muy cercanos. Anoche estuve releyendo las cartas de sus 19 años, cuando intentaba entrar en la ingeniería forestal, solitario siempre, introspectivo. Y me llamó la atención que me contara que se había comprado su primera Leica en cuotas mientras trabajaba part-time en una sandwichería en Berkeley. De esa época, puedo decir con certeza que era alguien bastante fuera de lugar entre los yanquis. Queco era muy reservado. Quienes están a cargo de seguir con la escuela que dejó andando en el pueblo donde vivió estos últimos años (Larraín vivió muchos años al norte, en el desierto, a kilómetros de Arica), piden respeto por su silencio, ese que buscó yéndose a vivir a esos parajes secos y lejanos hace más de 40 años. Hablando hoy con quien quedó a cargo de la escuela, pide no preocuparse tanto de los detalles de su vida (de Larraín) sino de interiorizarse en su legado: un sinnúmero de pequeños libros artesanales de su puño y letra que andan por todas partes y uno último, que acaba de salir y no conozco”.
“Queco era tan especial y difícil de definir que todo lo que podamos decir de él va a ser superficial. La última vez que lo vi, dos semanas antes de su muerte, dijo que esperaba que el periodismo no se colgara de los avatares de su vida, sino que recibiera y difundiera lo que había intentado dejar: un mensaje urgente; una denuncia descarnada del mundo que estamos viviendo”.

PRESTIGIOSO. Los trabajos de Larraín fueron publicados en las revistas Paris Match y LIFE.
PRESTIGIOSO. Los trabajos de Larraín fueron publicados en las revistas Paris Match y LIFE.

Su hermana cuenta que después de su estadía en los Estados Unidos, que “duró cerca de dos años durante los cuales miró y fotografió antes que estudiar, volvió, cuando falleció en un accidente nuestro hermano menor. Eso lo conmovió y desestabilizó. De golpe, era el primogénito. Pero ya era otro. Ya era otro cuando llegó a Valparaíso en aquel barco, rapado, sin cejas, silencioso. Nos fuimos a Europa en 1951 –Sergio tenía 20 años. Ese viaje definió su personalidad. Porque siempre fue alguien extremadamente religioso. ‘Lo único que he hecho en mi vida es buscar a Dios’, me dijo a mediados de noviembre pasado cuando fui a verlo a Ovalle, después de no verlo por muchos años. Estaba viejo, desastrado, zaparrastroso, enfermo, barbudo pero feliz en medio de su jardín interior, donde los cardenales –los geranios- habían trepado a gusto por los matorrales y árboles. ‘Este es el paraíso, el presente es la eternidad’, repetía. No fue jamás al médico, ni al hospital, ni se hizo exámenes. Amén: morirse ‘adorando a Dios’”, dice su hermana. Y agrega: ‘Lo más importante en su vida fue la búsqueda de la trascendencia’”.
En medio de ese crepúsculo, el tráfago: a la salida de Notre-Dame, en París, saca una foto que revelada, descubre un rostro o un espectro, que inspira a Cortázar “Las babas del diablo”, y a Antonioni “Blow Up”. Fotógrafo estrella, en sus placas casi no hay personas: paisajes, bandadas de pájaros, objetos, piedras. Eso le costó discusiones con Neruda en Isla Negra. El vate quería fotos de la casa, de su esposa y suyas en la casa. Larraín fotografiaba las piedras que arrastraba el mar, los fondos de la casa. Al borde de la ruptura, arreglaron un libro, híbrido inhallable que al autor de “Residencia en la Tierra” jamás convenció.
“Si primero fue un cristiano ferviente –continúa su hermana- que encontraba paz en las iglesias católicas y la eucaristía, al punto de pensar en el sacerdocio, después, de regreso a Santiago, buscó con Naranjo alcanzar ‘niveles más altos de conciencia’” (el psiquiatra perdió en un accidente de auto a su esposa y su hijo; Ichazo lo mandó al desierto durante cuarenta días; según su testimonio, ese retiro lo salvó de las fauces de la depresión clínica). “Ese fue un tiempo de andar a pata pelada, vivir aislado en La Reina, encuentros con pares, entre ellos Violeta Parra. Un vagabundo en búsqueda de la verdad. Posteriormente otra vez Europa, Estados Unidos, Mágnum, etcétera”.
Bárbara no conoce mucho de drogas. Sabe que Naranjo difundió ciertas orgías alucinógenas donde nunca estaba ausente Carlos Castaneda. Pero Naranjo se ha convertido en un entrepeneur del supermercado espiritual contemporáneo. Naranjo está hoy más cerca de Alejandro Jodorowski que de Ichazo, Gurdjieff o el autor de “Las enseñanzas de Don Juan”.
“Yo no sé mucho de sus intentos místicos con LSD y mescalina, porque para nosotros (para su familia, Sergio) ya era un extraño. Nos reencontramos haciendo trabajo espiritual en Arica, en la escuela que fundó Oscar Ichazo. Sergio volvía del desierto- En ese tiempo -la época de Salvador Allende- hicimos con su grupo (el de Ichazo) trabajo de escuela, todos los días, durante uno o dos meses. También con mi padre que nunca dejó de acompañarlo, intentó que se analizara. Y desistió”.
CEREMONIA. El pueblo despidió a Sergio Larraín. "Estamos orgullosos de haberte acogido, agradecemos tu legado", decía un cartel.
CEREMONIA. El pueblo despidió a Sergio Larraín. "Estamos orgullosos de haberte acogido, agradecemos tu legado", decía un cartel.
Según su hermana, Larraín hijo llevó “una vida de búsqueda alternativa, audaz, cruel, que culminó en estos 40 años en Tulahuén y Ovalle, retraído completamente, sin aceptar fotos, entrevistas, nada de parafernalia mediática. Sus lecturas: los sufíes, Idries Shah, Patanjali, San Juan de la Cruz, Lao Tsé, Buda. Machado, mucho Shakespeare. Esto que se ha desatado ahora no corresponde con su búsqueda ni su deseo. ‘Respeten su silencio’, dicen sus modestísimos discípulos nortinos, ‘lean sus libritos’. Eso es lo que ‘don Sergio deseaba’. De Ichazo tomó distancia cuando lo vio no hace demasiado en los Estados Unidos: convertido exactamente en lo contrario de lo que lo había escuchado predicar: egocéntrico, megalómano, vividor. Según me contó hace poco uno de sus seguidores de Ovalle, habían discutido. Sergio le había dicho ‘¡Qué te pasó, guatón!’ Y nunca más. Respetó su escuela, pero no al maestro: ‘Es un gran maestro pero una mala persona’, dicen que dijo”.
“En cuanto a Mágnum, consideró que (la agencia) se había comercializado. Intentó retirar su trabajo, no lo consiguió. Sus fotos eran para él un espejo de su búsqueda, de su mirada interior, y un legado para quienes quisieran descubrir a través de ellas la inconmensurable belleza y también la depredación, fruto de la voracidad humana”.
Sobre Oscar Ichazo. “Su trabajo en Arica fue en los 70, principios de los 80. Dejó algo estructurado. Pero ni yo ni mi esposo seguimos en contacto. Pero resultó un trabajo digno de destacar, muy duro, implacable, desestabilizador para muchos, como lo son estas escuelas de vida que no ponen su énfasis en la diversidad y la debilidad de las personas. Sin amor y respeto, las cosas, los lazos se destruyen. Y los alucinógenos, que según Queco, lo llevaban a ‘ver la realidad’, se había distanciado hace mucho. Fue un medio usado en los comienzos. Y creo que lo desestabilizaron mentalmente, porque Sergio era una persona frágil. Y aquel fue un paso audaz que muestra el ímpetu de su búsqueda”.
“La ceremonia fúnebre resultó sencilla, sólo campesinos, lo adoraban, les enseñaba yoga, cultivaba la tierra. La gente del pueblo lo consideraba un padre, y lo amaba de todo corazón. Están decididos a seguir con la escuela. Es cierto, no creo que estuviera muy de acuerdo con esta afirmación de que se apartó del mundo, pues él diría que de lo que se apartó era del ruido para, precisamente, poder estar más cerca del mundo, para poder establecer una comunión más profunda con el universo”.
Tirita, llora de alegría. Danza entre las botellas. Canta gregoriano, igual que los monjes de Saint-Martial de Limoges. Alza las manos como los de la antigüedad bajo la mirada de dios.
A los treinta años, a los cincuenta, a los ochenta, “don Sergio”  seguirá teniendo esa misma habitación. En esa habitación numerosa y única, seguirá cantando gregoriano sin parar. Llorará de alegría y de frío, escribirá a la esperanza. La habitación no es un lugar de paso, ni una imagen, es la resurrección y la vida.-


Fuente: Revista Ñ Clarín

CHINA,
LA NUEVA DUEÑA DEL MERCADO DEL ARTE




Los coleccionistas e inversores chinos se convirtieron en los grandes compradores mundiales de obras de arte, se promocionan sus artistas y lo hacen como una inversión. "Pagan lo que creen que merece la pena desembolsar, ni más, ni menos".


Hace menos de dos semanas se conoció el dato de que el pintor chino Zhang Daqian, poco conocido por el gran público occidental, se había convertido en el artista más cotizado en las salas de subastas a lo largo del 2011. Y China se confirma como el primer mercado de arte del mundo, al registrar un 40% de las ventas que se llevaron a cabo en las salas de subastas en el año pasado, un porcentaje que equivale a 4.600 millones de dólares.
Estos datos, revelados por la sociedad Artprice el pasado mes de febrero, constituyen un retrato de la actual situación económica mundial. "El arte siempre ha progresado en paralelo con el desarrollo económico de los países", dijo en aquellos días Thierry Ehrmann, fundador y director de Artprice, para explicar el hecho de que los chinos se hayan convertido en los grandes protagonistas de las salas de subastas, Hong Kong sea la principal plaza mundial y los artistas del país asiático estén en el candelero. Es la constatación de que China se ha convertido en la locomotora económica del mundo, mientras Europa atraviesa una crisis profunda y Estados Unidos empieza a recuperarse.
Es la realidad del momento. "China es el mercado más grande de arte y lo seguirá siendo por mucho tiempo, porque los chinos ricos seguirán comprando", afirma Zhao Yu en su austero despacho de un edificio de oficinas de Pekín, donde nada permite distinguir que se trata del director ejecutivo de la mayor sala de subastas del gigante asiático, la Poly International.
Los chinos disponen de dinero y han descubierto que el arte es una forma segura de inversión, especialmente en tiempos de crisis. "Se trata de una generación que ha crecido con las reformas y la apertura económica y ha aprendido a invertir", opina el directivo de Poly, quien rechaza que compren obras a precios exagerados. "Los chinos pagan lo que creen que merece la pena desembolsar, ni más, ni menos".
La irrupción de estos nuevos coleccionistas ha potenciado, en una época de crisis, las obras de arte y los artistas orientales. Pero para gente como Zhao Yu o Thierry Ehrmann esta situación no representa ninguna opción nacionalista por privilegiar el arte nacional. "El 99 por ciento de las adquisiciones las hacen porque les gusta", subraya Zhao. Unas preferencias que son muy claras. Los coleccionistas no compran cualquier cosa, optan por las obras de tinta china y caligrafía, las antigüedades y las pinturas al óleo. "Ni conocen, ni les interesan los artistas contemporáneos extranjeros", afirma un experto occidental, que no descarta que con el tiempo cambie la situación.
Este observador comunitario está convencido, por otra parte, de que la presencia de coleccionistas e inversores chinos en el mercado del arte seguirá creciendo en los próximos tiempos. Opina que será un fenómeno paralelo a la consolidación del país asiático como potencia económica mundial.
Su ausencia era una anomalía que empezó a corregirse a principios de este siglo, cuando los líderes chinos animaron a la gente a gestionar y aumentar su riqueza a través de inversiones y a sugerir la compra de obras de arte. No fue, sin embargo, hasta el 2009 que las ventas en las salas de subastas chinas empezaron a adquirir importancia. Fue cuando se acuño la llamada era de los 100 millones de yuanes, por los precios que se llegaron a pagar.
Pero los inversores individuales no son los únicos protagonistas. Cerca de treinta gestoras de fondos de arte han desembarcado últimamente en las salas de subastas. Se trata de firmas que compran anónimamente como forma de inversión. Una operación que contribuye a que, de una forma u otra, los chinos se hayan convertido en los dueños del mercado del arte.


Fuente: Revista Ñ Clarín

EL CAPÍTULO DE ARTE
QUE ESCRIBIERON LAS MUJERES





DEBATE SOBRE GENERO. Las mujeres consiguieron poderes que antes eran identificados con los artistas hombres.



En el libro Escribir las imágenes (Siglo XXI), Andrea Giunta recoge varios de sus ensayos sobre artes visuales. En la introducción a la edición, Giunta repasa las circunstancias en las que cada uno de los textos fueron escritos y así habla sobre los que componen la primera parte del libro, Artistas mujeres: “Circulaba la idea (a principios de los 90, aclara) –que para algunos todavía tiene validez– de que no había que reparar en el sexo de los artistas. Lo relevante era la calidad; si el arte era bueno, lograría el reconocimiento. Este argumento tenía como consecuencia vaciar de sentido el análisis de las estructuras de poder cultural. Si la calidad del arte tiene tal poder, no importa volver visibles redes de legitimación, funcionamientos institucionales, configuración de jurados, tendencias del coleccionismo, ni los filamentos sexuados que recorren distintas iniciativas...” Claro que el postulado caía al verificar la disparidad entre artistas hombres y mujeres en la construcción de la historia del arte. Ya en el texto “Género y feminismo: Perspectivas desde América Latina”, luego de un repaso por los trabajos teóricos de Linda Nochlin, Griselda Pollock y Nelly Richards, que –dice la autora– hizo “el aporte más radical en términos de intervención teórica y política en el debate sobre género y feminismo en Latinoamérica”, Giunta afirma: “A la pregunta acerca de si ha habido buenas artistas mujeres en América Latina, se respondió con exhibiciones antológicas y con libros que destacaron no tanto el hecho de que fuesen mujeres sino su radical aporte al arte más experimental y transformador desde los años cincuenta del siglo XX hasta el presente”. Nombres, como Graciela Sacco (foto) y Liliana Porter engrandecen la lista. “Las mujeres no sólo han entrado en la narrativa del arte latinoamericano sino que también han establecido tradiciones, paradigmas, influencias, continuidades: poderes, todos, que hasta hace unos años sólo podían identificarse en el caso de los artistas hombres”, cierra Giunta.


Fuente: Revista Ñ Clarín

LOS LUCEROS DEL PARAGUAY





Cuadernos privados.

Por Laura Ramos
La fisonomía de la calle Riobamba, no muy lejos de la avenida Santa Fe, una fisonomía que si bien no es del todo coqueta al menos manifiesta un deseo de serlo, o aspira a conservar ciertos visos encopetados pero de linaje raído, se vio alterada el jueves pasado con una música de rara genealogía. El arpa de Los Luceros del Paraguay rindió homenaje, en la Casa del Bicentenario y a las siete de la tarde en punto, a uno de los hombres más detestados del continente americano: el mariscal Francisco Solano López.
En mi hogar infantil, la prohibición política de la televisión era compensada, en parte, por la narración de corte trágico de la epopeya del pueblo paraguayo. El doctor Francia, o el dictador Francia, como era llamado por las fuerzas enemigas en nuestro relato, había convertido al Paraguay, merced a un proteccionismo férreo, en una potencia sudamericana autoabastecida. Luego fue precisamente Solano López quien fortaleció al Estado en las ramas fundamentales de la economía y mantuvo cerradas las puertas de su comercio, su industria y sus finanzas al capital extranjero. ¡Los vampiros ingleses estaban ávidos por otorgar sus empréstitos!, exclamaba mi padre. ¡No existía la deuda externa! Basada en una agricultura y ganadería generosa y en la herencia jesuítica de la producción en gran escala de la yerba mate, la estructura económica del Paraguay bastaba para abastecer a sus seiscientos mil habitantes. La yerba y el tabaco que se consumían en todo el virreinato eran los primordiales recursos fiscales del país. Se crearon los primeros trenes, telégrafos y fundiciones de hierro de la región, Solano López alentó el crecimiento de una modesta industrial naval y se produjo algodón para la vestimenta. Esta base productiva sin intermediarios ni terratenientes, este localismo feroz, creó una ínsula, una reclusión y una misantropía política. Parecía que la personalidad del doctor Francia era la réplica psicológica del aislamiento de su país (que mi padre atribuía a los intereses mezquinos del puerto de Buenos Aires). Pero la ínsula era una utopía.
Para acicatear nuestro interés, mi padre usaba, al relatar la historia, unos soldaditos de madera y otros de plomo que le había obsequiado a mi hermano en su cumpleaños número seis. El 22 de septiembre de 1866, el general en jefe de la Triple Alianza (una coalición orquestada por Inglaterra, nos explicaba) ordenó el asalto contra la fortaleza natural de Curupaytí. Bartolomé Mitre contaba con nueve mil soldados argentinos y ocho mil brasileños, la flor y nata del ejército, el apoyo de los cañones de la escuadra imperial brasileña y la cooperación de las fuerzas orientales del odiado Venancio Flores. Mitre, un hijo de su cultura y de su clase, llevó a la práctica una estrategia europea: ataque frontal a bayoneta y simulación de retirada. Pero los paraguayos lucharon en sus propios términos: el terreno fangoso de Curupaytí, tal como lo habían planeado ingeniosamente, se convirtió en una pista de patinaje que acabó con las vidas de diez mil soldados argentinos, uruguayos y brasileños. Las amputaciones de diverso tipo que habían padecido los frágiles soldaditos de plomo de mi hermano le otorgaban más veracidad a las escenas bélicas. Curupaytí era nuestra batalla de San Lorenzo. Y la derrota del Paraguay fue nuestra propia derrota.
Mi padre usaba unas metáforas que nos hipnotizaban: “Asunción era una gigantesca antorcha”. No hacía falta que nos señalara que había muerto entre el 50 y el 85 por ciento de su población y más del 90 por ciento de la población masculina adulta. El territorio del Alto Paraná había quedado en poder de Brasil, pero además -y aquí descubríamos que la narración escondía más de una moraleja- Inglaterra, la prestamista, logró otorgarle a la nación derrotada un empréstito de 200.222 libras esterlinas.
Los soldados brasileños, presidiarios liberados, no nos inspiraban menos compasión que los niños paraguayos muertos en combate. “El conflicto terminó porque hemos muerto a todos los paraguayos de 10 años arriba”, había dicho Domingo Faustino Sarmiento, y como lo detestábamos le creímos. Cuando cumplí once años -casi la edad de los soldados paraguayos más jóvenes-, mi madre me obsequió tres volúmenes: Humaitá, Jornadas de agonía y Los caminos de la muerte , las novelas de Manuel Gálvez sobre la guerra. No las dejé por Mujercitas, pero debería haberlo hecho.
Fuente: clarin.com

EGIPTO ENCUENTRA UN NUEVO FARAÓN





RAMSES II. En la puerta de entrada del emplo de Luxor, las estatuas de Ramsés II.

Un equipo de arqueólogos halla en la ciudad monumental de Luxor el nombre de un faraón desconocido perteneciente a la XVII dinastía.
Un equipo de arqueólogos ha descubierto en la ciudad monumental de Luxor, en el sur de Egipto, el nombre de un faraón, hasta ahora desconocido, perteneciente a la dinastía XVII (1680-1580 a.C), informó hoy el Consejo Supremo de Antigüedades egipcias (CSA).
En un comunicado, el CSA reveló que el nombre del rey es Sen Negt N Ra y fue hallado en un cartucho real -medallón de forma ovalada con el jeroglífico del faraón- en una puerta de piedra caliza durante excavaciones en el templo de Karnak, en Luxor, 700 kilómetros al sur de El Cairo. Según las inscripciones en la puerta, este faraón dedicó en Karnak varias construcciones al dios Amon-Ra, la principal divinidad de Tebas, que se alzaba en lo que hoy es Luxor.
La nota agrega que con este descubrimiento se añade un nuevo faraón a la dinastía XVII, cuyos reyes liberaron Egipto de la ocupación de los hicsos, un pueblo guerrero semítico procedente de Asia que dominó el país del Nilo durante 150 años desde 1730 a.C.


Fuente: Revista Ñ Clarín / Agencia EFE

LA IGLESIA DE LA AVENIDA QUE DOBLA





Historia. La iglesia San Isidro Labrador en el barrio de Saavedra.
Por Eduardo Parise 

Cuál es la avenida que empieza en Cabildo y termina en Cabildo? Muchos creen que se trata de una pregunta engañosa y responden: “Cabildo”. Pero no. Buenos Aires tiene una avenida de un kilómetro de extensión cuyo trazado curvo, como si fuera un gigantesco boomerang, le otorga esa curiosa característica que la convierte en algo distinto en la Ciudad.
Con un amplio diseño de boulevard, que en el medio adornan las plazoletas, la avenida San Isidro, en el barrio de Saavedra, formó parte de lo que era el viejo Camino Real. Su original recorrido tiene relación con el trayecto que hacían las carretas para buscar un vado que les permitiera cruzar el arroyo Medrano, hoy entubado bajo la avenida García del Río, la calle Ruíz Huidobro y la avenida Comodoro Rivadavia. Y desde octubre de 1914 tiene el nombre actual que la identifica en la nomenclatura. San Isidro comienza en Cabildo, a metros de la calle Paroissien, y termina en la avenida Cabildo, muy cerca de la calle Vedia y de Puente Saavedra.
Su nombre homenajea a Isidro Labrador, quien vivió entre 1080 y 1130. Nacido en el entonces pequeño pueblo agrícola de Madrid (en ese tiempo se consideraba que la capital del reino español era Toledo), el hombre que luego llegaría a santo tenía ese agregado a su nombre (derivación de Isidoro) por los trabajos que hacía en las tierras de una familia de apellido Vargas. Por su obra y sus milagros, el labrador fue canonizado el 12 de marzo de 1622.
Y como no podía ser de otra manera, el símbolo de este gran boulevard porteño es la parroquia dedicada a San Isidro Labrador. Fue erigida en un terreno donado por la familia Martínez Justo y construida con el apoyo económico de Concepción Unzué, en memoria de su esposo Carlos Casares, quien fuera gobernador bonaerense. La piedra fundamental se colocó el 15 de mayo de 1930 y dos años más tarde la iglesia fue bendecida por el arzobispo Santiago Copello. El diseño del templo estuvo a cargo del arquitecto Carlos Massa.
La estructura de la parroquia es monumental: mide 47 metros de largo por 20 de ancho. Y su torre está rematada por una cúpula de estilo neobizantino. Además, como el antiguo nivel de la calle fue bajado tres metros, la iglesia quedó en una posición elevada, lo que le agrega majestuosidad.
Pero lo que más impacta de su imagen externa es la fachada: es una réplica casi exacta de la del templo de la vieja Universidad de San Francisco Xavier (fue fundada el 27 de marzo de 1624; en días cumplirá 388 años), en la ciudad boliviana de Chuquisaca (actualmente llamada Sucre). La diferencia es que aquella tiene dos torres. No está de más recordar que en esa universidad se formaron figuras históricas de la Revolución de Mayo, como Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo o Juan José Castelli. También, dentro del edificio de Saavedra, hay un mural pintado con vivos colores sobre cerámica. Ocupa 8 metros de alto por 5 de ancho y fue realizado por Raúl Soldi. Allí está representado el nacimiento de Jesús.
Como se puede ver, Buenos Aires siempre tiene algún rincón poco conocido y con datos que forman parte del pasado y el presente de la Ciudad. La avenida San Isidro no es la excepción. Y no sólo está su llamativo trazado y la valiosa iglesia. En el comienzo obliga a una mirada una escultura de bronce con un mástil conocida como “La Agricultura”. Junto con otras tres similares, formó parte del famoso Pabellón Argentino, que se lució en la Exposición Universal realizada en París en 1889, edificio que los argentinos no supimos conservar. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

HALLAN UNA PIEDRA CON UNA INSCRIPCIÓN ROMANA EN LA MURALLA DE LUGO QUE PODRÍA INDICAR UNA CONTRATA DE SU CONSTRUCCIÓN






LUGO, 2 - Los técnicos de restauración de la Muralla de Lugo han encontrado una piedra con una inscripción romana que podría referirse a una contrata de su construcción o de alguna obra posterior de restauración, según ha avanzado el consejero de Cultura, Educación e Ordenación Universitaria, Jesús Vázquez.
El responsable del departamento autonómico comentó el hallazgo durante su visita a las obras que la Consejería está realizando en la Muralla, acompañado de la delegada de la Xunta en Lugo, Raquel Arias. En concreto, se encontró la inscripción "de unas letras y número" en una losa encima de la puerta falsa, una de las doce puertas con que cuenta el monumento Patrimonio de la Humanidad.
"En este momento todo el servicio del patrimonio de la Xunta de Galicia está tratando de analizar y estará para que toda la ciudadanía y todos los visitantes lo puedan observar en el cubo LXXVII, que es uno de los cubos sobre los que se está actuando", ha señalado.
En concreto, "es una losa de ochenta centímetros" aparecida durante los trabajos de "impermeabilización de la escalera de dicho cubo", cuyo origen se sitúa en la época de su construcción de la muralla, en el siglo III.
"Entendemos que puede responder a una contrata de la propia construcción de la muralla, u obra posterior de reestructuración que probablemente sea la identificación de la empresa constructora en aquellos momentos", especificaba Vázquez.

Fuente: Europa Press